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La Gitanilla (Graded Reader), Capítulo 3. Allí vio un caballero...

Capítulo 3. Allí vio un caballero...

Preciosa fue a buscar la casa del padre de Andrés y cuando estuvo en su calle, alzó los ojos a unos balcones de hierro dorados. Allí vio a un caballero de unos cincuenta años, con un hábito de cruz colorada en el pecho. Cuando vio a la gitanilla la invitó a subir con las demás. Salieron entonces al balcón otros tres caballeros entre los que estaba Andrés, que al ver a Preciosa casi pierde los sentidos.

Subieron todas las gitanas menos la grande, que se quedó abajo para informarse de las verdades de Andrés hablando con los criados.

–¡Por vida de don Juanico, mi hijo, –dijo el anciano–, que aún sois más hermosa de lo que dicen, linda gitana!

Preguntó Preciosa quién era don Juanico y cuando señaló el anciano a Andrés respondió Preciosa:

–¡Pensé que se hablaba de algún niño! Pero veo que ya podría estar casado, y por esas rayas de su frente se casará antes de tres años, y muy a su gusto si no se pierde antes.

–¿Qué sabe la gitanilla de rayas? –dijo uno de los presentes.

–Lo que veo con los ojos, con el dedo lo adivino. Sé que don Juanico es enamoradizo e impetuoso, y promete cosas que parecen imposibles. ¡Quiera Dios que no sea mentiroso! Ahora debe hacer un viaje muy lejos, y quién sabe si llegará adonde piensa ir.

Don Juan protestó porque, aunque ella acertaba en muchas cosas, no acertaba al llamarlo mentiroso porque él decía siempre la verdad. En cambio, confirmó que se iba en cuatro o cinco días a Flandes.

Preciosa intentó convencerle de abandonar el viaje, quedarse con sus padres y sosegarse antes de pensar en las guerras y en casarse. Don Juan respondió que había dado su palabra y la iba a cumplir; llegó entonces la vieja, y dijo:

–Nieta, acaba, que es tarde y hay mucho que hacer. Tengo noticia de que hay hijo, y muy lindo: ven, que oirás maravillas de él.

–¿Ha parido alguna señora? –preguntó el padre de Andrés Caballero.

–Sí, señor –respondió la gitana–, pero ha sido un parto tan secreto que solo lo sabemos Preciosa y yo, y otra persona. No podemos decir quién es.

–No queremos saber aquí de quién habláis –dijo uno de los presentes–, pero desdichada de la persona que os cuenta un secreto y os confía su honra.

–No todas somos malas –respondió Preciosa– algunas entre nosotras son más secretas y verdaderas que el hombre más estirado de esta sala. Vamos, abuela, que aquí nos menosprecian; no somos ni ladronas ni rogamos a nadie.

–Preciosa, no os enojéis –dijo el padre–, se ve que sois buena. Por favor, bailad un poco que tengo un doblón de oro para vosotras.

Cuando oyó esto la abuela, dijo:

–Ea, niñas, haldas en cinta, y a bailar para estos señores.

Las gitanillas empezaron a bailar con tanto donaire que todos quedaron embelesados mirando los pies de las bailarinas; especialmente Andrés, cuyos ojos se iban tras los pies de Preciosa.

Pero sucedió que durante el baile se le cayó a Preciosa el papel del paje; lo vio el que no tenía un buen concepto de las gitanas y dijo:

–¡Bueno, sonetico tenemos! Vamos a escucharlo, que no parece nada necio.

Preciosa protestó y rogó pero todos, sobre todo Andrés, querían oírlo. Finalmente el caballero lo leyó. Decía así:

Cuando Preciosa el panderete toca y hiere el dulce son los aires vanos, perlas son que derrama con las manos; flores son que despide de la boca.

Al oír el soneto, a Andrés le sobresaltaron mil celosas imaginaciones. Casi se desmayó, perdió el color y tuvo que sentarse. Su padre se preocupó al verlo tan pálido, pero Preciosa sabía cuál era su mal y dijo:

–Un momento, yo le diré unas palabras al oído, y verán cómo no se desmaya.

Se acercó a él y, casi sin mover los labios, le dijo:

–¡Ánimo débil para un gitano! ¿Cómo podrás sufrir tormentos reales si no puedes con el de un papel?

Le hizo unas cruces en el pecho y con esto Andrés respiró y fingió que las palabras habían hecho el milagro.

Cuando la gitana vieja entendió todo este embuste, quedó pasmada; y más Andrés, que comprobó así el agudo ingenio de Preciosa.

Luego se despidieron las gitanas y, al irse, dijo Preciosa a don Juan:

–Mire, señor, cualquier día de esta semana es próspero para viajar; le aconsejo irse muy pronto, que le espera una vida ancha, libre y muy gustosa.

Con estas últimas palabras quedó contento Andrés y las gitanas se fueron.


Capítulo 3. Allí vio un caballero... Kapitel 3: Dort sah er einen Herrn... Chapter 3. There he saw a gentleman... Глава 3. Там он увидел джентльмена... Kapitel 3. Där såg han en herre... Розділ 3. Там він побачив пана...

Preciosa fue a buscar la casa del padre de Andrés y cuando estuvo en su calle, alzó los ojos a unos balcones de hierro dorados. Allí vio a un caballero de unos cincuenta años, con un hábito de cruz colorada en el pecho. Cuando vio a la gitanilla la invitó a subir con las demás. Salieron entonces al balcón otros tres caballeros entre los que estaba Andrés, que al ver a Preciosa casi pierde los sentidos.

Subieron todas las gitanas menos la grande, que se quedó abajo para informarse de las verdades de Andrés hablando con los criados.

–¡Por vida de don Juanico, mi hijo, –dijo el anciano–, que aún sois más hermosa de lo que dicen, linda gitana!

Preguntó Preciosa quién era don Juanico y cuando señaló el anciano a Andrés respondió Preciosa:

–¡Pensé que se hablaba de algún niño! Pero veo que ya podría estar casado, y por esas rayas de su frente se casará antes de tres años, y muy a su gusto si no se pierde antes.

–¿Qué sabe la gitanilla de rayas? –dijo uno de los presentes.

–Lo que veo con los ojos, con el dedo lo adivino. Sé que don Juanico es enamoradizo e impetuoso, y promete cosas que parecen imposibles. ¡Quiera Dios que no sea mentiroso! Ahora debe hacer un viaje muy lejos, y quién sabe si llegará adonde piensa ir.

Don Juan protestó porque, aunque ella acertaba en muchas cosas, no acertaba al llamarlo mentiroso porque él decía siempre la verdad. En cambio, confirmó que se iba en cuatro o cinco días a Flandes.

Preciosa intentó convencerle de abandonar el viaje, quedarse con sus padres y sosegarse antes de pensar en las guerras y en casarse. Don Juan respondió que había dado su palabra y la iba a cumplir; llegó entonces la vieja, y dijo:

–Nieta, acaba, que es tarde y hay mucho que hacer. Tengo noticia de que hay hijo, y muy lindo: ven, que oirás maravillas de él.

–¿Ha parido alguna señora? –preguntó el padre de Andrés Caballero.

–Sí, señor –respondió la gitana–, pero ha sido un parto tan secreto que solo lo sabemos Preciosa y yo, y otra persona. No podemos decir quién es.

–No queremos saber aquí de quién habláis –dijo uno de los presentes–, pero desdichada de la persona que os cuenta un secreto y os confía su honra.

–No todas somos malas –respondió Preciosa– algunas entre nosotras son más secretas y verdaderas que el hombre más estirado de esta sala. Vamos, abuela, que aquí nos menosprecian; no somos ni ladronas ni rogamos a nadie.

–Preciosa, no os enojéis –dijo el padre–, se ve que sois buena. Por favor, bailad un poco que tengo un doblón de oro para vosotras.

Cuando oyó esto la abuela, dijo:

–Ea, niñas, haldas en cinta, y a bailar para estos señores.

Las gitanillas empezaron a bailar con tanto donaire que todos quedaron embelesados mirando los pies de las bailarinas; especialmente Andrés, cuyos ojos se iban tras los pies de Preciosa.

Pero sucedió que durante el baile se le cayó a Preciosa el papel del paje; lo vio el que no tenía un buen concepto de las gitanas y dijo:

–¡Bueno, sonetico tenemos! Vamos a escucharlo, que no parece nada necio.

Preciosa protestó y rogó pero todos, sobre todo Andrés, querían oírlo. Finalmente el caballero lo leyó. Decía así:

Cuando Preciosa el panderete toca y hiere el dulce son los aires vanos, perlas son que derrama con las manos; flores son que despide de la boca.

Al oír el soneto, a Andrés le sobresaltaron mil celosas imaginaciones. Casi se desmayó, perdió el color y tuvo que sentarse. Su padre se preocupó al verlo tan pálido, pero Preciosa sabía cuál era su mal y dijo:

–Un momento, yo le diré unas palabras al oído, y verán cómo no se desmaya.

Se acercó a él y, casi sin mover los labios, le dijo:

–¡Ánimo débil para un gitano! ¿Cómo podrás sufrir tormentos reales si no puedes con el de un papel?

Le hizo unas cruces en el pecho y con esto Andrés respiró y fingió que las palabras habían hecho el milagro.

Cuando la gitana vieja entendió todo este embuste, quedó pasmada; y más Andrés, que comprobó así el agudo ingenio de Preciosa.

Luego se despidieron las gitanas y, al irse, dijo Preciosa a don Juan:

–Mire, señor, cualquier día de esta semana es próspero para viajar; le aconsejo irse muy pronto, que le espera una vida ancha, libre y muy gustosa.

Con estas últimas palabras quedó contento Andrés y las gitanas se fueron.