Part 2
Sección número 2 de Alicia en el país de las maravillas de Lewis Carroll.
Esta grabación de LibriVox es de dominio público. Grabado por Víctor Villarraza.
Sección número 2.
Ya iba siendo hora de retirarse porque el lago se estaba llenando de aves y bichos que habían caído en él.
Había un pato, un dodo, un loro, un aguilucho y otros animales no menos curiosos.
Alicia se puso a la cabeza y todos la siguieron nadando hacia tierra firme.
En las orillas del lago de las lágrimas se formó una curiosa reunión de aves y animales chorreando agua.
Pero si estrambótico era su aspecto, todavía eran más estrambóticas sus conversaciones.
Primeramente, el ratón, que era persona de gran autoridad entre ellos, trató de secarlos hablándoles secamente.
Pero Alicia dijo que seguía hecha una sopa a pesar de la sequedad con que se había expresado el ratón.
Y entonces el dodo propuso una carrera de nuevo género.
Cada cual echaría a correr cuando se le antojase y separaría cuando le diese la gana.
Luego declaró vencedores a todos y encargó a Alicia del reparto de premios.
Por fortuna, conservaba en el bolsillo unos cuantos caramelos que no se habían deshecho a pesar del baño.
Había bastantes para dar uno a cada corredor, menos a ella.
Sus amigos no querían que se quedase sin su correspondiente premio.
Y como casualmente conservase el de dal puesto, el dodo se lo pidió y con gran ceremonia se lo devolvió diciendo
Te rogamos que aceptes este elegante de dal.
Los demás la vitorearon.
A la niña le pareció disparatado todo aquello, pero no dijo nada.
Por entonces ya se habían secado todos y se pusieron a comerse los caramelos.
Luego empezó el ratón a contar su historia y a explicar por qué aborrecía a los G y a los P.
No decía más que las iniciales porque le daba miedo hasta pronunciar el nombre de los gatos y los perros.
Sin acordarse de lo ocurrido antes, Alicia empezó a contar a los demás animales que tenía una gata que se llamaba Dina.
Pero sus oyentes comenzaron a mostrarse inquietos y fueron retirándose hasta dejar completamente sola a la niña.
Ya iba a echarse a llorar cuando oyó pasitos y creyó que sería el ratón que vendría a acabar de contar su historia.
Pero quien venía era el conejo blanco, mirando con ansiedad a todos lados como si hubiera perdido algo y murmurando
¿Qué diría la duquesa por mis patas, por mi pelica, por mis bigotes?
Me va a matar.
Tan cierto como que los hurones son hurones.
¿Dónde diablos los habré perdido?
Alicia se figuró que el conejo blanco andaba buscando el abanico y los guantes de cabritilla blancos
y como era una niña muy servicial se puso a buscarlos también.
Pero no se veían por ninguna parte.
Todo parecía cambiado desde su caída al lago.
El salón, la mesa de cristal y la puertecita se habían desvanecido por completo.
El conejo no tardó en ver a Alicia y le gritó con voz agria y tono autoritario.
¿Qué haces aquí, Mariana?
Corre a casa y tráeme unos guantes y un abanico.
A escape.
Alicia se asustó de tal modo que echó a correr en la dirección que indicaba el conejo
sin tratar de explicarle el error en que había incurrido.
Me ha tomado por su criada, pensó mientras corría.
Qué sorpresa se va a llevar cuando vea quién soy.
Sin embargo, voy a llevarle los guantes y el abanico si puedo encontrarlos.
En aquel momento llegó a una casita muy mona en la puerta de la cual había una brillante chapa dorada
con este nombre grabado en negro.
Conejo Blanco.
Alicia entró sin llamar y corrió escaleras arriba temiendo encontrarse a la verdadera Mariana
y verse arrojada de la vivienda del conejo antes de poder encontrar los guantes y el abanico.
Esto sí que es raro, hacer recados a un conejo, exclamó Alicia para sus adentros.
A ver si Dina me manda a hacerlos también.
Al fin, llegó a un cuartito muy bien arreglado con una mesa junto a la ventana.
En la mesa había un abanico y dos o tres pares de guantes blancos chiquititos.
Alicia cogió el abanico y un par de guantes y ya se disponía a salir de la habitación
cuando se fijó en un frasquito que había en el tocador delante del espejo.
El frasquito no tenía ningún letrero que dijese, bébeme, pero no obstante,
Alicia lo destapó y se lo llevó a los labios.
Siempre que como o bebo algo, ocurre algo interesante, dijo para sí.
Voy a ver qué me sucede bebiendo lo que tiene este frasquito.
Dios quiera que vuelva a crecer porque ya estoy cansada de ser chiquitina.
Y así ocurrió en efecto, pero mucho más pronto de lo que Alicia esperaba.
Todavía no se había bebido la mitad del frasco cuando dio con la cabeza en el techo
y tuvo que inclinarse para que no se le rompiera el cuello.
Alicia siguió creciendo, creciendo y muy pronto tuvo que arrodillarse.
Un minuto después no cabía casi en la habitación
y tuvo que tenderse en el suelo con el cuerpo encogido,
con un codo apoyado en la puerta y el otro brazo doblado encima de la cabeza.
Pero seguía creciendo y como último recurso sacó un brazo por la ventana
y un pie por la chimenea, diciendo,
Ya no puedo hacer más, suceda lo que suceda, ¿qué será de mí, Dios mío?
Por fortuna para Alicia, concluyó de hacer efecto el mágico líquido del frasquito
y dejó de crecer, pero estaba muy incómoda
y como no veía el medio de salir de aquel cuarto, se puso muy triste.
Cuanto más a gusto estaba en mi casa y no aquí, creciendo o achicándome
y recibiendo órdenes de ratones y conejos, pensó la pobre Alicia.
Ojalá no me hubiera metido en la madriguera del conejo.
Y sin embargo, es curiosa esta clase de vida, ¿sabe usted?
¿Qué me habrá sucedido? Yo me figuraba que eran mentiras los cuentos de hadas
y ahora me veo metida en uno.
A los pocos minutos, oyó una voz y se puso a escuchar.
Mariana, Mariana, gritaba la voz.
Tráeme los guantes, inmediatamente, sonó ruido de pasitos en la escalera.
Alicia se echó a temblar, comprendiendo que venía a buscarla el conejo
y al temblar, estremecía toda la casa, olvidando que era mil veces mayor que el conejo
y que no tenía por qué temerle.
El conejo llegó a la puerta y quiso abrirla, pero como se abría hacia adentro
y Alicia la atrancaba con el codo, el conejo no podía abrir.
Alicia le oyó decir, entraré por la ventana.
¿A que no? pensó Alicia y después de aguardar hasta que creyó oír al conejo
al pie de la ventana, extendió la mano y dio un manotazo en el aire.
No tocó a nadie, pero oyó un chillido, un golpe y ruido de cristales rotos,
de lo cual dedujo que el conejo había caído al tejado de un invernadero.
Enseguida sonó la airada voz del conejo.
¿Cony? ¿Cony? ¿Dónde andas?
Y una voz, que Alicia no había oído hasta entonces, respondió.
No ando, señor. Estoy quieto.
¿Con que no andas porque estás quieto?
replicó el conejo muy enfadado.
Ven a ayudarme.
Más ruido de cristales rotos.
Dime, Cony, ¿qué es eso que sale por la ventana?
Debe de ser un brazo porque tiene una mano, señor.
¿Un brazo? Mira que eres bruto. ¿Dónde has visto tu brazos de ese tamaño?
Si llena toda la ventana.
Sí, la llena, sí, pero es un brazo, a pesar de todo.
Bueno, pues ese brazo no tiene nada que hacer ahí. Anda y quítalo.
Hubo un largo silencio después de esto.
Alicia solo podía oír de vez en cuando frases como estas pronunciadas en voz muy baja.
No sé cómo meterle mano, señor.
Haz lo que te mando, cobarde.
Alicia volvió a extender la mano y dio otro manotazo.
Esta vez sonaron dos chillidos y más ruido de cristales rotos.
No hay pocas vidrieras aquí, pensó Alicia.
¿En qué parará todo esto?
Ojalá pudieran sacarme a tirones por la ventana.
Ya estoy harta de estar aquí.
Aguardó algún tiempo sin oír nada y al fin sintió el ruido de un carrito y muchas voces que hablaban y discutían.
¿Dónde está la otra escalera?
Yo no podía traer más que una. La otra la trae el lagartijo.
¿Trae la escalera, lagartijo? Ponedlas aquí en este rincón.
Atadlas primero. No van a llegar ni a la mitad de la altura.
Sí, sí llegan. Coge esta cuerda, lagartijo.
¿Te sostendrá el tejado? Ten cuidado con esa teja que está suelta. Cuidado con la cabeza.
Un fuerte golpe.
¿Quién la ha tirado?
Habrá sido lagartijo. ¿Quién va a bajar por la chimenea?
Tú.
No me da la gana. Que baje lagartijo.
Lagartijo, dice el amo, que bajes por la chimenea.
Ah, ¿con que va a bajar lagartijo por la chimenea? Dijo Alicia.
Todos quieren que lo haga lagartijo. No quisiera yo verme en el pellejo de lagartijo.
Algo estrecha es esta chimenea, pero creo que puedo mover el pie.
Introdujo todo lo que pudo el pie en la chimenea y aguardó hasta que oyó arañar en las paredes como si bajase un animalito pequeño.
Cuando calculó que estaba casi encima, Alicia dijo para sí.
Este debe ser lagartijo. Y pegó un fuerte puntapié.
Lo primero que oyó fue un coro general de voces que decían.
Ahí va lagartijo.
Y luego la voz del conejo sola que añadía.
Ha caído en el seto.
Luego hubo un silencio seguido de una confusión de voces.
Levantadle la cabeza. Dadle ahora un poco de aguardiente.
No le mováis. ¿Cómo estás, amigo? ¿Qué te ha sucedido?
Dínoslo todo.
Al fin se oyó una débil voz que balbuceaba.
Este es lagartijo, pensó Alicia.
No lo sé. No quiero más, gracias. Ya estoy mejor.
Pero me encuentro demasiado aporreado para ponerme de conversación.
Lo único que sé es que vino hacia mí una cosa como esos muñecos de muelle que salen de las cajas de sorpresa y que me echó por los aires como un cohete.
Sí, parecías un cohete. Pobrecillo, dijeron a coro los demás.
Hay que quemar la casa, dijo el conejo.
Al oír esto, Alicia gritó con todas sus fuerzas.
¿Cómo hagáis eso? ¡Llamo a Dina!
Instantáneamente se hizo un gran silencio.
Y Alicia pensó. ¿Qué irán a hacer ahora? Si tienen sentido común, levantarán el tejado.
Al cabo de un par de minutos, empezaron a moverse otra vez.
Y Alicia oyó decir al conejo.
Para empezar habrá bastante con una carretilla.
¿Una carretilla? ¿De qué? Pensó Alicia.
Pero no tuvo que dudar mucho tiempo porque inmediatamente empezó a entrar por la ventana una lluvia de chinas gordas,
algunas de las cuales le dieron en la cara, causándole bastante molestia.
Voy a poner fin a esto, pensó, y gritó con fuerza.
Más vale que os estéis quietos.
Con lo cual se produjo un nuevo silencio.
Alicia observó con cierta sorpresa que las piedrecillas se estaban convirtiendo en pequeños pastelillos.
Y se le ocurrió una gran idea.
Si como un pastelillo de estos, pensó, es posible que me cambie de tamaño y como no puedo crecer más, seguramente me achicaré.
Y dicho y hecho, comió un pastelillo y vio con alegría que empezaba a achicarse.
En cuanto fue lo bastante pequeña para caber por la puerta, salió corriendo de la casa y encontró una porción de animales y aves pequeños aguardando.
El pobre lagartijo era un lagarto y estaba sostenido por Connie, un conejillo de indias.
Mientras que otro animal de su especie le daba algo de beber.
En cuanto vieron aparecer a Alicia, corrieron hacia ella.
Pero Alicia corrió más y no tardó en hallarse en salvo en un espeso bosque.
Fin de la sección número 2.