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Sherlock Holmes - El Signo de los Cuatro, La historia del hombre calvo - 02

La historia del hombre calvo - 02

- Usted dispensará, señor Sholto - dijo la señorita Morstan; - pero he venido aquí á petición de usted, con el objeto de saber lo que tiene que decirme, y, como ya es tarde, desearía que la conversación durase lo menos que fuese posible.

- De todos modos, nuestra entrevista tiene que durar algún tiempo - contestó el calvo; - pues debemos ir á Norwood, á ver á mi hermano Bartolomé. Iremos todos juntos, y trataremos de sacar el mejor partido posible de él. Está muy enojado conmigo porque he adoptado el partido que me parecía el más justo. Anoche tuvimos un cambio de palabras bastante fuerte. Ustedes no pueden imaginarse qué sujeto tan terrible es cuando se pone colérico.

- Si tenemos que ir hasta Norwood, lo mejor será ponernos en el acto en camino - me aventuré á observar.

El hombrecito se echó á reír con tanta fuerza, que se le enrojecieron hasta las orejas.

- Difícilmente conseguiríamos nada con eso. No sé lo que diría él si yo me presentase con ustedes así, tan de improviso. No, tengo que prepararlos primero á ustedes, enseñándoles la manera cómo debemos proceder. En primer lugar, debo decirles que hay varios puntos de la historia, acerca de los cuales yo mismo estoy ignorante. Lo único que puedo hacer es presentarles á ustedes los hechos tal como los conozco.

Como ustedes deben haber supuesto, soy hijo del mayor John Sholto, del ejército de la India. Hace unos once años que mi padre se retiró del servicio, y vino á vivir en Pondicherry Lodge, en Upper Norwood. En la India había prosperado, y trajo consigo una considerable suma de dinero, una numerosa colección de valiosas curiosidades, y un séquito de criados indígenas. Con sus riquezas compró una casa y se estableció en ella con gran lujo. Mi hermano gemelo Bartolomé y yo éramos sus únicos hijos.

Recuerdo perfectamente la sensación que causó la desaparición del capitán Morstan. Mi hermano y yo leíamos los pormenores en los diarios, y sabiendo que el, desaparecido era amigo de nuestro padre, hablamos del asunto muchas veces en su presencia, y él ayudó con frecuencia á hacer cálculos sobre lo que podía haber acontecido. Nunca sospechamos por un instante que nuestro padre ocultase en su pecho el secreto con todos sus detalles, que él fuese el único conocedor de la suerte cabida á Arthur Morstan.

Sin embargo, nos dábamos cuenta de que algún misterio, algún peligro real se cernía sobre su cabeza. Temía salir solo de casa, y siempre tenía de porteros en Pondicherry Lodge á dos pugilistas. Williams, el mismo que los trajo aquí á ustedes esta noche, era uno de ellos: en un tiempo fué el campeón de los pugilistas de peso menor en Inglaterra. Nunca nos dijo nuestro padre qué era lo que le inspiraba esos temores, pero nosotros le habíamos notado una pronunciadísima aversión á los cojos con piernas de madera. Una vez disparó su revólver sobre uno de ellos, que resultó después ser un hombre inofensivo, solicitante de pedidos para una casa de comercio: tuvimos que pagar una crecida suma para que el asunto no se hiciera público. Mi hermano y yo creíamos que no se trataba más que de una manía de nuestro padre; pero después los sucesos se encargaron de hacernos cambiar de opinión.

A principios de 1882 recibió nuestro padre una carta de la India, que le produjo una violenta impresión. Cuando la abrió estábamos almorzando, y casi se desmayó al leerla. Ese mismo día cayó enfermo, y nunca recuperó la salud. Jamás pudimos descubrir lo que la carta contenía, y lo único que me fué dado saber mientras mi padre la tenía en la mano, es que era breve y estaba escrita con letra muy confusa. La hinchazón al brazo que mi padre había padecido durante los últimos años, se agravó, y á fines de abril del mismo año nos hizo decir que estaba desahuciado y deseaba comunicarnos sus últimos deseos.

Cuando entramos en el cuarto, lo encontramos medio incorporado, sostenido por varias almohadas y respirando con dificultad. Nos dijo que cerráramos la puerta y que nos pusiéramos uno cada lado de la cama. Luego, tomándonos las manos, nos hizo un extraordinario relato, en voz entrecortada por la emoción tanto como por el dolor físico. Voy á tratar de reproducirlo con sus propias palabras:

- Sólo hay una cosa - nos dijo, - que pesa sobre mi ánimo en este momento supremo: la manera cómo me he portado con la huérfana del pobre Morstan. El maldito suceso que ha amargado el resto de mi vida, ha privado á esa niña de un tesoro, del que por lo menos la mitad es suya. Y, sin embargo, yo mismo no me he servido de él, tan ciega é insensata es la avaricia. La mera conciencia de la posesión era tan dulce para mí, que me hacía insoportable la idea de compartirla con otro. ¿Ven ustedes ese rosario de perlas que está allí, junto al frasco de quinina? Ni siquiera de eso he podido desprenderme, á pesar de que lo había sacado con el designio de enviárselo á ella. Ustedes, hijos míos, la pondrán en posesión de una parte del tesoro de Agra; pero no vayan á enviarle nada, ni siquiera el rosario, hasta que yo haya muerto. Después de todo, hombres ha habido que, estando tan graves como yo ahora, se han restablecido después.


La historia del hombre calvo - 02

- Usted dispensará, señor Sholto - dijo la señorita Morstan; - pero he venido aquí á petición de usted, con el objeto de saber lo que tiene que decirme, y, como ya es tarde, desearía que la conversación durase lo menos que fuese posible.

- De todos modos, nuestra entrevista tiene que durar algún tiempo - contestó el calvo; - pues debemos ir á Norwood, á ver á mi hermano Bartolomé. Iremos todos juntos, y trataremos de sacar el mejor partido posible de él. We will all go together, and we will try to make the best of it. Está muy enojado conmigo porque he adoptado el partido que me parecía el más justo. He is very angry with me because I have taken the party that seemed to me the most just. Anoche tuvimos un cambio de palabras bastante fuerte. Ustedes no pueden imaginarse qué sujeto tan terrible es cuando se pone colérico.

- Si tenemos que ir hasta Norwood, lo mejor será ponernos en el acto en camino - me aventuré á observar.

El hombrecito se echó á reír con tanta fuerza, que se le enrojecieron hasta las orejas.

- Difícilmente conseguiríamos nada con eso. - We would hardly achieve anything with that. No sé lo que diría él si yo me presentase con ustedes así, tan de improviso. No, tengo que prepararlos primero á ustedes, enseñándoles la manera cómo debemos proceder. En primer lugar, debo decirles que hay varios puntos de la historia, acerca de los cuales yo mismo estoy ignorante. Lo único que puedo hacer es presentarles á ustedes los hechos tal como los conozco.

Como ustedes deben haber supuesto, soy hijo del mayor John Sholto, del ejército de la India. Hace unos once años que mi padre se retiró del servicio, y vino á vivir en Pondicherry Lodge, en Upper Norwood. En la India había prosperado, y trajo consigo una considerable suma de dinero, una numerosa colección de valiosas curiosidades, y un séquito de criados indígenas. Con sus riquezas compró una casa y se estableció en ella con gran lujo. Mi hermano gemelo Bartolomé y yo éramos sus únicos hijos.

Recuerdo perfectamente la sensación que causó la desaparición del capitán Morstan. Mi hermano y yo leíamos los pormenores en los diarios, y sabiendo que el, desaparecido era amigo de nuestro padre, hablamos del asunto muchas veces en su presencia, y él ayudó con frecuencia á hacer cálculos sobre lo que podía haber acontecido. Nunca sospechamos por un instante que nuestro padre ocultase en su pecho el secreto con todos sus detalles, que él fuese el único conocedor de la suerte cabida á Arthur Morstan. We never suspected for an instant that our father concealed the secret in all its details in his chest, that he was the only one who knew the fate of Arthur Morstan.

Sin embargo, nos dábamos cuenta de que algún misterio, algún peligro real se cernía sobre su cabeza. Temía salir solo de casa, y siempre tenía de porteros en Pondicherry Lodge á dos pugilistas. Williams, el mismo que los trajo aquí á ustedes esta noche, era uno de ellos: en un tiempo fué el campeón de los pugilistas de peso menor en Inglaterra. Nunca nos dijo nuestro padre qué era lo que le inspiraba esos temores, pero nosotros le habíamos notado una pronunciadísima aversión á los cojos con piernas de madera. Una vez disparó su revólver sobre uno de ellos, que resultó después ser un hombre inofensivo, solicitante de pedidos para una casa de comercio: tuvimos que pagar una crecida suma para que el asunto no se hiciera público. Mi hermano y yo creíamos que no se trataba más que de una manía de nuestro padre; pero después los sucesos se encargaron de hacernos cambiar de opinión. My brother and I believed that it was nothing more than a mania of our father; but later events took charge of making us change our minds.

A principios de 1882 recibió nuestro padre una carta de la India, que le produjo una violenta impresión. Cuando la abrió estábamos almorzando, y casi se desmayó al leerla. Ese mismo día cayó enfermo, y nunca recuperó la salud. Jamás pudimos descubrir lo que la carta contenía, y lo único que me fué dado saber mientras mi padre la tenía en la mano, es que era breve y estaba escrita con letra muy confusa. La hinchazón al brazo que mi padre había padecido durante los últimos años, se agravó, y á fines de abril del mismo año nos hizo decir que estaba desahuciado y deseaba comunicarnos sus últimos deseos.

Cuando entramos en el cuarto, lo encontramos medio incorporado, sostenido por varias almohadas y respirando con dificultad. Nos dijo que cerráramos la puerta y que nos pusiéramos uno cada lado de la cama. Luego, tomándonos las manos, nos hizo un extraordinario relato, en voz entrecortada por la emoción tanto como por el dolor físico. Voy á tratar de reproducirlo con sus propias palabras:

- Sólo hay una cosa - nos dijo, - que pesa sobre mi ánimo en este momento supremo: la manera cómo me he portado con la huérfana del pobre Morstan. El maldito suceso que ha amargado el resto de mi vida, ha privado á esa niña de un tesoro, del que por lo menos la mitad es suya. Y, sin embargo, yo mismo no me he servido de él, tan ciega é insensata es la avaricia. La mera conciencia de la posesión era tan dulce para mí, que me hacía insoportable la idea de compartirla con otro. ¿Ven ustedes ese rosario de perlas que está allí, junto al frasco de quinina? Ni siquiera de eso he podido desprenderme, á pesar de que lo había sacado con el designio de enviárselo á ella. Ustedes, hijos míos, la pondrán en posesión de una parte del tesoro de Agra; pero no vayan á enviarle nada, ni siquiera el rosario, hasta que yo haya muerto. Después de todo, hombres ha habido que, estando tan graves como yo ahora, se han restablecido después. After all, there have been men who, being as serious as I am now, have since recovered.