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Nueve Tesoros ... Lectura de Novelas, Rectitud de conciencia, corazón, sentido común, paz, piedad

Rectitud de conciencia, corazón, sentido común, paz, piedad

Se pierde la rectitud de conciencia.

Se pierde la moral cristiana. Esa delicadeza que habéis sacado del colegio quedará deshecha en jirones en los zarzales de las novelas.

En la novela los deslices son cariño, los vicios triunfos, los pecados corazonadas, la sensualidad elevación de alma, los amoríos... santidad. ¡La dignidad! ¡la santidad del amor! he ahí la moral de casi todas las novelas. Con el amor se perdona todo sin arrepentimiento, se dispensa todo sin dificultad, se excusa todo sin miramiento. Pasa por el recitado de las novelas toda una galería de mujeres mundanas y de galanes atrevidos captándose todas las simpatías de los sentimentales lectores y lectoras, que sin dificultad darán absolución sin penitencia a todos esos pecadores que en el tribunal de la conciencia cristiana y en el de Jesucristo irremisiblemente serían condenados.

Es propio sobre todo de la novela, quitar todo miedo a las ocasiones y peligros de pecar. Como pintar es fácil, los novelistas pintan las ocasiones de pecar de un modo completamente ideal y falsean no sólo los principios sino la experiencia. Según ellos, jóvenes y damas metidos en medio del mundo y de las ocasiones de pecar, se conservan sin embargo puros y virtuosos, rodeados del fuego de Babilonia y de las llamas de Pentápolis viven sin quemarse, devorados de todas las diversiones y picados de todos los halagos de la sensualidad consernan la inocencia que la religión cristiana sólo a fuerza de cautelas y preservativos logra realizar.

Con esto os formáis esa idea falsa y contraria a la experiencia de que se puede meter en el fuego, entrar en las ocasiones, ver todo, hablar con todos, divertirse en todo sin dejar por eso de ser virtuosos y virtuosas...

Infelices mariposillas, salís de los jardines de vuestro colegio al mundo sin saber lo que son las luces mundanas, y viene un novelista y os cuenta la felicidad de las mariposas que vuelan derechas a la luz y se bañan en ella cuanto quieren sin quemarse; y vosotras os vais derechas a esa luz que tan hermosamente os describe el novelista... os recreáis un segundo y os abrasáis... para siempre.

Avecillas incautas, no sabéis lo que son cazadores del mundo, porque en los jardines del colegio nadie os cazaba sino la Madre Lorenza o la Hermana Remedios cuando revoloteábais por el jardín a quién corría más; y como los novelistas os pintan tan inocentes y tan santas las redes del amor... pues también vosotras os tenéis por dichosas en ser cogidas por cualquiera... como si todo el que os sigue fuese como la Madre Lorenza o la Hermana Remedios. Y a lo mejor el que os coge es un malvado o una malvada que os despluma sin piedad como el cazador a la codorniz incauta...

No os fiéis del mundo que os pinta la novela, porque el mundo es muy distinto de la novela. Y fuera de las novelas «El que ama el peligro perecerá en él.»

Se pierde el corazón.

Vuestro corazón está floreciendo. Hasta ahora casi no habéis tenido corazón, casi no habéis sentido afectos. Ha pasado vuestro invierno y llega vuestra primavera. Es el momento más crítico para vuestro corazón. A vuestra edad brota en el corazón el amor.

La cuestión es ver si brota el amor digno, casto, cristiano, o el amor loco, sensual, mundano. Fermenta en vuestro corazón un licor precioso, que lo mismo puede convertirse en vino regalado y exquisito, que en vinagre agrio y podrido.

Muchas circunstancias podrán influir en lo uno o en lo otro. Pero desde luego os puedo asegurar que uno de los mejores modos de convertir la primavera de vuestra alma en invierno deshojado y el vino de vuestro corazón en vinagre y heces de mosto, es la lectura de las novelas.

Los héroes tan simpáticos que las novelas presentan se arrebatarán vuestros corazones ingenuos y bondadosos que rebosan de cariño. Y pronto insensiblemente os encontraréis con vuestro corazón lleno de afectos... imaginarios a personas fantásticas de heroínas y heroínos que no existen, pero que os... sorben el corazón y no os dejan libres para amar a los que debéis amar. Rosinas y Adolfos, Gabrielas y Carlos, Elisas y Ricardos con sus novelescas prendas de carácter os conmueven demasiado y os gastan el corazón y cuando vais a amar a vuestros padres y vuestras madres y vuestros hermanos... os encontráis con corazón seco, extenuado, como un brasero de cenizas frías consumido.

Y ahora se me ocurre otra pérdida quizás más grave, y es la

Pérdida del sentido común de esta vida.

Entendedme. A fuerza de leer novelas se acostumbra el entendimiento y el corazón a una sociedad ideal que no existe. Piensa que todo el mundo es o debe ser como el que se pinta en las novelas. Os aficionáis a esos caracteres exagerados, amables, elevados, escogidos, elegantes, simpáticos...

¡Ay! Cuando dejáis el libro y os ponéis a conversar con los míseros mortales de esta prosáica vida, que más ó menos somos todos algo rastreros, nos halláis insoportables, intratables, rudos. Empapada vuestra imaginación de aventuras dramáticas, lances llamativos, episodios conmovedores... la realidad de la vida que es muy fea, muy fea, (ya lo veréis cuando se os pasen los primeros abriles de vuestro efímero reinado) se os tiene que hacer... in... so... por... ta... ble.

¡Trabajar! ¡cuidar de la casa! vivir con tipos que no tienen nada que ver con las Rosinas y Eduardos, Ineses y Fernandos de vuestras novelas, que o son unos perfectos y correctísimos seres, o si son unos tunantes lo son de modo que se arrebatan el corazón, porque saben ser tunantes de un modo elegantísimo... ¡Oh! ¡qué fatiga!

De seguro que vuestro padre os parece prosáico, vuestra madre os parece tonta, vuestros hermanos y vuestra familia zoquetes, sus pensamientos rastreros, sus conversaciones mezquinas, su trato soso... ¿Dónde podríais vosotros encontrar esa gente de que habéis leído tales cosas en vuestros libros? ¡si los pudieseis hablar, si fuesen vuestros amigos!... ¡Si hallaseis alguno que se les pareciese! ¡de blondos cabellos! ¡de elevado espíritu! ¡de alma sensible! ¡que sepa decir aquellas cosas tan seductoras!...

De donde resulta que

Se pierde la paz,

ese sosiego, que sólo se puede tener en esta vida cuando uno se resigna a todos los inconvenientes que lleva consigo la existencia, y se acomoda a todas las miserias que lleva consigo en este mundo la humanidad.

La lectura de las novelas a fuerza de idealizar acostumbra el ánimo a una esfera supraideal e irrealizable. Y como la vida es muy infraideal, es decir, muy prosáica, yermo árido en el cual la providencia sólo de rato en rato ha puesto algunos oasis para que no descaezcamos, de ahí que el ánimo acostumbrado al mundo novelesco tiene que chocar a cada paso con la mísera realidad de las cosas. De ahí ese hastío que siente el corazón de todo lo presente, ese vago anhelar de otras existencias, de otra sociedad, de otra vida que no se sabe definir. Ese nebuloso deseo de otro mundo en que se vive más novelescamente en medio de aventuras, de situaciones patéticas, de lances sentimentales...

El hastío, el disgusto de todo lo que dé pena y sea vulgar, es decir, de la mayor parte de las cosas de esta vida (que dan pena y son vulgares casi todas) es el carácter más distintivo de los que leen novelas y en su lectura contraen la enfermedad crónica que yo llamaría «Nostalgia del país de las novelas». Enfermedad fatua, estéril, que agota las fuerzas del espíritu en inútiles anhelos y febriles ansias, enflaquece las fuerzas de la razón, anubla el albo y diáfano resplandor del criterio, distiende los nervios del espíritu y aun los nervios verdaderos del cuerpo, produciendo en los lectores una neurastenia que los incapacita para todo ejercicio ordenado y moderado, según las reglas de la vida ordinaria.

Y no digamos nada de la piedad...

La piedad naufraga por completo en la lectura de las novelas.

Os desafío a que me deis una sola persona joven o vieja, hombre o mujer, lectora de novelas malas o buenas, que leyéndolas frecuentemente tenga verdadera piedad... No encontraréis ninguna.

Y como la piedad es madre de la virtud, y de tal manera madre que sin ella no hay virtud, así como digo que ninguno que se dé mucho a las novelas es piadoso, así digo terminantemente que ninguno que se dé a la lectura de novelas será de veras virtuoso.

Por eso hoy que devoran tantas novelas las señoras, hay una legión de mujeres que, inútiles señoritas en su juventud, resultan inútiles esposas en su hogar, inútiles madres si Dios les da la para ellas desgraciada felicidad de tener hijos, insoportables señoras si las castiga con la soledad de la familia, orgullosas e insufribles ancianas si llegan a la vejez.

– Del tomo III de Curiosidades, de Remigio Vilariño Ugarte, S.J.


Rectitud de conciencia, corazón, sentido común, paz, piedad Gerechtigkeit des Gewissens, des Herzens, des gesunden Menschenverstandes, des Friedens, der Barmherzigkeit Righteousness of conscience, heart, common sense, peace, mercy

**Se pierde la rectitud de conciencia. Das reine Gewissen geht verloren. Straight conscience is lost. **

Se pierde la moral cristiana. Die christliche Moral geht verloren. Christian morality is lost. Esa delicadeza que habéis sacado del colegio quedará deshecha en jirones en los zarzales de las novelas. Diese Delikatesse, die Sie aus der Schule mitgenommen haben, wird in Fetzen im Gestrüpp der Romane zunichte gemacht. That delicacy that you have taken from school will be undone in shreds in the brambles of the novels.

En la novela los deslices son cariño, los vicios triunfos, los pecados corazonadas, la sensualidad elevación de alma, los amoríos... santidad. In the novel the slips are affection, the vices are triumphs, the sins are hunches, the sensuality elevates the soul, the love affairs... holiness. ¡La dignidad! ¡la santidad del amor! the holiness of love! he ahí la moral de casi todas las novelas. Con el amor se perdona todo sin arrepentimiento, se dispensa todo sin dificultad, se excusa todo sin miramiento. Pasa por el recitado de las novelas toda una galería de mujeres mundanas y de galanes atrevidos captándose todas las simpatías de los sentimentales lectores y lectoras, que sin dificultad darán absolución sin penitencia a todos esos pecadores que en el tribunal de la conciencia cristiana y en el de Jesucristo irremisiblemente serían condenados.

Es propio sobre todo de la novela, quitar todo miedo a las ocasiones y peligros de pecar. Como pintar es fácil, los novelistas pintan las ocasiones de pecar de un modo completamente ideal y falsean no sólo los principios sino la experiencia. Según ellos, jóvenes y damas metidos en medio del mundo y de las ocasiones de pecar, se conservan sin embargo puros y virtuosos, rodeados del fuego de Babilonia y de las llamas de Pentápolis viven sin quemarse, devorados de todas las diversiones y picados de todos los halagos de la sensualidad consernan la inocencia que la religión cristiana sólo a fuerza de cautelas y preservativos logra realizar.

Con esto os formáis esa idea falsa y contraria a la experiencia de que se puede meter en el fuego, entrar en las ocasiones, ver todo, hablar con todos, divertirse en todo sin dejar por eso de ser virtuosos y virtuosas...

Infelices mariposillas, salís de los jardines de vuestro colegio al mundo sin saber lo que son las luces mundanas, y viene un novelista y os cuenta la felicidad de las mariposas que vuelan derechas a la luz y se bañan en ella cuanto quieren sin quemarse; y vosotras os vais derechas a esa luz que tan hermosamente os describe el novelista... os recreáis un segundo y os abrasáis... para siempre.

Avecillas incautas, no sabéis lo que son cazadores del mundo, porque en los jardines del colegio nadie os cazaba sino la Madre Lorenza o la Hermana Remedios cuando revoloteábais por el jardín a quién corría más; y como los novelistas os pintan tan inocentes y tan santas las redes del amor... pues también vosotras os tenéis por dichosas en ser cogidas por cualquiera... como si todo el que os sigue fuese como la Madre Lorenza o la Hermana Remedios. Y a lo mejor el que os coge es un malvado o una malvada que os despluma sin piedad como el cazador a la codorniz incauta...

No os fiéis del mundo que os pinta la novela, porque el mundo es muy distinto de la novela. Y fuera de las novelas «El que ama el peligro perecerá en él.»

**Se pierde el corazón. **

Vuestro corazón está floreciendo. Hasta ahora casi no habéis tenido corazón, casi no habéis sentido afectos. Ha pasado vuestro invierno y llega vuestra primavera. Es el momento más crítico para vuestro corazón. A vuestra edad brota en el corazón el amor.

La cuestión es ver si brota el amor digno, casto, cristiano, o el amor loco, sensual, mundano. Fermenta en vuestro corazón un licor precioso, que lo mismo puede convertirse en vino regalado y exquisito, que en vinagre agrio y podrido.

Muchas circunstancias podrán influir en lo uno o en lo otro. Pero desde luego os puedo asegurar que uno de los mejores modos de convertir la primavera de vuestra alma en invierno deshojado y el vino de vuestro corazón en vinagre y heces de mosto, es la lectura de las novelas.

Los héroes tan simpáticos que las novelas presentan se arrebatarán vuestros corazones ingenuos y bondadosos que rebosan de cariño. Y pronto insensiblemente os encontraréis con vuestro corazón lleno de afectos... imaginarios a personas fantásticas de heroínas y heroínos que no existen, pero que os... sorben el corazón y no os dejan libres para amar a los que debéis amar. Rosinas y Adolfos, Gabrielas y Carlos, Elisas y Ricardos con sus novelescas prendas de carácter os conmueven demasiado y os gastan el corazón y cuando vais a amar a vuestros padres y vuestras madres y vuestros hermanos... os encontráis con corazón seco, extenuado, como un brasero de cenizas frías consumido.

Y ahora se me ocurre otra pérdida quizás más grave, y es la

**Pérdida del sentido común de esta vida. **

Entendedme. A fuerza de leer novelas se acostumbra el entendimiento y el corazón a una sociedad ideal que no existe. Piensa que todo el mundo es o debe ser como el que se pinta en las novelas. Os aficionáis a esos caracteres exagerados, amables, elevados, escogidos, elegantes, simpáticos...

¡Ay! Cuando dejáis el libro y os ponéis a conversar con los míseros mortales de esta prosáica vida, que más ó menos somos todos algo rastreros, nos halláis insoportables, intratables, rudos. Empapada vuestra imaginación de aventuras dramáticas, lances llamativos, episodios conmovedores... la realidad de la vida que es muy fea, muy fea, (ya lo veréis cuando se os pasen los primeros abriles de vuestro efímero reinado) se os tiene que hacer... in... so... por... ta... ble.

¡Trabajar! ¡cuidar de la casa! vivir con tipos que no tienen nada que ver con las Rosinas y Eduardos, Ineses y Fernandos de vuestras novelas, que o son unos perfectos y correctísimos seres, o si son unos tunantes lo son de modo que se arrebatan el corazón, porque saben ser tunantes de un modo elegantísimo... ¡Oh! ¡qué fatiga!

De seguro que vuestro padre os parece prosáico, vuestra madre os parece tonta, vuestros hermanos y vuestra familia zoquetes, sus pensamientos rastreros, sus conversaciones mezquinas, su trato soso... ¿Dónde podríais vosotros encontrar esa gente de que habéis leído tales cosas en vuestros libros? ¡si los pudieseis hablar, si fuesen vuestros amigos!... ¡Si hallaseis alguno que se les pareciese! ¡de blondos cabellos! ¡de elevado espíritu! ¡de alma sensible! ¡que sepa decir aquellas cosas tan seductoras!...

De donde resulta que

**Se pierde la paz,**

ese sosiego, que sólo se puede tener en esta vida cuando uno se resigna a todos los inconvenientes que lleva consigo la existencia, y se acomoda a todas las miserias que lleva consigo en este mundo la humanidad.

La lectura de las novelas a fuerza de idealizar acostumbra el ánimo a una esfera supraideal e irrealizable. Y como la vida es muy infraideal, es decir, muy prosáica, yermo árido en el cual la providencia sólo de rato en rato ha puesto algunos oasis para que no descaezcamos, de ahí que el ánimo acostumbrado al mundo novelesco tiene que chocar a cada paso con la mísera realidad de las cosas. De ahí ese hastío que siente el corazón de todo lo presente, ese vago anhelar de otras existencias, de otra sociedad, de otra vida que no se sabe definir. Ese nebuloso deseo de otro mundo en que se vive más novelescamente en medio de aventuras, de situaciones patéticas, de lances sentimentales...

El hastío, el disgusto de todo lo que dé pena y sea vulgar, es decir, de la mayor parte de las cosas de esta vida (que dan pena y son vulgares casi todas) es el carácter más distintivo de los que leen novelas y en su lectura contraen la enfermedad crónica que yo llamaría «Nostalgia del país de las novelas». Enfermedad fatua, estéril, que agota las fuerzas del espíritu en inútiles anhelos y febriles ansias, enflaquece las fuerzas de la razón, anubla el albo y diáfano resplandor del criterio, distiende los nervios del espíritu y aun los nervios verdaderos del cuerpo, produciendo en los lectores una neurastenia que los incapacita para todo ejercicio ordenado y moderado, según las reglas de la vida ordinaria.

Y no digamos nada de la piedad...

**La piedad naufraga por completo en la lectura de las novelas. **

Os desafío a que me deis una sola persona joven o vieja, hombre o mujer, lectora de novelas malas o buenas, que leyéndolas frecuentemente tenga verdadera piedad... No encontraréis ninguna.

Y como la piedad es madre de la virtud, y de tal manera madre que sin ella no hay virtud, así como digo que ninguno que se dé mucho a las novelas es piadoso, así digo terminantemente que ninguno que se dé a la lectura de novelas será de veras virtuoso.

Por eso hoy que devoran tantas novelas las señoras, hay una legión de mujeres que, inútiles señoritas en su juventud, resultan inútiles esposas en su hogar, inútiles madres si Dios les da la para ellas desgraciada felicidad de tener hijos, insoportables señoras si las castiga con la soledad de la familia, orgullosas e insufribles ancianas si llegan a la vejez.

– Del tomo III de Curiosidades, de Remigio Vilariño Ugarte, S.J.