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Sherlock Holmes - El carbunclo azul, El carbunclo azul - 03

El carbunclo azul - 03

El comisionista se dejó caer en una silla, y sus miradas pasaban de mi amigo a mi y viceversa.

—Esa es la gratificación y tengo razones para saber que hay, además, motivos sentimentales que inducirían a la condesa a dar la mitad de su fortuna para recuperar la piedra.

—La perdió, si recuerdo bien, en el Hotel Cosmopolita—dije.

—Eso es, el 22 de Diciembre, hace cinco días. Se acusa a un plomero llamado Juan Horner, de haberla substraído del cofre de joyas de la condesa. Las pruebas en su contra parecen tan convincentes, que se le ha enviado ante los Assises. Creo que aquí tengo un resumen del asunto.

Revolvió los periódicos mirando las fechas, hasta que por fin sacó del montón uno, lo desdobló y leyó:

«El robo de una joya en el Hotel Cosmopolita, Juan Horner, 26 años, plomero, compareció acusado de haber, el 22 del presente, substraído del cofre de joyas de la condesa de Morcar la valiosa piedra conocida por el carbunclo azul. Jaime Ryder, mayordomo del hotel, declaró que lo había conducido al cuarto de vestirse de la condesa el día del robo, para que soldara la segunda barra de la estufa que estaba floja. Se había quedado un rato con Horner, pero después lo habían llamado afuera. Al volver se encontró con que Horner había desaparecido, que el escritorio había sido forzado y que el pequeño estuche de marroquí en que, según se supo después, la condesa acostumbraba guardar el carbunclo, estaba abierto en la mesa. Ryder dió parte inmediatamente y Horner fue arrestado esa misma noche; pero no fue posible hallar la piedra en su persona ni en sus habitaciones. Catalina Cussack, doncella de la condesa, declaró que había oído el grito lanzado por Ryder al descubrir el robo y se había precipitado al cuarto, donde había encontrado las cosas como las ha descripto el anterior testigo. El inspector Bradstreet, del distrito B, declaró que Horner al ser arrestado, se resistió vigorosamente y protestó su inocencia en términos violentos. Estando probado que el preso ha sido condenado antes por robo, el juez se negó a resolver sumariamente el asunto y decidió pasarlo a los Assises. Horner, que había mostrado señales de intensa emoción durante el acto, se desmayó al oír la decisión del juez y hubo que sacarlo en brazos.»

—¡Hum! Esto, por la parte del tribunal de policía—dijo Holmes tirando a un lado el periódico. —La cuestión que tenemos que resolver ahora es la secuela de acontecimientos que tienen por punto de partida un estuche de joyas saqueado, y por término el buche de un ganso en la Avenida Tottenham. Ya ve usted, Watson, que nuestras pequeñas deducciones han asumido repentinamente una importancia mucho mayor y un aspecto mucho menos inocente. Aquí está la piedra, la piedra viene del ganso, y el ganso vino del señor Enrique Baker, el caballero del sombrero viejo y de los rasgos característicos que ya he descripto a usted. Así, pues, ahora debemos dedicarnos muy seriamente a encontrar a ese caballero, y a averiguar el papel que ha desempeñado en este pequeño misterio. Para ello, debemos ensayar primero los medios más sencillos, y el primero de éstos es un aviso en todos los diarios de la tarde. Si él nos falla, recurriremos a otros métodos.

—¿Qué va usted a decir?

—Déme usted un lápiz y esa hoja de papel. Ahora: «Encontrados en la esquina de la calle Goodge, un ganso y un sombrero negro de fieltro. El señor Enrique Baker podrá recuperarlos si se presenta esta tarde a las 6.30 en la casa 221 B de la calle Baker.» ¿No es esto claro y conciso?

—Mucho. Pero ¿lo verá él?

—Pues yo creo que no dejará de echar diariamente una ojeada a los avisos de los diarios, toda vez que es pobre y la pérdida que ha sufrido tiene que afectarle. Tanto lo asustó la desgracia que tuvo de romper la vidriera y la presencia de Peterson, que no pensó en otra cosa que en la fuga; pero desde entonces debe haber sentido amargamente el impulso que le hizo soltar el ganso. Por otra parte, la mención de su nombre en el aviso hará que no lo pase inadvertido, pues si él no lo ve, cualquiera de sus conocidos que lo lea le avisará. Tome usted, Peterson, corra usted a la agencia de avisos y haga usted poner esto en los diarios de la tarde.

—¿En cuáles, señor?

—Oh! En el Globe, Star, Pall Mall, Saint James' Gazette, Evening News, Standard, Echo y los demás que se le ocurran a usted.

—Muy bien, señor; ¿y la piedra?

—¡Ah, si! Yo me quedo con la piedra. Gracias. Y, oiga usted, Peterson: al volver compre usted un ganso y déjemelo usted aquí, porque necesitamos tener un ganso para darlo al caballero, en cambio del que la familia de usted devora en este momento.

Cuando el comisionista se hubo marchado, Holmes tomó la piedra y la puso contra la luz.

—¡Qué espléndida cosa!—dijo.—Mire usted un poco cómo brilla y chispea. Por supuesto, es un núcleo y un foco de crimen: toda piedra preciosa de gran valor lo es. Las piedras preciosas son el arma favorita del diablo. En las joyas más grandes y más valiosas, cada faceta podría marcarse con un hecho sangriento. Esta piedra no tiene más de veinte años. Se la encontró en las orillas del rio Amoy, en el sur de China, y es notable porque tiene todos los caracteres del carbunclo, salvo el color, que en vez de ser rojo de rubi, es azul. No obstante su juventud tiene ya una historia siniestra. Ha habido por su causa dos asesinatos, una persona ha arrojado vitriolo a otra, otra se ha suicidado y varias han sido arrestadas por robo; todo por este pedazo de carbón cristalizado que no pesa más de 40 gramos. ¿Quién diría que un juguete tan lindo podría ser un proveedor de las cárceles y del presidio? Voy a encerrarlo ahora en mi cofre de hierro y a escribir una línea a la condesa para que sepa que lo tenemos.

—¿Cree usted que ese Horner es inocente?

—No podría decirlo.

—Bueno. Entonces ¿se imagina usted que el otro, Enrique Baker, tenga algo que hacer con el asunto?

—Lo más probable me parece a mí que Enrique Baker sea del todo inocente, que no tuviera la menor idea de que el ave que llevaba en sus manos era muchísimo más valiosa que si hubiera sido de oro macizo.

Eso, sin embargo, lo veré en una prueba muy simple, si tenemos una respuesta a nuestro aviso.

—¿Y hasta entonces nada puede usted hacer?

—Nada.

—En ese caso, voy a continuar mis visitas a mis enfermos; pero volveré esta noche a la hora que ha señalado usted, porque deseo ver la solución de un asunto tan intrincado.

—Tendré mucho gusto de verle a usted de vuelta. Comeremos a las 7. Creo que tenemos una gallina montaraz. A propósito: en atención a lo que ha sucedido, voy a encargar a la cocinera que examine el buche.

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