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El Hobbit, por JRR Tolkein, Part (20)

Part (20)

Todo el tiempo mientras comían, Beorn, con una voz profunda y atronadora, contaba historias de las tierras salvajes de aquel lado de la montaña, y especialmente del oscuro y peligroso bosque que se extendía ante ellos de norte a sur, a un día de cabalgata. Por no hablar del Este, el terrible bosque denominado el Bosque Negro. Los enanos escuchaban y se mesaban las barbas, pues pronto tendrían que aventurarse en ese bosque, y después de las montanas el bosque era el peor de los peligros, antes de llegar a la fortaleza del dragón. Cuando la cena terminó, se pusieron a contar historias de su propia cosecha, pero Beorn parecía bastante amodorra do y no ponía mucha atención. Hablaban sobre todo de oro, plata y joyas, y de trabajos de orfebrería, y a Beorn no le interesaban esas cosas: no había nada ni de oro ni de plata en la sala, y pocos objetos, excepto los cuchillos, eran de metal. Estuvieron largo rato de sobremesa bebiendo hidromiel en cuencos de madera. Fuera se extendía la noche oscura. Los fuegos en medio de la sala eran alimentados con nuevos leños; las antorchas se apagaron, y se sentaron tranquilos a la luz de las llamas danzantes, con los pilares de la casa altos a sus espaldas, y oscuros, como copas de árboles, en la parte superior. Fuese magia o no, a Bilbo le pareció oír un sonido como de viento sobre las ramas, que golpeaban el techo, y el ulular de unos búhos. Al poco rato empezó a cabecear, y las voces parecían venir de muy lejos, hasta que despertó con un sobresalto. La gran puerta había rechinado y en seguida se cerró de golpe. Beorn había salido. Los enanos estaban aún sentados en el suelo, alrededor del fuego, con las piernas cruzadas. De pronto se pusieron a cantar. Algunos de los versos eran como estos, aunque hubo muchos y el canto siguió durante largo rato. El viento soplaba en el brezal agostado, pero no se movía una hoja en el bosque; criaturas oscuras reptaban en silencio, 81

y allí estaban las sombras día y noche. El viento bajaba, de las montañas frías, y como una marea rugía y rodaba, la rama crujía, el bosque gemía y allí se amontonaba la hojarasca.. El viento resoplaba viniendo del oeste, y todo movimiento termino en la floresta, pero ásperas y roncas cruzando los pantanos, las voces sibilantes al fin se liberaron. Las hierbas sisearon con las flores dobladas; los juncos golpetearon. Los vientos avanzaban sobre un estanque trémulo bajo cielos helados, rasgando y dispersando las nubes rápidas. Pasando por encima del cubil del Dragón, dejó atrás la Montaña solitaria y desnuda; había allí unas piedras oscuras y compactas, y en el aire flotaba una bruma. El mundo abandonó y se elevo volando sobre una noche amplia de mareas. La luna navego sobre los vientos y avivó el resplandor de las estrellas. Bilbo cabeceó de nuevo. De pronto, Gandalf se puso de pie. —Es hora de dormir —dijo—, para nosotros, aunque no creo que para Beorn. En esta sala podemos descansar seguros, pero os aconsejo que no olvidéis lo que Beorn dijo antes de irse: no os paseéis por afuera hasta que el sol esté alto, pues sería peligroso. Bilbo descubrió que habían puesto unas camas a un lado de la sala, sobre una especie de plataforma entre los pilares y la pared exterior. Para él había un 82

pequeño edredón de paja y unas mantas de lana. Se metió entre las mantas muy complacido, como si se tratara de un día de verano. El fuego ardía bajo cuando al fin se durmió. Sin embargo, despertó por la noche: el fuego era ahora sólo unas pocas ascuas; los enanos y Gandalf respiraban tranquilos, y parecía que dormían; la luna alta proyectaba en el suelo una luz blanquecina. que entraba por el agujero del tejado. Se oyó un gruñido fuera, y el ruido de un animal que se restregaba contra la puerta. Bilbo se preguntaba qué sería, y si podría ser Beorn en forma encantada, y si entraría como un oso para matarlos. Se hundió bajo las mantas y escondió la cabeza, y de nuevo se quedó dormido, aun a pesar de todos sus miedos. Era ya avanzada la mañana cuando despertó. Uno de los enanos se había caído encima de él en las sombras, y había rodado desde la plataforma al suelo con un fuerte topetazo. Era Bofur, quien se quejaba cuando Bilbo abrió los ojos. —Levántate, gandul —le dijo Bofur—, o no habrá ningún desayuno para ti. —Bilbo se puso en pie de un salto. —¡Desayuno! —gritó— ¿Dónde está el desayuno? —La mayor parte dentro de nosotros —respondieron los otros enanos que se paseaban por la sala—, y el resto en la veranda. Hemos estado buscando a Beorn desde que amaneció, pero no hay señales de él por ninguna parte, aunque encontramos el desayuno servido tan pronto como salimos. —¿Dónde está Gandalf? —preguntó Bilbo partiendo a toda prisa en busca de algo que comer. —Bien —le dijeron—, fuera quizá, por algún lado. —Pero Bilbo no vio rastro del mago en todo el día hasta entrada la tarde. Poco antes de la puesta del sol, Gandalf entró en la sala, donde el hobbit y los enanos, atendidos por los magníficos animales de Beorn, se encontraban cenando, como habían estado haciendo a lo largo del día. De Beorn no habían visto ni sabido nada desde la noche anterior, y empezaban a inquietarse. —¿Dónde esta nuestro anfitrión, y dónde has pasado el día? —gritaron todos. —¡Una pregunta por vez, y no hasta después de haber comido! No he probado bocado desde el desayuno. Al fin Gandalf apartó el plato y la jarra (se había comido dos hogazas de pan enteras, con abundancia de mantequilla, miel y crema cuajada, y había bebido por lo menos un cuarto de galón de hidromiel) y sacó la pipa. —Primero responderé a la segunda pregunta —dijo—: pero ¡caramba! ¡Este es un sitio estupendo para echar anillos de humo! —Y durante un buen rato no pudieron sacarle nada más, ocupado como estaba en lanzar anillos de humo, que desaparecían entre los pilares de la sala, cambiando las formas y los colores, y haciéndolos salir por el agujero del tejado. Desde fuera estos anillos tenían que parecer muy extraños, deslizándose en el aire uno tras otro, verdes, azules, rojos, plateados, amarillos, blancos, grandes, pequeños, los pequeños metiéndose entre los grandes y 83

formando así figuras en forma de ocho, y perdiéndose en la distancia como bandadas de pájaros. —Estuve siguiendo huellas de oso —dijo por fin— Una reunión regular de osos tiene que haberse celebrado ahí fuera durante la noche. Pronto me di cuenta de que las huellas no podía ser todas de Beorn; había demasiadas, y de diferentes tamaños. Me atrevería a decir que eran osos pequeños, osos grandes, osos normales y enormes osos gigantes, todos danzando fuera, desde el anochecer hasta casi el amanecer. Vinieron de todas direcciones, excepto del lado oeste, más allá del río, de las Montañas. Hacia allí sólo iba un rastro de pisadas... ninguna venia, todas se alejaban desde aquí. Las seguí hasta la Carroca. Luego desaparecieron en el río, que era demasiado profundo y caudaloso para intentar cruzarlo. Es bastante fácil, como recordaréis, ir desde esta orilla hasta la Carroca por el vado, pero al otro lado hay un precipicio donde el agua desciende en remolinos. Tuve que andar millas antes de encontrar un lugar donde el río fuese bastante ancho y poco profundo como para poder vadearlo y nadar, y después millas atrás, otra vez buscando las huellas. Para cuando llegué, era ya demasiado tarde para seguirlas. Iban directa mente hacia los pinares al este de las Montañas Nubladas, donde anteanoche tuvimos un grato encuentro con los wargos. Y ahora creo que he respondido además a vuestra primera pregunta —concluyó Gandalf, y se sentó largo rato en silencio. Bilbo pensó que sabía lo que el mago quería decir. —¿Qué haremos —gritó— si atrae hasta aquí a todos los wargos y trasgos? ¡Nos atraparán a todos y nos matarán! Creí que habías dicho que no era amigo de ellos. —Sí, lo dije, ¡Y no seas estúpido! Sería mejor que te fueses a la cama. Se te ha embotado el juicio. El hobbit se quedó bastante aplastado, y como no parecía haber otra cosa que hacer, se fue realmente a la cama; mientras los enanos seguían cantando se durmió otra vez, devanándose todavía la cabecita a propósito de Beorn, hasta que soñó con cientos de osos negros que danzaban en círculos lentos y graves, fuera en el patio a la luz de la luna. Entonces despertó, cuando todo el mundo estaba dormido, y oyó los mismos rasguños, gangueos, pisadas y gruñidos de antes. A la mañana siguiente, el propio Beorn los despertó a todos. —Así que todavía seguís aquí —dijo. Alzó al hobbit y se rió—. Por lo que veo aún no te han devorado los wargos y los trasgos o los malvados osos —y apretó el dedo contra el chaleco del señor Bolsón sin ninguna cortesía—. El conejito se está poniendo otra vez de lo más relleno y saludable con la ayuda de pan y miel. —Rió entre dientes. —¡Ven y toma algo más! Así que todos se fueron a desayunar. Beorn parecía cambiado y bien dispuesto; y en verdad estaba de muy buen humor e hizo que todos se rieran con sus divertidas historias; no tuvieron que preguntarse por mucho tiempo dónde había estado o por qué era tan amable con ellos, pues él mismo lo explicó. Había ido al otro lado del río adentrándose en las montañas —de lo cual podéis deducir que 84

podía trasladarse a gran velocidad, en forma de oso, desde luego—. Al fin llega al claro quemado de los lobos, y así descubrió que esa parte de la historia era cierta; pero aún encontró algo más: había capturado a un wargo y a un trasgo que vagaban por el bosque, y les había sacado algunas noticias: las patrullas de los wargos buscaban aún a los enanos junto con los trasgos horriblemente enfadados a causa de la muerte del Gran Trasgo, y porque le habían quema do la nariz al jefe lobo y el fuego del mago había dado muerte a muchos de los principales sirvientes. Todo esto se lo dijeron cuando los obligó a hablar, pero adivinó que se tramaba algo todavía peor, y que el grueso del ejército de los trasgos y los lobos podía irrumpir pronto en las tierras ensombrecidas por las montañas, en busca de los enanos, o tomar venganza sobre los hombres y criaturas que allí vivían y que quizá estaban encubriéndolos. —Era una buena historia la vuestra —dijo Beorn—, pero ahora que sé que es cierta, me gusta todavía más, Tenéis que perdonarme por no haberos creído. Si vivieseis cerca de los lindes del Bosque Negro, no creeríais a nadie que no conocieseis tan bien como vuestro propio hermano, o mejor. Como veis sólo puedo deciros que me he dado prisa en regresar para ver si estabais a salvo y ofreceros mi ayuda. Tendré en mejor opinión a los enanos después de este asunto. ¡Dieron muerte al Gran Trasgo, dieron muerte al Gran Trasgo! —se rió ferozmente entre dientes. —¿Qué habéis hecho con el trasgo y con el wargo? —preguntó Bilbo de repente. —¡Venid y lo veréis! —dijo Beorn y dieron la vuelta a la casa. Una cabeza de trasgo asomaba empalada detrás de la cancela, y un poco más allá se veía una piel de wargo clavada en un árbol. Beorn era un enemigo feroz. Pero ahora era amigo de ellos, y Gandalf creyó conveniente contarle la historia completa y la razón del viajé, para obtener así toda la ayuda posible. Esto fue lo que Beorn les prometió.


Part (20) Part (20)

Todo el tiempo mientras comían, Beorn, con una voz profunda y atronadora, contaba historias de las tierras salvajes de aquel lado de la montaña, y especialmente del oscuro y peligroso bosque que se extendía ante ellos de norte a sur, a un día de cabalgata. Por no hablar del Este, el terrible bosque denominado el Bosque Negro. Los enanos escuchaban y se mesaban las barbas, pues pronto tendrían que aventurarse en ese bosque, y después de las montanas el bosque era el peor de los peligros, antes de llegar a la fortaleza del dragón. Cuando la cena terminó, se pusieron a contar historias de su propia cosecha, pero Beorn parecía bastante amodorra do y no ponía mucha atención. Hablaban sobre todo de oro, plata y joyas, y de trabajos de orfebrería, y a Beorn no le interesaban esas cosas: no había nada ni de oro ni de plata en la sala, y pocos objetos, excepto los cuchillos, eran de metal. Estuvieron largo rato de sobremesa bebiendo hidromiel en cuencos de madera. Fuera se extendía la noche oscura. Los fuegos en medio de la sala eran alimentados con nuevos leños; las antorchas se apagaron, y se sentaron tranquilos a la luz de las llamas danzantes, con los pilares de la casa altos a sus espaldas, y oscuros, como copas de árboles, en la parte superior. Fuese magia o no, a Bilbo le pareció oír un sonido como de viento sobre las ramas, que golpeaban el techo, y el ulular de unos búhos. Al poco rato empezó a cabecear, y las voces parecían venir de muy lejos, hasta que despertó con un sobresalto. La gran puerta había rechinado y en seguida se cerró de golpe. Beorn había salido. Los enanos estaban aún sentados en el suelo, alrededor del fuego, con las piernas cruzadas. De pronto se pusieron a cantar. Algunos de los versos eran como estos, aunque hubo muchos y el canto siguió durante largo rato. El viento soplaba en el brezal agostado, pero no se movía una hoja en el bosque; criaturas oscuras reptaban en silencio, 81

y allí estaban las sombras día y noche. El viento bajaba, de las montañas frías, y como una marea rugía y rodaba, la rama crujía, el bosque gemía y allí se amontonaba la hojarasca.. El viento resoplaba viniendo del oeste, y todo movimiento termino en la floresta, pero ásperas y roncas cruzando los pantanos, las voces sibilantes al fin se liberaron. Las hierbas sisearon con las flores dobladas; los juncos golpetearon. Los vientos avanzaban sobre un estanque trémulo bajo cielos helados, rasgando y dispersando las nubes rápidas. Pasando por encima del cubil del Dragón, dejó atrás la Montaña solitaria y desnuda; había allí unas piedras oscuras y compactas, y en el aire flotaba una bruma. El mundo abandonó y se elevo volando sobre una noche amplia de mareas. La luna navego sobre los vientos y avivó el resplandor de las estrellas. Bilbo cabeceó de nuevo. De pronto, Gandalf se puso de pie. —Es hora de dormir —dijo—, para nosotros, aunque no creo que para Beorn. En esta sala podemos descansar seguros, pero os aconsejo que no olvidéis lo que Beorn dijo antes de irse: no os paseéis por afuera hasta que el sol esté alto, pues sería peligroso. Bilbo descubrió que habían puesto unas camas a un lado de la sala, sobre una especie de plataforma entre los pilares y la pared exterior. Para él había un 82

pequeño edredón de paja y unas mantas de lana. Se metió entre las mantas muy complacido, como si se tratara de un día de verano. El fuego ardía bajo cuando al fin se durmió. Sin embargo, despertó por la noche: el fuego era ahora sólo unas pocas ascuas; los enanos y Gandalf respiraban tranquilos, y parecía que dormían; la luna alta proyectaba en el suelo una luz blanquecina. que entraba por el agujero del tejado. Se oyó un gruñido fuera, y el ruido de un animal que se restregaba contra la puerta. Bilbo se preguntaba qué sería, y si podría ser Beorn en forma encantada, y si entraría como un oso para matarlos. Se hundió bajo las mantas y escondió la cabeza, y de nuevo se quedó dormido, aun a pesar de todos sus miedos. Era ya avanzada la mañana cuando despertó. Uno de los enanos se había caído encima de él en las sombras, y había rodado desde la plataforma al suelo con un fuerte topetazo. Era Bofur, quien se quejaba cuando Bilbo abrió los ojos. —Levántate, gandul —le dijo Bofur—, o no habrá ningún desayuno para ti. —Bilbo se puso en pie de un salto. —¡Desayuno! —gritó— ¿Dónde está el desayuno? —La mayor parte dentro de nosotros —respondieron los otros enanos que se paseaban por la sala—, y el resto en la veranda. Hemos estado buscando a Beorn desde que amaneció, pero no hay señales de él por ninguna parte, aunque encontramos el desayuno servido tan pronto como salimos. —¿Dónde está Gandalf? —preguntó Bilbo partiendo a toda prisa en busca de algo que comer. —Bien —le dijeron—, fuera quizá, por algún lado. —Pero Bilbo no vio rastro del mago en todo el día hasta entrada la tarde. Poco antes de la puesta del sol, Gandalf entró en la sala, donde el hobbit y los enanos, atendidos por los magníficos animales de Beorn, se encontraban cenando, como habían estado haciendo a lo largo del día. De Beorn no habían visto ni sabido nada desde la noche anterior, y empezaban a inquietarse. —¿Dónde esta nuestro anfitrión, y dónde has pasado el día? —gritaron todos. —¡Una pregunta por vez, y no hasta después de haber comido! No he probado bocado desde el desayuno. Al fin Gandalf apartó el plato y la jarra (se había comido dos hogazas de pan enteras, con abundancia de mantequilla, miel y crema cuajada, y había bebido por lo menos un cuarto de galón de hidromiel) y sacó la pipa. —Primero responderé a la segunda pregunta —dijo—: pero ¡caramba! ¡Este es un sitio estupendo para echar anillos de humo! —Y durante un buen rato no pudieron sacarle nada más, ocupado como estaba en lanzar anillos de humo, que desaparecían entre los pilares de la sala, cambiando las formas y los colores, y haciéndolos salir por el agujero del tejado. Desde fuera estos anillos tenían que parecer muy extraños, deslizándose en el aire uno tras otro, verdes, azules, rojos, plateados, amarillos, blancos, grandes, pequeños, los pequeños metiéndose entre los grandes y 83

formando así figuras en forma de ocho, y perdiéndose en la distancia como bandadas de pájaros. —Estuve siguiendo huellas de oso —dijo por fin— Una reunión regular de osos tiene que haberse celebrado ahí fuera durante la noche. Pronto me di cuenta de que las huellas no podía ser todas de Beorn; había demasiadas, y de diferentes tamaños. Me atrevería a decir que eran osos pequeños, osos grandes, osos normales y enormes osos gigantes, todos danzando fuera, desde el anochecer hasta casi el amanecer. Vinieron de todas direcciones, excepto del lado oeste, más allá del río, de las Montañas. Hacia allí sólo iba un rastro de pisadas... ninguna venia, todas se alejaban desde aquí. Las seguí hasta la Carroca. Luego desaparecieron en el río, que era demasiado profundo y caudaloso para intentar cruzarlo. Es bastante fácil, como recordaréis, ir desde esta orilla hasta la Carroca por el vado, pero al otro lado hay un precipicio donde el agua desciende en remolinos. Tuve que andar millas antes de encontrar un lugar donde el río fuese bastante ancho y poco profundo como para poder vadearlo y nadar, y después millas atrás, otra vez buscando las huellas. Para cuando llegué, era ya demasiado tarde para seguirlas. Iban directa mente hacia los pinares al este de las Montañas Nubladas, donde anteanoche tuvimos un grato encuentro con los wargos. Y ahora creo que he respondido además a vuestra primera pregunta —concluyó Gandalf, y se sentó largo rato en silencio. Bilbo pensó que sabía lo que el mago quería decir. —¿Qué haremos —gritó— si atrae hasta aquí a todos los wargos y trasgos? ¡Nos atraparán a todos y nos matarán! Creí que habías dicho que no era amigo de ellos. —Sí, lo dije, ¡Y no seas estúpido! Sería mejor que te fueses a la cama. Se te ha embotado el juicio. El hobbit se quedó bastante aplastado, y como no parecía haber otra cosa que hacer, se fue realmente a la cama; mientras los enanos seguían cantando se durmió otra vez, devanándose todavía la cabecita a propósito de Beorn, hasta que soñó con cientos de osos negros que danzaban en círculos lentos y graves, fuera en el patio a la luz de la luna. Entonces despertó, cuando todo el mundo estaba dormido, y oyó los mismos rasguños, gangueos, pisadas y gruñidos de antes. A la mañana siguiente, el propio Beorn los despertó a todos. —Así que todavía seguís aquí —dijo. Alzó al hobbit y se rió—. Por lo que veo aún no te han devorado los wargos y los trasgos o los malvados osos —y apretó el dedo contra el chaleco del señor Bolsón sin ninguna cortesía—. El conejito se está poniendo otra vez de lo más relleno y saludable con la ayuda de pan y miel. —Rió entre dientes. —¡Ven y toma algo más! Así que todos se fueron a desayunar. Beorn parecía cambiado y bien dispuesto; y en verdad estaba de muy buen humor e hizo que todos se rieran con sus divertidas historias; no tuvieron que preguntarse por mucho tiempo dónde había estado o por qué era tan amable con ellos, pues él mismo lo explicó. Había ido al otro lado del río adentrándose en las montañas —de lo cual podéis deducir que 84

podía trasladarse a gran velocidad, en forma de oso, desde luego—. Al fin llega al claro quemado de los lobos, y así descubrió que esa parte de la historia era cierta; pero aún encontró algo más: había capturado a un wargo y a un trasgo que vagaban por el bosque, y les había sacado algunas noticias: las patrullas de los wargos buscaban aún a los enanos junto con los trasgos horriblemente enfadados a causa de la muerte del Gran Trasgo, y porque le habían quema do la nariz al jefe lobo y el fuego del mago había dado muerte a muchos de los principales sirvientes. Todo esto se lo dijeron cuando los obligó a hablar, pero adivinó que se tramaba algo todavía peor, y que el grueso del ejército de los trasgos y los lobos podía irrumpir pronto en las tierras ensombrecidas por las montañas, en busca de los enanos, o tomar venganza sobre los hombres y criaturas que allí vivían y que quizá estaban encubriéndolos. —Era una buena historia la vuestra —dijo Beorn—, pero ahora que sé que es cierta, me gusta todavía más, Tenéis que perdonarme por no haberos creído. Si vivieseis cerca de los lindes del Bosque Negro, no creeríais a nadie que no conocieseis tan bien como vuestro propio hermano, o mejor. Como veis sólo puedo deciros que me he dado prisa en regresar para ver si estabais a salvo y ofreceros mi ayuda. Tendré en mejor opinión a los enanos después de este asunto. ¡Dieron muerte al Gran Trasgo, dieron muerte al Gran Trasgo! —se rió ferozmente entre dientes. —¿Qué habéis hecho con el trasgo y con el wargo? —preguntó Bilbo de repente. —¡Venid y lo veréis! —dijo Beorn y dieron la vuelta a la casa. Una cabeza de trasgo asomaba empalada detrás de la cancela, y un poco más allá se veía una piel de wargo clavada en un árbol. Beorn era un enemigo feroz. Pero ahora era amigo de ellos, y Gandalf creyó conveniente contarle la historia completa y la razón del viajé, para obtener así toda la ayuda posible. Esto fue lo que Beorn les prometió.