Como Agua Para Chocolate Ep 22
Podían hacer cualquier cosa o convertirse en cualquier cosa. ¡Si
pudieran transformarse en aves y elevarse volando! Le gustaría que la llevaran lejos, lo más
lejos posible. Acercándose a la ventana que daba al patio, elevó sus manos al cielo, quería
huir de sí misma, no quería pensar en tomar una determinación, no quería volver a hablar.
No quería que sus palabras gritaran su dolor.
Deseó con toda el alma que sus manos se elevaran. Permaneció un buen rato así, viendo
el fondo azul del cielo a través de sus inmóviles manos. Tita pensó que el milagro se estaba
convirtiendo en realidad cuando observó que sus dedos se empezaban a transformar en un
tenue vapor que se elevaba al cielo. Se preparó para subir atraída por una fuerza superior,
pero nada de eso sucedió. Decepcionada, descubrió que el humo no le pertenecía.
Provenía de un pequeño cuarto al fondo del patio. Una fumarola desperdigaba por el
ambiente un olor tan agradable y a la vez tan familiar que le hizo abrir la ventana para poder
inhalarlo profundamente. Con sus ojos cerrados se vio sentada junto a Nacha en el piso de la
cocina mientras hacían tortillas de maíz: vio la olla donde se cocinaba un puchero de lo más
aromático, junto a él los frijoles soltaban el primer hervor... sin dudarlo decidió ir a investigar
quién cocinaba. No podía tratarse de Caty. La persona que producía ese tipo de olor con la
comida sí sabía cocinar. Sin haberla visto, Tita sentía reconocerse en esa persona;
quienquiera que fuera.
Cruzó el patio con determinación, abrió la puerta y se encontró con una agradable mujer
como de ochenta años de edad. Era muy parecida a Nacha. Una larga trenza cruzada le
cubría la cabeza, estaba limpiándose el sudor de la frente con el delantal. Su rostro tenía
claros rasgos indígenas. Hervía té en un cazo de barro.
Levantó la vista y le sonrió amablemente, invitándola a sentarse junto a ella. Tita así lo
hizo. Inmediatamente le ofreció una taza de ese delicioso té.
Tita lo tomó despacito, disfrutando al máximo el sabor de esas hierbas desconocidas y
conocidas al mismo tiempo. Qué sensación más agradable le producían el calor y el sabor de
esta infusión.
Permaneció un buen rato al lado de esta señora. Ella tampoco hablaba, pero no era
necesario. Desde un principio se estableció entre ellas una comunicación que iba más allá de
las palabras.
Desde entonces diariamente la había visitado. Pero poco a poco, en lugar de ella, fue
apareciendo el doctor Brown. La primera vez que sucedió le causó extrañeza, no esperaba
encontrarlo ahí, ni tampoco los cambios que había hecho en la decoración del lugar.
Ahora había muchos aparatos científicos, tubos de ensayo, lámparas, termómetros, etc. La
pequeña estufa había perdido el lugar preponderante, para ocupar un pequeño sitio en un
rincón de la habitación. Sentía que no era justa esta relegación, pero como no deseaba que
sus labios emitieran sonido alguno, se guardó para más tarde su opinión al respecto junto
con la pregunta sobre el paradero y la identidad de esta mujer. Además tenía que reconocer
que también disfrutaba enormemente de la compañía de John. La única diferencia era que él
sí hablaba, y en lugar de cocinar se dedicaba a poner a prueba sus teorías de una manera
científica.
Esta afición por experimentar la había heredado de su abuela, una india kikapú a la que
su abuelo había raptado y llevado a vivir con él lejos de su tribu. Con todo y que se casó con
ella, la orgullosa y netamente norteamericana familia del abuelo le había construido este
cuarto al fondo de la casa, donde la abuela podía pasar la mayor parte del día dedicándose a
la actividad que más le interesaba: investigar las propiedades curativas de las plantas.
Al mismo tiempo este cuarto le servía de refugio en contra de las agresiones de su familia.
Una de las primeras que recibió fue que le pusieran el mote de «la kikapú», en lugar de
llamarla por su verdadero nombre, creyendo que con esto la iban a molestar enormemente.
Para los Brown, la palabra «kikapú» encerraba lo más desagradable de este mundo, pero no
así para «Luz del amanecer». Para ella significaba todo lo contrario y era un motivo enorme de
orgullo.
Éste era sólo un pequeño ejemplo de la gran diferencia de opiniones y conceptos que
existían entre estos representantes de dos culturas tan diferentes, y que hacía imposible que
entre los Brown surgiera el deseo de un acercamiento a las costumbres y tradiciones de «Luz
del amanecer». Tuvieron que pasar años antes de que se adentraran un poco en la cultura de
«la kikapú». Fue cuando el bisabuelo de John, Peter, estuvo muy enfermo de un mal en los
bronquios. Los accesos de tos lo hacían ponerse morado constantemente. El aire no podía
entrarle libremente en sus pulmones. Su esposa Mary, conocedora de nociones sobre
medicina, pues era hija de un médico, sabía que en estos casos el organismo del enfermo
producía mayor cantidad de glóbulos rojos; para contrarrestar esta insuficiencia era
recomendable aplicar una sangría para prevenir que un exceso de estos glóbulos produjera
un infarto o un trombo, ya que cualquiera de ellos podía ocasionar la muerte del enfermo.
La abuela de John, Mary, entonces empezó a preparar las sanguijuelas con las que
aplicaría la sangría a su esposo. Mientras lo hacía, se sentía de lo más orgullosa de estar al
tanto de los mejores conocimientos científicos que le permitían cuidar la salud de su familia
de una manera moderna y adecuada, ¡no con hierbas como «la kikapú»!
Las sanguijuelas se ponen dentro de un vaso con medio dedo de agua, por espacio de una
hora. La parte del cuerpo donde se van a aplicar se lava con agua tibia azucarada. Entre
tanto se colocan las sanguijuelas en un lienzo limpio y se cubren con él. Después se colocan
sobre la parte en que se han de agarrar, sujetándolas bien con el paño y procurando
comprimirlas, para que no vayan a picar por otro lado. Si después de desprenderlas
conviniera la evacuación de sangre, ésta se favorece por medio de fricciones de agua caliente.
Para contener la sangre y cerrar las fisuras se cubren con yesca de álamo o trapo y luego se
aplica una cataplasma de miga de pan y leche, que se retira hasta que las fisuras estén
enteramente cicatrizadas.
Mary hizo todo esto al pie de la letra, pero el caso es que cuando retiraron las sanguijuelas
del brazo de Peter se empezó a desangrar y no podían contener la hemorragia. Cuando «la
kikapú» escuchó los gritos de desesperación provenientes de la casa corrió a ver qué era lo
que pasaba.