¿Se puede cambiar el mundo?
No es un secreto que las sociedades humanas no son perfectas. Sabemos que hay muchas injusticias
aún no resueltas, y que también hay personas que se organizan para ponerle fin a los abusos.
Y también hay quienes argumentan que protestar no tiene sentido, porque las cosas no cambian.
¿Se puede cambiar el mundo? La sociedad humana no ha sido siempre como
es hoy. Muchos de los derechos que hoy damos por sentados son fruto de largas luchas.
Por ejemplo, en el Siglo XIX se consideraba que las mujeres no tenían derecho a administrar
sus propios bienes, o si quiera decidir cómo vestirse… ¡mucho menos de votar! Pero alrededor
del año 1900 muchas mujeres en Inglaterra, conocidas como las “sufragistas” empezaron
a organizarse. Eran criticadas como “poco femeninas” y “resentidas”. Pero en 1918
lograron que se reconociera su derecho al voto, y con el tiempo se ha ido reconociendo
ese derecho en muchas más naciones del mundo. ¡Aunque aún faltan muchos países!
Por esos mismos años, India era una nación dominada por el Imperio Británico y la Compañía
Británica de las Indias Orientales, quienes entre otros abusos, tenían el monopolio de
la ropa y la sal. Pero el pueblo indio, con el liderazgo de Gandhi, organizó la desobediencia
civil pacífica, que incluyó un boicot a la ropa inglesa y la célebre “marcha de
la sal”, la cual empezó con 80 activistas y terminó con decenas de miles de personas
que recorrieron casi 390 kilómetros a pie hasta Dandi, donde se pusieron a cosechar
su propia sal. Después de mucha insistencia y conflictos, India se convirtió en un país
soberano y democrático en 1947. La “desobediencia civil” propuesta por
Gandhi inspiró otros movimientos, como el de los Derechos Civiles, cuya figura más
visible fue Martin Luther King. Aunque la esclavitud ya había sido abolida desde 1863,
cien años después los afroamericanos seguían siendo discriminados: la ley les impedía
votar o usar los mismos restaurantes, hospitales, escuelas que los blancos, y si se subían
a los autobuses tenía que ser en los asientos de atrás. En 1955 Rosa Parks desobedeció
la orden del conductor del autobús donde iba, negándose a dejarle su asiento a un
blanco. Fue arrestada y su acción, ampliamente conocida, motivó a otros a seguir la protesta.
Por ejemplo, otros se organizaron para pedir almuerzo en restaurantes segregados donde
los negros tenían prohibido sentarse. En 1963 se realizó una marcha donde se reunió
más de un cuarto de millón de personas y Luther King pronunció su famoso discurso
“Tuve un sueño”. Para 1964 el congreso aprobó la ley que reconocía los derechos
de todos sin importar su color de piel. Sudáfrica también sufría la segregación
con el sistema llamado Apartheid. Las protestas, iniciadas desde los años 50, y en las que
Nelson Mandela fue el líder más reconocido, culminaron en 1992 con la abolición de ese
sistema y en 1994 ¡Mandela fue electo presidente! En los años 60 el imperialismo norteamericano
estaba en su esplendor, y Estados Unidos había iniciado su intervención militar en el conflicto
de Vietnam. La masacre de unos 400 civiles en My Lai (SE PRONUNCIA “MI LAI”) levantó
la indignación en el mundo. En 1968, en Francia, estudiantes protestaron contra la guerra y
el imperialinsmo. Las protestas se extendieron a otros países, incluyendo Estados Unidos.
El movimiento llegó a México. Los estudiantes pedían que se acabara la represión violenta
y que se liberara a los presos políticos. Aunque el movimiento fue trágicamente reprimido,
muchos lo consideran como precursor de la reciente democratización de este país.
Finalmente, en 1976, los norteamericanos retiraron sus tropas de Vietnam.
Vienen a la mente las protestas que en Cochabamba, Bolivia, impidieron que se privatizara el
agua en el año 2000; las que derrocaron el régimen de Mubarak en en Egipto en 2011;
y las que, en varios países del mundo, han prohibido las corridas de toros.
En la historia reciente de México recordamos las movilizaciones como el Movimiento por
la Paz con Justicia y Dignidad que encabezó el poeta Javier Sicilia contra la violencia,
o el movimiento “Yo soy 132” por la democratización de los medios de comunicación, o las marchas
para demandar la aparición con vida de 43 normalistas desaparecidos en 2014… y de
los miles de desaparecidos que ha habido después. Todas ellas consiguieron hacer visibles los
problemas y aún esperan resultados concretos… Para que una protesta tenga resultados, debe
ir más allá de la manifestación en las calles. Algunos expertos indican que las protestas
que triunfan tienen estos puntos en común: Expanden los límites de lo posible. Es decir,
desafían las nociones establecidas de lo que se puede o no se puede lograr, retando
nociones como la de “las cosas siempre han sido así”. Para lograr esto se necesita
llevar la discusión a los medios de comunicación y al mismo tiempo convencer a las personas…
casa por casa. Escogen sus peleas. Buscan metas concretas:
cambiar una ley, deponer a un funcionario, detener una guerra. Para esto es necesario
presionar a los políticos encargados de tomar esas decisiones.
Encuentran victorias tempranas. Aunque los propósitos puedan ser a muy largo plazo,
buscan metas que sirvan como ejemplo de que las cosas pueden cambiar, motivando así a
sus simpatizantes y ganando más adeptos.
Aunque no siempre lo logren, las protestas sí pueden cambiar el mundo, si es que son
capaces no sólo de tener una buena estrategia, sino de darle voz a las causas justas. ¡Curiosamente!
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