Este virus no debería existir (pero existe)
Oculta en el microuniverso que nos rodea, se libra una cruenta batalla
entre los verdaderos gobernantes del planeta, los microorganismos. Amebas,
protistas, bacterias, arqueas y hongos compiten por los recursos y el territorio.
Además están los virus, esas abominaciones a la caza de todo el mundo.
Sin ni siquiera estar vivos, son los seres más pequeños, abundantes y mortíferos del planeta,
y cometen billones de asesinatos a diario. No les interesan los recursos, solo quieren
apoderarse de seres vivos. O eso pensábamos. Resulta que hay virus gigantes que difuminan
la línea entre la vida y la muerte, y que son presa de otros virus.
Mucho más pequeños que nuestras células o las bacterias, los virus solo son una cáscara, una
pizca de material genético y algunas proteínas. Ni metabolismo, ni sistema de locomoción,
ni deseos, ni ambiciones. Van flotando a la deriva a la espera de toparse
con una víctima a la que infectar y conquistar. Los virus son tan simples que no tenemos la
certeza de poder considerarlos seres vivos. Algunos científicos opinan que sí.
Otros creen que los verdaderos virus vivos son las células a las que infectan,
unos organismos híbridos denominados virocélulas, y que las partículas virales
son más como semillas o esporas. Y muchos otros piensan que
los virus son solo materia muerta. El origen de los virus es un misterio. En
primer lugar, ¿cómo pudo surgir algo que necesita víctimas para reproducirse? Hay muchas ideas.
A lo mejor han sido etapas esenciales para que surgiera la vida, o bien comenzaron
como fugas de ADN celular que se volvió experto en autorreplicarse.
Quizás sean los descendientes de parásitos extraordinariamente vagos
que dejan que otros hagan todo el trabajo. El pensamiento actual considera que los virus
probablemente surgieron muchas veces de distintos orígenes, aunque aún no hay certeza de ello.
Sea cual sea la verdad, los virus son los seres con más éxito del planeta.
Se estima que existen 10 quintillones de virus en la tierra.
Alineados ocuparían 100 millones de años luz, es decir, 500 Vías Lácteas.
Muy recientemente se ha descubierto que los virus son aún más extraños,
y que existe un tipo totalmente nuevo. Son los virus gigantes o “girus”.
Además de batir todos los récords, cuestionan mucho de lo que se presuponía sobre su naturaleza.
Los girus incluso tienen sus propios parásitos, los virófagos. Virus que cazan
otros virus, algo que parece no tener sentido. Y desde que se identificó el primero en 2003,
estos gigantes parecen estar en cualquier lugar donde se mira.
En los océanos, los depósitos de agua, los intestinos de cerdo y las bocas humanas.
Y son aún mucho más raros de lo que pensábamos. Su aspecto es gracioso, como peludas formas
geométricas o mini pepinillos, mucho mayores que todos los virus encontrados antes,
lo que explica que pudieran esconderse a simple vista durante siglos,
ya que quienes los veían al microscopio pensaban que eran bacterias. Es como
descubrir que de repente que hay patos del tamaño de elefantes por todos lados.
La mayoría de los girus hallados hasta ahora cazan amebas y otros seres unicelulares.
Cuando localizan una víctima, se conectan e introducen en la célula mediante sus
procesos naturales. Como el de todos los virus, su objetivo es usurpar la
infraestructura de las víctimas y procrear. Imaginemos que se nos cuela un ratón por
la boca y usa tripas, huesos y tejido adiposo para crear una fábrica de ratones.
El girus descarga sus proteínas de ataque y el material genético y reorganiza la célula desde
dentro. Modifica los elementos estructurales, la maquinaria de producción de proteínas y
muchas mitocondrias que dan energía, y monta una auténtica fábrica denominada viroplasma.
Algunos girus construyen incluso una membrana para protegerse de
las defensas antivirales de la célula. Al terminar, el viroplasma comienza el
ensamblaje de nuevos girus, usando todo el interior de la víctima hasta que se llena.
Por último, el invasor suele ordenar a la célula que se autodestruya y libere los
nuevos girus que irán en busca de otra presa. Pero lo que convierte en especiales a los
girus no es su modus operandi ni incluso su tamaño. Es que son mucho más complejos
de lo que se creía posible para un virus. En nuestras células hay unos 20 000 genes.
Una bacteria típica presenta algunos cientos. El coronavirus tiene unos 15,
y el VIH o la gripe unos 10. Es verdad que el número de genes no
lo es todo. Por ejemplo, el tomate tiene 35 000. Pero, en general, consideramos que la vida es un
sistema complejo, de modo que por debajo de un nivel de complejidad determinado, se está más
cerca de la materia muerta que de los seres vivos. Pero los girus pueden tener cientos o incluso
miles de genes, lo que difumina la línea entre lo vivo y lo muerto.
No es solo que las cifras sean especiales, también lo que hacen estos genes.
Solíamos pensar que los genes virales eran instrucciones simplísimas,
lo justito como para superar las defensas de sus víctimas y fabricar virus nuevos.
Pero hay girus con genes misteriosos totalmente exclusivos. Y lo que crea más confusión,
muchos de sus genes en realidad son distintivos de los seres vivos.
Genes que regulan la ingesta de nutrientes, la producción de energía, el aprovechamiento de la
luz, la replicación o que son fundamentales para que las células sigan vivas.
Estudios recientes sugieren incluso que algunos girus con genomas muy complejos serían capaces
de mantener un metabolismo básico por ellos mismos, lo que, de ser cierto, haría temblar
aún más todo lo que se piensa de los virus. Aún no hay nada seguro, pero una idea sobre
los genes de los girus es que podrían alterar fundamentalmente la fisiología y evolución de
sus víctimas, integrando sus propios genomas y fusionándose con ellas en organismos quiméricos.
O, al contrario, llevarse algunos genes del anfitrión y cambiarse a ellos mismos.
Los gírus podrían haber estado infectando células durante miles de millones de años,
y ejercido una influencia imprevista en el desarrollo de la vida. No solo como parásitos,
sino tirando de la evolución en distintas direcciones con mezclas genéticas por todos lados.
Lo que nos lleva a otra particularidad exclusiva. Los virófagos, virus que cazan girus.
El propio concepto nos deja atónitos: ¿cómo puede algo que podría estar muerto ir a la
caza de algo que también podría estar muerto? Fijémonos en uno. El virófago Sputnik caza
un girus denominado Mamavirus que se dedica a cazar amebas.
El virus Sputnik es diminuto y minimalista, ni siquiera dispone de
genes y herramientas para replicarse por sí mismo. Lo que sí tiene es la capacidad de secuestrar las
fábricas de viroplasma de los Mamavirus. De modo que los virófagos necesitan que sus víctimas,
los girus, infecten primero a sus propias víctimas, las amebas, para invadirlos después.
El viroplasma de un Mamavirus infectado por un Sputnik solo producirá unos pocos girus,
muchos de ellos deficientes, incapaces de infectar otras células. Por el contrario
creará montones de virófagos Sputnik. Hay otros virófagos más sutiles.
Cuando infectan un viroplasma, simplemente integran su código genético en los girus
recién creados, como agentes dormidos. La próxima vez que uno de estos girus
infiltrados infecte una célula producirá principalmente virófagos y no girus.
Sin embargo, los girus no están totalmente desarmados. Hace unos años al mundo le sobrecogió
el descubrimiento de la CRISPR, un sistema de defensa de las bacterias contra los virus.
Resulta que algunos girus tienen un sistema que podría ser similar, una especie de
sistema inmunitario contra virófagos. Por su lado, las células vivas también
pueden utilizar virófagos como mecanismos de defensa antigirus.
Se han hallado algunos protistas que han integrado y conservan en
sus genomas el código genético de virófagos. Cuando los protistas sufrieron una infección
de girus, emplearon el código para crear virófagos y adueñarse de las fábricas de girus.
Al final, la infección de girus termina matando a los protistas,
pero en lugar de liberar más girus para matar a sus semejantes, libera virófagos para cazar girus.
Lo más sorprendente de todo es que, como ya hemos dicho, es un campo en el
que se acaba de empezar a investigar. Aún no han pasado veinte años desde
el descubrimiento de girus y virófagos. Pasan tantas cosas en el microuniverso. La
vida no es un hecho aislado sino un juego de pimpón entre billones de organismos y virus.
Así que si nos sentimos deprimidos porque ya casi no queda nada por descubrir, pensemos en los girus
y en todos los demás patos tamaño elefante que nos rodean. Invisibles hasta que miramos más de cerca.