Cuando el tiempo se volvió historia: la Era Humana
Imaginemos que alguien se planta en nuestra cocina, se lleva algunas cosas y la basura
y después lo entierra todo en el bosque. Puede que 12 000 años después un arqueólogo
intente imaginarse quiénes éramos. Lo que nos importaba, a qué videojuegos jugábamos,
en qué creíamos y cómo tomábamos las decisiones. Y ello por haber vivido en una importante
época de la historia humana: la Revolución Planetaria, cuando la humanidad
se transformó en especie multiplanetaria. En ese momento, nuestra población se expandió
inmensamente, la tecnología y los estándares de vida mejoraron a unos niveles que se creían
imposibles y cómo nos concebíamos a nosotros mismos cambió para siempre.
Y todo lo que los arqueólogos del futuro tienen para aprender sobre nosotros es la
basura del bosque. Aunque esperamos que este sea el problema
de otros dentro de 12 000 años, hoy nos pasa lo mismo:
intentamos reconstruir una revolución que surgió hace 12 000 años.
Actualmente solo quedan sombras de las personas para las que nuestro pasado remoto fue el
presente. Los restos de nuestro pasado
Ahora podemos contemplar el presente en 4K nítido, a color y con sonido.
Hace tres generaciones el mundo solo era en blanco y negro.
Una generación antes se trataba de fotografías borrosas.
La fuente para experimentar el pasado previo a este son pinturas y textos.
Tan solo 20 generaciones atrás, cada palabra escrita debía copiarse a mano, de modo que
los textos resultaban escasos y poco fiables. Solo 100 generaciones nos separan del primer
historiador. Antes de él, únicamente hay leyendas, epopeyas
y reyes muertos pavoneándose en obras de piedra.
De nuestros ancestros de hace 250 generaciones solo hay fragmentos en la tierra e imágenes
despojadas de su significado original. Más allá, la humanidad es prácticamente
invisible. Aunque aún sabemos algunas cosas. Intentemos
contar su historia y lo que significa para nosotros.
La mayor transición de la historia humana Hace unos dos millones de años, más o menos
80 000 generaciones, la vida de nuestros ancestros era básicamente igual.
Pero unos 20 000 años atrás -800 generaciones- los humanos con comportamiento moderno empezaron
el proceso que cambiaría nuestra vida para siempre.
Al principio, gradualmente, solo algunos. Luego, mucho más rápido, más gente. Y después,
de repente, prácticamente todos. Entonces había alrededor de un millón de
humanos modernos sobre la tierra. La mayoría de las otras especies humanas
se habían extinguido (seguro que les ayudamos un poco).
Su biología les había proporcionado las herramientas necesarias:
una inteligencia general para comprender las cosas, una inteligencia social para entenderse
entre sí y un lenguaje para expresar ideas abstractas y crear nuevos conceptos.
Estas personas eran como nosotros: sufrían y se alegraban, se aburrían, lloraban
y reían. Vivían en comunidades de algunas docenas.
Controlaban el fuego, fabricaban herramientas de madera, piedra y hueso, se contaban historias,
lloraban a sus muertos y creaban arte. Comerciaban con otras tribus, desde obsidiana
a moluscos. Algunos cazaban grandes presas y se mudaban
mucho, otros confiaban más en las plantas que recolectaban y otros se limitaban a permanecer
en zonas con mucha pesca. Este fue el estado habitual de la humanidad
durante la mayoría de nuestra historia. Hasta que, paso a paso, una lenta transición se
convirtió en revolución. Paso a paso
La primera evidencia sólida la encontramos en el valle del Jordán, donde nuestros ancestros
recolectaban trigo salvaje hace más de 20 000 años.
Se dieron cuenta de que al poner semillas en la tierra surgían más plantas al año
siguiente. Si colocaban las buenas en una zona, al año después había más de las
buenas, un fabuloso suplemento a la caza y la recolección.
Podían preparar algunas cosechas, volver al año siguiente, construir un asentamiento
temporal y contar con una fuente de alimento segura.
El bono de cosechas lo usaron para cocer el primer pan y elaborar la primera cerveza.
Con cada generación, aprendían más sobre las plantas y los animales que les rodeaban
y sobre cómo manipularlos en su provecho. Pero había mucho que aprender.
Muy lentamente, con cada generación, las bolsas de conocimiento crecían y se pasaban
a otros para seguir creciendo. Esta agricultura temprana comenzó a reducir
drásticamente el espacio necesario para alimentar a un individuo. Lo que permitía permanecer
en un sitio más tiempo. Hace unos 12 000 años, estas pequeñas dosis
de progreso alcanzaron una masa crítica. La mayoría de las calorías que consumimos
hoy proceden de unos 15 cultivos fundadores distintos que los humanos empezaron a domar
en serio en los siguientes miles de años. La denominada revolución agraria no es algo
que comenzara de repente un día. Fue un lento proceso abordado por pequeños grupos durante
muchas generaciones. Al final, el cambio gradual produjo una nueva
era. La Era Humana.
En los siguientes miles de años el progreso
se aceleraría y transformaría a los cazadores-recolectores
en granjeros que vivían en aldeas, pueblos y después ciudades.
Cuando los granjeros se trasladaban a una zona nueva, sustituían a las tribus nómadas
o las convertían también en granjeras. Lo que no fue fácil ni indoloro.
Al principio las personas tenían una dieta
diversa de hasta 250 plantas y animales diferentes.
Para algunos de los grupos que hacían la transición a la agricultura su dieta perdió
variedad drásticamente y parece que algunos incluso sufrieron desnutrición.
Y vivir juntos y con animales creó un caldo de cultivo para las enfermedades.
Casi todas las enfermedades infecciosas por microorganismos adaptados a los humanos han
surgido en los últimos diez mil años. El cólera, la viruela, el sarampión, la
gripe, la varicela y la malaria. La mortalidad, especialmente infantil, aumentó
drásticamente. Sin embargo, crecíamos en número ya que
la vida sedentaria favorecía la gestación de muchos más niños que antes y, para un
granjero, más niños significaba más manos para trabajar los campos.
Pese a que mucha más gente moría joven, las aldeas y los pueblos crecieron. En la
Tierra hubo una explosión demográfica. Unas 100 generaciones después del inicio
de la Era Humana, ya éramos unos cuatro millones, lo que aumentó la necesidad de comida y de
encontrar formas aún más eficaces de producir calorías, y consolidó el nuevo estilo de
vida. Para la mayoría, la vuelta a la caza y la
recolección habría significado morir de hambre.
Pero aún queda una pregunta sin resolver: ¿por qué?
¿Por qué cambiamos la libertad de vivir de la naturaleza, con una gran variedad de
comida, por el tedio de la agricultura y, frecuentemente, una dieta menos variada?
Nadie lo sabe con seguridad. Parece que esta transición fue posible por
un cambio climático y algunos científicos argumentan que lo provocaron factores externos
como la desnutrición o la sobrepoblación, algo muy controvertido.
Actualmente, la idea más aceptada es que se trató de una opción deliberada, tomada
por incontables comunidades de todo el planeta. Quizás esté también conectado con lo que
nos hace humanos. La capacidad de unirnos, desarrollar identidades
compartidas e intercambiar historias y conocimiento.
Algunos arqueólogos piensan que grupos de
cazadores-recolectores recorrían grandes distancias para celebrar fiestas, banquetes
y rituales, y que en estas ocasiones también hablaban
de innovación: cómo mejorar las técnicas de caza y fabricación de herramientas, cómo
capturar y criar animales y qué plantas se podían recolectar y multiplicar. Quizás
incluso intercambiaran semillas. No es impensable que estas reuniones fueran
los catalizadores que difundieron el conocimiento de la agricultura por muchos grupos de humanos
aislados y que al final terminaran con un estilo de
vida que nuestras especies habían tenido en común durante años.
De modo que, al ser capaces de reunirse, celebrar, compartir y aprender unos de otros, estos
humanos podrían haber dado el paso que ha conducido al mundo moderno y que debamos estarles
muy agradecidos. Hoy en día seguimos siendo los mismos humanos,
aunque casi nunca nos sentimos así. Quizás es tiempo de reunirnos y compartir
lo que sabemos y celebrar la existencia nuevamente,
para empezar una pacífica transición, quizás
una revolución planetaria que cambie todo una vez más.
Así, con suerte, en otros 12 000 años, nuestros descendientes nos estudiarán con gratitud
por el fabuloso mundo que habitan.
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