La faja atigrada - 06
Saltamos del coche al suelo, pagamos al cochero, y éste emprendió el regreso a Leatherhead.
—He creído conveniente—dijo Holmes, al saltar el vallado, —hacer creer al cochero que hemos venido como arquitectos, por un asunto de nuestra profesión : eso evitará chismes. Buenas tardes, señorita Stoner. Ya ve usted que hemos cumplido con nuestra palabra.
Nuestra nueva parroquiana había salido apresuradamente a nuestro encuentro con una cara que revelaba su gozo.
—¡Los esperaba con tanta ansiedad!—exclamó, estrechándonos calurosamente las manos.
—Todo se presenta a pedir de boca, el doctor Roylott ha ido a la ciudad y no es creíble que vuelva antes de la noche.
—Hemos tenido el placer de recibir la visita del doctor Roylott—le contestó Holmes y en pocas palabras le explicó lo que había ocurrido.
La señorita Stoner palideció hasta los labios al oír lo que decía Holmes.
—¡Santo cielo! —exclamó.—Entonces ¡me había seguido!
—Así parece.
—Es tan astuto y disimulado que nunca sé cuando estoy libre de él. ¿Qué me dirá cuando vuelva?
—Se guardará de decir nada, porque debe comprender que ahora le sigue el rastro a alguien más astuto que él. Esta noche, encierre se usted en su cuarto y procure no verle. Y si la trata usted con violencia, nosotros la llevaremos a Harrow, a la casa de su tía. Ahora necesitamos emplear nuestro tiempo lo mejor que sea posible, de modo que la ruego nos conduzca a usted a las habitaciones que tenemos que examinar.
El edificio, construido de piedra gris, Manchado de liquen, se componía de un cuerpo central de techos elevados y dos alas curvas que salían a un lado y otro, como las garras de un cangrejo. En una de esas alas, las ventanas estaban rotas y los agujeros tapados con tiras de tabla. El techo estaba en parte deshecho también, y toda esa porción de la casa presentaba un cuadro de ruina. La porción central no parecía en mucho mejor estado, pero el ala de la derecha era relativamente moderna, y las celosías de las ventanas y el humo azul que se elevaba de las chimeneas indicaba que allí era donde vivía la familia. Contra la última pared había sido erigido un andamio, y la pared estaba agujereada en varios sitios, pero en ese momento no se veía a ningún obrero. Holmes iba y venía lentamente por el mal cuidado césped y examinaba con profunda atención en el exterior de las ventanas.
—¿Esta, supongo, pertenece al cuarto en que usted dormía, la del centro al de la hermana de usted y la más cercana al otro edificio al cuarto del doctor?
—Así es, exactamente. Pero ahora duermo en la de en medio.
—Mientras duran las reparaciones según entiendo. A propósito: ¿parece que no hay una necesidad muy urgente de que terminen las reparaciones de la última pared?
—No había necesidad de reparación alguna. Yo creo que solo ha sido un pretexto para hacerme salir de mi cuarto.
—¡Ah! Eso tiene gran valor. Ahora, al otro lado de esta ala estrecha se extiende el corredor al cual se abren estos tres cuartos. ¿Por supuesto que hay ventanas en él?
—Sí, pero muy pequeñas, demasiado angostas para que nadie pueda pasar por ellas.
—Como usted y su hermana se encerraban con llave por la noche, no era posible entrar en los cuartos por allí. Ahora, ¿quiere usted tener la bondad de entrar en su cuarto y cerrar bien las ventanas?
La señorita Stoner hizo lo que se le decía, y Holmes, después de un minucioso examen de la ventana abierta, trató por todos los medios de abrirla que acababa ella de cerrar, pero no lo consiguió. No había rendija alguna por donde pudiera pasar un cuchillo para levantar la falleba. Después, con su lente, observó los goznes, pero estos eran hierro macizo, enclavados firmemente en la dura pared.
—¡Hum!—dijo, rascándose la barba con alguna perplejidad. —Mi teoría presenta ciertamente algunas dificultades. Nadie podría pasar por estas ventanas una vez cerradas. Bueno, ahora vamos a ver si la parte interior arroja alguna luz en el asunto.
Una pequeña puerta lateral conducía al corredor blanqueado del cual se abrían los tres dormitorios. Holmes no quiso examinar el tercer cuarto, de manera que pasamos acto continuo al segundo, aquel en que la señorita Stoner dormía ahora y donde su hermana había encontrado la muerte. Era un cuartito vulgar, de techo bajo y ancha estufa, como abundan en las antiguas casas de campo. Una cómoda de color obscuro ocupaba un rincón. Una rincón, y al lado izquierdo de la ventana había un tocador. Eso y dos pequeñas sillas de esterilla componían todo el mobiliario del cuarto, con una alfombra cuadrada puesta en el centro. Las maderas de las paredes y las puertas eran de encina tan vieja y descolorida que debían datar de la época en que la casa fue construida. Holmes arrastró una de las sillas a un rincón. Se sentó y permaneció silencioso, recorriendo con los ojos todo el cuarto, de arriba abajo y de un lado a otro, estudiando todos sus detalles.
—¿Con qué parte del edificio comunica esta campanilla? —preguntó por último, señalando un grueso cordón de campanilla que pendía al lado de la cama, cuya borla reposaba sobre la misma almohada.
—Va al cuarto de la ama de llaves.
—Parece más nueva que las otras cosas.
—Sí, la pusieron hace unos dos años.
—¿Supongo que su hermana la pediría?
—No, nunca oí decir que la usara. Nosotras teníamos la costumbre de servirnos solas.
—¡Hola! No parece que fuera necesario poner una campanilla tan elegante. Ahora, van ustedes a perdonarme que examine el piso.
Se tendió en el suelo, boca abajo, con la lente en la mano, y se arrastró rápidamente hacia atrás y hacia adelante, estudiando minuciosamente todas las rendijas entre las tablas. Después, hizo lo mismo con las maderas de las paredes.
Por último, se acercó a la cama y se quedó un rato contemplándola, recorriendo con los ojos la pared de arriba abajo. Finalmente, empuñó el cordón y tiró de él con fuerza.
—¿Qué? ¡Está fijo!—exclamó.
—¿No tocaría?
—No, ni siquiera está atado a un alambre. Esto es muy interesante. Ahora, ¿pueden ustedes creer que está sujeto de un gancho, puesto precisamente encima de la pequeña abertura del ventilador.
—¡Qué absurda ocurrencia! Nunca lo había visto antes.
—¡Muy extraño!—murmuró Holmes, tirando de la cuerda.—Hay en este cuarto una o dos cosas en extremo singulares. Por ejemplo, ¡qué tonto ha de haber sido el constructor que abrió ese ventilador a otro cuarto, cuando podía haberlo abierto al exterior, sin trabajar más!
—Eso también ha sido hecho poco tiempo.
—Más o menos al mismo tiempo que fue colocado cordón de la campanilla—observó Holmes.
—Sí, entonces hubo varios cambios a la vez.
—Y parece que fueron todos muy interesantes. Cordones de campanilla sin campanilla y ventiladores que no ventilan. Con permiso de usted señorita Stoner, vamos ahora a continuar nuestras investigaciones al cuarto de más adentro.