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Tres Cuentos, Ep.42 - Los Buitres - Ángeles Vicente (1)

Ep.42 - Los Buitres - Ángeles Vicente (1)

Por Leo Quiron

El hambre me acosaba y logré conseguir trabajo en un periódico local como reportero de notas de farándula. Me fastidiaba lidiar no sólo con la presión de mi jefe, porque mis notas no eran lo que ella esperaba, sino también conmigo por no poder renunciar a un trabajo que no me interesaba.

En ese periódico conocí a una mujer que me recomendó leer a Ángeles Vicente. Cierto día en la cafetería leímos un cuento llamado “Buitres” el cual me gustó, pero no indagué más sobre el tema.

La mujer leía con frecuencia historias fantásticas y feministas. Recuerdo que un día llegó con el libro “Sombras. Cuentos Psíquicos” de Ángeles Vicente. Me pidió el favor de guardarlo en mi mochila, nunca lo reclamó. Poco después, renuncié a mi molesto trabajo, no me despedí, olvidé a la mujer y también al libro.

Meses después, encontré trabajo en otro periódico. Debía escribir una nota cultural para el siguiente día, el tema lo podía escoger yo, pero no se me ocurría nada. Con todos mis acreedores acosándome era difícil concentrarme. Mirando al vacío en mi sala, buscando inspiración, reencontré el libro “Sombras”, aquel que había guardado en mi mochila a solicitud de la mujer de mi anterior trabajo. Ahora hacía parte de una montaña de libros que servían de mesa. Lo limpié un poco y comencé a leerlo con desdén: “Sola en mi habitación, hasta donde llegan los últimos rumores de la noche, estoy enferma y triste pensando en amargas y lúgubres quimeras, y haciendo el análisis de mi vida, queriendo descifrar el enigma de mis pensamientos…”.

No pude parar de leer hasta terminar el libro. En la madrugada, volví frente a la pantalla e intenté escribir, fue inútil. Mi cabeza no paraba de pensar así que forcé el sueño.

Primero soñé con una mujer. Con frecuencia mis sueños están plagados de imágenes que pasan de una escena a otra, sin un rostro o sonido claro, pero esta vez fue diferente. La primera escena ocurría en un viejo hospital psiquiátrico, allí la mujer me hablaba acerca de un espíritu que la atormentaba. El espectro la quería obligar a utilizar sus poderes de hipnosis para hacer daño a otra persona:

“¡Ayúdame a salir de aquí!” Gritaba la mujer.

Vi su cara de angustia, pánico porque nadie le creía y estaba atrapada. Le grité que aceptara ante sus médicos que el insomnio le había causado una locura temporal y así pudiera salir de allí.

El escenario cambió.

Era una especie de quirófano. Hacían una cirugía en el cráneo de un hombre. El paciente estaba despierto, parecía que su voluntad estaba enajenada por un poder que no le permitía luchar. Mi corazón latía rápido, mi respiración agitada, todo mi cuerpo se tensionó. Yo seguía en la fila de operaciones. No podía moverme. “En buitres los voy a convertir”. Murmuraba el cirujano.

Yo seguía estupefacto. ¡No quiero ser un buitre! Grité sin lograr abrir mis ojos.

Luego una mujer me cogió del brazo, me haló y corrimos fuera de aquel siniestro quirófano. Soy Ángeles me dijo, estas en medio de historias que aún no entiendes. Corría intentando ver su cara, la pude ver. Nos detuvimos y le pregunté: ¿Qué paso después de 1920? ¿A dónde fuiste?...

“Fui en busca de más historias”. Contestó la mujer. “Experimentamos con ciencias ocultas, intentábamos reencarnar a libre voluntad, pero algunas cosas fallaron y entré al portal equivocado”.

¿Qué falló Ángeles? Pregunté...

“No lo entenderías”. Contestó sonriendo y me empujo.

Caí en un vórtice, sentí vacío y pánico.

Desperté gritando y sudoroso.

Con el corazón aún acelerado, me senté ante la pantalla a escribir la nota cultural. El tema fue: Ángeles Vicente y sus extrañas narraciones. Luego escribí esta historia para no dejar en el olvido mi sueño con Ángeles.

Bienvenida

¡Hola! Queridas y queridos oyentes de Tres Cuentos, el podcast bilingüe dedicado a las narrativas literarias, históricas y tradicionales de Latino América. Soy Carolina Quiroga-Stultz, y hoy tenemos un programa especial dedicado a una escritora de ciencia ficción, la española Ángeles Vicente.

La historia que sirvió como introducción al episodio de hoy fue escrita y leída por Leo Quiron.

*

En mi búsqueda por encontrar las historias para la próxima temporada de fantasía, leí varias antologías, y hoy en día, no recuerdo cuál me llevó a Ángeles Vicente. Una mujer que a principios de 1900 escribía ciencia ficción. Mi falta de buena memoria casi parece un presagio que anuncia que la vida de Vicente fue un rompecabezas incompleto.

Lo cierto es que, tras volver sobre mis pasos, no he encontrado en los índices de los libros que leí -o quizás extravié el libro-, el nombre de Ángeles Vicente. Es como si ella hubiera aparecido en un sueño y susurrado su nombre. Lo siguiente que recuerdo es haber hecho una búsqueda en internet, y encontrar su libro "Buitres" publicado en 1908, y haberme sumergido en su mundo.

Pero continuemos, el episodio de hoy está cargado de buen e intrigante drama. En los comentarios les compartiré las últimas noticias sobre nuestro programa, que en cierto modo está pasando por una transformación similar al cuento de hoy. Por último, tenemos una entrevista con una de las editoras del libro Cosmos Latinos, la Doctora Andrea Bell.

Así que, sin más preámbulos, permítanme abrir la puerta a la madriguera del conejo que es la literatura de Ángeles Vicente. Sin embargo, me temo que no hay píldoras mágicas o amigos al otro lado del espejo. A diferencia de "Alicia en el país de las maravillas", el mundo de Vicente es uno del que quizás no regreses siendo el mismo o la misma. Al menos sabemos que Ángeles Vicente, no volvió.

Un joven y sus amigos son conducidos a un lugar donde un científico loco está decidido a liberar el espíritu del hombre transfiriéndolo a un cuerpo que pueda volar.

*

LOS BUITRES

Ángeles Vicente

Leído y adaptado por Carolina Quiroga

Le seguimos en silencio, cogidos de la mano, y penetrarnos en un cuartucho vacío, con las paredes desconchadas y grandes ventanas sin vidrios ni maderas.

Despuntaba el alba.

Una vez dentro, el Doctor, que nos guiaba, se volvió hacia nosotros y dijo:

- Comprendo que esta peregrinación al través del sueño os aterrorice. El poder escudriñar todo aquello que piensan los hombres de bueno y de malo, el poder prever lo que urdirán mañana en defensa de sus ideas o de sus preocupaciones, tiene algo de espantosamente extraordinario.

- ¿Y dónde estamos? -pregunté intranquilo.

-Os lo explicaré. ¿Pero tembláis? ¿Sentís frío? ¿Tenéis miedo?

En efecto, temblábamos, dando diente con diente, y en la cara de mis compañeros se reflejaba el mismo temor, la misma inquietud que yo sentía.

- ¿Dónde estamos? -insistí.

-Pronto lo sabréis, pero ante todo quiero demostraros que soy superior a los demás hombres, quiero enseñaros lo que sois y lo que deberíais ser. Figuraos que con mi descubrimiento, podremos ver al través de los muros, podremos penetrar lo impenetrable. Yo hago lo que quiero con la materia: he descubierto la fuerza superior que todo lo gobierna, por una ley de transformaciones y evoluciones. Sobre mí, ya no hay nada, no ignoro nada.

Por un momento creí que el Doctor estaba loco. Mis compañeros callaban y se miraban asombrados.

Un miedo supersticioso se apoderaba de nosotros al vernos aislados ante aquel hombre extravagante, en aquella casa, lejos de poblado, sólo frecuentada de innumerables buitres, que entraban y salían por las ventanas.

-¿Me comprendéis? ¿Os dais cuenta de la importancia de mi descubrimiento? - continuó el Doctor. - Ni más ladrones, ni más asesinos, ni más castigos. Las enfermedades serán eliminadas, porque se conocerá su causa, y evitada la causa no existirán los efectos. Las anormalidades psicológicas y nerviosas se verán disciplinadas, de manera que tendremos un aumento- notable de buen sentido y de perfección. ¿Os parece poco?

Pensé, evidentemente, el Doctor padece una monomanía. Hace quince días que me persigue con el cuento y con la pertinaz ostentación de su descubrimiento maravilloso. ¡Si eso fuera posible! Es cierto que...

El sonido interrumpió mis pensamientos. El doctor abrió una puerta casi escondida en el muro, y con el tono más inocente del mundo, nos dijo:

-Entrad...

Obedecimos, y nos encontramos en un pasadizo, lóbrego y húmedo. Animales raros y hediondos dormitaban en jaulas que cubrían las paredes.

Un olor desagradable de algo selvático nos obligó a contraer la cara con repugnancia.

-Adelante...- insinuó el Doctor hipócritamente, y abriendo otra puerta nos introdujo en una especie de laboratorio, lleno de aparatos e instrumentos extraños. Alineados en perfecto orden, a lo largo de los muros, se destacaban numerosos frascos de vidrio que contenían, conservados en alcohol, abortos misteriosos, de todas formas y dimensiones, violáceos, amarillos, blancos...

-Ahora oídme. -continuó después de cerrar satisfecho la puerta - El cerebro del hombre es el mayor, el más terrible foco de infección de la misma humanidad. El cerebro de la bestia, con relación al sistema cerebral humano, ofrece la ventaja de que aunque piense no traduce en actos filosóficos sus pensamientos. En cambio, el hombre tiene necesidad de esta transformación de su fuerza activa en fuerza expansiva... Entonces... ¿Comprendéis?

Y diciendo esto, el doctor clavaba en mí sus ojillos grises, metálicos, como si quisiera leer en mi interior todo cuanto yo pudiese pensar de él, de su descubrimiento, de su casa, de sus bichos, de sus abortos y de sus ideas. Parecía mirarnos con lastima y con desprecio al mismo tiempo. Sus palabras me producían una impresión extraordinaria. De pronto me preguntó:

- ¿En qué piensas?

-En.… nada...

-Dilo con franqueza.

-Pero… No sé... Estoy atontado… Pensaba...

Se sonrió. Comprendí que se burlaba de mí, pero no me importaba: mi único deseo era plantarlo cuanto antes, sustraerme a su dominio, a su fascinación diabólica y absorbente.

Mis compañeros callaban y observaban.

El Doctor prosiguió.

- ¿Veis esos frascos? En ellos guardo el producto de mis experimentos, la comprobación de que el cerebro del hombre es un terrible foco de infección, porque precisamente de él han salido todas las miserias de la tierra, todas las maldades, todas las tiranías, todas las iniquidades humanas; él lo ha infestado todo pensando las cosas más absurdas, combinando mil disparates, atribuyéndose todo poder, tomándose como termino de parangón de cuanto existe y de cuanto no existe, caminando de desatino en desatino al pretender remediar con su alocada fantasía las miserias por él creadas, la fatiga cotidiana de tener que obedecer y bajar la cabeza para no ver más que el suelo y vivir siempre entre los mismos objetos y las mismas personas, sin llegar siquiera a entenderse con ellas. Vosotros sois para mí una cosa cualquiera, como el primer cachivache que encuentro a mano, desde el momento en que, como a él, os puedo manejar a mi antojo. Sí, todos sois iguales, con los mismos defectos y las mismas, virtudes. ¡Dios nos libre de las virtudes de los hombres!...

Y en ese momento, el doctor calló, pero luego advirtió.

-Sin embargo... ¿Quién puede negar una excepción?... Tal vez vuestro cerebro... Dejad que satisfaga una curiosidad... Necesito vuestro cerebro... El vuestro… pudiera ser...

Retrocedí asustado. Mis compañeros se miraron unos a otros sin decir palabra.

-No tengáis miedo. Es cosa de un momento. No padeceréis y recobraréis en seguida vuestro actual ser y estado. Ven aquí, tiéndete en esta cama. Así, ¡valiente! No temas. Te sometes voluntariamente, ¿no es cierto?

Contra mi voluntad, pero sin podérmelo explicar, obedecí a aquel verdugo científico. Él continuó mirándome y me cogió la cabeza entre las manos:

-No tengas miedo.

¡Tac! Sentí un golpe rápido: me había descubierto el cráneo con un bisturí. No padecía, en efecto. Oía su voz. Sentía sus manos. Por último, percibí una impresión de frío, y la sangre fue hielo en mis venas...

Entonces vi que se inclinaba hacia mí examinando con afán mi cerebro y que su rostro se contraía con expresión de cólera:

- ¡Todos lo mismo! ¡Todos la misma roña! ¡Es una maldición!... - gritó

Intente incorporarme. Imposible.

- ¿Qué haces? -rugió al darse cuenta de mi intento. - ¡Estúpido! ¡Cretino!

Ep.42 - Los Buitres - Ángeles Vicente (1) Ep.42 - Die Geier - Ángeles Vicente (1) Ep.42 - The Vultures - Ángeles Vicente (1) Ep.42 - ハゲタカ - アンヘレス・ビセンテ (1)

Por Leo Quiron

El hambre me acosaba y logré conseguir trabajo en un periódico local como reportero de notas de farándula. Me fastidiaba lidiar no sólo con la presión de mi jefe, porque mis notas no eran lo que ella esperaba, sino también conmigo por no poder renunciar a un trabajo que no me interesaba.

En ese periódico conocí a una mujer que me recomendó leer a Ángeles Vicente. Cierto día en la cafetería leímos un cuento llamado “Buitres” el cual me gustó, pero no indagué más sobre el tema.

La mujer leía con frecuencia historias fantásticas y feministas. Recuerdo que un día llegó con el libro “Sombras. Cuentos Psíquicos” de Ángeles Vicente. Me pidió el favor de guardarlo en mi mochila, nunca lo reclamó. Poco después, renuncié a mi molesto trabajo, no me despedí, olvidé a la mujer y también al libro.

Meses después, encontré trabajo en otro periódico. Debía escribir una nota cultural para el siguiente día, el tema lo podía escoger yo, pero no se me ocurría nada. Con todos mis acreedores acosándome era difícil concentrarme. Mirando al vacío en mi sala, buscando inspiración, reencontré el libro “Sombras”, aquel que había guardado en mi mochila a solicitud de la mujer de mi anterior trabajo. Ahora hacía parte de una montaña de libros que servían de mesa. Lo limpié un poco y comencé a leerlo con desdén: “Sola en mi habitación, hasta donde llegan los últimos rumores de la noche, estoy enferma y triste pensando en amargas y lúgubres quimeras, y haciendo el análisis de mi vida, queriendo descifrar el enigma de mis pensamientos…”.

No pude parar de leer hasta terminar el libro. En la madrugada, volví frente a la pantalla e intenté escribir, fue inútil. Mi cabeza no paraba de pensar así que forcé el sueño.

Primero soñé con una mujer. Con frecuencia mis sueños están plagados de imágenes que pasan de una escena a otra, sin un rostro o sonido claro, pero esta vez fue diferente. La primera escena ocurría en un viejo hospital psiquiátrico, allí la mujer me hablaba acerca de un espíritu que la atormentaba. El espectro la quería obligar a utilizar sus poderes de hipnosis para hacer daño a otra persona:

“¡Ayúdame a salir de aquí!” Gritaba la mujer.

Vi su cara de angustia, pánico porque nadie le creía y estaba atrapada. Le grité que aceptara ante sus médicos que el insomnio le había causado una locura temporal y así pudiera salir de allí.

El escenario cambió.

Era una especie de quirófano. Hacían una cirugía en el cráneo de un hombre. El paciente estaba despierto, parecía que su voluntad estaba enajenada por un poder que no le permitía luchar. Mi corazón latía rápido, mi respiración agitada, todo mi cuerpo se tensionó. Yo seguía en la fila de operaciones. No podía moverme. “En buitres los voy a convertir”. Murmuraba el cirujano.

Yo seguía estupefacto. ¡No quiero ser un buitre! Grité sin lograr abrir mis ojos.

Luego una mujer me cogió del brazo, me haló y corrimos fuera de aquel siniestro quirófano. Soy Ángeles me dijo, estas en medio de historias que aún no entiendes. Corría intentando ver su cara, la pude ver. Nos detuvimos y le pregunté: ¿Qué paso después de 1920? ¿A dónde fuiste?...

“Fui en busca de más historias”. Contestó la mujer. “Experimentamos con ciencias ocultas, intentábamos reencarnar a libre voluntad, pero algunas cosas fallaron y entré al portal equivocado”.

¿Qué falló Ángeles? Pregunté...

“No lo entenderías”. Contestó sonriendo y me empujo.

Caí en un vórtice, sentí vacío y pánico.

Desperté gritando y sudoroso.

Con el corazón aún acelerado, me senté ante la pantalla a escribir la nota cultural. El tema fue: Ángeles Vicente y sus extrañas narraciones. Luego escribí esta historia para no dejar en el olvido mi sueño con Ángeles.

Bienvenida

¡Hola! Queridas y queridos oyentes de Tres Cuentos, el podcast bilingüe dedicado a las narrativas literarias, históricas y tradicionales de Latino América. Soy Carolina Quiroga-Stultz, y hoy tenemos un programa especial dedicado a una escritora de ciencia ficción, la española Ángeles Vicente.

La historia que sirvió como introducción al episodio de hoy fue escrita y leída por Leo Quiron.

*

En mi búsqueda por encontrar las historias para la próxima temporada de fantasía, leí varias antologías, y hoy en día, no recuerdo cuál me llevó a Ángeles Vicente. Una mujer que a principios de 1900 escribía ciencia ficción. Mi falta de buena memoria casi parece un presagio que anuncia que la vida de Vicente fue un rompecabezas incompleto.

Lo cierto es que, tras volver sobre mis pasos, no he encontrado en los índices de los libros que leí -o quizás extravié el libro-, el nombre de Ángeles Vicente. Es como si ella hubiera aparecido en un sueño y susurrado su nombre. Lo siguiente que recuerdo es haber hecho una búsqueda en internet, y encontrar su libro "Buitres" publicado en 1908, y haberme sumergido en su mundo.

Pero continuemos, el episodio de hoy está cargado de buen e intrigante drama. En los comentarios les compartiré las últimas noticias sobre nuestro programa, que en cierto modo está pasando por una transformación similar al cuento de hoy. Por último, tenemos una entrevista con una de las editoras del libro __Cosmos Latinos__, la Doctora Andrea Bell.

Así que, sin más preámbulos, permítanme abrir la puerta a la madriguera del conejo que es la literatura de Ángeles Vicente. Sin embargo, me temo que no hay píldoras mágicas o amigos al otro lado del espejo. A diferencia de "Alicia en el país de las maravillas", el mundo de Vicente es uno del que quizás no regreses siendo el mismo o la misma. Al menos sabemos que Ángeles Vicente, no volvió.

Un joven y sus amigos son conducidos a un lugar donde un científico loco está decidido a liberar el espíritu del hombre transfiriéndolo a un cuerpo que pueda volar.

*

LOS BUITRES

Ángeles Vicente

Leído y adaptado por Carolina Quiroga

Le seguimos en silencio, cogidos de la mano, y penetrarnos en un cuartucho vacío, con las paredes desconchadas y grandes ventanas sin vidrios ni maderas.

Despuntaba el alba.

Una vez dentro, el Doctor, que nos guiaba, se volvió hacia nosotros y dijo:

- Comprendo que esta peregrinación al través del sueño os aterrorice. El poder escudriñar todo aquello que piensan los hombres de bueno y de malo, el poder prever lo que urdirán mañana en defensa de sus ideas o de sus preocupaciones, tiene algo de espantosamente extraordinario.

- ¿Y dónde estamos? -pregunté intranquilo.

-Os lo explicaré. ¿Pero tembláis? ¿Sentís frío? ¿Tenéis miedo?

En efecto, temblábamos, dando diente con diente, y en la cara de mis compañeros se reflejaba el mismo temor, la misma inquietud que yo sentía.

- ¿Dónde estamos? -insistí.

-Pronto lo sabréis, pero ante todo quiero demostraros que soy superior a los demás hombres, quiero enseñaros lo que sois y lo que deberíais ser. Figuraos que con mi descubrimiento, podremos ver al través de los muros, podremos penetrar lo impenetrable. Yo hago lo que quiero con la materia: he descubierto la fuerza superior que todo lo gobierna, por una ley de transformaciones y evoluciones. Sobre mí, ya no hay nada, no ignoro nada.

Por un momento creí que el Doctor estaba loco. Mis compañeros callaban y se miraban asombrados.

Un miedo supersticioso se apoderaba de nosotros al vernos aislados ante aquel hombre extravagante, en aquella casa, lejos de poblado, sólo frecuentada de innumerables buitres, que entraban y salían por las ventanas.

-¿Me comprendéis? ¿Os dais cuenta de la importancia de mi descubrimiento? - continuó el Doctor. - Ni más ladrones, ni más asesinos, ni más castigos. Las enfermedades serán eliminadas, porque se conocerá su causa, y evitada la causa no existirán los efectos. Las anormalidades psicológicas y nerviosas se verán disciplinadas, de manera que tendremos un aumento- notable de buen sentido y de perfección. ¿Os parece poco?

Pensé, evidentemente, el Doctor padece una monomanía. Hace quince días que me persigue con el cuento y con la pertinaz ostentación de su descubrimiento maravilloso. ¡Si eso fuera posible! Es cierto que...

El sonido interrumpió mis pensamientos. El doctor abrió una puerta casi escondida en el muro, y con el tono más inocente del mundo, nos dijo:

-Entrad...

Obedecimos, y nos encontramos en un pasadizo, lóbrego y húmedo. Animales raros y hediondos dormitaban en jaulas que cubrían las paredes.

Un olor desagradable de algo selvático nos obligó a contraer la cara con repugnancia.

-Adelante...- insinuó el Doctor hipócritamente, y abriendo otra puerta nos introdujo en una especie de laboratorio, lleno de aparatos e instrumentos extraños. Alineados en perfecto orden, a lo largo de los muros, se destacaban numerosos frascos de vidrio que contenían, conservados en alcohol, abortos misteriosos, de todas formas y dimensiones, violáceos, amarillos, blancos...

-Ahora oídme. -continuó después de cerrar satisfecho la puerta - El cerebro del hombre es el mayor, el más terrible foco de infección de la misma humanidad. El cerebro de la bestia, con relación al sistema cerebral humano, ofrece la ventaja de que aunque piense no traduce en actos filosóficos sus pensamientos. En cambio, el hombre tiene necesidad de esta transformación de su fuerza activa en fuerza expansiva... Entonces... ¿Comprendéis?

Y diciendo esto, el doctor clavaba en mí sus ojillos grises, metálicos, como si quisiera leer en mi interior todo cuanto yo pudiese pensar de él, de su descubrimiento, de su casa, de sus bichos, de sus abortos y de sus ideas. Parecía mirarnos con lastima y con desprecio al mismo tiempo. Sus palabras me producían una impresión extraordinaria. De pronto me preguntó:

- ¿En qué piensas?

-En.… nada...

-Dilo con franqueza.

-Pero… No sé... Estoy atontado… Pensaba...

Se sonrió. Comprendí que se burlaba de mí, pero no me importaba: mi único deseo era plantarlo cuanto antes, sustraerme a su dominio, a su fascinación diabólica y absorbente.

Mis compañeros callaban y observaban.

El Doctor prosiguió.

- ¿Veis esos frascos? En ellos guardo el producto de mis experimentos, la comprobación de que el cerebro del hombre es un terrible foco de infección, porque precisamente de él han salido todas las miserias de la tierra, todas las maldades, todas las tiranías, todas las iniquidades humanas; él lo ha infestado todo pensando las cosas más absurdas, combinando mil disparates, atribuyéndose todo poder, tomándose como termino de parangón de cuanto existe y de cuanto no existe, caminando de desatino en desatino al pretender remediar con su alocada fantasía las miserias por él creadas, la fatiga cotidiana de tener que obedecer y bajar la cabeza para no ver más que el suelo y vivir siempre entre los mismos objetos y las mismas personas, sin llegar siquiera a entenderse con ellas. Vosotros sois para mí una cosa cualquiera, como el primer cachivache que encuentro a mano, desde el momento en que, como a él, os puedo manejar a mi antojo. Sí, todos sois iguales, con los mismos defectos y las mismas, virtudes. ¡Dios nos libre de las virtudes de los hombres!...

Y en ese momento, el doctor calló, pero luego advirtió.

-Sin embargo... ¿Quién puede negar una excepción?... Tal vez vuestro cerebro... Dejad que satisfaga una curiosidad... Necesito vuestro cerebro... El vuestro… pudiera ser...

Retrocedí asustado. Mis compañeros se miraron unos a otros sin decir palabra.

-No tengáis miedo. Es cosa de un momento. No padeceréis y recobraréis en seguida vuestro actual ser y estado. Ven aquí, tiéndete en esta cama. Así, ¡valiente! No temas. Te sometes voluntariamente, ¿no es cierto?

Contra mi voluntad, pero sin podérmelo explicar, obedecí a aquel verdugo científico. Él continuó mirándome y me cogió la cabeza entre las manos:

-No tengas miedo.

¡Tac! Sentí un golpe rápido: me había descubierto el cráneo con un bisturí. No padecía, en efecto. Oía su voz. Sentía sus manos. Por último, percibí una impresión de frío, y la sangre fue hielo en mis venas...

Entonces vi que se inclinaba hacia mí examinando con afán mi cerebro y que su rostro se contraía con expresión de cólera:

- ¡Todos lo mismo! ¡Todos la misma roña! ¡Es una maldición!... - gritó

Intente incorporarme. Imposible.

- ¿Qué haces? -rugió al darse cuenta de mi intento. - ¡Estúpido! ¡Cretino!