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El Hobbit, por JRR Tolkein, Part (13)

Part (13)

¡Oh, no! ¡Gollum! —No te importa —dijo Bilbo—, una promesa es una promesa. —Vaya, ¡qué prisa! ¡Impaciente, preciosso! —siseó Gollum—, pero tiene que esperar, sí. No podemos subir por los pasadizos tan de prisa; primero tenemos que recoger algunas cosas antes, sí, cosas que nos ayuden. —¡Bien, apresúrate! —dijo Bilbo, aliviado al pensar que Gollum se marchaba. Creía que sólo se estaba excusando, y que no pensaba volver. ¿De qué hablaba Gollum? ¿Qué cosa útil podía guardar en el lago oscuro? Pero se equivocaba. Gollum pensaba volver. Estaba enfadado ahora y hambriento. Y era una miserable y malvada criatura y ya tenía un plan. No muy lejos estaba su isla, de la que Bilbo nada sabía; y allí, en un escondrijo, guardaba algunas sobras miserables y una cosa muy hermosa, muy maravillosa. Tenía un anillo, un anillo de oro, un anillo precioso. —¡Mi regalo de cumpleaños! —murmuraba, como había hecho a menudo en los oscuros días interminables—. Eso es lo que ahora queremoss, sí, ¡lo queremoss! Lo quería porque era un anillo de poder, y si os lo poníais en el dedo, erais invisibles. Sólo a la plena luz del sol podrían veros, y sólo por la sombra, temblorosa y tenue. —¡Mi regalo de cumpleaños! ¡Llegó a mí el día de mi cumpleaños, preciosso mío! —Así monologaba Gollum. Pero nadie sabe cómo Gollum había conseguido aquel regalo, hacía siglos, en los viejos días, cuando tales anillos abundaban en el mundo. Quizá ni el propio Amo que los gobernaba a todos podía decirlo. Al principio Gollum solía llevarlo puesto hasta que le cansó, y desde entonces lo guardó en una bolsa pegada al cuerpo, hasta que le lastimó la piel, y desde entonces lo tuvo escondido en una roca de la isla, y siempre volvía a mirarlo. Y aún a veces se lo ponía, cuando no aguantaba estar lejos de él ni un momento más, o cuando estaba muy, muy hambriento, y harto de pescado. Entonces se arrastraba por pasadizos oscuros, en busca de trasgos extraviados. Se aventuraba incluso en sitios donde había antorchas encendidas que lo hacían parpadear y le irritaban los ojos. Estaba seguro, oh, sí, muy seguro. Nadie lo veía, nadie notaba que estaba allí hasta que les apretaba la garganta con las manos. Lo había llevado puesto, hacía sólo unas pocas horas y había capturado un pequeño trasgo. ¡Cómo había chillado! Aún le quedaban uno o dos huesos por roer, pero deseaba algo más tierno. 53

—Muy seguro, sí —se decía—. No nos verá, ¿verdad, preciosso mío? No, y la asquerosa espadita será inútil, ¡sí, bastante inútil! Eso es lo que escondía en su pequeña mollera malvada mientras se apartaba bruscamente de Bilbo y chapoteaba hacia el bote, perdiéndose en la oscuridad. Bilbo creyó que nunca lo volvería a oír; aun así, esperó un rato, pues no tenía idea de cómo encontrar solo el camino de salida. De pronto, oyó un chillido. Un escalofrío le bajó por la espalda. Gollum maldecía y se lamentaba en las tinieblas, no muy lejos. Estaba en su isla, revolviendo aquí y allá, buscando y rebuscando en vano. —¿Dónde está? ¿Dónde está? —sollozaba—. Sse ha perdido, precioso mío, ¡perdido, perdido! ¡Maldíganos y aplástenos, mi precioso, se ha perdido! —¿Qué pasa? —preguntó Bilbo—. ¿Qué has perdida? —No tiene que preguntarnos, no es asunto ssuyo, ¡no, Gollum! —chilló Gollum—, perdido, perdido, Gollum, Gollum, Gollum. —Bueno, yo también me he perdido y quiero saber dónde estoy. Gané la pugna y tú hiciste una promesa. Así que ¡adelante! ¡Ven y condúceme fuera, y luego, sigue buscando! —Aunque Gollum parecía inconsolable, Bilbo no lo compadecía demasiado, tenía la impresión de que una cosa que Gollum quería tanto no podía ser nada bueno. —¡Vamos! —gritó. —¡No, aún no, precioso! —respondió Gollum—. Tenemos que buscarlo pues se ha perdido, ¡Gollum! —Pero no acertaste mi última pregunta e hiciste una promesa, —dijo Bilbo. —¡Nunca lo —imaginé! —dijo Gollum. De repente un agudo siseo brotó de la oscuridad—. ¿Qué tiene en los bolsilloss? Que nos lo diga. Primero tiene que decirlo. Hasta donde Bilbo sabía, no había ninguna razón particular para no decírselo. Más rápida que la suya, la mente de Gollum había cazado en el aire un presentimiento; pues durante siglos había estado preocupada por esa sola cosa, temiendo siempre que se la quitaran. Pero la demora impacientaba a Bilbo. Al fin y al cabo, había ganado el juego, con bastante limpieza, y corriendo un riesgo terrible. —Las preguntas eran para acertar, no para decirlas —dijo. —Pero no fue juego limpio —dijo Gollum—, No era un acertijo, precioso, no. —¡Oh, bien!, si se trata de preguntas corrientes yo he hecho una antes — respondió Bilbo—. ¿Qué has perdido, quieres decirme? —¿Qué tiene en los bolsilloss? —El sonido llegó siseando más agudo y fuerte, y como Gollum estaba mirándolo, Bilbo vio alarmado dos pequeños puntos de luz que lo observaban. A medida que la sospecha crecía en la mente de Gollum, la luz le ardía en los ojos con una llama descolorida. —¿Qué has perdido? —insistió Bilbo. 54

Pero la luz en los ojos de Gollum era ahora un fuego verde y se acercaba con rapidez. Gollum estaba de nuevo en el bote, remando como desesperado de vuelta a la orilla; y tal era la rabia por la pérdida y la sospecha que tenía en el corazón, que ya no le atemorizaba ninguna espada. Bilbo no podía adivinar qué había maquinado la malvada criatura, pero vio que todo estaba descubierto, y que Gollum pretendía terminar con él, sea como fuere. Justo a tiempo se volvió y corrió a ciegas, subiendo el pasadizo que había bajado antes, manteniéndose pegado a la pared y tocándola con la mano izquierda. —¿Qué tiene en los bolsilloss? —Bilbo oyó el siseo fuerte detrás de él, y el chapoteo cuando Gollum saltó del bote. "Qué tengo yo, me pregunto" se dijo, mientras avanzaba jadeando y tropezando. Se metió la mano izquierda en el bolsillo. El anillo estaba muy frío cuando se le deslizó de pronto en el dedo índice, con el que tanteaba buscando. El siseo estaba detrás, muy cerca. Bilbo se volvió y vio los ojos de Gollum como pequeñas lámparas verdes que subían la pendiente. Aterrorizado, intentó correr más rápido y cayó cuan largo era, con la pequeña espada debajo del cuerpo. En un momento Gollum estuvo sobre él. Pero antes que Bilbo pudiese hacer algo, recuperar el aliento, levantarse o esgrimir la espada, Gollum pasó de largo sin prestarle atención, maldiciendo y murmurando mientras corría. ¿Qué podía significar esto? Gollum veía en la oscuridad. Bilbo alcanzaba a distinguir la luz pálida de los ojos, aun desde atrás. Se levantó, dolorido, envainó la espada, que ahora brillaba débilmente otra vez, y con mucha cautela siguió andando. Parecía que no se podía hacer otra cosa. No convenía volver arrastrándose a las aguas de Gollum. Quizá si lo seguía, Gollum lo conduciría sin querer hasta alguna vía de escape. —¡Maldito sea! ¡Maldito sea! ¡Maldito sea! —siseaba Gollum—. ¡Maldito Bolsón! ¡Se ha ido! ¿Qué tiene en los bolsillos? ¡Oh, lo suponemos, lo adivinamos! Precioso mío. Lo ha encontrado, sí, tiene que tenerlo. Mi regalo de cumpleaños. Bilbo aguzó el oído. Por fin estaba empezando a adivinar. Apresuró el paso, acercándose a Gollum por detrás hasta donde se atrevió. Gollum corría aún de prisa, sin mirar atrás, pero volviendo la cabeza a los lados, como Bilbo podía ver por el pálido reflejo de luz en las paredes. —¡Mi regalo de cumpleaños! ¡Maldito! ¿Cómo lo perdimos, precioso mío? Sí, eso es. ¡Maldito! Cuando vinimos por aquí la última vez, cuando estrujamos a aquel asqueroso jovencito chillón. Eso es. ¡Maldito sea! Se nos cayó, ¡después de tantos siglos y siglos! No está, ¡Gollum! De pronto Gollum se sentó y se puso a sollozar, con un ruido silbante y gorgoteante, horrible al oído. Bilbo se detuvo, pegándose a la pared de la galería. Pasado un rato, Gollum dejó de lloriquear y comenzó a hablar. Parecía tener una discusión consigo mismo. 55

—No vale la pena volver a buscarlo, no. No recordamos todos los lugares que hemos visitado. Y no serviría de nada. El Bolsón lo tiene en sus bolsilloss; el asqueroso fisgón lo ha encontrado, lo decimos nosotros. "Lo suponemos, precioso, sólo lo suponemos. No podemos estar seguros hasta encontrar a la asquerossa criatura y estrujarla. Pero no conoce las virtudes que tiene, ¿verdad? Sólo lo guarda en los bolsillos. No lo sabe y no puede ir muy lejos. Se ha perdido el puerco fissgón. No conoce la salida. Eso fue lo que dijo. "Así dijo, sí, pero es un tramposo. ¡No dice lo que piensa! No dirá lo que tiene en los bolsillos. Lo sabe. Conoce el camino de entrada; tiene que conocer el de salida, sí. Está más allá de la puerta trasera. Hacia la puerta trasera, eso es. "Los trasgos lo capturarán entonces. No puede salir por ahí, precioso. "Sss, sss, ¡Gollum!¡Trasgoss! Sí, pero si tiene el regalo, nuestro regalo de cumpleaños, entonces los trasgos lo tomarán, ¡Gollum! Descubrirán, descubrirán sus propiedades. ¡Nunca más estaremos seguros, Gollum! Uno de los trassgos se lo pondrá y no lo verá nadie. Estará allí, pero nadie podrá verlo. Ni siquiera nuestros más agudos ojoss, y se acercará escurriéndose y engañando y nos capturará, ¡Gollum! ¡Gollum! "¡Dejemos la charla, precioso, y vayamos de prisa! Si el Bolsón se ha ido por ahí, tenemos que apresurarnos y verlo. ¡Vamos! No puede estar muy lejos. ¡De prisa! Gollum se levantó de un brinco y se alejó bamboleándose, a grandes zancadas. Bilbo corrió tras él, todavía cauteloso, aunque ahora lo que más temía era tropezar de nuevo y caer haciendo ruido. Tenía en la cabeza un torbellino de asombro y esperanza. Parecía que el anillo que llevaba era un anillo mágico: ¡te hacía invisible! Había oído de tales cosas, por supuesto, en antiguos relatos; pero le costaba creer que en realidad él, por accidente, había encontrado uno. Sin embargo, así era: Gollum había pasado de largo sólo a una yarda. Siguieron adelante, Gollum avanzando a los trompicones, siseando y maldiciendo; Bilbo detrás, tan silenciosamente como puede marchar un hobbit. Pronto llegaron a unos lugares donde, como había notado Bilbo al bajar, se abrían pasadizos a los lados, uno acá, Otro allá. Gollum comenzó en seguida a contarlos. —Uno a la izquierda, sí. Uno a la derecha, sí. Dos a la derecha, sí, sí; dos a la izquierda, eso es. —Y así una vez y otra. A medida que la cuenta, crecía, aflojó el paso sollozando y temblando. Pues cada vez se alejaba más del agua, y tenía miedo. Los trasgos acechaban quizá, y él había perdido el anillo. Por fin se detuvo ante una abertura baja, a la izquierda. —Siete a la derecha, sí. Seis a la izquierda, ¡bien! —susurró—. Este es. Este es el camino de la puerta trasera. ¡Aquí está el pasadizo! 56

Miró hacia adentro y se retiró, vacilando. —Pero no nos atreveremos a entrar, precioso, no nos atreveremos. Hay trasgos allá abajo. Montones de trasgoss. Los olemos. ¡Sss! "¿Qué podemos hacer? ¡Malditos y aplastados sean! Tenemos que esperar aquí, precioso, esperar un momento y observar. Y así se detuvieron. Al fin y al cabo, Gollum había traído a Bilbo hasta la salida, ¡pero Bilbo no podía cruzarla! Allí estaba Gollum, acurrucado justamente en la abertura, y los ojos le brillaban fríos mientras movía la cabeza a un lado y a otro entre las rodillas. Bilbo se arrastró, apartándose de la pared, más callado que un ratón; pero Gollum se enderezó en seguida y venteó en torno y los ojos se le pusieron verdes. Siseó, en un tono bajo aunque amenazador. No podía ver al hobbit, pero ahora estaba atento, y tenía otros sentidos que la oscuridad había aguzado: olfato y oído. Parecía que se había agachado, con las palmas de las manos extendidas sobre el suelo, la cabeza estirada hacia adelante y la nariz casi tocando la piedra.


Part (13) Part (13)

¡Oh, no! ¡Gollum! —No te importa —dijo Bilbo—, una promesa es una promesa. —Vaya, ¡qué prisa! ¡Impaciente, preciosso! —siseó Gollum—, pero tiene que esperar, sí. No podemos subir por los pasadizos tan de prisa; primero tenemos que recoger algunas cosas antes, sí, cosas que nos ayuden. —¡Bien, apresúrate! —dijo Bilbo, aliviado al pensar que Gollum se marchaba. Creía que sólo se estaba excusando, y que no pensaba volver. ¿De qué hablaba Gollum? ¿Qué cosa útil podía guardar en el lago oscuro? Pero se equivocaba. Gollum pensaba volver. Estaba enfadado ahora y hambriento. Y era una miserable y malvada criatura y ya tenía un plan. No muy lejos estaba su isla, de la que Bilbo nada sabía; y allí, en un escondrijo, guardaba algunas sobras miserables y una cosa muy hermosa, muy maravillosa. Tenía un anillo, un anillo de oro, un anillo precioso. —¡Mi regalo de cumpleaños! —murmuraba, como había hecho a menudo en los oscuros días interminables—. Eso es lo que ahora queremoss, sí, ¡lo queremoss! Lo quería porque era un anillo de poder, y si os lo poníais en el dedo, erais invisibles. Sólo a la plena luz del sol podrían veros, y sólo por la sombra, temblorosa y tenue. —¡Mi regalo de cumpleaños! ¡Llegó a mí el día de mi cumpleaños, preciosso mío! —Así monologaba Gollum. Pero nadie sabe cómo Gollum había conseguido aquel regalo, hacía siglos, en los viejos días, cuando tales anillos abundaban en el mundo. Quizá ni el propio Amo que los gobernaba a todos podía decirlo. Al principio Gollum solía llevarlo puesto hasta que le cansó, y desde entonces lo guardó en una bolsa pegada al cuerpo, hasta que le lastimó la piel, y desde entonces lo tuvo escondido en una roca de la isla, y siempre volvía a mirarlo. Y aún a veces se lo ponía, cuando no aguantaba estar lejos de él ni un momento más, o cuando estaba muy, muy hambriento, y harto de pescado. Entonces se arrastraba por pasadizos oscuros, en busca de trasgos extraviados. Se aventuraba incluso en sitios donde había antorchas encendidas que lo hacían parpadear y le irritaban los ojos. Estaba seguro, oh, sí, muy seguro. Nadie lo veía, nadie notaba que estaba allí hasta que les apretaba la garganta con las manos. Lo había llevado puesto, hacía sólo unas pocas horas y había capturado un pequeño trasgo. ¡Cómo había chillado! Aún le quedaban uno o dos huesos por roer, pero deseaba algo más tierno. 53

—Muy seguro, sí —se decía—. No nos verá, ¿verdad, preciosso mío? No, y la asquerosa espadita será inútil, ¡sí, bastante inútil! Eso es lo que escondía en su pequeña mollera malvada mientras se apartaba bruscamente de Bilbo y chapoteaba hacia el bote, perdiéndose en la oscuridad. Bilbo creyó que nunca lo volvería a oír; aun así, esperó un rato, pues no tenía idea de cómo encontrar solo el camino de salida. De pronto, oyó un chillido. Un escalofrío le bajó por la espalda. Gollum maldecía y se lamentaba en las tinieblas, no muy lejos. Estaba en su isla, revolviendo aquí y allá, buscando y rebuscando en vano. —¿Dónde está? ¿Dónde está? —sollozaba—. Sse ha perdido, precioso mío, ¡perdido, perdido! ¡Maldíganos y aplástenos, mi precioso, se ha perdido! —¿Qué pasa? —preguntó Bilbo—. ¿Qué has perdida? —No tiene que preguntarnos, no es asunto ssuyo, ¡no, Gollum! —chilló Gollum—, perdido, perdido, Gollum, Gollum, Gollum. —Bueno, yo también me he perdido y quiero saber dónde estoy. Gané la pugna y tú hiciste una promesa. Así que ¡adelante! ¡Ven y condúceme fuera, y luego, sigue buscando! —Aunque Gollum parecía inconsolable, Bilbo no lo compadecía demasiado, tenía la impresión de que una cosa que Gollum quería tanto no podía ser nada bueno. —¡Vamos! —gritó. —¡No, aún no, precioso! —respondió Gollum—. Tenemos que buscarlo pues se ha perdido, ¡Gollum! —Pero no acertaste mi última pregunta e hiciste una promesa, —dijo Bilbo. —¡Nunca lo —imaginé! —dijo Gollum. De repente un agudo siseo brotó de la oscuridad—. ¿Qué tiene en los bolsilloss? Que nos lo diga. Primero tiene que decirlo. Hasta donde Bilbo sabía, no había ninguna razón particular para no decírselo. Más rápida que la suya, la mente de Gollum había cazado en el aire un presentimiento; pues durante siglos había estado preocupada por esa sola cosa, temiendo siempre que se la quitaran. Pero la demora impacientaba a Bilbo. Al fin y al cabo, había ganado el juego, con bastante limpieza, y corriendo un riesgo terrible. —Las preguntas eran para acertar, no para decirlas —dijo. —Pero no fue juego limpio —dijo Gollum—, No era un acertijo, precioso, no. —¡Oh, bien!, si se trata de preguntas corrientes yo he hecho una antes — respondió Bilbo—. ¿Qué has perdido, quieres decirme? —¿Qué tiene en los bolsilloss? —El sonido llegó siseando más agudo y fuerte, y como Gollum estaba mirándolo, Bilbo vio alarmado dos pequeños puntos de luz que lo observaban. A medida que la sospecha crecía en la mente de Gollum, la luz le ardía en los ojos con una llama descolorida. —¿Qué has perdido? —insistió Bilbo. 54

Pero la luz en los ojos de Gollum era ahora un fuego verde y se acercaba con rapidez. Gollum estaba de nuevo en el bote, remando como desesperado de vuelta a la orilla; y tal era la rabia por la pérdida y la sospecha que tenía en el corazón, que ya no le atemorizaba ninguna espada. Bilbo no podía adivinar qué había maquinado la malvada criatura, pero vio que todo estaba descubierto, y que Gollum pretendía terminar con él, sea como fuere. Justo a tiempo se volvió y corrió a ciegas, subiendo el pasadizo que había bajado antes, manteniéndose pegado a la pared y tocándola con la mano izquierda. —¿Qué tiene en los bolsilloss? —Bilbo oyó el siseo fuerte detrás de él, y el chapoteo cuando Gollum saltó del bote. "Qué tengo yo, me pregunto" se dijo, mientras avanzaba jadeando y tropezando. Se metió la mano izquierda en el bolsillo. El anillo estaba muy frío cuando se le deslizó de pronto en el dedo índice, con el que tanteaba buscando. El siseo estaba detrás, muy cerca. Bilbo se volvió y vio los ojos de Gollum como pequeñas lámparas verdes que subían la pendiente. Aterrorizado, intentó correr más rápido y cayó cuan largo era, con la pequeña espada debajo del cuerpo. En un momento Gollum estuvo sobre él. Pero antes que Bilbo pudiese hacer algo, recuperar el aliento, levantarse o esgrimir la espada, Gollum pasó de largo sin prestarle atención, maldiciendo y murmurando mientras corría. ¿Qué podía significar esto? Gollum veía en la oscuridad. Bilbo alcanzaba a distinguir la luz pálida de los ojos, aun desde atrás. Se levantó, dolorido, envainó la espada, que ahora brillaba débilmente otra vez, y con mucha cautela siguió andando. Parecía que no se podía hacer otra cosa. No convenía volver arrastrándose a las aguas de Gollum. Quizá si lo seguía, Gollum lo conduciría sin querer hasta alguna vía de escape. —¡Maldito sea! ¡Maldito sea! ¡Maldito sea! —siseaba Gollum—. ¡Maldito Bolsón! ¡Se ha ido! ¿Qué tiene en los bolsillos? ¡Oh, lo suponemos, lo adivinamos! Precioso mío. Lo ha encontrado, sí, tiene que tenerlo. Mi regalo de cumpleaños. Bilbo aguzó el oído. Por fin estaba empezando a adivinar. Apresuró el paso, acercándose a Gollum por detrás hasta donde se atrevió. Gollum corría aún de prisa, sin mirar atrás, pero volviendo la cabeza a los lados, como Bilbo podía ver por el pálido reflejo de luz en las paredes. —¡Mi regalo de cumpleaños! ¡Maldito! ¿Cómo lo perdimos, precioso mío? Sí, eso es. ¡Maldito! Cuando vinimos por aquí la última vez, cuando estrujamos a aquel asqueroso jovencito chillón. Eso es. ¡Maldito sea! Se nos cayó, ¡después de tantos siglos y siglos! No está, ¡Gollum! De pronto Gollum se sentó y se puso a sollozar, con un ruido silbante y gorgoteante, horrible al oído. Bilbo se detuvo, pegándose a la pared de la galería. Pasado un rato, Gollum dejó de lloriquear y comenzó a hablar. Parecía tener una discusión consigo mismo. 55

—No vale la pena volver a buscarlo, no. No recordamos todos los lugares que hemos visitado. Y no serviría de nada. El Bolsón lo tiene en sus bolsilloss; el asqueroso fisgón lo ha encontrado, lo decimos nosotros. "Lo suponemos, precioso, sólo lo suponemos. No podemos estar seguros hasta encontrar a la asquerossa criatura y estrujarla. Pero no conoce las virtudes que tiene, ¿verdad? Sólo lo guarda en los bolsillos. No lo sabe y no puede ir muy lejos. Se ha perdido el puerco fissgón. No conoce la salida. Eso fue lo que dijo. "Así dijo, sí, pero es un tramposo. ¡No dice lo que piensa! No dirá lo que tiene en los bolsillos. Lo sabe. Conoce el camino de entrada; tiene que conocer el de salida, sí. Está más allá de la puerta trasera. Hacia la puerta trasera, eso es. "Los trasgos lo capturarán entonces. No puede salir por ahí, precioso. "Sss, sss, ¡Gollum!¡Trasgoss! Sí, pero si tiene el regalo, nuestro regalo de cumpleaños, entonces los trasgos lo tomarán, ¡Gollum! Descubrirán, descubrirán sus propiedades. ¡Nunca más estaremos seguros, Gollum! Uno de los trassgos se lo pondrá y no lo verá nadie. Estará allí, pero nadie podrá verlo. Ni siquiera nuestros más agudos ojoss, y se acercará escurriéndose y engañando y nos capturará, ¡Gollum! ¡Gollum! "¡Dejemos la charla, precioso, y vayamos de prisa! Si el Bolsón se ha ido por ahí, tenemos que apresurarnos y verlo. ¡Vamos! No puede estar muy lejos. ¡De prisa! Gollum se levantó de un brinco y se alejó bamboleándose, a grandes zancadas. Bilbo corrió tras él, todavía cauteloso, aunque ahora lo que más temía era tropezar de nuevo y caer haciendo ruido. Tenía en la cabeza un torbellino de asombro y esperanza. Parecía que el anillo que llevaba era un anillo mágico: ¡te hacía invisible! Había oído de tales cosas, por supuesto, en antiguos relatos; pero le costaba creer que en realidad él, por accidente, había encontrado uno. Sin embargo, así era: Gollum había pasado de largo sólo a una yarda. Siguieron adelante, Gollum avanzando a los trompicones, siseando y maldiciendo; Bilbo detrás, tan silenciosamente como puede marchar un hobbit. Pronto llegaron a unos lugares donde, como había notado Bilbo al bajar, se abrían pasadizos a los lados, uno acá, Otro allá. Gollum comenzó en seguida a contarlos. —Uno a la izquierda, sí. Uno a la derecha, sí. Dos a la derecha, sí, sí; dos a la izquierda, eso es. —Y así una vez y otra. A medida que la cuenta, crecía, aflojó el paso sollozando y temblando. Pues cada vez se alejaba más del agua, y tenía miedo. Los trasgos acechaban quizá, y él había perdido el anillo. Por fin se detuvo ante una abertura baja, a la izquierda. —Siete a la derecha, sí. Seis a la izquierda, ¡bien! —susurró—. Este es. Este es el camino de la puerta trasera. ¡Aquí está el pasadizo! 56

Miró hacia adentro y se retiró, vacilando. —Pero no nos atreveremos a entrar, precioso, no nos atreveremos. Hay trasgos allá abajo. Montones de trasgoss. Los olemos. ¡Sss! "¿Qué podemos hacer? ¡Malditos y aplastados sean! Tenemos que esperar aquí, precioso, esperar un momento y observar. Y así se detuvieron. Al fin y al cabo, Gollum había traído a Bilbo hasta la salida, ¡pero Bilbo no podía cruzarla! Allí estaba Gollum, acurrucado justamente en la abertura, y los ojos le brillaban fríos mientras movía la cabeza a un lado y a otro entre las rodillas. Bilbo se arrastró, apartándose de la pared, más callado que un ratón; pero Gollum se enderezó en seguida y venteó en torno y los ojos se le pusieron verdes. Siseó, en un tono bajo aunque amenazador. No podía ver al hobbit, pero ahora estaba atento, y tenía otros sentidos que la oscuridad había aguzado: olfato y oído. Parecía que se había agachado, con las palmas de las manos extendidas sobre el suelo, la cabeza estirada hacia adelante y la nariz casi tocando la piedra.