¿Somos egoístas o generosos por naturaleza?
A diario oímos noticias de personas que explotan, roban o se aprovechan de otras, pensando sólo
en sus intereses, pero también actos de altruismo y heroísmo…
los seres humanos... ¿Somos egoístas o generosos por naturaleza?
Jean-Jacques Rousseau fue un filósofo que proponía que el ser humano era bueno por
naturaleza y que la sociedad era la que lo corrompía. Por otro lado Thomas Hobbes decía
que la existencia humana sería brutal y con miedo constante de violencia, si no fuera
por las instituciones sociales. En apariencia, la teoría de la evolución
apoya esta última idea: asociamos la teoría de Darwin con conceptos como “competencia”,
“la supervivencia del más fuerte”. Y hay muchos que han usado estas nociones para
justificar que unos seres humanos dominen a otros… pero ¿realmente qué nos dice
la ciencia? Si bien la competencia por recursos y el que
unas especies se coman a otras para sobrevivir es un hecho innegable en la naturaleza, hay
otro aspecto que también ocurre y que no ha recibido tanta atención: la empatía,
la capacidad de darnos cuenta de lo que sienten los demás.
Un gran número de estudios en conducta animal y neurociencia muestran que la empatía no
es exclusiva de los humanos: podría estar presente en el mundo desde que existen los
mamíferos. Según el neurobiólogo Jean Decety, hay fuerte evidencia de que la empatía tiene
profundas bases bioquímicas, neurológicas y evolutivas. Recientemente se descubrió
que el cerebro de los primates, de los que formamos parte, tiene un tipo especial de
células llamadas “neuronas espejo” que se activan en un individuo cuando ve que otro
está realizando alguna acción ¡como si la estuviera realizando él mismo! Estas neuronas
parecen ser importantes para aprender nuevas habilidades por imitación y también para
entender la conducta de otros. En el ser humano estas neuronas se concentran principalmente
en la corteza inferior frontal y en el lóbulo superior parietal.
Biólogos evolucionistas, como Lynn Margulis, arguyen que la cooperación ha tenido un importante
papel en la evolución de las especies, desde los organismos unicelulares hasta animales
más complejos. El pájaro Maluro Soberbio, por ejemplo, se organiza en grupos para cuidar
nidos y criar polluelos, aunque no sean sus propios hijos. Cuando un miembro de una manada
de ardillas terrestres ve un coyote, lanza un chillido que alerta al resto del grupo,
aunque arriesga la vida al atraer atención sobre sí misma.
Estas actitudes cooperativas aumentan las posibilidades de que sobrevivan las comunidades.
Y la empatía sería una manera de reforzar esas conductas. Hay una sustancia fuertemente
relacionada con la empatía. Cuando alguien confía en nosotros o incluso cuando nos abraza,
nuestro hipotálamo libera oxitocina, una hormona que ya sabíamos que facilita que
las madres den a luz y que conectemos con nuestra pareja, pero que recientemente se
ha descubierto que hace que aumentemos nuestra confianza, seamos más generosos, formemos
lazos más fuertes y que incluso consigue que las heridas sanen más rápidamente.
Algo interesante es que tanto el sistema de neuronas espejo como la liberación de oxitocina
no funcionan automáticamente, sino que son fuertemente afectados por nuestros aprendizajes
y nuestra forma de pensar. Por ejemplo, si creemos que alguien es diferente a nosotros
(por su apariencia, sus creencias o su cultura), lo definimos no como parte de “nosotros”,
sino como de “los otros” y es más difícil sentir empatía. Pero también resulta llamativo
que el concepto de qué significa “nosotros” se ha ido expandiendo. Si al principio era
mi tribu, y después mi país, ¿podríamos definir como “nosotros” a toda la humanidad?
Es muy claro que incluso podemos incluir en nuestro grupo a animales, por ejemplo, aunque
a veces nos cuesta incluir a nuestro vecino. Hace más de dos mil años, un hombre llamado
Jesús (y no importa si era divino, humano o incluso ficticio) contó una parábola donde
un hombre que estaba mal herido fue socorrido por un miembro de una tribu a la que odiaba.
Como seres sociales que somos, nuestra supervivencia como especie requiere que se nos recuerde
que nuestro prójimo no sólo es quien se ve o piensa igual que nosotros, sino todo
aquel que nos ayuda o que requiere ayuda. Y las fiestas navideñas son un gran momento
para recordar este hecho. La humanidad no se divide en buenos y malos.
Tanto el egoísmo como la generosidad habitan en cada uno de nosotros, y es importante que
aceptemos ambos aspectos. Cada persona tiene una enorme capacidad para hacer daño y una
enorme capacidad para hacer el bien a los demás. Tú decides quién quieres ser. ¡Curiosamente!
¡Felices fiestas! Te mandamos un abrazo que libere toda la oxitocina de tu hipotálamo.
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