Las cinco pepitas de naranja - 06
—¿Nunca ha oído usted—dijo Sherlock Holmes, inclinándose hacia adelante y bajando la voz—nunca ha oído hablar de Ku Klux Klan?
—Nunca.
Holmes volvía las hojas del libro que tenía sobre las rodillas.
—Aquí está dijo en seguida.—«Ku Klux Klan. Nombre derivado de una fantástica semejanza con el sonido producido por el acto de amartillar un fusil. Esta terrible sociedad secreta fue formada por algunos soldados ex-confederados en los estados del Sur, después de la guerra civil, y rápidamente tuvo ramas locales en diferentes partes del país, principalmente en Tennesee, Luisiana, las Carolinas, Georgía y Florida. Se usó su poder con propósitos políticos, especialmente para aterrorizar a los votantes negros, y para matar ó ahuyentar del país a los que fueran contrarios a sus ideas.
Sus atentados iban comúnmente precedidos por una advertencia enviada al hombre condenado, en alguna forma fantástica pero por lo general fácil de reconocer; en algunas partes un ramo de hojas de encina; en otros pepitas de melón ó de naranja. Al recibir esto, la víctima podía, ó abjurar abiertamente sus anteriores opiniones, ó huir del país.
Si afrontaba al peligro, la muerte lo alcanzaba infaliblemente, y casi siempre de una manera extraña é imprevista. Tan perfecta era la organización de la sociedad, y tan sistemáticos sus métodos, que casi no se conoce un caso en que un hombre haya conseguido desafiarla impunemente, ó en que el rastro de alguno de los atentados fuera seguido hasta dar con sus perpetradores. Durante algunos años la organización floreció, a pesar de los esfuerzos del gobierno de los Estados Unidos y de las mejores clases de la población del sur. En 1869, el movimiento decayó de improviso, pero desde esa fecha ha habido explosiones esporádicas de la misma clase.»
—Observará usted—dijo Holmes, dejando el tomo—que la repentina disolución de la sociedad coincidió con la desaparición de Openshaw de América con los papeles. Puede muy bien haber sido eso causa y efecto. No hay que asombrarse de que él y su familia hayan tenido tras de sus pasos a los más implacables espíritus de la sociedad. Puede usted dar por averiguado que este registro y diario comprometen a algunos de los hombres más importantes del Sur, y que pueden haber varios de ellos que no dormirán tranquilos hasta después de haberlo recobrado.
—Entonces, la página que hemos visto…
—Es tal como podíamos esperarla. Decía, si recuerdo bien: «Enviadas las pepitas a A. B. y C.;» esto es, enviándoles la advertencia de la sociedad. Enseguida hay anotaciones de que A. y B. han sido liquidados ó han salido del país, y después la de que C. ha sido visitado, temo que con un resultado siniestro para C. Pues bien, doctor: creo que nosotros podemos arrojar alguna luz a este rincón obscuro, pero que mientras tanto, el joven Openshaw no tenía más remedio que hacer lo que yo le dije. Esta noche no hay nada más que hacer ó que decir: déme usted, pues, mi violín, y tratemos de olvidar durante medía hora este tiempo miserable y los sentimientos aún más miserables de los hombres.
Había amanecido, y el sol irradiaba con contenido brillo a través del tenue velo que cubre la gran ciudad. Cuando bajé, Sherlock Holmes estaba ya tomando el desayuno.
—Dispénseme usted que no lo haya esperado—me dijo. —Veo que voy a tener un día muy ocupado con la investigación del asunto del joven Openshaw.
—¿Qué pasos va usted a dar?
—Eso dependerá, en mucho, de los resultados de mis primeras averiguaciones. Es posible, bien mirado, que tenga que ir a Horsham.
—No irá usted primero allá?
—No: comenzaré por la City. Toque usted la campanilla para que la muchacha le traiga el café.
Mientras esperaba, tomé de la mesa el diario, todavía no desdoblado, y eché una ojeada por él. Mis ojos se detuvieron en un epígrafe que me heló el corazón.
—¡Holmes!—exclamé.—Llega usted tarde.
—¡Ah!—dijo él, dejando la taza.—Me lo temía. ¿Cómo ha sido?
Hablaba en tono tranquilo, pero yo veía que estaba hondamente conmovido.
—Mi vista tropezó con el nombre de Openshaw y con este epígrafe: «Tragedia cerca del puente Waterloo». Este es el relato: «Anoche, entre nuevo y diez, el agente de policía Cook, de la compañía H, de facción cerca de Waterloo, oyó un grito que pedía socorro y el golpe de algo que caía en el agua. La noche estaba en extremo obscura y tormentosa, de modo que no obstante haber acudido algunos transeúntes, fue imposible salvar al individuo. Sin embargo, el agente dió la alarma, y con la ayuda de la policía del río se pudo recuperar el cadáver. Se vió entonces que el muerto era un caballero joven cuyo nombre, a lo que parece por un sobre encontrado en su bolsillo, era Juan Openshaw y cuya residencia estaba cerca de Horsham.
Se presume que iba apresuradamente a tomar el último tren en la estación Waterloo, y que en su prisa y con la intensa obscuridad, equivocó de camino y puso los pies en el borde de alguno de los pequeños desembarcaderos de los vaporcitos. El cuerpo no presentaba señales de violencia, no puede haber duda de que el extinto ha sido víctima de un desgraciado accidente que debe servir para llamar la atención de las autoridades a la condición de los desembarcaderos del río.»