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Niebla - Unamuno, VIII

VIII

Augusto temblaba y sentíase como en un potro de suplicio en su asiento; entrábanle furiosas ganas de levantarse de él, pasearse por la sala aquella, dar manotadas al aire, gritar, hacer locuras de circo, olvidarse de que existía. Ni doña Ermelinda, la tía de Eugenia, ni don Fermín, su marido, el anarquista teórico y místico, lograban traerle a la realidad.

—Pues sí, yo creo —decía doña Ermelinda—, don Augusto, que esto es lo mejor, que usted se espere, pues ella no puede ya tardar en venir; la llamo, ustedes se ven y se conocen y este es el primer paso. Todas las relaciones de este género tienen que empezar por conocerse, ¿no es así?

—En efecto, señora —dijo, como quien habla desde otro mundo, Augusto—, el primer paso es verse y conocerse...

—Y yo creo que así que ella le conozca a usted, pues... ¡la cosa es clara!

—No tan clara —arguyó don Fermín—. Los caminos de la Providencia son misteriosos siempre... Y en cuanto a eso de que para casarse sea preciso o siquiera conveniente conocerse antes, discrepo... discrepo... El único conocimiento eficaz es el conocimiento post nuptias. Ya me has oído, esposa mía, lo que en lenguaje bíblico significa conocer. Y, créemelo, no hay más conocimiento sustancial y esencial que ese, el conocimiento penetrante...

—Cállate, hombre, cállate, no desbarres.

—El conocimiento, Ermelinda...

Sonó el timbre de la puerta.

—¡Ella! —exclamó con misteriosa voz el tío.

Augusto sintió una oleada de fuego subirle del suelo hasta perderse, pasando por su cabeza, en lo alto, encima de él. Y empezó el corazón a martillarle el pecho.

Se oyó abrir la puerta, y ruido de unos pasos rápidos e iguales, rítmicos. Y Augusto, sin saber cómo, sintió que la calma volvía a reinar en él.

—Voy a llamarla —dijo don Fermín haciendo conato de levantarse.

—¡No, de ningún modo! —exclamó doña Ermelinda, y llamó.

Y luego a la criada, al presentarse:

—¡Di a la señorita Eugenia que venga!

Se siguió un silencio. Los tres, como en complicidad, callaban. Y Augusto se decía: «¿Podré resistirlo?, ¿no me pondré rojo como una amapola o blanco cual un lirio cuando sus ojos llenen el hueco de esa puerta?, ¿no estallará mi corazón?»

Oyóse un ligero rumor, como de paloma que arranca en vuelo, un ¡ah! breve y seco, y los ojos de Eugenia, en un rostro todo frescor de vida y sobre un cuerpo que no parecía pesar sobre el suelo, dieron como una nueva y misteriosa luz espiritual a la escena. Y Augusto se sintió tranquilo, enormemente tranquilo, clavado a su asiento y como si fuese una planta nacida en él, como algo vegetal, olvidado de sí, absorto en la misteriosa luz espiritual que de aquellos ojos irradiaba. Y sólo al oír que doña Ermelinda empezaba a decir a su sobrina: «Aquí tienes a nuestro amigo don Augusto Pérez...», volvió en sí y se puso en pie procurando sonreír.

—Aquí tienes a nuestro amigo don Augusto Pérez, que desea conocerte...

—¿El del canario? —preguntó Eugenia.

—Sí, el del canario, señorita —contestó Augusto acercándose a ella y alargándole la mano. Y pensó: «¡Me va a quemar con la suya!»

Pero no fue así. Una mano blanca y fría, blanca como la nieve y como la nieve fría, tocó su mano. Y sintió Augusto que se derramaba por su ser todo como un fluido de serenidad.

Sentóse Eugenia.

—Y este caballero —empezó la pianista.

«¡Este caballero... este caballero... —pensó Augusto rapidísimamente— este caballero! ¡Llamarme caballero! ¡Esto es de mal agüero!»

—Este caballero, hija mía, que ha hecho por una feliz casualidad...

—Sí, la del canario.

—¡Son misteriosos los caminos de la Providencia —sentenció el anarquista.

—Este caballero, digo —agregó la tía—, que por una feliz casualidad ha hecho conocimiento con nosotros y resulta ser el hijo de una señora a quien conocí algo y respeté mucho; este caballero, puesto que es amigo ya de casa, ha deseado conocerte, Eugenia.

—¡Y admirarla! —añadió Augusto.

—¿Admirarme? —exclamó Eugenia.

—¡Sí, como pianista!

—¡Ah, vamos!

—Conozco, señorita, su gran amor al arte...

—¿Al arte? ¿A cuál, al de la música?

—¡Claro está!

—¡Pues le han engañado a usted, don Augusto!

«¡Don Augusto! ¡Don Augusto!

—pensó este, ¡Don...! ¡De qué mal agüero es este don! ¡casi tan malo como aquel caballero!» Y luego, en voz alta:

—¿Es que no le gusta la música?

—Ni pizca, se lo aseguro.

«Liduvina tiene razón —pensó Augusto—; esta, después que se case, y si el marido la puede mantener, no vuelve a teclear un piano.» Y luego, en voz alta:

—Como es voz pública que es usted una excelente profesora...

—Procuro cumplir lo mejor posible con mi deber profesional, y ya que tengo que ganarme la vida...

—Eso de tener que ganarte la vida... —empezó a decir don Fermín.

—Bueno, basta —interrumpió la tía—; ya el señor don Augusto está informado de todo...

—¿De todo? ¿De qué? —preguntó con aspereza y con un ligerísimo ademán de ir a levantarse Eugenia.

—Sí, de lo de la hipoteca...

—¿Cómo? —exclamó la sobrina poniéndose en pie—. Pero ¿qué es esto, qué significa todo esto, a qué viene esta visita?

—Ya te he dicho, sobrina, que este señor deseaba conocerte... Y no te alteres así...

—Pero es que hay cosas...

—Dispense a su señora tía, señorita —suplicó también Augusto poniéndose a su vez en pie, y lo mismo hicieron los tíos—; pero no ha sido otra cosa... Y en cuanto a eso de la hipoteca y a su abnegación de usted y amor al trabajo, yo nada he hecho para arrancar de su señora tía tan interesantes noticias; yo...

—Sí, usted se ha limitado a traer el canario unos días después de haberme dirigido una carta...

—En efecto, no lo niego.

—Pues bien, caballero, la contestación a esa carta se la daré cuando mejor me plazca y sin que nadie me cohiba a ello. Y ahora vale más que me retire.

—¡Bien, muy bien! —exclamó don Fermín—. ¡Esto es entereza y libertad! ¡Esta es la mujer del porvenir! ¡Mujeres así hay que ganarlas a puño, amigo Pérez, a puño!

—¡Señorita...! —suplicó Augusto acercándose a ella.

—Tiene usted razón —dijo Eugenia, y le dio para despedida la mano, tan blanca y tan fría como antes y como la nieve.

Al dar la espalda para salir y desaparecer así los ojos aquellos, fuentes de misteriosa luz espiritual, sintió Augusto que la ola de fuego le recorría el cuerpo, el corazón le martillaba el pecho y parecía querer estallarle la cabeza.

—¿Se siente usted malo? —le preguntó don Fermín.

—¡Qué chiquilla, Dios mío, qué chiquilla! —exclamaba doña Ermelinda.

—¡Admirable!, ¡majestuosa!, ¡heroica! ¡Una mujer!, ¡toda una mujer! —decía Augusto.

—Así creo yo —añadió el tío.

—Perdone, señor don Augusto —repetíale la tía—, perdone; esta chiquilla es un pequeño erizo; ¡quién lo había de pensar!...

—Pero ¡si estoy encantado, señora, encantado! ¡Si esta recia independencia de carácter, a mí, que no le tengo, es lo que más me entusiasma! ; ¡si es esta, esta, esta y no otra la mujer que yo necesito!

—¡Sí, señor Pérez, sí —declamó el anarquista—; esta es la mujer del porvenir!

—¿Y yo? —arguyó doña Ermelinda.

—¡Tú, la del pasado! ¡Esta es, digo, la mujer del porvenir! ¡Claro, no en balde me ha estado oyendo disertar un día y otro sobre la sociedad futura y la mujer del porvenir; no en balde le he inculcado las emancipadoras doctrinas del anarquismo... sin bombas!

—¡Pues yo creo —dijo de mal humor la tía— que esta chicuela es capaz hasta de tirar bombas!

—Y aunque así fuera... —insinuó Augusto.

—¡Eso no!, ¡eso no! —dijo el tío.

—Y ¿qué más da?

—¡Don Augusto! ¡Don Augusto!

—Yo creo —añadió la tía— que no por esto que acaba de pasar debe usted ceder en sus pretensiones...

—¡Claro que no! Así tiene más mérito.

—¡A la conquista, pues! Y ya sabe usted que nos tiene de su parte y que puede venir a esta su casa cuantas veces guste, y quiéralo o no Eugenia.

—Pero, mujer, ¡si ella no ha manifestado que le disgusten las venidas acá de don Augusto!... ¡Hay que ganarla a puño, amigo, a puño! Ya irá usted conociéndola y verá de qué temple es. Esto es toda una mujer, don Augusto, y hay que ganarla a puño, a puño. ¿No quería usted conocerla?

—Sí, pero...

—Entendido, entendido. ¡A la lucha, pues, amigo mío!

—Cierto, cierto, y ahora ¡adiós!

Don Fermín llamó luego aparte a Augusto, para decirle:

—Se me había olvidado decirle que cuando escriba a Eugenia lo haga escribiendo su nombre con jota y no con ge, Eujenia, y del Arco con ka: Eujenia Domingo del Arko.

—Y ¿por qué?

—Porque hasta que no llegue el día feliz en que el esperanto sea la única lengua, ¡una sola para toda la humanidad!, hay que escribir el castellano con ortografía fonética. ¡Nada de ces!, ¡guerra a la ce! Za, ze, zi, zo, zu con zeta, y ka, ke, ki, ko, ku con ka. ¡Y fuera las haches! ¡La hache es el absurdo, la reacción, la autoridad, la edad media, el retroceso! ¡Guerra a la hache!

—¿De modo que es usted foneticista también?

—¿También?, ¿por qué también?

—Por lo de anarquista y esperantista...

—Todo es uno, señor, todo es uno. Anarquismo, esperantismo, espiritismo, vegetarianismo, foneticismo... ¡todo es uno! ¡Guerra a la autoridad!, ¡guerra a la división de lenguas!, ¡guerra a la vil materia y a la muerte!, ¡guerra a la carne!, ¡guerra a la hache! ¡Adiós!

Despidiéronse y Augusto salió a la calle como aligerado de un gran peso y hasta gozoso. Nunca hubiera presupuesto lo que le pasaba por dentro del espíritu. Aquella manera de habérsele presentado Eugenia la primera vez que se vieron de quieto y de cerca y que se hablaron, lejos de dolerle, encendíale más y le animaba. El mundo le parecía más grande, el aire más puro y más azul el cielo. Era como si respirase por vez primera. En lo más íntimo de sus oídos cantaba aquella palabra de su madre: ¡cásate! Casi todas las mujeres con que cruzaba por la calle parecíanle guapas, muchas hermosísimas y ninguna fea. Diríase que para él empezaba a estar el mundo iluminado por una nueva luz misteriosa desde dos grandes estrellas invisibles que refulgían más allá del azul del cielo, detrás de su aparente bóveda. Empezaba a conocer el mundo. Y sin saber cómo se puso a pensar en la profunda fuente de la confusión vulgar entre el pecado de la carne y la caída de nuestros primeros padres por haber probado del fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal.

Y meditó en la doctrina de don Fermín sobre el origen del conocimiento.

Llegó a casa, y al salir Orfeo a recibirle lo cogió en sus brazos, le acarició y le dijo: «Hoy empezamos una nueva vida, Orfeo. ¿No sientes que el mundo es más grande, más puro el aire y más azul el cielo? ¡Ah, cuando la veas, Orfeo, cuando la conozcas...! ¡Entonces sentirás la congoja de no ser más que perro como yo siento la de no ser más que hombre! Y dime, Orfeo, ¿cómo podéis conocer, si no pecáis, si vuestro conocimiento no es pecado? El conocimiento que no es pecado no es tal conocimiento, no es racional.»

Al servirle la comida su fiel Liduvina se le quedó mirando.

—¿Qué miras? —preguntó Augusto.

—Me parece que hay mudanza.

—¿De dónde sacas eso?

—El señorito tiene otra cara.

—¿Lo crees?

—Naturalmente. ¿Y qué, se arregla lo de la pianista?

—¡Liduvina! ¡Liduvina!

—Tiene usted razón, señorito; pero ¡me interesa tanto su felicidad!

—¿Quién sabe qué es eso?...

—Es verdad.

Y los dos miraron al suelo, como si el secreto de la felicidad estuviese debajo de él.


VIII VIII

Augusto temblaba y sentíase como en un potro de suplicio en su asiento; entrábanle furiosas ganas de levantarse de él, pasearse por la sala aquella, dar manotadas al aire, gritar, hacer locuras de circo, olvidarse de que existía. Ni doña Ermelinda, la tía de Eugenia, ni don Fermín, su marido, el anarquista teórico y místico, lograban traerle a la realidad.

—Pues sí, yo creo —decía doña Ermelinda—, don Augusto, que esto es lo mejor, que usted se espere, pues ella no puede ya tardar en venir; la llamo, ustedes se ven y se conocen y este es el primer paso. Todas las relaciones de este género tienen que empezar por conocerse, ¿no es así?

—En efecto, señora —dijo, como quien habla desde otro mundo, Augusto—, el primer paso es verse y conocerse...

—Y yo creo que así que ella le conozca a usted, pues... ¡la cosa es clara!

—No tan clara —arguyó don Fermín—. Los caminos de la Providencia son misteriosos siempre... Y en cuanto a eso de que para casarse sea preciso o siquiera conveniente conocerse antes, discrepo... discrepo... El único conocimiento eficaz es el conocimiento post nuptias. Ya me has oído, esposa mía, lo que en lenguaje bíblico significa conocer. Y, créemelo, no hay más conocimiento sustancial y esencial que ese, el conocimiento penetrante...

—Cállate, hombre, cállate, no desbarres.

—El conocimiento, Ermelinda...

Sonó el timbre de la puerta.

—¡Ella! —exclamó con misteriosa voz el tío.

Augusto sintió una oleada de fuego subirle del suelo hasta perderse, pasando por su cabeza, en lo alto, encima de él. Augustus spürte, wie eine Feuerwelle aus dem Boden aufstieg, bis er sich verirrte und hoch über ihm durch seinen Kopf ging. Y empezó el corazón a martillarle el pecho.

Se oyó abrir la puerta, y ruido de unos pasos rápidos e iguales, rítmicos. Y Augusto, sin saber cómo, sintió que la calma volvía a reinar en él.

—Voy a llamarla —dijo don Fermín haciendo conato de levantarse.

—¡No, de ningún modo! —exclamó doña Ermelinda, y llamó.

Y luego a la criada, al presentarse:

—¡Di a la señorita Eugenia que venga!

Se siguió un silencio. Los tres, como en complicidad, callaban. Y Augusto se decía: «¿Podré resistirlo?, ¿no me pondré rojo como una amapola o blanco cual un lirio cuando sus ojos  llenen el hueco de esa puerta?, ¿no estallará mi corazón?»

Oyóse un ligero rumor, como de paloma que arranca en vuelo, un ¡ah! breve y seco, y los ojos  de Eugenia, en un rostro todo frescor de vida y sobre un cuerpo que no parecía pesar sobre el suelo, dieron como una nueva y misteriosa luz espiritual a la escena. Y Augusto se sintió tranquilo, enormemente tranquilo, clavado a su asiento y como si fuese una planta nacida en él, como algo vegetal, olvidado de sí, absorto en la misteriosa luz espiritual que de aquellos ojos irradiaba. Y sólo al oír que doña Ermelinda empezaba a decir a su sobrina: «Aquí tienes a nuestro amigo don Augusto Pérez...», volvió en sí y se puso en pie procurando sonreír.

—Aquí tienes a nuestro amigo don Augusto Pérez, que desea conocerte...

—¿El del canario? —preguntó Eugenia.

—Sí, el del canario, señorita —contestó Augusto acercándose a ella y alargándole la mano. Y pensó: «¡Me va a quemar con la suya!»

Pero no fue así. Una mano blanca y fría, blanca como la nieve y como la nieve fría, tocó su mano. Y sintió Augusto que se derramaba por su ser todo como un fluido de serenidad.

Sentóse Eugenia.

—Y este caballero —empezó la pianista.

«¡Este caballero... este caballero... —pensó Augusto rapidísimamente— este caballero! ¡Llamarme caballero! ¡Esto es de mal agüero!»

—Este caballero, hija mía, que ha hecho por una feliz casualidad...

—Sí, la del canario.

—¡Son misteriosos los caminos de la Providencia —sentenció el anarquista.

—Este caballero, digo —agregó la tía—, que por una feliz casualidad ha hecho conocimiento con nosotros y resulta ser el hijo de una señora a quien conocí algo y respeté mucho; este caballero, puesto que es amigo ya de casa, ha deseado conocerte, Eugenia.

—¡Y admirarla! —añadió Augusto.

—¿Admirarme? —exclamó Eugenia. -Eugenia exclaimed.

—¡Sí, como pianista! -Yes, as a pianist!

—¡Ah, vamos!

—Conozco, señorita, su gran amor al arte...

—¿Al arte? ¿A cuál, al de la música?

—¡Claro está!

—¡Pues le han engañado a usted, don Augusto! -Well, they have deceived you, Don Augusto!

«¡Don Augusto! ¡Don Augusto!

—pensó este, ¡Don...! ¡De qué mal agüero es este don! ¡casi tan malo como aquel caballero!» Y luego, en voz alta:

—¿Es que no le gusta la música?

—Ni pizca, se lo aseguro.

«Liduvina tiene razón —pensó Augusto—; esta, después que se case, y si el marido la puede mantener, no vuelve a teclear un piano.» Y luego, en voz alta:

—Como es voz pública que es usted una excelente profesora...

—Procuro cumplir lo mejor posible con mi deber profesional, y ya que tengo que ganarme la vida...

—Eso de tener que ganarte la vida... —empezó a decir don Fermín.

—Bueno, basta —interrumpió la tía—; ya el señor don Augusto está informado de todo... "Nun, hör auf," unterbrach die Tante; Herr Don Augusto ist bereits über alles informiert ...

—¿De todo? ¿De qué? —preguntó con aspereza y con un ligerísimo ademán de ir  a levantarse Eugenia.

—Sí, de lo de la hipoteca...

—¿Cómo? —exclamó la sobrina poniéndose en pie—. rief die Nichte und stand auf. Pero ¿qué es esto, qué significa todo esto, a qué viene esta visita? Aber was ist das, was bedeutet das alles, worum geht es bei diesem Besuch?

—Ya te he dicho, sobrina, que este señor deseaba conocerte... Y no te alteres así... "Ich habe dir schon gesagt, Nichte, dass dieser Mann dich treffen wollte ... Und reg dich nicht so auf ..."

—Pero es que hay cosas...

—Dispense a su señora tía, señorita —suplicó también Augusto poniéndose a su vez en pie, y lo mismo hicieron los tíos—; pero no ha sido otra cosa... Y en cuanto a eso de la hipoteca y a su abnegación de usted y amor al trabajo, yo nada he hecho para arrancar de su señora tía tan interesantes noticias; yo... „Entschuldigen Sie Ihre Tante, Fräulein“, flehte auch Augusto und stand seinerseits auf, und die Onkel taten dasselbe; aber es war nichts anderes ... Und was die Hypothek und Ihre Selbstverleugnung und Ihre Liebe zur Arbeit betrifft, ich habe nichts getan, um von Ihrer Tante so interessante Neuigkeiten zu erhalten; mich... -I beg your aunt's pardon, miss," said Augusto, rising to his feet, and so did the uncles; "but it was nothing else..... And as for the mortgage and your abnegation of yourself and love of work, I have done nothing to get such interesting news from your aunt; I....

—Sí, usted se ha limitado a traer el canario unos días después de haberme dirigido una carta... - Ja, Sie haben sich darauf beschränkt, den Kanarienvogel einige Tage, nachdem Sie mir einen Brief geschrieben haben, mitzubringen ... -Yes, you have limited yourself to bringing the canary a few days after having addressed a letter to me?

—En efecto, no lo niego. -Indeed, I do not deny it.

—Pues bien, caballero, la contestación a esa carta se la daré cuando mejor me plazca y sin que nadie me cohiba a ello. "Nun, Sir, ich werde Ihnen die Antwort auf diesen Brief geben, wenn es mir gefällt und ohne dass mich jemand daran hindert." -Well, sir, the answer to that letter I will give you when it pleases me best, and no one can stop me from doing so. Y ahora vale más que me retire. Und jetzt ist es besser, dass ich in Rente gehe.

—¡Bien, muy bien! —exclamó don Fermín—. ¡Esto es entereza y libertad! ¡Esta es la mujer del porvenir! ¡Mujeres así hay que ganarlas a puño, amigo Pérez, a puño! Solche Frauen müssen mit der Faust geschlagen werden, Freund Pérez!

—¡Señorita...! —suplicó Augusto acercándose a ella. bettelte Augusto und näherte sich ihr.

—Tiene usted razón —dijo Eugenia, y le dio para despedida la mano, tan blanca y tan fría como antes y como la nieve. »Du hast recht«, sagte Eugenia und reichte ihm zum Abschied die Hand, weiß und kalt wie zuvor und wie Schnee.

Al dar la espalda para salir y desaparecer así los ojos aquellos, fuentes de misteriosa luz espiritual, sintió Augusto que la ola de fuego le recorría el cuerpo, el corazón le martillaba el pecho y parecía querer estallarle la cabeza. Als er ihm den Rücken zuwandte, um hinauszugehen und so diese Augen, Quellen mysteriösen spirituellen Lichts, zu verschwinden, fühlte Augustus, wie die Feuerwelle durch seinen Körper lief, sein Herz hämmerte in seiner Brust und er schien seinen Kopf explodieren zu wollen. As he turned his back to leave and the eyes, sources of mysterious spiritual light, disappeared, Augusto felt a wave of fire sweep through his body, his heart hammered in his chest and his head seemed to want to explode.

—¿Se siente usted malo? —le preguntó don Fermín.

—¡Qué chiquilla, Dios mío, qué chiquilla! "Was für ein kleines Mädchen, mein Gott, was für ein kleines Mädchen!" —exclamaba doña Ermelinda.

—¡Admirable!, ¡majestuosa!, ¡heroica! ¡Una mujer!, ¡toda una mujer! —decía Augusto.

—Así creo yo —añadió el tío. „Ich denke schon“, fügte der Onkel hinzu.

—Perdone, señor don Augusto —repetíale la tía—, perdone; esta chiquilla es un pequeño erizo; ¡quién lo había de pensar!... „Entschuldigen Sie, Herr Don Augusto“, wiederholte seine Tante, „entschuldigen Sie; dieses kleine Mädchen ist ein kleiner Igel; Wer hätte das gedacht! ...

—Pero ¡si estoy encantado, señora, encantado! ¡Si esta recia independencia de carácter, a mí, que no le tengo, es lo que más me entusiasma! Wenn mich diese starke Eigenständigkeit des Charakters, die ich nicht habe, am meisten reizt! ; ¡si es esta, esta, esta y no otra la mujer que yo necesito! ; Wenn dies, dies, dies und keine andere die Frau ist, die ich brauche!

—¡Sí, señor Pérez, sí —declamó el anarquista—; esta es la mujer del porvenir! "Ja, Senor Pérez, ja", erklärte der Anarchist; Das ist die Frau der Zukunft!

—¿Y yo? —arguyó doña Ermelinda.

—¡Tú, la del pasado! "Du aus der Vergangenheit!" ¡Esta es, digo, la mujer del porvenir! ¡Claro, no en balde me ha estado oyendo disertar un día y otro sobre la sociedad futura y la mujer del porvenir; no en balde le he inculcado las emancipadoras doctrinas del anarquismo... sin bombas! Natürlich hat er mir nicht umsonst zugehört, wie ich von der zukünftigen Gesellschaft und der Frau der Zukunft rede; nicht umsonst habe ich ihm die emanzipatorischen Lehren des Anarchismus eingeflößt ... ohne Bomben!

—¡Pues yo creo —dijo de mal humor la tía— que esta chicuela es capaz hasta de tirar bombas! "Nun, ich denke", sagte die Tante mürrisch, "dass dieses kleine Mädchen sogar Bomben werfen kann!"

—Y aunque así fuera... —insinuó Augusto. -And even if that were so... -said Augusto.

—¡Eso no!, ¡eso no! —dijo el tío.

—Y ¿qué más da? -Und was gibt es noch?

—¡Don Augusto! ¡Don Augusto!

—Yo creo —añadió la tía— que no por esto que acaba de pasar debe usted ceder en sus pretensiones... "Ich denke", fügte die Tante hinzu, "dass Sie Ihre Ansprüche nicht deshalb aufgeben sollten, was gerade passiert ist ...

—¡Claro que no! Así tiene más mérito. Es hat also mehr Wert.

—¡A la conquista, pues! "Dann erobern!" Y ya sabe usted que nos tiene de su parte y que puede venir a esta su casa cuantas veces guste, y quiéralo o no Eugenia. Und Sie wissen bereits, dass Sie uns an Ihrer Seite haben und so oft zu Ihnen nach Hause kommen können, wie Sie möchten und ob Eugenia es gefällt oder nicht. And you know that you have us on your side and that you can come to this house as often as you like, whether Eugenia likes it or not.

—Pero, mujer, ¡si ella no ha manifestado que le disgusten las venidas acá de don Augusto!... „Aber, Frau, wenn sie nicht gezeigt hat, dass sie es nicht mag, dass Don Augusto hierher kommt! … -But, woman, she has not said that she dislikes Don Augusto's visits here! ¡Hay que ganarla a puño, amigo, a puño! Du musst es bis zur Faust schlagen, Freund, bis zur Faust! You have to win it with your fist, my friend, with your fist! Ya irá usted conociéndola y verá de qué temple es. Sie werden es kennenlernen und sehen, um welchen Tempel es sich handelt. Esto es toda una mujer, don Augusto, y hay que ganarla a puño, a puño. Das ist eine ziemliche Frau, Don Augusto, und du musst sie mit deiner Faust schlagen, mit deiner Faust. ¿No quería usted conocerla? Wolltest du sie nicht kennenlernen?

—Sí, pero...

—Entendido, entendido. ¡A la lucha, pues, amigo mío!

—Cierto, cierto, y ahora ¡adiós!

Don Fermín llamó luego aparte a Augusto, para decirle: Don Fermín rief Augusto dann beiseite, um zu sagen: Don Fermín then called Augusto aside to tell him:

—Se me había olvidado decirle que cuando escriba a Eugenia lo haga escribiendo su nombre con jota y no con ge, Eujenia, y del Arco con ka: Eujenia Domingo del Arko. -I had forgotten to tell her that when she writes to Eugenia she should write her name with a "jota" and not with a "ge", Eujenia, and del Arco with a "ka": Eujenia Domingo del Arko.

—Y ¿por qué?

—Porque hasta que no llegue el día feliz en que el esperanto sea la única lengua, ¡una sola para toda la humanidad!, hay que escribir el castellano con ortografía fonética. - Denn bis der glückliche Tag kommt, an dem Esperanto die einzige Sprache ist, eine für die ganze Menschheit!Katilianisch muss in Lautschrift geschrieben werden. ¡Nada de ces!, ¡guerra a la ce! Keine ces! War on ec! Za, ze, zi, zo, zu con zeta, y ka, ke, ki, ko, ku con ka. Za, ze, zi, zo, zu mit zeta und ka, ke, ki, ko, ku mit ka. ¡Y fuera las haches! Und raus mit den Luken! ¡La hache es el absurdo, la reacción, la autoridad, la edad media, el retroceso! Die Axt ist das Absurde, die Reaktion, die Autorität, das Mittelalter, der Rückschritt! ¡Guerra a la hache!

—¿De modo que es usted foneticista también? "Du bist also auch Phonetiker?"

—¿También?, ¿por qué también? "Auch? Warum auch?"

—Por lo de anarquista y esperantista... "Wegen der Anarchisten und Esperantisten ..."

—Todo es uno, señor, todo es uno. "Alles ist eins, Sir, alles ist eins." Anarquismo, esperantismo, espiritismo, vegetarianismo, foneticismo... ¡todo es uno! Anarchismus, Esperantismus, Spiritismus, Vegetarismus, Phonetik ... alles ist eins! ¡Guerra a la autoridad!, ¡guerra a la división de lenguas!, ¡guerra a la vil materia y a la muerte!, ¡guerra a la carne!, ¡guerra a la hache! Krieg gegen die Autorität, Krieg gegen die Sprachenteilung, Krieg gegen die abscheuliche Materie und den Tod, Krieg gegen das Fleisch, Krieg gegen die Axt! ¡Adiós!

Despidiéronse y Augusto salió a la calle como aligerado de un gran peso y hasta gozoso. Nunca hubiera presupuesto lo que le pasaba por dentro del espíritu. Er hätte nie angenommen, was in seinem Geist vor sich ging. I would never have guessed what was going on inside his spirit. Aquella manera de habérsele presentado Eugenia la primera vez que se vieron de quieto y de cerca y que se hablaron, lejos de dolerle, encendíale más y le animaba. Auf diese Weise hatte sich Eugenia ihm vorgestellt, als sie sich zum ersten Mal still und nah sahen und sie sprachen miteinander, weit davon entfernt, ihn zu verletzen, ihn mehr anzumachen und zu ermutigen. The way Eugenia had presented herself to him the first time they had seen each other up close and personal and spoken to each other, far from hurting him, had inflamed him even more and encouraged him. El mundo le parecía más grande, el aire más puro y más azul el cielo. The world seemed bigger, the air purer and the sky bluer. Era como si respirase por vez primera. Es war, als ob er zum ersten Mal atmete. En lo más íntimo de sus oídos cantaba aquella palabra de su madre: ¡cásate! In der Tiefe seiner Ohren sang er das Wort seiner Mutter: Heirate! In her innermost ears she sang her mother's words: "Marry! Casi todas las mujeres con que cruzaba por la calle parecíanle guapas, muchas hermosísimas y ninguna fea. Almost all the women he passed on the street seemed beautiful, many of them very beautiful and none of them ugly. Diríase que para él empezaba a estar el mundo iluminado por una nueva luz misteriosa desde dos grandes estrellas invisibles que refulgían más allá del azul del cielo, detrás de su aparente bóveda. It would seem that for him the world was beginning to be illuminated by a new mysterious light from two great invisible stars that shone beyond the blue of the sky, behind its apparent vault. Empezaba a conocer el mundo. Y sin saber cómo se puso a pensar en la profunda fuente de la confusión vulgar entre el pecado de la carne y la caída de nuestros primeros padres por haber probado del fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal. Und ohne zu wissen, wie er anfing, über die tiefe Quelle der vulgären Verwirrung zwischen der Sünde des Fleisches und dem Fall unserer Ureltern nachzudenken, weil sie die Frucht des Baumes der Erkenntnis von Gut und Böse gekostet hatten. And without knowing how, he began to think of the deep source of the vulgar confusion between the sin of the flesh and the fall of our first parents for having tasted of the fruit of the tree of the knowledge of good and evil.

Y meditó en la doctrina de don Fermín sobre el origen del conocimiento. Und er dachte über Don Fermíns Lehre vom Ursprung des Wissens nach. And he meditated on Don Fermín's doctrine on the origin of knowledge.

Llegó a casa, y al salir Orfeo a recibirle lo cogió en sus brazos, le acarició y le dijo: «Hoy empezamos una nueva vida, Orfeo. ¿No sientes que el mundo es más grande, más puro el aire y más azul el cielo? ¡Ah, cuando la veas, Orfeo, cuando la conozcas...! ¡Entonces sentirás la congoja de no ser más que perro como yo siento la de no ser más que hombre! Dann wirst du die Qual fühlen, nicht mehr als ein Hund zu sein, wie ich die, nicht mehr als ein Mensch zu sein! Y dime, Orfeo, ¿cómo podéis conocer, si no pecáis, si vuestro conocimiento no es pecado? El conocimiento que no es pecado no es tal conocimiento, no es racional.»

Al servirle la comida su fiel Liduvina se le quedó mirando. As he was served the food his faithful Liduvina stared at him.

—¿Qué miras? -What are you looking at? —preguntó Augusto.

—Me parece que hay mudanza. -It seems to me that there is a move.

—¿De dónde sacas eso? -Where do you get that from?

—El señorito tiene otra cara. "Der junge Mann hat ein anderes Gesicht." -The master has a different face.

—¿Lo crees? "Glaubst du es?"

—Naturalmente. ¿Y qué, se arregla lo de la pianista? Also, ist die Sache mit dem Pianisten behoben?

—¡Liduvina! ¡Liduvina!

—Tiene usted razón, señorito; pero ¡me interesa tanto su felicidad!

—¿Quién sabe qué es eso?...

—Es verdad.

Y los dos miraron al suelo, como si el secreto de la felicidad estuviese debajo de él. Und sie schauten beide auf den Boden, als ob das Geheimnis des Glücks darunter wäre.