¿El mundo real necesita de la fantasía?
¿Te es familiar la experiencia de evadir por un rato tus problemas refugiándote en las hazañas
de rebeldes con naves espaciales en una galaxia muy, muy lejana? ¿O la de sobrellevar un evento
descorazonador recorriendo mundos donde existe la magia y los encuentros con criaturas fabulosas?
“¡Deja de perder el tiempo con historias de mentiras y enfócate en la realidad!”
¡Momento, momento! ¿La fantasía y la ciencia ficción son puro escapismo?
¿O sirven de algo las historias imaginarias?
¿El mundo real necesita de la fantasía?
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Llamamos “de fantasía” a las narraciones que no tienen la intención de retratar la realidad “tal
cual es”. Todo indica que las primeras historias que los seres humanos se contaron alrededor del
fuego para explicarse la vida y el mundo eran fundamentalmente imaginativas. Fue hasta el Siglo
Dieciocho cuando la sociedad –europea– empezó a preocuparse por que las historias fueran fieles
a la realidad, coincidiendo con la revolución industrial y el desarrollo del capitalismo,
pues tenían que ser “útiles”. Jorge Luis Borges dijo que el afán de reproducir
la realidad en la literatura es un capricho contemporáneo, en cambio,
“la idea de contar hechos fantásticos es muy antigua, y ha de sobrevivir por muchos siglos".
Pero ¿por qué? ¿Sirve de algo imaginar o leer historias acerca de cosas que nunca ocurrieron
ni ocurrirán? O sea ¿los cuentos, películas o juegos “de imaginación” no son una mera evasión
de la realidad, sino que cumplen alguna función? Pues los estudios científicos indican que sí. Y
no sólo eso, sino que es fundamental para nuestro desarrollo psíquico y social. La
gratificación puede ser simplemente hedónica: nos da placer leer, ver u oír cosas extraordinarias,
espectaculares. Pero también puede ser eudaimónica: las narrativas ficticias satisfacen
nuestra búsqueda de significado, de propósito, de un sentido más profundo. ¿De qué maneras ocurre?
En primer lugar los resultados indican que la ficción en general, no sólo la fantástica,
es una forma de juego: una realidad simulada que nos permite experimentar situaciones
diferentes a las de nuestra vida diaria, lo que nos da herramientas para interactuar
socialmente en futuros hipotéticos. Otra cosa que sucede es que nos
identificamos con ciertos personajes ficticios y, muchas veces, moldeamos
nuestras propias conductas para parecernos cada vez más a ellos de manera inconsciente.
Por último, y muy importante, los estudios han encontrado que la lectura de ficción (y sólo de
ficción) está correlacionada con el aumento de los niveles de empatía: nuestra capacidad de “ponernos
en el lugar del otro”. Mejora ese superpoder que tenemos los humanos (y en menor medida algunos
animales) llamado “teoría de la mente”: atribuimos pensamientos, intenciones y sentimientos a otros
seres. Más aún: las investigaciones demuestran que exponernos a ficciones en las que conviven
diferentes grupos y se rechazan estereotipos reduce los prejuicios y mejora la convivencia.
Eso ocurre con la ficción en general, pero ¿y con la fantasía, en específico? Las historias
de ciencia ficción, o de mundos donde existe la magia ¿No se tratan de “mentiritas”,
apropiadas sólo en la niñez, cuando no podemos distinguir lo real de lo irreal? Pues bien:
es cierto que niñas y niños aman la fantasía, pero la ciencia cognitiva sugiere que no es porque no
puedan apreciar la diferencia entre la verdad y la ilusión, sino precisamente por lo contrario:
ellos, más que nadie, están dedicados a encontrar la verdad. Saben que no saben
tanto de la vida y las historias de fantasía, como los cuentos de hadas, a pesar de ser “de
mentiritas”, enseñan verdades acerca de la justicia, la dedicación y la honestidad.
Y tanto en la niñez como en la edad adulta podemos descubrir la verdad dentro de la fantasía. Lo dice
Morfeo, el personaje del cómic Sandman de Neil Gaiman: "Las cosas no tienen que haber sucedido
para ser verdaderas. Los relatos y los sueños son las verdades-sombras que perdurarán cuando los
meros hechos sean polvo y cenizas y olvidados". Si somos capaces de descubrirlo cuando ya somos
adultos, hablamos de neotenia: la retención de características infantiles. La mayor parte de los
animales son juguetones y exploradores durante su infancia y al alcanzar la madurez se dedican sólo
a sobrevivir, pues ya han aprendido todo lo que necesitaban, sobre todo si su entorno es estable.
Pero los humanos tenemos entornos cambiantes y, evolutivamente, ha sido conveniente conservar esa
capacidad de explorar, imaginar y asombrarnos que nos invita a seguir aprendiendo siempre.
Pero, para profundizar aún más, hay que preguntarle al filólogo y maestro narrador J. R.
R. Tolkien, autor de El Señor de los anillos, y en gran parte responsable de devolver la literatura
fantástica al terreno “para todas las edades”. Tolkien afirmó que la fantasía otorga tres dones,
y que son los adultos quienes los necesitan más: El primero es la recuperación: la fantasía nos
renueva la mirada, nos hace ver lo mundano y cotidiano con ojos nuevos, posibilitando nuevas
interpretaciones y cuestionamientos. El segundo es la evasión. Se ha acusado a la fantasía de
ser “escapista”, de hacer que su público evite abordar la realidad, a lo que Tolkien responde:
No es cobarde quien busca escapar de una prisión de hambre, de pobreza o de injusticia. El tercer
don es el del consuelo. La narrativa fantástica suele presentar finales a los que Tolkien llama
“eucatástrofe”: el momento en el que se unen las piezas y todo tiene sentido… y todos los
seres humanos necesitamos ese tipo de consuelo. La escritora chilena Paula Rivera Donoso afirma
que “en un mundo caído como aquel en el que nos encontramos, lleno de dolor y miseria,
necesitamos más que nunca la esperanza y redención de la eucatástrofe” Así,
la imaginación, más que “enajenarnos”, tiene el poder de construir mundos que nos
permitan reconsiderar nuestra propia realidad. Claro que no todas las obras fantásticas son
iguales. Mucho de lo que consumimos podrá estar ambientado en mundos lejanos o épocas remotas,
pero en el fondo los conflictos y soluciones que presentan reproduce las mismas jerarquías
y violencias que vemos a nuestro alrededor y no imaginan otras posibilidades. Por ejemplo:
¿Sólo se salva al mundo adquiriendo super máquinas y ganando batallas? ¿La mejor manera de solucionar
un problema es matar al villano? "¿No convendría más averiguar las causas profundas de lo que
nos daña? Rivera Donoso nos dice que “Una buena lectura de una buena obra de fantasía
debería suponer un proceso activo en el que el lector asimile un cambio de percepción y que,
por medio de él, transforme y enriquezca por su cuenta el mundo a su alrededor.”
Imaginar nos entrena para desafiar las ideas que otros desean imponernos, pues
la buena fantasía es lo opuesto de la mentira. Michael Ende dice en La Historia Interminable:
“Cuando se trata de controlar a los humanos, no hay mejor instrumento que las mentiras [...] Los
humanos viven a través de las creencias, y las creencias se pueden manipular”. Por eso no sólo
es bueno entrar en esos otros mundos, sino, desde nuestros contextos y en nuestra lengua,
crear fantasías propias que miren imaginativamente lo cotidiano para notar con admiración lo que pasa
inadvertido, mirar la realidad con ojo crítico y actuar con voluntad de cambio.
En el mundo literario, para que la imaginación de quienes escriben pueda llegar a quienes leen,
hace falta quien publique: una editorial. Hoy, grandes empresas tienen acaparada la
producción editorial y dictan qué se lee y qué no, a veces, desdeñando la imaginación. Pero existen
alternativas, como Odo Ediciones, que además de publicar fantasía emocionante y transformadora,
también desea cambiar la relación con el público lector, sus escritoras y escritores:
no se concibe como un negocio, sino como un proyecto colaborativo donde toda la comunidad es
co-creadora de los libros. Te invitamos a conocer estre proyecto en la página odoediciones.mx
Y es que, al final de cuentas, la imaginación no es algo superfluo, sino que es “el nervio central
de la humanidad misma”, como dice T P. Mira de Echeverría. Es nuestra herramienta esencial,
y la más útil. Nos recuerda que las cosas no tienen que ser como son. En las palabras de
Ursula K. Le Guin: “Los fantasistas tal vez están tratando de hacer valer –y explorar– una realidad
más amplia [...] Están tratando de recuperar la idea, reconquistar el conocimiento de que existe
otro lugar, otro sitio, donde otras personas pueden vivir otro tipo de vida.” ¡Curiosamente!
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