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Sherlock Holmes - El Signo de los Cuatro, La ciencia de la deducción - 03

La ciencia de la deducción - 03

Le entregué el reloj, ocultando un ligero sentimiento de burla, pues, en mi opinión, la prueba era imposible y la había propuesto como una lección contra el tono en cierto modo dogmático que Holmes asumía á veces. Mi amigo volvió el reloj de un lado á otro, miró fijamente la esfera, abrió las tapas de atrás, y examinó la máquina, primero á la simple vista, y luego con un poderoso lente convexo. Trabajo me costó no sonreírme al ver la expresión desanimada de su rostro, cuando por fin cerró las tapas y me devolvió el reloj.

- Apenas si he encontrado algo - observó. Ese ha sido limpiado recientemente y substrae de mi vista los hechos más sugerentes.

- Tiene usted razón - le contesté. - Antes de enviármelo lo limpiaron.

En el fondo de mi corazón yo acusaba á mi compañero de invocar una cómoda y oportuna excusa para ocultar su fracaso. ¿Qué datos habría podido proporcionarle el reloj aun cuando no hubiera sido limpiado?

- Si bien poco satisfactoria, mi investigación no ha sido completamente inútil - agregó Holmes, fijando en el techo sus ojos soñadores y apagados. - Salvo rectificaciones que usted puede hacer, me parece que ese reloj ha pertenecido á su hermano mayor, quien lo heredó de su padre.

- Eso lo calcula usted sin duda por las iniciales H. W., grabadas atrás.

- Así es; la W. es el apellido de usted. El reloj ha sido fabricado hace unos cincuenta años y las iniciales son tan antiguas como el reloj mismo, lo que quiere decir que éste fué hecho para la generación anterior á la nuestra. Las joyas pasan generalmente á poder del hijo mayor, y éste tiene casi siempre el mismo nombre de su padre. Si mal no recuerdo, el padre de usted murió hace muchos años, y, por consiguiente, el reloj ha estado en manos de su hermano mayor.

- Hasta ahí todo es exacto - contesté. - Nada más.

- El hermano de usted era de costumbres desordenadas; sí, muy descuidado y negligente. Cuando murió su padre, quedó en buenas condiciones, pero él desperdició todas las oportunidades de progresar, y por algún tiempo vivió en la pobreza, con raros intervalos de prosperidad, hasta que dió en beber y por fin murió. Esto es todo cuanto he podido saber.

De un salto me levanté de la silla y comencé á pasearme impacientemente por el cuarto, con el corazón lleno de amargura.

- Esto no es digno de usted, Holmes - exclamé. - Nunca hubiera podido creer que usted descendiera hasta ahí. Usted ha hecho averiguaciones sobre la historia de mi infeliz hermano, y ahora pretende usted deducir de manera fantástica lo que ya sabía. ¡Usted no se imagina que yo voy á creer que todo eso lo ha leído en un reloj viejo! El proceder es poco amistoso, y, para hablar claro, tiene sus ribetes de charlatanismo.

- Mi querido doctor - me respondió amablemente Holmes; - le ruego acepte mis excusas. Consideraba el asunto como un problema abstracto, y olvidaba que, tocándole á usted personalmente tan de cerca, le sería doloroso. Pero le aseguro que hasta el momento en que usted puso en mis manos ese reloj, nunca supe que había tenido usted un hermano.

- Y entonces, por vida de cuanto pueda ser maravilloso, ¿de qué manera ha podido usted conocer los hechos que acaba de citar? Todos ellos son absolutamente correctos hasta en sus menores detalles.

- ¡Ah! Veo que he tenido suerte, pues lo único que yo podía indicar era un término medio de probabilidades, y no esperaba ser tan exacto.

- ¿Pero cómo ha procedido usted? ¿Por simple adivinación?

- No, no; yo nunca trato de adivinar. Esa costumbre es perniciosa, destructiva de la facultad lógica. La extrañeza de usted proviene de que usted no sigue el curso de mis pensamientos ni observa los pequeños hechos de que pueden derivarse amplias consecuencias. Yo principié, por ejemplo, por asegurar que su hermano era descuidado: si usted observa con detenimiento el reloj, verá que, no sólo está abollado en dos partes, sino también todo rayado y marcado, porque lo han tenido en el mismo bolsillo con otros objetos duros, como llaves ó moneda; y no es seguramente una hazaña suponer que el hombre que trata con tanto desenfado un reloj que cuesta cincuenta guineas, es muy descuidado.

Ni tampoco es una aventurada deducción que un hombre que hereda una prenda de ese valor, debe haber estado en buena situación bajo otros respectos.

Con un movimiento de cabeza le hice ver que seguía su razonamiento.

- Es costumbre general entre los prestamistas ingleses, cada vez que reciben un reloj en empeño, trazar el número de la papeleta con la punta de un alfiler en la parte inferior de la tapa: esto es más cómodo que ponerle un letrero, pues así no hay riesgo de que el número se pierda ó extravíe. Pues bien, en el interior de la tapa de ese reloj hay no menos de cuatro de esos números visibles con la ayuda de mi lente. Consecuencia: que el hermano de usted se veía frecuentemente en aguas muy bajas. Consecuencia secundaria: que tenía á veces sus ráfagas de prosperidad, sin lo cual no hubiera podido reunir recursos con que rescatar la prenda. Finalmente, mire usted, se lo ruego, la tapa interior, en la que está el agujero de la llave. ¿Qué manos de un hombre que no hubiera bebido, podrían haber hecho todas esas marcas con la llave? En cambio, nunca verá usted un reloj de borracho que no las tenga: el borracho da cuerda por la noche à su reloj y deja en él los rastros de la inseguridad de su mano. ¿Dónde está el misterio de todo esto?

- La cosa es tan clara como la luz del día - le contesté; - y siento haber sido injusto con usted. Mi deber era tener más fe en sus maravillosas facultades. ¿Y podría usted decirme si por ahora tiene en curso alguna investigación?

- Ninguna, y de ahí la cocaína. Yo no puedo vivir sin trabajo cerebral. ¿Qué otra cosa puede inducirlo á uno á vivir? Acérquese á la ventana y mire afuera. ¿Ha existido nunca un mundo más sombrío, más desagradable é inútil? Vea usted cómo se desliza por las calles la amarillenta niebla y pasa por encima de las casas tristes y descoloridas. ¿Qué puede haber de más prosaico y material? ¿Para qué sirven las facultades, doctor, si no se encuentra un terreno apropiado para ejercerlas? El crimen mismo es vulgar, la existencia es vulgar, las únicas cualidades que tienen funciones que llenar en la tierra, son vulgares y comunes.

Había ya abierto la boca para contestar á este discurso, cuando nuestra patrona llamó á la puerta con un golpe seco, y entró con una tarjeta en la bandeja de bronce.

- Una señorita que viene á verlo á usted, señor - dijo dirigiéndose á mi compañero.

- Miss Mary Morstan, - leyó Holmes. - ¡Hum! No recuerdo haber oído antes este nombre. Diga usted á esa señorita que suba, señora Hudson. No se vaya usted, doctor. Prefiero que estemos juntos.


La ciencia de la deducción - 03

Le entregué el reloj, ocultando un ligero sentimiento de burla, pues, en mi opinión, la prueba era imposible y la había propuesto como una lección contra el tono en cierto modo dogmático que Holmes asumía á veces. Mi amigo volvió el reloj de un lado á otro, miró fijamente la esfera, abrió las tapas de atrás, y examinó la máquina, primero á la simple vista, y luego con un poderoso lente convexo. Trabajo me costó no sonreírme al ver la expresión desanimada de su rostro, cuando por fin cerró las tapas y me devolvió el reloj.

- Apenas si he encontrado algo - observó. Ese ha sido limpiado recientemente y substrae de mi vista los hechos más sugerentes.

- Tiene usted razón - le contesté. - Antes de enviármelo lo limpiaron.

En el fondo de mi corazón yo acusaba á mi compañero de invocar una cómoda y oportuna excusa para ocultar su fracaso. ¿Qué datos habría podido proporcionarle el reloj aun cuando no hubiera sido limpiado?

- Si bien poco satisfactoria, mi investigación no ha sido completamente inútil - agregó Holmes, fijando en el techo sus ojos soñadores y apagados. - Salvo rectificaciones que usted puede hacer, me parece que ese reloj ha pertenecido á su hermano mayor, quien lo heredó de su padre.

- Eso lo calcula usted sin duda por las iniciales H. W., grabadas atrás.

- Así es; la W. es el apellido de usted. El reloj ha sido fabricado hace unos cincuenta años y las iniciales son tan antiguas como el reloj mismo, lo que quiere decir que éste fué hecho para la generación anterior á la nuestra. Las joyas pasan generalmente á poder del hijo mayor, y éste tiene casi siempre el mismo nombre de su padre. Si mal no recuerdo, el padre de usted murió hace muchos años, y, por consiguiente, el reloj ha estado en manos de su hermano mayor.

- Hasta ahí todo es exacto - contesté. - Nada más.

- El hermano de usted era de costumbres desordenadas; sí, muy descuidado y negligente. Cuando murió su padre, quedó en buenas condiciones, pero él desperdició todas las oportunidades de progresar, y por algún tiempo vivió en la pobreza, con raros intervalos de prosperidad, hasta que dió en beber y por fin murió. Esto es todo cuanto he podido saber.

De un salto me levanté de la silla y comencé á pasearme impacientemente por el cuarto, con el corazón lleno de amargura.

- Esto no es digno de usted, Holmes - exclamé. - Nunca hubiera podido creer que usted descendiera hasta ahí. Usted ha hecho averiguaciones sobre la historia de mi infeliz hermano, y ahora pretende usted deducir de manera fantástica lo que ya sabía. ¡Usted no se imagina que yo voy á creer que todo eso lo ha leído en un reloj viejo! El proceder es poco amistoso, y, para hablar claro, tiene sus ribetes de charlatanismo.

- Mi querido doctor - me respondió amablemente Holmes; - le ruego acepte mis excusas. Consideraba el asunto como un problema abstracto, y olvidaba que, tocándole á usted personalmente tan de cerca, le sería doloroso. Pero le aseguro que hasta el momento en que usted puso en mis manos ese reloj, nunca supe que había tenido usted un hermano.

- Y entonces, por vida de cuanto pueda ser maravilloso, ¿de qué manera ha podido usted conocer los hechos que acaba de citar? Todos ellos son absolutamente correctos hasta en sus menores detalles.

- ¡Ah! Veo que he tenido suerte, pues lo único que yo podía indicar era un término medio de probabilidades, y no esperaba ser tan exacto.

- ¿Pero cómo ha procedido usted? ¿Por simple adivinación?

- No, no; yo nunca trato de adivinar. Esa costumbre es perniciosa, destructiva de la facultad lógica. La extrañeza de usted proviene de que usted no sigue el curso de mis pensamientos ni observa los pequeños hechos de que pueden derivarse amplias consecuencias. Yo principié, por ejemplo, por asegurar que su hermano era descuidado: si usted observa con detenimiento el reloj, verá que, no sólo está abollado en dos partes, sino también todo rayado y marcado, porque lo han tenido en el mismo bolsillo con otros objetos duros, como llaves ó moneda; y no es seguramente una hazaña suponer que el hombre que trata con tanto desenfado un reloj que cuesta cincuenta guineas, es muy descuidado.

Ni tampoco es una aventurada deducción que un hombre que hereda una prenda de ese valor, debe haber estado en buena situación bajo otros respectos.

Con un movimiento de cabeza le hice ver que seguía su razonamiento.

- Es costumbre general entre los prestamistas ingleses, cada vez que reciben un reloj en empeño, trazar el número de la papeleta con la punta de un alfiler en la parte inferior de la tapa: esto es más cómodo que ponerle un letrero, pues así no hay riesgo de que el número se pierda ó extravíe. Pues bien, en el interior de la tapa de ese reloj hay no menos de cuatro de esos números visibles con la ayuda de mi lente. Consecuencia: que el hermano de usted se veía frecuentemente en aguas muy bajas. Consecuencia secundaria: que tenía á veces sus ráfagas de prosperidad, sin lo cual no hubiera podido reunir recursos con que rescatar la prenda. Finalmente, mire usted, se lo ruego, la tapa interior, en la que está el agujero de la llave. ¿Qué manos de un hombre que no hubiera bebido, podrían haber hecho todas esas marcas con la llave? En cambio, nunca verá usted un reloj de borracho que no las tenga: el borracho da cuerda por la noche à su reloj y deja en él los rastros de la inseguridad de su mano. ¿Dónde está el misterio de todo esto?

- La cosa es tan clara como la luz del día - le contesté; - y siento haber sido injusto con usted. Mi deber era tener más fe en sus maravillosas facultades. ¿Y podría usted decirme si por ahora tiene en curso alguna investigación?

- Ninguna, y de ahí la cocaína. Yo no puedo vivir sin trabajo cerebral. ¿Qué otra cosa puede inducirlo á uno á vivir? Acérquese á la ventana y mire afuera. ¿Ha existido nunca un mundo más sombrío, más desagradable é inútil? Vea usted cómo se desliza por las calles la amarillenta niebla y pasa por encima de las casas tristes y descoloridas. ¿Qué puede haber de más prosaico y material? ¿Para qué sirven las facultades, doctor, si no se encuentra un terreno apropiado para ejercerlas? El crimen mismo es vulgar, la existencia es vulgar, las únicas cualidades que tienen funciones que llenar en la tierra, son vulgares y comunes.

Había ya abierto la boca para contestar á este discurso, cuando nuestra patrona llamó á la puerta con un golpe seco, y entró con una tarjeta en la bandeja de bronce.

- Una señorita que viene á verlo á usted, señor - dijo dirigiéndose á mi compañero.

- Miss Mary Morstan, - leyó Holmes. - ¡Hum! No recuerdo haber oído antes este nombre. Diga usted á esa señorita que suba, señora Hudson. No se vaya usted, doctor. Prefiero que estemos juntos.