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Los nueve libros de la Historia: Libro I, 13 CXLV-CLVI

13 CXLV-CLVI

CXLV[editar]

Yo pienso que los jonios se repartieron en doce ciudades, sin querer admitir otras más en su confederación, porque cuando moraban en el Peloponeso, estaban distribuidos en doce partidos; así como los Acheos que fueron los que los echaron del país, forman también ahora doce distritos. El primero es Pellena, inmediata a Sycion; después siguen Egira y Egas, donde se halla el Cratis, río que siempre lleva agua, y del cual tomó su nombre el otro río Cratis de la Italia; en seguida vienen Bura, Helice, a donde los jonios se retiraron vencidos en batalla por los Acheos, Egon y Rypcs; después los Patrenses, los Farenses y Oleno, donde esta el gran río Piro; y por último, Dyma y los Triteenses, que es entre todas estas ciudades el único pueblo de tierra adentro. CXLVI[editar]

Estas son ahora las doce comunidades de los Aqueos, y lo eran antes de los jonios, motivo por el cual éstos se distribuyeron en doce ciudades. Porque suponer que los unos son más jonios que los otros, o que tuvieron más noble origen, es ciertamente un desvarío; pues no sólo los Abantes originarios de la Eubea, los cuales nada tienen, ni aun el nombre de la Jonia, hacen una parte, y no la menor, de los tales jonios, sino que además se hallan mezclados con ellos los focenses, separados de los otros sus paisanos, los Melosos, los arcades pelasgos, los Dorienses epidaurios y otras muchas naciones, que con los jonios se confundieron. En cuanto a los jonios, que por haber partido del Pritaneo de los atenienses, quieren ser tenidos por los más puros y acendrados de todos, se sabe de ellos que, no habiendo conducido mujeres para su colonia, se casaron con las Carianas, a cuyos padres habían quitado la vida; por cuya razón estas mujeres, juramentadas entre sí, se impusieron una ley, que trasmitieron a sus hijas, de no comer jamás con sus maridos, ni llamarles con este nombre, en atención a que, habiendo muerto a sus padres, maridos e hijos, después de tales insultos se habían juntado con ellas, todo lo cual sucedió en Mileto. CXLVII[editar]

Estos colonos atenienses nombraron por reyes, unos a los licios, familia oriunda de Glauco, el hijo de Hipóloco; otros a los Caucones Pylios, descendientes de Codro, hijo de Melantho; y algunos los tomaban ya de una, ya de otra de aquellas dos casas. Todos ellos ambicionan con preferencia a los demás el nombre de jonios, y ciertamente lo son de origen verdadero; bien que de este nombre participan cuantos, procediendo de Atenas, celebran la fiesta llamada Apaturia, la cual es común a todos los jonios asiáticos, fuera de los Efesios y Colofonios, los únicos que en pena de cierto homicidio no la celebran. CLXVIII[editar]

El Panionio es un templo que hay en Micale, hacia el Norte, dedicado en nombre común de los jonios a Neptuno el Heliconio. Micale es un promontorio de tierra firme, que mira hacia el viento Zéfiro, y pertenece a Samos. En este promontorio, los jonios de todas las ciudades solían celebrar una fiesta, a que dieron el nombre de Panjonia. Y es de notar que todas las fiestas, no sólo de los jonios, sino de todos los griegos, tienen la misma propiedad que dijimos de los nombres persas, la de acabar en una misma letra. CXLIX[editar]

He dicho cuales son las ciudades jonias; ahora referiré las eolias. Cima, por sobrenombre Fricónida, Larisas, Muronuevo, Tenos, Cilla, Notion, Egidoxa, Pitana, Egeas, Mirina, Grinia. Estas son las once ciudades antiguas de los eolios, pues aunque también eran doce, todas en el continente, Esmirna, una de aquel número, fue separada de las otras por los jonios. Los eolios establecieron sus colonias en un terreno mejor que el de los jonios, pero el clima no es tan bueno. CL[editar]

Los eolios perdieron a Esmirna de este modo: ciertos Colofonios, vencidos en una sedición doméstica y arrojados de su patria, hallaron en Esmirna un asilo. Estos fugitivos, un día en que los de Esmirna celebraban fuera de la ciudad una fiesta solemne a Baco, les cerraron las puertas y se apoderaron de la plaza. Concurrieron todos los eolios al socorro de los suyos, pero se terminó la contienda por medio de una transacción, en la que se convino que los jonios, quedándose con la ciudad, restituyesen los bienes muebles a los de Esmirna. Estos, conformándose con lo pactado, fueron repartidos en las otras once ciudades eolias, que los admitieron por ciudadanos suyos. CLI[editar]

En el número de las ciudades eolias de la tierra firme, no se incluyen los que habitan en el monte Ida, porque no forman un cuerpo con ellas. Otras hay también situadas en las islas. En la de Lesbos existen cinco, porque la sexta, que era Arisba, la redujeron bajo su dominación los de Metimna, siendo de la misma sangre. En Ténedos hay una, y otra en las que llaman las cien islas. Todas estas ciudades insulares, lo mismo que los jonios de las islas, nada tenían que temer de Ciro; pero a los demás eolios les pareció conveniente confederarse con los otros jonios y seguirlos a donde quiera que los condujesen. CLII[editar]

Luego que llegaron a Esparta los enviados de los jonios y eolios, habiendo hecho el viaje con toda velocidad, escogieron para que en nombre de todos llevase la voz a un cierto focense, llamado Pitermo; el cual, vestido de púrpura, con la mira de que muchos espartanos concurriesen atraídos de la novedad, se presentó en su congreso, y con una larga arenga les pidió socorros. Los lacedemonios, bien lejos de dejarse persuadir del orador, resolvieron no salir a la defensa de los jonios; con lo cual se volvieron los enviados. Sin embargo, despacharon algunos hombres en una galera de cincuenta remos, con el objeto, a mi parecer, de explorar el estado de las cosas de Ciro y de la Jonia. Luego que estos llegaron a Focéa, enviaron a Sardes al que entre todos era tenido por hombre de mayor suposición, llamado Lacrines, con orden de intimar a Ciro que se abstuviese de inquietar a ninguna ciudad de los griegos, cuyas injurias no podrían mirar con indiferencia. CLIII[editar]

Dícese que Ciro, después que el enviado acabó su propuesta, preguntó a los griegos que cerca de sí tenía, qué especie de hombres eran los lacedemonios, y cuántos, en número, para atreverse a hacerle semejante declaración, y que informado de lo que preguntaba, respondió al orador: —«Nunca temí a unos hombres que tienen en medio de sus ciudades un lugar espacioso, donde se reúnen para engañar a otros con sus juramentos; y desde ahora les aseguro que si los dioses me conservaron la vida, yo haré que se lamenten, no de las desgracias de los jonios, sino de las suyas propias.» Este discurso iba dirigido contra todos los griegos, que tienen en sus ciudades una plaza destinada para la compra y venta de sus cosas, costumbre desconocida entre los persas, que no tienen plazas en las suyas. Después de esto, dejando al persa Tábalo por gobernador de Sardes, y dando al lidio Páctyas la comisión de recaudar los tesoros de Creso y de los otros lidios, partióse con sus tropas para Ecbátana, llevando consigo a Creso, y teniendo por negocio de poca importancia el acometer sobre la marcha a los jonios. Bien es verdad que para esto le servían de embarazo Babilonia y la nación Bactriana, los sacas y los egipcios, contra los cuales él mismo en persona quería conducir su ejército, enviando contra los jonios a cualquiera otro general. Apenas Ciro había salido de Sardes, cuando Páctyas insurreccionó a los lidios, y habiendo bajado a la costa del mar, como tenía a su disposición todo el oro de Sardes, le fue fácil reclutar tropas mercenarias, y persuadir a la gente de la marina que le siguiese en su expedición. Dirigióse, pues, hacia Sardes, puso a la ciudad sitio y obligó al gobernador Tábalo a encerrarse en la ciudadela. CLV[editar]

Ciro en el camino tuvo noticia de lo que pasaba, y hablando de ello con Creso, le dijo: —«¿Cuándo tendrán fin, oh Creso, estas cosas que me suceden? Ya está visto que esos lidios nunca vivirán en paz, ni me dejarán a mí tranquilo. Pienso que lo mejor fuera reducirlos a la condición de esclavos. Ahora veo que lo que acabo de hacer con ellos es parecido a lo que hace un hombre que, habiendo dado muerte al padre, perdona a los hijos. Así, yo, habiéndome apoderado de tu persona, que eras más que padre de los lidios, tuve la inadvertencia de dejar en sus manos la ciudad; y ahora me maravillo de que se me rebelen.» De este modo hablaba Ciro lo que sentía, y Creso, temeroso de la total ruina de Sardes, —Tienes mucha razón, le responde; pero me atrevo, señor, a suplicarte que no te dejes dominar del enojo, ni destruyas una ciudad antigua que está inocente de lo pasado y de lo que ahora sucede. Antes fui yo el autor d e la injuria, y pago la pena merecida; ahora Páctyas, a quien confiaste la ciudad de Sardes, es el amotinador que debe satisfacer a tu justa venganza. Pero a los lidios perdónales, y a fin de que no se levanten otra vez, ni vuelvan a darte más cuidados, envíales orden para que no tengan armas de las que sirven en la guerra, y mándales también que lleven una túnica talar debajo de su vestido, que calcen coturnos, que aprendan a tocar la cítara y a cantar, y que enseñen a sus hijos el ejercicio de la mercancía. Con estas providencias los verás en breve convertidos de hombres en mujeres, y cesará todo peligro de que se rebelen otra vez.» CLVI[editar]

Tal fue el expediente que sugirió Creso, teniéndole por más ventajoso para los lidios que no el ser vendidos por esclavos; porque bien sabía que a no proponer al rey un medio tan eficaz, no le haría mudar de resolución, y por otra parte recelaba en extremo que si los lidios escapaban del peligro actual volverían a sublevarse en otra ocasión, y perecerían por rebeldes a manos de los persas. Ciro, muy satisfecho con el consejo, y desistiendo de su primer enojo, dijo a Creso que se conformaba con él; y llamando al efecto al medo Mázares, le mandó que intimase a los lidios cuanto le había sugerido Creso; que fuesen tratados como esclavos todos los demás que habían servido en la expedición contra Sardes, y que de todos modos le presentasen vivo delante de sí al mismo Páctyas.


13 CXLV-CLVI

CXLV[editar]

Yo pienso que los jonios se repartieron en doce ciudades, sin querer admitir otras más en su confederación, porque cuando moraban en el Peloponeso, estaban distribuidos en doce partidos; así como los Acheos que fueron los que los echaron del país, forman también ahora doce distritos. El primero es Pellena, inmediata a Sycion; después siguen Egira y Egas, donde se halla el Cratis, río que siempre lleva agua, y del cual tomó su nombre el otro río Cratis de la Italia; en seguida vienen Bura, Helice, a donde los jonios se retiraron vencidos en batalla por los Acheos, Egon y Rypcs; después los Patrenses, los Farenses y Oleno, donde esta el gran río Piro; y por último, Dyma y los Triteenses, que es entre todas estas ciudades el único pueblo de tierra adentro. CXLVI[editar]

Estas son ahora las doce comunidades de los Aqueos, y lo eran antes de los jonios, motivo por el cual éstos se distribuyeron en doce ciudades. Porque suponer que los unos son más jonios que los otros, o que tuvieron más noble origen, es ciertamente un desvarío; pues no sólo los Abantes originarios de la Eubea, los cuales nada tienen, ni aun el nombre de la Jonia, hacen una parte, y no la menor, de los tales jonios, sino que además se hallan mezclados con ellos los focenses, separados de los otros sus paisanos, los Melosos, los arcades pelasgos, los Dorienses epidaurios y otras muchas naciones, que con los jonios se confundieron. En cuanto a los jonios, que por haber partido del Pritaneo de los atenienses, quieren ser tenidos por los más puros y acendrados de todos, se sabe de ellos que, no habiendo conducido mujeres para su colonia, se casaron con las Carianas, a cuyos padres habían quitado la vida; por cuya razón estas mujeres, juramentadas entre sí, se impusieron una ley, que trasmitieron a sus hijas, de no comer jamás con sus maridos, ni llamarles con este nombre, en atención a que, habiendo muerto a sus padres, maridos e hijos, después de tales insultos se habían juntado con ellas, todo lo cual sucedió en Mileto. CXLVII[editar]

Estos colonos atenienses nombraron por reyes, unos a los licios, familia oriunda de Glauco, el hijo de Hipóloco; otros a los Caucones Pylios, descendientes de Codro, hijo de Melantho; y algunos los tomaban ya de una, ya de otra de aquellas dos casas. Todos ellos ambicionan con preferencia a los demás el nombre de jonios, y ciertamente lo son de origen verdadero; bien que de este nombre participan cuantos, procediendo de Atenas, celebran la fiesta llamada Apaturia, la cual es común a todos los jonios asiáticos, fuera de los Efesios y Colofonios, los únicos que en pena de cierto homicidio no la celebran. CLXVIII[editar]

El Panionio es un templo que hay en Micale, hacia el Norte, dedicado en nombre común de los jonios a Neptuno el Heliconio. Micale es un promontorio de tierra firme, que mira hacia el viento Zéfiro, y pertenece a Samos. En este promontorio, los jonios de todas las ciudades solían celebrar una fiesta, a que dieron el nombre de Panjonia. Y es de notar que todas las fiestas, no sólo de los jonios, sino de todos los griegos, tienen la misma propiedad que dijimos de los nombres persas, la de acabar en una misma letra. CXLIX[editar]

He dicho cuales son las ciudades jonias; ahora referiré las eolias. Cima, por sobrenombre Fricónida, Larisas, Muronuevo, Tenos, Cilla, Notion, Egidoxa, Pitana, Egeas, Mirina, Grinia. Estas son las once ciudades antiguas de los eolios, pues aunque también eran doce, todas en el continente, Esmirna, una de aquel número, fue separada de las otras por los jonios. Los eolios establecieron sus colonias en un terreno mejor que el de los jonios, pero el clima no es tan bueno. CL[editar]

Los eolios perdieron a Esmirna de este modo: ciertos Colofonios, vencidos en una sedición doméstica y arrojados de su patria, hallaron en Esmirna un asilo. Estos fugitivos, un día en que los de Esmirna celebraban fuera de la ciudad una fiesta solemne a Baco, les cerraron las puertas y se apoderaron de la plaza. Concurrieron todos los eolios al socorro de los suyos, pero se terminó la contienda por medio de una transacción, en la que se convino que los jonios, quedándose con la ciudad, restituyesen los bienes muebles a los de Esmirna. Estos, conformándose con lo pactado, fueron repartidos en las otras once ciudades eolias, que los admitieron por ciudadanos suyos. CLI[editar]

En el número de las ciudades eolias de la tierra firme, no se incluyen los que habitan en el monte Ida, porque no forman un cuerpo con ellas. Otras hay también situadas en las islas. En la de Lesbos existen cinco, porque la sexta, que era Arisba, la redujeron bajo su dominación los de Metimna, siendo de la misma sangre. En Ténedos hay una, y otra en las que llaman las cien islas. Todas estas ciudades insulares, lo mismo que los jonios de las islas, nada tenían que temer de Ciro; pero a los demás eolios les pareció conveniente confederarse con los otros jonios y seguirlos a donde quiera que los condujesen. CLII[editar]

Luego que llegaron a Esparta los enviados de los jonios y eolios, habiendo hecho el viaje con toda velocidad, escogieron para que en nombre de todos llevase la voz a un cierto focense, llamado Pitermo; el cual, vestido de púrpura, con la mira de que muchos espartanos concurriesen atraídos de la novedad, se presentó en su congreso, y con una larga arenga les pidió socorros. Los lacedemonios, bien lejos de dejarse persuadir del orador, resolvieron no salir a la defensa de los jonios; con lo cual se volvieron los enviados. Sin embargo, despacharon algunos hombres en una galera de cincuenta remos, con el objeto, a mi parecer, de explorar el estado de las cosas de Ciro y de la Jonia. Luego que estos llegaron a Focéa, enviaron a Sardes al que entre todos era tenido por hombre de mayor suposición, llamado Lacrines, con orden de intimar a Ciro que se abstuviese de inquietar a ninguna ciudad de los griegos, cuyas injurias no podrían mirar con indiferencia. CLIII[editar]

Dícese que Ciro, después que el enviado acabó su propuesta, preguntó a los griegos que cerca de sí tenía, qué especie de hombres eran los lacedemonios, y cuántos, en número, para atreverse a hacerle semejante declaración, y que informado de lo que preguntaba, respondió al orador: —«Nunca temí a unos hombres que tienen en medio de sus ciudades un lugar espacioso, donde se reúnen para engañar a otros con sus juramentos; y desde ahora les aseguro que si los dioses me conservaron la vida, yo haré que se lamenten, no de las desgracias de los jonios, sino de las suyas propias.» Este discurso iba dirigido contra todos los griegos, que tienen en sus ciudades una plaza destinada para la compra y venta de sus cosas, costumbre desconocida entre los persas, que no tienen plazas en las suyas. Después de esto, dejando al persa Tábalo por gobernador de Sardes, y dando al lidio Páctyas la comisión de recaudar los tesoros de Creso y de los otros lidios, partióse con sus tropas para Ecbátana, llevando consigo a Creso, y teniendo por negocio de poca importancia el acometer sobre la marcha a los jonios. Bien es verdad que para esto le servían de embarazo Babilonia y la nación Bactriana, los sacas y los egipcios, contra los cuales él mismo en persona quería conducir su ejército, enviando contra los jonios a cualquiera otro general. Apenas Ciro había salido de Sardes, cuando Páctyas insurreccionó a los lidios, y habiendo bajado a la costa del mar, como tenía a su disposición todo el oro de Sardes, le fue fácil reclutar tropas mercenarias, y persuadir a la gente de la marina que le siguiese en su expedición. Dirigióse, pues, hacia Sardes, puso a la ciudad sitio y obligó al gobernador Tábalo a encerrarse en la ciudadela. CLV[editar]

Ciro en el camino tuvo noticia de lo que pasaba, y hablando de ello con Creso, le dijo: —«¿Cuándo tendrán fin, oh Creso, estas cosas que me suceden? Ya está visto que esos lidios nunca vivirán en paz, ni me dejarán a mí tranquilo. Pienso que lo mejor fuera reducirlos a la condición de esclavos. Ahora veo que lo que acabo de hacer con ellos es parecido a lo que hace un hombre que, habiendo dado muerte al padre, perdona a los hijos. Así, yo, habiéndome apoderado de tu persona, que eras más que padre de los lidios, tuve la inadvertencia de dejar en sus manos la ciudad; y ahora me maravillo de que se me rebelen.» De este modo hablaba Ciro lo que sentía, y Creso, temeroso de la total ruina de Sardes, —Tienes mucha razón, le responde; pero me atrevo, señor, a suplicarte que no te dejes dominar del enojo, ni destruyas una ciudad antigua que está inocente de lo pasado y de lo que ahora sucede. Antes fui yo el autor d e la injuria, y pago la pena merecida; ahora Páctyas, a quien confiaste la ciudad de Sardes, es el amotinador que debe satisfacer a tu justa venganza. Pero a los lidios perdónales, y a fin de que no se levanten otra vez, ni vuelvan a darte más cuidados, envíales orden para que no tengan armas de las que sirven en la guerra, y mándales también que lleven una túnica talar debajo de su vestido, que calcen coturnos, que aprendan a tocar la cítara y a cantar, y que enseñen a sus hijos el ejercicio de la mercancía. Con estas providencias los verás en breve convertidos de hombres en mujeres, y cesará todo peligro de que se rebelen otra vez.» CLVI[editar]

Tal fue el expediente que sugirió Creso, teniéndole por más ventajoso para los lidios que no el ser vendidos por esclavos; porque bien sabía que a no proponer al rey un medio tan eficaz, no le haría mudar de resolución, y por otra parte recelaba en extremo que si los lidios escapaban del peligro actual volverían a sublevarse en otra ocasión, y perecerían por rebeldes a manos de los persas. Ciro, muy satisfecho con el consejo, y desistiendo de su primer enojo, dijo a Creso que se conformaba con él; y llamando al efecto al medo Mázares, le mandó que intimase a los lidios cuanto le había sugerido Creso; que fuesen tratados como esclavos todos los demás que habían servido en la expedición contra Sardes, y que de todos modos le presentasen vivo delante de sí al mismo Páctyas.