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Cien Años de Soledad de Gabriel García Márquez, Capítulo 17 (4)

Capítulo 17 (4)

Dos meses después, Amaranta Úrsula se fue a Bruselas. Aureliano Segundo le entregó no solo el dinero de la rifa extraordinaria, sino el que había logrado economizar en los meses anteriores, y el muy escaso que obtuvo por la venta de la pianola, el clavicordio y otros corotos caídos en desgracia. Según sus cálculos, ese fondo le alcanzaba para los estudios, así que solo quedaba pendiente el valor del pasaje de regreso. Fernanda se opuso al viaje hasta el último momento, escandalizada con la idea de que Bruselas estuviera tan cerca de la perdición de París, pero se tranquilizó con una carta que le dio el padre Ángel para una pensión de jóvenes católicas atendida por religiosas, donde Amaranta Úrsula prometió vivir hasta el término de sus estudios. Además, el párroco consiguió que viajara al cuidado de un grupo de franciscanas que iban para Toledo, donde esperaban encontrar gente de confianza para mandarla a Bélgica. Mientras se adelantaba la apresurada correspondencia que hizo posible esta coordinación, Aureliano Segundo, ayudado por Petra Cotes, se ocupó del equipaje de Amaranta Úrsula. La noche en que prepararon uno de los baúles nupciales de Fernanda, las cosas estaban tan bien dispuestas que la estudiante sabía de memoria cuáles eran los trajes y las babuchas de pana con que debía hacer la travesía del Atlántico, y el abrigo de paño azul con botones de cobre, y los zapatos de cordobán con que debía desembarcar. Sabía también cómo debía caminar para no caer al agua cuando subiera a bordo por la plataforma, que en ningún momento debía separarse de las monjas ni salir del camarote como no fuera para comer, y que por ningún motivo debía contestar a las preguntas que los desconocidos de cualquier sexo le hicieran en alta mar. Llevaba un frasquito con gotas para el mareo y un cuaderno escrito de su puño y letra por el padre Ángel, con seis oraciones para conjurar la tempestad. Fernanda le fabricó un cinturón de lona para que guardara el dinero, y le indicó la forma de usarlo ajustado al cuerpo, de modo que no tuviera que quitárselo ni siquiera para dormir. Trató de regalarle la bacinilla de oro lavada con lejía y desinfectada con alcohol, pero Amaranta Úrsula la rechazó por miedo de que se burlaran de ella sus compañeras de colegio. Pocos meses después, a la hora de la muerte, Aureliano Segundo había de recordarla como la vio la última vez, tratando de bajar sin conseguirlo el cristal polvoriento del vagón de segunda clase, para escuchar las últimas recomendaciones de Fernanda. Llevaba un traje de seda rosada con un ramito de pensamientos artificiales en el broche del hombro izquierdo; los zapatos de cordobán con trabilla y tacón bajo, y las medias satinadas con ligas elásticas en las pantorrillas. Tenía el cuerpo menudo, el cabello suelto y largo y los ojos vivaces que tuvo Úrsula a su edad, y la forma en que se despedía sin llorar pero sin sonreír, revelaba la misma fortaleza de carácter. Caminando junto al vagón a medida que aceleraba, y llevando a Fernanda del brazo para que no fuera a tropezar, Aureliano Segundo apenas pudo corresponderle con un saludo de la mano, cuando la hija le mandó un beso con la punta de los dedos. Los esposos permanecieron inmóviles bajo el sol abrasante, mirando cómo el tren se iba confundiendo con el punto negro del horizonte, y tomados del brazo por primera vez desde el día de la boda.

El nueve de agosto, antes de que se recibiera la primera carta de Bruselas, José Arcadio Segundo conversaba con Aureliano en el cuarto de Melquíades, y sin que viniera a cuento dijo:

—Acuérdate siempre de que eran más de tres mil y que los echaron al mar.

Luego se fue de bruces sobre los pergaminos, y murió con los ojos abiertos. En ese mismo instante, en la cama de Fernanda, su hermano gemelo llegó al final del prolongado y terrible martirio de los cangrejos de hierro que le carcomieron la garganta. Una semana antes había vuelto a la casa, sin voz, sin aliento y casi en los puros huesos, con sus baúles trashumantes y su acordeón de perdulario, para cumplir la promesa de morir junto a la esposa. Petra Cotes lo ayudó a recoger sus ropas y lo despidió sin derramar una lágrima, pero olvidó darle los zapatos de charol que él quería llevar en el ataúd. De modo que cuando supo que había muerto, se vistió de negro, envolvió los botines en un periódico, y le pidió permiso a Fernanda para ver al cadáver. Fernanda no la dejó pasar de la puerta.

—Póngase en mi lugar —suplicó Petra Cotes—. Imagínese cuánto lo habré querido para soportar esta humillación.

—No hay humillación que no la merezca una concubina —replicó Fernanda—. Así que espere a que se muera otro de los tantos para ponerle esos botines.

En cumplimiento de su promesa, Santa Sofía de la Piedad degolló con un cuchillo de cocina el cadáver de José Arcadio Segundo para asegurarse de que no lo enterraran vivo. Los cuerpos fueron puestos en ataúdes iguales, y allí se vio que volvían a ser idénticos en la muerte, como lo fueron hasta la adolescencia. Los viejos compañeros de parranda de Aureliano Segundo pusieron sobre su caja una corona que tenía una cinta morada con un letrero: Apártense vacas que la vida es corta. Fernanda se indignó tanto con la irreverencia que mandó tirar la corona en la basura. En el tumulto de última hora, los borrachitos tristes que los sacaron de la casa confundieron los ataúdes y los enterraron en tumbas equivocadas.

Capítulo 17 (4) Chapter 17 (4) Rozdział 17 (4) Capítulo 17 (4) Глава 17 (4)

Dos meses después, Amaranta Úrsula se fue a Bruselas. Two months later, Amaranta Ursula left for Brussels. Aureliano Segundo le entregó no solo el dinero de la rifa extraordinaria, sino el que había logrado economizar en los meses anteriores, y el muy escaso que obtuvo por la venta de la pianola, el clavicordio y otros corotos caídos en desgracia. Aureliano Segundo gave him not only the money from the extraordinary raffle, but also the money he had managed to save in the previous months, and the very little he obtained from the sale of the pianola, the harpsichord and other corotos that had fallen into disgrace. Según sus cálculos, ese fondo le alcanzaba para los estudios, así que solo quedaba pendiente el valor del pasaje de regreso. Fernanda se opuso al viaje hasta el último momento, escandalizada con la idea de que Bruselas estuviera tan cerca de la perdición de París, pero se tranquilizó con una carta que le dio el padre Ángel para una pensión de jóvenes católicas atendida por religiosas, donde Amaranta Úrsula prometió vivir hasta el término de sus estudios. Además, el párroco consiguió que viajara al cuidado de un grupo de franciscanas que iban para Toledo, donde esperaban encontrar gente de confianza para mandarla a Bélgica. Mientras se adelantaba la apresurada correspondencia que hizo posible esta coordinación, Aureliano Segundo, ayudado por Petra Cotes, se ocupó del equipaje de Amaranta Úrsula. La noche en que prepararon uno de los baúles nupciales de Fernanda, las cosas estaban tan bien dispuestas que la estudiante sabía de memoria cuáles eran los trajes y las babuchas de pana con que debía hacer la travesía del Atlántico, y el abrigo de paño azul con botones de cobre, y los zapatos de cordobán con que debía desembarcar. Sabía también cómo debía caminar para no caer al agua cuando subiera a bordo por la plataforma, que en ningún momento debía separarse de las monjas ni salir del camarote como no fuera para comer, y que por ningún motivo debía contestar a las preguntas que los desconocidos de cualquier sexo le hicieran en alta mar. Llevaba un frasquito con gotas para el mareo y un cuaderno escrito de su puño y letra por el padre Ángel, con seis oraciones para conjurar la tempestad. He was carrying a small bottle with drops for motion sickness and a notebook written in his handwriting by Father Ángel, with six prayers to ward off the storm. Fernanda le fabricó un cinturón de lona para que guardara el dinero, y le indicó la forma de usarlo ajustado al cuerpo, de modo que no tuviera que quitárselo ni siquiera para dormir. Trató de regalarle la bacinilla de oro lavada con lejía y desinfectada con alcohol, pero Amaranta Úrsula la rechazó por miedo de que se burlaran de ella sus compañeras de colegio. Pocos meses después, a la hora de la muerte, Aureliano Segundo había de recordarla como la vio la última vez, tratando de bajar sin conseguirlo el cristal polvoriento del vagón de segunda clase, para escuchar las últimas recomendaciones de Fernanda. A few months later, at the time of death, Aureliano Segundo was to remember her as he saw her the last time, trying unsuccessfully to lower the dusty window of the second-class carriage to listen to Fernanda's latest recommendations. Llevaba un traje de seda rosada con un ramito de pensamientos artificiales en el broche del hombro izquierdo; los zapatos de cordobán con trabilla y tacón bajo, y las medias satinadas con ligas elásticas en las pantorrillas. She was wearing a pink silk gown with a sprig of artificial pansies on the brooch on her left shoulder; cordovan shoes with a strap and low heels, and satin stockings with elastic garters on the calves. Tenía el cuerpo menudo, el cabello suelto y largo y los ojos vivaces que tuvo Úrsula a su edad, y la forma en que se despedía sin llorar pero sin sonreír, revelaba la misma fortaleza de carácter. She had a small body, long loose hair, and the lively eyes that Úrsula had at her age, and the way she said goodbye without crying but without smiling, revealed the same strength of character. Caminando junto al vagón a medida que aceleraba, y llevando a Fernanda del brazo para que no fuera a tropezar, Aureliano Segundo apenas pudo corresponderle con un saludo de la mano, cuando la hija le mandó un beso con la punta de los dedos. Walking next to the car as it accelerated, and taking Fernanda by the arm so she wouldn't trip, Aureliano Segundo was barely able to reciprocate with a handshake, when his daughter blew him a kiss with the tips of her fingers. Los esposos permanecieron inmóviles bajo el sol abrasante, mirando cómo el tren se iba confundiendo con el punto negro del horizonte, y tomados del brazo por primera vez desde el día de la boda. The spouses remained motionless under the scorching sun, watching the train blend with the black dot on the horizon, and arm in arm for the first time since the wedding day.

El nueve de agosto, antes de que se recibiera la primera carta de Bruselas, José Arcadio Segundo conversaba con Aureliano en el cuarto de Melquíades, y sin que viniera a cuento dijo: On August 9, before the first letter from Brussels was received, José Arcadio Segundo was talking with Aureliano in Melquíades' room, and out of the blue he said:

—Acuérdate siempre de que eran más de tres mil y que los echaron al mar. -Always remember that there were more than three thousand of them and that they were thrown into the sea.

Luego se fue de bruces sobre los pergaminos, y murió con los ojos abiertos. Then he fell flat on the scrolls, and died with his eyes open. En ese mismo instante, en la cama de Fernanda, su hermano gemelo llegó al final del prolongado y terrible martirio de los cangrejos de hierro que le carcomieron la garganta. Una semana antes había vuelto a la casa, sin voz, sin aliento y casi en los puros huesos, con sus baúles trashumantes y su acordeón de perdulario, para cumplir la promesa de morir junto a la esposa. A week before he had returned home, voiceless, breathless, and almost bare bones, with his nomadic trunks and his perdularium accordion, to fulfill his promise to die with his wife. Petra Cotes lo ayudó a recoger sus ropas y lo despidió sin derramar una lágrima, pero olvidó darle los zapatos de charol que él quería llevar en el ataúd. Petra Cotes helped him pick up his clothes and said goodbye without shedding a tear, but she forgot to give him the patent leather shoes he wanted to wear in the coffin. De modo que cuando supo que había muerto, se vistió de negro, envolvió los botines en un periódico, y le pidió permiso a Fernanda para ver al cadáver. Fernanda no la dejó pasar de la puerta.

—Póngase en mi lugar —suplicó Petra Cotes—. "Put yourself in my place," Petra Cotes pleaded. Imagínese cuánto lo habré querido para soportar esta humillación. Imagine how much I would have loved him to endure this humiliation.

—No hay humillación que no la merezca una concubina —replicó Fernanda—. "There is no humiliation that a concubine does not deserve," Fernanda replied. Así que espere a que se muera otro de los tantos para ponerle esos botines. So wait until another of the many dies to put those booties on him.

En cumplimiento de su promesa, Santa Sofía de la Piedad degolló con un cuchillo de cocina el cadáver de José Arcadio Segundo para asegurarse de que no lo enterraran vivo. Los cuerpos fueron puestos en ataúdes iguales, y allí se vio que volvían a ser idénticos en la muerte, como lo fueron hasta la adolescencia. Los viejos compañeros de parranda de Aureliano Segundo pusieron sobre su caja una corona que tenía una cinta morada con un letrero: Apártense vacas que la vida es corta. Aureliano Segundo's old party companions put a crown on his box that had a purple ribbon with a sign: Get away, cows, life is short. Fernanda se indignó tanto con la irreverencia que mandó tirar la corona en la basura. Fernanda was so outraged by the irreverence that she ordered the crown to be thrown in the trash. En el tumulto de última hora, los borrachitos tristes que los sacaron de la casa confundieron los ataúdes y los enterraron en tumbas equivocadas. In the last-minute tumult, the sad drunkards who took them out of the house mixed up the coffins and buried them in the wrong graves.