El segundo de los tres espíritus 4
Se encendió una luz en una cabaña y ellos se aproximaron rápidamente. Atravesaron la pared de piedra y barro y encontraron una animada reunión en torno a una cálida lumbre. Un hombre muy viejo y una mujer, con sus hijos y los hijos de sus hijos, y otra generación posterior, todos engalanados con sus ropas de fiesta. El viejo, con una voz que apenas sobrepasaba el ulular del viento en la yerma extensión, les cantaba un villancico que ya era muy antiguo cuando él había sido niño, y de vez en cuando todos le acompañaban a coro. Cuando los demás unían sus voces, la del viejo se volvía más alegre y potente, y cuando se callaban, él bajaba el tono.
El espíritu no se demoró allí; indicó a Scrooge que se sujetase al manto y, pasando sobre el páramo, se dirigió rápidamente... ¿adónde? ¿No al mar? Sí, al mar. Para espanto de Scrooge, al mirar hacia atrás vio al final de la tierra firme una temible alineación de rocas; sus oídos quedaron ensordecidos por el retumbar del agua que se desmoronaba rugiendo y se estrellaba con furia contra las siniestras cavernas que había ido socavando, y con fiereza intentaba perforar la tierra.
A una legua aproximadamente de la costa se alzaba un faro solitario construido sobre un siniestro arrecife de hundidas rocas, azotadas y arañadas por el oleaje. En la base colgaban grandes aglomeraciones de algas y las aves marinas -se diría que nacían del viento, como las algas del agua- se elevaban y caían a su alrededor como las olas que peinaban.
Pero incluso aquí los dos hombres que atendían las señales habían encendido una lumbre que, a través del portillo abierto en los gruesos muros de piedra, arrojaba un rayo de luz sobre el mar tenebroso. Uniendo sus encallecidas manos por encima de la mesa, se desearon una feliz Navidad con sus jarras de grog. Uno de ellos, el más viejo, con un rostro marcado por la inclemencia del tiempo como el mascarón de proa de un viejo navío, entonó una canción tan vigorosa como una tempestad.
Una vez más, el fantasma se fue apresuradamente sobre el negro y agitado mar lejos, muy lejos; tan lejos de cualquier costa, como le dijo a Scrooge, que descendieron sobre un barco. Permanecieron al lado del timonel, del vigía de proa, de los oficiales de guardia, fantasmales y oscuras sombras en sus puestos, pero todos ellos tarareaban música navideña o tenían el pensamiento puesto en la Navidad, o hablaban a sus compañeros de alguna Navidad pasada con añoranza del hogar. Y todo hombre a bordo, despierto o dormido, bueno o malo, había tenido una palabra más amable para los demás en ese día que en cualquier otro día del año; y había compartido en alguna medida el festejo; y había recordado a los seres queridos, y había sabido que ellos se acordaban de él.
Mientras escuchaba el aullido del viento y pensaba qué cosa tan grande es moverse a través de solitarias tinieblas sobre un abismo desconocido, cuyos secretos son tan profundos como la muerte, para Scrooge constituyó una gran sorpresa oír una sonora carcajada. Y la sorpresa todavía fue mayor cuando reconoció que la había proferido su propio sobrino, y se encontró en una estancia cálida y resplandeciente, con el espíritu sonriendo a su lado y mirando al sobrino con aprobadora afabilidad.
"¿Ja, ja! ", reía el sobrino de Scrooge. "¿Ja, ja, ja!"
Si por una improbable casualidad el lector conociera a un hombre con una risa más feliz que la del sobrino de Scrooge, todo lo que puedo decir es que también a mí me gustaría conocerle. Preséntemelo y yo cultivaré su amistad.
Es una ley de la compensación justa, equitativa y saludable, que así como hay contagio en la enfermedad y las penas, nada en el mundo resulta más contagioso que la risa y el buen humor. Cuando el sobrino de Scrooge se reía sujetándose los costados, girando la cabeza y arrugando el rostro con las más extravagantes contorsiones, la sobrina de Scrooge -por matrimonio- reía con tantas ganas como él. Y el grupo de sus amigos no se quedaba atrás y todos se desterniIlaban.
"!Ja, ja! ¡Ja, ja, ja, ja!"
"¡Dijo que las Navidades eran tonterías, os lo juro! ", exclamó el sobrino de Scrooge. "¡Y además se lo creía!"
"Más vergüenza le debería dar, Fred!, dijo indignada la sobrina de Scrooge. Esas benditas mujeres nunca hacen nada a medias. Se lo toman todo muy en serio.
Era muy atractiva, sumamente atractiva. Tenía un rostro encantador, con hoyuelos en las mejillas y expresión de sorpresa; una boquita roja y suave que parecía estar hecha para ser besada -lo era, sin duda-; todo tipo de pequitas junto a su barbilla, que se mezclaban unas con otras al reírse; y el par de ojos más luminoso que se haya visto. Al mismo tiempo, era del tipo que se podría describir como provocativa, ya me entienden, pero de una manera satisfactoria. ¡Ah, sí, perfectamente satisfactoria!
"Es un viejo tipo cómico", dijo el sobrino de Scrooge, "es la verdad; y no tan agradable como podría ser. Sin embargo, en su pecado lleva la propia penitencia, y no quiero decir nada contra él".
"Estoy segura de que es muy rico, Fred", apuntó la sobrina. "Al menos eso es lo que siempre me has dicho".
"¡Y eso que importa, querida! ", dijo el sobrino. "La riqueza no le sirve de nada. No hace con ella nada bueno. No la utiliza para su bienestar. Ni siquiera tiene la satisfacción de pensar, ja, ja, ja, que algún día nosotros la disfrutaremos".
"Acaba con mi paciencia", observó la sobrina de Scrooge. Las hermanas de la sobrina y todas las demás señoras expresaron igual opinión.
"Yo sí tengo paciencia", dijo el sobrino. "Me da lástima; no puedo enfadarme con él. El que sufre por sus manías es siempre él mismo. Le da por rechazarnos y no querer venir a cenar con nosotros. ¿Cuál es la consecuencia? No tiene mucho que perder con una cena. "
"Yo pienso que se pierde una cena muy buena", interrumpió la sobrina. Todos asintieron, y eran jueces competentes puesto que acababan de cenar y, con el postre sobre la mesa, estaban apiñados junto al fuego, a la luz de la lámpara.
"¡Bueno! Me alegra mucho escucharos", dijo el sobrino de Scrooge, "porque no tengo mucha fe en estas jóvenes amas de casa. ¿Tú qué dices, Topper? "
Estaba claro que Topper le había echado el ojo a una de las hermanas de la sobrina, pues respondió que un soltero no era más que un pobre proscrito sin derecho a expresar una opinión sobre la materia. Ante lo cual la hermana de la sobrina -la rellenita con la pañoleta de encaje, no la de las rosas- se ruborizó.
"Vamos, Fred, continúa", dijo la sobrina de Scrooge palmoteando. "¡Nunca termina lo que empieza a contar! ¡Qué hombre más absurdo!"
Al sobrino de Scrooge le dio otro ataque de risa y como era imposible evitar el contagio, aunque la hermana rellenita lo intentó de veras con vinagre aromático, su ejemplo fue seguido por unanimidad.
"Iba a decir ", dijo el sobrino de Scrooge, "que la consecuencia de su displicencia hacia nosotros, y el no querer celebrar nada con nosotros es, pienso yo, que se pierde buenos ratos que no le harían ningún daño. Estoy seguro de que se pierde compañías más agradables que las que pueda encontrar en sus pensamientos, metido en esa oficina enmohecida o en su polvorienta vivienda. Todos los años quiero darle la oportunidad, tanto si le gusta como si no, porque me da lástima. Puede que reniegue de la Navidad hasta que se muera, pero siempre tendrá mejor opinión si ve que voy de buen humor, año tras año, para decirle ¿cómo estás, tío Scrooge? Aunque sólo sirviera para que se acordara de dejarle cincuenta libras a ese pobre escribiente suyo, ya habría merecido la pena; y pienso que ayer le conmoví.
Ahora les tocaba reírse a los demás con la mención de haber conmovido a Scrooge. Pero el sobrino tenía muy buen carácter, no le importaba que se rieran -se iban a reír de cualquier modo- y les fomentó la diversión pasando la botella alegremente.
Tras el té, disfrutaron con un poco de música. Era una familia aficionada a la música, y puedo asegurar que sabían lo que se traían entre manos cuando cantaban un solo, o a varias voces; sobre todo Topper, que podia gruñir como un auténtico bajo sin que se le hincharan las venas de la frente ni ponerse colorado. La sobrina de Scrooge tocaba bien el arpa y, entre otras piezas, tocó una ligera tonada (insignificante, cualquiera podría aprender a silbarla en dos minutos) que había sido muy familiar para la niña que había recogido a Scrooge en el internado, como le había hecho recordar el Fantasma de la Navidad del Pasado. Al sonar esa musiquilla, le volvieron a la mente todas las cosas que le había mostrado el fantasma; se fue enterneciendo cada vez más, y pienso que si años atrás hubiera escuchado esa música a menudo, tal vez habría cultivado con sus propias manos las cosas buenas de la vida para su propia felicidad, sin recurrir a la pala de enterrador que sepultó a Jacob Marley.