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Sherlock Holmes - El Signo de los Cuatro, Una demostración de Sherlock Holmes - 02

Una demostración de Sherlock Holmes - 02

Holmes subió por la escala, y, poniendo una mano en cada lado del agujero, se introdujo por éste. Luego se inclinó desde arriba, tomó la lámpara, y la tuvo mientras yo subía.

El recinto en que nos hallábamos, tenía unos diez pies de largo por seis de ancho. El piso estaba formado de frágiles tablillas, colocadas sobre los tirantes de hierro y cubiertas de yeso, lo que nos obligaba á pisar únicamente sobre los tirantes. El techo, en punta, no era, visiblemente, más que la cubierta interior de la verdadera techumbre de la casa. No había muebles ni objeto alguno, y el polvo acumulado durante años formaba en el suelo una espesa capa.

- ¡Aquí tiene usted! - exclamó Sherlock Holmes, poniendo su mano en la pared inclinada. - ¿Y ve usted? Esta es una puerta claraboya que conduce afuera. Con empujarla se encuentra uno con el plano inclinado del techo. Este es, pues, el camino por donde ha entrado Número Uno. Veamos si podemos encontrar otros rastros de su individuo.

Acercó la lámpara al suelo, y al instante vi, por segunda vez en aquella noche, que su rostro adquiría una expresión de sorpresa y horror.

En cuanto á mí, sentí frío hasta en los huesos al seguir con mi mirada la suya. El piso estaba cubierto de las huellas de un pie desnudo, claras, perfectamente definidas y formadas, pero de dimensiones que apenas alcanzaría á la mitad del tamaño ordinario del pie humano.

- ¡Holmes! - murmuré á su oído. - Esta horrible cosa ha sido hecha por un niño.

Mi compañero había recuperado en un instante el dominio sobre sí mismo.

- Yo también me sentí en el primer momento horrorizado por la misma idea - me contestó; - pero la cosa es muy natural. La memoria me ha fallado, porque, de lo contrario, habría podido explicar en el acto lo que vemos. Pero vámonos abajo, pues nada tenemos ya que hacer aquí.

- ¿Cuál es, entonces, la teoría de usted respecto á esas huellas? - le pregunté lleno de interés cuando estuvimos abajo.

- Mi querido Watson, trate usted de hacer un pequeño análisis por sí mismo – me contestó impacientándose ligeramente. - Usted conoce mis métodos: aplíquelos, y la comparación de los resultados será digna de estudio.

- Nada concibo que explique los hechos - fué mi respuesta.

- Pues muy pronto lo verá usted - me dijo mi amigo, en tono indiferente. - Ahora, aunque creo que ya no hay cosa de importancia que observar aquí, voy á buscar otra vez.

Sacó su lente y una cinta de medir, y se puso á recorrer á gatas el cuarto, midiendo, comparando, examinando, con su larga y afilada nariz apenas á unas cuantas pulgadas del suelo: sus escrutadores ojos brillaban como los de un pájaro. Tan silenciosos y furtivos eran sus movimientos, parecidos á los de un perro de caza que sigue una pista, que, al verlo así, no pude menos de pensar en el terrible criminal que habría sido, si en vez de poner su energía y sagacidad al servicio de la ley, las hubiera ejercido en su contra. Mientras husmeaba por allí, hablaba consigo mismo, y de pronto soltó una ruidosa exclamación de alegría.

- Decididamente estamos de buenas - dijo. - Ahora ya no nos queda mucho que hacer. Número Uno ha tenido la desgracia de meter la pata en la creosota. Puede ver usted el talón de su pequeño pie marcado aquí en esta parte de la hedionda laguna. ¿Ve usted? El líquido ha corrido en abundancia.

- Bueno, ¿y qué?

- Que ya tenemos al individuo, y nada más. Conozco un perro que seguiría este rastro hasta el fin del mundo. Si un gato puede descubrir un arenque en estado de descomposición en la despensa mejor cerrada, ¿cómo no ha de poder un sabueso, enseñado especialmente, seguir un olor tan penetrante como éste? La respuesta no es difícil y… Pero hola! aquí están los representantes titulares de la ley.

Del piso bajo subía el ruido de fuertes pisadas y el clamor de sonoras voces; y la puerta se cerró con estrépito.

- Antes de que suban, ponga usted su mano aquí, en el brazo de este pobre diablo, y después en la pierna. ¿Qué siento usted?

- Los músculos están tan duros como si fueran de madera - contesté.

- Así es. Se encuentran en un estado de extremada contracción, que excede en mucho al usual rigor mortis. Uniéndola á la torsión de la cara, á esa hipócrita sonrisa, ó sea la risus sardonica, como la llamaban los escritores antiguos ¿á qué conclusión llegaría usted?

- Muerte producida por algún poderoso alcaloide vegetal - contesté. - Alguna substancia parecida á la estrienina, que produce el tétano.

- Esa misma idea se me ocurrió apenas vi la tirantez de los músculos de la cara, y, al entrar en el cuarto, traté inmediatamente de encontrar los medios por los cuales el veneno se había introducido en el organismo. Como usted ha visto, pronto descubrí una espina que había sido encajada en la piel ó disparada de lejos, aunque no con gran fuerza. Observe usted que la parte donde la espina se encontraba, es la que habría mirado hacia el techo estando el hombre sentado en la silla. Ahora, examine usted la espina.

Tomándola cuidadosamente, la acerqué al farol. Era larga, puntiaguda y negra, y cerca de la punta parecía untada con alguna substancia gomosa que se hubiese secado rápidamente. El extremo posterior había sido recortado y redondeado con un cuchillo.

- ¿Cree usted que esa espina sea de madera inglesa?

- No, seguro que no.

- Pues con todos esos datos, debería usted estar en aptitudes para sacar alguna consecuencia exacta. Pero aquí vienen las fuerzas regulares, y las auxiliares deben tocar retirada.


Una demostración de Sherlock Holmes - 02

Holmes subió por la escala, y, poniendo una mano en cada lado del agujero, se introdujo por éste. Luego se inclinó desde arriba, tomó la lámpara, y la tuvo mientras yo subía.

El recinto en que nos hallábamos, tenía unos diez pies de largo por seis de ancho. El piso estaba formado de frágiles tablillas, colocadas sobre los tirantes de hierro y cubiertas de yeso, lo que nos obligaba á pisar únicamente sobre los tirantes. El techo, en punta, no era, visiblemente, más que la cubierta interior de la verdadera techumbre de la casa. No había muebles ni objeto alguno, y el polvo acumulado durante años formaba en el suelo una espesa capa.

- ¡Aquí tiene usted! - exclamó Sherlock Holmes, poniendo su mano en la pared inclinada. - ¿Y ve usted? Esta es una puerta claraboya que conduce afuera. Con empujarla se encuentra uno con el plano inclinado del techo. Este es, pues, el camino por donde ha entrado Número Uno. Veamos si podemos encontrar otros rastros de su individuo.

Acercó la lámpara al suelo, y al instante vi, por segunda vez en aquella noche, que su rostro adquiría una expresión de sorpresa y horror.

En cuanto á mí, sentí frío hasta en los huesos al seguir con mi mirada la suya. El piso estaba cubierto de las huellas de un pie desnudo, claras, perfectamente definidas y formadas, pero de dimensiones que apenas alcanzaría á la mitad del tamaño ordinario del pie humano.

- ¡Holmes! - murmuré á su oído. - Esta horrible cosa ha sido hecha por un niño.

Mi compañero había recuperado en un instante el dominio sobre sí mismo.

- Yo también me sentí en el primer momento horrorizado por la misma idea - me contestó; - pero la cosa es muy natural. La memoria me ha fallado, porque, de lo contrario, habría podido explicar en el acto lo que vemos. Pero vámonos abajo, pues nada tenemos ya que hacer aquí.

- ¿Cuál es, entonces, la teoría de usted respecto á esas huellas? - le pregunté lleno de interés cuando estuvimos abajo.

- Mi querido Watson, trate usted de hacer un pequeño análisis por sí mismo – me contestó impacientándose ligeramente. - Usted conoce mis métodos: aplíquelos, y la comparación de los resultados será digna de estudio.

- Nada concibo que explique los hechos - fué mi respuesta.

- Pues muy pronto lo verá usted - me dijo mi amigo, en tono indiferente. - Ahora, aunque creo que ya no hay cosa de importancia que observar aquí, voy á buscar otra vez.

Sacó su lente y una cinta de medir, y se puso á recorrer á gatas el cuarto, midiendo, comparando, examinando, con su larga y afilada nariz apenas á unas cuantas pulgadas del suelo: sus escrutadores ojos brillaban como los de un pájaro. Tan silenciosos y furtivos eran sus movimientos, parecidos á los de un perro de caza que sigue una pista, que, al verlo así, no pude menos de pensar en el terrible criminal que habría sido, si en vez de poner su energía y sagacidad al servicio de la ley, las hubiera ejercido en su contra. Mientras husmeaba por allí, hablaba consigo mismo, y de pronto soltó una ruidosa exclamación de alegría.

- Decididamente estamos de buenas - dijo. - Ahora ya no nos queda mucho que hacer. Número Uno ha tenido la desgracia de meter la pata en la creosota. Puede ver usted el talón de su pequeño pie marcado aquí en esta parte de la hedionda laguna. ¿Ve usted? El líquido ha corrido en abundancia.

- Bueno, ¿y qué?

- Que ya tenemos al individuo, y nada más. Conozco un perro que seguiría este rastro hasta el fin del mundo. Si un gato puede descubrir un arenque en estado de descomposición en la despensa mejor cerrada, ¿cómo no ha de poder un sabueso, enseñado especialmente, seguir un olor tan penetrante como éste? La respuesta no es difícil y… Pero hola! aquí están los representantes titulares de la ley.

Del piso bajo subía el ruido de fuertes pisadas y el clamor de sonoras voces; y la puerta se cerró con estrépito.

- Antes de que suban, ponga usted su mano aquí, en el brazo de este pobre diablo, y después en la pierna. ¿Qué siento usted?

- Los músculos están tan duros como si fueran de madera - contesté.

- Así es. Se encuentran en un estado de extremada contracción, que excede en mucho al usual __rigor mortis__. Uniéndola á la torsión de la cara, á esa hipócrita sonrisa, ó sea la __risus sardonica__, como la llamaban los escritores antiguos ¿á qué conclusión llegaría usted?

- Muerte producida por algún poderoso alcaloide vegetal - contesté. - Alguna substancia parecida á la estrienina, que produce el tétano.

- Esa misma idea se me ocurrió apenas vi la tirantez de los músculos de la cara, y, al entrar en el cuarto, traté inmediatamente de encontrar los medios por los cuales el veneno se había introducido en el organismo. Como usted ha visto, pronto descubrí una espina que había sido encajada en la piel ó disparada de lejos, aunque no con gran fuerza. Observe usted que la parte donde la espina se encontraba, es la que habría mirado hacia el techo estando el hombre sentado en la silla. Ahora, examine usted la espina.

Tomándola cuidadosamente, la acerqué al farol. Era larga, puntiaguda y negra, y cerca de la punta parecía untada con alguna substancia gomosa que se hubiese secado rápidamente. El extremo posterior había sido recortado y redondeado con un cuchillo.

- ¿Cree usted que esa espina sea de madera inglesa?

- No, seguro que no.

- Pues con todos esos datos, debería usted estar en aptitudes para sacar alguna consecuencia exacta. Pero aquí vienen las fuerzas regulares, y las auxiliares deben tocar retirada.