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Bajo la misma estrella, Capítulo 1

Capítulo 1

A finales del invierno de mi decimoséptimo año de vida, mi madre llegó a la conclusión de que estaba deprimida, seguramente porque apenas salía de casa, pasaba mucho tiempo en la cama, leía el mismo libro una y otra vez, casi nunca comía y dedicaba buena parte de mi abundante tiempo libre a pensar en la muerte. Cuando leemos un folleto sobre el cáncer, una página web o lo que sea, vemos que sistemáticamente incluyen la depresión entre los efectos colaterales del cáncer. Pero en realidad la depresión no es un efecto colateral del cáncer. La depresión es un efecto colateral de estar muriéndose. (El cáncer también es un efecto colateral de estar muriéndose. La verdad es que casi todo lo es). Aunque mi madre creía que debía someterme a un tratamiento, así que me llevó a mi médico de cabecera, el doctor Jim, que estuvo de acuerdo en que estaba hundida en una depresión total y paralizante, que había que cambiarme la medicación y que además debía asistir todas las semanas a un grupo de apoyo. El grupo de apoyo ponía en escena un elenco cambiante de personajes en diversos estadios de enfermedad tumoral. ¿Por qué el elenco era cambiante? Un efecto colateral de estar muriéndose. El grupo de apoyo era de lo más deprimente, por supuesto. Se reunía cada miércoles en el sótano de una iglesia episcopal de piedra con forma de cruz. Nos sentábamos en corro justo en medio de la cruz, donde se habrían unido las dos tablas de madera, donde habría estado el corazón de Jesús. Me di cuenta porque Patrick, el líder del grupo de apoyo y la única persona en la sala que tenía más de dieciocho años, hablaba sobre el corazón de Jesús en cada puñetera reunión, y decía que nosotros, como jóvenes supervivientes del cáncer, nos sentábamos justo en el sagrado corazón de Cristo, y todo ese rollo. En el corazón de Dios las cosas funcionaban así: los seis, o siete, o diez chicos que formábamos el grupo entrábamos a pie o en silla de ruedas, echábamos mano a un decrépito surtido de galletas y limonada, nos sentábamos en el «círculo de la confianza» y escuchábamos a Patrick, que nos contaba por enésima vez la miserable y depresiva historia de su vida: que tuvo cáncer en los huevos y pensaban que se moriría, pero no se murió, y ahora aquí está, todo un adulto en el sótano de una iglesia en la ciudad que ocupa el puesto 137 de la lista de las ciudades más bonitas de Estados Unidos, divorciado, adicto a los videojuegos, casi sin amigos, que a duras penas se gana la vida explotando su pasado cancerígeno, que intenta sacarse poco a poco un máster que no mejorará sus expectativas laborales y que espera, como todos nosotros, que caiga sobre él la espada de Damocles y le proporcione el alivio del que se libró hace muchos años, cuando el cáncer le invadió los cojones, pero le dejó lo que solo un alma muy generosa llamaría vida. ¡Y TAMBIÉN VOSOTROS PODÉIS TENER ESA GRAN SUERTE! Luego nos presentábamos: nombre, edad, diagnóstico y cómo estábamos en ese momento. «Me llamo Hazel —dije cuando me llegó el turno—. Dieciséis años. Al principio tiroides, pero hace mucho hizo metástasis en los pulmones. Y estoy muy bien». Una vez concluido el círculo, Patrick siempre preguntaba si alguien quería compartir algo. Y entonces empezaban las pajas en grupo, y todo el mundo hablaba de pelear, luchar, vencer, retroceder y hacerse escáneres. Para ser justa con Patrick, debo decir que también nos dejaba hablar de la muerte, aunque la mayoría de ellos no estaban muriéndose. La mayoría de ellos llegarían a adultos, como Patrick. (Eso implica que había bastante competitividad, porque todo el mundo quería derrotar no solo el cáncer, sino también a las demás personas de la sala. Ya sé que es absurdo, pero es como cuando te dicen que tienes, pongamos por caso, un veinte por ciento de posibilidades de vivir cinco años. Entonces entran en juego las matemáticas y calculas que es una posibilidad de cada cinco… así que miras a tu alrededor y piensas lo que pensaría cualquier persona sana: «Tengo que durar más que cuatro de estos capullos»). Lo único positivo del grupo de apoyo era Isaac, un chico de cara alargada, flacucho y con el pelo rubio y liso cayéndole sobre un ojo. Y sus ojos eran el problema. Tenía un extraño y poco frecuente cáncer de ojos. De niño le habían extirpado un ojo, y ahora llevaba unas gafas de culo de botella que hacían que sus ojos parecieran inmensos (los dos, el real y el de cristal), como si toda su cara se redujera a ese ojo falso y ese ojo verdadero, que te miraban fijamente. Por lo que pude entender en las raras ocasiones en que Isaac compartió sus experiencias con el grupo, el cáncer se había reproducido y amenazaba de muerte al ojo que le quedaba. Isaac y yo nos comunicábamos casi exclusivamente con la mirada. Cada vez que alguien hablaba de dietas contra el cáncer, de esnifar aleta de tiburón molida o cosas por el estilo, me lanzaba una mirada. Yo movía ligeramente la cabeza y resoplaba a modo de respuesta. El grupo de apoyo era un coñazo, y a las pocas semanas casi tenían que llevarme a rastras. De hecho, el miércoles que conocí a Augustus Waters había hecho todo lo posible por librarme de él mientras veía con mi madre la tercera etapa de un maratón de doce horas de America's Nex Top Model, un reality show de la temporada anterior, sobre chicas que quieren ser modelos, que tengo que admitir que ya había visto, pero me daba igual. Yo: Me niego a ir al grupo de apoyo. Mi madre: Uno de los síntomas de la depresión es no tener interés en nada. Yo: Déjame ver el reality, por favor. Es hacer algo. Mi madre: Ver la televisión no es hacer algo. Yo: Uf, mamá, por favor. Mi madre: Hazel, eres una adolescente. Ya no eres una niña pequeña. Tienes que hacer amigos, salir de casa y vivir tu vida. Yo: Si quieres que sea una adolescente, no me mandes al grupo de apoyo. Cómprame un DNI falso para que pueda ir a la disco, beber vodka y fumar porros. Mi madre: Para empezar, tú no fumas porros. Yo: Mira, eso lo sabría si me consiguieras un DNI falso. Mi madre: Vas a ir al grupo de apoyo. Yo: UFFFFFFFFFFFF. Mi madre: Hazel, te mereces una vida. Me callé, aunque no llegaba a entender qué tenía que ver ir al grupo de apoyo con la vida. Aun así, acepté ir después de negociar mi derecho a grabar los episodios del reality que iba a perderme. Fui al grupo de apoyo por la misma razón por la que hacía tiempo había permitido que enfermeras que solo habían estudiado un año y medio para sacarse el título me envenenaran con productos químicos de nombres exóticos: quería que mis padres estuvieran contentos. Solo hay una cosa en el mundo más jodida que tener cáncer a los dieciséis años, y es tener un hijo con cáncer. Mi madre se paró en doble fila detrás de la iglesia a las 16.56. Fingí trastear un segundo con mi bombona de oxígeno solo para perder tiempo. —¿Quieres que te lo ponga? —No, está bien —contesté. La bombona verde pesaba poco, y tenía un carrito de metal para arrastrarla. Me lanzaba dos litros de oxígeno por minuto a través de una cánula, un tubo transparente que se dividía en dos a la altura del cuello, me rodeaba las orejas y se introducía en mis fosas nasales. Necesitaba ese artilugio porque mis pulmones pasaban olímpicamente de ser pulmones. —Te quiero —me dijo mi madre cuando salí del coche. —Y yo a ti, mamá. Nos vemos a las seis. —¡Haz amigos! —exclamó por la ventanilla mientras me alejaba. No quise coger el ascensor porque en el grupo de apoyo coger el ascensor significa que estás en las últimas, así que bajé por la escalera. Cogí una galleta, me llené un vaso de plástico de limonada y me di la vuelta. Un chico me miraba fijamente. Estaba segura de que no lo había visto antes. Como era alto y musculoso, la silla escolar de plástico en la que estaba sentado parecía de juguete. Tenía el pelo de color caoba, liso y corto. Parecía de mi edad, quizá un año más, y había pegado el trasero al fondo de la silla, en una postura lamentable, con una mano medio metida en un bolsillo de sus vaqueros oscuros. Miré hacia otro lado, porque de pronto fui consciente de que iba hecha una pena. Llevaba unos vaqueros viejos que alguna vez habían sido ajustados, pero que ahora me colgaban por todas partes, y una camiseta amarilla de un grupo de música que ya no me gustaba. En cuanto al pelo, lo llevaba cortado a lo paje, y ni siquiera me había molestado en cepillármelo. Además tenía los mofletes ridículamente inflados, como una ardilla, un efecto colateral del tratamiento. Parecía una persona de proporciones normales con un globo por cabeza. Eso por no hablar de los tobillos hinchados. Pero le lancé una mirada rápida y vi que sus ojos seguían clavados en mí. Me pregunté por qué la gente lo llamaba «contacto» visual. Me dirigí al corro y me senté al lado de Isaac, a dos sillas de distancia del chico. Volví a echar un vistazo, y seguía mirándome. Os digo una cosa: estaba buenísimo. Si un chico que no está bueno te mira de arriba abajo, en el mejor de los casos te sientes incómoda, y, en el peor, te sientes agredida. Pero un chico que está bueno… en fin. Saqué el móvil y pulsé una tecla para ver la hora: las 16.59. El corro se completó con los infelices adolescentes de doce a dieciocho años, y entonces Patrick empezó la oración de la serenidad: «Dios, concédeme serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, valor para cambiar las que puedo cambiar y sabiduría para entender la diferencia». El chico seguía mirándome. Sentí que me ruborizaba. Al final decidí que la mejor estrategia era mirarlo yo a él. Al fin y al cabo, los chicos no tienen el monopolio de las miradas. Así que lo observé detenidamente mientras Patrick comentaba por enésima vez que era impotente, etcétera, y enseguida la cosa se convirtió en una competición de miradas. Al rato el chico sonrió y desvió por fin sus ojos azules. Cuando volvió a mirarme, alcé las cejas para darle a entender que yo había ganado. El chico encogió los hombros. Patrick siguió hasta que por fin llegó el momento de las presentaciones. —Isaac, quizá te gustaría empezar hoy. Sé que estás pasando por un momento difícil. —Sí —contestó Isaac—. Me llamo Isaac y tengo diecisiete años. Parece que tienen que operarme dentro de dos semanas. Después de la operación me quedaré ciego. No me quejo ni nada de eso, porque sé que muchos de vosotros estáis peor, pero, bueno, en fin, ser ciego es una mierda. Aunque mi novia me ayuda, y amigos como Augustus. Señaló con la cabeza al chico, que ahora tenía nombre. —En fin —continuó diciendo Isaac mirándose las manos, con las que había formado una especie de tipi—, no hay nada que hacer. —Puedes contar con nosotros, Isaac —dijo Patrick—. Vamos a decírselo a Isaac, chicos. Y hablamos todos a la vez: —Puedes contar con nosotros, Isaac. El siguiente fue Michael, de doce años. Tenía leucemia. Siempre había tenido leucemia. Estaba bien. (O eso dijo, aunque había cogido el ascensor). Linda tenía dieciséis años y era lo bastante guapa para ser objeto de las miradas del tío bueno. Era una asidua con un cáncer de apéndice que había remitido hacía mucho tiempo. Yo ni siquiera sabía que el cáncer de apéndice existía hasta que la oí nombrarlo. Dijo —como había dicho todas las veces en que yo había ido al grupo del apoyo— que se sentía fuerte, y a mí, con aquellas protuberancias que expulsaban oxígeno y me hacían cosquillas en la nariz, me pareció una chulería. Intervinieron otros cinco chicos antes de que le tocara a él. Cuando le llegó su turno, sonrió ligeramente. Tenía una voz grave, ardiente y terriblemente sexy: —Me llamo Augustus Waters. Tengo diecisiete años. Hace un año y medio me diagnosticaron un osteosarcoma, pero estoy aquí solo porque Isaac me lo ha pedido. —¿Y cómo estás? —le preguntó Patrick. —Muy bien. —Esbozó una sonrisa torcida—. Estoy en una montaña rusa que no hace más que subir, amigo mío. Cuando me llegó el turno, dije: —Me llamo Hazel y tengo dieciséis años. Cáncer de tiroides que ha pasado a los pulmones. Estoy bien. La hora pasó enseguida. Se contaron peleas, batallas ganadas en guerras que sin duda se perderían. Se aferraban a la esperanza. Se habló de la familia, tanto bien como mal. Estaban todos de acuerdo en que los amigos no lo entendían. Se derramaron lágrimas y se recibió consuelo. Ni Augustus Waters ni yo volvimos a hablar hasta que Patrick dijo: —Augustus, quizá te gustaría compartir tus miedos con el grupo. —¿Mis miedos? —Sí. —Me da miedo el olvido. —Habló sin pensárselo un segundo—. Lo temo como el ciego al que le da miedo la oscuridad. —No te adelantes —intervino Isaac esbozando una media sonrisa. —¿He sido poco delicado? —preguntó Augustus—. Puedo ser bastante ciego con los sentimientos de los demás. Isaac se reía, pero Patrick levantó un dedo amonestador: —Augustus, por favor, sigamos contigo y con tu lucha. ¿Has dicho que te da miedo el olvido? —Sí, eso he dicho —contestó Augustus. Patrick parecía perdido. —Bueno, ¿alguien quiere hablar de este tema? Yo había dejado el instituto hacía tres años. Mis padres eran mis dos mejores amigos. Mi tercer mejor amigo era un escritor que no sabía que yo existía. Era una persona bastante tímida, de las que no levantan la mano. Pero por una vez decidí hablar. Levanté ligeramente la mano. —¡Hazel! —exclamó de inmediato Patrick con evidente alegría. Estoy segura de que pensó que estaba empezando a abrirme y a formar parte del grupo. Miré a Augustus Waters, que me devolvió la mirada. Sus ojos eran tan azules que casi podías verte en ellos. —Llegará un día en que todos nosotros estaremos muertos —dije—. Todos nosotros. Llegará un día en que no quedará un ser humano que recuerde que alguna vez existió alguien o que alguna vez nuestra especie hizo algo. No quedará nadie que recuerde a Aristóteles o a Cleopatra, por no hablar de vosotros. Todo lo que hemos hecho, construido, escrito, pensado y descubierto será olvidado, y todo esto —continué, señalando a mi alrededor— habrá existido para nada. Quizá ese día llegue pronto o quizá tarde millones de años, pero, aunque sobrevivamos al desmoronamiento del sol, no sobreviviremos para siempre. Hubo tiempo antes de que los organismos tuvieran conciencia de sí mismos, y habrá tiempo después. Y si te preocupa que sea inevitable que el hombre caiga en el olvido, te aconsejo que ni lo pienses. Dios sabe que es lo que hace todo el mundo. Aprendí estas cosas de mi anteriormente mencionado tercer mejor amigo, Peter van Houten, el solitario autor de Un dolor imperial, el libro que yo consideraba la Biblia. Peter van Houten era la única persona con la que había tropezado que: a) parecía entender qué es estar muriéndose, y b) no se había muerto. Cuando acabé, la sala se quedó bastante rato en silencio. Observé una amplia sonrisa en la cara de Augustus, no la medio sonrisita torcida del chico que pretendía ser sexy mientras me miraba fijamente, sino su sonrisa de verdad, demasiado grande para su cara. —Joder —dijo Augustus en voz baja—, qué tía más rara. Ninguno de los dos volvimos a decir nada hasta que terminó la reunión. Al final tuvimos que cogernos todos de las manos, y Patrick empezó otra oración. —Señor Jesucristo, nos hemos reunido en Tu corazón, literalmente en Tu corazón, como supervivientes del cáncer. Tú y solo Tú nos conoces como nos conocemos a nosotros mismos. Guíanos hacia la vida y la luz en nuestra dura prueba. Te rogamos por los ojos de Isaac, por la sangre de Michael y Jamie, por los huesos de Augustus, por los pulmones de Hazel y por la garganta de James. Te rogamos que nos cures y que podamos sentir Tu amor y Tu paz, que rebasa toda comprensión. Y no olvidamos a los queridos compañeros que se marcharon contigo: Maria, Kade, Joseph, Haley, Abigail, Angelina, Taylor, Gabriel… La lista era larga. El mundo está lleno de muertos. Y mientras Patrick siguió con su cantinela, leyendo la lista de una hoja de papel, porque era demasiado larga para que se la supiera de memoria, mantuve los ojos cerrados e intenté centrarme en la oración, pero sobre todo imaginaba el día en que mi nombre pasara a formar parte de esa lista, al final de todo, cuando ya todo el mundo hubiera dejado de escuchar. Cuando Patrick acabó, pronunciamos todos juntos un estúpido mantra. —HOY ES EL MEJOR DÍA DE NUESTRA VIDA— y se dio por finalizada la sesión. Augustus Waters se levantó de la silla y vino hacia mí. Sus andares eran tan torcidos como su sonrisa. Era mucho más alto que yo, pero se quedó a cierta distancia de mí, así que no tuve que estirar el cuello para mirarlo a los ojos. —¿Cómo te llamas? —me preguntó. —Hazel. —Me refiero a tu nombre completo. —Ah… Hazel Grace Lancaster. Estaba a punto de decirme algo cuando Isaac se acercó. —Espera —añadió Augustus levantando un dedo, y se volvió hacia Isaac—. Ha sido mucho peor de lo que decías. —Te dije que era una pena. —¿Por qué pierdes el tiempo en estas cosas? —No lo sé. Quizá ayuda. Augustus se acercó a su amigo creyendo que yo no lo oiría. —¿Esta chica suele venir? No oí el comentario de Isaac, pero Augustus le contestó: —Se lo diré. Sujetó a Isaac por los hombros y se separó un poco de él: —Cuéntale a Hazel lo de la clínica. Isaac apoyó una mano en la mesa de la merienda y dirigió a mí su enorme ojo. —Vale. Pues que he ido a la clínica esta mañana y le he dicho a mi cirujano que prefería quedarme sordo a ciego. Y él me ha dicho: «Las cosas no funcionan así». Y yo: «Ya, ya entiendo que no funcionan así. Lo único que digo es que preferiría quedarme sordo a ciego si pudiera elegir, pero ya sé que no puedo». Y él me ha dicho: «Bueno, la buena noticia es que no vas a quedarte sordo». Y yo le he soltado: «Gracias por explicarme que mi cáncer de ojos no va a dejarme sordo. Ya veo que tengo la inmensa suerte de que una gran eminencia como usted se digne a operarme». —Parece un ganador —le dije—. Voy a intentar pillar un cáncer de ojos para poder conocer a ese tipo. —Te deseo suerte. Bueno, tengo que irme. Monica está esperándome. Voy a mirarla mucho mientras pueda. —¿Contrainsurgencia mañana? —preguntó Augustus. —Por supuesto. Isaac se giró y subió corriendo la escalera, de dos en dos. Augustus Waters se volvió hacia mí. —Literalmente —me dijo. —¿Literalmente? —le pregunté. —Estamos literalmente en el corazón de Jesús —añadió—. Pensaba que estábamos en el sótano de una iglesia, pero estamos literalmente en el corazón de Jesús. —Alguien debería informar a Jesús —le comenté—. Vaya, puede ser peligroso almacenar en el corazón a niños con cáncer. —Se lo diría yo mismo —dijo Augustus—, pero por desgracia estoy literalmente encerrado dentro de Su corazón, así que no podrá oírme. Me reí, y él sacudió la cabeza sin dejar de mirarme. —¿Qué pasa? —le pregunté. —Nada —me contestó. —¿Por qué me miras así? Augustus esbozó una media sonrisa. —Porque eres guapa. Me gusta mirar a las personas guapas, y hace un tiempo decidí no privarme de los sencillos placeres de la vida. Se quedó un momento en un incómodo silencio. —Bueno —siguió diciendo—, sobre todo teniendo en cuenta que, como bien has comentado, todo esto acabará en el olvido. Me reí, o suspiré, o lancé una especie de bufido parecido a la tos. —No soy gua… —empecé a decir. —Te pareces a Natalie Portman, a la Natalie Portman de V de vendetta. —No la he visto —le dije. —¿En serio? —me preguntó—. A una preciosa chica de pelo corto no le gusta la autoridad y no puede evitar enamorarse de un chico que sabe que es problemático. Hasta aquí, parece tu biografía. Estaba claro que estaba ligando. Y la verdad es que me volvía loca. Ni siquiera sabía que los chicos podían volverme loca, quiero decir en la vida real. Una chica más joven pasó por nuestro lado. —¿Qué tal, Alisa? —le preguntó. —Hola, Augustus —le contestó la chica sonriendo. —Del Memorial —me explicó. El Memorial era el gran hospital universitario. —¿Adónde vas tú? —me preguntó. —Al Infantil —le contesté en voz más baja de lo que pretendía. Asintió. La conversación parecía haber terminado. —Bueno —añadí señalando ligeramente con la cabeza los escalones que nos conducían literalmente al exterior del corazón de Jesús. Incliné el carrito para que se apoyara en las ruedas y empecé a andar. Él cojeó a mi lado. —Nos vemos el próximo día, ¿no? —le pregunté. —Tienes que verla. V de vendetta, digo. —Vale —le contesté—. La buscaré. —No. Conmigo. En mi casa —me dijo—. Ahora. Me detuve. —Casi no te conozco, Augustus Waters. Podrías ser un asesino en serie. Augustus asintió. —Tienes razón, Hazel Grace. Siguió andando y me dejó atrás. El jersey verde le ceñía los hombros. Caminaba con la espalda recta y se inclinaba ligeramente hacia la derecha mientras avanzaba con paso firme y seguro sobre lo que supuse que era una pierna ortopédica. Algunas veces el osteosarcoma se lleva una de tus extremidades para probarte. Si le gustas, se lleva el resto. Lo seguí escaleras arriba, pero como subía despacio, porque a mis pulmones no se les daban bien las escaleras, iba quedándome atrás. Llegamos al parking, fuera ya del corazón de Jesús. La brisa primaveral era algo fresca, y la luz del atardecer, de una delicadeza divina. Mi madre todavía no había llegado, y era raro, porque casi siempre estaba esperándome cuando salía. Miré alrededor y vi que una chica morena, alta y con curvas había arrastrado a Isaac contra la pared de piedra de la iglesia y lo besaba apasionadamente. Estaban tan cerca que oía los extraños sonidos de sus lenguas pegadas, y a Isaac diciéndole «Siempre», y a la chica repondiéndole «Siempre». De pronto Augustus se detuvo a mi lado. —Son muy aficionados a pegarse el lote en plena calle —murmuró. —¿Qué es eso de «siempre»? El ruido de lametones aumentó de volumen. —«Siempre» es su rollo. Siempre se querrán y esas cosas. Calculo que se habrán mandado la palabra «siempre» por SMS unos cuatro millones de veces en el último año, y me quedo corto. Llegaron otros dos coches, que se llevaron a Michael y a Alisa. Ahora Augustus y yo estábamos solos, observando a Isaac y a Monica, que se embalaban como si no estuvieran apoyados en un lugar de culto. Isaac aferró con las dos manos las tetas de Monica, por encima de la blusa, y las sobó moviendo los dedos alrededor. Me preguntaba si era agradable. No lo parecía, pero decidí perdonar a Isaac porque estaba quedándose ciego. Ya se sabe que los sentidos tienen que pegarse un festín mientras todavía tienen hambre. —Imagínate la última vez que vas al hospital —le dije en voz baja—. La última vez que vas a conducir un coche. —Estás cortándome el rollo, Hazel Grace —contestó Augustus sin mirarme—. Estoy intentando contemplar el amor juvenil en todo su torpe esplendor. —Creo que está haciéndole daño en las tetas —le comenté. —Sí, es difícil determinar si está excitándola o haciéndole una revisión de mamas. Augustus Waters se metió la mano en un bolsillo y sacó un paquete de cigarrillos, nada menos. Lo abrió y se colocó un cigarrillo entre los labios. —¿Estás loco? —le pregunté—. ¿Te crees muy enrollado? Vaya, ya has mandado la historia a la mierda. —¿Qué historia? —me preguntó volviéndose hacia mí muy serio. El cigarrillo, sin encender, colgaba de la comisura de sus labios. —La historia de un chico que no es feo, ni tonto, ni parece tener nada malo, que me mira, me señala usos incorrectos de la literalidad, me compara con una actriz y me pide que vaya a ver una película a su casa. Pero, claro, siempre tiene que haber una hamartía, joder, y la tuya es que, aunque TIENES UN PUTO CÁNCER, das dinero a una empresa a cambio de la posibilidad de tener MÁS CÁNCER, joder. Te aseguro que no poder respirar es una PUTA MIERDA. Totalmente frustrante. Totalmente. —¿Una hamartía? —me preguntó. El cigarrillo, todavía entre sus labios, le tensaba la mandíbula. Desgraciadamente, tenía una mandíbula preciosa. —Un error fatal —le aclaré apartándome de él. Me dirigí hacia el bordillo de la acera y dejé a Augustus detrás de mí. En ese momento oí que un coche arrancaba al final de la calle. Era mi madre. Fijo que había estado esperando a que hiciera amigos. Sentía crecer en mí una extraña mezcla de decepción y cabreo. La verdad es que ni siquiera sabía lo que sentía, solo que era muy fuerte, y quería dar un guantazo a Augustus Waters y también cambiarme los pulmones por otros que no pasaran olímpicamente de ser pulmones. Estaba en el bordillo de la acera con mis Converse, los grilletes en forma de bombona de oxígeno en el carrito, a mi lado, y en cuanto mi madre se acercó, sentí que me cogían de la mano. Me solté, pero me giré hacia él. —Los cigarrillos no te matan si no los enciendes —me dijo mientras mi madre se acercaba al bordillo—. Y nunca he encendido ninguno. Mira, es una metáfora: te colocas el arma asesina entre los dientes, pero no le concedes el poder de matarte. —Una metáfora —añadí dudando. Mi madre estaba ya esperándome. —Una metáfora —me repitió. —Decides lo que haces en función de su connotación metafórica… —le contesté. —Por supuesto —me contestó con una sonrisa de tonto, de oreja a oreja —. Soy un gran aficionado a las metáforas, Hazel Grace. Me giré hacia el coche y di unos golpecitos en la ventanilla, hasta que bajó. —Voy a ver una peli con Augustus Waters —le dije a mi madre—. Grábame los siguientes capítulos del maratón del reality, por favor.


Capítulo 1 Chapter 1 Chapitre 1

A finales del invierno de mi decimoséptimo año de vida, mi madre llegó a la conclusión de que estaba deprimida, seguramente porque apenas salía de casa, pasaba mucho tiempo en la cama, leía el mismo libro una y otra vez, casi nunca comía y dedicaba buena parte de mi abundante tiempo libre a pensar en la muerte. In the late winter of my seventeenth year, my mother came to the conclusion that I was depressed, probably because I rarely left the house, spent a lot of time in bed, read the same book over and over again, rarely ate, and spent much of my abundant free time to think about death. À la fin de l'hiver de ma dix-septième année de vie, ma mère a conclu que j'étais déprimé, probablement parce que je quittais rarement la maison, que je passais beaucoup de temps au lit, que je lisais le même livre encore et encore, que je mangeais rarement et que je dépensais beaucoup de mon abondant temps libre pour penser à la mort. Cuando leemos un folleto sobre el cáncer, una página web o lo que sea, vemos que sistemáticamente incluyen la depresión entre los efectos colaterales del cáncer. When we read a cancer brochure, website, or whatever, we see that depression is consistently listed as one of the side effects of cancer. Lorsque nous lisons une brochure sur le cancer, un site Web ou quoi que ce soit d'autre, nous constatons que la dépression est systématiquement répertoriée comme l'un des effets secondaires du cancer. Pero en realidad la depresión no es un efecto colateral del cáncer. But actually depression is not a side effect of cancer. La depresión es un efecto colateral de estar muriéndose. Depression is a side effect of dying. La dépression est un effet secondaire de la mort. (El cáncer también es un efecto colateral de estar muriéndose. (Cancer is also a side effect of dying. La verdad es que casi todo lo es). The truth is that almost everything is.) Aunque mi madre creía que debía someterme a un tratamiento, así que me llevó a mi médico de cabecera, el doctor Jim, que estuvo de acuerdo en que estaba hundida en una depresión total y paralizante, que había que cambiarme la medicación y que además debía asistir todas las semanas a un grupo de apoyo. Although my mother believed that I should undergo treatment, so she took me to my GP, Dr. Jim, who agreed that I was in total crippling depression, that my medication needed to be changed, and that I should also attend a support group every week. Bien que ma mère ait cru que je devais suivre un traitement, elle m'a emmenée chez mon médecin généraliste, le Dr Jim, qui a convenu que j'étais dans une dépression totale et invalidante, que mes médicaments devaient être changés et que je devais également participer à un groupe de soutien. toutes les semaines. El grupo de apoyo ponía en escena un elenco cambiante de personajes en diversos estadios de enfermedad tumoral. The support group staged a changing cast of characters in various stages of tumor disease. Le groupe de soutien a mis en scène une distribution changeante de personnages à divers stades de la maladie tumorale. ¿Por qué el elenco era cambiante? Why was the cast changeable? Pourquoi le casting a-t-il changé ? Un efecto colateral de estar muriéndose. A side effect of dying. El grupo de apoyo era de lo más deprimente, por supuesto. The support group was most depressing, of course. Se reunía cada miércoles en el sótano de una iglesia episcopal de piedra con forma de cruz. It met every Wednesday in the basement of a cross-shaped stone Episcopal church. Nos sentábamos en corro justo en medio de la cruz, donde se habrían unido las dos tablas de madera, donde habría estado el corazón de Jesús. We sat in a circle right in the middle of the cross, where the two wooden boards would have met, where the heart of Jesus would have been. Nous nous sommes assis en cercle en plein milieu de la croix, là où les deux planches de bois se seraient rencontrées, là où se serait trouvé le cœur de Jésus. Me di cuenta porque Patrick, el líder del grupo de apoyo y la única persona en la sala que tenía más de dieciocho años, hablaba sobre el corazón de Jesús en cada puñetera reunión, y decía que nosotros, como jóvenes supervivientes del cáncer, nos sentábamos justo en el sagrado corazón de Cristo, y todo ese rollo. I could tell because Patrick, the support group leader and the only person in the room who was over eighteen, talked about the heart of Jesus at every fucking meeting, saying that we as young cancer survivors sat right in the sacred heart of Christ, and all that stuff. En el corazón de Dios las cosas funcionaban así: los seis, o siete, o diez chicos que formábamos el grupo entrábamos a pie o en silla de ruedas, echábamos mano a un decrépito surtido de galletas y limonada, nos sentábamos en el «círculo de la confianza» y escuchábamos a Patrick, que nos contaba por enésima vez la miserable y depresiva historia de su vida: que tuvo cáncer en los huevos y pensaban que se moriría, pero no se murió, y ahora aquí está, todo un adulto en el sótano de una iglesia en la ciudad que ocupa el puesto 137 de la lista de las ciudades más bonitas de Estados Unidos, divorciado, adicto a los videojuegos, casi sin amigos, que a duras penas se gana la vida explotando su pasado cancerígeno, que intenta sacarse poco a poco un máster que no mejorará sus expectativas laborales y que espera, como todos nosotros, que caiga sobre él la espada de Damocles y le proporcione el alivio del que se libró hace muchos años, cuando el cáncer le invadió los cojones, pero le dejó lo que solo un alma muy generosa llamaría vida. In God's heart it worked like this: the six, or seven, or ten kids in the group would walk or wheel-chair in, grab a decrepit assortment of cookies and lemonade, sit in the "circle of confidence" and we listened to Patrick, who told us for the umpteenth time the miserable and depressing story of his life: that he had cancer in his balls and they thought he would die, but he didn't, and now here he is, all grown up in the church basement in the city that ranks 137th on the list of the most beautiful cities in the United States, divorced, addicted to video games, almost without friends, who eke out a living by exploiting his cancerous past, who tries to gradually getting a master's degree that will not improve his job prospects and that he hopes, like all of us, that the sword of Damocles will fall on him and give him the relief he got rid of many years ago, when cancer invaded his balls, but left him what he is what a very generous soul would call life. ¡Y TAMBIÉN VOSOTROS PODÉIS TENER ESA GRAN SUERTE! AND ALSO YOU CAN HAVE THAT GREAT LUCK! Luego nos presentábamos: nombre, edad, diagnóstico y cómo estábamos en ese momento. Then we introduced ourselves: name, age, diagnosis and how we were at that moment. «Me llamo Hazel —dije cuando me llegó el turno—. "My name is Hazel," I said when it was my turn. Dieciséis años. Al principio tiroides, pero hace mucho hizo metástasis en los pulmones. Thyroid at first, but long ago metastasized to the lungs. Y estoy muy bien». And I'm fine". Una vez concluido el círculo, Patrick siempre preguntaba si alguien quería compartir algo. After the circle was over, Patrick would always ask if anyone wanted to share anything. Y entonces empezaban las pajas en grupo, y todo el mundo hablaba de pelear, luchar, vencer, retroceder y hacerse escáneres. And then the gangbangs would start, and everyone would talk about fighting, fighting, winning, backing off, and getting scans. Para ser justa con Patrick, debo decir que también nos dejaba hablar de la muerte, aunque la mayoría de ellos no estaban muriéndose. To be fair to Patrick, I have to say that he also let us talk about death, even though most of them weren't dying. La mayoría de ellos llegarían a adultos, como Patrick. Most of them would grow to adults, like Patrick. (Eso implica que había bastante competitividad, porque todo el mundo quería derrotar no solo el cáncer, sino también a las demás personas de la sala. (That means there was quite a bit of competition, because everyone wanted to beat not only the cancer, but also everyone else in the room. Ya sé que es absurdo, pero es como cuando te dicen que tienes, pongamos por caso, un veinte por ciento de posibilidades de vivir cinco años. I know it's absurd, but it's like when they tell you that you have, say, a twenty percent chance of living five years. Entonces entran en juego las matemáticas y calculas que es una posibilidad de cada cinco… así que miras a tu alrededor y piensas lo que pensaría cualquier persona sana: «Tengo que durar más que cuatro de estos capullos»). Then the math kicks in and you figure it's a one in five chance... so you look around and think what any sane person would think: "I've got to outlast four of these assholes"). Lo único positivo del grupo de apoyo era Isaac, un chico de cara alargada, flacucho y con el pelo rubio y liso cayéndole sobre un ojo. The only positive thing about the support group was Isaac, a long-faced, skinny boy with straight blond hair falling over one eye. Y sus ojos eran el problema. And his eyes were the problem. Tenía un extraño y poco frecuente cáncer de ojos. He had a rare and rare eye cancer. De niño le habían extirpado un ojo, y ahora llevaba unas gafas de culo de botella que hacían que sus ojos parecieran inmensos (los dos, el real y el de cristal), como si toda su cara se redujera a ese ojo falso y ese ojo verdadero, que te miraban fijamente. As a child he had had one eye removed, and now he wore bottle-bottomed glasses that made his eyes seem huge (both real and glass), as if his whole face was reduced to that fake eye and that fake eye. true, they were staring at you. Por lo que pude entender en las raras ocasiones en que Isaac compartió sus experiencias con el grupo, el cáncer se había reproducido y amenazaba de muerte al ojo que le quedaba. From what I could gather on the rare occasions that Isaac shared his experiences with the group, the cancer had recurred and was threatening his remaining eye. Isaac y yo nos comunicábamos casi exclusivamente con la mirada. Isaac and I communicated almost exclusively with our eyes. Cada vez que alguien hablaba de dietas contra el cáncer, de esnifar aleta de tiburón molida o cosas por el estilo, me lanzaba una mirada. Every time someone talked about cancer diets or sniffing ground up shark fin or anything like that, I'd give myself a look. Yo movía ligeramente la cabeza y resoplaba a modo de respuesta. I shook my head slightly and snorted in response. El grupo de apoyo era un coñazo, y a las pocas semanas casi tenían que llevarme a rastras. The support group was a pain in the ass, and within a few weeks I almost had to be dragged away. De hecho, el miércoles que conocí a Augustus Waters había hecho todo lo posible por librarme de él mientras veía con mi madre la tercera etapa de un maratón de doce horas de America's Nex Top Model, un reality show de la temporada anterior, sobre chicas que quieren ser modelos, que tengo que admitir que ya había visto, pero me daba igual. In fact, the Wednesday I met Augustus Waters, I had done my best to get rid of him while watching with my mother the third leg of a twelve-hour marathon of America's Nex Top Model, a reality show from the previous season, about girls who they want to be models, which I have to admit I had already seen, but I didn't care. Yo: Me niego a ir al grupo de apoyo. Me: I refuse to go to the support group. Mi madre: Uno de los síntomas de la depresión es no tener interés en nada. Yo: Déjame ver el reality, por favor. Me: Let me watch the reality show, please. Es hacer algo. It is doing something. Mi madre: Ver la televisión no es hacer algo. Yo: Uf, mamá, por favor. Mi madre: Hazel, eres una adolescente. Ya no eres una niña pequeña. You are no longer a little girl. Tienes que hacer amigos, salir de casa y vivir tu vida. You have to make friends, get out of the house and live your life. Yo: Si quieres que sea una adolescente, no me mandes al grupo de apoyo. Me: If you want me to be a teenager, don't send me to the support group. Cómprame un DNI falso para que pueda ir a la disco, beber vodka y fumar porros. Buy me a fake ID so I can go to the club, drink vodka and smoke joints. Mi madre: Para empezar, tú no fumas porros. My mother: For starters, you don't smoke joints. Yo: Mira, eso lo sabría si me consiguieras un DNI falso. Me: Look, I would know that if you could get me a fake ID. Mi madre: Vas a ir al grupo de apoyo. My mother: You are going to the support group. Yo: UFFFFFFFFFFFF. Mi madre: Hazel, te mereces una vida. My mother: Hazel, you deserve a life. Me callé, aunque no llegaba a entender qué tenía que ver ir al grupo de apoyo con la vida. I kept quiet, even though I couldn't understand what going to the support group had to do with life. Aun así, acepté ir después de negociar mi derecho a grabar los episodios del reality que iba a perderme. Still, I agreed to go after negotiating my right to record the reality show episodes I was going to miss. Fui al grupo de apoyo por la misma razón por la que hacía tiempo había permitido que enfermeras que solo habían estudiado un año y medio para sacarse el título me envenenaran con productos químicos de nombres exóticos: quería que mis padres estuvieran contentos. I went to the support group for the same reason I had long ago allowed nurses who had only studied for a year and a half to graduate to poison me with chemicals with exotic names: I wanted my parents to be happy. Solo hay una cosa en el mundo más jodida que tener cáncer a los dieciséis años, y es tener un hijo con cáncer. There is only one thing in the world more screwed up than having cancer at sixteen, and that is having a child with cancer. Mi madre se paró en doble fila detrás de la iglesia a las 16.56. My mother stood in a double row behind the church at 4:56 p.m. Fingí trastear un segundo con mi bombona de oxígeno solo para perder tiempo. I pretended to fiddle with my oxygen tank for a second just to kill time. —¿Quieres que te lo ponga? "Do you want me to put it on you?" —No, está bien —contesté. "No, it's fine," I answered. La bombona verde pesaba poco, y tenía un carrito de metal para arrastrarla. The green cylinder weighed little, and had a metal cart to drag it. Me lanzaba dos litros de oxígeno por minuto a través de una cánula, un tubo transparente que se dividía en dos a la altura del cuello, me rodeaba las orejas y se introducía en mis fosas nasales. He pumped two liters of oxygen into me a minute through a cannula, a clear tube that split in two at my neck, went around my ears, and into my nostrils. Necesitaba ese artilugio porque mis pulmones pasaban olímpicamente de ser pulmones. I needed that contraption because my lungs went from being lungs Olympian. —Te quiero —me dijo mi madre cuando salí del coche. "I love you," my mother told me when I got out of the car. —Y yo a ti, mamá. Nos vemos a las seis. See you at six o'clock. —¡Haz amigos! -Make friends! —exclamó por la ventanilla mientras me alejaba. he yelled out the window as I walked away. No quise coger el ascensor porque en el grupo de apoyo coger el ascensor significa que estás en las últimas, así que bajé por la escalera. I didn't want to take the elevator because in support group taking the elevator means you're on your last legs, so I went downstairs. Cogí una galleta, me llené un vaso de plástico de limonada y me di la vuelta. I grabbed a cookie, filled a Styrofoam cup with lemonade, and turned around. Un chico me miraba fijamente. A boy was staring at me. Estaba segura de que no lo había visto antes. She was sure she hadn't seen him before. Como era alto y musculoso, la silla escolar de plástico en la que estaba sentado parecía de juguete. Because he was tall and muscular, the plastic school chair he was sitting on looked like a toy. Tenía el pelo de color caoba, liso y corto. Parecía de mi edad, quizá un año más, y había pegado el trasero al fondo de la silla, en una postura lamentable, con una mano medio metida en un bolsillo de sus vaqueros oscuros. He looked about my age, maybe a year older, and had his butt flat against the back of the chair in a pitiful posture, one hand half in the pocket of his dark jeans. Miré hacia otro lado, porque de pronto fui consciente de que iba hecha una pena. I looked the other way, because I was suddenly aware that I was in disgrace. Llevaba unos vaqueros viejos que alguna vez habían sido ajustados, pero que ahora me colgaban por todas partes, y una camiseta amarilla de un grupo de música que ya no me gustaba. I was wearing old jeans that had once been tight but now hung everywhere, and a yellow T-shirt from a band I no longer liked. En cuanto al pelo, lo llevaba cortado a lo paje, y ni siquiera me había molestado en cepillármelo. As for my hair, it was cut short, and I hadn't even bothered to brush it. Además tenía los mofletes ridículamente inflados, como una ardilla, un efecto colateral del tratamiento. Parecía una persona de proporciones normales con un globo por cabeza. Eso por no hablar de los tobillos hinchados. That's not to mention the swollen ankles. Pero le lancé una mirada rápida y vi que sus ojos seguían clavados en mí. But I gave him a quick glance and saw that his eyes were still on me. Me pregunté por qué la gente lo llamaba «contacto» visual. I wondered why people called it eye contact. Me dirigí al corro y me senté al lado de Isaac, a dos sillas de distancia del chico. I went to the circle and sat next to Isaac, two seats away from the boy. Volví a echar un vistazo, y seguía mirándome. I glanced back, and he was still looking at me. Os digo una cosa: estaba buenísimo. I'll tell you one thing: it was great. Si un chico que no está bueno te mira de arriba abajo, en el mejor de los casos te sientes incómoda, y, en el peor, te sientes agredida. If a guy who isn't hot looks you up and down, you feel uncomfortable at best, and assaulted at worst. Pero un chico que está bueno… en fin. But a boy who is hot… well. Saqué el móvil y pulsé una tecla para ver la hora: las 16.59. El corro se completó con los infelices adolescentes de doce a dieciocho años, y entonces Patrick empezó la oración de la serenidad: «Dios, concédeme serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, valor para cambiar las que puedo cambiar y sabiduría para entender la diferencia». The circle was completed with the unhappy twelve- to eighteen-year-olds, and then Patrick began the serenity prayer: God, grant me the serenity to accept the things I cannot change, the courage to change the things I can, and the wisdom to understand the truth. difference". El chico seguía mirándome. Sentí que me ruborizaba. I felt myself blush. Al final decidí que la mejor estrategia era mirarlo yo a él. Al fin y al cabo, los chicos no tienen el monopolio de las miradas. After all, guys don't have a monopoly on looks. Así que lo observé detenidamente mientras Patrick comentaba por enésima vez que era impotente, etcétera, y enseguida la cosa se convirtió en una competición de miradas. So I watched him closely as Patrick commented for the umpteenth time on how impotent he was, etc., and it quickly turned into a staring contest. Al rato el chico sonrió y desvió por fin sus ojos azules. After a while the boy smiled and finally averted his blue eyes. Cuando volvió a mirarme, alcé las cejas para darle a entender que yo había ganado. When he looked at me again, I raised my eyebrows to let him know that I had won. El chico encogió los hombros. Patrick siguió hasta que por fin llegó el momento de las presentaciones. Patrick kept going until it was finally time for introductions. —Isaac, quizá te gustaría empezar hoy. Sé que estás pasando por un momento difícil. I know you are going through a difficult time. —Sí —contestó Isaac—. Me llamo Isaac y tengo diecisiete años. Parece que tienen que operarme dentro de dos semanas. Looks like I have to have surgery in two weeks. Después de la operación me quedaré ciego. After the operation I will go blind. No me quejo ni nada de eso, porque sé que muchos de vosotros estáis peor, pero, bueno, en fin, ser ciego es una mierda. I'm not complaining or anything like that, because I know many of you are worse off, but, well, anyway, being blind sucks. Aunque mi novia me ayuda, y amigos como Augustus. Although my girlfriend helps me, and friends like Augustus. Señaló con la cabeza al chico, que ahora tenía nombre. He nodded at the boy, who now had a name. —En fin —continuó diciendo Isaac mirándose las manos, con las que había formado una especie de tipi—, no hay nada que hacer. "Anyway," Isaac continued, looking at his hands, with which he had formed a kind of tipi, "there's nothing to do." —Puedes contar con nosotros, Isaac —dijo Patrick—. "You can count on us, Isaac," Patrick said. Vamos a decírselo a Isaac, chicos. Let's go tell Isaac, guys. Y hablamos todos a la vez: —Puedes contar con nosotros, Isaac. And we all spoke at once: —You can count on us, Isaac. El siguiente fue Michael, de doce años. Tenía leucemia. Siempre había tenido leucemia. I had always had leukemia. Estaba bien. It was good. (O eso dijo, aunque había cogido el ascensor). (Or so he said, although he had taken the elevator.) Linda tenía dieciséis años y era lo bastante guapa para ser objeto de las miradas del tío bueno. Linda was sixteen years old and pretty enough to be the object of the hot guy's gaze. Era una asidua con un cáncer de apéndice que había remitido hacía mucho tiempo. She was a regular with appendix cancer that had long since remitted. Yo ni siquiera sabía que el cáncer de apéndice existía hasta que la oí nombrarlo. I didn't even know appendix cancer existed until I heard her name it. Dijo —como había dicho todas las veces en que yo había ido al grupo del apoyo— que se sentía fuerte, y a mí, con aquellas protuberancias que expulsaban oxígeno y me hacían cosquillas en la nariz, me pareció una chulería. Intervinieron otros cinco chicos antes de que le tocara a él. Cuando le llegó su turno, sonrió ligeramente. Tenía una voz grave, ardiente y terriblemente sexy: —Me llamo Augustus Waters. Tengo diecisiete años. Hace un año y medio me diagnosticaron un osteosarcoma, pero estoy aquí solo porque Isaac me lo ha pedido. —¿Y cómo estás? —le preguntó Patrick. —Muy bien. —Esbozó una sonrisa torcida—. Estoy en una montaña rusa que no hace más que subir, amigo mío. Cuando me llegó el turno, dije: —Me llamo Hazel y tengo dieciséis años. Cáncer de tiroides que ha pasado a los pulmones. Estoy bien. La hora pasó enseguida. Se contaron peleas, batallas ganadas en guerras que sin duda se perderían. Se aferraban a la esperanza. Se habló de la familia, tanto bien como mal. Estaban todos de acuerdo en que los amigos no lo entendían. Se derramaron lágrimas y se recibió consuelo. Ni Augustus Waters ni yo volvimos a hablar hasta que Patrick dijo: —Augustus, quizá te gustaría compartir tus miedos con el grupo. —¿Mis miedos? —Sí. —Me da miedo el olvido. —Habló sin pensárselo un segundo—. Lo temo como el ciego al que le da miedo la oscuridad. —No te adelantes —intervino Isaac esbozando una media sonrisa. —¿He sido poco delicado? —preguntó Augustus—. Puedo ser bastante ciego con los sentimientos de los demás. Isaac se reía, pero Patrick levantó un dedo amonestador: —Augustus, por favor, sigamos contigo y con tu lucha. ¿Has dicho que te da miedo el olvido? —Sí, eso he dicho —contestó Augustus. Patrick parecía perdido. —Bueno, ¿alguien quiere hablar de este tema? Yo había dejado el instituto hacía tres años. Mis padres eran mis dos mejores amigos. Mi tercer mejor amigo era un escritor que no sabía que yo existía. Era una persona bastante tímida, de las que no levantan la mano. Pero por una vez decidí hablar. Levanté ligeramente la mano. —¡Hazel! —exclamó de inmediato Patrick con evidente alegría. Estoy segura de que pensó que estaba empezando a abrirme y a formar parte del grupo. Miré a Augustus Waters, que me devolvió la mirada. Sus ojos eran tan azules que casi podías verte en ellos. —Llegará un día en que todos nosotros estaremos muertos —dije—. Todos nosotros. Llegará un día en que no quedará un ser humano que recuerde que alguna vez existió alguien o que alguna vez nuestra especie hizo algo. No quedará nadie que recuerde a Aristóteles o a Cleopatra, por no hablar de vosotros. Todo lo que hemos hecho, construido, escrito, pensado y descubierto será olvidado, y todo esto —continué, señalando a mi alrededor— habrá existido para nada. Quizá ese día llegue pronto o quizá tarde millones de años, pero, aunque sobrevivamos al desmoronamiento del sol, no sobreviviremos para siempre. Hubo tiempo antes de que los organismos tuvieran conciencia de sí mismos, y habrá tiempo después. Y si te preocupa que sea inevitable que el hombre caiga en el olvido, te aconsejo que ni lo pienses. Dios sabe que es lo que hace todo el mundo. Aprendí estas cosas de mi anteriormente mencionado tercer mejor amigo, Peter van Houten, el solitario autor de Un dolor imperial, el libro que yo consideraba la Biblia. Peter van Houten era la única persona con la que había tropezado que: a) parecía entender qué es estar muriéndose, y b) no se había muerto. Cuando acabé, la sala se quedó bastante rato en silencio. Observé una amplia sonrisa en la cara de Augustus, no la medio sonrisita torcida del chico que pretendía ser sexy mientras me miraba fijamente, sino su sonrisa de verdad, demasiado grande para su cara. —Joder —dijo Augustus en voz baja—, qué tía más rara. Ninguno de los dos volvimos a decir nada hasta que terminó la reunión. Al final tuvimos que cogernos todos de las manos, y Patrick empezó otra oración. 結局、私たちは手を取り合わなければならず、パトリックは別の文章を始めました。 —Señor Jesucristo, nos hemos reunido en Tu corazón, literalmente en Tu corazón, como supervivientes del cáncer. 「主イエス・キリスト、私たちはあなたの心の中に、文字通りあなたの心の中に、がんサバイバーとして集まりました。 Tú y solo Tú nos conoces como nos conocemos a nosotros mismos. 私たちが自分自身を知っているように、あなたとあなただけが私たちを知っています。 Guíanos hacia la vida y la luz en nuestra dura prueba. 試練の中で私たちをいのちと光へと導きます。 Te rogamos por los ojos de Isaac, por la sangre de Michael y Jamie, por los huesos de Augustus, por los pulmones de Hazel y por la garganta de James. アイザックの目、マイケルとジェイミーの血、アウグストゥスの骨、ヘーゼルの肺、ジェームズの喉のために祈ります。 Te rogamos que nos cures y que podamos sentir Tu amor y Tu paz, que rebasa toda comprensión. 私たちを癒してください、そして私たちがあなたの愛とあなたの平和を感じることができるようにお願いします。 Y no olvidamos a los queridos compañeros que se marcharon contigo: Maria, Kade, Joseph, Haley, Abigail, Angelina, Taylor, Gabriel… La lista era larga. そして、私たちはあなたと一緒に去った親愛なる同僚を忘れません: マリア、ケード、ジョセフ、ヘイリー、アビゲイル、アンジェリーナ、テイラー、ガブリエル… リストは長かったです。 El mundo está lleno de muertos. 世界は死に満ちている。 Y mientras Patrick siguió con su cantinela, leyendo la lista de una hoja de papel, porque era demasiado larga para que se la supiera de memoria, mantuve los ojos cerrados e intenté centrarme en la oración, pero sobre todo imaginaba el día en que mi nombre pasara a formar parte de esa lista, al final de todo, cuando ya todo el mundo hubiera dejado de escuchar. パトリックが詠唱を続け、紙に書かれたリストを読んでいる間、彼には長すぎて覚えられなかったので、私は目を閉じて文章に集中しようとしましたが、ほとんどの場合、自分の名前が変わる日を想像しました。そのリストの一部、すべての終わり、誰もが聞くのをやめたとき。 Cuando Patrick acabó, pronunciamos todos juntos un estúpido mantra. パトリックが終わったとき、私たちはみんな一緒に愚かなマントラを話しました. —HOY ES EL MEJOR DÍA DE NUESTRA VIDA— y se dio por finalizada la sesión. —今日は私たちの人生で最高の日です—そしてセッションは終了しました。 Augustus Waters se levantó de la silla y vino hacia mí. オーガスタス・ウォーターズは椅子から立ち上がり、私の方に近づいてきました。 Sus andares eran tan torcidos como su sonrisa. Era mucho más alto que yo, pero se quedó a cierta distancia de mí, así que no tuve que estirar el cuello para mirarlo a los ojos. —¿Cómo te llamas? —me preguntó. —Hazel. —Me refiero a tu nombre completo. —Ah… Hazel Grace Lancaster. Estaba a punto de decirme algo cuando Isaac se acercó. —Espera —añadió Augustus levantando un dedo, y se volvió hacia Isaac—. Ha sido mucho peor de lo que decías. —Te dije que era una pena. —¿Por qué pierdes el tiempo en estas cosas? —No lo sé. Quizá ayuda. Augustus se acercó a su amigo creyendo que yo no lo oiría. —¿Esta chica suele venir? No oí el comentario de Isaac, pero Augustus le contestó: —Se lo diré. Sujetó a Isaac por los hombros y se separó un poco de él: —Cuéntale a Hazel lo de la clínica. Isaac apoyó una mano en la mesa de la merienda y dirigió a mí su enorme ojo. —Vale. Pues que he ido a la clínica esta mañana y le he dicho a mi cirujano que prefería quedarme sordo a ciego. Y él me ha dicho: «Las cosas no funcionan así». Y yo: «Ya, ya entiendo que no funcionan así. Lo único que digo es que preferiría quedarme sordo a ciego si pudiera elegir, pero ya sé que no puedo». Y él me ha dicho: «Bueno, la buena noticia es que no vas a quedarte sordo». Y yo le he soltado: «Gracias por explicarme que mi cáncer de ojos no va a dejarme sordo. Ya veo que tengo la inmensa suerte de que una gran eminencia como usted se digne a operarme». —Parece un ganador —le dije—. Voy a intentar pillar un cáncer de ojos para poder conocer a ese tipo. —Te deseo suerte. Bueno, tengo que irme. Monica está esperándome. Voy a mirarla mucho mientras pueda. —¿Contrainsurgencia mañana? —preguntó Augustus. —Por supuesto. Isaac se giró y subió corriendo la escalera, de dos en dos. Augustus Waters se volvió hacia mí. —Literalmente —me dijo. —¿Literalmente? —le pregunté. —Estamos literalmente en el corazón de Jesús —añadió—. Pensaba que estábamos en el sótano de una iglesia, pero estamos literalmente en el corazón de Jesús. —Alguien debería informar a Jesús —le comenté—. Vaya, puede ser peligroso almacenar en el corazón a niños con cáncer. —Se lo diría yo mismo —dijo Augustus—, pero por desgracia estoy literalmente encerrado dentro de Su corazón, así que no podrá oírme. Me reí, y él sacudió la cabeza sin dejar de mirarme. —¿Qué pasa? —le pregunté. —Nada —me contestó. —¿Por qué me miras así? Augustus esbozó una media sonrisa. —Porque eres guapa. Me gusta mirar a las personas guapas, y hace un tiempo decidí no privarme de los sencillos placeres de la vida. Se quedó un momento en un incómodo silencio. —Bueno —siguió diciendo—, sobre todo teniendo en cuenta que, como bien has comentado, todo esto acabará en el olvido. Me reí, o suspiré, o lancé una especie de bufido parecido a la tos. —No soy gua… —empecé a decir. —Te pareces a Natalie Portman, a la Natalie Portman de V de vendetta. —No la he visto —le dije. —¿En serio? —me preguntó—. A una preciosa chica de pelo corto no le gusta la autoridad y no puede evitar enamorarse de un chico que sabe que es problemático. Hasta aquí, parece tu biografía. Estaba claro que estaba ligando. Y la verdad es que me volvía loca. Ni siquiera sabía que los chicos podían volverme loca, quiero decir en la vida real. Una chica más joven pasó por nuestro lado. —¿Qué tal, Alisa? —le preguntó. —Hola, Augustus —le contestó la chica sonriendo. —Del Memorial —me explicó. El Memorial era el gran hospital universitario. —¿Adónde vas tú? —me preguntó. —Al Infantil —le contesté en voz más baja de lo que pretendía. Asintió. La conversación parecía haber terminado. —Bueno —añadí señalando ligeramente con la cabeza los escalones que nos conducían literalmente al exterior del corazón de Jesús. Incliné el carrito para que se apoyara en las ruedas y empecé a andar. Él cojeó a mi lado. —Nos vemos el próximo día, ¿no? —le pregunté. —Tienes que verla. V de vendetta, digo. —Vale —le contesté—. La buscaré. —No. Conmigo. En mi casa —me dijo—. Ahora. Me detuve. —Casi no te conozco, Augustus Waters. Podrías ser un asesino en serie. Augustus asintió. —Tienes razón, Hazel Grace. Siguió andando y me dejó atrás. El jersey verde le ceñía los hombros. Caminaba con la espalda recta y se inclinaba ligeramente hacia la derecha mientras avanzaba con paso firme y seguro sobre lo que supuse que era una pierna ortopédica. Algunas veces el osteosarcoma se lleva una de tus extremidades para probarte. Si le gustas, se lleva el resto. Lo seguí escaleras arriba, pero como subía despacio, porque a mis pulmones no se les daban bien las escaleras, iba quedándome atrás. Llegamos al parking, fuera ya del corazón de Jesús. La brisa primaveral era algo fresca, y la luz del atardecer, de una delicadeza divina. Mi madre todavía no había llegado, y era raro, porque casi siempre estaba esperándome cuando salía. Miré alrededor y vi que una chica morena, alta y con curvas había arrastrado a Isaac contra la pared de piedra de la iglesia y lo besaba apasionadamente. Estaban tan cerca que oía los extraños sonidos de sus lenguas pegadas, y a Isaac diciéndole «Siempre», y a la chica repondiéndole «Siempre». De pronto Augustus se detuvo a mi lado. —Son muy aficionados a pegarse el lote en plena calle —murmuró. —¿Qué es eso de «siempre»? El ruido de lametones aumentó de volumen. —«Siempre» es su rollo. Siempre se querrán y esas cosas. Calculo que se habrán mandado la palabra «siempre» por SMS unos cuatro millones de veces en el último año, y me quedo corto. Llegaron otros dos coches, que se llevaron a Michael y a Alisa. Ahora Augustus y yo estábamos solos, observando a Isaac y a Monica, que se embalaban como si no estuvieran apoyados en un lugar de culto. Isaac aferró con las dos manos las tetas de Monica, por encima de la blusa, y las sobó moviendo los dedos alrededor. Me preguntaba si era agradable. No lo parecía, pero decidí perdonar a Isaac porque estaba quedándose ciego. Ya se sabe que los sentidos tienen que pegarse un festín mientras todavía tienen hambre. —Imagínate la última vez que vas al hospital —le dije en voz baja—. La última vez que vas a conducir un coche. —Estás cortándome el rollo, Hazel Grace —contestó Augustus sin mirarme—. Estoy intentando contemplar el amor juvenil en todo su torpe esplendor. —Creo que está haciéndole daño en las tetas —le comenté. —Sí, es difícil determinar si está excitándola o haciéndole una revisión de mamas. Augustus Waters se metió la mano en un bolsillo y sacó un paquete de cigarrillos, nada menos. Lo abrió y se colocó un cigarrillo entre los labios. —¿Estás loco? —le pregunté—. ¿Te crees muy enrollado? Vaya, ya has mandado la historia a la mierda. —¿Qué historia? —me preguntó volviéndose hacia mí muy serio. El cigarrillo, sin encender, colgaba de la comisura de sus labios. —La historia de un chico que no es feo, ni tonto, ni parece tener nada malo, que me mira, me señala usos incorrectos de la literalidad, me compara con una actriz y me pide que vaya a ver una película a su casa. Pero, claro, siempre tiene que haber una hamartía, joder, y la tuya es que, aunque TIENES UN PUTO CÁNCER, das dinero a una empresa a cambio de la posibilidad de tener MÁS CÁNCER, joder. Te aseguro que no poder respirar es una PUTA MIERDA. Totalmente frustrante. Totalmente. —¿Una hamartía? —me preguntó. El cigarrillo, todavía entre sus labios, le tensaba la mandíbula. Desgraciadamente, tenía una mandíbula preciosa. —Un error fatal —le aclaré apartándome de él. Me dirigí hacia el bordillo de la acera y dejé a Augustus detrás de mí. En ese momento oí que un coche arrancaba al final de la calle. Era mi madre. Fijo que había estado esperando a que hiciera amigos. Sentía crecer en mí una extraña mezcla de decepción y cabreo. La verdad es que ni siquiera sabía lo que sentía, solo que era muy fuerte, y quería dar un guantazo a Augustus Waters y también cambiarme los pulmones por otros que no pasaran olímpicamente de ser pulmones. Estaba en el bordillo de la acera con mis Converse, los grilletes en forma de bombona de oxígeno en el carrito, a mi lado, y en cuanto mi madre se acercó, sentí que me cogían de la mano. Me solté, pero me giré hacia él. —Los cigarrillos no te matan si no los enciendes —me dijo mientras mi madre se acercaba al bordillo—. Y nunca he encendido ninguno. Mira, es una metáfora: te colocas el arma asesina entre los dientes, pero no le concedes el poder de matarte. —Una metáfora —añadí dudando. Mi madre estaba ya esperándome. —Una metáfora —me repitió. —Decides lo que haces en función de su connotación metafórica… —le contesté. —Por supuesto —me contestó con una sonrisa de tonto, de oreja a oreja —. Soy un gran aficionado a las metáforas, Hazel Grace. Me giré hacia el coche y di unos golpecitos en la ventanilla, hasta que bajó. —Voy a ver una peli con Augustus Waters —le dije a mi madre—. Grábame los siguientes capítulos del maratón del reality, por favor.