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Niebla - Unamuno, XXI

XXI

—Sí, tiene usted razón —le decía don Antonio a Augusto aquella tarde, en el Casino, hablando a solas, en un rinconcito—, tiene usted razón, hay un misterio doloroso, dolorosisímo en mi vida. Usted ha adivinado algo. Pocas veces ha visitado usted mi pobre hogar... ¿hogar?, pero habrá notado...

—Sí, algo extraño, yo no sé qué tristeza flotante que me atraía a él...

—A pesar de mis hijos, de mis pobres hijos, a usted le habrá parecido un hogar sin hijos, acaso sin esposos...

—No sé... no sé...

—Vinimos de lejos, de muy lejos, huyendo, pero hay cosas que van siempre con uno, que le rodean y envuelven como un ánimo misterioso. Mi pobre mujer...

—Sí, en el rostro de su señora se adivina toda una vida de...

—De martirio, dígalo usted. Pues bien, amigo don Augusto, usted ha sido, no sé bien por qué, por una cierta oculta simpatía, quien mayor afecto, más compasión acaso nos ha mostrado, y yo, para figurarme una vez más que me libro de un peso, voy a confiarle mis desdichas. Esa mujer, la madre de mis hijos, no es mi mujer.

—Me lo suponía; pero si es ella la madre de sus hijos, si con usted vive como su mujer, lo es.

—No, yo tengo otra mujer... legítima, según se la llama. Estoy casado, pero no con la que usted conoce. Y esta, la madre de mis hijos, está casada también, pero no conmigo

—Ah, un doble...

—No, un cuádruple, como va usted a verlo. Yo me casé loco, pero enteramente loco de amor, con una mujercita reservada y callandrona, que hablaba poco y parecía querer decir siempre mucho más de lo que decía, con unos ojos garzos dulces, dulces, dulces, que parecían dormidos y sólo se despertaban de tarde en tarde, pero era entonces para chispear fuego. Y ella era toda así. Su corazón, su alma toda, todo su cuerpo, que parecían de ordinario dormidos, despertaban de pronto como en sobresalto, pero era para volver a dormirse muy pronto, pasado el relámpago de vida, ¡y de qué vida!, y luego como si nada hubiese sido, como si se hubiese olvidado de todo lo que pasó. Era como si estuviésemos siempre recomenzando la vida, como si la estuviese reconquistando de continuo. Me admitió de novio como en un ataque epiléptico y creo que en otro ataque me dio el sí ante el altar. Y nunca pude conseguir que me dijese si me quería o no. Cuantas veces se lo pregunté, antes y después de casarnos, siempre me contestó: «Eso no se pregunta; es una tontería.» Otras veces decía que el verbo amar ya no se usa sino en el teatro y los libros, y que si yo le hubiese escrito: ¡te amo!, me habría despedido al punto. Vivimos más de dos años de casados de una extraña manera, reanudando yo cada día la conquista de aquella esfinge. No tuvimos hijos. Un día faltó a casa por la noche, me puse como loco, la anduve buscando por todas partes, y al siguiente día supe por una carta muy seca y muy breve que se había ido lejos, muy lejos, con otro hombre...

—Y no sospechó usted nada antes, no lo barruntó...

—¡Nada! Mi mujer salía sola de casa con bastante frecuencia, a casa de su madre, de unas amigas, y su misma extraña frialdad la defendía ante mí de toda sospecha. ¡Y nada adiviné nunca en aquella esfinge! El hombre con quien huyó era un hombre casado, que no sólo dejó a su mujer y a una pequeña niña para irse con la mía, sino que se llevó la fortuna toda de la suya, que era regular, después de haberla manejado a su antojo. Es decir, que no sólo abandonó a su esposa, sino que la arruinó robándole lo suyo. Y en aquella seca y breve y fría carta que recibí se hacía alusión al estado en que la pobre mujer del raptor de la mía se quedaba. ¡Raptor o raptado... no lo sé! En unos días ni dormí, ni comí, ni descansé; no hacía sino pasear por los más apartados barrios de mi ciudad. Y estuve a punto de dar en los vicios más bajos y más viles. Y cuando empezó a asentárseme el dolor, a convertírseme en pensamiento, me acordé de aquella otra pobre víctima, de aquella mujer que se quedaba sin amparo, robada de su cariño y de su fortuna. Creí un caso de conciencia, pues que mi mujer era la causa de su desgracia, ir a ofrecerla mi ayuda pecuniaria, ya que Dios me dio fortuna.

—Adivino el resto, don Antonio.

—No importa. La fui a ver. Figúrese usted aquella nuestra primera entrevista. Lloramos nuestras sendas desgracias, que eran una desgracia común. Yo me decía: «¿Y es por mi mujer por la que ha dejado a esta ese hombre?», y sentía, ¿por qué no he de confesarle la verdad?, una cierta íntima satisfacción, algo inexplicable, como si yo hubiese sabido escoger mejor que él y él lo reconociese. Y ella, su mujer, se hacía una reflexión análoga, aunque invertida, según después me ha declarado. Le ofrecí mi ayuda pecuniaria, lo que de mi fortuna necesitase, y empezó rechazándomelo. «Trabajaré para vivir y mantener a mi hija», me dijo. Pero insistí y tanto insistí que acabó aceptándomelo. La ofrecí hacerla mi ama de llaves, que se viniese a vivir conmigo, claro que viniéndonos muy lejos de nuestra patria, y después de mucho pensarlo lo aceptó también.

—Y es claro, al irse a vivir juntos...

—No, eso tardó, tardó algo. Fue cosa de la convivencia, de un cierto sentimiento de venganza, de despecho, de qué sé yo... Me prendé no ya de ella, sino de su hija, de la desdichada hija del amante de mi mujer; la cobré un amor de padre, un violento amor de padre, como el que hoy le tengo, pues la quiero tanto, tanto, sí, cuando no más, que a mis propios hijos. La cogía en mis brazos, la apretaba a mi pecho, la envolvía en besos, y lloraba, lloraba sobre ella. Y la pobre niña me decía: «¿Por qué lloras, papá?», pues le hacía que me llamase así y por tal me tuviera. Y su pobre madre al verme llorar así lloraba también y alguna vez mezclamos nuestras lágrimas sobre la rubia cabecita de la hija del amante de mi mujer, del ladrón de mi dicha.

Un día supe —prosiguió— que mi mujer había tenido un hijo de su amante y aquel día todas mis entrañas se sublevaron, sufrí como nunca había sufrido y creí volverme loco y quitarme la vida. Los celos, lo más brutal de los celos, no lo sentí hasta entonces. La herida de mi alma, que parecía cicatrizada, se abrió y sangraba... ¡sangraba fuego! Más de dos años había vivido con mi mujer, con mi propia mujer, y ¡anda!, ¡y ahora aquel ladrón...! Me imaginé que mi mujer habría despertado del todo y que vivía en pura brasa. La otra, la que vivía conmigo, conoció algo y me preguntó: «¿Qué te pasa?» Habíamos convenido en tutearnos, por la niña. «¡Déjame!», le contesté. Pero acabé confesándoselo todo, y ella al oírmelo temblaba. Y creo que la contagié de mis furiosos celos...

—Y claro, después de eso...

—No, vino algo después y por otro camino. Y fue que un día estando los dos con la niña, la tenía yo sobre mis rodillas y estaba contándole cuentos y besándola y diciéndola bobadas, se acercó su madre y empezó a acariciarla también. Y entonces ella, ¡pobrecilla!, me puso una de sus manitas sobre el hombro y la otra sobre el de su madre y, nos dijo: «Papaíto... mamaíta... ¿por qué no me traéis un hermanito para que juegue conmigo, como le tienen otras niñas, y no que estoy sola...?» Nos pusimos lívidos, nos miramos a los ojos con una de esas miradas que desnudan las almas, nos vimos estas al desnudo, y luego, para no avergonzarnos, nos pusimos a besuquear a la niña, y alguno de estos besos cambió de rumbo. Aquella noche, entre lágrimas y furores de celos, engendramos al primer hermanito de la hija del ladrón de mi dicha.

—¡Extraña historia!

—Y fueron nuestros amores, si es que así quiere usted llamarlos unos amores secos y mudos, hechos de fuego y rabia, sin ternezas de palabra. Mi mujer, la madre de mis hijos quiero decir, porque esta y no otra es mi mujer, mi mujer es, como usted habrá visto, una mujer agraciada, tal vez hermosa, pero a mí nunca me inspiró ardor de deseos, y esto a pesar de la convivencia. Y aun después que acabamos en lo que le digo me figuré no estar en exceso enamorado de ella, hasta que pude convencerme de lo contrario. Y es que una vez, después de uno de sus partos, después del nacimiento del cuarto de nuestros hijos, se me puso tan mal, tan mal, que creí que se me moría. Perdió la más de la sangre de sus venas, se quedó como la cera de blanca, se le cerraban los párpados... Creí perderla. Y me puse como loco, blanco yo también como la cera, la sangre se me helaba. Y fui a un rincón de la casa, donde nadie me viese, y me arrodillé y pedí a Dios que me matara antes de que dejase morir a aquella santa mujer. Y lloré y me pellizqué y me arañé el pecho hasta sacarme sangre. Y comprendí con cuán fuerte atadura estaba mi corazón atado al corazón de la madre de mis hijos. Y cuando esta se repuso algo y recobró conocimiento y salió de peligro, acerqué mi boca a su oído, según ella sonreía a la vida renaciente tendida en la cama, y le dije lo que nunca le había dicho y nunca le he vuelto de la misma manera a decir. Y ella sonreía, sonreía, sonreía mirando al techo. Y puse mi boca sobre su boca, y me enlacé con sus desnudos brazos el cuello, y acabé llorando de mis ojos sobre sus ojos. Y me dijo: «Gracias, Antonio, gracias, por mí, por nuestros hijos, por nuestros hijos todos... todos... todos... por ella, por Rita...» Rita es nuestra hija mayor, la hija del ladrón... no, no, nuestra hija, mi hija. La del ladrón es la otra, es la de la que se llamó mi mujer en un tiempo. ¿Lo comprende usted ahora todo?

—Sí, y mucho más, don Antonio.

—¿Mucho más?

—¡Más, sí! De modo que usted tiene dos mujeres, don Antonio.

—No, no, no tengo más que una, una sola, la madre de mis hijos. La otra no es mi mujer, no sé si lo es del padre de su hija.

—Y esa tristeza...

—La ley es siempre triste, don Augusto. Y es más triste un amor que nace y se cría sobre la tumba de otro y como una planta que se alimenta, como de mantillo, de la podredumbre de otra planta. Crímenes, sí, crímenes ajenos nos han juntado, ¿y es nuestra unión acaso crimen? Ellos rompieron lo que no debe romperse, ¿por qué no habíamos nosotros de anudar los cabos sueltos?

—Y no han vuelto a saber...

—No hemos querido volver a saber. Y luego nuestra Rita es una mujercita ya; el mejor día se nos casa... Con mi nombre, por supuesto, con mi nombre, y haga luego la ley lo que quiera. Es mi hija y no del ladrón; yo la he criado.


XXI XXI XXI

—Sí, tiene usted razón —le decía don Antonio a Augusto aquella tarde, en el Casino, hablando a solas, en un rinconcito—, tiene usted razón, hay un misterio doloroso, dolorosisímo en mi vida. Usted ha adivinado algo. Pocas veces ha visitado usted mi pobre hogar... Du hast mein armes Zuhause nur selten besucht ... ¿hogar?, pero habrá notado...

—Sí, algo extraño, yo no sé qué tristeza flotante que me atraía a él... – Ja, etwas Seltsames, ich weiß nicht, welche schwebende Traurigkeit mich zu ihm hingezogen hat …

—A pesar de mis hijos, de mis pobres hijos, a usted le habrá parecido un hogar sin hijos, acaso sin esposos... "Trotz meiner Kinder, meiner armen Kinder, muss es euch wie ein Heim ohne Kinder vorgekommen sein, vielleicht ohne Ehemänner ...

—No sé... no sé...

—Vinimos de lejos, de muy lejos, huyendo, pero hay cosas que van siempre con uno, que le rodean y envuelven como un ánimo misterioso. - Wir kamen von weit, weit weg, auf der Flucht, aber es gibt Dinge, die dich immer begleiten, die dich umgeben und dich umgeben wie ein geheimnisvoller Geist. Mi pobre mujer...

—Sí, en el rostro de su señora se adivina toda una vida de...

—De martirio, dígalo usted. Pues bien, amigo don Augusto, usted ha sido, no sé bien por qué, por una cierta oculta simpatía, quien mayor afecto, más compasión acaso nos ha mostrado, y yo, para figurarme una vez más que me libro de un peso, voy a confiarle mis desdichas. Nun, Freund Don Augusto, Sie waren, ich weiß nicht warum, aus einer gewissen verborgenen Sympathie, der uns vielleicht die größte Zuneigung, das größte Mitgefühl gezeigt hat, und ich, um mir noch einmal vorzustellen, dass ich eine Gewicht, gehe ich, um ihm mein Unglück anzuvertrauen. Esa mujer, la madre de mis hijos, no es mi mujer.

—Me lo suponía; pero si es ella la madre de sus hijos, si con usted vive como su mujer, lo es. -Ich sollte; aber wenn sie die Mutter deiner Kinder ist, wenn sie als deine Frau bei dir lebt, ist sie es.

—No, yo tengo otra mujer... legítima, según se la llama. Estoy casado, pero no con la que usted conoce. Y esta, la madre de mis hijos, está casada también, pero no conmigo

—Ah, un doble...

—No, un cuádruple, como va usted a verlo. "Nein, ein Vierfaches, wie willst du es sehen?" Yo me casé loco, pero enteramente loco de amor, con una mujercita reservada y callandrona, que hablaba poco y parecía querer decir siempre mucho más de lo que decía, con unos ojos garzos dulces, dulces, dulces, que parecían dormidos y sólo se despertaban de tarde en tarde, pero era entonces para chispear fuego. Ich habe verrückt geheiratet, aber total verrückt vor Liebe, mit einer zurückhaltenden und stillen kleinen Frau, die wenig sprach und immer viel mehr sagen zu wollen schien, als sie sagte, mit süßen, süßen, süßen Reiheraugen, die zu schlafen schienen und erst aufwachten .. von Zeit zu Zeit, aber dann sollte es Feuer entfachen. Y ella era toda así. Su corazón, su alma toda, todo su cuerpo, que parecían de ordinario dormidos, despertaban de pronto como en sobresalto, pero era para volver a dormirse muy pronto, pasado el relámpago de vida, ¡y de qué vida!, y luego como si nada hubiese sido, como si se hubiese olvidado de todo lo que pasó. Sein Herz, seine ganze Seele, sein ganzer Körper, der normalerweise zu schlafen schien, würde plötzlich wie mit einem Ruck aufwachen, aber er sollte sehr bald wieder einschlafen, nach dem Blitz des Lebens, und was für ein Leben!, Und dann als wäre nichts gewesen, als hätte er alles vergessen, was passiert war. Era como si estuviésemos siempre recomenzando la vida, como si la estuviese reconquistando de continuo. Es war, als würden wir das Leben immer wieder neu beginnen, als ob es es ständig zurückerobern würde. Me admitió de novio como en un ataque epiléptico y creo que en otro ataque me dio el sí ante el altar. Er hat mich wie bei einem epileptischen Anfall als Freund aufgenommen und ich glaube, dass er bei einem anderen Anfall am Altar ja zu mir gesagt hat. Y nunca pude conseguir que me dijese si me quería o no. Cuantas veces se lo pregunté, antes y después de casarnos, siempre me contestó: «Eso no se pregunta; es una tontería.» Otras veces decía que el verbo amar ya no se usa sino en el teatro y los libros, y que si yo le hubiese escrito: ¡te amo!, me habría despedido al punto. Wie oft habe ich ihn vor und nach unserer Hochzeit gefragt, er hat immer geantwortet: «Das wird nicht gefragt; Das ist Unsinn. " Ein anderes Mal sagte er, dass das Verb lieben nicht mehr verwendet wird, außer im Theater und in Büchern, und wenn ich ihm geschrieben hätte: Ich liebe dich, hätte ich sofort gefeuert. Vivimos más de dos años de casados de una extraña manera, reanudando yo cada día la conquista de aquella esfinge. No tuvimos hijos. Un día faltó a casa por la noche, me puse como loco, la anduve buscando por todas partes, y al siguiente día supe por una carta muy seca y muy breve que se había ido lejos, muy lejos, con otro hombre... Eines Tages vermisste sie nachts ihr Zuhause, ich wurde verrückt, ich suchte sie überall, und am nächsten Tag erfuhr ich aus einem sehr trockenen und sehr kurzen Brief, dass sie weit, weit weg war, mit einem anderen Mann ...

—Y no sospechó usted nada antes, no lo barruntó... „Und du hast vorher nichts geahnt, du hast es nicht geahnt …

—¡Nada! Mi mujer salía sola de casa con bastante frecuencia, a casa de su madre, de unas amigas, y su misma extraña frialdad la defendía ante mí de toda sospecha. Meine Frau ging oft allein aus dem Haus, zu ihrer Mutter, zu einigen Freunden, und ihre eigene seltsame Kälte verteidigte sie gegen jeden Verdacht vor mir. ¡Y nada adiviné nunca en aquella esfinge! El hombre con quien huyó era un hombre casado, que no sólo dejó a su mujer y a una pequeña niña para irse con la mía, sino que se llevó la fortuna toda de la suya, que era regular, después de haberla manejado a su antojo. Der Mann, mit dem sie weggelaufen war, war ein verheirateter Mann, der nicht nur seine Frau und ein kleines Mädchen hinterließ, um mit mir zu gehen, sondern auch sein gesamtes Vermögen, das regelmäßig war, nahm, nachdem er es nach Belieben gehandhabt hatte. Es decir, que no sólo abandonó a su esposa, sino que la arruinó robándole lo suyo. Mit anderen Worten, er hat nicht nur seine Frau verlassen, sondern sie ruiniert, indem er seine eigene gestohlen hat. Y en aquella seca y breve y fría carta que recibí se hacía alusión al estado en que la pobre mujer del raptor de la mía se quedaba. Und in diesem trockenen, kurzen und kalten Brief, den ich erhielt, wurde eine Anspielung auf den Zustand gemacht, in dem sich die arme Frau meines Entführers aufhielt. ¡Raptor o raptado... no lo sé! En unos días ni dormí, ni comí, ni descansé; no hacía sino pasear por los más apartados barrios de mi ciudad. Nach einigen Tagen schlief ich weder, noch aß ich, noch ruhte ich mich aus; Ich habe nichts anderes getan, als durch die entlegensten Viertel meiner Stadt zu laufen. Y estuve a punto de dar en los vicios más bajos y más viles. Und ich war im Begriff, den niedrigsten und abscheulichsten Lastern nachzugeben. Y cuando empezó a asentárseme el dolor, a convertírseme en pensamiento, me acordé de aquella otra pobre víctima, de aquella mujer que se quedaba sin amparo, robada de su cariño y de su fortuna. Und als sich der Schmerz in mir festsetzte, ein Gedanke wurde, erinnerte ich mich an dieses andere arme Opfer, an diese Frau, die ohne Schutz zurückgelassen wurde, ihrer Liebe und ihres Vermögens beraubt. Creí un caso de conciencia, pues que mi mujer era la causa de su desgracia, ir a ofrecerla mi ayuda pecuniaria, ya que Dios me dio fortuna.

—Adivino el resto, don Antonio.

—No importa. La fui a ver. Figúrese usted aquella nuestra primera entrevista. Lloramos nuestras sendas desgracias, que eran una desgracia común. Wir betrauern unser eigenes Unglück, das ein allgemeines Unglück war. Yo me decía: «¿Y es por mi mujer por la que ha dejado a esta ese hombre?», y sentía, ¿por qué no he de confesarle la verdad?, una cierta íntima satisfacción, algo inexplicable, como si yo hubiese sabido escoger mejor que él y él lo reconociese. Ich sagte mir immer: „Und ist es wegen meiner Frau, dass dieser Mann diesen verlassen hat?“ Und ich fühlte, warum sollte ich nicht die Wahrheit bekennen? Besser wählen als er und er würde es erkennen. Y ella, su mujer, se hacía una reflexión análoga, aunque invertida, según después me ha declarado. Und sie, seine Frau, machte sich ein ähnliches Bild, wenn auch umgekehrt, wie sie mir später erzählte. Le ofrecí mi ayuda pecuniaria, lo que de mi fortuna necesitase, y empezó rechazándomelo. Ich bot ihm meine finanzielle Hilfe an, was immer er von meinem Vermögen brauchte, und er lehnte es ab. «Trabajaré para vivir y mantener a mi hija», me dijo. Pero insistí y tanto insistí que acabó aceptándomelo. La ofrecí hacerla mi ama de llaves, que se viniese a vivir conmigo, claro que viniéndonos muy lejos de nuestra patria, y después de mucho pensarlo lo aceptó también. Ich bot ihr an, sie zu meiner Haushälterin zu machen, zu mir zu kommen und zu leben, natürlich sehr weit von unserer Heimat entfernt, und nach langem Überlegen nahm sie es auch an.

—Y es claro, al irse a vivir juntos...

—No, eso tardó, tardó algo. Fue cosa de la convivencia, de un cierto sentimiento de venganza, de despecho, de qué sé yo... Me prendé no ya de ella, sino de su hija, de la desdichada hija del amante de mi mujer; la cobré un amor de padre, un violento amor de padre, como el que hoy le tengo, pues la quiero tanto, tanto, sí, cuando no más, que a mis propios hijos. Es ging ums Zusammenleben, um ein gewisses Rachegefühl, um Bosheit, was weiß ich ... Ich verliebte mich nicht in sie, sondern in ihre Tochter, die unglückliche Tochter der Geliebten meiner Frau; Ich beschuldigte sie der Liebe eines Vaters, einer gewalttätigen Liebe eines Vaters, wie ich sie heute habe, weil ich sie so sehr liebe, ja, wenn nicht sogar mehr als meine eigenen Kinder. La cogía en mis brazos, la apretaba a mi pecho, la envolvía en besos, y lloraba, lloraba sobre ella. Ich nahm sie in meine Arme, drückte sie an meine Brust, hüllte sie in Küsse und weinte, weinte um sie. Y la pobre niña me decía: «¿Por qué lloras, papá?», pues le hacía que me llamase así y por tal me tuviera. Und das arme Mädchen sagte zu mir: "Warum weinst du, Papa?" Y su pobre madre al verme llorar así lloraba también y alguna vez mezclamos nuestras lágrimas sobre la rubia cabecita de la hija del amante de mi mujer, del ladrón de mi dicha. Und seine arme Mutter, als sie mich so weinen sah, weinte auch, und manchmal vermischten wir unsere Tränen auf dem kleinen blonden Köpfchen der Tochter des Geliebten meiner Frau, des Diebes meines Glücks.

Un día supe —prosiguió— que mi mujer había tenido un hijo de su amante y aquel día todas mis entrañas se sublevaron, sufrí como nunca había sufrido y creí volverme loco y quitarme la vida. Los celos, lo más brutal de los celos, no lo sentí hasta entonces. La herida de mi alma, que parecía cicatrizada, se abrió y sangraba... ¡sangraba fuego! Más de dos años había vivido con mi mujer, con mi propia mujer, y ¡anda!, ¡y ahora aquel ladrón...! Me imaginé que mi mujer habría despertado del todo y que vivía en pura brasa. Ich stellte mir vor, dass meine Frau vollständig erwacht wäre und in reinem Feuer lebte. La otra, la que vivía conmigo, conoció algo y me preguntó: «¿Qué te pasa?» Habíamos convenido en tutearnos, por la niña. Der andere, der bei mir wohnte, wusste etwas und fragte mich: "Was ist los mit dir?" Wir hatten ein Kennenlernen vereinbart, für das Mädchen. «¡Déjame!», le contesté. "Verlasse mich!" Pero acabé confesándoselo todo, y ella al oírmelo temblaba. Aber am Ende gestand ich ihr alles, und als sie mich hörte, zitterte sie. Y creo que la contagié de mis furiosos celos...

—Y claro, después de eso...

—No, vino algo después y por otro camino. "Nein, er kam später und auf einem anderen Weg." Y fue que un día estando los dos con la niña, la tenía yo sobre mis rodillas y estaba contándole cuentos y besándola y diciéndola bobadas, se acercó su madre y empezó a acariciarla también. Und eines Tages, als die beiden bei dem Mädchen waren, hatte ich sie auf meinen Knien und erzählte ihr Geschichten und küsste sie und erzählte ihren Unsinn, ihre Mutter kam auf sie zu und begann auch sie zu streicheln. Y entonces ella, ¡pobrecilla!, me puso una de sus manitas sobre el hombro y la otra sobre el de su madre y, nos dijo: «Papaíto... mamaíta... ¿por qué no me traéis un hermanito para que juegue conmigo, como le tienen otras niñas, y no que estoy sola...?» Nos pusimos lívidos, nos miramos a los ojos  con una de esas miradas que desnudan las almas, nos vimos estas al desnudo, y luego, para no avergonzarnos, nos pusimos a besuquear a la niña, y alguno de estos besos cambió de rumbo. Und dann legte sie, das arme Ding, eine Hand auf meine Schulter und die andere auf die ihrer Mutter und sagte: «Papa ... Mama ... bring mir doch einen kleinen Bruder mit, damit er mit mir spielt, wie andere Mädchen haben ihn, und nicht, dass ich allein bin ...? » Wir wurden bleich, wir sahen uns mit einem dieser Blicke in die Augen, die Seelen ausziehen, wir sahen diese nackt, und dann begannen wir, um uns nicht zu schämen, das Mädchen zu küssen, und einige dieser Küsse änderten ihren Lauf. Aquella noche, entre lágrimas y furores de celos, engendramos al primer hermanito de la hija del ladrón de mi dicha. In dieser Nacht zeugten wir unter Tränen und Wut der Eifersucht den ersten kleinen Bruder der Tochter des Diebes meines Glücks.

—¡Extraña historia!

—Y fueron nuestros amores, si es que así quiere usted llamarlos unos amores secos y mudos, hechos de fuego y rabia, sin ternezas de palabra. "Und sie waren unsere Lieben, wenn man sie so nennen will, trockene und stumme Lieben, aus Feuer und Wut, ohne Zärtlichkeit der Worte." Mi mujer, la madre de mis hijos quiero decir, porque esta y no otra es mi mujer, mi mujer es, como usted habrá visto, una mujer agraciada, tal vez hermosa, pero a mí nunca me inspiró ardor de deseos, y esto a pesar de la convivencia. Meine Frau, die Mutter meiner Kinder, möchte ich sagen, denn diese und keine andere ist meine Frau, meine Frau ist, wie Sie vielleicht gesehen haben, eine anmutige Frau, vielleicht schön, aber sie hat mich nie mit Verlangen erfüllt, und dies trotz der Koexistenz. Y aun después que acabamos en lo que le digo me figuré no estar en exceso enamorado de ella, hasta que pude convencerme de lo contrario. Und selbst nachdem wir fertig waren, dachte ich, dass ich sie nicht übertrieben liebte, bis ich mich vom Gegenteil überzeugen konnte. Y es que una vez, después de uno de sus partos, después del nacimiento del cuarto de nuestros hijos, se me puso tan mal, tan mal, que creí que se me moría. Und die Sache ist, dass es ihr einmal nach einer ihrer Geburten, nach der Geburt unseres Kinderzimmers, so schlecht ging, so schlecht, dass ich dachte, sie würde sterben. Perdió la más de la sangre de sus venas, se quedó como la cera de blanca, se le cerraban los párpados... Creí perderla. Sie verlor das meiste Blut aus ihren Adern, sie blieb wie weißes Wachs, ihre Augenlider geschlossen ... Ich dachte, ich hätte sie verloren. Y me puse como loco, blanco yo también como la cera, la sangre se me helaba. Y fui a un rincón de la casa, donde nadie me viese, y me arrodillé y pedí a Dios que me matara antes de que dejase morir a aquella santa mujer. Und ich ging in eine Ecke des Hauses, wo mich niemand sehen würde, und ich kniete nieder und bat Gott, mich zu töten, bevor ich diese heilige Frau sterben ließ. Y lloré y me pellizqué y me arañé el pecho hasta sacarme sangre. Und ich weinte und kniff mich und kratzte mir an der Brust, bis sie blutete. Y comprendí con cuán fuerte atadura estaba mi corazón atado al corazón de la madre de mis hijos. Und ich verstand, wie stark mein Herz an das Herz der Mutter meiner Kinder gebunden war. Y cuando esta se repuso algo y recobró conocimiento y salió de peligro, acerqué mi boca a su oído, según ella sonreía a la vida renaciente tendida en la cama, y le dije lo que nunca le había dicho y nunca le he vuelto de la misma manera a decir. Y ella sonreía, sonreía, sonreía mirando al techo. Y puse mi boca sobre su boca, y me enlacé con sus desnudos brazos el cuello, y acabé llorando de mis ojos  sobre sus ojos. Und ich legte meinen Mund über seinen Mund und legte seine nackten Arme um seinen Hals und endete damit, dass ich meine Augen über seinen Augen weinte. Y me dijo: «Gracias, Antonio, gracias, por mí, por nuestros hijos, por nuestros hijos todos... todos... todos... por ella, por Rita...» Rita es nuestra hija mayor, la hija del ladrón... no, no, nuestra hija, mi hija. La del ladrón es la otra, es la de la que se llamó mi mujer en un tiempo. Der des Diebes ist der andere, so wurde einmal meine Frau genannt. ¿Lo comprende usted ahora todo? Verstehst du jetzt alles?

—Sí, y mucho más, don Antonio. "Ja, und noch viel mehr, Don Antonio."

—¿Mucho más? -Viel mehr?

—¡Más, sí! "Mehr, ja!" De modo que usted tiene dos mujeres, don Antonio. Sie haben also zwei Frauen, Don Antonio.

—No, no, no tengo más que una, una sola, la madre de mis hijos. La otra no es mi mujer, no sé si lo es del padre de su hija. Die andere ist nicht meine Frau, ich weiß nicht, ob sie dem Vater ihrer Tochter gehört.

—Y esa tristeza... „Und diese Traurigkeit …

—La ley es siempre triste, don Augusto. "Das Gesetz ist immer traurig, Don Augusto." Y es más triste un amor que nace y se cría sobre la tumba de otro y como una planta que se alimenta, como de mantillo, de la podredumbre de otra planta. Und trauriger ist eine Liebe, die auf dem Grab eines anderen geboren und aufgewachsen ist und wie eine Pflanze, die sich wie Mulch von der Fäulnis einer anderen Pflanze ernährt. Crímenes, sí, crímenes ajenos nos han juntado, ¿y es nuestra unión acaso crimen? Ellos rompieron lo que no debe romperse, ¿por qué no habíamos nosotros de anudar los cabos sueltos? Sie haben gebrochen, was nicht gebrochen werden sollte, warum sollten wir die losen Enden nicht zusammenbinden?

—Y no han vuelto a saber... "Und sie haben nichts mehr von gehört ...

—No hemos querido volver a saber. "Wir wollten es nicht wieder wissen." Y luego nuestra Rita es una mujercita ya; el mejor día se nos casa... Con mi nombre, por supuesto, con mi nombre, y haga luego la ley lo que quiera. Es mi hija y no del ladrón; yo la he criado.