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Niebla - Unamuno, X

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Como Augusto necesitaba confidencia se dirigió al Casino, a ver a Víctor, su amigote, al día siguiente de aquella su visita a casa de Eugenia y a la misma hora en que esta espoleaba la pachorra amorosa de su novio en la portería.

Sentíase otro Augusto y como si aquella visita y la revelación en ella de la mujer fuerte —fluía de sus ojos fortaleza— le hubiera arado las entrañas del alma, alumbrando en ellas un manantial hasta entonces oculto. Pisaba con más fuerza, respiraba con más libertad.

«Ya tengo un objetivo, una finalidad en esta vida —se decía—, y es conquistar a esta muchacha o que ella me conquiste. Y es lo mismo. En amor lo mismo da vencer que ser vencido. Aunque ¡no... no! Aquí ser vencido es que me deje por el otro. Por el otro, sí, porque aquí hay otro, no me cabe duda. ¿Otro?, ¿otro qué? ¿Es que acaso yo soy uno? Yo soy un pretendiente, un solicitante, pero el otro... el otro se me antoja que no es ya pretendiente ni solicitante; que no pretende ni solicita porque ha obtenido. Claro que no más que el amor de la dulce Eugenia. ¿No más...?»

Un cuerpo de mujer irradiante de frescura, de salud y de alegría, que pasó a su vera, le interrumpió el soliloquio y le arrastró tras de sí. Púsose a seguir, casi maquinalmente, al cuerpo aquel, mientras proseguía soliloquizando:

«¡Y qué hermosa es! Esta y aquella, una y otra. Y el otro acaso en vez de pretender y solicitar es pretendido y solicitado; tal vez no le corresponde como ella se merece... Pero ¡qué alegría es esta chiquilla!, ¡y con qué gracia saluda a aquel que va por allá! ¿De dónde habrá sacado esos ojos? ¡Son casi como los otros, como los de Eugenia! ¡Qué dulzura debe de ser olvidarse de la vida y de la muerte entre sus brazos!, ¡dejarse brezar en ellos como en olas de carne! ¡El otro...! Pero el otro no es el novio de Eugenia, no es aquel a quien ella quiere; el otro soy yo. ¡Sí, yo soy el otro; yo soy otro!»

Al llegar a esta conclusión de que él era otro, la moza a que seguía entró en una casa. Augusto se quedó parado, mirando a la casa. Y entonces se dio cuenta de que la había venido siguiendo. Recapacitó que había salido para ir al Casino y emprendió el camino de este. Y proseguía:

«Pero ¡cuántas mujeres hermosas hay en este mundo, Dios mío! Casi todas. ¡Gracias, Señor, gracias; gratias agimus tibi propter magnam gloriam tuam! ¡Tu gloria es la hermosura de la mujer, Señor! Pero ¡qué cabellera, Dios mío, qué cabellera!»

Era, en efecto, una gloriosa cabellera la de aquella criada de servicio, que con su cesta al brazo cruzaba en aquel momento con él. Y se volvió tras ella. La luz parecía anidar en el oro de aquellos cabellos, y como si estos pugnaran por soltarse de su trenzado y esparcirse al aire fresco y claro. Y bajo la cabellera un rostro todo él sonrisa.

«Soy otro, soy el otro —prosiguió Augusto mientras seguía a la de la cesta—; pero ¿es que no hay otras? ¡Sí, hay otras para el otro! Pero como la una, como ella, como la única, ¡ninguna!, ¡ninguna! Todas estas no son sino remedos de ella, de la una, de la única, ¡de mi dulce Eugenia! ¿Mía? Sí; yo por el pensamiento, por el deseo la hago mía. Él, el otro, es decir, el uno, podrá llegar a poseerla materialmente; pero la misteriosa luz espiritual de aquellos ojos es mía, ¡mía, mía! Y ¿no reflejan también una misteriosa luz espiritual estos cabellos de oro? ¿Hay una sola Eugenia, o son dos, una la mía y otra la de su novio? Pues si es así, si hay dos, que se quede él con la suya, y con la mía me quedaré yo. Cuando la tristeza me visite, sobre todo de noche; cuando me entren ganas de llorar sin saber por qué, ¡oh, qué dulce habrá de ser cubrir mi cara, mi boca, mis ojos, con estos cabellos de oro y respirar el aire que a través de ellos se filtre y se perfume! Pero...»

Sintióse de pronto detenido. La de la cesta se había parado a hablar con otra compañera. Vaciló un momento Augusto, y diciéndose: «¡Bah, hay tantas mujeres hermosas desde que conocí a Eugenia...!», echó a andar, volviéndose camino del Casino.

«Si ella se empeña en preferir al otro, es decir, al uno, soy capaz de una resolución heroica, de algo que ha de espantar por lo magnánimo. Ante todo, quiérame o no me quiera, ¡eso de la hipoteca no puede quedar así!»

Arrancóle del soliloquio un estallido de goce que parecía brotar de la serenidad del cielo. Un par de muchachas reían junto a él, y era su risa como el gorjeo de dos pájaros en una enramada de flores. Clavó un momento sus ojos sedientos de hermosura en aquella pareja de mozas, y apareciéronsele como un solo cuerpo geminado. Iban cogidas de bracete. Y a él le entraron furiosas ganas de detenerlas, coger a cada una de un brazo a irse así, en medio de ellas, mirando al cielo, adonde el viento de la vida los llevara.

«Pero ¡cuánta mujer hermosa hay desde que conocí a Eugenia! —se decía, siguiendo en tanto a aquella riente pareja— ¡esto se ha convertido en un paraíso! ; ¡qué ojos!, ¡qué cabellera!, ¡qué risa! La una es rubia y morena la otra; pero ¿cuál es la rubia?, ¿cuál la morena? ¡Se me confunden una en otra!...»

—Pero, hombre, ¿vas despierto o dormido?

—Hola, Víctor.

—Te esperaba en el Casino, pero como no venías...

—Allá iba...

—¿Allá?, ¿y en esa dirección? ¿Estás loco?

—Sí, tienes razón; pero mira, voy a decirte la verdad. Creo que te hablé de Eugenia...

—¿De la pianista? Sí.

—Pues bien; estoy locamente enamorado de ella, como un...

—Sí, como un enamorado. Sigue.

—Loco, chico, loco. Ayer la vi en su casa, con pretexto de visitar a sus tíos; la vi...

—Y te miró, ¿no es eso?, ¿y creíste en Dios?

—No, no es que me miró, es que me envolvió en su mirada; y no es que creí en Dios, sino que me creí un dios.

—Fuerte te entró, chico...

—¡Y eso que la moza estuvo brava! Pero no sé lo que desde entonces me pasa: casi todas las mujeres que veo me parecen hermosuras, y desde que he salido de casa, no hace aún media hora seguramente, me he enamorado ya de tres, digo, no, de cuatro: de una, primero, que era todo ojos, de otra después con una gloria de pelo, y hace poco de una pareja, una rubia y otra morena, que reían como los ángeles. Y las he seguido a las cuatro. ¿Qué es esto?

—Pues eso es, querido Augusto, que tu repuesto de amor dormía inerte en el fondo de tu alma, sin tener donde meterse; llegó Eugenia, la pianista, te sacudió y remejió con sus ojos esa charca en que tu amor dormía: se despertó este, brotó de ella, y como es tan grande se extiende a todas partes. Cuando uno como tú se enamora de veras de una mujer se enamora a la vez de todas las demás.

—Pues yo creí que sería todo lo contrario... Pero, entre paréntesis, ¡mira qué morena!, ¡es la noche luminosa! ¡Bien dicen que lo negro es lo que más absorbe la luz! ¿No ves qué luz oculta se siente bajo su pelo, bajo el azabache de sus ojos? Vamos a seguirla...

—Como quieras...

—Pues sí, yo creí que sería todo lo contrario; que cuando uno se enamora de veras es que concentra su amor, antes desparramado entre todas, en una sola, y que todas las demás han de parecerle como si nada fuesen ni valiesen... Pero ¡mira!, ¡mira ese golpe de sol en la negrura de su pelo!

—No; verás, verás si logro explicártelo. Tú estabas enamorado, sin saberlo por supuesto, de la mujer, del abstracto, no de esta ni de aquella; al ver a Eugenia, ese abstracto se concretó y la mujer se hizo una mujer y te enamoraste de ella, y ahora vas de ella, sin dejarla, a casi todas las mujeres, y te enamoras de la colectividad, del género. Has pasado, pues, de lo abstracto a lo concreto y de lo concreto a lo genérico, de la mujer a una mujer y de una mujer a las mujeres.

—¡Vaya una metafísica!

—Y ¿qué es el amor sino metafísica?

—¡Hombre!

—Sobre todo en ti. Porque todo tu enamoramiento no es sino cerebral, o como suele decirse, de cabeza.

—Eso lo creerás tú... —exclamó Augusto un poco picado y de mal humor, pues aquello de que su enamoramiento no era sino de cabeza le había llegado, doliéndole, al fondo del alma.

—Y si me apuras mucho te digo que tú mismo no eres sino una pura idea, un ente de ficción...

—¿Es que no me crees capaz de enamorarme de veras, como los demás...?

—De veras estás enamorado, ya lo creo, pero de cabeza sólo. Crees que estás enamorado...

—Y ¿qué es estar uno enamorado sino creer que lo está?

—¡Ay, ay, ay, chico, eso es más complicado de lo que te figuras!...

—¿En qué se conoce, dime, que uno está enamorado y no solamente que cree estarlo?

—Mira, más vale que dejemos esto y hablemos de otras cosas.

Cuando luego volvió Augusto a su casa tomó en brazos a Orfeo y le dijo: «Vamos a ver, Orfeo mío, ¿en qué se diferencia estar uno enamorado de creer que lo está? ¿Es que estoy yo o no estoy enamorado de Eugenia?, ¿es que cuando la veo no me late el corazón en el pecho y se me enciende la sangre?, ¿es que yo no soy como los demás hombres? ¡Tengo que demostrarles, Orfeo, que soy tanto como ellos!»

Y a la hora de cenar, encarándose con Liduvina le preguntó:

—Di, Liduvina, ¿en qué se conoce que un hombre está de veras enamorado?

—Pero ¡qué cosas se le ocurren a usted, señorito...!

—Vamos, di, ¿en qué se conoce?

—Pues se conoce... se conoce en que hace y dice muchas tonterías. Cuando un hombre se enamora de veras, se chala, vamos al decir, por una mujer, ya no es un hombre...

—Pues ¿qué es?

—Es... es... es... una cosa, un animalito... Una hace de él lo que quiere.

—Entonces, cuando una mujer se enamora de veras de un hombre, se chala, como dices, ¿hace de ella el hombre lo que quiere?

—El caso no es enteramente igual...

—¿Cómo, cómo?

—Eso es muy difícil de explicar, señorito. Pero ¿está usted de veras enamorado?

—Es lo que trato de averiguar. Pero tonterías, de las gordas, no he dicho ni hecho todavía ninguna... me parece...

Liduvina se calló, y Augusto se dijo: «¿Estaré de veras enamorado?»


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Como Augusto necesitaba confidencia se dirigió al Casino, a ver a Víctor, su amigote, al día siguiente de aquella su visita a casa de Eugenia y a la misma hora en que esta espoleaba la pachorra amorosa de su novio en la portería. Da Augusto Vertrauen brauchte, ging er einen Tag nach seinem Besuch in Eugenias Haus zu Victor, seinem Freund, ins Casino und spornte gleichzeitig die Liebesaffäre ihres Freundes am Ziel an.

Sentíase otro Augusto y como si aquella visita y la revelación en ella de la mujer fuerte —fluía de sus ojos fortaleza— le hubiera arado las entrañas del alma, alumbrando en ellas un manantial hasta entonces oculto. Er fühlte einen anderen Augustus, und als ob dieser Besuch und die Offenbarung der starken Frau - Stärke strömte aus seinen Augen - in die Eingeweide seiner Seele gepflügt und darin eine bisher verborgene Quelle erleuchtet hätte. Pisaba con más fuerza, respiraba con más libertad.

«Ya tengo un objetivo, una finalidad en esta vida —se decía—, y es conquistar a esta muchacha o que ella me conquiste. Y es lo mismo. En amor lo mismo da vencer que ser vencido. In der Liebe ist es dasselbe zu gewinnen als besiegt zu werden. Aunque ¡no... no! Aquí ser vencido es que me deje por el otro. Hier besiegt zu werden bedeutet, mich für den anderen zu verlassen. Por el otro, sí, porque aquí hay otro, no me cabe duda. ¿Otro?, ¿otro qué? ¿Es que acaso yo soy uno? Yo soy un pretendiente, un solicitante, pero el otro... el otro se me antoja que no es ya pretendiente ni solicitante; que no pretende ni solicita porque ha obtenido. Ich bin ein Bewerber, ein Bewerber, aber der andere ... der andere scheint mir nicht mehr Bewerber oder Bewerber zu sein; die Sie nicht beabsichtigen oder anfordern, weil Sie sie erhalten haben. Claro que no más que el amor de la dulce Eugenia. ¿No más...?»

Un cuerpo de mujer irradiante de frescura, de salud y de alegría, que pasó a su vera, le interrumpió el soliloquio y le arrastró tras de sí. Ein Frauenkörper, der Frische, Gesundheit und Freude ausstrahlte, der vorüberzog, unterbrach sein Selbstgespräch und zog ihn hinter sich her. Púsose a seguir, casi maquinalmente, al cuerpo aquel, mientras proseguía soliloquizando:

«¡Y qué hermosa es! Esta y aquella, una y otra. Y el otro acaso en vez de pretender y solicitar es pretendido y solicitado; tal vez no le corresponde como ella se merece... Pero ¡qué alegría es esta chiquilla!, ¡y con qué gracia saluda a aquel que va por allá! Und das andere wird vielleicht, anstatt vorzutäuschen und zu erbitten, vorgetäuscht und erbeten; Vielleicht entspricht es ihr nicht, wie sie es verdient ... Aber was für eine Freude ist dieses kleine Mädchen, und mit welcher Anmut grüßt sie den, der dorthin geht! ¿De dónde habrá sacado esos ojos? ¡Son casi como los otros, como los de Eugenia! ¡Qué dulzura debe de ser olvidarse de la vida y de la muerte entre sus brazos!, ¡dejarse brezar en ellos como en olas de carne! ¡El otro...! Pero el otro no es el novio de Eugenia, no es aquel a quien ella quiere; el otro soy yo. ¡Sí, yo soy el otro; yo soy otro!»

Al llegar a esta conclusión de que él era otro, la moza a que seguía entró en una casa. Als er zu dem Schluss kam, dass er jemand anderes war, betrat das Mädchen, dem er folgte, ein Haus. Augusto se quedó parado, mirando a la casa. Y entonces se dio cuenta de que la había venido siguiendo. Und dann merkte sie, dass er ihr gefolgt war. Recapacitó que había salido para ir al Casino y emprendió el camino de este. Er überlegte, dass er gegangen war, um ins Casino zu gehen, und machte sich auf den Weg. Y proseguía:

«Pero ¡cuántas mujeres hermosas hay en este mundo, Dios mío! Casi todas. Fast alles. ¡Gracias, Señor, gracias; gratias agimus tibi propter magnam gloriam tuam! ¡Tu gloria es la hermosura de la mujer, Señor! Pero ¡qué cabellera, Dios mío, qué cabellera!»

Era, en efecto, una gloriosa cabellera la de aquella criada de servicio, que con su cesta al brazo cruzaba en aquel momento con él. Y se volvió tras ella. La luz parecía anidar en el oro de aquellos cabellos, y como si estos pugnaran por soltarse de su trenzado y esparcirse al aire fresco y claro. Y bajo la cabellera un rostro todo él sonrisa.

«Soy otro, soy el otro —prosiguió Augusto mientras seguía a la de la cesta—; pero ¿es que no hay otras? „Ich bin ein anderer, ich bin der andere“, fuhr Augustus fort, als er der Frau mit dem Korb folgte. aber gibt es keine anderen? ¡Sí, hay otras para el otro! Ja, es gibt andere für den anderen! Pero como la una, como ella, como la única, ¡ninguna!, ¡ninguna! Aber wie die eine, wie sie, wie die einzige, keine!, keine! Todas estas no son sino remedos de ella, de la una, de la única, ¡de mi dulce Eugenia! All dies sind nur Nachahmungen von ihr, der einen, der einzigen, meiner süßen Eugenia! ¿Mía? Sí; yo por el pensamiento, por el deseo la hago mía. Él, el otro, es decir, el uno, podrá llegar a poseerla materialmente; pero la misteriosa luz espiritual de aquellos ojos es mía, ¡mía, mía! Y ¿no reflejan también una misteriosa luz espiritual estos cabellos de oro? Und reflektieren diese goldenen Haare nicht auch ein geheimnisvolles geistiges Licht? ¿Hay una sola Eugenia, o son dos, una la mía y otra la de su novio? Gibt es nur eine Eugenia oder zwei, eine von mir und die andere von ihrem Freund? Pues si es así, si hay dos, que se quede él con la suya, y con la mía me quedaré yo. Nun, wenn ja, wenn es zwei sind, lass ihn seinen behalten und ich behalte meinen. Cuando la tristeza me visite, sobre todo de noche; cuando me entren ganas de llorar sin saber por qué, ¡oh, qué dulce habrá de ser cubrir mi cara, mi boca, mis ojos, con estos cabellos de oro y respirar el aire que a través de ellos se filtre y se perfume! Wenn mich Traurigkeit besucht, besonders nachts; wenn ich weinen möchte, ohne zu wissen warum, oh, wie süß muss es sein, mein Gesicht, meinen Mund, meine Augen mit diesen goldenen Haaren zu bedecken und die Luft zu atmen, die durch sie hindurchdringt und parfümiert ist! Pero...»

Sintióse de pronto detenido. Er fühlte sich plötzlich angehalten. La de la cesta se había parado a hablar con otra compañera. Vaciló un momento Augusto, y diciéndose: «¡Bah, hay tantas mujeres hermosas desde que conocí a Eugenia...!», echó a andar, volviéndose camino del Casino.

«Si ella se empeña en preferir al otro, es decir, al uno, soy capaz de una resolución heroica, de algo que ha de espantar por lo magnánimo. «Wenn sie darauf besteht, das andere, also das eine, vorzuziehen, bin ich zu einer heroischen Entschlossenheit fähig, zu etwas, das vor Großmut abschrecken muss. Ante todo, quiérame o no me quiera, ¡eso de la hipoteca no puede quedar así!»

Arrancóle del soliloquio un estallido de goce que parecía brotar de la serenidad del cielo. Aus seinem Selbstgespräch wurde ein Freudenschub ausgelöst, der aus der Heiterkeit des Himmels zu entspringen schien. Un par de muchachas reían junto a él, y era su risa como el gorjeo de dos pájaros en una enramada de flores. A couple of girls were laughing next to him, and it was their laughter like the chirping of two birds in a bower of flowers. Clavó un momento sus ojos sedientos de hermosura en aquella pareja de mozas, y apareciéronsele como un solo cuerpo geminado. Er richtete seinen nach Schönheit dürstenden Blick für einen Moment auf dieses Mädchenpaar, und sie erschienen ihm wie ein einziger Zwillingskörper. For a moment he fixed his eyes, thirsty for beauty, on that pair of girls, and they appeared to him as a single twinned body. Iban cogidas de bracete. Sie hielten ihre Klammer. They were holding the brace. Y a él le entraron furiosas ganas de detenerlas, coger a cada una de un brazo a irse así, en medio de ellas, mirando al cielo, adonde el viento de la vida los llevara. And he felt a furious desire to stop them, to take each of them by the arm and to go away like that, in the middle of them, looking at the sky, wherever the wind of life would take them.

«Pero ¡cuánta mujer hermosa hay desde que conocí a Eugenia! "But what a beautiful woman there is since I met Eugenia! —se decía, siguiendo en tanto a aquella riente pareja— ¡esto se ha convertido en un paraíso! ; ¡qué ojos!, ¡qué cabellera!, ¡qué risa! La una es rubia y morena la otra; pero ¿cuál es la rubia?, ¿cuál la morena? ¡Se me confunden una en otra!...»

—Pero, hombre, ¿vas despierto o dormido?

—Hola, Víctor.

—Te esperaba en el Casino, pero como no venías...

—Allá iba...

—¿Allá?, ¿y en esa dirección? ¿Estás loco?

—Sí, tienes razón; pero mira, voy a decirte la verdad. -Yes, you're right; but look, I'm going to tell you the truth. Creo que  te hablé de Eugenia...

—¿De la pianista? Sí.

—Pues bien; estoy locamente enamorado de ella, como un... -Well, I'm madly in love with her, like a...

—Sí, como un enamorado. Sigue.

—Loco, chico, loco. Ayer la vi en su casa, con pretexto de visitar a sus tíos; la vi... Yesterday I saw her at her house, on the pretext of visiting her aunt and uncle; I saw her....

—Y te miró, ¿no es eso?, ¿y creíste en Dios? -And he looked at you, didn't he, and you believed in God?

—No, no es que me miró, es que me envolvió en su mirada; y no es que creí en Dios, sino que me creí un dios. – Nein, er sah mich nicht an, er hüllte mich in seinen Blick; Und nicht, dass ich an Gott glaubte, sondern dass ich mich selbst für einen Gott hielt. -No, it is not that he looked at me, it is that he enveloped me in his gaze; and it is not that I believed in God, but that I believed I was a god.

—Fuerte te entró, chico... "Stark hat dich reingebracht, Junge ..."

—¡Y eso que la moza estuvo brava! Pero no sé lo que desde entonces me pasa: casi todas las mujeres que veo me parecen hermosuras, y desde que he salido de casa, no hace aún media hora seguramente, me he enamorado ya de tres, digo, no, de cuatro: de una, primero, que era todo ojos,  de otra después con una gloria de pelo, y hace poco de una pareja, una rubia y otra morena, que reían como los ángeles. Y las he seguido a las cuatro. Und ich bin ihnen um vier gefolgt. ¿Qué es esto?

—Pues eso es, querido Augusto, que tu repuesto de amor dormía inerte en el fondo de tu alma, sin tener donde meterse; llegó Eugenia, la pianista, te sacudió y remejió con sus ojos  esa charca en que tu amor dormía: se despertó este, brotó de ella, y como es tan grande se extiende a todas partes. – Nun, das heißt, lieber Augusto, dass dein Liebesersatz in der Tiefe deiner Seele träge geschlafen hat, ohne zu gehen; Eugenia, die Pianistin, kam, schüttelte dich und ahmte mit ihren Augen den Teich nach, in dem deine Liebe schlief: dieser erwachte, er entsprang ihm, und da er so groß ist, breitet er sich überall aus. Cuando uno como tú se enamora de veras de una mujer se enamora a la vez de todas las demás.

—Pues yo creí que sería todo lo contrario... Pero, entre paréntesis, ¡mira qué morena!, ¡es la noche luminosa! ¡Bien dicen que lo negro es lo que más absorbe la luz! ¿No ves qué luz oculta se siente bajo su pelo, bajo el azabache de sus ojos? Vamos a seguirla... Folgen wir ihr...

—Como quieras...

—Pues sí, yo creí que sería todo lo contrario; que cuando uno se enamora de veras es que concentra su amor, antes desparramado entre todas, en una sola, y que todas las demás han de parecerle como si nada fuesen ni valiesen... Pero ¡mira!, ¡mira ese golpe de sol en la negrura de su pelo! – Nun ja, ich dachte, es wäre das Gegenteil; dass man, wenn man sich wirklich verliebt, seine Liebe, die zuvor über alle verstreut war, in einem einzigen zusammenfasst, und dass ihm alle anderen so vorkommen müssen, als wäre oder wäre nichts etwas wert ... Aber schau !in der Schwärze ihres Haares!

—No; verás, verás si logro explicártelo. -Nicht; du wirst sehen, du wirst sehen, ob ich es dir erklären kann. Tú estabas enamorado, sin saberlo por supuesto, de la mujer, del abstracto, no de esta ni de aquella; al ver a Eugenia, ese abstracto se concretó y la mujer se hizo una mujer y te enamoraste de ella, y ahora vas de ella, sin dejarla, a casi todas las mujeres, y te enamoras de la colectividad, del género. Has pasado, pues, de lo abstracto a lo concreto y de lo concreto a lo genérico, de la mujer a una mujer y de una mujer a las mujeres.

—¡Vaya una metafísica! "Was für eine Metaphysik!"

—Y ¿qué es el amor sino metafísica?

—¡Hombre!

—Sobre todo en ti. Porque todo tu enamoramiento no es sino cerebral, o como suele decirse, de cabeza.

—Eso lo creerás tú... —exclamó Augusto un poco picado y de mal humor, pues aquello de que su enamoramiento no era sino de cabeza le había llegado, doliéndole, al fondo del alma.

—Y si me apuras mucho te digo que tú mismo no eres sino una pura idea, un ente de ficción... – Und wenn Sie mich zu sehr beeilen, sage ich Ihnen, dass Sie selbst nichts als eine reine Idee, ein fiktives Wesen sind ...

—¿Es que no me crees capaz de enamorarme de veras, como los demás...? -Don't you think I'm capable of really falling in love, like the others...?

—De veras estás enamorado, ya lo creo, pero de cabeza sólo. -You're really in love, I believe it, but only with your head. Crees que estás enamorado... You think you're in love...

—Y ¿qué es estar uno enamorado sino creer que lo está?

—¡Ay, ay, ay, chico, eso es más complicado de lo que te figuras!...

—¿En qué se conoce, dime, que uno está enamorado y no solamente que cree estarlo?

—Mira, más vale que dejemos esto y hablemos de otras cosas.

Cuando luego volvió Augusto a su casa tomó en brazos a Orfeo y le dijo: «Vamos a ver, Orfeo mío, ¿en qué se diferencia estar uno enamorado de creer que lo está? ¿Es que estoy yo o no estoy enamorado de Eugenia?, ¿es que cuando la veo no me late el corazón en el pecho y se me enciende la sangre?, ¿es que yo no soy como los demás hombres? Bin ich in Eugenia verliebt oder bin ich nicht verliebt, schlägt mein Herz nicht in meiner Brust und mein Blut brennt, wenn ich sie sehe, bin ich nicht wie andere Männer? ¡Tengo que demostrarles, Orfeo, que soy tanto como ellos!» Ich muss ihnen zeigen, Orpheus, dass ich genauso bin wie sie!“

Y a la hora de cenar, encarándose con Liduvina le preguntó:

—Di, Liduvina, ¿en qué se conoce que un hombre está de veras enamorado? "Sag, Liduvina, woher weiß man, dass ein Mann wirklich verliebt ist?"

—Pero ¡qué cosas se le ocurren a usted, señorito...!

—Vamos, di, ¿en qué se conoce? "Komm schon, sagen wir, woher ist es bekannt?"

—Pues se conoce... se conoce en que hace y dice muchas tonterías. - Nun, er ist bekannt ... er ist bekannt, weil er viel Unsinn macht und sagt. Cuando un hombre se enamora de veras, se chala, vamos al decir, por una mujer, ya no es un hombre... Wenn sich ein Mann wirklich verliebt, wird er verrückt, sagen wir, für eine Frau ist er kein Mann mehr ...

—Pues ¿qué es?

—Es... es... es... una cosa, un animalito... Una hace de él lo que quiere.

—Entonces, cuando una mujer se enamora de veras de un hombre, se chala, como dices, ¿hace de ella el hombre lo que quiere? "Wenn sich eine Frau also wirklich in einen Mann verliebt, wird sie verrückt, wie Sie sagen, macht der Mann sie zu dem, was er will?"

—El caso no es enteramente igual...

—¿Cómo, cómo?

—Eso es muy difícil de explicar, señorito. Pero ¿está usted de veras enamorado?

—Es lo que trato de averiguar. Pero tonterías, de las gordas, no he dicho ni hecho todavía ninguna... me parece... Aber Unsinn, von den Dicken habe ich noch keinen gesagt oder getan ... glaube ich ...

Liduvina se calló, y Augusto se dijo: «¿Estaré de veras enamorado?» Liduvina schwieg, und Augusto sagte sich: "Bin ich wirklich verliebt?"