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Niebla - Unamuno, II

II

Al abrirle el criado la puerta...

Augusto, que era rico y solo, pues su anciana madre había muerto no hacía sino seis meses antes de estos menudos sucedidos, vivía con un criado y una cocinera, sirvientes antiguos en la casa e hijos de otros que en ella misma habían servido. El criado y la cocinera estaban casados entre sí, pero no tenían hijos.

Al abrirle el criado la puerta le preguntó Augusto si en su ausencia había llegado alguien.

—Nadie, señorito.

Eran pregunta y respuesta sacramentales, pues apenas recibía visitas en casa Augusto.

Entró en su gabinete, tomó un sobre y escribió en él: «Señorita doña Eugenia Domingo del Arco. EPM.» Y en seguida, delante del blanco papel, apoyó la cabeza en ambas manos, los codos en el escritorio, y cerró los ojos. «Pensemos primero en ella», se dijo. Y esforzóse por atrapar en la oscuridad el resplandor de aquellos otros ojos que le arrastraran al azar.

Estuvo así un rato sugiriéndose la figura de Eugenia, y como apenas si la había visto, tuvo que figurársela. Merced a esta labor de evocación fue surgiendo a su fantasía una figura vagarosa ceñida de ensueños. Y se quedó dormido. Se quedó dormido porque había pasado mala noche, de insomnio.

—¡Señorito!

—¿Eh? —exclamó despertándose.

—Está ya servido el almuerzo.

¿Fue la voz del criado, o fue el apetito, de que aquella voz no era sino un eco, lo que le despertó? ¡Misterios psicológicos! Así pensó Augusto, que se fue al comedor diciéndose: ¡oh, la psicología!

Almorzó con fruición su almuerzo de todos los días: un par de huevos fritos, un bisteque con patatas y un trozo de queso Gruyere. Tomó luego su café y se tendió en la mecedora. Encendió un habano, se lo llevó a la boca, y diciéndose: «¡Ay, mi Eugenia!» se dispuso a pensar en ella.

«¡Mi Eugenia, sí, la mía —iba diciéndose—, esta que me estoy forjando a solas, y no la otra, no la de carne y hueso, no la que vi cruzar por la puerta de mi casa, aparición fortuita, no la de la portera! ¿Aparición fortuita? ¿Y qué aparición no lo es? ¿Cuál es la lógica de las apariciones? La de la sucesión de estas figuras que forman las nubes de humo del cigarro. ¡El azar! El azar es el íntimo ritmo del mundo, el azar es el alma de la poesía. ¡Ah, mi azarosa Eugenia! Esta mi vida mansa, rutinaria, humilde, es una oda pindárica tejida con las mil pequeñeces de lo cotidiano. ¡Lo cotidiano! ¡El pan nuestro de cada día, dánosle hoy! Dame, Señor, las mil menudencias de cada día. Los hombres no sucumbimos a las grandes penas ni a las grandes alegrías, y es porque esas penas y esas alegrías vienen embozadas en una inmensa niebla de pequeños incidentes, y la vida es esto, la niebla. La vida es una nebulosa. Ahora surge de ella Eugenia. ¿Y quién es Eugenia? Ah, caigo en la cuenta de que hace tiempo la andaba buscando. Y mientras yo la buscaba ella me ha salido al paso. ¿No es esto acaso encontrar algo? Cuando uno descubre una aparición que buscaba, ¿no es que la aparición, compadecida de su busca, se le viene al encuentro? ¿No salió la América a buscar a Colón? ¿No ha venido Eugenia a buscarme a mí? ¡Eugenia! ¡Eugenia! ¡Eugenia!»

Y Augusto se encontró pronunciando en voz alta el nombre de Eugenia. Al oírle llamar, el criado, que acertaba a pasar junto al comedor, entró diciendo:

—¿Llamaba, señorito?

—¡No, a ti no! Pero, calla, ¿no te llamas tú Domingo?

—Sí, señorito —respondió Domingo sin extrañeza alguna por la pregunta que se le hacía.

—¿Y por qué te llamas Domingo?

—Porque así me llaman.

«Bien, muy bien —se dijo Augusto— nos llamamos como nos llaman. En los tiempos homéricos tenían las personas y las cosas dos nombres, el que les daban los hombres y el que les daban los dioses. ¿Cómo me llamará Dios? ¿Y por qué no he de llamarme yo de otro modo que como los demás me llaman? ¿Por qué no he de dar a Eugenia otro nombre distinto del que le dan los demás, del que le da Margarita, la portera? ¿Cómo la llamaré?»

—Puedes irte —le dijo al criado.

Se levantó de la mecedora, fue al gabinete, tomó la pluma y se puso a escribir:

«Señorita: Esta misma mañana, bajo la dulce llovizna del cielo, cruzó usted, aparición fortuita, por delante de la puerta de la casa donde aún vivo y ya no tengo hogar. Cuando desperté fui a la puerta de la suya, donde ignoro si tiene usted hogar o no le tiene. Me habían llevado allí sus ojos, sus ojos, que son refulgentes estrellas mellizas en la nebulosa de mi mundo. Perdóneme, Eugenia, y deje que le dé familiarmente este dulce nombre; perdóneme la lírica. Yo vivo en perpetua lírica infinitesimal.

»No sé qué más decirle. Sí, sí sé. Pero es tanto, tanto lo que tengo que decirle, que estimo mejor aplazarlo para cuando nos veamos y nos hablemos pues es lo que ahora deseo, que nos veamos, que nos hablemos, que nos escribamos, que nos conozcamos. Después... Después, ¡Dios y nuestros corazones dirán!

»¿Me dará usted, pues, Eugenia, dulce aparición de mi vida cotidiana, me dará usted oídos?

»Sumido en la niebla de su vida espera su respuesta.

AUGUSTO PÉREZ.»

Y rubricó diciéndose:

«Me gusta esta costumbre de la rúbrica por lo inútil.»

Cerró la carta y volvió a echarse a la calle.

«¡Gracias a Dios —se decía camino de la avenida de la Alameda—, gracias a Dios que sé adónde voy y que tengo adónde ir! Esta mi Eugenia es una bendición de Dios. Ya ha dado una finalidad, un hito de término a mis vagabundeos callejeros. Ya tengo casa que rondar; ya tengo una portera confidente...»

Mientras iba así hablando consigo mismo cruzó con Eugenia sin advertir siquiera el resplandor de sus ojos. La niebla espiritual era demasiado densa. Pero Eugenia, por su parte, sí se fijó en él, diciéndose: «¿Quién será este joven?, ¡no tiene mal porte y parece bien acomodado!» Y es que, sin darse clara cuenta de ello, adivinó a uno que por la mañana la había seguido. Las mujeres saben siempre cuándo se las mira, aun sin verlas, y cuándo se las ve sin mirarlas.

Y siguieron los dos, Augusto y Eugenia, en direcciones contrarias, cortando con sus almas la enmarañada telaraña espiritual de la calle. Porque la calle forma un tejido en que se entrecruzan miradas de deseo, de envidia, de desdén, de compasión, de amor, de odio, viejas palabras cuyo espíritu quedó cristalizado, pensamientos, anhelos, toda una tela misteriosa que envuelve las almas de los que pasan.

Por fin se encontró Augusto una vez más ante Margarita la portera, ante la sonrisa de Margarita. Lo primero que hizo esta al ver a aquel fue sacar la mano del bolsillo del delantal.

—Buenas tardes, Margarita.

—Buenas tardes, señorito.

—Augusto, buena mujer, Augusto.

—Don Augusto —añadió ella.

—No a todos los nombres les cae el don —observó él—. Así como de Juan a don Juan hay un abismo, así le hay de Augusto a don Augusto. ¡Pero... sea! ¿Salió la señorita Eugenia?

—Sí, hace un momento.

—¿En qué dirección?

—Por ahí.

Y por ahí se dirigió Augusto. Pero al rato volvió. Se le había olvidado la carta.

—¿Hará el favor, señora Margarita, de hacer llegar esta carta a las propias blancas manos de la señorita Eugenia?

—Con mucho gusto.

—Pero a sus propias blancas manos, ¿eh? A sus manos tan marfileñas como las teclas del piano a que acarician.

—Sí, ya, lo sé de otras veces.

—¿De otras veces? ¿Qué es eso de otras veces?

—Pero ¿es que cree el caballero que es esta la primera carta de este género...?

—¿De este género? Pero ¿usted sabe el género de mi carta?

—Desde luego. Como las otras.

—¿Como las otras? ¿Como qué otras?

—¡Pues pocos pretendientes que ha tenido la señorita...!

—Ah, ¿pero ahora está vacante?

—¿Ahora? No, no, señor, tiene algo así como un novio... aunque creo que no es sino aspirante a novio... Acaso le tenga en prueba... puede ser que sea interino...

—¿Y cómo no me lo dijo?

—Como usted no me lo preguntó...

—Es cierto. Sin embargo, entréguele esta carta y en propias manos, ¿entiende? ¡Lucharemos! ¡Y vaya otro duro!

—Gracias, señor, gracias.

Con trabajo se separó de allí Augusto, pues la conversación nebulosa, cotidiana, de Margarita la portera empezaba a agradarle. ¿No era acaso un modo de matar el tiempo?

«¡Lucharemos! —iba diciéndose Augusto calle abajo—, ¡sí, lucharemos! ¿Conque tiene otro novio, otro aspirante a novio...? ¡Lucharemos! Militia est vita hominis super terram. Ya tiene mi vida una finalidad; ya tengo una conquista que llevar a cabo. ¡Oh, Eugenia, mi Eugenia, has de ser mía! ¡Por lo menos, mi Eugenia, esta que me he forjado sobre la visión fugitiva de aquellos ojos, de aquella yunta de estrellas en mi nebulosa, esta Eugenia sí que ha de ser mía, sea la otra, la de la portera, de quien fuere! ¡Lucharemos! Lucharemos y venceré. Tengo el secreto de la victoria. ¡Ah, Eugenia, mi Eugenia!»

Y se encontró a la puerta del Casino, donde ya Víctor le esperaba para echar la cotidiana partida de ajedrez.

II II II II II II

Al abrirle el criado la puerta... Als der Diener die Tür öffnete ...

Augusto, que era rico y solo, pues su anciana madre había muerto no hacía sino seis meses antes de estos menudos sucedidos, vivía con un criado y una cocinera, sirvientes antiguos en la casa e hijos de otros que en ella misma habían servido. El criado y la cocinera estaban casados entre sí, pero no tenían hijos. Der Diener und der Koch waren miteinander verheiratet, hatten aber keine Kinder.

Al abrirle el criado la puerta le preguntó Augusto si en su ausencia había llegado alguien. Als der Diener ihm die Tür öffnete, fragte Augustus ihn, ob jemand in seiner Abwesenheit gekommen sei.

—Nadie, señorito.

Eran pregunta y respuesta sacramentales, pues apenas recibía visitas en casa Augusto. Es waren sakramentale Fragen und Antworten, da Augustus zu Hause kaum Besucher empfing.

Entró en su gabinete, tomó un sobre y escribió en él: «Señorita doña Eugenia Domingo del Arco. EPM.» Y en seguida, delante del blanco papel, apoyó la cabeza en ambas manos, los codos en el escritorio, y cerró los ojos. «Pensemos primero en ella», se dijo. Y esforzóse por atrapar en la oscuridad el resplandor de aquellos otros ojos que le arrastraran al azar. Und er kämpfte darum, in der Dunkelheit das Leuchten dieser anderen Augen einzufangen, die ihn wahllos schleiften.

Estuvo así un rato sugiriéndose la figura de Eugenia, y como apenas si la había visto, tuvo que figurársela. So schlug er eine Zeitlang die Gestalt der Eugenia vor, und da er sie kaum gesehen hatte, musste er sie sich vorstellen. Merced a esta labor de evocación fue surgiendo a su fantasía una figura vagarosa ceñida de ensueños. Dank dieser Beschwörungsarbeit tauchte in seiner Fantasie eine vage Gestalt auf, die von Träumen umgürtet war. Y se quedó dormido. Se quedó dormido porque había pasado mala noche, de insomnio.

—¡Señorito!

—¿Eh? —exclamó despertándose.

—Está ya servido el almuerzo. "Mittagessen ist schon serviert."

¿Fue la voz del criado, o fue el apetito, de que aquella voz no era sino un eco, lo que le despertó? War es die Stimme des Dieners oder war es der Appetit, dass diese Stimme nur ein Echo war, das ihn weckte? ¡Misterios psicológicos! Así pensó Augusto, que se fue al comedor diciéndose: ¡oh, la psicología!

Almorzó con fruición su almuerzo de todos los días: un par de huevos fritos, un bisteque con patatas y un trozo de queso Gruyere. Sein Mittagessen aß er genüsslich: ein paar Spiegeleier, ein Steak mit Kartoffeln und ein Stück Gruyère-Käse. Tomó luego su café y se tendió en la mecedora. Dann trank er seinen Kaffee und streckte sich im Schaukelstuhl aus. Encendió un habano, se lo llevó a la boca, y diciéndose: «¡Ay, mi Eugenia!» se dispuso a pensar en ella.

«¡Mi Eugenia, sí, la mía —iba diciéndose—, esta que me estoy forjando a solas, y no la otra, no la de carne y hueso, no la que vi cruzar por la puerta de mi casa, aparición fortuita, no la de la portera! „Meine Eugenie, ja, meine“, fuhr sie fort, „diese, die ich allein schmiede, und nicht die andere, nicht die aus Fleisch und Blut, nicht die, die ich durch die Tür meines … Haus, ein zufälliger Auftritt, nein! der des Torhüters! ¿Aparición fortuita? ¿Y qué aparición no lo es? ¿Cuál es la lógica de las apariciones? La de la sucesión de estas figuras que forman las nubes de humo del cigarro. Die der Abfolge dieser Figuren, die die Rauchwolken bilden. ¡El azar! El azar es el íntimo ritmo del mundo, el azar es el alma de la poesía. ¡Ah, mi azarosa Eugenia! Esta mi vida mansa, rutinaria, humilde, es una oda pindárica tejida con las mil pequeñeces de lo cotidiano. Dieses mein sanftmütiges, routiniertes, bescheidenes Leben ist eine Pindárica-Ode, die mit den tausend kleinen Dingen des täglichen Lebens verwoben ist. ¡Lo cotidiano! Das alltägliche! ¡El pan nuestro de cada día, dánosle hoy! Dame, Señor, las mil menudencias de cada día. Los hombres no sucumbimos a las grandes penas ni a las grandes alegrías, y es porque esas penas y esas alegrías vienen embozadas en una inmensa niebla de pequeños incidentes, y la vida es esto, la niebla. We men do not succumb to great sorrows nor to great joys, and it is because those sorrows and those joys come cloaked in an immense fog of small incidents, and life is this, the fog. La vida es una nebulosa. Ahora surge de ella Eugenia. ¿Y quién es Eugenia? Ah, caigo en la cuenta de que hace tiempo la andaba buscando. Ah, I realize that I have been looking for it for a long time. Y mientras yo la buscaba ella me ha salido al paso. ¿No es esto acaso encontrar algo? Cuando uno descubre una aparición que buscaba, ¿no es que la aparición, compadecida de su busca, se le viene al encuentro? ¿No salió la América a buscar a Colón? ¿No ha venido Eugenia a buscarme a mí? ¡Eugenia! ¡Eugenia! ¡Eugenia!»

Y Augusto se encontró pronunciando en voz alta el nombre de Eugenia. Al oírle llamar, el criado, que acertaba a pasar junto al comedor, entró diciendo:

—¿Llamaba, señorito?

—¡No, a ti no! Pero, calla, ¿no te llamas tú Domingo?

—Sí, señorito —respondió Domingo sin extrañeza alguna por la pregunta que se le hacía.

—¿Y por qué te llamas Domingo?

—Porque así me llaman. "Weil sie mich so nennen."

«Bien, muy bien —se dijo Augusto— nos llamamos como nos llaman. „Nun, sehr gut“, sagte Augusto zu sich selbst, „wir heißen, wie sie uns nennen. En los tiempos homéricos tenían las personas y las cosas dos nombres, el que les daban los hombres y el que les daban los dioses. In homerischer Zeit hatten Menschen und Dinge zwei Namen, den von den Menschen gegebenen und den von den Göttern gegebenen. ¿Cómo me llamará Dios? ¿Y por qué no he de llamarme yo de otro modo que como los demás me llaman? Und warum sollte ich mich nicht anders nennen, als andere mich nennen? ¿Por qué no he de dar a Eugenia otro nombre distinto del que le dan los demás, del que le da Margarita, la portera? Warum sollte ich Eugenia nicht einen anderen Namen geben als die anderen ihr, den von Margarita, der Hausmeisterin? ¿Cómo la llamaré?»

—Puedes irte —le dijo al criado.

Se levantó de la mecedora, fue al gabinete, tomó la pluma y se puso a escribir:

«Señorita: Esta misma mañana, bajo la dulce llovizna del cielo, cruzó usted, aparición fortuita, por delante de la puerta de la casa donde aún vivo y ya no tengo hogar. "Miss: This very morning, under the sweet drizzle of the sky, you crossed, fortuitous apparition, in front of the door of the house where I still live and no longer have a home. Cuando desperté fui a la puerta de la suya, donde ignoro si tiene usted hogar o no le tiene. Me habían llevado allí sus ojos, sus ojos, que son refulgentes estrellas mellizas en la nebulosa de mi mundo. Perdóneme, Eugenia, y deje que le dé familiarmente este dulce nombre; perdóneme la lírica. Yo vivo en perpetua lírica infinitesimal.

»No sé qué más decirle. Ich weiß nicht, was ich ihm sonst sagen soll. Sí, sí sé. Pero es tanto, tanto lo que tengo que decirle, que estimo mejor aplazarlo para cuando nos veamos y nos hablemos pues es lo que ahora deseo, que nos veamos, que nos hablemos, que nos escribamos, que nos conozcamos. But there is so much, so much that I have to tell you, that I think it is better to postpone it for when we see each other and talk to each other, because that is what I want now, that we see each other, that we talk to each other, that we write to each other, that we get to know each other. Después... Después, ¡Dios y nuestros corazones dirán! Nach ... Nachher werden Gott und unsere Herzen sagen!

»¿Me dará usted, pues, Eugenia, dulce aparición de mi vida cotidiana, me dará usted oídos? Also, Eugenia, süße Erscheinung meines täglichen Lebens, willst du mir Ohren geben?

»Sumido en la niebla de su vida espera su respuesta.

AUGUSTO PÉREZ.»

Y rubricó diciéndose: Und er unterschrieb mit den Worten:

«Me gusta esta costumbre de la rúbrica por lo inútil.» "Ich mag diesen Brauch der Rubrik, weil er nutzlos ist." "I like this custom of rubrication because of the uselessness."

Cerró la carta y volvió a echarse a la calle.

«¡Gracias a Dios —se decía camino de la avenida de la Alameda—, gracias a Dios que sé adónde voy y que tengo adónde ir! Esta mi Eugenia es una bendición de Dios. Ya ha dado una finalidad, un hito de término a mis vagabundeos callejeros. It has already given a finality, a milestone of termination to my street wanderings. Ya tengo casa que rondar; ya tengo una portera confidente...» I already have a house to haunt; I already have a confident concierge..."

Mientras iba así hablando consigo mismo cruzó con Eugenia sin advertir siquiera el resplandor de sus ojos. As he was talking to himself, he crossed paths with Eugenia without even noticing the gleam in her eyes. La niebla espiritual era demasiado densa. Pero Eugenia, por su parte, sí se fijó en él, diciéndose: «¿Quién será este joven?, ¡no tiene mal porte y parece bien acomodado!» Y es que, sin darse clara cuenta de ello, adivinó a uno que por la mañana la había seguido. Aber Eugenia ihrerseits bemerkte ihn und sagte sich: "Wer ist dieser junge Mann? Er hat kein schlechtes Benehmen und scheint wohlhabend zu sein!" Und ohne es zu merken, erriet sie jemanden, der ihr am Morgen gefolgt war. But Eugenia, for her part, did notice him, saying to herself: "Who could this young man be, he doesn't look bad and seems to be well off!" And without realizing it, she guessed one who had followed her in the morning. Las mujeres saben siempre cuándo se las mira, aun sin verlas, y cuándo se las ve sin mirarlas. Frauen wissen immer, wann sie angeschaut werden, auch ohne sie zu sehen, und wann sie gesehen werden, ohne sie anzusehen.

Y siguieron los dos, Augusto y Eugenia, en direcciones contrarias, cortando con sus almas la enmarañada telaraña espiritual de la calle. Und die beiden folgten, Augusto und Eugenia, in entgegengesetzter Richtung und durchtrennten mit ihren Seelen das verworrene geistige Netz der Straße. Porque la calle forma un tejido en que se entrecruzan miradas de deseo, de envidia, de desdén, de compasión, de amor, de odio, viejas palabras cuyo espíritu quedó cristalizado, pensamientos, anhelos, toda una tela misteriosa que envuelve las almas de los que pasan. Denn die Straße bildet ein Gewebe, in dem sich Sehnsüchte, Neid, Verachtung, Mitleid, Liebe, Hass kreuzen, alte Worte, deren Geist sich kristallisierte, Gedanken, Sehnsüchte, ein ganz mysteriöses Gewebe, das die Seelen des Geschehens umhüllt.

Por fin se encontró Augusto una vez más ante Margarita la portera, ante la sonrisa de Margarita. Lo primero que hizo esta al ver a aquel fue sacar la mano del bolsillo del delantal.

—Buenas tardes, Margarita.

—Buenas tardes, señorito.

—Augusto, buena mujer, Augusto.

—Don Augusto —añadió ella.

—No a todos los nombres les cae el don —observó él—. „Nicht alle Namen sind begabt“, bemerkte er. Así como de Juan a don Juan hay un abismo, así le hay de Augusto a don Augusto. ¡Pero... sea! ¿Salió la señorita Eugenia? Ist Miss Eugenia ausgegangen?

—Sí, hace un momento.

—¿En qué dirección?

—Por ahí.

Y por ahí se dirigió Augusto. Pero al rato volvió. Aber nach einer Weile kam er zurück. Se le había olvidado la carta.

—¿Hará el favor, señora Margarita, de hacer llegar esta carta a las propias blancas manos de la señorita Eugenia? -Will you do me the favor, Mrs. Margarita, of having this letter delivered to Miss Eugenia's own white hands?

—Con mucho gusto.

—Pero a sus propias blancas manos, ¿eh? -But at your own white hands, eh? A sus manos tan marfileñas como las teclas del piano a que acarician. To their hands as Ivorian as the piano keys they caress.

—Sí, ya, lo sé de otras veces. -Yes, I know it from other times.

—¿De otras veces? ¿Qué es eso de otras veces?

—Pero ¿es que cree el caballero que es esta la primera carta de este género...? "Aber glaubt der Herr, dass dies die erste Karte dieser Art ist ...?" -But does the gentleman think that this is the first letter of this kind?

—¿De este género? Pero ¿usted sabe el género de mi carta? Aber kennst du das Geschlecht meines Briefes?

—Desde luego. -Natürlich. -Of course. Como las otras. Wie die Anderen. Like the others.

—¿Como las otras? "Wie die Anderen?" ¿Como qué otras? Wie was andere?

—¡Pues pocos pretendientes que ha tenido la señorita...! "Nun, wenige Freier hat die junge Dame gehabt...!" -Well, the young lady has had very few suitors...!

—Ah, ¿pero ahora está vacante? "Ah, aber ist es jetzt frei?"

—¿Ahora? No, no, señor, tiene algo así como un novio... aunque creo que no es sino aspirante a novio... Acaso le tenga en prueba... puede ser que sea interino... Nein, nein, Sir, er hat so etwas wie einen Freund ... obwohl ich denke, er ist nur ein aufstrebender Freund ... Vielleicht hat er ihn auf Bewährung ... es könnte sein, dass er Interim ist ... No, no, sir, he has something like a boyfriend... although I think he is only an aspiring boyfriend... Maybe she has him on probation... maybe he's an interim...

—¿Y cómo no me lo dijo? "Wie konntest du es mir nicht sagen?"

—Como usted no me lo preguntó... "Da du mich nicht gefragt hast ..."

—Es cierto. Sin embargo, entréguele esta carta y en propias manos, ¿entiende? ¡Lucharemos! ¡Y vaya otro duro! Und was für ein harter!

—Gracias, señor, gracias.

Con trabajo se separó de allí Augusto, pues la conversación nebulosa, cotidiana, de Margarita la portera empezaba a agradarle. Mit der Arbeit trennte sich Augusto von dort, da ihm die trübe, tägliche Unterhaltung von Margarita, dem Concierge, zu gefallen begann. ¿No era acaso un modo de matar el tiempo? War es nicht eine Möglichkeit, die Zeit totzuschlagen?

«¡Lucharemos! Wir werden kämpfen! —iba diciéndose Augusto calle abajo—, ¡sí, lucharemos! Augustus sagte sich auf der Straße: "Ja, wir werden kämpfen!" ¿Conque tiene otro novio, otro aspirante a novio...? Sie hat also einen anderen Freund, einen anderen Möchtegern-Freund ...? ¡Lucharemos! Militia est vita hominis super terram. Militia est vita hominis super terram. Ya tiene mi vida una finalidad; ya tengo una conquista que llevar a cabo. ¡Oh, Eugenia, mi Eugenia, has de ser mía! ¡Por lo menos, mi Eugenia, esta que me he forjado sobre la visión fugitiva de aquellos ojos, de aquella yunta de estrellas en mi nebulosa, esta Eugenia sí que ha de ser mía, sea la otra, la de la portera, de quien fuere! Zumindest meine Eugenia, diese, die ich auf der flüchtigen Vision dieser Augen geschmiedet habe, dieses Sternenpaares in meinem Nebel, diese Eugenia muss meine sein, sei es die andere, die des Portiers, wessen was auch immer! ¡Lucharemos! Lucharemos y venceré. Tengo el secreto de la victoria. ¡Ah, Eugenia, mi Eugenia!»

Y se encontró a la puerta del Casino, donde ya Víctor le esperaba para echar la cotidiana partida de ajedrez.