El arte de la buena vida (1)
El arte de la buena vida. Un camino hacia la alegría estoica. William B. Irvine.
En memoria de Charlie Doyle, que me enseñó a mantenerme sereno en la corriente, aunque no
esté remando. Agradecimientos. Es necesario más de un autor para hacer un libro. Por lo tanto,
permítanme dar las gracias a algunas de las personas que han contribuido a la realización
de este volumen. Para empezar, gracias a la Universidad Wright State por concederme la
excedencia durante el tiempo necesario para la elaboración del núcleo principal de esta obra.
Gracias también a mi departamento, por permitirme impartir, en otoño de 2005,
un curso sobre filosofía helenística en el que pude probar una versión temprana de este libro.
Gracias a quienes, en la mayoría de los casos, involuntariamente, jugaron un papel significativo
en mi programa de malestar voluntario, entre ellos, Jim McCutcheon, de MCCutcheon Music,
Debbie Stiersman, del Centro de Yoga y Nerdance, y a mis compañeros de la Greater
Dayton Rowing Association, con un especial agradecimiento a quienes tuvieron el valor
de cederme su espacio, Judy Dreyer, Chris Lann y Michael M. C. Carty.
Gracias también a Michael por ayudarme a explorar el mundo del malestar proporcionado por los
Sergios y por, plantear valiosas sugerencias respecto a la terminología utilizada en el
capítulo 7. Gracias a Cynthia Kim, que leyó y comentó mi manuscrito.
Gracias a sí mismo a Bill Keen, que, aunque reacio a mostrar lealtad al credo del estoicismo,
ha sido una gran inspiración para este estoico. Gracias a los numerosos lectores anónimos que
me han ayudado a pulir la argumentación de este libro. Gracias también a Sibylle y Tom,
de Oxford University Press, por ser una comadrona literaria tan paciente y perseverante.
El mayor agradecimiento, con todo, es para mi esposa Jamie, por ofrecerme el tiempo y sobre
todo el espacio para escribir este libro. Introducción. Un plan para vivir. ¿Qué le
pides a la vida? Podemos responder que queremos una pareja cariñosa, un buen trabajo y una bonita
casa, pero en realidad se trata de cosas que queremos en la vida. Al preguntar qué le pides
a la vida, planteo la cuestión en su sentido más amplio. No pregunto por los objetivos que te
propones mientras realizas tus actividades cotidianas, sino por el gran objetivo vital.
En otras palabras, de todo aquello que buscas en la vida, que crees que es lo más valioso,
a muchas personas les costará nombrar su objetivo. Saben lo que quieren minuto a minuto o incluso
década a década durante su vida, pero nunca se han detenido a considerar cuál es su gran objetivo.
¿Es acaso comprensible que no lo tengan? Nuestra cultura no anima a la gente a pensar en estas
cosas, de hecho, proporciona una interminable corriente de distracciones para que no tenga
que hacerlo. Sin embargo, un gran objetivo en la vida es el primer componente de una filosofía de
vida. Esto quiere decir que si carecemos de un gran objetivo vital, carecemos de una filosofía
de vida coherente. ¿Por qué es importante tener esta filosofía? Porque sin ella existe el peligro
de malvivir, de que, a pesar de toda tu actividad, a pesar de todas las agradables diversiones que
has podido disfrutar, acabes viviendo una mala vida. En otras palabras, existe el peligro de que
en tu lecho de muerte eches la vista atrás y descubras que has desperdiciado tu vida. En lugar
de perseguir algo verdaderamente valioso, la has desaprovechado al dejar que te distraigan las
baratijas que la vida puede ofrecerte. Supongamos que puedes identificar cuál es tu gran objetivo.
Supongamos, también, que puedes explicar por qué este objetivo merece ser alcanzado. Incluso
entonces existe el peligro de malvivir. En concreto, si no tienes una estrategia eficaz
para alcanzar tu objetivo, es probable que no lo logres. Por lo tanto, el segundo componente de
una filosofía de la vida es una estrategia para alcanzar tu gran objetivo vital. Esta estrategia
especificará lo que debes hacer, mientras cumples con tus actividades diarias, para maximizar tus
oportunidades de conquistar aquello que en la vida te resulta más valioso. Si queremos dar pasos para
evitar desperdiciar nuestra riqueza, encontraremos fácilmente expertos que nos ayudarán. En la guía
telefónica hay muchos asesores cualificados en planificación financiera. Estos individuos nos
ayudarán a definir nuestros objetivos económicos, por ejemplo, cuánto deberíamos ahorrar para nuestra
jubilación. Después de haber definido estos objetivos, nos aconsejarán sobre la forma más
adecuada de conseguirlos. Supongamos, sin embargo, que pretendemos dar pasos no para impedir que
desperdiciemos nuestra riqueza, sino nuestra vida. Podríamos buscar a un experto que nos guíe,
un filósofo de la vida. Esta persona nos ayudará a pensar en nuestros objetivos vitales y en cuáles
de ellos merece la pena perseguir. Nos recordará que, puesto que los objetivos pueden entrar en
conflicto, tenemos que decidir cuáles tendrán primacía si surgen esos conflictos. Por lo tanto,
nos ayudará a clasificar nuestros objetivos y ubicarlos en una jerarquía. El objetivo en la
cima de esta jerarquía será el que he denominado nuestro gran objetivo vital. Es el objetivo que no
estaremos dispuestos a sacrificar para alcanzar otros. Y después de contribuir a seleccionar
nuestro objetivo, un filósofo de la vida nos ayudará a diseñar una estrategia para cumplirlo.
El lugar obvio para buscar a un filósofo de la vida es el Departamento de Filosofía de la
Universidad más cercana. Si visitamos las oficinas de la facultad, encontraremos filósofos especializados
en metafísica, lógica, política, ciencia, religión y ética. También podemos encontrar
filósofos especializados en la filosofía del deporte, la filosofía del feminismo e incluso
la filosofía de la filosofía. Sin embargo, a menos que nos encontremos en una universidad inusual,
no hallaremos a filósofos de la vida en el sentido que tengo en mente. No siempre ha sido así.
Muchos antiguos filósofos griegos y romanos, por ejemplo, pensaban que las filosofías de la vida
merecían no sólo ser contempladas, sino que el arás o un détre de la filosofía era desarrollarlas.
Estos filósofos también se interesaban en otras áreas de la filosofía, por ejemplo, en la lógica,
pero sólo porque creían que perseguir ese interés los ayudaría a desarrollar una filosofía de la
vida. Además, estos antiguos filósofos no se guardaban sus descubrimientos para sí mismos ni
se limitaban a compartirlos con otros filósofos. Por el contrario, formaban escuelas y recibían
como alumno a cualquiera que quisiera adquirir una filosofía de vida. Diferentes escuelas ofrecían
diferentes consejos sobre lo que la gente debe hacer para disfrutar de una buena vida. Antístenes,
discípulo de Sócrates, fundó la escuela Cínica de Filosofía, que defendía un estilo de vida
ascético. Aristipo, otro de sus alumnos, fundó la escuela Cirenaica, que abogaba por un estilo de
vida hedonista. Entre ambos extremos encontramos, entre otras muchas, la escuela Epicúrea, la
escéptica y la que más nos interesa aquí, la escuela Estoica, fundada por Zenón de Citio. Los
filósofos asociados con esas escuelas no ocultaban su interés por las filosofías de la vida. Según
Epicuro, por ejemplo, vana es la palabra del filósofo que no cura el sufrimiento de un hombre.
Pues así como no hay beneficio en la medicina si no expulsa las enfermedades del cuerpo,
tampoco hay beneficio en la filosofía si no expulsa el sufrimiento de la mente, punto 1,
y según el filósofo estoico Seneca, del que diré muchas cosas en este libro,
quien estudia con un filósofo debería llevarse consigo algo bueno cada día,
debería volver a casa cada noche siendo un hombre más profundo, o en camino de serlo,
punto 2. Este libro ha sido escrito para aquellos que buscan una filosofía de vida.
En las siguientes páginas centro mi atención en una filosofía que me ha resultado útil y que
sospecho que muchos, lectores también encontrarán útil. Es la filosofía de los antiguos estoicos.
La filosofía estoica de la vida tal vez sea antigua, pero merece la atención de cualquier
individuo moderno que desea una vida a un tiempo plena y significativa, que desee,
en otras palabras, tener una buena vida. Dicho de otro modo, este libro ofrece consejos sobre
cómo debería vivir la gente. Más exactamente, abriré el cauce para los consejos ofrecidos por
los filósofos estoicos hace dos mil años. Mis colegas filósofos son generalmente reacios a
hacerlo, pero, una vez más, su interés en la filosofía es fundamentalmente, académico,
su investigación es, sobre todo, teórica o histórica. Mi interés en el estoicismo,
por contraste, es resueltamente práctico, mi objetivo es poner en práctica esta filosofía
en mi vida y animar a otros a introducirla en la suya. Los antiguos estoicos, creo,
habrían alentado ambas iniciativas, pero también habrían insistido en que la principal razón para
estudiar el estoicismo es que podemos ponerlo en práctica. Otro aspecto destacable es que,
aunque el estoicismo es una filosofía, tiene un significativo componente psicológico.
Los estoicos se dieron cuenta de que una vida asolada por emociones negativas, entre ellas,
la ira, la ansiedad, el miedo, la tristeza y la envidia, no será una buena vida. Así pues,
se convirtieron en agudos observadores del devenir de la mente humana y como resultado
llegaron a ser algunos, de los psicólogos más perspicaces del mundo antiguo. Lograron desarrollar
técnicas para evitar el inicio de emociones negativas y para extinguirlas cuando fracasaran,
los intentos de prevención. Incluso aquellos lectores recelosos de la especulación filosófica
deberían interesarse en estas técnicas. Después de todo, ¿quién de nosotros no querría reducir
el número de emociones negativas que experimentamos en la vida cotidiana? Aunque durante toda mi vida
adulta he estudiado filosofía, hasta hace poco ignoraba, lamentablemente, el estoicismo. En la
universidad y en los cursos de posgrado, mis profesores nunca me pidieron que leyera a los
estoicos, y a pesar de ser un lector ávido, jamás sentí la necesidad de acercarme a ellos por mí
mismo. En líneas generales, no veía la necesidad de considerar una filosofía de la vida. En cambio,
me sentía cómodo con lo que para casi todo el mundo es la filosofía vital por defecto,
pasar el tiempo buscando una interesante mezcla de placer, prosperidad y estatus social. En otras
palabras, mi filosofía de vida era lo que generosamente podríamos llamar una forma ilustrada
de hedonismo. Sin embargo, en la quinta década de mi vida, los acontecimientos conspiraron para
introducirme en el estoicismo. El primero de ellos fue la publicación, en 1998, de Todo un hombre,
de Tom Wolfe. En esta novela, un personaje descubre accidentalmente al filósofo estoico
Epicteto y empieza a comentar su filosofía. Me pareció a un tiempo intrigante y sorprendente.
Dos años más tarde inicié una investigación sobre el deseo. Como parte de ella, examiné los
consejos que a lo largo de los milenios se han dado para dominar el deseo. Empecé estudiando lo
que las religiones, entre ellas el cristianismo, el hinduismo, el taoísmo, el sufismo y el budismo,
en particular, el budismo Zen, tenían que decir sobre el deseo. A continuación, examiné los
consejos sobre el control del deseo ofrecidos por los filósofos, pero descubrí que sólo unos pocos
habían abordado esta cuestión. Entre los pocos que lo habían hecho destacaban los filósofos
helenísticos, epicúreos, escépticos y estoicos. Al realizar esta investigación sobre el deseo,
tenía un motivo ulterior. Durante largo tiempo me había intrigado el budismo Zen y había pensado
que examinar de cerca su conexión con mi investigación haría de mí un converso de
pleno derecho. Pero lo que descubrí, para mi sorpresa, es que el estoicismo y el Zen tienen
ciertas cosas en común. Ambos, por ejemplo, subrayan la importancia de contemplar la
naturaleza transitoria del mundo que nos rodea y la importancia de dominar el deseo, en la medida
en que es posible hacerlo. También nos aconsejan buscar la tranquilidad y nos brindan su guía para
alcanzarla y mantenerla. Además, pronto advertí que el estoicismo se acomodaba mejor que el
budismo a mi naturaleza analítica. Como resultado, y para mi sorpresa, me encontré jugando con la
idea de convertirme no en un practicante del budismo Zen, sino en un practicante del estoicismo.
Antes de empezar mi investigación sobre el deseo, no había considerado el estoicismo como una
filosofía de vida, pero al leer a los estoicos descubrí que casi todo lo que creía saber de
ellos estaba equivocado. Para empezar, sabía que el diccionario define estoico como un individuo,
aparentemente indiferente o invulnerable a la alegría, la tristeza, el placer o el dolor,
punto, 3, por lo tanto, esperaba que la E mayúscula de estoicos fuera como la e minúscula de estoico.
Sin embargo, descubrí que el objetivo de los estoicos no era desterrar la emoción de la vida,
sino desterrar las emociones negativas. Al leer las obras de los estoicos, descubrí a individuos
alegres y optimistas respecto a la vida, aunque creían que había que invertir tiempo pensando en
todo lo malo que podía sucederles, plenamente capaces de disfrutar de los placeres que brinda
la existencia, al tiempo que se cuidaban de no verse esclavizados por esos placeres. Para mi
sorpresa, encontré a autores que valoraban la alegría, de hecho, según Seneca, lo que los
estoicos pretenden descubrir, es como la mente siempre debe perseguir un curso firme y favorable,
ha de estar bien dispuesta hacia sí misma y considerar su condición con alegría, punto, 4,
también afirma que quien practique los principios estoicos, debe estar, tanto si lo desea como si no,
necesariamente asistido por una constante jovialidad y alegría profunda que brota del
interior, pues haya gozo en sus propios recursos, y no desea alegrías más grandes que las suyas
propias, punto, 5. En un tono similar, el filósofo estoico Musonio Rufo nos dice que si vivimos de
acuerdo con los principios estoicos propiciaremos, automáticamente una, disposición alegre y una
alegría serena, punto, 6. En lugar de asumir el papel de individuos pasivos sombríamente resignados
a padecer los abusos e injusticias, del mundo, los estoicos estaban plenamente comprometidos con la
vida y trabajaban para hacer del mundo un lugar mejor. Pensemos, por ejemplo, en Catón el joven,
a pesar de no contribuir a la literatura del estoicismo, Catón era un estoico practicante,
de hecho, Séneca se refiere a él como el perfecto estoico, punto, 7, su estoicismo no le impidió
luchar valientemente para restaurar la república romana. Asimismo, Séneca parece haber sido
notablemente enérgico, además de filósofo, fue un dramaturgo de éxito, consejero de un emperador
y el equivalente a un banquero de inversiones en el siglo primero. Y Marco Aurelio, además de
filósofo, fue uno de los emperadores romanos, de hecho, quizá el más grande de todos ellos.
A medida que leía sobre los estoicos, mi admiración hacia ellos no paraba de crecer.
Eran valientes, moderados, razonables y autodisciplinados, rasgos que me gustaría
poseer. También consideraban importante que todos cumplamos nuestras obligaciones y ayudemos a los
demás seres humanos. Valores que deseo compartir. En mi investigación sobre el deseo, descubrí el
acuerdo, casi unánime entre personas reflexivas, de que será poco probable que vivamos una vida
significativa a menos que superemos nuestra insaciabilidad. También había acuerdo en que
una forma maravillosa de dominar nuestra tendencia a querer siempre más es, convencernos de que nos
gustan las cosas que ya tenemos. Parecía una intuición importante, pero dejaba abierta la
cuestión de cómo llevarlo a cabo exactamente. Me agradó comprobar que los estoicos tenían una
respuesta a esta pregunta. Desarrollaron una técnica muy sencilla que, al ponerla en práctica,
nos hace sentirnos a gusto, aunque sea por un tiempo, con la persona que somos, viviendo la
vida que nos ha tocado vivir, casi independientemente de lo que esa vida podría ser. Cuanto más estudiaba
a los estoicos, más cautivado me sentía por su filosofía. Pero al intentar compartir con otros
mi recién descubierto entusiasmo por el estoicismo, pronto descubrí que no estaba solo a la hora de
malinterpretar la filosofía. Amigos, familiares e incluso mis colegas en la universidad parecían
creer que los estoicos eran individuos cuyo objetivo era suprimir toda emoción y que,
por lo tanto, llevaban vidas sombrías y pasivas. Tuve la sensación de que los estoicos eran víctimas
de una acusación injusta, que yo mismo había contribuido a fomentar hasta hacía poco. Esta
mera comprensión debería bastar para motivarme a escribir un libro sobre los estoicos, un libro
para dejar las cosas claras, pero en realidad tuve una segunda motivación aún más poderosa que la
anterior. Tras conocer el estoicismo, empecé, de una forma experimental, discreta, a darle la
oportunidad de ser mi filosofía de vida. El experimento ha tenido el éxito suficiente como
para sentirme obligado a informar de mis descubrimientos, al mundo en su conjunto,
en la creencia de que otros podrán beneficiarse del estudio de los estoicos y adoptar su filosofía
de vida. Naturalmente, los lectores tendrán curiosidad por saber qué implica la práctica
del estoicismo. En las antiguas Grecia o Roma, un aspirante estoico podría aprender a practicar
el estoicismo acudiendo a una escuela estoica, pero ya no es posible. Como alternativa, un moderno
aspirante puede consultar las obras de los antiguos estoicos, pero lo que descubrirá al hacerlo es que
muchos de esos trabajos, en concreto, los de los estoicos griegos, se han perdido. Además, si lee
las obras que han sobrevivido, descubrirá que, aunque abordan el estoicismo en profundidad,
no ofrecen un plan de estudio para, por así decirlo, los estoicos novicios. El desafío que
he afrontado al escribir este libro era construir ese plan a partir de pistas diseminadas en los
escritos estoicos. Aunque este libro ofrece una guía detallada para el aspirante estoico,
permítime describir aquí, de forma preliminar, algunas de las cosas que querremos hacer si
adoptamos el estoicismo como nuestra filosofía de vida. Reconsideraremos nuestros objetivos en
la vida. En concreto, tendremos el valor de afrontar la sentencia estoica de que muchas
de las cosas que deseamos, en especial, la fama y la fortuna, no merecen la pena. En cambio,
centraremos nuestra atención en la búsqueda de la serenidad y lo que los estoicos llamaban virtud.
Descubriremos que la virtud estoica tiene muy poco en común con lo que la gente quiere decir
con esa palabra. También descubriremos que la serenidad que los estoicos buscaban no es
el tipo de serenidad que podremos obtener con la ingesta de un tranquilizante, no es,
en otras palabras, un estado semejante al del zombie. En cambio, es un estado marcado por la
ausencia de emociones negativas como la ira, la tristeza, la ansiedad y el temor, y la presencia
de emociones positivas, en particular, la alegría. Estudiaremos las diversas técnicas psicológicas
desarrolladas por los estoicos para alcanzar y mantener la serenidad, y utilizaremos esas
técnicas en la vida cotidiana. Nos cuidaremos, por ejemplo, de distinguir entre las cosas que
podemos controlar y las que no, de modo que dejemos de preocuparnos por las segundas y nos
concentremos en las primeras. También reconoceremos hasta qué punto es fácil que los demás perturben
nuestra serenidad, y en consecuencia, pondremos en práctica estrategias estoicas para evitar que
nos molesten. Por último, nos convertiremos en observadores más reflexivos de nuestra propia
vida. Nos veremos a nosotros mismos en nuestros asuntos cotidianos y luego reflexionaremos sobre
lo que hemos visto, tratando de identificar las fuentes de angustia de nuestra vida, y pensando
cómo evitar ese sentimiento. Es obvio que practicar el estoicismo exigirá esfuerzo, pero esto puede
decirse de todas las verdaderas filosofías de vida. De hecho, incluso el hedonismo ilustrado
requiere esfuerzo. El gran objetivo vital del hedonismo ilustrado consiste en maximizar el
placer que se experimenta en el curso de una vida. Para practicar esta filosofía de vida, pasaremos
tiempo descubriendo, explorando y clasificando fuentes de placer e investigando los efectos
secundarios adversos que puedan producir. Por lo tanto, el hedonismo ilustrado diseñará estrategias
para maximizar el nivel de placer que experimenta el sujeto. El hedonismo no ilustrado, en el que
una persona busca irreflexivamente la gratificación a corto plazo, no es, en mi opinión, una filosofía
de vida coherente. El esfuerzo requerido para practicar el estoicismo probablemente será mayor
que el exigido para practicar el hedonismo ilustrado, pero menor que el necesario para
practicar, por ejemplo, el budismo Zen. Un budista Zen tendrá que meditar, una práctica que lleva
tiempo y que, en algunas de sus formas, resulta física y mentalmente exigente. La práctica del
estoicismo, por el contrario, no nos exige que dediquemos mucho tiempo a ser estoicos. Exige que
reflexionemos periódicamente sobre nuestra vida, pero estos períodos de reflexión normalmente
pueden comprimirse en determinados momentos del día, como cuando estamos atrapados en un atasco
de tráfico, esta era la recomendación de Seneca, cuando yacemos en la cama a la espera de que llegue
el sueño. Cuando evaluamos los costes asociados a la práctica del estoicismo o de cualquier otra
filosofía de vida, los lectores deberían comprender que también hay costes asociados a no disponer de
una filosofía de vida. Ya he mencionado uno de ellos, el peligro de pasar nuestra existencia
buscando objetivos sin valor, por lo tanto, desperdiciándola. En este punto muchos lectores
se preguntarán si el estoicismo es compatible con sus creencias religiosas. En el caso de la
mayoría de las religiones, creo que sí. En concreto, los cristianos percibirán que las
doctrinas estoicas concuerdan con su punto de vista religioso. Por ejemplo, compartirán el deseo
estoico de alcanzar la serenidad, aunque los cristianos la llamarán paz. Apreciarán el
mandamiento de Marco Aurelio de, Amar a la humanidad?.8, y al tropezarse con la observación
de Epicteto, según la cual algunas cosas son para nosotros y otras no, y, si tenemos buen sentido,
concentraremos nuestra energía en las cosas que nos corresponden, los cristianos recordarán la
oración de la serenidad, a menudo atribuida al teólogo Reinhold Niebuhr. Dicho esto,
debería añadir que también es posible ser simultáneamente agnóstico y practicante del
estoicismo. El índice de este libro está dividido en cuatro partes. En la primera parte describo el
nacimiento de la filosofía. Aunque los filósofos modernos tienden a pasar el tiempo debatiendo
cuestiones esotéricas, el objetivo primordial de la mayoría de los filósofos antiguos fue ayudar
a las personas normales a mejorar su vida. Como veremos, el estoicismo fue una de las antiguas
escuelas de filosofía más populares y exitosas. En la segunda y la tercera parte explico lo que
hemos de hacer para practicar el estoicismo. Empiezo describiendo las técnicas psicológicas
que los estoicos desarrollaron para alcanzar y mantener la serenidad. A continuación describo
los consejos estoicos sobre el mejor modo de abordar los problemas de la vida cotidiana.
Por ejemplo, ¿cómo debo responder si alguien me insulta? Aunque en los dos últimos milenios han
cambiado muchas cosas, la psicología humana ha evolucionado poco. Por esta razón, nosotros,
habitantes del siglo XXI, podemos beneficiarnos de los consejos que filósofos como Séneca ofrecían
a los romanos del siglo I. Por último, en la cuarta parte de este libro defiendo el estoicismo
de diversas críticas y reevalúo la psicología estoica, a la luz de los modernos hallazgos
científicos. Concluyo el libro relatando la perspectiva que he adquirido en mi propia
práctica del estoicismo. A mis colegas académicos les puede interesar este libro, por ejemplo,
quizá tengan curiosidad por mi interpretación de diversas declaraciones del estoicismo. Sin embargo,
el público al que quiero llegar es el individuo de a pie al que le preocupa estar desperdiciando
su vida. Esto incluye a aquellos que se han dado cuenta de que carecen de una filosofía de vida
coherente y por eso se, tambalean en sus actividades cotidianas, lo que se esfuerzan en hacer un día
tan solo deshace lo que han realizado el día anterior. También incluye a quienes poseen una
filosofía de vida pero temen que ésta sea defectuosa. He escrito este libro con la siguiente
pregunta en mente, si los antiguos estoicos hubieran escrito un libro para guiar a los
individuos del siglo XXI, un volumen que nos dijera cómo vivir una buena vida, ¿cómo habría sido ese
libro? Las páginas que siguen son mi respuesta a esta pregunta. Primera parte. El auge del estoicismo.
1. La filosofía se interesa por la vida. Probablemente siempre han existido filósofos
en algún sentido de la palabra. Eran aquellos individuos que no solo planteaban preguntas,
como cuál es el origen del mundo, de dónde viene el ser humano y por qué existe el arco iris,
sino que además encadenaban una sucesión de preguntas. Por ejemplo, cuando les decían que
el mundo fue creado por los dioses, estos protofilósofos advertían que tal respuesta
no iba hasta el fondo de la cuestión. Seguían preguntando por qué los dioses hicieron el mundo,
como lo hicieron, para mayor irritación de quienes intentaban responderles,
quién hizo a los dioses. Independientemente de cuándo y cómo empezara, el pensamiento filosófico
dio un gran salto adelante en el siglo VI a.C. Encontramos a Pitágoras, c. 570-c, 500-a.C.,
filosofando en Italia, a Tales, c. 636-c, 546-a.C., a Naximandro, c. 641-c, 547-a.C., y a Heráclito,
c. 535-c. 475-a.C., en Grecia, a Confucio, 551-a. 479-a.C., en China, y a Buda, c. 563-c, 483-a.C.,
en la India. No está claro que estos individuos descubrieran la filosofía de forma independiente
unos de otros, tampoco está claro en qué sentido fluyó la influencia filosófica, si en realidad
fluyó. En el siglo III d.C., el biógrafo griego Diógenes Laercio ofreció una historia de la
filosofía antigua muy amena, pero no del todo fiable. Según Diógenes, la antigua filosofía
occidental tuvo dos ramas, uno, una rama, a la que llama rama italiana. Empezó con Pitágoras.
Si seguimos a los diversos sucesores de Pitágoras llegamos hasta Epicuro, cuya escuela de filosofía
supuso un gran rival para la escuela estoica. La otra rama, Diógenes se refiere a ella como
la rama jonia, empezó con Anaximandro, que, intelectual y pedagógicamente, produjo a Anaximenes,
que produjo a Anaxágoras, que produjo a Arquelao, que, por último, produjo a Sócrates, 469-a.C.
Sócrates tuvo una vida notable. También tuvo una muerte notable. Fue juzgado por corromper a la
juventud de Atenas y por otras presuntas fechorías. Sus conciudadanos lo hallaron culpable y fue
sentenciado a morir bebiendo cicuta. Podía haber evitado este castigo acogiéndose a la clemencia
del tribunal u huyendo una vez que la sentencia había sido pronunciada. Sin embargo, sus principios
filosóficos le impedían actuar así. Tras la muerte de Sócrates, muchos seguidores no sólo
continuaron haciendo filosofía, sino que atrajeron a nuevos seguidores. Platón, el más conocido de
sus alumnos, fundó la escuela de filosofía conocida como Academia, Aristipo fundó la escuela
cirenaica, Euclides fundó la escuela megárica, Fedón fundó la escuela de Elís, y Antístenes,
la escuela cínica. Lo que había sido un goteo de actividad filosófica antes de la llegada de
Sócrates se convirtió, después de su muerte, en un verdadero torrente. ¿Por qué tuvo lugar
esta explosión de interés en la filosofía? En parte porque Sócrates cambió el foco de la
investigación filosófica. Antes de él, los filósofos se interesaban fundamentalmente en
explicar el mundo que los rodeaba y los fenómenos de ese mundo, se dedicaban a lo que ahora llamamos
ciencia. Aunque Sócrates estudió ciencia en su juventud, la abandonó para concentrar su atención
en la condición humana. Como señaló el orador, político y filósofo romano Cicerón, Sócrates fue,
el primero en bajar a la filosofía de los cielos y situarla en las ciudades de los hombres e
introducirla en sus hogares y obligarla a formular preguntas sobre la vida y la moralidad, y lo bueno
y lo malo.2 El especialista en el mundo clásico Francis McDonnell Cornford describe la importancia
filosófica de Sócrates en términos similares, la filosofía presocrática empieza con el descubrimiento
de la naturaleza, la filosofía socrática empieza con el descubrimiento del alma del hombre.3
¿Por qué Sócrates sigue siendo una figura impresionante 24 siglos después de su muerte?
No es por sus descubrimientos filosóficos, después de todo, sus conclusiones son básicamente
negativas, nos mostró lo que no sabemos. Más bien nos impresiona por el grado en el que permitió que
su vida se viera influida por sus especulaciones filosóficas, de hecho, según el filósofo Luis
E. Navia, en Sócrates, quizá más que en ningún otro gran filósofo, encontramos el ejemplo de un
hombre que fue capaz de integrar cuestiones teóricas y especulativas en el contexto, de su
actividad diaria. Navia lo describe como un verdadero paradigma de actividad filosófica,
tanto en pensamiento como en acción.4 Presumiblemente, algunos de los que se sintieron
atraídos por Sócrates quedaron impresionados, sobre todo, por su teoría, y otros por su estilo
de vida. Platón pertenecía al primer grupo, en su academia estaba más interesado en explorar la
teoría filosófica que en dispensar consejos sobre el estilo de vida. Por el contrario, a Antístenes
le impresionaba más el estilo de vida de Sócrates. La escuela cínica que fundó rechazó la teoría
filosófica y se centró en aconsejar a la gente respecto a qué tendrían que hacer para vivir una
buena vida. Es como si, al morir, Sócrates se hubiera dividido en Platón y Antístenes. Platón
heredaría el interés de Sócrates en la teoría y Antístenes su preocupación por vivir una buena vida.
Habría sido estupendo que ambos aspectos de la filosofía hubieran florecido en los
milenios subsiguientes, ya que la gente se beneficia tanto de la teoría filosófica como
de la aplicación de la filosofía a su propia vida. Por desgracia, aunque se ha desarrollado
el aspecto teórico de la filosofía, el ámbito práctico ha desaparecido. En un gobierno despótico
como el de la antigua Persia, la capacidad de escribir, leer y practicar la aritmética
era importante para los funcionarios, pero no la capacidad de persuadir a los demás.
A los funcionarios solo les hacía falta impartir órdenes, que aquellos que se encontraban bajo su
jurisdicción debían obedecer inapelablemente. Sin embargo, en Grecia y Roma, el auge de la
democracia implicó que quienes eran capaces de convencer a los demás probablemente tendrían una
exitosa carrera en el mundo de la política y de las leyes. En parte debido a esta razón,
cuando se completaba, educación secundaria, de un hijo, los padres acaudalados griegos y romanos
buscaban maestros que pudieran desarrollar las habilidades persuasivas de sus hijos. Estos
padres podrían haber buscado los servicios de un sofista, cuyo objetivo era enseñar a los alumnos
a imponerse en los debates. Para alcanzar este objetivo, los sofistas enseñaban diversas técnicas
de persuasión, entre ellas apelaciones a la razón y a la emoción. En concreto, enseñaban a los
estudiantes que era posible argumentar a favor o en contra de cualquier proposición. Además de
desarrollar sus destrezas argumentativas, los sofistas cultivaban sus habilidades oratorias,
con el fin de comunicar eficazmente los argumentos elaborados. Como alternativa,
los padres podían contratar los servicios de un filósofo. Como los sofistas, los filósofos
enseñaban técnicas de persuasión, pero a diferencia de aquellos evitaban las apelaciones a la emoción.
Otro aspecto en el que se diferenciaban era que los filósofos creían que además de transmitir el arte
de la persuasión había que enseñar a vivir una buena vida. En consecuencia, según el historiador
Henry N. M. Rue, en su enseñanza subrayaban el aspecto moral de la educación, el desarrollo de
la personalidad y de la vida interior.5 Al actuar así, muchos filósofos ofrecían a sus alumnos una
filosofía de vida. Les enseñaban que merecía la pena perseguir en la vida y cómo conseguirlo.
Algunos padres que querían una educación filosófica para su hijo contrataban a un
filósofo para que actuara como tutor doméstico, Aristóteles, por ejemplo, fue contratado por el
rey Filipo de Macedonia como tutor de Alejandro, que posteriormente se convirtió en Magno. Los
padres que no podían permitirse un tutor privado enviaban a sus hijos, pero probablemente no a sus
hijas, a una escuela de filosofía. Tras la muerte de Sócrates, estas escuelas se convirtieron en un
elemento destacado en la cultura ateniense y cuando, en el siglo II de C., Roma cayó bajo el
influjo de ésta, las escuelas de filosofía también prosperaron en Roma. Ya no hay escuelas de filosofía,
y es una lástima. Es cierto que la filosofía se sigue impartiendo en las aulas, más exactamente,
en los departamentos de filosofía de las universidades, pero el rol cultural desempeñado
por estos departamentos no tiene nada que ver con el papel que desempeñaban las antiguas escuelas
filosóficas. En primer lugar, quienes se matriculan en las clases de filosofía impartidas por las
universidades rara vez están motivados por el deseo de adquirir una filosofía de vida, por el contrario,
van a clase porque les dicen que de no hacerlo no podrán graduarse. Y si buscan una filosofía de
vida, tendrán dificultades para encontrar una clase que lo satisfagan la mayoría de las universidades.
Sin embargo, aunque las escuelas de filosofía son cosa del pasado, la gente necesita más que
nunca una filosofía de vida. La pregunta es, ¿a dónde pueden ir para obtener una? Si acuden al
departamento de filosofía de la universidad más cercana lo más probable, como he explicado,
es que se sientan defraudados. ¿Y si en cambio visitan la iglesia? El cura les dirá lo que deben
hacer para ser buenas personas, es decir, lo que deben hacer para ser moralmente íntegros. Por
ejemplo, se los puede instruir para no robar o contar mentiras, en algunas religiones, para
evitar un aborto. Es probable que el cura les explique que deben hacer para disfrutar una
buena vida en el más allá, deberán acudir a los oficios religiosos con regularidad, rezar,
y en algunas religiones, contribuir económicamente. Sin embargo, probablemente el cura tendrá poco que
decir respecto a lo que deben hacer para vivir una buena vida. De hecho, después de instruir a sus
prosélitos acerca de lo que deben hacer para ser moralmente intachables e ir al cielo, la mayoría
de las religiones dan libertad para que el individuo determine que merece y que no merece la pena.
Buscar en la vida. Estas religiones no ven nada malo en que un adepto trabaje duro para
permitirse una gran mansión y un caro deportivo, siempre y cuando no quebrante las leyes. Tampoco
ven nada malo en que el adepto renuncie a la mansión por una choza y al deportivo por una
bicicleta. Y si las religiones ofrecen a sus seguidores consejos sobre lo que merece la pena
en la vida, tienden a hacerlo de una forma tan discreta que los adeptos lo consideran más una
sugerencia que una directiva, por lo tanto, ignoran el consejo. Creemos que esta es la razón por la que
los seguidores de diversas religiones, a pesar de las diferencias en sus creencias, acaban con
una misma filosofía de vida espontánea, una forma de hedonismo ilustrado. Así pues, aunque luteranos,
baptistes, judíos, mormones y católicos sostienen diferentes perspectivas religiosas,
son notablemente semejantes fuera de la iglesia o de la sinagoga. Tienen trabajos similares y
parecidas ambiciones profesionales. Viven en casas similares, amuebladas de forma parecida.
Y desean en un mismo grado los productos de consumo de moda en ese momento. Es evidentemente posible
que una religión exija a sus fieles la adopción de una filosofía de vida específica. Consideremos,
como ejemplo, la religión uterita, que predica que uno de los aspectos más valiosos de la vida
es la sensación de comunidad. Por lo tanto, a los uteritas se les prohíbe la propiedad privada,
con el argumento de que semejante propiedad despertará sentimientos de envidia que supondrán
una amenaza para la comunidad tan apreciada por ellos, evidentemente, podemos cuestionar si esta
es una sólida filosofía de vida. Sin embargo, la mayoría de las religiones no exigen a los
creyentes una filosofía de vida específica. Mientras no hagan daño a los demás ni susciten
la ira de Dios, son libres de vivir como quieran. De hecho, si la religión uterita parece tan
extrema y exótica a la mayoría de las personas es porque son incapaces de, imaginar la pertenencia
a una religión que les diga cómo han de vivir su vida. Esto quiere decir que en la actualidad
es perfectamente posible que una persona haya sido educada en una, religión y acuda a cursos
de filosofía en la universidad y que sin embargo aún carezca de una filosofía de vida. Esta es,
en realidad, la situación en la que se encuentran la mayoría de mis alumnos. ¿Qué deberían hacer
entonces aquellos que buscan una filosofía de vida? Tal vez la mejor opción consista en crear
para sí mismos una escuela virtual de filosofía mediante la lectura, de las obras de los filósofos
que dirigieron las antiguas escuelas. En todo caso, esto es lo que animaré a hacer a los lectores en
las siguientes páginas. En la antigua Grecia, cuando las escuelas de filosofía aún eran elementos
destacados del panorama cultural, había muchas escuelas a las que los padres podían enviar a
sus hijos. Imaginemos que volvemos en el tiempo al año 300 AC y llevamos a alguien de paseo por
Atenas. Podríamos empezar el tour en el Ágora, donde un siglo antes Sócrates filosofaba con los
ciudadanos de Atenas. En la parte norte del Ágora veríamos las Touepoikile, o Pórtico Pintado, y
allí podríamos ver disertando a Zenón de Citio, el fundador de la Escuela Estoica de Filosofía.
Este Pórtico, en realidad, era una columnata decorada con murales. Caminando por Atenas,
podríamos encontrarnos con el filósofo cínico Kratz, de cuya escuela fue alumno Zenón. Aunque
los primeros cínicos se reunían cerca del gimnasio de Cinosargo, de ahí su nombre, se los podía ver
en cualquier lugar de Atenas, intentando atraer, o arrastrar, si era necesario, a la gente normal a
los debates filosóficos. Además, aunque los padres enviarían de buen grado a sus hijos a estudiar
con Zenón, es improbable que los animaran a convertirse en cínicos, ya que esta doctrina,
interiorizada con éxito, garantizaría a su hijo una vida de pobreza ignominiosa. Si nos dirigimos
al noroeste y salimos de la ciudad por el Dípilon, llegaríamos al jardín de Epicuro, presidido por el
propio Epicuro. Mientras el Pórtico Pintado se encontraba en un escenario urbano en el que,
según imaginamos, el ruido de la calle y los comentarios de los transeúntes interrumpían
periódicamente las disertaciones estoicas, el jardín de Epicuro era un entorno inequívocamente
rural. De hecho, era un huerto en el que los Epicúreos cultivaban sus propias verduras.
Continuando hacia el noroeste, a un kilómetro y medio del Ágora, llegaríamos a la Academia,
la escuela de filosofía fundada por Platón en 387 AC, poco más de una década después de la muerte
de Sócrates. Como el jardín de Epicuro, la Academia era un lugar asombroso para filosofar.
Era un retiro semejante a un parque, adornado con paseos y fuentes. En el terreno de la Academia
había edificios, pagados por Platón y sus amigos. En el 300 AC, allí disertaría Polemón, que heredó
el puesto de maestro de la escuela. El filósofo estoico Zenón, como veremos, fue a la escuela
de Polemón por un tiempo. Retrocediendo y atravesando de nuevo la ciudad, dejando atrás
sus puertas e internándose en los suburbios orientales de Atenas, llegaríamos al Liceo.
En esta zona boscosa, cerca de un altar a Apolo Licio, veríamos a los peripatéticos,
discípulos de Aristóteles, paseando y conversando, a cuya cabeza podría encontrarse Teofrasto. Sin
embargo, este es sólo el principio de las opciones educativas disponibles para los
antiguos progenitores. Además de las escuelas mencionadas en nuestro paseo,
están las escuelas cirenaica, escéptica, megárica y de Helea anteriormente citadas,
a las que podemos añadir muchas otras, mencionadas por Diógenes Laercio,
como las escuelas Eretriana, Anicerana y Teodorona, además de las escuelas dirigidas
por los eudemonistas, los amantes de la verdad, los refutacionistas, los razonadores por analogía,
los fisicistas, los moralistas y los dialécticos, seis. En realidad, los jóvenes y, en contadas
ocasiones, las jóvenes, no eran los únicos en acudir a las escuelas de filosofía. A veces los
padres estudiaban junto con sus hijos. En otros casos, los adultos iban solos a las lecciones de
las escuelas. Algunos de ellos estaban simplemente interesados en la filosofía, quizá habían sido
alumnos de estas escuelas en su juventud y ahora pretendían ampliar su educación, en la filosofía
de vida enseñada por esa escuela. Otros adultos podían acudir como invitados a las lecciones,
a pesar de no haber pertenecido a esa escuela. Probablemente, sus motivos se asemejaban a los
que pueden inducir a los individuos modernos a la hora de acudir a una conferencia pública,
buscaban ilustrarse y distraerse. Sin embargo, otros adultos tenían un motivo oculto para visitar
las escuelas de filosofía, querían fundar su propia escuela y escuchaban las lecciones de los
preceptores de las escuelas de éxito para tomar de ellos ideas filosóficas que podrían usar en su
propia enseñanza. Zenón de Citio fue acusado de actuar así, Polemón se quejó de que el motivo
de Zenón para acudir a sus clases en la academia era robar sus doctrinas. 7. Las escuelas rivales
de filosofía diferían en las materias impartidas. Los primeros estoicos, por ejemplo, no solo estaban
interesados en la filosofía de la vida, sino también en física y lógica, por la sencilla
razón de que creían que estos ámbitos de estudio estaban inherentemente interrelacionados.
Los epicúreos compartían el interés de los estoicos en la física, aunque tenían una visión
diferente del mundo físico, pero no por la lógica. Los cirenaicos y los cínicos no tenían interés ni
en la física ni en la lógica, en sus escuelas solo se enseñaba filosofía de vida. Las escuelas que
ofrecían a sus estudiantes una filosofía de vida diferían en la recomendada. Los cirenaicos,
por ejemplo, creían que el objetivo último de la vida era la experiencia del placer, y por lo tanto
defendían la necesidad de aprovechar cualquier oportunidad para experimentarlo. Los cínicos
abogaban por un estilo de vida escético, si deseas una buena vida, argumentaban, debes aprender a no
desear nada. Los estoicos estaban a medio camino entre los cirenaicos y los cínicos, pensaban que
la gente debía disfrutar de las cosas buenas que ofrece la vida, entre ellas la amistad y la riqueza,
pero solo si no se aferraban a ellas. De hecho, creían que teníamos que interrumpir periódicamente
el disfrute de lo que la vida nos ofrece y pasar un tiempo, contemplando la pérdida de aquello que
disfrutamos. Afiliarse a una escuela de filosofía era un asunto serio. Según el historiador Simon
Price, adherirse a una secta filosófica no solo era cuestión mental o el resultado de una mera
moda intelectual. Quienes se tomaban en serio su filosofía intentaban vivirla en el día a día.
8, Y así como la religión de un individuo moderno puede llegar a ser el elemento clave de su identidad
personal, pensemos en un cristiano devoto. Una asociación filosófica griega o romana se erigía
como un elemento fundamental de la personalidad. Según el historiador Paul Verne, ser un verdadero
filósofo consistía en hacer realidad la doctrina de la secta, adecuar la propia conducta, e incluso
la indumentaria, a ella, si era necesario, morir por ella.9. Así pues, los lectores de este libro
deberían tener presente que, aunque defiendo el estoicismo como filosofía de vida, no es la única
opción disponible para quienes buscan tal filosofía. Es más, aunque los estoicos creían poder demostrar
que la suya era la filosofía de vida correcta, yo no creo que tal demostración sea posible,
como veremos en el capítulo 21. En cambio, creo que la filosofía de vida elegida por un individuo
depende de su personalidad y circunstancias. Sin embargo, tras esta prevención, permítanme añadir
que creo que hay muchas personas cuya personalidad y circunstancias las convierten en maravillosas,
candidatas para la práctica del estoicismo. Es más, independientemente de qué filosofía de vida
adopte una persona, probablemente tendrá una existencia mejor que si intenta vivir,
como hacen muchos, sin una filosofía de la vida coherente. 2. Los primeros estoicos.
Zenón, c.333-c.261-c, fue el primer estoico, y con Zenón me refiero a Zenón de Citio,
que no ha de confundirse con Zenón de Elea, célebre por la paradoja de Aquiles y la tortuga,
ni con ninguno de los otros siete Zenans mencionados por Diógenes Laercio en sus
esbozos biográficos. El padre de Zenón era comerciante de tintura púrpura y solía volver
a casa de sus viajes con libros para que su hijo leyera. Entre ellos había libros de filosofía
adquiridos en Atenas. Estos libros despertaron el interés de Zenón tanto por la filosofía
como por Atenas. Como resultado de un naufragio, Zenón se encontró en Atenas y decidió aprovechar
los recursos filosóficos que la ciudad podía ofrecerle durante su estancia. Le preguntó a un
librero donde podía encontrar a hombres como Sócrates. Justo en ese momento pasaba por allí
Kratz, el cínico. El librero lo señaló y dijo, sigue a ese hombre. Y así es como Zenón se convirtió
en alumno de Kratz. Al recordar esta época de su vida, Zenón comentó, hice un viaje provechoso
cuando sufrí el naufragio, punto, 1. Los cínicos tenían poco interés en teorizar la filosofía. Por
el contrario, defendían un estilo de vida filosófico bastante extremo. Eran ascetas.
En términos sociales, eran el equivalente antiguo a lo que hoy llamamos vagabundos,
vivían en las calles y dormían en el suelo. Solo poseían su ropa, normalmente un manto al
que los antiguos se refieren como, atuendo cínico. Su existencia era precaria y vivían al día.
Cuando alguien le dijo a Epicteto, que, pese a ser estoico, estaba familiarizado con la escuela
cínica, que contemplaba la posibilidad de unirse a los cínicos, éste explicó lo que eso significaba,
tendrás que desprenderte de la voluntad de poseer, y tendrás que evitar solo lo que cae
en el ámbito de tu voluntad, no deberás abrigar indignación, ira, envidia, piedad,
una buena criada, un nombre honrado, favoritos o dulces pasteles no han de significar nada para ti.
Un cínico explicó, ha de poseer un espíritu tan paciente que los demás lo perciban tan
indiferente como una piedra. El vilipendio, los golpes o los insultos no son nada para él,
2.1 Imagina que pocas personas tenían el valor y la resistencia para vivir así. Los cínicos eran
célebres por su ingenio y su sabiduría. Cuando, por ejemplo, alguien le preguntó con qué tipo
de mujer debería casarse, Antístenes respondió que lamentaría su matrimonio fuera cual fuera
su elección, si es bella, no la tendrás para ti solo, si es fea, lo lamentarás amargamente.
Respecto al trato con nuestros semejantes, comentó que, es mejor caer en manos de los
cuervos que de los aduladores, porque en el primer caso te devoran cuando estás muerto,
en el otro, mientras vives. También aconsejaba a sus oyentes, prestar atención a nuestros enemigos,
pues son los primeros en descubrir nuestros errores. A pesar de su agudo ingenio, o tal vez
debido a él, Antístenes era considerado, el más agradable de los hombres en la conversación,
punto, 3. Diógenes de Sinope, que no hay que confundir con Diógenes la Hercio,
que escribió un esbozo biográfico de sí mismo y de otros filósofos, era alumno de Antístenes y
se convirtió en el más famoso de los filósofos cínicos. En defensa de la vida sencilla, Diógenes
observó que, los dioses han concedido a los hombres los medios para vivir fácilmente, pero estos han
sido apartados de la vista, porque exigimos pasteles de miel, ungüentos y todo tipo de
cosas. Tal es la locura de los hombres, explicó, que eligen ser miserables cuando tienen todo el
poder para ser felices. El problema es que, los hombres perversos obedecen a su codicia como los
siervos a sus amos, y jamás encuentran reposo porque no pueden controlar sus deseos, 4. Los
valores de los hombres, insistía Diógenes, han sido corrompidos. A modo de ejemplo, señalaba que
una estatua, cuya única función es complacer a la vista, costaba tres mil dracmas, mientras que un
cuarto de harina de cebada, que al consumirlo nos mantiene vivos, puede adquirirse por sólo dos
monedas de cobre, 5. Creía que el hambre era el mejor aperitivo y como esperaba estar hambriento
o sediento antes de comer o beber, compartía una torta de cebada con mayor placer que otros los
alimentos más caros, y disfrutaba bebiendo de un río más que otros tomando vino de taso, 6. Cuando
le preguntaban por su falta de residencia, Diógenes replicaba que tenía acceso a las mejores casas de
la ciudad, es decir, a sus templos y a sus gimnasios. Y cuando le preguntaban que había
aprendido de la filosofía, respondía, estar preparado para cualquier fortuna, punto, 7,
como veremos, esta respuesta anticipa un importante tema del estoicismo. Los cínicos ejercían su labor
no en un escenario suburbano, como Epicuro y Platón, sino en las calles de Atenas, como hiciera
Sócrates. Y como Sócrates, pretendían instruir no sólo a quienes se ofrecían como alumnos sino a
el mundo, incluyendo a los reacios a recibir enseñanzas. De hecho, el cínico Kratz, que,
como hemos visto, fue el primer maestro filosófico de Zenón, no se contentaba con importunadamente