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Tirano Banderas (Graded Reader), Capítulo 3. Una noche de mucho movimiento

Capítulo 3. Una noche de mucho movimiento

La Feria y el mercado del Día de los Difuntos eran famosos en toda

la República de Santa Fe. En la plaza principal había muchos puestos

donde comprar bebidas y comidas. En las mesas los hombres jugaban

a las cartas. Un ciego con una guitarra y una niña cantan delante de

grupos de gente pobre. Hay jóvenes que corren por las calles, van

bromeando y gritando. La multitud está esperando el anuncio del

toro de fuego, porque en las calles están apagando las farolas: así,

cuando pase, puede verse mejor el fuego de sus cuernos. Ahora solo

se ve la luna en el cielo.

En las calles hay gente de todas las clases sociales: criollos dueños de

ranchos entran en los bares y se sientan en las mesas. La plebe de piel

oscura, sucia y descalza, está sentada en las escalerillas de las iglesias,

porque no tienen dinero. Los indios alfareros venden cacharros de

barro con círculos y dibujos. Mucha gente ha ido por el día al cementerio,

a visitar las tumbas de sus familiares y ahora tienen ganas de divertirse.

En todas las esquinas se oyen risas y la música de las guitarras.

En el burdel de la plaza, el doctor Polaco ha hipnotizado a

Lupita:

—Responda la señorita Médium.

—¡Ay! Sube por una escalera muy grande... No puedo. Ya no está...

—Siga usted hasta encontrarle, Señorita.

—No puedo.

—Yo lo mando. ¿Qué ve?

—¡Ay! Las estrellas grandes como lunas pasan corriendo por el cielo.

—¿Dónde está usted?

—¡Estoy muerta!

—Voy a devolverle la vida, señorita Médium.

El hombre le pone en la frente la piedra de un anillo. Después la

pasa las manos por la cabeza y sopla en los ojos de la joven:

—Va usted a despertarse contenta y sin dolor de cabeza.

En una habitación de al lado está el coronel de la Gándara tocando

la guitarra. Va medio desnudo y se le ve su enorme barriga. Es un

hombre de piel oscura, pelo rizado y brazos largos. En cuanto tiene

dinero, va a gastarlo al burdel, con las pecadoras o a beber mucho.

Ahora canta una ranchera, habla de un hombre traicionado por una

mujer que acaba en la cárcel.

En el salón central, un hombre toca el piano y una chica muy joven

canta una triste canción de un amor desgraciado. Dos mulatas de

piel de ébano la miran. Algunas parejas bailan con las caras pegadas.

El doctor y Lupita siguen hablando. Ella se ha despertado y dice:

–¡Me ha entrado mucho sueño y me duele mucho la cabeza!

El falso doctor la tranquiliza:

—Eso se pasa pronto con una taza de café.

—¡Es la última vez que me hace estas cosas!

Polaco felicita a la mujer con palabras amables:

—Es usted un caso muy interesante de médium. Puedo asegurarle

un contrato para un teatro de Berlín. Puede hacerse famosa.

La joven se toca la cabeza con sus dedos con joyas falsas:

—¡Nunca más!

—¿No se anima usted a presentarse en público? Yo la ayudo, pronto

puede actuar usted en un teatro de Nueva York. El Coronelito me ha

hablado de su caso, pero no me imaginaba sus virtudes.

—Dicen que la rubia que iba con usted en tiempos pasados ha

muerto en un teatro.

—¿Y que yo estaba en la cárcel? Pues ya ve que no estoy preso.

—Seguro que se ha escapado

—¿Me cree usted con tanto poder?

—¿No es usted brujo?

—Soy un científico.

La dueña del burdel grita desde el pasillo:

—Lupita, preguntan por ti.

—¡No tengo ganas de ver a nadie! Estoy muy cansada.

—Lupita, puede usted tener éxito en un escenario y dejar esta vida.

—¡Me da mucho miedo!

Ha pasado un rato. La pareja del pecado está desnuda en la cama. Él

es el licenciado Nacho Veguillas. Ella, Lupita, le pregunta:

—Nachito, tú, en la hora de la muerte, ¿vas a confesar como

cristiano?

—¡Yo no niego la vida del alma!

—¡Nachito, somos espíritu y materia! ¡Mi vida es horrible, pero soy

una romántica! Hoy no tenía que trabajar por respeto a los muertos.

¡Yo hablo y sueño con los muertos! ¡La dueña me ha obligado! Tengo

una deuda con ella. Tú no eres romántico, dame el dinero y vete.

—¿Quieres que yo te pague la deuda?

—No me gustan las bromas Nachito, para mí es importante.

—¿Debes mucho?

—¡Una fortuna! ¡Tú puedes pagarlo, me voy contigo y tienes una

fiel esclava!

—¡Siento no ser negrero!

—Ya hemos tenido esta conversación, Veguillas.

Oyen la guitarra, las canciones y el ruido de bailes y risas que

llegan desde el salón .

—¡Ave María! Te juro que eso lo he oído antes. Veguillas, tú me

contaste el mal fin que tenía el Coronelito de la Gándara.

Gritó Veguillas:

—¡Ese secreto jamás ha salido de mis labios!

—¡Ya me haces dudar! ¡Quizá lo soñé, Nachito!

—Lupita, tienes poderes de bruja.

Nacho Veguillas se ríe, pero también está asustado, y le da un golpe

cariñoso a la moza en las nalgas:

—¡Lupita, tú hablas con los espíritus!

—¡Nacho Veguillas, llevas buena relación con el Coronel Gandarita?

—¡Amigos del alma!

—¿Por qué no le avisas y así se salva?

—Pues ¿qué sabes tú?

—¿No hablamos antes?

—¡No!

—¡Lo juras, Nachito?

—¡Jurado!

—¿No hablamos nada? ¡Pues te he leído el pensamiento!

Ha amanecido. Las luces de los faroles empiezan a apagarse. Van

cruzando la plaza un músico ciego y su lazarillo, una niña que parece

una muerta. Han estado tocando y cantando, pero la gente no les ha

dado dinero. El ciego dice:

—¡Qué mal ha ido la feria! Nos han dado muy pocas limosnas.

Son unos miserables.

—En otros sitios nos ha ido mejor. Aquí gastan todo el dinero en

burdeles y borracheras.

—Para sacar dinero necesitamos una orquesta. Yo puedo dirigirla.

—¿Ciego?

—Operándome los ojos.

—¡Ay mi viejo, tú sueñas mucho!

—¿No saldremos alguna vez de esta pobreza?

—¡Quién sabe!

—Tú no conoces otra vida, y no la quieres.

—¡Tú tampoco la conoces!

—La he visto en otros, y la envidio.

—Yo no envidio riquezas.

—¿Y qué envidias?

—¡Ser pájaro! Cantar en una rama.

—No digas tonterías.

—Ya hemos llegado.

En el burdel, el Coronelito de la Gándara entra en la habitación de Veguillas. Este, muy borracho, no puede levantarse, pero le dice:

—¿Por qué entras en la habitación de dos enamorados?

—Veguillas, hermano, necesito dinero para jugar a las cartas. Te

pido un préstamo. Mañana te lo devuelvo.

—¡Mañana! —Nachito, oye esa palabra y sonríe. Sabe que mañana

el coronelito estará en la cárcel o muerto. De la Gándara insiste—:

Mañana. ¡Y si no, cuando me entierren!

Nachito empieza a llorar:

—Siempre va con nosotros la muerte. Domiciano, el dinero de

nada te sirve.

Lupita sale entre las cortinas, se está abrochando el vestido, y dice:

—¡Domiciano, tienes que salvarte! Este pendejo no te lo dice,

pero él sabe que estás en las listas de Tirano Banderas.

El Coronelito mira a Veguillas. Y este, con los brazos abiertos, grita:

—¡Me has traicionado! ¡Eres una serpiente! Con tus besos

hechiceros me has adivinado el pensamiento.

El Coronelito se acerca a Nachito, saca el machete.

—Voy a sacarte toda la sangre de tu cuerpo desgraciado.

La joven se coloca entre los dos:

—Estás loco, Domiciano. ¿Qué vas a hacer? Me van a castigar a mí,

no debes matarle. ¿Estás en peligro? ¡Pues tienes que irte!

El Coronelito de la Gándara se tira de los bigotes:

—¿Quién me denuncia, Veguillas? Habla o te mato ahora mismo.

Veguillas se estaba vistiendo. Le temblaban las manos.

—Hermano, te denuncia la vieja tabernera. Tú no le pagabas y ella

se lo ha dicho a Banderas. Estás condenado.

La joven le dice otra vez:

—¡No pierdas tiempo, Domiciano!

Veguillas estaba temblando en una pared, y con los pantalones en

la mano. El Coronelito se los quita de un golpe:

—¿Cuál es mi sentencia?

—¡Hermano, no me preguntes! Cada palabra es una bala... ¡Me

estoy suicidando! La sentencia que es para ti va contra mi cabeza.

La joven estaba desesperada.

—Tienes que salvarte. ¡Van a venir a llevarte a la cárcel!

El Coronelito coge por el pelo a Veguillas:

—¿Van a detenerme o a matarme? Responde.

Veguillas saca la lengua:

—¡Me he suicidado!

La pareja del ciego y la niña triste han llegado a la casa de empeños

de Pereda. El empeñista les dice:

—Pasen ustedes. Supongo que traen el dinero del piano. Me deben

ya tres meses.

Murmuró el ciego:

—Nuestro deseo es cumplir, pero…

—El deseo no basta. Están ustedes muy atrasados. Me gusta

atender las circunstancias de mis clientes, pero, con la revolución,

todos los negocios van fatal. ¿Cuánto pensaban pagar ahora?

Murmuró, dolorosa, la chica:

—No hemos podido reunir la plata. Le pedimos esperar a la

segunda quincena.

—¡Imposible, chulita! Voy a tener que quitarles el pianito. Me

duele mucho.

—¿Y perderíamos lo entregado?

—¡Naturalmente! Van a pagar los transportes y el uso del

instrumento.

Murmuró desesperado el ciego:

—Señor Peredita, hasta la segunda quincena. No pedimos más.

—¡No puede ser! Hasta mañanita puedo esperar, más no. No

pierdan aquí el tiempo. La suplicas de la niña y el viejo ciego no sirven

de nada. Al final se van y el ciego golpeaba en la puerta con el hierro

del bastón:

—Este gachupín nos mata. ¡Te quita el pianito cuando estabas

mejor en tus estudios!

El Coronelito ha salido a la calle, pero ha visto los fusiles de una patrulla.

Vienen a por él. Se tira al suelo y cruza la calle. Un indio medio desnudo

abre una puerta y Gándara entra. Veguillas le sigue y suben las escaleras.

Una criada los ve y va a gritar pero el coronel le pone un cuchillo en el

cuello y no dice nada. Entran en la habitación de un estudiante, donde

ven una ventana abierta. El Coronelito, pregunta y señala:

—¿A dónde da?

El estudiante levanta la vista de los libros, sorprendido. El

Coronelito, sin esperar respuesta, salta por la ventana y cae en un

pequeño tejado. Rompe muchas tejas y se ha hecho daño, pero puede

marcharse cojeando. Nachito no se atreve a saltar y dice:

—¡Es como un gato! ¡Me he suicidado!

El estudiante le pregunta:

—¿Usted es un fugado del penal de Santa Mónica?

Nachito se frota los ojos:

—Es lo contrario. Me van a llevar allí. Yo, amigo, no escapo...

Escapa el otro. Yo he venido detrás de él. No sé la razón, yo mismo

no comprendo.

El estudiante le mira sin entender nada. Se oye en el pasillo mucho

ruido de voces y entran unos soldados con fusiles y un capitán con

una pistola:

—¡Manos arriba!

Por otra puerta entra una mujer, descalza, en camisón. Está

despeinada y tiene ojos y cejas muy negros sobre una cara morena.

Es muy alta y grande y parece una estatua.

—¿Qué buscan en mi casa? ¿Van a llevarse al chamaco? ¿Quién lo

manda?

—No se preocupe, Doña Rosita. El chico tiene que venir al cuartel.

Le hacemos unas preguntas y vemos que no tiene culpa. Le garantizo

que vuelve aquí.

El muchacho mira a su madre, y le recomienda silencio. La

gigantona estremecida corre para abrazarlo:

—Mi vieja, no digamos nada. Es mejor.

Grita la madre:

—¡Capitán! ¿Qué ha pasado aquí?

La interrumpe el mozo:

—Uno que entró perseguido y se fugó por la ventana.

—¿Tú qué le has dicho?

—No tuve tiempo de verle la cara.

Interviene el capitán:

—Haces esta declaración en el cuartel, y has terminado.

Doña Rosita dobla los brazos:

—¿Quién era el que se escapaba?

Nachito, todavía borracho, dice en voz muy bajita:

—¡El Coronel de la Gándara! ¡Me he suicidado!

El capitán levanta una mano y los soldados se llevan al estudiante

y a Nachito.

A Zacarías San José le llaman Zacarías el Cruzado porque tiene una

cicatriz en la cara. Vive en una choza en una gran zona pantanosa.

Vuelan moscas por el aire y algunos caballos muerden la hierba.

Zacarías trabaja haciendo figuritas de barro, que vende en la ciudad.

También tiene cerdos. Está preocupado porque ha notado en los

últimos días varias señales de mala suerte. Su mujer está vigilando a

su hijo pequeño, que juega en el barro.

—¡Zacarías, estás muy callado! No tenemos dinero ni nada para

comer.

—Hoy coceré las figuras de barro.

En la puerta aparece el Coronelito Domiciano de la Gándara. Se

ha acordado de que este indio le debe favores y ha ido a su casa.

–¿Zacarías, quieres ayudarme? Mi compadre Santos Banderas me

persigue.

—¡Usted manda, y yo obedezco!

—Quiero que me lleves en canoa por el pantano hasta las tierras

de Filomeno Cuevas.

—Vamos en seguida, patroncito.

—Puede ser peligroso para tu vida, Zacarías

—Mi vida no vale nada. Mujer, tengo que irme con el patrón.

—¿Qué hago yo? No tenemos para comer.

—Empeña el reloj.

—Tiene el cristal roto. No nos dan nada a cambio.

El Coronelito se quita una sortija:

—Con esta puedes conseguir algo.

La india se arrodilla, besando las manos al militar.

Zacarías se viste y se cuelga el machete.

—Brilla mucho. Seguro que sacas bastante dinero. No te dejes

engañar en la casa de empeños.

—Me dan dinero por un anillo bueno. Espero que este no es falso…

El Coronelito en la puerta le dice que tienen prisa.

—¿Cuándo vuelves?

—¡Quién sabe! Enciéndele una velita a la virgen de Guadalupe.

—¡Le enciendo dos!

Zacaría besa a su hijo, haciéndole cosquillas los bigotes, y lo pone

en brazos de la madre.

Luego el Coronelito y Zacarías caminan por el borde del pantano

hasta la canoa.


Capítulo 3. Una noche de mucho movimiento Kapitel 3: Eine arbeitsreiche Nacht Chapter 3. A busy night Chapitre 3 - Une nuit bien remplie 3장. 바쁜 밤 3 skyrius. Įtempta naktis Capítulo 3 - Uma noite agitada Глава 3. Насыщенная ночь Bölüm 3. Yoğun bir gece Розділ 3. Важка ніч 第3章 忙碌的一夜

La Feria y el mercado del Día de los Difuntos eran famosos en toda

la República de Santa Fe. En la plaza principal había muchos puestos

donde comprar bebidas y comidas. En las mesas los hombres jugaban

a las cartas. Un ciego con una guitarra y una niña cantan delante de

grupos de gente pobre. Hay jóvenes que corren por las calles, van

bromeando y gritando. La multitud está esperando el anuncio del

toro de fuego, porque en las calles están apagando las farolas: así,

cuando pase, puede verse mejor el fuego de sus cuernos. Ahora solo

se ve la luna en el cielo.

En las calles hay gente de todas las clases sociales: criollos dueños de

ranchos entran en los bares y se sientan en las mesas. La plebe de piel

oscura, sucia y descalza, está sentada en las escalerillas de las iglesias,

porque no tienen dinero. Los indios alfareros venden cacharros de

barro con círculos y dibujos. Mucha gente ha ido por el día al cementerio,

a visitar las tumbas de sus familiares y ahora tienen ganas de divertirse.

En todas las esquinas se oyen risas y la música de las guitarras.

En el burdel de la plaza, el doctor Polaco ha hipnotizado a

Lupita:

—Responda la señorita Médium.

—¡Ay! Sube por una escalera muy grande... No puedo. Ya no está...

—Siga usted hasta encontrarle, Señorita.

—No puedo.

—Yo lo mando. ¿Qué ve?

—¡Ay! Las estrellas grandes como lunas pasan corriendo por el cielo.

—¿Dónde está usted?

—¡Estoy muerta!

—Voy a devolverle la vida, señorita Médium.

El hombre le pone en la frente la piedra de un anillo. Después la

pasa las manos por la cabeza y sopla en los ojos de la joven:

—Va usted a despertarse contenta y sin dolor de cabeza.

En una habitación de al lado está el coronel de la Gándara tocando

la guitarra. Va medio desnudo y se le ve su enorme barriga. Es un

hombre de piel oscura, pelo rizado y brazos largos. En cuanto tiene

dinero, va a gastarlo al burdel, con las pecadoras o a beber mucho.

Ahora canta una ranchera, habla de un hombre traicionado por una

mujer que acaba en la cárcel.

En el salón central, un hombre toca el piano y una chica muy joven

canta una triste canción de un amor desgraciado. Dos mulatas de

piel de ébano la miran. Algunas parejas bailan con las caras pegadas.

El doctor y Lupita siguen hablando. Ella se ha despertado y dice:

–¡Me ha entrado mucho sueño y me duele mucho la cabeza!

El falso doctor la tranquiliza:

—Eso se pasa pronto con una taza de café.

—¡Es la última vez que me hace estas cosas!

Polaco felicita a la mujer con palabras amables:

—Es usted un caso muy interesante de médium. Puedo asegurarle

un contrato para un teatro de Berlín. Puede hacerse famosa.

La joven se toca la cabeza con sus dedos con joyas falsas:

—¡Nunca más!

—¿No se anima usted a presentarse en público? Yo la ayudo, pronto

puede actuar usted en un teatro de Nueva York. El Coronelito me ha

hablado de su caso, pero no me imaginaba sus virtudes.

—Dicen que la rubia que iba con usted en tiempos pasados ha

muerto en un teatro.

—¿Y que yo estaba en la cárcel? Pues ya ve que no estoy preso.

—Seguro que se ha escapado

—¿Me cree usted con tanto poder?

—¿No es usted brujo?

—Soy un científico.

La dueña del burdel grita desde el pasillo:

—Lupita, preguntan por ti.

—¡No tengo ganas de ver a nadie! Estoy muy cansada.

—Lupita, puede usted tener éxito en un escenario y dejar esta vida.

—¡Me da mucho miedo!

Ha pasado un rato. La pareja del pecado está desnuda en la cama. Él

es el licenciado Nacho Veguillas. Ella, Lupita, le pregunta:

—Nachito, tú, en la hora de la muerte, ¿vas a confesar como

cristiano?

—¡Yo no niego la vida del alma!

—¡Nachito, somos espíritu y materia! ¡Mi vida es horrible, pero soy

una romántica! Hoy no tenía que trabajar por respeto a los muertos.

¡Yo hablo y sueño con los muertos! ¡La dueña me ha obligado! Tengo

una deuda con ella. Tú no eres romántico, dame el dinero y vete.

—¿Quieres que yo te pague la deuda?

—No me gustan las bromas Nachito, para mí es importante.

—¿Debes mucho?

—¡Una fortuna! ¡Tú puedes pagarlo, me voy contigo y tienes una

fiel esclava!

—¡Siento no ser negrero!

—Ya hemos tenido esta conversación, Veguillas.

Oyen la guitarra, las canciones y el ruido de bailes y risas que

llegan desde el salón .

—¡Ave María! Te juro que eso lo he oído antes. Veguillas, tú me

contaste el mal fin que tenía el Coronelito de la Gándara.

Gritó Veguillas:

—¡Ese secreto jamás ha salido de mis labios!

—¡Ya me haces dudar! ¡Quizá lo soñé, Nachito!

—Lupita, tienes poderes de bruja.

Nacho Veguillas se ríe, pero también está asustado, y le da un golpe

cariñoso a la moza en las nalgas:

—¡Lupita, tú hablas con los espíritus!

—¡Nacho Veguillas, llevas buena relación con el Coronel Gandarita?

—¡Amigos del alma!

—¿Por qué no le avisas y así se salva?

—Pues ¿qué sabes tú?

—¿No hablamos antes?

—¡No!

—¡Lo juras, Nachito?

—¡Jurado!

—¿No hablamos nada? ¡Pues te he leído el pensamiento!

Ha amanecido. Las luces de los faroles empiezan a apagarse. Van

cruzando la plaza un músico ciego y su lazarillo, una niña que parece

una muerta. Han estado tocando y cantando, pero la gente no les ha

dado dinero. El ciego dice:

—¡Qué mal ha ido la feria! Nos han dado muy pocas limosnas.

Son unos miserables.

—En otros sitios nos ha ido mejor. Aquí gastan todo el dinero en

burdeles y borracheras.

—Para sacar dinero necesitamos una orquesta. Yo puedo dirigirla.

—¿Ciego?

—Operándome los ojos.

—¡Ay mi viejo, tú sueñas mucho!

—¿No saldremos alguna vez de esta pobreza?

—¡Quién sabe!

—Tú no conoces otra vida, y no la quieres.

—¡Tú tampoco la conoces!

—La he visto en otros, y la envidio.

—Yo no envidio riquezas.

—¿Y qué envidias?

—¡Ser pájaro! Cantar en una rama.

—No digas tonterías.

—Ya hemos llegado.

En el burdel, el Coronelito de la Gándara entra en la habitación de Veguillas. Este, muy borracho, no puede levantarse, pero le dice:

—¿Por qué entras en la habitación de dos enamorados?

—Veguillas, hermano, necesito dinero para jugar a las cartas. Te

pido un préstamo. Mañana te lo devuelvo.

—¡Mañana! —Nachito, oye esa palabra y sonríe. Sabe que mañana

el coronelito estará en la cárcel o muerto. De la Gándara insiste—:

Mañana. ¡Y si no, cuando me entierren!

Nachito empieza a llorar:

—Siempre va con nosotros la muerte. Domiciano, el dinero de

nada te sirve.

Lupita sale entre las cortinas, se está abrochando el vestido, y dice:

—¡Domiciano, tienes que salvarte! Este pendejo no te lo dice,

pero él sabe que estás en las listas de Tirano Banderas.

El Coronelito mira a Veguillas. Y este, con los brazos abiertos, grita:

—¡Me has traicionado! ¡Eres una serpiente! Con tus besos

hechiceros me has adivinado el pensamiento.

El Coronelito se acerca a Nachito, saca el machete.

—Voy a sacarte toda la sangre de tu cuerpo desgraciado.

La joven se coloca entre los dos:

—Estás loco, Domiciano. ¿Qué vas a hacer? Me van a castigar a mí,

no debes matarle. ¿Estás en peligro? ¡Pues tienes que irte!

El Coronelito de la Gándara se tira de los bigotes:

—¿Quién me denuncia, Veguillas? Habla o te mato ahora mismo.

Veguillas se estaba vistiendo. Le temblaban las manos.

—Hermano, te denuncia la vieja tabernera. Tú no le pagabas y ella

se lo ha dicho a Banderas. Estás condenado.

La joven le dice otra vez:

—¡No pierdas tiempo, Domiciano!

Veguillas estaba temblando en una pared, y con los pantalones en

la mano. El Coronelito se los quita de un golpe:

—¿Cuál es mi sentencia?

—¡Hermano, no me preguntes! Cada palabra es una bala... ¡Me

estoy suicidando! La sentencia que es para ti va contra mi cabeza.

La joven estaba desesperada.

—Tienes que salvarte. ¡Van a venir a llevarte a la cárcel!

El Coronelito coge por el pelo a Veguillas:

—¿Van a detenerme o a matarme? Responde.

Veguillas saca la lengua:

—¡Me he suicidado!

La pareja del ciego y la niña triste han llegado a la casa de empeños

de Pereda. El empeñista les dice:

—Pasen ustedes. Supongo que traen el dinero del piano. Me deben

ya tres meses.

Murmuró el ciego:

—Nuestro deseo es cumplir, pero…

—El deseo no basta. Están ustedes muy atrasados. Me gusta

atender las circunstancias de mis clientes, pero, con la revolución,

todos los negocios van fatal. ¿Cuánto pensaban pagar ahora?

Murmuró, dolorosa, la chica:

—No hemos podido reunir la plata. Le pedimos esperar a la

segunda quincena.

—¡Imposible, chulita! Voy a tener que quitarles el pianito. Me

duele mucho.

—¿Y perderíamos lo entregado?

—¡Naturalmente! Van a pagar los transportes y el uso del

instrumento.

Murmuró desesperado el ciego:

—Señor Peredita, hasta la segunda quincena. No pedimos más.

—¡No puede ser! Hasta mañanita puedo esperar, más no. No

pierdan aquí el tiempo. La suplicas de la niña y el viejo ciego no sirven

de nada. Al final se van y el ciego golpeaba en la puerta con el hierro

del bastón:

—Este gachupín nos mata. ¡Te quita el pianito cuando estabas

mejor en tus estudios!

El Coronelito ha salido a la calle, pero ha visto los fusiles de una patrulla.

Vienen a por él. Se tira al suelo y cruza la calle. Un indio medio desnudo

abre una puerta y Gándara entra. Veguillas le sigue y suben las escaleras.

Una criada los ve y va a gritar pero el coronel le pone un cuchillo en el

cuello y no dice nada. Entran en la habitación de un estudiante, donde

ven una ventana abierta. El Coronelito, pregunta y señala:

—¿A dónde da?

El estudiante levanta la vista de los libros, sorprendido. El

Coronelito, sin esperar respuesta, salta por la ventana y cae en un

pequeño tejado. Rompe muchas tejas y se ha hecho daño, pero puede

marcharse cojeando. Nachito no se atreve a saltar y dice:

—¡Es como un gato! ¡Me he suicidado!

El estudiante le pregunta:

—¿Usted es un fugado del penal de Santa Mónica?

Nachito se frota los ojos:

—Es lo contrario. Me van a llevar allí. Yo, amigo, no escapo...

Escapa el otro. Yo he venido detrás de él. No sé la razón, yo mismo

no comprendo.

El estudiante le mira sin entender nada. Se oye en el pasillo mucho

ruido de voces y entran unos soldados con fusiles y un capitán con

una pistola:

—¡Manos arriba!

Por otra puerta entra una mujer, descalza, en camisón. Está

despeinada y tiene ojos y cejas muy negros sobre una cara morena.

Es muy alta y grande y parece una estatua.

—¿Qué buscan en mi casa? ¿Van a llevarse al chamaco? ¿Quién lo

manda?

—No se preocupe, Doña Rosita. El chico tiene que venir al cuartel.

Le hacemos unas preguntas y vemos que no tiene culpa. Le garantizo

que vuelve aquí.

El muchacho mira a su madre, y le recomienda silencio. La

gigantona estremecida corre para abrazarlo:

—Mi vieja, no digamos nada. Es mejor.

Grita la madre:

—¡Capitán! ¿Qué ha pasado aquí?

La interrumpe el mozo:

—Uno que entró perseguido y se fugó por la ventana.

—¿Tú qué le has dicho?

—No tuve tiempo de verle la cara.

Interviene el capitán:

—Haces esta declaración en el cuartel, y has terminado.

Doña Rosita dobla los brazos:

—¿Quién era el que se escapaba?

Nachito, todavía borracho, dice en voz muy bajita:

—¡El Coronel de la Gándara! ¡Me he suicidado!

El capitán levanta una mano y los soldados se llevan al estudiante

y a Nachito.

A Zacarías San José le llaman Zacarías el Cruzado porque tiene una

cicatriz en la cara. Vive en una choza en una gran zona pantanosa.

Vuelan moscas por el aire y algunos caballos muerden la hierba.

Zacarías trabaja haciendo figuritas de barro, que vende en la ciudad.

También tiene cerdos. Está preocupado porque ha notado en los

últimos días varias señales de mala suerte. Su mujer está vigilando a

su hijo pequeño, que juega en el barro.

—¡Zacarías, estás muy callado! No tenemos dinero ni nada para

comer.

—Hoy coceré las figuras de barro.

En la puerta aparece el Coronelito Domiciano de la Gándara. Se

ha acordado de que este indio le debe favores y ha ido a su casa.

–¿Zacarías, quieres ayudarme? Mi compadre Santos Banderas me

persigue.

—¡Usted manda, y yo obedezco!

—Quiero que me lleves en canoa por el pantano hasta las tierras

de Filomeno Cuevas.

—Vamos en seguida, patroncito.

—Puede ser peligroso para tu vida, Zacarías

—Mi vida no vale nada. Mujer, tengo que irme con el patrón.

—¿Qué hago yo? No tenemos para comer.

—Empeña el reloj.

—Tiene el cristal roto. No nos dan nada a cambio.

El Coronelito se quita una sortija:

—Con esta puedes conseguir algo.

La india se arrodilla, besando las manos al militar.

Zacarías se viste y se cuelga el machete.

—Brilla mucho. Seguro que sacas bastante dinero. No te dejes

engañar en la casa de empeños.

—Me dan dinero por un anillo bueno. Espero que este no es falso…

El Coronelito en la puerta le dice que tienen prisa.

—¿Cuándo vuelves?

—¡Quién sabe! Enciéndele una velita a la virgen de Guadalupe.

—¡Le enciendo dos!

Zacaría besa a su hijo, haciéndole cosquillas los bigotes, y lo pone

en brazos de la madre.

Luego el Coronelito y Zacarías caminan por el borde del pantano

hasta la canoa.