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La Gitanilla (Graded Reader), Capítulo 4. Los gitanos

Capítulo 4. Los gitanos

Una mañana Andrés Caballero, solo y sobre una mula de alquiler, apareció en el lugar de su primer encuentro con Preciosa, y allí estaban esperándole ella y su abuela. Fueron al rancho todos juntos y allí llegaron al poco rato; Andrés entró en la mayor barraca del rancho y fueron a verlo diez o doce gallardos gitanos que conocían su secreto. Enseguida vieron la mula, y uno de ellos dijo:

–Esta se podrá vender el jueves en Toledo.

–Eso no –dijo Andrés–, una mula de alquiler la conocen todos los mozos de mulas. Hay que matar esta mula y enterrarla, que temo ser descubierto.

Estuvieron de acuerdo los gitanos, y en seguida hicieron las ceremonias para convertir a Andrés en gitano. Adornaron un rancho de los mejores con ramos y al son de dos guitarras que tocaban dos gitanos, le hicieron dar a Andrés dos cabriolas. Todos quedaron contentos de cómo se comportaba y de su gallardía.

Luego, un gitano viejo tomó por mano a Preciosa y dijo a Andrés:

–Te entregamos a la gitana más hermosa, puedes hacer lo que quieras de ella; mírala bien, que si en ella ves defectos y prefieres a otra de las doncellas que aquí hay, te la daremos. Pero debes saber que cuando escoges a una mujer, ya no puedes dejarla por otra ni debes desear a la de otro. Nosotros vivimos libres de la pestilencia de los celos, aquí no hay adulterio porque somos jueces y verdugos de nuestras esposas. Con este temor de ser castigadas ellas son castas y nosotros vivimos seguros. Con estas y otras leyes nos conservamos alegres: somos señores de los campos, de las fuentes y de los ríos. Los montes nos regalan leña; los árboles, frutas; las viñas, uvas; los ríos, peces y los vedados, caza; las peñas, sombra y las cuevas, casas. No nos dan miedo los barrancos ni los muros, y no nos desaniman ni la tortura ni la horca. Somos rápidos como el ave de rapiña para lanzarnos sobre las ocasiones que encontramos en el camino: de día trabajamos y de noche hurtamos. Para nosotros estas humildes barracas son suntuosos palacios, y los verdes prados y nevadas cumbres de la naturaleza son cuadros de Flandes. El sol y las estrellas nos dicen qué hora es y estamos contentos con sol y con hielo, con esterilidad y con abundancia. Te digo todo esto para avisarte de la vida a que has venido.

Andrés contestó que renunciaba con gusto a su profesión de caballero y a su ilustre linaje para tener a la hermosa gitanilla. A todo esto respondió Preciosa:

–Estos señores han decidido por sus leyes que soy tuya; pero yo he decidido por la ley de mi voluntad, que es la más fuerte de todas, que no quiero serlo si no es con las condiciones que hemos concertado. Primero debes vivir con nosotros dos años. Si no quieres, puedes irte: coge tu mula, tus vestidos y tu dinero. Estos señores pueden entregarte mi cuerpo, pero no mi alma, que es libre y será libre para siempre. No me enfadaré si te vas, porque creo que el amor es impetuoso pero termina cuando se encuentra con la razón o el desengaño. Esta hermosura mía que tanto estimas a primera vista, ¿no te parecerá falsa si la tienes cerca? Los amantes juran cualquier cosa con tal de conseguir su deseo, así que yo no quiero juramentos ni promesas, sino hechos. Por eso te doy dos años de tiempo, así puedes estar seguro de tus sentimientos. Yo no me rijo por la insolente costumbre que estos parientes tienen, que dejan a las mujeres o las castigan cuando quieren.

Una mañana Andrés Caballero, solo y sobre una mula de alquiler, apareció en el lugar de su primer encuentro con Preciosa, y allí estaban esperándole ella y su abuela. Fueron al rancho todos juntos y allí llegaron al poco rato; Andrés entró en la mayor barraca del rancho y fueron a verlo diez o doce gallardos gitanos que conocían su secreto. Enseguida vieron la mula, y uno de ellos dijo:

–Esta se podrá vender el jueves en Toledo.

–Eso no –dijo Andrés–, una mula de alquiler la conocen todos los mozos de mulas. Hay que matar esta mula y enterrarla, que temo ser descubierto.

Estuvieron de acuerdo los gitanos, y en seguida hicieron las ceremonias para convertir a Andrés en gitano. Adornaron un rancho de los mejores con ramos y al son de dos guitarras que tocaban dos gitanos, le hicieron dar a Andrés dos cabriolas. Todos quedaron contentos de cómo se comportaba y de su gallardía.

Luego, un gitano viejo tomó por mano a Preciosa y dijo a Andrés:

–Te entregamos a la gitana más hermosa, puedes hacer lo que quieras de ella; mírala bien, que si en ella ves defectos y prefieres a otra de las doncellas que aquí hay, te la daremos. Pero debes saber que cuando escoges a una mujer, ya no puedes dejarla por otra ni debes desear a la de otro. Nosotros vivimos libres de la pestilencia de los celos, aquí no hay adulterio porque somos jueces y verdugos de nuestras esposas. Con este temor de ser castigadas ellas son castas y nosotros vivimos seguros. Con estas y otras leyes nos conservamos alegres: somos señores de los campos, de las fuentes y de los ríos. Los montes nos regalan leña; los árboles, frutas; las viñas, uvas; los ríos, peces y los vedados, caza; las peñas, sombra y las cuevas, casas. No nos dan miedo los barrancos ni los muros, y no nos desaniman ni la tortura ni la horca. Somos rápidos como el ave de rapiña para lanzarnos sobre las ocasiones que encontramos en el camino: de día trabajamos y de noche hurtamos. Para nosotros estas humildes barracas son suntuosos palacios, y los verdes prados y nevadas cumbres de la naturaleza son cuadros de Flandes. El sol y las estrellas nos dicen qué hora es y estamos contentos con sol y con hielo, con esterilidad y con abundancia. Te digo todo esto para avisarte de la vida a que has venido.

Andrés contestó que renunciaba con gusto a su profesión de caballero y a su ilustre linaje para tener a la hermosa gitanilla. A todo esto respondió Preciosa:

–Estos señores han decidido por sus leyes que soy tuya; pero yo he decidido por la ley de mi voluntad, que es la más fuerte de todas, que no quiero serlo si no es con las condiciones que hemos concertado. Primero debes vivir con nosotros dos años. Si no quieres, puedes irte: coge tu mula, tus vestidos y tu dinero. Estos señores pueden entregarte mi cuerpo, pero no mi alma, que es libre y será libre para siempre. No me enfadaré si te vas, porque creo que el amor es impetuoso pero termina cuando se encuentra con la razón o el desengaño. Esta hermosura mía que tanto estimas a primera vista, ¿no te parecerá falsa si la tienes cerca? Los amantes juran cualquier cosa con tal de conseguir su deseo, así que yo no quiero juramentos ni promesas, sino hechos. Por eso te doy dos años de tiempo, así puedes estar seguro de tus sentimientos. Yo no me rijo por la insolente costumbre que estos parientes tienen, que dejan a las mujeres o las castigan cuando quieren.

–Tienes razón, Preciosa –dijo Andrés–, así será.

Solo pido una cosa a mis compañeros, y es tener paciencia porque no sé robar y necesito muchas lecciones antes de aprender.

–Calla, hijo –replicó el viejo–, que te vamos a enseñar muy bien el oficio y te gustará tanto como a nosotros.

Unos días después levantaron el rancho y se fueron a una aldea a dos leguas de Toledo, donde se asentaron. Dieron unas prendas de plata al alcalde del pueblo como fianza de que no iban a robar nada allí. Hecho esto, se esparcieron todos los gitanos y gitanas por los alrededores y Andrés tuvo sus primeras lecciones de ladrón, pero no dieron provecho: con cada hurto que hacían sus compañeros, él pagaba con su dinero a las víctimas, conmovido por sus lágrimas. Como esto disgustaba a los gitanos, decidió irse a robar él solo: así podía comprar cosas con su dinero y luego decir que las había robado. Con este truco traía más beneficios que los demás, y Preciosa estaba contenta de su hábil ladrón.

Se fueron luego a Extremadura, tierra rica y caliente. Andrés tenía una gran fama, pues siempre ganaba en las apuestas de corredor, jugaba a los bolos y a la pelota mejor que nadie y tiraba la barra con mucha fuerza. También la fama de Preciosa volaba y los llamaban a todas las fiestas para entretenerlas; de esta forma el aduar era próspero y los amantes felices.

Una noche que tenían el aduar en un bosque de encinas, oyeron ladrar sus perros más de lo normal; salieron Andrés y otros gitanos a ver qué pasaba y vieron a un hombre vestido de blanco, a quien los perros mordían en una pierna. Corrieron los gitanos a liberarlo de los perros y le preguntaron qué estaba haciendo allí. El mordido aseguró que no iba a robar, que estaba perdido y que necesitaba un lugar donde curarse de las heridas de los perros.

–Para curar vuestras heridas y alojaros esta noche no os faltará comodidad en nuestro rancho –dijo Andrés.

A la luz de la luna vieron que el hombre era mozo de gentil rostro y talle, y venía vestido de lienzo blanco. Lo llevaron a la barraca de Andrés y acudió la abuela de Preciosa a curarlo. Mientras lo hacía, estaba Preciosa presente y vio Andrés que ella y el herido se miraban con mucha atención, pero pensó que era debido a la belleza de su enamorada.

Cuando lo dejaron durmiendo, Preciosa llamó a Andrés y le dijo:

–¿Recuerdas el papel que se me cayó en tu casa con un soneto? Pues el que lo hizo es ese mozo mordido. Era paje y no de los ordinarios; es discreto y honesto. ¿Qué estará haciendo aquí?

–Está aquí –respondió Andrés– por la misma razón que a mí me ha hecho gitano. ¡Ah, cómo se ve que te quieres preciar de tener más de un enamorado!

Preciosa se ofendió por estas palabras. ¿Cómo podía dudar de ella con tanta facilidad? ¿Acaso no podía ella callar y encubrir a aquel mozo si había algún engaño o artificio?

–Calla, Andrés, y mañana averigua adónde va o a lo que viene. Luego despídele y haz que se vaya. Mira que los celos no dejan el entendimiento libre para juzgar las cosas como ellas son. Los celosos miran con anteojos que hacen ver los enanos, gigantes y las sospechas, verdades.

Así lo prometió Andrés, y se despidieron hasta el día siguiente.


Capítulo 4. Los gitanos Kapitel 4: Die Zigeuner Chapter 4. Gypsies Kapitel 4. Zigenarna Розділ 4. Цигани

Una mañana Andrés Caballero, solo y sobre una mula de alquiler, apareció en el lugar de su primer encuentro con Preciosa, y allí estaban esperándole ella y su abuela. Fueron al rancho todos juntos y allí llegaron al poco rato; Andrés entró en la mayor barraca del rancho y fueron a verlo diez o doce gallardos gitanos que conocían su secreto. Enseguida vieron la mula, y uno de ellos dijo:

–Esta se podrá vender el jueves en Toledo.

–Eso no –dijo Andrés–, una mula de alquiler la conocen todos los mozos de mulas. Hay que matar esta mula y enterrarla, que temo ser descubierto.

Estuvieron de acuerdo los gitanos, y en seguida hicieron las ceremonias para convertir a Andrés en gitano. Adornaron un rancho de los mejores con ramos y al son de dos guitarras que tocaban dos gitanos, le hicieron dar a Andrés dos cabriolas. Todos quedaron contentos de cómo se comportaba y de su gallardía.

Luego, un gitano viejo tomó por mano a Preciosa y dijo a Andrés:

–Te entregamos a la gitana más hermosa, puedes hacer lo que quieras de ella; mírala bien, que si en ella ves defectos y prefieres a otra de las doncellas que aquí hay, te la daremos. Pero debes saber que cuando escoges a una mujer, ya no puedes dejarla por otra ni debes desear a la de otro. Nosotros vivimos libres de la pestilencia de los celos, aquí no hay adulterio porque somos jueces y verdugos de nuestras esposas. Con este temor de ser castigadas ellas son castas y nosotros vivimos seguros. Con estas y otras leyes nos conservamos alegres: somos señores de los campos, de las fuentes y de los ríos. Los montes nos regalan leña; los árboles, frutas; las viñas, uvas; los ríos, peces y los vedados, caza; las peñas, sombra y las cuevas, casas. No nos dan miedo los barrancos ni los muros, y no nos desaniman ni la tortura ni la horca. Somos rápidos como el ave de rapiña para lanzarnos sobre las ocasiones que encontramos en el camino: de día trabajamos y de noche hurtamos. Para nosotros estas humildes barracas son suntuosos palacios, y los verdes prados y nevadas cumbres de la naturaleza son cuadros de Flandes. El sol y las estrellas nos dicen qué hora es y estamos contentos con sol y con hielo, con esterilidad y con abundancia. Te digo todo esto para avisarte de la vida a que has venido.

Andrés contestó que renunciaba con gusto a su profesión de caballero y a su ilustre linaje para tener a la hermosa gitanilla. A todo esto respondió Preciosa:

–Estos señores han decidido por sus leyes que soy tuya; pero yo he decidido por la ley de mi voluntad, que es la más fuerte de todas, que no quiero serlo si no es con las condiciones que hemos concertado. Primero debes vivir con nosotros dos años. Si no quieres, puedes irte: coge tu mula, tus vestidos y tu dinero. Estos señores pueden entregarte mi cuerpo, pero no mi alma, que es libre y será libre para siempre. No me enfadaré si te vas, porque creo que el amor es impetuoso pero termina cuando se encuentra con la razón o el desengaño. Esta hermosura mía que tanto estimas a primera vista, ¿no te parecerá falsa si la tienes cerca? Los amantes juran cualquier cosa con tal de conseguir su deseo, así que yo no quiero juramentos ni promesas, sino hechos. Por eso te doy dos años de tiempo, así puedes estar seguro de tus sentimientos. Yo no me rijo por la insolente costumbre que estos parientes tienen, que dejan a las mujeres o las castigan cuando quieren.

Una mañana Andrés Caballero, solo y sobre una mula de alquiler, apareció en el lugar de su primer encuentro con Preciosa, y allí estaban esperándole ella y su abuela. Fueron al rancho todos juntos y allí llegaron al poco rato; Andrés entró en la mayor barraca del rancho y fueron a verlo diez o doce gallardos gitanos que conocían su secreto. Enseguida vieron la mula, y uno de ellos dijo:

–Esta se podrá vender el jueves en Toledo.

–Eso no –dijo Andrés–, una mula de alquiler la conocen todos los mozos de mulas. Hay que matar esta mula y enterrarla, que temo ser descubierto.

Estuvieron de acuerdo los gitanos, y en seguida hicieron las ceremonias para convertir a Andrés en gitano. Adornaron un rancho de los mejores con ramos y al son de dos guitarras que tocaban dos gitanos, le hicieron dar a Andrés dos cabriolas. Todos quedaron contentos de cómo se comportaba y de su gallardía.

Luego, un gitano viejo tomó por mano a Preciosa y dijo a Andrés:

–Te entregamos a la gitana más hermosa, puedes hacer lo que quieras de ella; mírala bien, que si en ella ves defectos y prefieres a otra de las doncellas que aquí hay, te la daremos. Pero debes saber que cuando escoges a una mujer, ya no puedes dejarla por otra ni debes desear a la de otro. Nosotros vivimos libres de la pestilencia de los celos, aquí no hay adulterio porque somos jueces y verdugos de nuestras esposas. Con este temor de ser castigadas ellas son castas y nosotros vivimos seguros. Con estas y otras leyes nos conservamos alegres: somos señores de los campos, de las fuentes y de los ríos. Los montes nos regalan leña; los árboles, frutas; las viñas, uvas; los ríos, peces y los vedados, caza; las peñas, sombra y las cuevas, casas. No nos dan miedo los barrancos ni los muros, y no nos desaniman ni la tortura ni la horca. Somos rápidos como el ave de rapiña para lanzarnos sobre las ocasiones que encontramos en el camino: de día trabajamos y de noche hurtamos. Para nosotros estas humildes barracas son suntuosos palacios, y los verdes prados y nevadas cumbres de la naturaleza son cuadros de Flandes. El sol y las estrellas nos dicen qué hora es y estamos contentos con sol y con hielo, con esterilidad y con abundancia. Te digo todo esto para avisarte de la vida a que has venido.

Andrés contestó que renunciaba con gusto a su profesión de caballero y a su ilustre linaje para tener a la hermosa gitanilla. A todo esto respondió Preciosa:

–Estos señores han decidido por sus leyes que soy tuya; pero yo he decidido por la ley de mi voluntad, que es la más fuerte de todas, que no quiero serlo si no es con las condiciones que hemos concertado. Primero debes vivir con nosotros dos años. Si no quieres, puedes irte: coge tu mula, tus vestidos y tu dinero. Estos señores pueden entregarte mi cuerpo, pero no mi alma, que es libre y será libre para siempre. No me enfadaré si te vas, porque creo que el amor es impetuoso pero termina cuando se encuentra con la razón o el desengaño. Esta hermosura mía que tanto estimas a primera vista, ¿no te parecerá falsa si la tienes cerca? Los amantes juran cualquier cosa con tal de conseguir su deseo, así que yo no quiero juramentos ni promesas, sino hechos. Por eso te doy dos años de tiempo, así puedes estar seguro de tus sentimientos. Yo no me rijo por la insolente costumbre que estos parientes tienen, que dejan a las mujeres o las castigan cuando quieren.

–Tienes razón, Preciosa –dijo Andrés–, así será.

Solo pido una cosa a mis compañeros, y es tener paciencia porque no sé robar y necesito muchas lecciones antes de aprender.

–Calla, hijo –replicó el viejo–, que te vamos a enseñar muy bien el oficio y te gustará tanto como a nosotros.

Unos días después levantaron el rancho y se fueron a una aldea a dos leguas de Toledo, donde se asentaron. Dieron unas prendas de plata al alcalde del pueblo como fianza de que no iban a robar nada allí. Hecho esto, se esparcieron todos los gitanos y gitanas por los alrededores y Andrés tuvo sus primeras lecciones de ladrón, pero no dieron provecho: con cada hurto que hacían sus compañeros, él pagaba con su dinero a las víctimas, conmovido por sus lágrimas. Como esto disgustaba a los gitanos, decidió irse a robar él solo: así podía comprar cosas con su dinero y luego decir que las había robado. Con este truco traía más beneficios que los demás, y Preciosa estaba contenta de su hábil ladrón.

Se fueron luego a Extremadura, tierra rica y caliente. Andrés tenía una gran fama, pues siempre ganaba en las apuestas de corredor, jugaba a los bolos y a la pelota mejor que nadie y tiraba la barra con mucha fuerza. También la fama de Preciosa volaba y los llamaban a todas las fiestas para entretenerlas; de esta forma el aduar era próspero y los amantes felices.

Una noche que tenían el aduar en un bosque de encinas, oyeron ladrar sus perros más de lo normal; salieron Andrés y otros gitanos a ver qué pasaba y vieron a un hombre vestido de blanco, a quien los perros mordían en una pierna. Corrieron los gitanos a liberarlo de los perros y le preguntaron qué estaba haciendo allí. El mordido aseguró que no iba a robar, que estaba perdido y que necesitaba un lugar donde curarse de las heridas de los perros.

–Para curar vuestras heridas y alojaros esta noche no os faltará comodidad en nuestro rancho –dijo Andrés.

A la luz de la luna vieron que el hombre era mozo de gentil rostro y talle, y venía vestido de lienzo blanco. Lo llevaron a la barraca de Andrés y acudió la abuela de Preciosa a curarlo. Mientras lo hacía, estaba Preciosa presente y vio Andrés que ella y el herido se miraban con mucha atención, pero pensó que era debido a la belleza de su enamorada.

Cuando lo dejaron durmiendo, Preciosa llamó a Andrés y le dijo:

–¿Recuerdas el papel que se me cayó en tu casa con un soneto? Pues el que lo hizo es ese mozo mordido. Era paje y no de los ordinarios; es discreto y honesto. ¿Qué estará haciendo aquí?

–Está aquí –respondió Andrés– por la misma razón que a mí me ha hecho gitano. ¡Ah, cómo se ve que te quieres preciar de tener más de un enamorado!

Preciosa se ofendió por estas palabras. ¿Cómo podía dudar de ella con tanta facilidad? ¿Acaso no podía ella callar y encubrir a aquel mozo si había algún engaño o artificio?

–Calla, Andrés, y mañana averigua adónde va o a lo que viene. Luego despídele y haz que se vaya. Mira que los celos no dejan el entendimiento libre para juzgar las cosas como ellas son. Los celosos miran con anteojos que hacen ver los enanos, gigantes y las sospechas, verdades.

Así lo prometió Andrés, y se despidieron hasta el día siguiente.