Una demostración de Sherlock Holmes - 01
- Ahora, Watson - dijo Holmes restregándose las manos, vamos á estar aquí solos durante media hora. Empleémosla bien. Como ya le he dicho á usted, tengo casi completo el caso; pero conviene no extraviarse por exceso de confianza. Por sencillo que parezca ahora el caso, debe haber detrás de él algo más complicado.
- ¡Sencillo! - murmuré.
- Seguramente - me contestó en el tono de un profesor de clínica ante sus discípulos. - Siéntese usted allí, en ese rincón, para que las marcas de sus pies en el suelo no compliquen el asunto. Y ahora, trabajemos. En primer lugar, ¿cómo ha entrado aquí esa gente, y cómo ha salido? La puerta no ha sido abierta desde anoche. ¿Por la ventana? - y paseó la lámpara por delante de ésta, emitiendo al mismo tiempo, en voz alta, sus observaciones, pero hablando consigo mismo más que conmigo. - Ventana asegurada por adentro. Marco sólido. Ventana sin goznes laterales. Abrámosla. Ningún tubo de aguas en las inmediaciones. El techo bastante lejos del alcance. Y, sin embargo, un hombre ha subido por la ventana. Anoche llovió un poco. Aquí, en el antepecho, está la huella de un pie. Y aquí una marca de lodo, circular, y otra aquí en el suelo, y después otra junto á la mesa. Mire usted, Watson. En realidad, esta demostración es incontestable.
Miré los discos de lodo, redondos y bien marcados.
- Esta no es la huella de un pie - dije.
- Pero es algo más importante para nosotros. Es la marca de una pata de palo. Vea usted aquí, en el antepecho, la huella de un botín, un pesado botín, con ancho taco de metal, y al lado la marca del pie de palo.
- Entonces ha sido el cojo aquél…
- Exactamente; pero con él ha venido otro, un auxiliar muy hábil y eficiente. ¿Podría usted escalar esta pared, doctor?
Miré por la ventana. La luna iluminaba todavía el ángulo de la casa con claridad completa. Estábamos lo menos á setenta pies del suelo, y, por más que mirase, no me era posible distinguir un solo punto de apoyo para los pies, ni siquiera una grieta en la pared.
- Absolutamente imposible - contesté.
- No cabe duda que es imposible. Pero suponga usted que un amigo le alcanzase desde aquí un extremo de aquella gruesa cuerda que veo en ese rincón, y amarrase el otro en este enorme gancho de la pared. Creo que entonces, siendo usted un hombre ágil, subiría, aunque tuviera una pata de palo. Después, naturalmente, bajaría usted de la misma manera, y su amigo recogería la cuerda, la desataría del gancho, cerraría la ventana, echaría la aldaba por dentro, y saldría de la habitación por donde entró. Como punto de menor importancia, hay que notar - y señaló la cuerda con el dedo - que el amigo de la pierna de palo, por más que parece ser muy listo para trepar, no ha sido nunca marinero ni tiene las manos callosas. Con mi lente descubro en la cuerda más de una mancha de sangre, especialmente allá, cerca de la punta, lo que me hace suponer que, al bajar, nuestro hombre se deslizó con tanta velocidad, que una parte del cutis se le ha quedado pegada á la cuerda.
- Todo esto está muy bien - dije yo; - pero el asunto se va volviendo más ininteligible que nunca. ¿Y el misterioso auxiliar? ¿Cómo ha entrado en el cuarto?
- ¡Sí, el auxiliar! - repitió Holmes, y se puso pensativo. - Todo lo que se refiere á este sujeto es interesante. El tal auxiliar saca el asunto de los límites de lo común, y, según mi parecer, abre una nueva página en los anales del crimen en este país, pero en la India y, si mi memoria no me es infiel, en Senegambia, se han presentado casos parecidos.
- ¿Cómo habrá entrado? - repetí yo. - La puerta estaba cerrada con llave, la ventana era inaccesible. ¿Y la chimenea?
- La parte de abajo es demasiado pequeña - contestó Holmes. - Ya había pensado yo en eso.
- ¿Y entonces, cómo?
- Usted no quiere aplicar mi precepto - me observó mi amigo. - ¿Cuántas veces le he dicho que, una vez eliminado lo imposible, lo que queda debe ser la verdad, por improbable que parezca? Sabemos ya que no ha podido venir por la ventana, ni por la puerta, ni por la chimenea. Sabemos también que no ha podido estar oculto en el cuarto, pues aquí no hay donde esconderse. ¿Por dónde ha de haber entrado, pues?
- ¡Por el agujero del techo! - exclamé.
- Evidentemente. Ese era el único camino. Si usted tiene la amabilidad de tenerme la lámpara, vamos á extender nuestras pesquisas hasta el cuarto de arriba: el cuarto secreto en que estaba el tesoro.