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La Gitanilla (Graded Reader), Capítulo 5. De viaje

Capítulo 5. De viaje

Se hizo de día y fue Andrés a visitar al mordido y, tras comprobar que ya estaba bien, le preguntó cómo se llamaba y adónde iba tan tarde y fuera del camino la noche anterior. Contestó el hombre que se llamaba Alonso Hurtado; que iba a Nuestra Señora de la Peña de Francia a hacer un negocio, viajando de noche para ir más rápido y que se había perdido. Andrés notó que sus palabras no eran legítimas: por eso se renovaron sus sospechas y le dijo:

–Hermano, si tienes que mentir en este viaje, lo debes hacer mejor. Dices que vas a la Peña de Francia, y la dejas treinta leguas atrás; caminas de noche para llegar pronto, y vas por bosques sin caminos. Pero te pido una verdad: ¿no eres un paje que vi en la Corte, con fama de gran poeta, que hizo un soneto a una gitanilla de singular belleza? Yo imagino que estás aquí porque, enamorado de la gitanica, has venido a buscarla. Y aquí la has encontrado.

El mancebo admitió quién era y que había visto a Preciosa, pero no se había atrevido a hablarle.

–Preciosa es parienta mía –dijo Andrés–; si la quieres por esposa todos estaremos contentos y si la quieres por amiga, con tal de que tengas dinero, no te la negaremos.

El mozo respondió que llevaba cuatrocientos escudos de oro; Andrés se llevó un susto mortal, pensando que realmente quería llevarse a Preciosa, pero se tranquilizó cuando el mozo siguió hablando:

–¡Ay amigo! La fuerza que me ha traído aquí no es la del amor, sino una desgracia. Yo estaba en Madrid en casa de un noble, a quien servía como a un pariente. Su hijo, que me trataba con familiaridad y amistad grande, se enamoró de una doncella. Solo yo fui testigo de sus intentos por estar con ella y una noche, pasando los dos por su puerta, vimos arrimados a ella dos hombres. Cuando nos vieron, echaron mano a sus espadas y nosotros también; en la lucha rápidamente acabamos con ellos. Volvimos a casa, tomamos todos los dineros que pudimos y nos escondimos; luego supimos que una criada de la señora nos había denunciado a la justicia y huimos, cada uno por un camino. Yo, con este hábito de fraile, quiero ir a Sevilla y desde allí embarcarme para Italia. Esta es mi historia, buen amigo; si estos señores gitanos van a Sevilla y me llevan en su compañía, yo se lo pagaría muy bien.

Andrés fue a hablar de ello con los demás gitanos, los cuales oyendo la buena paga que ofrecía, lo acogieron enseguida y prometieron encubrirle. Solo Preciosa y la abuela eran contrarias; al final, determinaron irse a la Mancha y de allí al reino de Murcia.

Cuando el mozo supo lo que iban a hacer por él, como agradecimiento les dio cien escudos de oro; con esta dádiva quedaron contentísimos con don Sancho, que así dijo el mozo que se llamaba, aunque los gitanos se lo cambiaron en el de Clemente. No quedó contenta Preciosa con la permanencia de Clemente, y tampoco Andrés, por parecerle que había cambiado demasiado pronto de planes. Para tenerlo vigilado, Andrés convirtió a Clemente en su camarada.

Dejaron los gitanos Extremadura y un mes y medio después llegaron al reino de Murcia. En todas las aldeas que pasaban había desafíos de pelota, de esgrima, de correr, de saltar y de otros ejercicios de fuerza, maña y ligereza, y siempre salían vencedores Andrés y Clemente. En todo este tiempo nunca se vieron Clemente y Preciosa hasta que un día, estando juntos Andrés y ella, lo llamaron y Preciosa le dijo:

–Desde la primera vez que llegaste a nuestro aduar te conocí, Clemente, y recordé los versos que me diste en Madrid. No te dije nada porque no sabía cuáles eran tus intenciones y cuando supe tu desgracia me pesó en el alma y me tranquilicé también: yo temía que lo mismo que hay don Juanes en el mundo que se mudan en Andreses, también podía haber don Sanchos que se mudan en otros nombres. Te hablo así porque sé que conoces de Andrés la razón por la que se ha vuelto gitano. Tú estás en este aduar gracias a mí: para compensarme por este favor no debes despertar en Andrés ninguna duda sobre sus intenciones.

Respondió Clemente que antes de la confesión abierta de Andrés, ya había adivinado que no era gitano y el motivo que le llevaba a estar allí. Y cuando oyó las palabras de Andrés, alabó su determinación, pues la extrema belleza de Preciosa merecía los mayores esfuerzos. Agradeció a Preciosa su ayuda, deseó un final feliz a sus amores y prometió ser un apoyo para Andrés.

Clemente habló con tal afecto a Preciosa, que Andrés dudaba si hablaba como enamorado o como comedido: tan infernal es la enfermedad de los celos. Pero el recato y la prudencia de Preciosa y la bondad de Clemente jamás procuraron pruebas a Andrés de traición alguna, y Andrés y Clemente fueron grandes amigos.

Una mañana se levantó el aduar y se fueron a alojar en un lugar de la jurisdicción de Murcia, dando en aquel lugar algunas prendas de plata como fianzas, como solían hacer. Clemente, Andrés, Preciosa y su abuela con otras gitanillas se alojaron en el mesón de una viuda rica. Tenía la viuda una hija de diecisiete o dieciocho años, algo más desenvuelta que hermosa, que se llamaba Juana Carducha. Esta, viendo bailar a los gitanos y gitanas, se enamoró de Andrés tan fuertemente que quiso tomarlo como marido sin importarle la opinión de sus parientes. Así, buscó la oportunidad para decírselo y la encontró en un corral donde estaba Andrés; con prisa para no ser vista le dijo:

–Andrés, yo soy doncella y rica; mi madre solo me tiene a mí, y este mesón es suyo junto a muchas otras posesiones. Me has parecido bien: si me quieres por esposa, seré tuya; quédate y verás qué vida nos damos.

–Señora –respondió Andrés, sorprendido–, yo estoy prometido para casarme, y los gitanos solo nos casamos con gitanas; guárdela Dios por el favor que quería hacerme, del cual no soy digno.

La Carducha estuvo a punto de caerse muerta con la ácida respuesta de Andrés, y no le pudo replicar porque llegaban otras gitanas. Salió avergonzada, pensando en vengarse a la primera oportunidad.

Andrés decidió huir de aquella ocasión que el diablo le ofrecía: Carducha se le iba a entregar aun sin estar casados, y no quería enfrentarse a esa situación. Pidió a todos los gitanos irse aquella noche de allí, y ellos cobraron sus fianzas y se fueron.

Carducha, al ver que Andrés se iba y sus deseos no se cumplían, decidió obligarlo a quedarse. Con gran industria, sagacidad y secreto puso entre las alhajas de Andrés unos ricos corales y otras joyas suyas. En cuanto salieron del mesón, empezó a gritar, diciendo que aquellos gitanos le habían robado sus joyas; a estas voces acudió la justicia y toda la gente del pueblo.

Los gitanos hicieron alto; todos juraban que no habían robado nada y dijeron que estaban dispuestos a abrir todos sus sacos. Pero al segundo envoltorio que miraron dijo Carducha que había visto a aquel gitano gran bailador entrar dos veces en su aposento, y que sin duda podía ser él el ladrón. Andrés entendió que se refería a él y, riéndose, dijo:

–Señora doncella, este es mi pollino; si halláis lo que os falta en él, os pagaré el doble de su valor y me someteré al castigo que la ley da a los ladrones.

Fueron los ministros de la justicia a desvalijar el pollino y enseguida descubrieron el hurto. Andrés quedó tan espantado y absorto, que parecía una estatua sin habla, de piedra dura. La Carducha, contenta, se burló de él:

–¿No sospeché yo bien? ¡Mirad con qué buena cara se encubre un ladrón tan grande!

El alcalde también lanzó mil injurias a Andrés y a todos los gitanos, llamándolos ladrones y salteadores de caminos. Entonces se acercó un soldado bizarro, sobrino del alcalde, diciendo:

–¿Veis cómo se ha quedado el gitanico podrido de hurtar? ¡Este bellaco estaría mejor en las galeras sirviendo a su Majestad, que bailando y hurtando por ahí! A fe de soldado, que le voy a dar tal bofetada que le voy a derribar a mis pies.

Y sin más ni más, alzó la mano y le dio un bofetón tal, que lo espabiló y le hizo recordar que no era Andrés Caballero sino don Juan, y caballero. Don Juan se lanzó sobre el soldado con gran cólera, le arrancó su misma espada de la vaina y se la clavó en el cuerpo, matándolo al instante.

Entonces todo el pueblo empezó a gritar, el tío alcalde se desesperó, Preciosa se desmayó y Andrés se sobresaltó al verla desmayada; acudieron todos a las armas y fueron tras el homicida. Creció la confusión, crecieron los gritos y Andrés, por acudir al desmayo de Preciosa, descuidó su defensa. Clemente no se encontraba en el lugar del desastre porque ya había salido del pueblo y finalmente fueron tantos los que se arrojaron sobre Andrés, que le prendieron y lo ataron con dos gruesas cadenas. El alcalde quería ahorcarlo allí mismo, pero no estaba en su mano y tuvo que llevarlo a Murcia, por ser de su jurisdicción.

No lo llevaron a Murcia hasta el día siguiente y, durante aquella jornada, pasó Andrés muchos martirios y vituperios que le hicieron sufrir el indignado alcalde, sus ministros y todos los del lugar. El alcalde prendió a todos los gitanos y gitanas que pudo, aunque la mayoría consiguió huir; entre los huídos estaba Clemente, que se fue temiendo ser cogido y descubierto.


Capítulo 5. De viaje Kapitel 5: Reisen Chapter 5. Traveling Kapitel 5. Resor Розділ 5. Подорож

Se hizo de día y fue Andrés a visitar al mordido y, tras comprobar que ya estaba bien, le preguntó cómo se llamaba y adónde iba tan tarde y fuera del camino la noche anterior. Contestó el hombre que se llamaba Alonso Hurtado; que iba a Nuestra Señora de la Peña de Francia a hacer un negocio, viajando de noche para ir más rápido y que se había perdido. Andrés notó que sus palabras no eran legítimas: por eso se renovaron sus sospechas y le dijo:

–Hermano, si tienes que mentir en este viaje, lo debes hacer mejor. Dices que vas a la Peña de Francia, y la dejas treinta leguas atrás; caminas de noche para llegar pronto, y vas por bosques sin caminos. Pero te pido una verdad: ¿no eres un paje que vi en la Corte, con fama de gran poeta, que hizo un soneto a una gitanilla de singular belleza? Yo imagino que estás aquí porque, enamorado de la gitanica, has venido a buscarla. Y aquí la has encontrado.

El mancebo admitió quién era y que había visto a Preciosa, pero no se había atrevido a hablarle.

–Preciosa es parienta mía –dijo Andrés–; si la quieres por esposa todos estaremos contentos y si la quieres por amiga, con tal de que tengas dinero, no te la negaremos.

El mozo respondió que llevaba cuatrocientos escudos de oro; Andrés se llevó un susto mortal, pensando que realmente quería llevarse a Preciosa, pero se tranquilizó cuando el mozo siguió hablando:

–¡Ay amigo! La fuerza que me ha traído aquí no es la del amor, sino una desgracia. Yo estaba en Madrid en casa de un noble, a quien servía como a un pariente. Su hijo, que me trataba con familiaridad y amistad grande, se enamoró de una doncella. Solo yo fui testigo de sus intentos por estar con ella y una noche, pasando los dos por su puerta, vimos arrimados a ella dos hombres. Cuando nos vieron, echaron mano a sus espadas y nosotros también; en la lucha rápidamente acabamos con ellos. Volvimos a casa, tomamos todos los dineros que pudimos y nos escondimos; luego supimos que una criada de la señora nos había denunciado a la justicia y huimos, cada uno por un camino. Yo, con este hábito de fraile, quiero ir a Sevilla y desde allí embarcarme para Italia. Esta es mi historia, buen amigo; si estos señores gitanos van a Sevilla y me llevan en su compañía, yo se lo pagaría muy bien.

Andrés fue a hablar de ello con los demás gitanos, los cuales oyendo la buena paga que ofrecía, lo acogieron enseguida y prometieron encubrirle. Solo Preciosa y la abuela eran contrarias; al final, determinaron irse a la Mancha y de allí al reino de Murcia.

Cuando el mozo supo lo que iban a hacer por él, como agradecimiento les dio cien escudos de oro; con esta dádiva quedaron contentísimos con don Sancho, que así dijo el mozo que se llamaba, aunque los gitanos se lo cambiaron en el de Clemente. No quedó contenta Preciosa con la permanencia de Clemente, y tampoco Andrés, por parecerle que había cambiado demasiado pronto de planes. Para tenerlo vigilado, Andrés convirtió a Clemente en su camarada.

Dejaron los gitanos Extremadura y un mes y medio después llegaron al reino de Murcia. En todas las aldeas que pasaban había desafíos de pelota, de esgrima, de correr, de saltar y de otros ejercicios de fuerza, maña y ligereza, y siempre salían vencedores Andrés y Clemente. En todo este tiempo nunca se vieron Clemente y Preciosa hasta que un día, estando juntos Andrés y ella, lo llamaron y Preciosa le dijo:

–Desde la primera vez que llegaste a nuestro aduar te conocí, Clemente, y recordé los versos que me diste en Madrid. No te dije nada porque no sabía cuáles eran tus intenciones y cuando supe tu desgracia me pesó en el alma y me tranquilicé también: yo temía que lo mismo que hay don Juanes en el mundo que se mudan en Andreses, también podía haber don Sanchos que se mudan en otros nombres. Te hablo así porque sé que conoces de Andrés la razón por la que se ha vuelto gitano. Tú estás en este aduar gracias a mí: para compensarme por este favor no debes despertar en Andrés ninguna duda sobre sus intenciones.

Respondió Clemente que antes de la confesión abierta de Andrés, ya había adivinado que no era gitano y el motivo que le llevaba a estar allí. Y cuando oyó las palabras de Andrés, alabó su determinación, pues la extrema belleza de Preciosa merecía los mayores esfuerzos. Agradeció a Preciosa su ayuda, deseó un final feliz a sus amores y prometió ser un apoyo para Andrés.

Clemente habló con tal afecto a Preciosa, que Andrés dudaba si hablaba como enamorado o como comedido: tan infernal es la enfermedad de los celos. Pero el recato y la prudencia de Preciosa y la bondad de Clemente jamás procuraron pruebas a Andrés de traición alguna, y Andrés y Clemente fueron grandes amigos.

Una mañana se levantó el aduar y se fueron a alojar en un lugar de la jurisdicción de Murcia, dando en aquel lugar algunas prendas de plata como fianzas, como solían hacer. Clemente, Andrés, Preciosa y su abuela con otras gitanillas se alojaron en el mesón de una viuda rica. Tenía la viuda una hija de diecisiete o dieciocho años, algo más desenvuelta que hermosa, que se llamaba Juana Carducha. Esta, viendo bailar a los gitanos y gitanas, se enamoró de Andrés tan fuertemente que quiso tomarlo como marido sin importarle la opinión de sus parientes. Así, buscó la oportunidad para decírselo y la encontró en un corral donde estaba Andrés; con prisa para no ser vista le dijo:

–Andrés, yo soy doncella y rica; mi madre solo me tiene a mí, y este mesón es suyo junto a muchas otras posesiones. Me has parecido bien: si me quieres por esposa, seré tuya; quédate y verás qué vida nos damos.

–Señora –respondió Andrés, sorprendido–, yo estoy prometido para casarme, y los gitanos solo nos casamos con gitanas; guárdela Dios por el favor que quería hacerme, del cual no soy digno.

La Carducha estuvo a punto de caerse muerta con la ácida respuesta de Andrés, y no le pudo replicar porque llegaban otras gitanas. Salió avergonzada, pensando en vengarse a la primera oportunidad.

Andrés decidió huir de aquella ocasión que el diablo le ofrecía: Carducha se le iba a entregar aun sin estar casados, y no quería enfrentarse a esa situación. Pidió a todos los gitanos irse aquella noche de allí, y ellos cobraron sus fianzas y se fueron.

Carducha, al ver que Andrés se iba y sus deseos no se cumplían, decidió obligarlo a quedarse. Con gran industria, sagacidad y secreto puso entre las alhajas de Andrés unos ricos corales y otras joyas suyas. En cuanto salieron del mesón, empezó a gritar, diciendo que aquellos gitanos le habían robado sus joyas; a estas voces acudió la justicia y toda la gente del pueblo. As soon as they left the inn, she began to shout, saying that those gypsies had stolen her jewels; to these voices came the justice and all the people of the town.

Los gitanos hicieron alto; todos juraban que no habían robado nada y dijeron que estaban dispuestos a abrir todos sus sacos. Pero al segundo envoltorio que miraron dijo Carducha que había visto a aquel gitano gran bailador entrar dos veces en su aposento, y que sin duda podía ser él el ladrón. Andrés entendió que se refería a él y, riéndose, dijo:

–Señora doncella, este es mi pollino; si halláis lo que os falta en él, os pagaré el doble de su valor y me someteré al castigo que la ley da a los ladrones.

Fueron los ministros de la justicia a desvalijar el pollino y enseguida descubrieron el hurto. Andrés quedó tan espantado y absorto, que parecía una estatua sin habla, de piedra dura. La Carducha, contenta, se burló de él:

–¿No sospeché yo bien? ¡Mirad con qué buena cara se encubre un ladrón tan grande!

El alcalde también lanzó mil injurias a Andrés y a todos los gitanos, llamándolos ladrones y salteadores de caminos. Entonces se acercó un soldado bizarro, sobrino del alcalde, diciendo:

–¿Veis cómo se ha quedado el gitanico podrido de hurtar? -Do you see how the gypsy has become rotten from stealing? ¡Este bellaco estaría mejor en las galeras sirviendo a su Majestad, que bailando y hurtando por ahí! A fe de soldado, que le voy a dar tal bofetada que le voy a derribar a mis pies. As a soldier, I'm going to give him such a slap that I'll knock him down at my feet.

Y sin más ni más, alzó la mano y le dio un bofetón tal, que lo espabiló y le hizo recordar que no era Andrés Caballero sino don Juan, y caballero. Don Juan se lanzó sobre el soldado con gran cólera, le arrancó su misma espada de la vaina y se la clavó en el cuerpo, matándolo al instante.

Entonces todo el pueblo empezó a gritar, el tío alcalde se desesperó, Preciosa se desmayó y Andrés se sobresaltó al verla desmayada; acudieron todos a las armas y fueron tras el homicida. Creció la confusión, crecieron los gritos y Andrés, por acudir al desmayo de Preciosa, descuidó su defensa. The confusion grew, the screams increased and Andres, in order to attend to Preciosa's fainting, neglected to defend her. Clemente no se encontraba en el lugar del desastre porque ya había salido del pueblo y finalmente fueron tantos los que se arrojaron sobre Andrés, que le prendieron y lo ataron con dos gruesas cadenas. Clemente was not at the scene of the disaster because he had already left town, and finally so many people threw themselves on Andrés that they seized him and bound him with two thick chains. El alcalde quería ahorcarlo allí mismo, pero no estaba en su mano y tuvo que llevarlo a Murcia, por ser de su jurisdicción.

No lo llevaron a Murcia hasta el día siguiente y, durante aquella jornada, pasó Andrés muchos martirios y vituperios que le hicieron sufrir el indignado alcalde, sus ministros y todos los del lugar. El alcalde prendió a todos los gitanos y gitanas que pudo, aunque la mayoría consiguió huir; entre los huídos estaba Clemente, que se fue temiendo ser cogido y descubierto.