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El arte de la buena vida, El arte de la buena vida (3)

El arte de la buena vida (3)

y suficientemente plena. Es más, aunque estos individuos caigan en la cuenta de que la existencia

es algo más que ir de compras, es improbable que, en su búsqueda de una filosofía de

vida, se inclinen por el estoicismo. O bien no tienen ni idea de lo que tendrían que

hacer para practicar el estoicismo, o con mayor probabilidad, albergan una idea equivocada.

Por lo tanto, permítanme explicar en los capítulos siguientes, como parte de mi intento

por reanimar el estoicismo, que implica exactamente la práctica de esta filosofía.

2ª Parte. Técnicas psicológicas estoicas. 4. Visualización negativa. ¿Qué es lo peor

que puede pasar? Toda persona reflexiva contemplará periódicamente las cosas malas que pueden

suceder. La razón obvia es prevenir que acontezcan. Por ejemplo, hay quien pasará

tiempo pensando en impedir que los demás entren en su casa, para evitar que ocurra.

O pensará en las enfermedades que puede padecer a fin de tomar medidas preventivas. Sin embargo,

no importa lo previsores que seamos respecto a las cosas malas, algunas nos sobrevendrán

inevitablemente. Por lo tanto, Séneca apunta a una segunda razón para contemplar lo malo

que pueda pasarnos. Si pensamos en ello atenuaremos su impacto cuando finalmente acontezca, a pesar

de nuestros esfuerzos. ¿Quién se ha adelantado a su llegada hurta su poder a los males presentes?

1. La mala fortuna golpea más duramente, dice, a quienes, solo esperan buena fortuna.

2. Epicteto repite este consejo, deberíamos tener presente que, todo en el mundo es impermanente.

Si no somos capaces de reconocerlo y vemos el mundo asumiendo que siempre podremos disfrutar

de aquello que valoramos, probablemente nos encontraremos sujetos a una inquietud considerable

cuando aquellas cosas nos sean arrebatadas. 3. Junto a estas razones para contemplar lo

malo que nos puede suceder, hay una tercera razón, probablemente la más importante.

Los seres humanos somos infelices en gran medida porque somos insaciables, después de trabajar

duro para tener lo que queremos, solemos perder el interés en el objeto de nuestro deseo. En

lugar de sentirnos satisfechos, nos aburrimos, y como respuesta a ese hastío formamos nuevos deseos,

aún más inalcanzables. Los psicólogos San Frédéric y George Lowenstein han estudiado

este fenómeno y le han dado un nombre, adaptación hedónica. Para ilustrar este proceso de adaptación,

remiten a los estudios sobre los ganadores de la lotería. Ganar la lotería normalmente permite a

alguien vivir la vida de sus sueños. Sin embargo, resulta que tras un período inicial de euforia,

los ganadores de la lotería acaban con un nivel de felicidad equivalente al que tenían antes del

premio, 4. Se acostumbran a su nuevo Ferrari y a su nueva casa, tal como antes estaban acostumbrados

a su camioneta oxidada y a su pequeño apartamento. Una forma menos dramática de adaptación hedónica

tiene lugar cuando compramos. Al principio disfrutamos del televisor de pantalla ancha

o del bolso de cuero. Sin embargo, después de un tiempo los desdeñamos y deseamos una pantalla aún

más grande y un bolso todavía más extravagante. También experimentamos la adaptación hedónica

en nuestra carrera. Una vez soñamos con conseguir cierto trabajo. En consecuencia,

trabajamos duro en la universidad y quizá en la escuela de posgrado para encaminarnos hacia

nuestro objetivo, y en ese camino invertimos años de lentos pero firmes progresos en pos

de nuestro objetivo laboral. Al conseguir el trabajo de nuestros sueños, nos sentimos felices,

pero es probable que en poco tiempo estemos insatisfechos. Nos quejamos de nuestro sueldo,

de nuestros compañeros y de la incapacidad de nuestro jefe para reconocer nuestro talento.

También experimentamos la adaptación hedónica en nuestras relaciones. Conocemos al hombre o a la

mujer de nuestros sueños, y después de un noviazgo tumultuoso acabamos por casarnos con él o con

ella. Vivimos un periodo de matrimonio feliz, pero a continuación descubrimos los defectos de nuestra

pareja y poco después fantaseamos con iniciar una relación con otra persona. Como resultado

del proceso de adaptación, la gente se encuentra en un constante proceso de satisfacción. Son

infelices cuando detectan un deseo no cumplido en su interior. Trabajan duro para cumplir ese

deseo, con la creencia de que al alcanzarlo se verán satisfechos. Sin embargo, el problema es

que una vez cumplido el deseo, se adaptan a su presencia en su vida y como resultado dejan de

desearlo, o en todo caso no les parece tan deseable como en el pasado. Acaban tan insatisfechos como

antes de cumplir el deseo. Así pues, una clave para la felicidad es evitar el proceso de adaptación.

Tenemos que dar pasos para impedir que, una vez conseguidas, demos por sentadas las cosas por las

que nos hemos esforzado tanto. Como probablemente no hemos dado estos pasos en el pasado, sin duda

hay muchas cosas en nuestra vida a las que nos hemos adaptado, cosas que una vez soñamos tener,

pero a las que ahora nos hemos acostumbrado, incluyendo, tal vez, nuestra pareja, nuestros hijos,

nuestra casa y nuestro trabajo. Esto implica que además de encontrar un camino para evitar

el proceso de adaptación, hemos de hallar la manera de revertirlo. En otras palabras,

necesitamos encontrar en nuestro interior una técnica para desear aquello que ya tenemos.

A lo largo de los milenios y en diversas partes del mundo, quienes han pensado minuciosamente en

los entresijos del deseo han admitido esta realidad. La forma más fácil de conquistar

la felicidad es aprender a desear las cosas que ya tenemos. Este consejo es fácil de exponer

e indudablemente cierto, la cuestión es aplicarlo a nuestra vida. Después de todo,

¿cómo convencernos de desear lo que ya tenemos? Los estoicos creían tener una respuesta a esta

pregunta. Recomendaban imaginar que hemos perdido aquello que valoramos, que nuestra

mujer nos ha abandonado, que nos han robado el coche, que hemos perdido nuestro empleo.

Los estoicos pensaban que así apreciaremos más a nuestra esposa, nuestro coche y nuestro trabajo.

Esta técnica, llamemos la visualización negativa, fue empleada por los estoicos al menos desde

Crisipo, 5, creo que es la herramienta individual más valiosa en el kit de herramientas psicológicas

de los estoicos. Seneca describe la técnica de la visualización negativa en la consolación

que escribió a Marcia, una mujer que, tres años después de la muerte de su hijo, estaba tan afligida

como el día en que lo enterró. En esta consolación, además de decirle a Marcia cómo superar su actual

duelo, Seneca ofrece consejo respecto a cómo evitar volver a ser víctima de esta aflicción

en el futuro, lo que tiene que hacer es anticiparse a los acontecimientos que pueden desencadenar su

dolor. En particular, dice, debería recordar que todo lo que tenemos es, un préstamo, de la fortuna,

que puede reclamarlo sin nuestro permiso, de hecho, sin avisar siquiera. Por lo tanto,

hemos de amar a nuestros seres queridos, pero siempre con el pensamiento de que no existe

la promesa de que estén a nuestro lado para siempre, no, y ni siquiera con la promesa de

conservarlos mucho tiempo, punto, 6. A pesar de disfrutar de la compañía de nuestros seres queridos,

deberíamos pararnos a reflexionar periódicamente en la posibilidad de que este placer tocará a su

fin. Si no ocurre otra cosa, nuestra propia muerte le pondrá fin. Epicteto también defiende la

visualización negativa. Por ejemplo, al besar a nuestro hijo o hija, nos aconseja recordar que

es mortal y no algo que nosotros poseamos, que nos ha sido otorgado, para el presente,

no inseparablemente y para siempre. Su consejo, al besar a nuestra hija hemos de pensar silenciosamente

en la posibilidad de que muera mañana. 7, Por su parte, en sus meditaciones,

Marco Aurelio alude a este consejo con aprobación, 8. Para evaluar hasta qué punto pensar en la muerte

de una hija puede hacernos apreciarla, imaginemos a dos progenitores. El primero aplica al pie de la

letra el consejo de Epicteto y reflexiona de vez en cuando en la muerte de su hija,

el segundo se niega a cultivar tan lúgubres pensamientos. Por el contrario, asume que su

hija le sobrevivirá y que siempre estará ahí para su alegría. Casi con toda seguridad,

el primer padre será más atento y cariñoso que el segundo. Cada vez que vea a su hija por la mañana,

agradecerá que aún forme parte de su vida, y a lo largo del día aprovechará todas las

oportunidades de interactuar con ella. El segundo padre, en cambio, probablemente no se verá asaltado

por un torrente de alegría al ver a su hija por la mañana. De hecho, quizá ni siquiera levante la

vista del periódico para detectar su presencia en la habitación. Durante el día, no aprovechará las

oportunidades para interactuar con ella, en la creencia de que estas interacciones siempre se

pueden posponer para otro día. Y cuando por último interactúa con ella, suponemos que el placer que

deriva de su compañía no será tan profundo como el que experimenta el primer padre. Además de

contemplar la muerte de los familiares, los estoicos creen que también deberíamos pensar

en la pérdida de los amigos, debido a la muerte o a la enemistad. Por lo tanto, Epicteto aconseja

que cuando nos despidamos de un amigo recordemos en silencio que ésta podría ser la última vez

que lo vemos, 9, si lo hacemos así, no daremos por sentados a nuestros amigos, y como resultado

su amistad nos resultará más placentera. Entre las muertes que hemos de contemplar, dice Epicteto,

está la nuestra, 10, en un tono similar, Séneca aconseja a su amigo Lucilio vivir cada día como si

fuera el último. De hecho, Séneca lo lleva aún más lejos, deberíamos vivir como si este mismo

instante fuera el último, 11. ¿Qué significa vivir cada día como si fuera el último? Algunas

personas creen que ello implica vivir salvajemente y perpetrar todo tipo de excesos hedonistas.

Después de todo, si este es nuestro último día, no pagaremos ningún precio por nuestro desenfreno.

Podemos tomar drogas sin temor a la adicción. Podemos gastar dinero con imprudente generosidad,

sin preocuparnos por cómo pagaremos las facturas que llegarán mañana. Sin embargo,

esto no es lo que los estoicos tienen en mente cuando nos aconsejan vivir cada día como si

fuera el último. Para ellos, vivir cada día como nuestro último día es una mera extensión de la

técnica de visualización negativa. Al afrontar nuestra jornada, deberíamos pararnos de vez en

cuando a reflexionar sobre el hecho de que no viviremos para siempre y que, por lo tanto,

este día podría ser el último. En lugar de convertirnos en hedonistas, esta reflexión nos

hará apreciar lo maravilloso que es estar vivos y tener la oportunidad de llenar nuestros días,

con actividades. También hará menos probable que desperdiciemos la jornada. En otras palabras,

cuando los estoicos nos aconsejan vivir como si fuera nuestro último día, su objetivo no es

cambiar nuestras actividades, sino alterar nuestro estado mental mientras ponemos en práctica esas

actividades. En particular, no pretenden que dejemos de planificar y pensar en el mañana,

en cambio, su deseo es que, al pensar en el mañana, nos acordemos de valorar el día de hoy.

Entonces, ¿por qué los estoicos quieren que pensemos en nuestra propia muerte? Porque al

hacerlo podremos mejorar en gran medida nuestro disfrute de la vida. Y además de contemplar la

pérdida de nuestra vida, dicen los estoicos, también deberíamos contemplar la pérdida de

nuestras posesiones. La mayoría de nosotros pasa sus momentos de ocio pensando en lo que queremos

y no tenemos. Estaríamos mucho mejor, afirma Marco Aurelio, si empleáramos ese tiempo pensando en

todo lo que tenemos y reflexionando en cómo lo echaríamos en falta si no fuera nuestro, 12,

también deberíamos pensar en cómo nos sentiríamos si perdiéramos nuestras posesiones materiales,

entre ellas nuestra casa, coche, ropa, animales de compañía y nuestra cuenta corriente,

cómo nos sentiríamos si perdiéramos nuestras habilidades, entre ellas nuestra capacidad de

hablar, escuchar, caminar, respirar y comer, y ¿cómo nos sentiríamos si perdiéramos nuestra

libertad? La mayoría de nosotros está, viviendo su sueño, el sueño que una vez elaboramos para

nosotros mismos. Podemos estar casados con la persona con la que una vez soñamos casarnos,

tener los hijos y el trabajo que una vez soñamos y poseer el coche de nuestros sueños. Pero gracias

a la adaptación hedónica, tan pronto como vivimos la vida de nuestros sueños, empezamos a darla

por sentada. En lugar de pasar nuestros días disfrutando de nuestra buena fortuna, los

malgastamos formando y persiguiendo deseos nuevos y de mayor envergadura. Como resultado, nunca

estamos satisfechos. La visualización negativa puede ayudarnos a evitar este destino. Pero,

¿qué pasa con esos individuos que obviamente no están viviendo su sueño? ¿Qué ocurre con un

vagabundo, por ejemplo? Hay que destacar que en ningún caso el estoicismo es la filosofía de los

ricos. Quienes disfrutan de una vida cómoda y próspera pueden beneficiarse de la práctica del

estoicismo, pero también los más desfavorecidos. En concreto, aunque su pobreza les impida hacer

muchas cosas, no les imposibilita practicar la visualización negativa, consideremos a la

persona que se ha visto reducida a la única posesión de un taparrabos. Sus circunstancias

podrían ser peores, podría perder el taparrabos. Los estoicos dicen que haría bien en pensar en

esta posibilidad. Supongamos que entonces pierde el taparrabos. Mientras conserve su salud, sus

circunstancias podrían empeorar, un aspecto que merece la pena considerar. ¿Y si su salud se

deteriora? Puede agradecer seguir con vida, es difícil imaginar a una persona que en algún

sentido no pudiera estar peor. Por lo tanto, cuesta imaginar a alguien que no pueda beneficiarse

de la práctica de la visualización negativa. La cuestión no es que practicarla haga que la

vida sea tan disfrutable para los que no tienen nada como para los que, viven en la opulencia.

La cuestión es que la práctica de la visualización negativa, y, en líneas generales, la adopción del

estoicismo, puede eliminar parte de la aflicción de la pobreza y lograr que quienes no tienen nada

no se sientan tan, miserables como se sentirían de otro modo. En este sentido, consideremos la

apurada situación de James Stackdal, si el nombre te suena, probablemente se debe a que fue compañero

de papeleta de Ross Perot en la campaña presidencial de Estados Unidos en 1992. Piloto de la Marina,

Stackdal fue abatido en Vietnam en 1965 y hecho prisionero de guerra hasta mil, 973. Durante ese

tiempo tuvo una mala salud, vivió en condiciones lamentables y sufrió la brutalidad de sus

carceleros. Y, sin embargo, no solo sobrevivió, sino que lo resistió con ánimo inquebrantable.

¿Cómo lo consiguió? Dice que en gran medida gracias al estoicismo, 13. Otro aspecto que tener

en cuenta, aunque ofrece consejo a los oprimidos para que su existencia sea más tolerable, en modo

el estoicismo pretende mantener a la gente en su estado de sometimiento. Los estoicos se esfuerzan

por mejorar sus circunstancias externas, pero al mismo tiempo sugieren estrategias para aliviar su

miseria hasta que las circunstancias mejoren. Alguien podría pensar que debido a su propensión

a imaginar el peor escenario posible, los estoicos tienden al pesimismo. Sin embargo, lo que descubrimos

es que la práctica regular de la visualización negativa tiene el efecto de transformar a los

estoicos en grandes optimistas. Permítanme explicarlo. Normalmente definimos a un optimista

como aquel que ve el vaso medio lleno y no medio vacío. Para un estoico, sin embargo,

este grado de optimismo solo sería un punto de partida. Después de expresar su valoración de

que el vaso está medio lleno y no completamente vacío, manifestará el placer que le procura

tener un vaso, después de todo, podían haberlo robado o haberse roto. Y si domina las estrategias

estoicas, comentará lo asombroso que es un recipiente de vidrio. Son baratos y duraderos,

no transmiten ningún sabor a lo que contienen, y milagro supremo. Nos permiten ver su contenido.

Esto puede sonar un tanto absurdo, pero para quien no ha perdido la capacidad de alegrarse,

el mundo es un lugar asombroso. Para alguien así, los vasos son una maravilla, para los demás,

un vaso es solo un vaso, y además está medio vacío. La adaptación hedónica tiene el poder

de eliminar nuestra capacidad de disfrutar del mundo. Debido a la adaptación, damos nuestra vida

y todo cuanto tenemos por sentado en lugar de disfrutar de ello. La visualización negativa,

sin embargo, es un poderoso antídoto a la adaptación hedónica. Al pensar conscientemente

en la pérdida de lo que tenemos, podemos recuperar nuestro aprecio por ello, y gracias a este aprecio

recuperado seremos capaces de revitalizar nuestra capacidad de gozo. Una de las razones por las que

los niños mantienen su capacidad de gozo se debe a que no dan nada por sentado. Para ellos,

el mundo es maravillosamente nuevo y sorprendente. Y no solo eso, aún no están seguros de cómo

funciona el mundo, quizá las cosas que tienen hoy se desvanecerán mañana, misteriosamente. Es difícil

que den algo por sentado cuando ni siquiera pueden asegurar la continuidad de su existencia,

sin embargo, cuando crecen, caen en el astillo. Al llegar a la adolescencia, es probable que ya

se hayan cansado de todo y de todos los que los rodean. Se quejan de la vida que tienen,

de la casa en la que viven, de los padres y hermanos que les han tocado en suerte. Y en

un aterrador número de casos, estos niños se convierten en adultos que no solo son incapaces

de disfrutar del mundo que los rodea, sino que además parecen orgullosos de esta incapacidad.

A la primera de cambio te ofrecerán una larga lista de aspectos sobre sí mismos y sobre su

vida que no les gustan y que desearían cambiar, si fuera posible, incluyendo a su pareja,

a sus hijos, su casa, su trabajo, su coche, su edad, su cuenta bancaria, su peso, el color de

su pelo y la forma de su ombligo. Preguntales qué es lo que aprecian en el mundo, pregúntales con

que están satisfechos, si es que existe algo. Y después de pensarlo, y de mala gana, quizá

nombrarán una cosa o dos. A veces una catástrofe saca a estas personas de su astillo. Supongamos,

por ejemplo, que un tornado destruye su hogar. Estos acontecimientos son evidentemente trágicos,

pero al mismo tiempo presentan un potencial aspecto positivo, quienes sobreviven a ellos

empiezan a apreciar lo que aún poseen. En líneas generales, la guerra, la enfermedad y los desastres

naturales son trágicos, en tanto nos arrebatan lo que más apreciamos, pero también tienen el poder

de transformar a quienes los experimentan. Antes, estos individuos podían atravesar la vida como

sonámbulos, ahora están gozosa y agradecidamente vivos, más vivos de lo que se han sentido en

décadas. Antes quizá eran indiferentes al mundo que los rodeaba, ahora están atentos a su belleza,

sin embargo, las transformaciones personales inducidas por catástrofes tienen inconvenientes.

El primero es que no podemos contar con que nos golpee una catástrofe. De hecho,

mucha gente vive una vida libre de catástrofes, y como consecuencia, triste, irónicamente,

tener una vida libre de desgracias es la desgracia de esta gente. Un segundo inconveniente es que las

catástrofes que tienen el poder de transformar a alguien también pueden, arrebatarle la vida.

Consideremos, por ejemplo, al pasajero de un avión cuyos motores se han incendiado.

Este giro de los acontecimientos sin duda provocará que el pasajero reevalúe su vida,

y como resultado, adquiera el conocimiento de las cosas realmente valiosas y las que no lo son.

Por desgracia, poco después de esta epifanía puede estar muerto.

El tercer inconveniente de las transformaciones inducidas por la catástrofe es que los estados

de alegría que producen tienden a desaparecer. Quienes han estado cerca de la muerte y sobreviven

suelen recuperar el entusiasmo por la vida. Por ejemplo, sienten la motivación de contemplar

las puestas de sol que antes ignoraban o mantener conversaciones íntimas con su cónyuge,

a quien antes dejaban en un segundo plano. Actúan así por un tiempo, pero a continuación regresa la

apatía. Volverán a ignorar la maravillosa puesta de sol que destella en el horizonte para quejarse

amargamente a su pareja de que no hay nada que merezca la pena ver en la televisión.

La visualización negativa no tiene estos inconvenientes. No necesitamos comprometernos

con ella tal como hemos de hacerlo al esperar que nos golpee una catástrofe. Una catástrofe puede

matarnos. La visualización negativa, no y cómo podemos practicar reiteradamente la visualización,

sus efectos beneficiosos, a diferencia de los de la catástrofe, pueden durar indefinidamente.

La visualización negativa es, por lo tanto, una forma maravillosa de recuperar nuestro

aprecio por la vida y nuestra capacidad de alegría. Los estoicos no son los únicos en

utilizar la visualización negativa. Pensemos, por ejemplo, en las personas que bendicen los

alimentos antes de comer. Quizá algunas lo hagan por mera costumbre. Otras tal vez porque temen que

Dios las castigará si no lo hacen. Pero, en un sentido profundo, bendecir los alimentos y,

para el caso, cualquier oración de agradecimiento, es una forma de visualización negativa. Antes de

comer, quienes bendicen la mesa hacen una pausa para pensar que los alimentos podrían no estar

ahí para ellos, en cuyo caso pasarían hambre. Y aunque estuvieran ahí, quizá no sería posible

compartirlos con quienes ahora se sientan a la mesa. Pronunciada con estos pensamientos en mente,

la bendición de los alimentos tiene el poder de transformar una comida ordinaria en una ocasión

para la celebración. Algunas personas no necesitan a los estoicos o a un sacerdote que les diga que

para gozar de un talante jovial, hay que cultivar pensamientos negativos de vez en cuando, ya lo

han averiguado por sí mismos. A lo largo de mi vida he conocido mucha gente así. Analizan sus

circunstancias no en términos de lo que les falta, sino a partir de lo que tienen y de cuánto lo

echarían de menos si lo perdieran. Muchos de ellos han sido objetivamente muy desafortunados

en su vida, sin embargo, explicarán con todo lujo de detalles lo afortunados que son, por estar vivos,

por poder caminar, por vivir lo que están viviendo, y así sucesivamente. Es instructivo comparar a

estas personas con aquellos que, objetivamente, lo tienen todo, pero que, al no apreciarlo,

viven sumidos en un estado completamente miserable. Antes he mencionado que hay

personas que parecen orgullosas de su incapacidad para disfrutar del mundo que la rodea. De algún

modo, han llegado a pensar que negándose a disfrutar están demostrando su madurez emocional.

Encontrar placer en las cosas, piensan ellos, es infantil. O tal vez han decidido que es elegante

no recrearse en las bondades del mundo, así como es elegante no vestir de blanco después del día

del trabajo, en Estados Unidos, y se sienten obligados a obedecer los dictados de la moda.

En otras palabras, negarse a participar de las alegrías que nos ofrece la vida es una evidencia

de sofisticación. Si preguntamos a estos descontentos que opinan de la gente alegre

que acabamos de describir, o, aún peor, de esos estoicos optimistas que elaboran minuciosamente

el asombro que representa la mera existencia de un vaso de cristal, es probable que respondan con

una observación despectiva, esa gente es completamente idiota. No debería conformarse

con tan poco. Debería ser más ambiciosa y no parar hasta conseguirlo. Sin embargo, yo diría

que lo realmente estúpido es malgastar la vida en un estado de insatisfacción inducida cuando la

satisfacción está a nuestro alcance con tan solo cambiar nuestra actitud mental. Ser capaces de

sentirnos satisfechos con poco no es un fallo, es una bendición, en todo caso, si lo que buscas es

la satisfacción. Y si buscas otra cosa, me pregunto, con asombro, ¿qué te parece más deseable que estar

satisfecho? ¿Por qué merecería la pena sacrificar la satisfacción? Si tenemos una imaginación activa,

será fácil practicar la visualización negativa. Nos resultará fácil imaginar, por ejemplo, que

nuestra casa ha ardido hasta los cimientos, que nuestro jefe nos ha despedido o que nos hemos

quedado ciegos. Si nos cuesta imaginar estas cosas, podemos practicar la visualización negativa

prestando atención a las cosas malas que les suceden a otras personas y pensando que también

nos podría pasar a los otros, 14, opcionalmente, podemos hacer cierta investigación histórica para

ver cómo vivían nuestros ancestros. Pronto descubriremos que vivimos en lo que para ellos

sería un mundo de ensueño, que tendemos a dar por sentadas cosas que nuestros ancestros no

disfrutaron, como los antibióticos, el aire acondicionado, el papel higiénico, los teléfonos

móviles, la televisión, las ventanas, las gafas y la fruta fresca en junio. Tras examinar esta

cuestión, podemos respirar aliviados de no ser nuestros antepasados, tal como algún día nuestros

descendientes se sentirán aliviados de no ser nosotros. Por otra parte, la técnica de la

visualización negativa también puede utilizarse a la inversa, además de imaginar que lo malo que

les ha sucedido a otros puede pasarnos a nosotros, podemos imaginar que las cosas malas que nos han

pasado a nosotros pueden acontecerles a otros. En su manual, Epicteto defiende esta suerte de

visualización proyectiva. Imaginemos, dice, que nuestro criado rompe una taza, 15, es probable

que nos enfademos y que nuestra serenidad se vea perturbada por el incidente. Una forma de evitar

este enfado es pensar en cómo nos sentiríamos si el incidente le hubiera sucedido a otra persona.

Si estamos de visita en casa ajena y un sirviente rompe una taza, probablemente la situación no nos

molestará, de hecho, intentaremos calmar a nuestro anfitrión diciendo, solo es una taza, estas cosas

pasan. Epicteto cree que practicar la visualización proyectiva nos permitirá apreciar la relativa

insignificancia de las cosas malas que nos pasan y evitar así que nuestra serenidad sea perturbada.

En este punto, un no estoico podría plantear la siguiente objeción. Como hemos visto, los estoicos

nos aconsejan buscar la serenidad, y como parte de su estrategia para alcanzarla nos aconsejan

practicar la visualización negativa. Pero, ¿no es un consejo contradictorio? Supongamos, por ejemplo,

que un estoico es invitado a un picnic. Mientras los demás invitados disfrutan, el estoico se

quedará sentado, pensando en silencio en todas las vicisitudes que podrían arruinar el encuentro,

quizá la ensalada de patatas está estropeada y la gente sufrirá una intoxicación alimentaria.

Tal vez alguien se romperá un tobillo jugando al softball. Puede que una tormenta nos obligue

a marcharnos. Tal vez me alcanzará un rayo y moriré. Esto no parece muy divertido. Y lo que

es más, parece improbable que un estoico mantenga su serenidad como resultado de estos pensamientos.

Al contrario, es probable que acabe con un ánimo melancólico y ansioso. En respuesta a esta objeción,

he de señalar que es un error creer que los estoicos pasan todo su tiempo pensando en

potenciales catástrofes. Es más bien algo que hacen de vez en cuando, unas pocas veces al día

o a la semana un estoico hará un pausa en su disfrute de la vida para pensar en que, todo esto,

todo aquello que le complace, le puede ser arrebatado. Por otra parte, hay una diferencia

entre contemplar que algo malo suceda y preocuparse por ello. La contemplación es un ejercicio

intelectual y es posible que realicemos estos ejercicios sin que influya en nuestras emociones.

Es posible, por ejemplo, que un meteorólogo se pase el día pensando en tornados sin que

viva aterrado por la posibilidad de que uno acabe con su vida. Análogamente, es posible que un

estoico considere todo lo malo que puede acontecer sin que se deje arrastrar por la ansiedad.

Por último, la visualización negativa, en lugar de volver a la gente más taciturna, aumentará la

dimensión del placer que el mundo le depara, en el sentido de que impedirá que den el mundo por

sentado. A pesar de sus, ocasionales, pensamientos lúgubres, o más bien, debido a ellos, el estoico

probablemente disfrutará más del picnic que los demás, que se niegan a abrigar pensamientos

similares. Disfrutará de participar en un acontecimiento que, es plenamente consciente,

podría no haber tenido lugar. El crítico del estoicismo podría plantear ahora otra objeción.

Si no aprecias algo, no te importará perderlo. Pero gracias a la práctica constante de la

visualización negativa, los estoicos apreciarán notablemente a las personas y las cosas que los

rodean. ¿Se han preparado para sentir tristeza? ¿Acaso no se sentirán profundamente afligidos

cuando la vida les arrebate a esas personas y cosas, como en alguna ocasión seguramente ocurrirá?

Consideremos, a modo de ejemplo, a los dos progenitores mencionados anteriormente. El

primero piensa de vez en cuando en la pérdida de su hija y por lo tanto no la da por sentada,

por el contrario, la aprecia mucho. El segundo asume que su hija siempre estará ahí, y por lo

tanto, da por hecho su presencia. Podría sugerirse que como el segundo progenitor no aprecia a su

hija, responderá a su muerte encogiéndose de hombros, mientras que el primero, debido a su

precio, se ha preparado para sentir pena si ella muere. Creo que los estoicos responderían a esta

crítica señalando que el segundo padre sin duda lamentará la pérdida, de su hija, se arrepentirá

de haber dado por sentada su presencia. En particular, probablemente le atormentarán

los condicionales, si hubiera pasado más tiempo jugando con ella. Si le hubiera contado más cuentos

a la hora de dormir. Si hubiera ido a sus conciertos de violín en lugar de jugar al golf.

Sin embargo, el primer progenitor no tendrá estos remordimientos, como aprecia su hija,

habrá aprovechado todas las oportunidades para interactuar con ella. No nos equivoquemos,

el primer progenitor lamentará la muerte de su hija. Como veremos, los estoicos creen que

los episodios periódicos de aflicción forman parte de la condición humana. Pero al menos a

este padre le consolará saber que ha pasado todo su tiempo libre con su hija. El segundo progenitor

no tendrá este consuelo, y como resultado descubrirá que el dolor está atravesado por la

culpa. Creo que es el primer padre el que se ha preparado para la tristeza. Los estoicos también

responderán a la crítica anterior observando que al mismo tiempo que la práctica de la

visualización negativa nos ayuda a apreciar el mundo, nos prepara para los cambios que

acontecen en él. Después de todo, practicar la visualización negativa es contemplar la

impermanencia del mundo circundante. Así, el padre o la madre que practica la visualización

negativa, si lo hace correctamente, llegará a dos conclusiones, tiene suerte de tener a su hija,

y como no puede estar seguro o segura de su presencia continuada en esta vida,

debe estar preparado para perderla. Esta es la razón por la que Marco Aurelio, después de

aconsejar a los lectores que piensen en cuanto echarían de menos sus posesiones si las perdieran,

les advierte, guárdate de valorarlas en exceso hasta el punto de que si las pierdes destruyas

la paz de tu mente.16, De un modo similar, y tras aconsejarnos disfrutar de la vida,

Seneca nos previene de no cultivar un «desmesurado amor» por las cosas que disfrutamos. Al contrario,

hemos de cuidarnos de ser, los usuarios, no los esclavos, de los dones de la fortuna.17.

En otras palabras, la visualización negativa nos enseña a aceptar la vida que nos toca vivir y

extraer de ella cada brizna de, deleite posible. Pero simultáneamente nos prepara para los cambios

que nos privarán de aquello que nos hace felices. En otras palabras, nos enseña a disfrutar de lo

que tenemos sin aferrarnos a ello. Esto significa, a su vez, que al practicar la visualización

negativa no solo multiplicaremos nuestras posibilidades de experimentar la felicidad,

sino también de que esa experiencia sea duradera y sobreviva a los cambios de las circunstancias.

Así pues, al practicar la visualización negativa esperamos conquistar lo que Seneca

consideraba un beneficio fundamental, del estoicismo, a saber, una felicidad ilimitada,

firme e inalterable.18. En la introducción mencioné que algunas de las cosas que me

atraían del budismo también podían encontrarse en el estoicismo. Como los budistas, los estoicos

nos aconsejan tener presente la impermanencia del mundo. Todo lo humano, recuerda Seneca,

es efímero y perecedero.19. Marco Aurelio también nos recuerda que aquello que atesoramos

se asemeja a las hojas de un árbol, listas para caer al soplo de la brisa. También afirma que,

el flujo y el cambio, del mundo circundante no son un accidente sino una parte esencial

de nuestro universo.20. Hemos de sembrar firmemente en nuestra mente que todo lo que valoramos y las

personas a las que amamos algún día desaparecerán. Si no pasa nada más, nuestra propia muerte nos

privará de ellas. En líneas generales, hemos de recordar que toda actividad humana que no

pueda desarrollarse indefinidamente tendrá un punto final. En tu vida habrá una última vez,

o la ha habido ya, en la que te laves los dientes, te cortes el pelo, conduzcas un coche,

cortes el césped o juegues a la rayuela. Habrá una última vez en la que oigas caer la nieve,

veas salir la luna, huelas a palomitas, percibas el calor de un niño al dormirse en tus brazos o

hagas el amor. Algún día tomarás tu última comida, y poco después darás tu último aliento.

A veces, el mundo nos anuncia que estamos a punto de hacer algo por última vez. Por ejemplo,

podemos cenar en un restaurante la noche antes de su cierre previsto, o besar a un amante cuyas

circunstancias le obligan a mudarse a otra parte del mundo, quizá para siempre. Previamente,

cuando pensábamos que podríamos repetirlos a voluntad, una comida en ese restaurante o un beso

compartido con nuestro amante quizá nos pasaron inadvertidos. Pero ahora que sabemos que no

podremos repetirlos, se convierten en acontecimientos extraordinarios, será la mejor comida en ese

restaurante, y el beso de despedida será una de las experiencias más intensamente aridulces que

la vida puede ofrecer. Al considerar la impermanencia de todo lo que existe en este

mundo, estamos obligados a reconocer que cada vez que hacemos algo podría ser la última,

y este reconocimiento puede investir a nuestros actos de un significado y de una intensidad que

de otra forma, estarían ausentes. Dejaremos de ser sonámbulos en nuestra vida. Soy consciente

de que a algunas personas tener en cuenta la impermanencia les parecerá deprimente o incluso

morboso. Sin embargo, estoy convencido de que la única forma de estar realmente vivos es cultivando

estos pensamientos cada cierto tiempo. 5. La dicotomía del control.

LLEGAR A SER INVENCIBLE. Una de las más importantes decisiones de nuestra vida,

según Epicteto, tiene que ver con preocuparnos por las cuestiones externas o internas. La mayoría

elige centrarse en el exterior porque cree que los daños y beneficios proceden de ahí. Sin embargo,

según Epicteto, un filósofo, considera como tal a quien tiene cierta comprensión de la filosofía

estoica, hará justo lo contrario. Considerará que todo daño y beneficio procede de sí mismo.

1. En particular, renunciará a las recompensas que el mundo exterior puede ofrecernos para alcanzar

la serenidad, la libertad y la calma. 2. Al ofrecer este consejo, Epicteto invierte

la lógica del cumplimiento de los deseos. Si preguntas a la gente cómo quedar satisfecha,

la mayoría te dirá que hay que trabajar para conseguirlo. Conviene diseñar estrategias

para cumplir nuestros deseos y luego implementar esas estrategias. Pero, como señala Epicteto,

es imposible que la felicidad y el anhelo por lo que no está presente se unan alguna vez.

3. Una mejor estrategia para conseguir lo que quieres, dice, es convertir en tu objetivo

solo aquello que puedes conseguir e, idealmente, desear solo aquello que estás seguro de obtener.

Ahí donde la mayoría de la gente pretende alcanzar la satisfacción cambiando el mundo a su alrededor,

Epicteto aconseja cambiarnos a nosotros mismos, más exactamente, cambiar nuestros deseos.

Y no está solo al ofrecer este consejo, de hecho, es el consejo ofrecido por, virtualmente,

todo filósofo y pensador religioso que ha reflexionado sobre el deseo y sobre las

causas de la insatisfacción humana. 4. Todos están de acuerdo en que si buscas

la felicidad, es mejor y más fácil cambiarte a ti mismo y lo que deseas que cambiar el mundo

que te rodea. Tu deseo fundamental, dice Epicteto, debería ser el de no verte frustrado

por la formación de deseos que no podrás cumplir. Tus otros deseos deberán conformarse a este otro,

y si no ocurre así, tendrás que esforzarte por desterrarlos. Si lo consigues, dejarás de

experimentar ansiedad respecto a alcanzar lo que quieres o no, ni te sentirás decepcionado si no

obtienes lo que quieres. De hecho, asegura Epicteto, serás invencible, si te niegas a

participar en una competición que puedes perder, jamás perderás competición alguna, 5.

El manual de Epicteto empieza con la siguiente frase, que se ha hecho célebre,

Algunas cosas dependen de nosotros y otras no dependen de nosotros. Dice que nuestras opiniones,

impulsos, deseos y aversiones son ejemplos de cosas que dependen de nosotros, y que nuestras

posesiones y reputación son ejemplos de cosas que no dependen de nosotros, 6, de esta afirmación se

sigue que tenemos dos opciones respecto a los deseos que se forman en nosotros, podemos desear

cosas que dependen de nosotros o podemos desear cosas que no dependen de nosotros, sin embargo,

si deseamos cosas que no dependen de nosotros, a veces no conseguiremos lo que queremos, y cuando

esto suceda, conoceremos la desdicha, y nos sentiremos, frustrados, miserables e irritados,

7, en particular, dice Epicteto, es estúpido desear que nuestros amigos y familiares vivan

para siempre, ya que esto no depende de nosotros, 8. Supongamos que tenemos suerte y que después de

desear algo que no depende de nosotros, lo conseguimos. En este caso, no acabaremos sintiéndonos,

frustrados, miserables e irritados, pero durante el tiempo en el que hemos deseado lo que no depende

de nosotros, sin duda hemos experimentado cierto grado de ansiedad, como no dependía de nosotros,

existía la posibilidad de no conseguirlo, y esto ha sido una fuente de preocupación. Por lo tanto,

desear cosas que no dependen de nosotros perturbará nuestra serenidad, aun cuando

acabemos por conseguirlas. En conclusión, cuando deseamos cualquier cosa que no depende de nosotros,

nuestra serenidad se verá probablemente perturbada, si no lo conseguimos, nos frustraremos, y si lo

conseguimos, sentiremos ansiedad a lo largo del proceso. Pensemos de nuevo en la dicotomía del

control de Epicteto. Afirma que algunas cosas dependen de nosotros y otras no. El problema de

estas palabras es que la expresión las cosas que no dependen de nosotros es ambigua, puede

entenderse como, hay cosas sobre las que no tenemos ningún control en absoluto, o, hay cosas sobre las

que no tenemos un control absoluto. Si lo entendemos en el primer sentido, podemos reformular la

dicotomía de Epicteto en estos términos, hay cosas sobre las que tenemos un control total y otras

sobre las que no tenemos control en absoluto. No obstante, así expresada, es una falsa dicotomía,

pues ignora la existencia de cosas sobre las que tenemos algún control, aunque no total.

Consideremos, por ejemplo, que juego un partido de tenis. No ejerzo un control total sobre esta

actividad, no importa lo mucho que practique y lo que me esfuerce al jugar, puedo perder el partido.

Tampoco es algo sobre lo que no tenga control en absoluto, practicar mucho e intentarlo en serio

quizá no garantiza que vaya a ganar, pero sin duda influye en mis oportunidades de conseguirlo.

Por lo tanto, que yo gane al tenis es un ejemplo de algo sobre lo que tengo cierto control,

pero no absoluto. Esto sugiere que deberíamos entender el enunciado algunas cosas no dependen

de nosotros de la segunda forma, hay cosas sobre las que no tenemos un control absoluto.

Si aceptamos esta interpretación, reformularemos así la dicotomía de Epicteto, hay cosas sobre

las que tenemos un control absoluto y cosas sobre las que no tenemos un control absoluto.

Así expresada, la dicotomía es una verdadera dicotomía. Por lo tanto, asumamos que esto es

lo que Epicteto quería decir al afirmar que, algunas cosas dependen de nosotros y otras no

dependen de nosotros. Ahora centremos nuestra atención en la segunda rama de esta dicotomía,

aquellas cosas sobre las que no tenemos un control absoluto. Hay dos formas en las que

podemos no tener un control absoluto sobre algo, o bien no tenemos ningún control en absoluto,

o bien ejercemos cierto grado de control, pero no total. Esto significa que podemos

dividir la categoría de cosas sobre las que no tenemos un control absoluto en dos subcategorías,

aquellas sobre las que no tenemos control en absoluto, que el sol salga mañana,

y aquellas sobre las que tenemos un control relativo, ganar un partido de tenis. A su vez,

esto sugiere la posibilidad de reformular la dicotomía de Epicteto y transformarla en una

tricotomía, hay cosas sobre las que tenemos un control absoluto, cosas sobre las que no tenemos

control en ningún caso y cosas sobre las que tenemos un control relativo. Cada una de las

cosas, que encontramos en la vida cae únicamente en una de estas tres categorías, la dicotomía del

control. Cosas sobre las que tenemos un control absoluto, como los objetivos que nos hemos fijado

para nosotros mismos, cosas sobre las que no tenemos un control absoluto, como que el sol

salga mañana o que ganemos al jugar al tenis. La tricotomía del control. Cosas sobre las que

tenemos un control absoluto, como los objetivos que nos hemos fijado para nosotros mismos,

cosas sobre las que no tenemos control en absoluto, como que el sol salga mañana,

cosas sobre las que tenemos un control relativo, como ganar al jugar un partido de tenis. Convertir

la dicotomía del control en una tricotomía. En sus palabras sobre la dicotomía del control,

Epicteto sugiere, muy razonablemente, que nos comportaremos de forma estúpida si nos angustiamos

por lo que no depende de nosotros. Como no depende de nosotros, preocuparnos por ello es fútil. Por

el contrario, deberíamos preocuparnos de aquellas cosas que dependen de nosotros, ya que podemos

actuar para que ocurran o para evitar que sucedan. Al reformular la dicotomía del control y

transformarla en tricotomía, debemos reformular su consejo respecto a qué ha de preocuparnos y

qué no. Para empezar, tiene sentido invertir tiempo y energía ocupándonos de aquello sobre

lo que tenemos un control total. En estos casos, nuestros esfuerzos tendrán unos resultados

garantizados. Tengamos presente también que, debido al grado de control sobre estas cosas,

lo habitual es que nos lleve relativamente poco tiempo y energía producirlas. Sería estúpido no

ocuparnos de ellas. ¿Sobre qué cosas tenemos un control absoluto? En el pasaje citado más arriba,

Epicteto dice que tenemos un control absoluto sobre nuestras opiniones, impulsos, deseos y

aversiones. Estoy de acuerdo con él en que controlamos plenamente nuestras opiniones,

siempre y cuando interpretemos correctamente el sentido de la palabra opinión, lo desarrollaremos

en un momento. Sin embargo, tengo reparos en incluir nuestros impulsos, deseos y aversiones

en la categoría de cosas sobre las que tenemos un control absoluto. Más bien las situaría en

la categoría de cosas sobre las que tenemos un control relativo, en ciertos casos, en la de las

cosas sobre las que no tenemos ningún control en absoluto. Explicaré por qué. Imaginemos que estoy

en un casino y que, al pasar junto a la ruleta, detecto en mí el impulso de apostar al número 17,

en la creencia de que saldrá en la próxima jugada. Tengo cierto grado de control a la hora de dejarme

llevar por el impulso, pero ningún control ante su surgimiento. Si es realmente un impulso,

no podemos evitar experimentarlo. Lo mismo puede decirse de muchos, aunque no todos,

mis deseos. Cuando estoy a dieta, por ejemplo, de pronto puedo sentir el deseo de comer un

cuenco de helado. Puedo controlar hasta cierto punto si actúo o no a partir de este impulso,

pero no puedo evitar que el deseo espontáneo surja en mí. De un modo análogo, no puedo evitar

detectar en mí una aversión a las arañas. En un supremo acto de voluntad, puedo coger una

tarántula y sostenerla en la mano a pesar de mi aversión, pero no puedo evitar que me disgusten

las arañas. Estos ejemplos sugieren que Epicteto se equivoca al incluir nuestros impulsos, deseos y

aversiones en la categoría de cosas sobre las que tenemos un control total. Pertenecen, en cambio,

a la categoría de cosas sobre las que ejercemos un control relativo, en algunos casos, a la categoría

de cosas sobre las que no tenemos ningún control en absoluto. Dicho esto, he de añadir que es

posible que nos hayamos perdido algo en este viaje, que al hablar de impulsos, deseos y aversiones

Epicteto tenga en mente algo distinto a lo que pensamos nosotros. ¿Cuáles son, entonces,

las cosas sobre las que tenemos un control absoluto? Para empezar, creo que tenemos un

control total sobre los objetivos que fijamos para nosotros mismos. Por ejemplo, tengo un control

absoluto respecto a decidir si mi objetivo es convertirme en el próximo papa, ser millonario o

un monje en un monasterio trapense. Dicho esto, debo añadir que aunque ejerzo un control absoluto

respecto a cuál es el objetivo que fijo para mí mismo, obviamente no controlo si voy a conseguirlo

o no, alcanzar los objetivos que he fijado para mí mismo se incluye en la categoría de cosas sobre

las que tengo un, control relativo. Otra cosa sobre la que creo que tenemos un control absoluto son

nuestros valores. Por ejemplo, tenemos un control absoluto sobre si valoramos la fama y la fortuna,

el placer o la serenidad. Si vivimos o no conforme a esos valores es, evidentemente,

una cuestión diferente, es algo sobre lo que tenemos cierto control, pero no absoluto. Como

hemos visto, Epicteto piensa que tenemos un control absoluto de nuestras opiniones. Si por opiniones

tiene en mente nuestra opinión respecto a los objetivos que deberíamos fijarnos a nosotros

mismos o nuestra opinión sobre el valor de las cosas, entonces estoy de acuerdo con él en que

nuestras opiniones, dependen de nosotros. Evidentemente, tiene sentido que invirtamos

tiempo y energía creando objetivos para nosotros mismos y determinando nuestros valores, esto nos

exigirá relativamente poco tiempo y energía. Además, la recompensa por elegir correctamente

nuestros objetivos y valores puede ser inmensa. De hecho, Marco Aurelio piensa que la clave para

vivir una buena vida es valorar las cosas que son genuinamente valiosas y, ser indiferente a las

que carecen de valor. En líneas generales, Marco Aurelio cree que al formarnos opiniones correctamente,

asignando a las cosas su correcto valor, podemos evitar mucho sufrimiento, aflicción y ansiedad,

y alcanzar, por lo tanto, la serenidad que buscan los estoicos. 9. Aparte de ejercer un control

total sobre nuestros objetivos y valores, Marco Aurelio señala que tenemos un control absoluto

sobre nuestro carácter. En sus palabras, somos los únicos que podemos impedirnos alcanzar la bondad

y la integridad. Por ejemplo, está en nuestro poder evitar que la perversidad y la codicia

encuentren espacio en nuestras almas. Si somos torpes, quizá no esté en nuestra mano llegar a

ser eruditos, pero nada nos impide cultivar otras cualidades, entre ellas la sinceridad, la dignidad,

la abnegación y la sobriedad, y nada nos impide dar pasos para dominar nuestra arrogancia, para

alzarnos por encima de placeres y dolores, para dejar de anhelar la popularidad y controlar nuestro

temperamento. Además, está en nuestro poder dejar de quejarnos, ser francos y considerados,

de ánimo y palabra moderada, y desenvolvernos, con autoridad. Marco Aurelio observa que estas

cualidades pueden ser nuestras en este mismo instante si así lo decidimos, 10. Ahora centrémonos en la

segunda rama de la tricotomía del control, aquellas cosas sobre las que no tenemos ningún control en

absoluto, como que el sol salga mañana. Obviamente, es ridículo invertir tiempo y energía en tales

cuestiones. Como no tenemos ningún control sobre estos acontecimientos, todo tiempo y toda energía

que invirtamos en ellos no influirán en el resultado, además, serán tiempo y energía mal

gastados, y, como observa Marco Aurelio, nada debe hacerse en vano, punto 11. Esto nos lleva a la

tercera rama de la tricotomía del control, aquellas cosas sobre las que tenemos un control

relativo. Pensemos, por ejemplo, en ganar un partido de tenis. Como hemos visto, aunque no

estamos seguros de ganar, a través de nuestros actos esperamos influir en el resultado, por lo

tanto, tenemos cierto control, pero no absoluto. Dada esta realidad, ¿un practicante del estoicismo

querrá jugar al tenis? En concreto, ¿debería invertir tiempo y energía intentando ganar los

partidos? Podemos pensar que no debería. Como el estoico no tiene un control total sobre el

resultado del partido de tenis, siempre tiene la posibilidad de perder, y si pierde, probablemente

se enfadará y su serenidad se verá interrumpida. Por lo tanto, un curso seguro de acción para un

estoico sería abstenerse de jugar al tenis. Mediante un razonamiento similar, si valora

su serenidad, parece que no debería desear que su esposa lo amara, existe la posibilidad de que

no sea así, al margen de lo que él haga, y se le romperá el corazón. Del mismo modo, no debería

pretender que su jefa le suba el sueldo, quizá no ocurra por mucho que lo intente y se sentirá

decepcionado. De hecho, llevando esta línea de pensamiento un poco más lejos, el estoico no

debería haberle pedido a su mujer que se casara con él ni a su jefa que lo contratara, ya que

podrían rechazarlo. En otras palabras, podríamos llegar a la conclusión de que los estoicos se

negarán a ocuparse de aquellas cosas sobre las que tienen un, control relativo. Pero como la mayoría

de las situaciones que afrontamos en la vida diaria son cosas sobre las que ejercemos un,

control relativo, podemos deducir que los estoicos no se ocuparán de muchos aspectos del

El arte de la buena vida (3) The art of the good life (3) L'art de vivre (3) 良い生活の芸術 (3) A arte da boa vida (3)

y suficientemente plena. Es más, aunque estos individuos caigan en la cuenta de que la existencia

es algo más que ir de compras, es improbable que, en su búsqueda de una filosofía de

vida, se inclinen por el estoicismo. O bien no tienen ni idea de lo que tendrían que

hacer para practicar el estoicismo, o con mayor probabilidad, albergan una idea equivocada.

Por lo tanto, permítanme explicar en los capítulos siguientes, como parte de mi intento

por reanimar el estoicismo, que implica exactamente la práctica de esta filosofía.

2ª Parte. Técnicas psicológicas estoicas. 4. Visualización negativa. ¿Qué es lo peor

que puede pasar? Toda persona reflexiva contemplará periódicamente las cosas malas que pueden

suceder. La razón obvia es prevenir que acontezcan. Por ejemplo, hay quien pasará

tiempo pensando en impedir que los demás entren en su casa, para evitar que ocurra.

O pensará en las enfermedades que puede padecer a fin de tomar medidas preventivas. Sin embargo,

no importa lo previsores que seamos respecto a las cosas malas, algunas nos sobrevendrán

inevitablemente. Por lo tanto, Séneca apunta a una segunda razón para contemplar lo malo

que pueda pasarnos. Si pensamos en ello atenuaremos su impacto cuando finalmente acontezca, a pesar

de nuestros esfuerzos. ¿Quién se ha adelantado a su llegada hurta su poder a los males presentes?

1. La mala fortuna golpea más duramente, dice, a quienes, solo esperan buena fortuna.

2. Epicteto repite este consejo, deberíamos tener presente que, todo en el mundo es impermanente.

Si no somos capaces de reconocerlo y vemos el mundo asumiendo que siempre podremos disfrutar

de aquello que valoramos, probablemente nos encontraremos sujetos a una inquietud considerable

cuando aquellas cosas nos sean arrebatadas. 3. Junto a estas razones para contemplar lo

malo que nos puede suceder, hay una tercera razón, probablemente la más importante.

Los seres humanos somos infelices en gran medida porque somos insaciables, después de trabajar

duro para tener lo que queremos, solemos perder el interés en el objeto de nuestro deseo. En

lugar de sentirnos satisfechos, nos aburrimos, y como respuesta a ese hastío formamos nuevos deseos,

aún más inalcanzables. Los psicólogos San Frédéric y George Lowenstein han estudiado

este fenómeno y le han dado un nombre, adaptación hedónica. Para ilustrar este proceso de adaptación,

remiten a los estudios sobre los ganadores de la lotería. Ganar la lotería normalmente permite a

alguien vivir la vida de sus sueños. Sin embargo, resulta que tras un período inicial de euforia,

los ganadores de la lotería acaban con un nivel de felicidad equivalente al que tenían antes del

premio, 4. Se acostumbran a su nuevo Ferrari y a su nueva casa, tal como antes estaban acostumbrados

a su camioneta oxidada y a su pequeño apartamento. Una forma menos dramática de adaptación hedónica

tiene lugar cuando compramos. Al principio disfrutamos del televisor de pantalla ancha

o del bolso de cuero. Sin embargo, después de un tiempo los desdeñamos y deseamos una pantalla aún

más grande y un bolso todavía más extravagante. También experimentamos la adaptación hedónica

en nuestra carrera. Una vez soñamos con conseguir cierto trabajo. En consecuencia,

trabajamos duro en la universidad y quizá en la escuela de posgrado para encaminarnos hacia

nuestro objetivo, y en ese camino invertimos años de lentos pero firmes progresos en pos

de nuestro objetivo laboral. Al conseguir el trabajo de nuestros sueños, nos sentimos felices,

pero es probable que en poco tiempo estemos insatisfechos. Nos quejamos de nuestro sueldo,

de nuestros compañeros y de la incapacidad de nuestro jefe para reconocer nuestro talento.

También experimentamos la adaptación hedónica en nuestras relaciones. Conocemos al hombre o a la

mujer de nuestros sueños, y después de un noviazgo tumultuoso acabamos por casarnos con él o con

ella. Vivimos un periodo de matrimonio feliz, pero a continuación descubrimos los defectos de nuestra

pareja y poco después fantaseamos con iniciar una relación con otra persona. Como resultado

del proceso de adaptación, la gente se encuentra en un constante proceso de satisfacción. Son

infelices cuando detectan un deseo no cumplido en su interior. Trabajan duro para cumplir ese

deseo, con la creencia de que al alcanzarlo se verán satisfechos. Sin embargo, el problema es

que una vez cumplido el deseo, se adaptan a su presencia en su vida y como resultado dejan de

desearlo, o en todo caso no les parece tan deseable como en el pasado. Acaban tan insatisfechos como

antes de cumplir el deseo. Así pues, una clave para la felicidad es evitar el proceso de adaptación.

Tenemos que dar pasos para impedir que, una vez conseguidas, demos por sentadas las cosas por las

que nos hemos esforzado tanto. Como probablemente no hemos dado estos pasos en el pasado, sin duda

hay muchas cosas en nuestra vida a las que nos hemos adaptado, cosas que una vez soñamos tener,

pero a las que ahora nos hemos acostumbrado, incluyendo, tal vez, nuestra pareja, nuestros hijos,

nuestra casa y nuestro trabajo. Esto implica que además de encontrar un camino para evitar

el proceso de adaptación, hemos de hallar la manera de revertirlo. En otras palabras,

necesitamos encontrar en nuestro interior una técnica para desear aquello que ya tenemos.

A lo largo de los milenios y en diversas partes del mundo, quienes han pensado minuciosamente en

los entresijos del deseo han admitido esta realidad. La forma más fácil de conquistar

la felicidad es aprender a desear las cosas que ya tenemos. Este consejo es fácil de exponer

e indudablemente cierto, la cuestión es aplicarlo a nuestra vida. Después de todo,

¿cómo convencernos de desear lo que ya tenemos? Los estoicos creían tener una respuesta a esta

pregunta. Recomendaban imaginar que hemos perdido aquello que valoramos, que nuestra

mujer nos ha abandonado, que nos han robado el coche, que hemos perdido nuestro empleo.

Los estoicos pensaban que así apreciaremos más a nuestra esposa, nuestro coche y nuestro trabajo.

Esta técnica, llamemos la visualización negativa, fue empleada por los estoicos al menos desde

Crisipo, 5, creo que es la herramienta individual más valiosa en el kit de herramientas psicológicas

de los estoicos. Seneca describe la técnica de la visualización negativa en la consolación

que escribió a Marcia, una mujer que, tres años después de la muerte de su hijo, estaba tan afligida

como el día en que lo enterró. En esta consolación, además de decirle a Marcia cómo superar su actual

duelo, Seneca ofrece consejo respecto a cómo evitar volver a ser víctima de esta aflicción

en el futuro, lo que tiene que hacer es anticiparse a los acontecimientos que pueden desencadenar su

dolor. En particular, dice, debería recordar que todo lo que tenemos es, un préstamo, de la fortuna,

que puede reclamarlo sin nuestro permiso, de hecho, sin avisar siquiera. Por lo tanto,

hemos de amar a nuestros seres queridos, pero siempre con el pensamiento de que no existe

la promesa de que estén a nuestro lado para siempre, no, y ni siquiera con la promesa de

conservarlos mucho tiempo, punto, 6. A pesar de disfrutar de la compañía de nuestros seres queridos,

deberíamos pararnos a reflexionar periódicamente en la posibilidad de que este placer tocará a su

fin. Si no ocurre otra cosa, nuestra propia muerte le pondrá fin. Epicteto también defiende la

visualización negativa. Por ejemplo, al besar a nuestro hijo o hija, nos aconseja recordar que

es mortal y no algo que nosotros poseamos, que nos ha sido otorgado, para el presente,

no inseparablemente y para siempre. Su consejo, al besar a nuestra hija hemos de pensar silenciosamente

en la posibilidad de que muera mañana. 7, Por su parte, en sus meditaciones,

Marco Aurelio alude a este consejo con aprobación, 8. Para evaluar hasta qué punto pensar en la muerte

de una hija puede hacernos apreciarla, imaginemos a dos progenitores. El primero aplica al pie de la

letra el consejo de Epicteto y reflexiona de vez en cuando en la muerte de su hija,

el segundo se niega a cultivar tan lúgubres pensamientos. Por el contrario, asume que su

hija le sobrevivirá y que siempre estará ahí para su alegría. Casi con toda seguridad,

el primer padre será más atento y cariñoso que el segundo. Cada vez que vea a su hija por la mañana,

agradecerá que aún forme parte de su vida, y a lo largo del día aprovechará todas las

oportunidades de interactuar con ella. El segundo padre, en cambio, probablemente no se verá asaltado

por un torrente de alegría al ver a su hija por la mañana. De hecho, quizá ni siquiera levante la

vista del periódico para detectar su presencia en la habitación. Durante el día, no aprovechará las

oportunidades para interactuar con ella, en la creencia de que estas interacciones siempre se

pueden posponer para otro día. Y cuando por último interactúa con ella, suponemos que el placer que

deriva de su compañía no será tan profundo como el que experimenta el primer padre. Además de

contemplar la muerte de los familiares, los estoicos creen que también deberíamos pensar

en la pérdida de los amigos, debido a la muerte o a la enemistad. Por lo tanto, Epicteto aconseja

que cuando nos despidamos de un amigo recordemos en silencio que ésta podría ser la última vez

que lo vemos, 9, si lo hacemos así, no daremos por sentados a nuestros amigos, y como resultado

su amistad nos resultará más placentera. Entre las muertes que hemos de contemplar, dice Epicteto,

está la nuestra, 10, en un tono similar, Séneca aconseja a su amigo Lucilio vivir cada día como si

fuera el último. De hecho, Séneca lo lleva aún más lejos, deberíamos vivir como si este mismo

instante fuera el último, 11. ¿Qué significa vivir cada día como si fuera el último? Algunas

personas creen que ello implica vivir salvajemente y perpetrar todo tipo de excesos hedonistas.

Después de todo, si este es nuestro último día, no pagaremos ningún precio por nuestro desenfreno.

Podemos tomar drogas sin temor a la adicción. Podemos gastar dinero con imprudente generosidad,

sin preocuparnos por cómo pagaremos las facturas que llegarán mañana. Sin embargo,

esto no es lo que los estoicos tienen en mente cuando nos aconsejan vivir cada día como si

fuera el último. Para ellos, vivir cada día como nuestro último día es una mera extensión de la

técnica de visualización negativa. Al afrontar nuestra jornada, deberíamos pararnos de vez en

cuando a reflexionar sobre el hecho de que no viviremos para siempre y que, por lo tanto,

este día podría ser el último. En lugar de convertirnos en hedonistas, esta reflexión nos

hará apreciar lo maravilloso que es estar vivos y tener la oportunidad de llenar nuestros días,

con actividades. También hará menos probable que desperdiciemos la jornada. En otras palabras,

cuando los estoicos nos aconsejan vivir como si fuera nuestro último día, su objetivo no es

cambiar nuestras actividades, sino alterar nuestro estado mental mientras ponemos en práctica esas

actividades. En particular, no pretenden que dejemos de planificar y pensar en el mañana,

en cambio, su deseo es que, al pensar en el mañana, nos acordemos de valorar el día de hoy.

Entonces, ¿por qué los estoicos quieren que pensemos en nuestra propia muerte? Porque al

hacerlo podremos mejorar en gran medida nuestro disfrute de la vida. Y además de contemplar la

pérdida de nuestra vida, dicen los estoicos, también deberíamos contemplar la pérdida de

nuestras posesiones. La mayoría de nosotros pasa sus momentos de ocio pensando en lo que queremos

y no tenemos. Estaríamos mucho mejor, afirma Marco Aurelio, si empleáramos ese tiempo pensando en

todo lo que tenemos y reflexionando en cómo lo echaríamos en falta si no fuera nuestro, 12,

también deberíamos pensar en cómo nos sentiríamos si perdiéramos nuestras posesiones materiales,

entre ellas nuestra casa, coche, ropa, animales de compañía y nuestra cuenta corriente,

cómo nos sentiríamos si perdiéramos nuestras habilidades, entre ellas nuestra capacidad de

hablar, escuchar, caminar, respirar y comer, y ¿cómo nos sentiríamos si perdiéramos nuestra

libertad? La mayoría de nosotros está, viviendo su sueño, el sueño que una vez elaboramos para

nosotros mismos. Podemos estar casados con la persona con la que una vez soñamos casarnos,

tener los hijos y el trabajo que una vez soñamos y poseer el coche de nuestros sueños. Pero gracias

a la adaptación hedónica, tan pronto como vivimos la vida de nuestros sueños, empezamos a darla

por sentada. En lugar de pasar nuestros días disfrutando de nuestra buena fortuna, los

malgastamos formando y persiguiendo deseos nuevos y de mayor envergadura. Como resultado, nunca

estamos satisfechos. La visualización negativa puede ayudarnos a evitar este destino. Pero,

¿qué pasa con esos individuos que obviamente no están viviendo su sueño? ¿Qué ocurre con un

vagabundo, por ejemplo? Hay que destacar que en ningún caso el estoicismo es la filosofía de los

ricos. Quienes disfrutan de una vida cómoda y próspera pueden beneficiarse de la práctica del

estoicismo, pero también los más desfavorecidos. En concreto, aunque su pobreza les impida hacer

muchas cosas, no les imposibilita practicar la visualización negativa, consideremos a la

persona que se ha visto reducida a la única posesión de un taparrabos. Sus circunstancias

podrían ser peores, podría perder el taparrabos. Los estoicos dicen que haría bien en pensar en

esta posibilidad. Supongamos que entonces pierde el taparrabos. Mientras conserve su salud, sus

circunstancias podrían empeorar, un aspecto que merece la pena considerar. ¿Y si su salud se

deteriora? Puede agradecer seguir con vida, es difícil imaginar a una persona que en algún

sentido no pudiera estar peor. Por lo tanto, cuesta imaginar a alguien que no pueda beneficiarse

de la práctica de la visualización negativa. La cuestión no es que practicarla haga que la

vida sea tan disfrutable para los que no tienen nada como para los que, viven en la opulencia.

La cuestión es que la práctica de la visualización negativa, y, en líneas generales, la adopción del

estoicismo, puede eliminar parte de la aflicción de la pobreza y lograr que quienes no tienen nada

no se sientan tan, miserables como se sentirían de otro modo. En este sentido, consideremos la

apurada situación de James Stackdal, si el nombre te suena, probablemente se debe a que fue compañero

de papeleta de Ross Perot en la campaña presidencial de Estados Unidos en 1992. Piloto de la Marina,

Stackdal fue abatido en Vietnam en 1965 y hecho prisionero de guerra hasta mil, 973. Durante ese

tiempo tuvo una mala salud, vivió en condiciones lamentables y sufrió la brutalidad de sus

carceleros. Y, sin embargo, no solo sobrevivió, sino que lo resistió con ánimo inquebrantable.

¿Cómo lo consiguió? Dice que en gran medida gracias al estoicismo, 13. Otro aspecto que tener

en cuenta, aunque ofrece consejo a los oprimidos para que su existencia sea más tolerable, en modo

el estoicismo pretende mantener a la gente en su estado de sometimiento. Los estoicos se esfuerzan

por mejorar sus circunstancias externas, pero al mismo tiempo sugieren estrategias para aliviar su

miseria hasta que las circunstancias mejoren. Alguien podría pensar que debido a su propensión

a imaginar el peor escenario posible, los estoicos tienden al pesimismo. Sin embargo, lo que descubrimos

es que la práctica regular de la visualización negativa tiene el efecto de transformar a los

estoicos en grandes optimistas. Permítanme explicarlo. Normalmente definimos a un optimista

como aquel que ve el vaso medio lleno y no medio vacío. Para un estoico, sin embargo,

este grado de optimismo solo sería un punto de partida. Después de expresar su valoración de

que el vaso está medio lleno y no completamente vacío, manifestará el placer que le procura

tener un vaso, después de todo, podían haberlo robado o haberse roto. Y si domina las estrategias

estoicas, comentará lo asombroso que es un recipiente de vidrio. Son baratos y duraderos,

no transmiten ningún sabor a lo que contienen, y milagro supremo. Nos permiten ver su contenido.

Esto puede sonar un tanto absurdo, pero para quien no ha perdido la capacidad de alegrarse,

el mundo es un lugar asombroso. Para alguien así, los vasos son una maravilla, para los demás,

un vaso es solo un vaso, y además está medio vacío. La adaptación hedónica tiene el poder

de eliminar nuestra capacidad de disfrutar del mundo. Debido a la adaptación, damos nuestra vida

y todo cuanto tenemos por sentado en lugar de disfrutar de ello. La visualización negativa,

sin embargo, es un poderoso antídoto a la adaptación hedónica. Al pensar conscientemente

en la pérdida de lo que tenemos, podemos recuperar nuestro aprecio por ello, y gracias a este aprecio

recuperado seremos capaces de revitalizar nuestra capacidad de gozo. Una de las razones por las que

los niños mantienen su capacidad de gozo se debe a que no dan nada por sentado. Para ellos,

el mundo es maravillosamente nuevo y sorprendente. Y no solo eso, aún no están seguros de cómo

funciona el mundo, quizá las cosas que tienen hoy se desvanecerán mañana, misteriosamente. Es difícil

que den algo por sentado cuando ni siquiera pueden asegurar la continuidad de su existencia,

sin embargo, cuando crecen, caen en el astillo. Al llegar a la adolescencia, es probable que ya

se hayan cansado de todo y de todos los que los rodean. Se quejan de la vida que tienen,

de la casa en la que viven, de los padres y hermanos que les han tocado en suerte. Y en

un aterrador número de casos, estos niños se convierten en adultos que no solo son incapaces

de disfrutar del mundo que los rodea, sino que además parecen orgullosos de esta incapacidad.

A la primera de cambio te ofrecerán una larga lista de aspectos sobre sí mismos y sobre su

vida que no les gustan y que desearían cambiar, si fuera posible, incluyendo a su pareja,

a sus hijos, su casa, su trabajo, su coche, su edad, su cuenta bancaria, su peso, el color de

su pelo y la forma de su ombligo. Preguntales qué es lo que aprecian en el mundo, pregúntales con

que están satisfechos, si es que existe algo. Y después de pensarlo, y de mala gana, quizá

nombrarán una cosa o dos. A veces una catástrofe saca a estas personas de su astillo. Supongamos,

por ejemplo, que un tornado destruye su hogar. Estos acontecimientos son evidentemente trágicos,

pero al mismo tiempo presentan un potencial aspecto positivo, quienes sobreviven a ellos

empiezan a apreciar lo que aún poseen. En líneas generales, la guerra, la enfermedad y los desastres

naturales son trágicos, en tanto nos arrebatan lo que más apreciamos, pero también tienen el poder

de transformar a quienes los experimentan. Antes, estos individuos podían atravesar la vida como

sonámbulos, ahora están gozosa y agradecidamente vivos, más vivos de lo que se han sentido en

décadas. Antes quizá eran indiferentes al mundo que los rodeaba, ahora están atentos a su belleza,

sin embargo, las transformaciones personales inducidas por catástrofes tienen inconvenientes.

El primero es que no podemos contar con que nos golpee una catástrofe. De hecho,

mucha gente vive una vida libre de catástrofes, y como consecuencia, triste, irónicamente,

tener una vida libre de desgracias es la desgracia de esta gente. Un segundo inconveniente es que las

catástrofes que tienen el poder de transformar a alguien también pueden, arrebatarle la vida.

Consideremos, por ejemplo, al pasajero de un avión cuyos motores se han incendiado.

Este giro de los acontecimientos sin duda provocará que el pasajero reevalúe su vida,

y como resultado, adquiera el conocimiento de las cosas realmente valiosas y las que no lo son.

Por desgracia, poco después de esta epifanía puede estar muerto.

El tercer inconveniente de las transformaciones inducidas por la catástrofe es que los estados

de alegría que producen tienden a desaparecer. Quienes han estado cerca de la muerte y sobreviven

suelen recuperar el entusiasmo por la vida. Por ejemplo, sienten la motivación de contemplar

las puestas de sol que antes ignoraban o mantener conversaciones íntimas con su cónyuge,

a quien antes dejaban en un segundo plano. Actúan así por un tiempo, pero a continuación regresa la

apatía. Volverán a ignorar la maravillosa puesta de sol que destella en el horizonte para quejarse

amargamente a su pareja de que no hay nada que merezca la pena ver en la televisión.

La visualización negativa no tiene estos inconvenientes. No necesitamos comprometernos

con ella tal como hemos de hacerlo al esperar que nos golpee una catástrofe. Una catástrofe puede

matarnos. La visualización negativa, no y cómo podemos practicar reiteradamente la visualización,

sus efectos beneficiosos, a diferencia de los de la catástrofe, pueden durar indefinidamente.

La visualización negativa es, por lo tanto, una forma maravillosa de recuperar nuestro

aprecio por la vida y nuestra capacidad de alegría. Los estoicos no son los únicos en

utilizar la visualización negativa. Pensemos, por ejemplo, en las personas que bendicen los

alimentos antes de comer. Quizá algunas lo hagan por mera costumbre. Otras tal vez porque temen que

Dios las castigará si no lo hacen. Pero, en un sentido profundo, bendecir los alimentos y,

para el caso, cualquier oración de agradecimiento, es una forma de visualización negativa. Antes de

comer, quienes bendicen la mesa hacen una pausa para pensar que los alimentos podrían no estar

ahí para ellos, en cuyo caso pasarían hambre. Y aunque estuvieran ahí, quizá no sería posible

compartirlos con quienes ahora se sientan a la mesa. Pronunciada con estos pensamientos en mente,

la bendición de los alimentos tiene el poder de transformar una comida ordinaria en una ocasión

para la celebración. Algunas personas no necesitan a los estoicos o a un sacerdote que les diga que

para gozar de un talante jovial, hay que cultivar pensamientos negativos de vez en cuando, ya lo

han averiguado por sí mismos. A lo largo de mi vida he conocido mucha gente así. Analizan sus

circunstancias no en términos de lo que les falta, sino a partir de lo que tienen y de cuánto lo

echarían de menos si lo perdieran. Muchos de ellos han sido objetivamente muy desafortunados

en su vida, sin embargo, explicarán con todo lujo de detalles lo afortunados que son, por estar vivos,

por poder caminar, por vivir lo que están viviendo, y así sucesivamente. Es instructivo comparar a

estas personas con aquellos que, objetivamente, lo tienen todo, pero que, al no apreciarlo,

viven sumidos en un estado completamente miserable. Antes he mencionado que hay

personas que parecen orgullosas de su incapacidad para disfrutar del mundo que la rodea. De algún

modo, han llegado a pensar que negándose a disfrutar están demostrando su madurez emocional.

Encontrar placer en las cosas, piensan ellos, es infantil. O tal vez han decidido que es elegante

no recrearse en las bondades del mundo, así como es elegante no vestir de blanco después del día

del trabajo, en Estados Unidos, y se sienten obligados a obedecer los dictados de la moda.

En otras palabras, negarse a participar de las alegrías que nos ofrece la vida es una evidencia

de sofisticación. Si preguntamos a estos descontentos que opinan de la gente alegre

que acabamos de describir, o, aún peor, de esos estoicos optimistas que elaboran minuciosamente

el asombro que representa la mera existencia de un vaso de cristal, es probable que respondan con

una observación despectiva, esa gente es completamente idiota. No debería conformarse

con tan poco. Debería ser más ambiciosa y no parar hasta conseguirlo. Sin embargo, yo diría

que lo realmente estúpido es malgastar la vida en un estado de insatisfacción inducida cuando la

satisfacción está a nuestro alcance con tan solo cambiar nuestra actitud mental. Ser capaces de

sentirnos satisfechos con poco no es un fallo, es una bendición, en todo caso, si lo que buscas es

la satisfacción. Y si buscas otra cosa, me pregunto, con asombro, ¿qué te parece más deseable que estar

satisfecho? ¿Por qué merecería la pena sacrificar la satisfacción? Si tenemos una imaginación activa,

será fácil practicar la visualización negativa. Nos resultará fácil imaginar, por ejemplo, que

nuestra casa ha ardido hasta los cimientos, que nuestro jefe nos ha despedido o que nos hemos

quedado ciegos. Si nos cuesta imaginar estas cosas, podemos practicar la visualización negativa

prestando atención a las cosas malas que les suceden a otras personas y pensando que también

nos podría pasar a los otros, 14, opcionalmente, podemos hacer cierta investigación histórica para

ver cómo vivían nuestros ancestros. Pronto descubriremos que vivimos en lo que para ellos

sería un mundo de ensueño, que tendemos a dar por sentadas cosas que nuestros ancestros no

disfrutaron, como los antibióticos, el aire acondicionado, el papel higiénico, los teléfonos

móviles, la televisión, las ventanas, las gafas y la fruta fresca en junio. Tras examinar esta

cuestión, podemos respirar aliviados de no ser nuestros antepasados, tal como algún día nuestros

descendientes se sentirán aliviados de no ser nosotros. Por otra parte, la técnica de la

visualización negativa también puede utilizarse a la inversa, además de imaginar que lo malo que

les ha sucedido a otros puede pasarnos a nosotros, podemos imaginar que las cosas malas que nos han

pasado a nosotros pueden acontecerles a otros. En su manual, Epicteto defiende esta suerte de

visualización proyectiva. Imaginemos, dice, que nuestro criado rompe una taza, 15, es probable

que nos enfademos y que nuestra serenidad se vea perturbada por el incidente. Una forma de evitar

este enfado es pensar en cómo nos sentiríamos si el incidente le hubiera sucedido a otra persona.

Si estamos de visita en casa ajena y un sirviente rompe una taza, probablemente la situación no nos

molestará, de hecho, intentaremos calmar a nuestro anfitrión diciendo, solo es una taza, estas cosas

pasan. Epicteto cree que practicar la visualización proyectiva nos permitirá apreciar la relativa

insignificancia de las cosas malas que nos pasan y evitar así que nuestra serenidad sea perturbada.

En este punto, un no estoico podría plantear la siguiente objeción. Como hemos visto, los estoicos

nos aconsejan buscar la serenidad, y como parte de su estrategia para alcanzarla nos aconsejan

practicar la visualización negativa. Pero, ¿no es un consejo contradictorio? Supongamos, por ejemplo,

que un estoico es invitado a un picnic. Mientras los demás invitados disfrutan, el estoico se

quedará sentado, pensando en silencio en todas las vicisitudes que podrían arruinar el encuentro,

quizá la ensalada de patatas está estropeada y la gente sufrirá una intoxicación alimentaria.

Tal vez alguien se romperá un tobillo jugando al softball. Puede que una tormenta nos obligue

a marcharnos. Tal vez me alcanzará un rayo y moriré. Esto no parece muy divertido. Y lo que

es más, parece improbable que un estoico mantenga su serenidad como resultado de estos pensamientos.

Al contrario, es probable que acabe con un ánimo melancólico y ansioso. En respuesta a esta objeción,

he de señalar que es un error creer que los estoicos pasan todo su tiempo pensando en

potenciales catástrofes. Es más bien algo que hacen de vez en cuando, unas pocas veces al día

o a la semana un estoico hará un pausa en su disfrute de la vida para pensar en que, todo esto,

todo aquello que le complace, le puede ser arrebatado. Por otra parte, hay una diferencia

entre contemplar que algo malo suceda y preocuparse por ello. La contemplación es un ejercicio

intelectual y es posible que realicemos estos ejercicios sin que influya en nuestras emociones.

Es posible, por ejemplo, que un meteorólogo se pase el día pensando en tornados sin que

viva aterrado por la posibilidad de que uno acabe con su vida. Análogamente, es posible que un

estoico considere todo lo malo que puede acontecer sin que se deje arrastrar por la ansiedad.

Por último, la visualización negativa, en lugar de volver a la gente más taciturna, aumentará la

dimensión del placer que el mundo le depara, en el sentido de que impedirá que den el mundo por

sentado. A pesar de sus, ocasionales, pensamientos lúgubres, o más bien, debido a ellos, el estoico

probablemente disfrutará más del picnic que los demás, que se niegan a abrigar pensamientos

similares. Disfrutará de participar en un acontecimiento que, es plenamente consciente,

podría no haber tenido lugar. El crítico del estoicismo podría plantear ahora otra objeción.

Si no aprecias algo, no te importará perderlo. Pero gracias a la práctica constante de la

visualización negativa, los estoicos apreciarán notablemente a las personas y las cosas que los

rodean. ¿Se han preparado para sentir tristeza? ¿Acaso no se sentirán profundamente afligidos

cuando la vida les arrebate a esas personas y cosas, como en alguna ocasión seguramente ocurrirá?

Consideremos, a modo de ejemplo, a los dos progenitores mencionados anteriormente. El

primero piensa de vez en cuando en la pérdida de su hija y por lo tanto no la da por sentada,

por el contrario, la aprecia mucho. El segundo asume que su hija siempre estará ahí, y por lo

tanto, da por hecho su presencia. Podría sugerirse que como el segundo progenitor no aprecia a su

hija, responderá a su muerte encogiéndose de hombros, mientras que el primero, debido a su

precio, se ha preparado para sentir pena si ella muere. Creo que los estoicos responderían a esta

crítica señalando que el segundo padre sin duda lamentará la pérdida, de su hija, se arrepentirá

de haber dado por sentada su presencia. En particular, probablemente le atormentarán

los condicionales, si hubiera pasado más tiempo jugando con ella. Si le hubiera contado más cuentos

a la hora de dormir. Si hubiera ido a sus conciertos de violín en lugar de jugar al golf.

Sin embargo, el primer progenitor no tendrá estos remordimientos, como aprecia su hija,

habrá aprovechado todas las oportunidades para interactuar con ella. No nos equivoquemos,

el primer progenitor lamentará la muerte de su hija. Como veremos, los estoicos creen que

los episodios periódicos de aflicción forman parte de la condición humana. Pero al menos a

este padre le consolará saber que ha pasado todo su tiempo libre con su hija. El segundo progenitor

no tendrá este consuelo, y como resultado descubrirá que el dolor está atravesado por la

culpa. Creo que es el primer padre el que se ha preparado para la tristeza. Los estoicos también

responderán a la crítica anterior observando que al mismo tiempo que la práctica de la

visualización negativa nos ayuda a apreciar el mundo, nos prepara para los cambios que

acontecen en él. Después de todo, practicar la visualización negativa es contemplar la

impermanencia del mundo circundante. Así, el padre o la madre que practica la visualización

negativa, si lo hace correctamente, llegará a dos conclusiones, tiene suerte de tener a su hija,

y como no puede estar seguro o segura de su presencia continuada en esta vida,

debe estar preparado para perderla. Esta es la razón por la que Marco Aurelio, después de

aconsejar a los lectores que piensen en cuanto echarían de menos sus posesiones si las perdieran,

les advierte, guárdate de valorarlas en exceso hasta el punto de que si las pierdes destruyas

la paz de tu mente.16, De un modo similar, y tras aconsejarnos disfrutar de la vida,

Seneca nos previene de no cultivar un «desmesurado amor» por las cosas que disfrutamos. Al contrario,

hemos de cuidarnos de ser, los usuarios, no los esclavos, de los dones de la fortuna.17.

En otras palabras, la visualización negativa nos enseña a aceptar la vida que nos toca vivir y

extraer de ella cada brizna de, deleite posible. Pero simultáneamente nos prepara para los cambios

que nos privarán de aquello que nos hace felices. En otras palabras, nos enseña a disfrutar de lo

que tenemos sin aferrarnos a ello. Esto significa, a su vez, que al practicar la visualización

negativa no solo multiplicaremos nuestras posibilidades de experimentar la felicidad,

sino también de que esa experiencia sea duradera y sobreviva a los cambios de las circunstancias.

Así pues, al practicar la visualización negativa esperamos conquistar lo que Seneca

consideraba un beneficio fundamental, del estoicismo, a saber, una felicidad ilimitada,

firme e inalterable.18. En la introducción mencioné que algunas de las cosas que me

atraían del budismo también podían encontrarse en el estoicismo. Como los budistas, los estoicos

nos aconsejan tener presente la impermanencia del mundo. Todo lo humano, recuerda Seneca,

es efímero y perecedero.19. Marco Aurelio también nos recuerda que aquello que atesoramos

se asemeja a las hojas de un árbol, listas para caer al soplo de la brisa. También afirma que,

el flujo y el cambio, del mundo circundante no son un accidente sino una parte esencial

de nuestro universo.20. Hemos de sembrar firmemente en nuestra mente que todo lo que valoramos y las

personas a las que amamos algún día desaparecerán. Si no pasa nada más, nuestra propia muerte nos

privará de ellas. En líneas generales, hemos de recordar que toda actividad humana que no

pueda desarrollarse indefinidamente tendrá un punto final. En tu vida habrá una última vez,

o la ha habido ya, en la que te laves los dientes, te cortes el pelo, conduzcas un coche,

cortes el césped o juegues a la rayuela. Habrá una última vez en la que oigas caer la nieve,

veas salir la luna, huelas a palomitas, percibas el calor de un niño al dormirse en tus brazos o

hagas el amor. Algún día tomarás tu última comida, y poco después darás tu último aliento.

A veces, el mundo nos anuncia que estamos a punto de hacer algo por última vez. Por ejemplo,

podemos cenar en un restaurante la noche antes de su cierre previsto, o besar a un amante cuyas

circunstancias le obligan a mudarse a otra parte del mundo, quizá para siempre. Previamente,

cuando pensábamos que podríamos repetirlos a voluntad, una comida en ese restaurante o un beso

compartido con nuestro amante quizá nos pasaron inadvertidos. Pero ahora que sabemos que no

podremos repetirlos, se convierten en acontecimientos extraordinarios, será la mejor comida en ese

restaurante, y el beso de despedida será una de las experiencias más intensamente aridulces que

la vida puede ofrecer. Al considerar la impermanencia de todo lo que existe en este

mundo, estamos obligados a reconocer que cada vez que hacemos algo podría ser la última,

y este reconocimiento puede investir a nuestros actos de un significado y de una intensidad que

de otra forma, estarían ausentes. Dejaremos de ser sonámbulos en nuestra vida. Soy consciente

de que a algunas personas tener en cuenta la impermanencia les parecerá deprimente o incluso

morboso. Sin embargo, estoy convencido de que la única forma de estar realmente vivos es cultivando

estos pensamientos cada cierto tiempo. 5. La dicotomía del control.

LLEGAR A SER INVENCIBLE. Una de las más importantes decisiones de nuestra vida,

según Epicteto, tiene que ver con preocuparnos por las cuestiones externas o internas. La mayoría

elige centrarse en el exterior porque cree que los daños y beneficios proceden de ahí. Sin embargo,

según Epicteto, un filósofo, considera como tal a quien tiene cierta comprensión de la filosofía

estoica, hará justo lo contrario. Considerará que todo daño y beneficio procede de sí mismo.

1. En particular, renunciará a las recompensas que el mundo exterior puede ofrecernos para alcanzar

la serenidad, la libertad y la calma. 2. Al ofrecer este consejo, Epicteto invierte

la lógica del cumplimiento de los deseos. Si preguntas a la gente cómo quedar satisfecha,

la mayoría te dirá que hay que trabajar para conseguirlo. Conviene diseñar estrategias

para cumplir nuestros deseos y luego implementar esas estrategias. Pero, como señala Epicteto,

es imposible que la felicidad y el anhelo por lo que no está presente se unan alguna vez.

3. Una mejor estrategia para conseguir lo que quieres, dice, es convertir en tu objetivo

solo aquello que puedes conseguir e, idealmente, desear solo aquello que estás seguro de obtener.

Ahí donde la mayoría de la gente pretende alcanzar la satisfacción cambiando el mundo a su alrededor,

Epicteto aconseja cambiarnos a nosotros mismos, más exactamente, cambiar nuestros deseos.

Y no está solo al ofrecer este consejo, de hecho, es el consejo ofrecido por, virtualmente,

todo filósofo y pensador religioso que ha reflexionado sobre el deseo y sobre las

causas de la insatisfacción humana. 4. Todos están de acuerdo en que si buscas

la felicidad, es mejor y más fácil cambiarte a ti mismo y lo que deseas que cambiar el mundo

que te rodea. Tu deseo fundamental, dice Epicteto, debería ser el de no verte frustrado

por la formación de deseos que no podrás cumplir. Tus otros deseos deberán conformarse a este otro,

y si no ocurre así, tendrás que esforzarte por desterrarlos. Si lo consigues, dejarás de

experimentar ansiedad respecto a alcanzar lo que quieres o no, ni te sentirás decepcionado si no

obtienes lo que quieres. De hecho, asegura Epicteto, serás invencible, si te niegas a

participar en una competición que puedes perder, jamás perderás competición alguna, 5.

El manual de Epicteto empieza con la siguiente frase, que se ha hecho célebre,

Algunas cosas dependen de nosotros y otras no dependen de nosotros. Dice que nuestras opiniones,

impulsos, deseos y aversiones son ejemplos de cosas que dependen de nosotros, y que nuestras

posesiones y reputación son ejemplos de cosas que no dependen de nosotros, 6, de esta afirmación se

sigue que tenemos dos opciones respecto a los deseos que se forman en nosotros, podemos desear

cosas que dependen de nosotros o podemos desear cosas que no dependen de nosotros, sin embargo,

si deseamos cosas que no dependen de nosotros, a veces no conseguiremos lo que queremos, y cuando

esto suceda, conoceremos la desdicha, y nos sentiremos, frustrados, miserables e irritados,

7, en particular, dice Epicteto, es estúpido desear que nuestros amigos y familiares vivan

para siempre, ya que esto no depende de nosotros, 8. Supongamos que tenemos suerte y que después de

desear algo que no depende de nosotros, lo conseguimos. En este caso, no acabaremos sintiéndonos,

frustrados, miserables e irritados, pero durante el tiempo en el que hemos deseado lo que no depende

de nosotros, sin duda hemos experimentado cierto grado de ansiedad, como no dependía de nosotros,

existía la posibilidad de no conseguirlo, y esto ha sido una fuente de preocupación. Por lo tanto,

desear cosas que no dependen de nosotros perturbará nuestra serenidad, aun cuando

acabemos por conseguirlas. En conclusión, cuando deseamos cualquier cosa que no depende de nosotros,

nuestra serenidad se verá probablemente perturbada, si no lo conseguimos, nos frustraremos, y si lo

conseguimos, sentiremos ansiedad a lo largo del proceso. Pensemos de nuevo en la dicotomía del

control de Epicteto. Afirma que algunas cosas dependen de nosotros y otras no. El problema de

estas palabras es que la expresión las cosas que no dependen de nosotros es ambigua, puede

entenderse como, hay cosas sobre las que no tenemos ningún control en absoluto, o, hay cosas sobre las

que no tenemos un control absoluto. Si lo entendemos en el primer sentido, podemos reformular la

dicotomía de Epicteto en estos términos, hay cosas sobre las que tenemos un control total y otras

sobre las que no tenemos control en absoluto. No obstante, así expresada, es una falsa dicotomía,

pues ignora la existencia de cosas sobre las que tenemos algún control, aunque no total.

Consideremos, por ejemplo, que juego un partido de tenis. No ejerzo un control total sobre esta

actividad, no importa lo mucho que practique y lo que me esfuerce al jugar, puedo perder el partido.

Tampoco es algo sobre lo que no tenga control en absoluto, practicar mucho e intentarlo en serio

quizá no garantiza que vaya a ganar, pero sin duda influye en mis oportunidades de conseguirlo.

Por lo tanto, que yo gane al tenis es un ejemplo de algo sobre lo que tengo cierto control,

pero no absoluto. Esto sugiere que deberíamos entender el enunciado algunas cosas no dependen

de nosotros de la segunda forma, hay cosas sobre las que no tenemos un control absoluto.

Si aceptamos esta interpretación, reformularemos así la dicotomía de Epicteto, hay cosas sobre

las que tenemos un control absoluto y cosas sobre las que no tenemos un control absoluto.

Así expresada, la dicotomía es una verdadera dicotomía. Por lo tanto, asumamos que esto es

lo que Epicteto quería decir al afirmar que, algunas cosas dependen de nosotros y otras no

dependen de nosotros. Ahora centremos nuestra atención en la segunda rama de esta dicotomía,

aquellas cosas sobre las que no tenemos un control absoluto. Hay dos formas en las que

podemos no tener un control absoluto sobre algo, o bien no tenemos ningún control en absoluto,

o bien ejercemos cierto grado de control, pero no total. Esto significa que podemos

dividir la categoría de cosas sobre las que no tenemos un control absoluto en dos subcategorías,

aquellas sobre las que no tenemos control en absoluto, que el sol salga mañana,

y aquellas sobre las que tenemos un control relativo, ganar un partido de tenis. A su vez,

esto sugiere la posibilidad de reformular la dicotomía de Epicteto y transformarla en una

tricotomía, hay cosas sobre las que tenemos un control absoluto, cosas sobre las que no tenemos

control en ningún caso y cosas sobre las que tenemos un control relativo. Cada una de las

cosas, que encontramos en la vida cae únicamente en una de estas tres categorías, la dicotomía del

control. Cosas sobre las que tenemos un control absoluto, como los objetivos que nos hemos fijado

para nosotros mismos, cosas sobre las que no tenemos un control absoluto, como que el sol

salga mañana o que ganemos al jugar al tenis. La tricotomía del control. Cosas sobre las que

tenemos un control absoluto, como los objetivos que nos hemos fijado para nosotros mismos,

cosas sobre las que no tenemos control en absoluto, como que el sol salga mañana,

cosas sobre las que tenemos un control relativo, como ganar al jugar un partido de tenis. Convertir

la dicotomía del control en una tricotomía. En sus palabras sobre la dicotomía del control,

Epicteto sugiere, muy razonablemente, que nos comportaremos de forma estúpida si nos angustiamos

por lo que no depende de nosotros. Como no depende de nosotros, preocuparnos por ello es fútil. Por

el contrario, deberíamos preocuparnos de aquellas cosas que dependen de nosotros, ya que podemos

actuar para que ocurran o para evitar que sucedan. Al reformular la dicotomía del control y

transformarla en tricotomía, debemos reformular su consejo respecto a qué ha de preocuparnos y

qué no. Para empezar, tiene sentido invertir tiempo y energía ocupándonos de aquello sobre

lo que tenemos un control total. En estos casos, nuestros esfuerzos tendrán unos resultados

garantizados. Tengamos presente también que, debido al grado de control sobre estas cosas,

lo habitual es que nos lleve relativamente poco tiempo y energía producirlas. Sería estúpido no

ocuparnos de ellas. ¿Sobre qué cosas tenemos un control absoluto? En el pasaje citado más arriba,

Epicteto dice que tenemos un control absoluto sobre nuestras opiniones, impulsos, deseos y

aversiones. Estoy de acuerdo con él en que controlamos plenamente nuestras opiniones,

siempre y cuando interpretemos correctamente el sentido de la palabra opinión, lo desarrollaremos

en un momento. Sin embargo, tengo reparos en incluir nuestros impulsos, deseos y aversiones

en la categoría de cosas sobre las que tenemos un control absoluto. Más bien las situaría en

la categoría de cosas sobre las que tenemos un control relativo, en ciertos casos, en la de las

cosas sobre las que no tenemos ningún control en absoluto. Explicaré por qué. Imaginemos que estoy

en un casino y que, al pasar junto a la ruleta, detecto en mí el impulso de apostar al número 17,

en la creencia de que saldrá en la próxima jugada. Tengo cierto grado de control a la hora de dejarme

llevar por el impulso, pero ningún control ante su surgimiento. Si es realmente un impulso,

no podemos evitar experimentarlo. Lo mismo puede decirse de muchos, aunque no todos,

mis deseos. Cuando estoy a dieta, por ejemplo, de pronto puedo sentir el deseo de comer un

cuenco de helado. Puedo controlar hasta cierto punto si actúo o no a partir de este impulso,

pero no puedo evitar que el deseo espontáneo surja en mí. De un modo análogo, no puedo evitar

detectar en mí una aversión a las arañas. En un supremo acto de voluntad, puedo coger una

tarántula y sostenerla en la mano a pesar de mi aversión, pero no puedo evitar que me disgusten

las arañas. Estos ejemplos sugieren que Epicteto se equivoca al incluir nuestros impulsos, deseos y

aversiones en la categoría de cosas sobre las que tenemos un control total. Pertenecen, en cambio,

a la categoría de cosas sobre las que ejercemos un control relativo, en algunos casos, a la categoría

de cosas sobre las que no tenemos ningún control en absoluto. Dicho esto, he de añadir que es

posible que nos hayamos perdido algo en este viaje, que al hablar de impulsos, deseos y aversiones

Epicteto tenga en mente algo distinto a lo que pensamos nosotros. ¿Cuáles son, entonces,

las cosas sobre las que tenemos un control absoluto? Para empezar, creo que tenemos un

control total sobre los objetivos que fijamos para nosotros mismos. Por ejemplo, tengo un control

absoluto respecto a decidir si mi objetivo es convertirme en el próximo papa, ser millonario o

un monje en un monasterio trapense. Dicho esto, debo añadir que aunque ejerzo un control absoluto

respecto a cuál es el objetivo que fijo para mí mismo, obviamente no controlo si voy a conseguirlo

o no, alcanzar los objetivos que he fijado para mí mismo se incluye en la categoría de cosas sobre

las que tengo un, control relativo. Otra cosa sobre la que creo que tenemos un control absoluto son

nuestros valores. Por ejemplo, tenemos un control absoluto sobre si valoramos la fama y la fortuna,

el placer o la serenidad. Si vivimos o no conforme a esos valores es, evidentemente,

una cuestión diferente, es algo sobre lo que tenemos cierto control, pero no absoluto. Como

hemos visto, Epicteto piensa que tenemos un control absoluto de nuestras opiniones. Si por opiniones

tiene en mente nuestra opinión respecto a los objetivos que deberíamos fijarnos a nosotros

mismos o nuestra opinión sobre el valor de las cosas, entonces estoy de acuerdo con él en que

nuestras opiniones, dependen de nosotros. Evidentemente, tiene sentido que invirtamos

tiempo y energía creando objetivos para nosotros mismos y determinando nuestros valores, esto nos

exigirá relativamente poco tiempo y energía. Además, la recompensa por elegir correctamente

nuestros objetivos y valores puede ser inmensa. De hecho, Marco Aurelio piensa que la clave para

vivir una buena vida es valorar las cosas que son genuinamente valiosas y, ser indiferente a las

que carecen de valor. En líneas generales, Marco Aurelio cree que al formarnos opiniones correctamente,

asignando a las cosas su correcto valor, podemos evitar mucho sufrimiento, aflicción y ansiedad,

y alcanzar, por lo tanto, la serenidad que buscan los estoicos. 9. Aparte de ejercer un control

total sobre nuestros objetivos y valores, Marco Aurelio señala que tenemos un control absoluto

sobre nuestro carácter. En sus palabras, somos los únicos que podemos impedirnos alcanzar la bondad

y la integridad. Por ejemplo, está en nuestro poder evitar que la perversidad y la codicia

encuentren espacio en nuestras almas. Si somos torpes, quizá no esté en nuestra mano llegar a

ser eruditos, pero nada nos impide cultivar otras cualidades, entre ellas la sinceridad, la dignidad,

la abnegación y la sobriedad, y nada nos impide dar pasos para dominar nuestra arrogancia, para

alzarnos por encima de placeres y dolores, para dejar de anhelar la popularidad y controlar nuestro

temperamento. Además, está en nuestro poder dejar de quejarnos, ser francos y considerados,

de ánimo y palabra moderada, y desenvolvernos, con autoridad. Marco Aurelio observa que estas

cualidades pueden ser nuestras en este mismo instante si así lo decidimos, 10. Ahora centrémonos en la

segunda rama de la tricotomía del control, aquellas cosas sobre las que no tenemos ningún control en

absoluto, como que el sol salga mañana. Obviamente, es ridículo invertir tiempo y energía en tales

cuestiones. Como no tenemos ningún control sobre estos acontecimientos, todo tiempo y toda energía

que invirtamos en ellos no influirán en el resultado, además, serán tiempo y energía mal

gastados, y, como observa Marco Aurelio, nada debe hacerse en vano, punto 11. Esto nos lleva a la

tercera rama de la tricotomía del control, aquellas cosas sobre las que tenemos un control

relativo. Pensemos, por ejemplo, en ganar un partido de tenis. Como hemos visto, aunque no

estamos seguros de ganar, a través de nuestros actos esperamos influir en el resultado, por lo

tanto, tenemos cierto control, pero no absoluto. Dada esta realidad, ¿un practicante del estoicismo

querrá jugar al tenis? En concreto, ¿debería invertir tiempo y energía intentando ganar los

partidos? Podemos pensar que no debería. Como el estoico no tiene un control total sobre el

resultado del partido de tenis, siempre tiene la posibilidad de perder, y si pierde, probablemente

se enfadará y su serenidad se verá interrumpida. Por lo tanto, un curso seguro de acción para un

estoico sería abstenerse de jugar al tenis. Mediante un razonamiento similar, si valora

su serenidad, parece que no debería desear que su esposa lo amara, existe la posibilidad de que

no sea así, al margen de lo que él haga, y se le romperá el corazón. Del mismo modo, no debería

pretender que su jefa le suba el sueldo, quizá no ocurra por mucho que lo intente y se sentirá

decepcionado. De hecho, llevando esta línea de pensamiento un poco más lejos, el estoico no

debería haberle pedido a su mujer que se casara con él ni a su jefa que lo contratara, ya que

podrían rechazarlo. En otras palabras, podríamos llegar a la conclusión de que los estoicos se

negarán a ocuparse de aquellas cosas sobre las que tienen un, control relativo. Pero como la mayoría

de las situaciones que afrontamos en la vida diaria son cosas sobre las que ejercemos un,

control relativo, podemos deducir que los estoicos no se ocuparán de muchos aspectos del