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Sherlock Holmes - El Signo de los Cuatro, La historia del hombre calvo - 03

La historia del hombre calvo - 03

Voy á decirles á ustedes cómo murió Morstan - continuó. - Durante varios años había padecido de debilidad al corazón, pero ocultaba su enfermedad á todo el mundo: yo era el único que la conocía. Durante nuestra permanencia en la India, entramos ambos en posesión de un tesoro, por medio de una extraordinaria serie de circunstancias. Yo me traje todo el tesoro á Inglaterra, y Morstan vino directamente á verme el mismo día de su llegada, para reclamarme su parte. De la estación vino á pie hasta aquí, y fue recibido en la puerta por mi fiel y antiguo criado Lal Chowdar, que ya ha muerto. Morstan y yo teníamos diferente opinión en cuanto á la división del tesoro, y llegamos á cambiar palabras violentas. Hubo un momento en que él, en el paroxismo de la cólera, saltó de su silla hacia mí, pero en ese mismo instante se llevó la mano al costado, se puso de color de tierra, y luego cayó de espaldas, rompiéndose la cabeza contra una esquina del cofre que encerraba el tesoro. Cuando corrí á auxiliarlo, vi horrorizado que estaba muerto.

Durante largo rato permanecí sentado, medio atontado, pensando en lo que haría. Mi primer impulso fué, naturalmente, pedir socorro; pero no pude menos de reconocer que todas las probabilidades iban á hacer que se me acusara de haberlo asesinado. Su muerte, ocurrida en el momento de una disputa, y la herida de la cabeza, serían pruebas abrumadoras en mi contra. Además, una investigación llevada á cabo por las autoridades, no podría menos de esclarecer algunos hechos relativos al tesoro, que yo tenía particular empeño en conservar en secreto. Morstan me había dicho que ni una alma viviente sabía dónde estaba, y pensaba que tampoco había necesidad de que persona alguna lo supiera en adelante.

Todavía estaba sumido en mis reflexiones, cuando al alzar la cabeza, vi en la puerta á Lal Chowdar, mi sirviente, que entró rápidamente y cerró en seguida. - No tenga usted miedo, sahib - me dijo; - nadie sabe que usted es quien lo ha muerto. Escondamos el cadáver, y ¿quién va á adivinar después? - Yo no lo he muerto - le contesté. - Lal Chowdar movió la cabeza y se sonrió. - Todo lo he oído, sahib, - fué su réplica. - He oído la disputa, y he oído el golpe. Pero mis labios están sellados. En la casa todos duermen. Vamos á sacar los dos el cadáver.

Esto fué suficiente para decidirme: si mi propio sirviente no creía en mi inocencia, ¿qué esperanzas podían quedarme de probarla ante un jurado compuesto de doce comerciantes tontos? Entre Lal Chowdar y yo escondimos el cadáver esa noche, y al cabo de pocos días estaban los diarios de Londres llenos de la misteriosa desaparición del capitán Morstan.

Por lo que acabo de referirles, verán ustedes que no se me puede acusar de la muerte, y mi única falta consiste en que, no sólo oculté el cadáver, sino también el tesoro, en que me he aferrado á la parte que tocaba á Morstan con tanto interés como á la mía. Deseo, por consiguiente, que ustedes lleven a cabo la restitución. Acerquen sus oídos á mi boca. El tesoro está escondido en…

La expresión de su rostro sufrió un horrible cambio en ese mismo instante: sus ojos permanecieron fijos, con atroz mirada; la mandíbula inferior se le desprendió y quedó colgando, y de la boca salió un grito con voz que yo nunca olvidaré: - ¡Quitenlo de allí! ¡Por el alma de Cristo, quítenlo de allí! - Mi hermano y yo volvimos la cara hacia la ventana situada detrás de nosotros, en la que su vista estaba fija; una cara nos miraba de afuera, destacándose de la obscuridad veíamos perfectamente la mancha blanca que hacía la nariz en el vidrio al apretarse contra él. Era una cara barbuda y peluda, con ojos crueles, salvajes, que miraban con expresión de concentrada malevolencia. Ambos, mi hermano y yo, nos precipitamos hacia la ventana, pero el hombre había desaparecido ya, y cuando volvimos al lado de nuestro padre, su cabeza había caído sobre la almohada y su pulso había cesado de latir.

Esa noche buscamos por todo el jardín, pero no encontramos señales del hombre, excepto el rastro de un pie, visible en la tierra del jardín, precisamente debajo de la misma ventana. A no ser por ese rastro, habríamos creído que nuestra imaginación nos había hecho ver ese rostro feroz, sin que existiera. Pronto tuvimos, sin embargo, otra prueba, más convincente todavía, de que alguna mano secreta operaba en nuestro derredor. La ventana del cuarto de nuestro padre fué hallada abierta á la mañana siguiente; las cómodas y cajones habían sido registrados, y sobre el pecho del cadáver había un pedazo de papel con estas palabras: «La señal de los cuatro,» escritas en mala letra. Nunca supimos lo que significaba esa frase, ni quién podía haber sido el secreto visitante. Según pude juzgar, ninguno de los objetos pertenecientes á mi padre había desaparecido del cuarto, por más que todo hubiera sido revuelto. Naturalmente, mi hermano y yo relacionamos este original incidente con el temor que había perseguido á mi padre durante su vida; pero hasta ahora el misterio es completo para nosotros.


La historia del hombre calvo - 03

Voy á decirles á ustedes cómo murió Morstan - continuó. - Durante varios años había padecido de debilidad al corazón, pero ocultaba su enfermedad á todo el mundo: yo era el único que la conocía. Durante nuestra permanencia en la India, entramos ambos en posesión de un tesoro, por medio de una extraordinaria serie de circunstancias. Yo me traje todo el tesoro á Inglaterra, y Morstan vino directamente á verme el mismo día de su llegada, para reclamarme su parte. De la estación vino á pie hasta aquí, y fue recibido en la puerta por mi fiel y antiguo criado Lal Chowdar, que ya ha muerto. Morstan y yo teníamos diferente opinión en cuanto á la división del tesoro, y llegamos á cambiar palabras violentas. Hubo un momento en que él, en el paroxismo de la cólera, saltó de su silla hacia mí, pero en ese mismo instante se llevó la mano al costado, se puso de color de tierra, y luego cayó de espaldas, rompiéndose la cabeza contra una esquina del cofre que encerraba el tesoro. Cuando corrí á auxiliarlo, vi horrorizado que estaba muerto.

Durante largo rato permanecí sentado, medio atontado, pensando en lo que haría. Mi primer impulso fué, naturalmente, pedir socorro; pero no pude menos de reconocer que todas las probabilidades iban á hacer que se me acusara de haberlo asesinado. Su muerte, ocurrida en el momento de una disputa, y la herida de la cabeza, serían pruebas abrumadoras en mi contra. Además, una investigación llevada á cabo por las autoridades, no podría menos de esclarecer algunos hechos relativos al tesoro, que yo tenía particular empeño en conservar en secreto. Morstan me había dicho que ni una alma viviente sabía dónde estaba, y pensaba que tampoco había necesidad de que persona alguna lo supiera en adelante.

Todavía estaba sumido en mis reflexiones, cuando al alzar la cabeza, vi en la puerta á Lal Chowdar, mi sirviente, que entró rápidamente y cerró en seguida. - No tenga usted miedo, __sahib__ - me dijo; - nadie sabe que usted es quien lo ha muerto. Escondamos el cadáver, y ¿quién va á adivinar después? - Yo no lo he muerto - le contesté. - Lal Chowdar movió la cabeza y se sonrió. - Todo lo he oído, __sahib__, - fué su réplica. - He oído la disputa, y he oído el golpe. Pero mis labios están sellados. En la casa todos duermen. Vamos á sacar los dos el cadáver.

Esto fué suficiente para decidirme: si mi propio sirviente no creía en mi inocencia, ¿qué esperanzas podían quedarme de probarla ante un jurado compuesto de doce comerciantes tontos? This was enough to make up my mind: if my own servant did not believe in my innocence, what hope could I have of proving it before a jury of twelve foolish merchants? Entre Lal Chowdar y yo escondimos el cadáver esa noche, y al cabo de pocos días estaban los diarios de Londres llenos de la misteriosa desaparición del capitán Morstan.

Por lo que acabo de referirles, verán ustedes que no se me puede acusar de la muerte, y mi única falta consiste en que, no sólo oculté el cadáver, sino también el tesoro, en que me he aferrado á la parte que tocaba á Morstan con tanto interés como á la mía. Deseo, por consiguiente, que ustedes lleven a cabo la restitución. Acerquen sus oídos á mi boca. El tesoro está escondido en…

La expresión de su rostro sufrió un horrible cambio en ese mismo instante: sus ojos permanecieron fijos, con atroz mirada; la mandíbula inferior se le desprendió y quedó colgando, y de la boca salió un grito con voz que yo nunca olvidaré: - ¡Quitenlo de allí! ¡Por el alma de Cristo, quítenlo de allí! - Mi hermano y yo volvimos la cara hacia la ventana situada detrás de nosotros, en la que su vista estaba fija; una cara nos miraba de afuera, destacándose de la obscuridad veíamos perfectamente la mancha blanca que hacía la nariz en el vidrio al apretarse contra él. Era una cara barbuda y peluda, con ojos crueles, salvajes, que miraban con expresión de concentrada malevolencia. Ambos, mi hermano y yo, nos precipitamos hacia la ventana, pero el hombre había desaparecido ya, y cuando volvimos al lado de nuestro padre, su cabeza había caído sobre la almohada y su pulso había cesado de latir.

Esa noche buscamos por todo el jardín, pero no encontramos señales del hombre, excepto el rastro de un pie, visible en la tierra del jardín, precisamente debajo de la misma ventana. A no ser por ese rastro, habríamos creído que nuestra imaginación nos había hecho ver ese rostro feroz, sin que existiera. Pronto tuvimos, sin embargo, otra prueba, más convincente todavía, de que alguna mano secreta operaba en nuestro derredor. La ventana del cuarto de nuestro padre fué hallada abierta á la mañana siguiente; las cómodas y cajones habían sido registrados, y sobre el pecho del cadáver había un pedazo de papel con estas palabras: «La señal de los cuatro,» escritas en mala letra. Nunca supimos lo que significaba esa frase, ni quién podía haber sido el secreto visitante. Según pude juzgar, ninguno de los objetos pertenecientes á mi padre había desaparecido del cuarto, por más que todo hubiera sido revuelto. Naturalmente, mi hermano y yo relacionamos este original incidente con el temor que había perseguido á mi padre durante su vida; pero hasta ahora el misterio es completo para nosotros.