Ep.37 - Marina y su olor - Mayra Santos Febres (3)
Refiriéndose al acuerdo social por garantizar la pureza de la sangre, Viveros-Vigoya nos dice que “En esta operación fue crucial el control del comportamiento sexual de las mujeres de la elite, consideradas como los agentes que podían traer contaminación al interior de la familia, amenazando la pureza de sangre que definía en buena parte la posición social de la elite en la jerarquía social y racial”.
De ahí la vieja excusa de la importancia de la castidad y la virtud de la mujer que equivalía al honor familiar.
Ciertamente hubo muchos abortos durante la colonia, dado que ningún embarazo producto de una relación con un hombre de menor rango podía traer algo bueno. Por encima de todo las mujeres debían contribuir a preservar el sistema que privilegiaba a sus esposos, hermanos y padres blancos. Como dice el dicho, nadie sabe para quien trabaja.
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Entonces, el matrimonio tomó mayor relevancia en la definición del estatus social. Se convirtió en la institución que conectó la dominación sexual con la racial, y al Estado con la familia.
Es de esperarse que durante la colonial se generaran políticas contra el matrimonio interracial. Dado que en el subconsciente de muchas naciones latinoamericanas, existía el fantasma de la independencia negra haitiana. Por lo tanto, era necesario no darle poder a los de color.
Sin embargo, por más normas que se establecieran para mantener a la elite pura y blanca, lo mismo no aplicaba a la gente del común.
Nos dice Viveros-Vigoya, citando a Peter Wade que “las uniones consensuales fueron frecuentes entre las capas plebeyas de las ciudades coloniales de México, Lima y Santa Fe de Bogotá, y parecen haber sido aceptadas como una norma cultural de ese grupo […] la castidad femenina tenía un valor menor que en la elite. Sin embargo, el matrimonio fue una institución ampliamente valorada por toda la población y era una meta a la que se aspiraba”.
Quizá debido al alto grado de mestizaje o a la laxitud con que se seguían las normas, es que las autoridades coloniales recurrieron a la Inquisición.
Viveros-Vigoya afirma que “Los colonizadores españoles y portugueses vincularon la inmoralidad sexual al paganismo y persiguieron la brujería, no únicamente como herejía sino también como un ámbito muy sexualizado”.
De hecho, si le echáis un vistazo al manual utilizado por los tribunales de la inquisición en México y Lima en 1569, y luego en Cartagena de Indias en 1610, muchos de los casos se relacionaban con la sexualidad. He adjuntado el enlace al documento en PDF en la transcripción.
Continuemos entonces con la obsesión que la Inquisición tenía con el mestizaje y la sexualidad.
Viveros-Vigoya cita la investigación de Luiz Mott en Brasil, quien señala que “muchos de los sacrilegios investigados por la inquisición en Brasil tenían contenidos sexuales”.
Pero no solo Brasil estuvo bajo el escrutinio. Viveros-Vigoya cita a Jaime Borja, estudioso que nos habla del caso colombiano diciendo que “la sexualidad de las poblaciones negras, indígenas y mestizas fue sometida a un más estricto escrutinio. De este modo, concubinato, adulterio y sodomía fueron pecados asociados muy frecuentemente con las poblaciones racializadas y la brujería se asimiló con la prostitución y los comportamientos sexualmente licenciosos”.
O sea que la vida de las minorías era examinada con lupa, juzgada duramente y hasta sacada de proporciones, especialmente en temporada de caza de brujas. Mientras que a las elites blancas se les aplicaba el viejo dicho el peca y reza, empata.
Pero no os preocupéis, que el que mucho abarca, poco aprieta, y la iglesia por más que trato no logró llegar a cada individuo y grupo social. Lo cual ayudo a que se generaran espacios de libertad y autonomía.
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Es tiempo de cruzar el puente que nos lleva de la Inquisición a la modernidad.
Exploraremos cómo el proyecto de consolidación y modernización de los estados nacionales, dio a la mujer y a las minorías la falsa esperanza de mejorar su estatus, y liberarse del escrutinio religioso y social.
Con la llegada del siglo XX, en muchos países latinoamericanos se iniciaron campañas con el fin de mejorar la raza. Se dio inicio entonces a políticas higienistas, programas eugenésicos (o selección racial), renovación urbana, acceso a la educación, y se dio la bienvenida a la modernidad.
Nos dice Viveros-Vigoya que en el caso colombiano “La familia fue el foco de las estrategias remediales y formativas emprendidas para la reforma del pueblo, y la mujer fue considerada como la responsable de reformar a los hijos de la patria en aras de consolidar una nueva nación fuerte y vigorosa”.
Esto me recuerda a los discursos nazis, comunistas y capitalistas, acerca de la tremenda responsabilidad que yace sobre las mujeres. El compromiso de la construcción de familia y por ende de nación.
Entonces, se diseñaron manuales de economía domestica y de buenas maneras que guiaban a las mujeres en sus futuras obligaciones como las procreadoras de la sociedad moderna.
Viveros-Vigoya afirma que “Para ellas se delimitaron no sólo sus funciones como madres, sino también la edad ideal para casarse, iniciar la vida sexual, tener hijos y realizar cada tarea en función de su etapa de vida”.
De ahí que más de una llegando a los 30 se angustiara sino tenia marido, porque entonces se quedaría para vestir santos, y se le veía como un individuo que en menor medida contribuía a la sociedad.
Si las mujeres en los siglos anteriores eran solo un medio para la reproducción familiar y el mantenimiento de las dinastías, o como cuerpos que servían para el entretenimiento masculino, ahora eran vistas como las responsables del progreso nacional. Pero no se crean que el cuento tan rápido, porque la aparente ascensión de estatus o rol social viene con su guardado.
La mujer era ahora reconocida como la encargada de la economía del hogar, creando un nido acogedor para su esposo. Entonces, un hogar cálido, limpio y organizado garantizaba mantener al esposo lejos de los vicios del juego, alcohol y de las mujeres de la calle. En consecuencia, dicho hombre podría convertirse en un ejemplar trabajador del gran sistema productivo de la modernidad.
Lamentablemente, dicha creencia de que una buena mujer sabe cómo mantener al marido contento no se ha desvanecido. Yo he escuchado a mujeres y hombres mayores decir cuán importante es la mujer en el éxito de su esposo y de sus hijos, a menudo sacrificando sus propias aspiraciones.
Viveros-Vigoya nos dice que “Las mujeres fueron vistas y representadas por el discurso médico no sólo como madres biológicas sino también como madres morales de los hijos, la familia, la sociedad y la nación”.
En un estudio hecho por Donna Guy (1991) en Argentina (citado por Viveros) se hace referencia “a la participación de las mujeres feministas en la definición de la maternidad, aceptada como un destino que debían cumplir las mujeres modernas”.
Continua Donna Guy diciendo que “escritoras feministas como Raquel Camaña vincularon la maternidad con la democracia y plantearon la centralidad que debía ocupar el proyecto de una democracia vital, anclado en la familia”.
Recuerden las palabras sarcásticas de la argentina Alfonsina Storni en el episodio 30, “Diario de una Niña Inútil”, “Esta mañana al levantarme me he acordado de que alguien dijo que un hombre completo debe en la vida tener un hijo, plantar un árbol y escribir un libro.”
Me pregunto si estas tareas todavía son requisitos para alcanzar la felicidad.
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¿Y qué tiene todo esto que ver con las minorías sociales y raciales?
Todo este cuento del vital rol femenino en la construcción de una nación moderna hacía parte de las políticas higienistas. Las cuales, apoyadas en las corrientes del positivismo (que avala el conocimiento científico por encima de todo), del darwinismo social (que es la aplicación de la selección natural en las sociedades humanas), y de la antropología forense, reforzaron la idea de “las clases peligrosas”.
Dichas clases sociales que degeneraban la sociedad debían ser temidas, reeducadas o erradicadas. Entre ellos se incluían los que sufrían de tuberculosis, sífilis, alcoholismo, al igual que las prostitutas, vagos, mendigos, criminales, sediciosos y los grupos raciales minoritarios.
La sexualidad de estos grupos fue motivo de desconfianza. Al punto que para las clases dirigentes latinoamericanas el pueblo de origen indígena o africano, eran un impedimento para el desarrollo nacional.
Cuantas veces no he escuchado a las personas educadas decir que los indígenas o los grupos afrodescendientes son unos atrasados que no quieren educarse o modernizarse. Simplemente porque continúan practicas ancestrales y no aceptan la intervención del estado que desea traerles el progreso.
El mismo progreso que hoy día ha traído problemas ambientales irreversibles, la extinción de fauna, flora, lenguas y poblaciones ancestrales.
El progreso que nos agobia con trabajos de más de 40 horas a la semana, que n te hace llevar el trabajo a la casa, que nos vende comida chatarra, que nos anestesia frente al televisor por horas, y que nos ahoga en préstamos bancarios.
El mismo progreso que posterga la edad de jubilación, que nos hace desear más y más, aunque lo que tengamos es posiblemente lo que necesitamos. Como mi esposo dice “la valía de una persona acaba estando intrínsecamente ligada a su productividad”.
Mi papá alguna vez me dijo “mija, la única forma de avanzar es endeudarse”. Me quede aterrada, yo le tengo pavor a las deudas. Luego me di cuenta de que él tenía algo de razón, así es como el sistema fue diseñado, para que siempre le estemos debiendo.
Entonces bajo la bandera del progreso, la cultura política republicana centró su discurso alrededor de la dignidad y de los derechos civiles de los hombres trabajadores. Y se le permitió a dicho hombre trabajador que mientras cumpliera sus responsabilidades públicas podía ejercer en casa su autoridad patriarcal.
Dice Viveros-Vigoya que se les autorizó a los hombres dicho poder “a través del control de la sexualidad de las mujeres, en el marco de una masculinidad vigorosa pero civilizada”.
Sin embargo, el pacto patriarcal base de la nación moderna -una mutación de las formas religiosas coloniales- fundado en los valores familiares también se contradice. Viveros-Vigoya afirma que “mientras [el pacto] buscaba una mayor fluidez en las relaciones raciales pretendía ejercer un férreo control de la laxitud moral que se atribuía a los grupos racializados, mediante políticas y programas de intervención social. Y al tiempo que promovía los valores de la modernidad salvaguardaba de ellos a las mujeres”.
En otras palabras, las mujeres, aunque elevadas al pedestal de ser el axis de la familia y por ende de la nación, era constantemente sospechosas y consideradas incompetentes.
Porque creen que durante tanto tiempo solo las posiciones de poder eran ocupadas por hombres. Cuantas veces he escuchado a mujeres mayores considerarse a sí misma poco inteligentes, solo su descendencia y sus esposos tienen el cerebro que las pobres creen que no heredaron.
En ultimas los beneficiarios de la modernidad eran solo los hombres blancos heterosexuales de buena familia. Con esto no pretendo que nos levantemos con rabia contra aquellos que se han visto beneficiados por antiguos sistemas. Probablemente ni ellos saben cómo llegaron allí.
El problema radica en lo que asumimos como correcto, en los cuentos y plegarias que repetimos como credos sin cuestionar qué agenda es la que apoyan.
Lo cierto es que para que haya un 1% de ricos o de beneficiados, debe haber un 99% que los carga en sus hombros. Si nosotros, el 99% comenzamos a sacudirnos de los hombros las ideologías heredadas de la familia y la sociedad, quizá logremos desenchufarnos de la matriz.
Mis padres me inculcaron el escepticismo. Mi papá decía que no siguiera a otros de forma ciega, que pensara por mí misma, que cuestionara lo que los demás querían de mí. Recuerdo su pregunta ¿y es que usted sigue a Vicente? Refiriéndose al dicho para donde va Vicente, va la gente.
Mi mamá por su parte todavía me advierte que sospeche de los discursos apasionados, porque siempre hay algo más.
Recordemos el minicuento con el que iniciamos el episodio “La venganza de las sirenas”. En la historia Mayra Santos-Febres nos sugiere sospechar acerca de esa idea que por mucho tiempo nos creímos, de que por pura maldad las sirenas causaban la perdición de los hombres. La escritora nos sugiere que quizá la antigua versión es solo un cuento mal contado.