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Novelas ejemplares, de Miguel de Cervantes Saavedra, Primera parte de "La señora Cornelia", de Las Novelas ejemplares.

Primera parte de "La señora Cornelia", de Las Novelas ejemplares.

Don Antonio de Isunza y don Juan de Gamboa, caballeros principales, de una edad misma, muy discretos y grandes amigos, siendo estudiantes en Salamanca, determinaron de dejar sus estudios por irse á Flándes, llevados del hervor de la sangre moza y del deseo, como decirse suele, de ver mundo, y por parecerles que el ejercicio de las armas, aunque arma y dice bien á todos, principalmente asienta y dice mejor en los bien nacidos y de ilustre sangre.

Llegáron pues á Flándes á tiempo que estaban las cosas en paz, ó en conciertos, y tratos de tenerla presto. Recibiéron en Ambéres cartas de sus padres, donde les escribiéron el grande enojo que habian recebido, por haber dejado sus estudios sin avisárselo, para que hubieran venido con la comodidad que pedia el ser quien eran. Finalmente, conociendo la pesadumbre de sus padres, acordáron de volverse á España, pues no habia que hacer en Flándes; pero, antes de volverse, quisiéron ver todas las mas famosas ciudades de Italia; y, habiéndolas visto todas, paráron en Bolonia, y, admirados de los estudios de aquella insigne universidad, quisiéron en ella proseguir los suyos. Diéron noticia de su intento á sus padres, de que se holgáron infinito, y lo mostráron con proveerles magníficamente, y de modo, que mostrasen en su tratamiento quienes eran, y que padres tenian: y, desde el primero día que saliéron á las escuelas, fuéron conocidos de todos por caballeros, galanes, discretos y bien criados.

Tendria don Antonio hasta veinte y cuatro años, y don Juan no pasaba de veinte y seis; y adornaban esta buena edad con ser muy gentiles hombres, músicos, poetas, diestros y valientes; partes que los hacian amables y bien queridos de cuantos los comunicaban.

Tuviéron luego muchos amigos asi estudiantes Españoles, de los muchos que en aquella universidad cursaban, como de los mismos de la ciudad, y de los extrangeros: mostrábanse con todos liberales, y comedidos, y muy agenos de la arrogancia que dicen que suelen tener los Españoles; y, como eran mozos y alegres, no se disgustaban de tener noticia de las hermosas de la ciudad; y, aunque habia muchas señoras doncellas, y casadas con gran fama de ser honestas y hermosas, á todas se aventajaba la señora Cornelia Bentibolli, de la antigua y generosa familia de los Bentibollis, que un tiempo fuéron señores de Bolonia.

Era Cornelia hermosísima en estremo, y estaba debajo de la guarda y amparo de Lorenzo Bentibolli, su hermano, honradísimo y valiente caballero, huérfanos de padre y madre: que, aunque los dejáron solos, los dejáron ricos y la riqueza es grande alivio de horfandad.

Era el recato de Cornelia tanto, y la solicitud de su hermano tanta en guardarla, que ni ella se dejaba ver ni su hermano consentia que la viesen. Esta fama traia deseosos a don Juan y a don Antonio de verla, aunque fuera en la iglesia; pero el trabajo que en ello pusiéron, fué en balde: y el deseo, por la imposibilidad, cuchillo de la esperanza, fué menguando; y asi con solo el amor de sus estudios y el entretenimiento de algunas honestas mocedades, pasaban una vida tan alegre como honrada: pocas veces salian de noche, y si salian, iban juntos, y bien armados.

Sucedió pues que, habiendo de salir una noche, dijo don Antonio á don Juan, que el se queria quedar á rezar ciertas devociones, que se fuese, que luego le seguiria. No hay paraque, dijo don Juan, que yo os aguardaré, y si no saliéremos esta noche, importa poco. No por vida vuestra, replicó don Antonio, salid á coger el aire, que yo seré luego con vos, si es que vais por donde solemos ir. Haced vuestro gusto, dijo don Juan, quedaos en buena hora, y si saliéredes, las mismas estaciones andaré esta noche que las pasadas.

Fuése don Juan y quedóse don Antonio. Era la noche entre oscura, y la hora, las once; y, habiendo andado dos ó tres calles, y viéndose solo, y que no tenia con quien hablar, determinó volverse á casa, y poniéndolo en efecto, al pasar por una calle que tenia portales sustentados en mármoles, oyó que de una puerta le ceceaban. La escuridad de la noche, y la que causaban los portales, no le dejaban atinar al ceceo. Detúvose un poco, estuvo atento, y vio entreabrir una puerta: llegóse á ella, y oyó una voz baja que dijo: sois por ventura Fabio? Don Juan, por si ó por no, respondió: sí. Pues tomad, respondiéron de dentro, y ponedlo en cobro, y volved luego, que importa.

Alargó la mano don Juan, y topó un bulto, y queriéndolo tomar, vió que era menester las dos manos, y asi le hubo de asir con entrambas; y, apenas se le dejáron en ellas, cuando le cerráron la puerta, y él se halló cargado en la calle y sin saber de que. Pero casi luego comenzó á llorar una criatura, al parecer recien nacida, a cuyo lloro quedó don Juan confuso y suspenso, sin saber que hacerse ni que corte dar en aquel caso; porque, en volver á llamar á la puerta, le pareció que podia correr peligro aquella cuya era la criatura, y en dejarla allí, la criatura misma; pues el llevarla á su casa, no tenia en ella quien la remediase, ni él conocía en toda la ciudad persona adonde poder llevarla: pero, viendo que le habian dicho que la pusiese en cobro, y que volviese luego, determinó de traerla á su casa, y dejarla en poder de una ama que les servía, y volver luego á ver si era menester su favor en alguna cosa, puesto que bien habia visto que le habian tenido por otro, y que habia sido error darle á él la criatura.

Finalmente sin hacer mas discursos se vino á casa con ella á tiempo que ya don Antonio no estaba en ella: entróse en un aposento, y llamó al ama, descubrió la criatura, y vió que era la mas hermosa, que jamas hubiese visto: los paños en que venia envuelta, mostraban ser de ricos padres nacida, desenvolvióla el ama, y halláron que era varón.

-Menester es -dijo don Juan- dar de mamar a este niño, y ha de ser desta manera: que vos, ama, le habéis de quitar estas ricas mantillas y ponerle otras más humildes, y, sin decir que yo le he traído, la habéis de llevar en casa de una partera, que las tales siempre suelen dar recado y remedio a semejantes necesidades. Llevaréis dineros con que la dejéis satisfecha y daréisle los padres que quisiéredes, para encubrir la verdad de haberlo yo traído.

Respondió el ama que así lo haría, y don Juan, con la priesa que pudo, volvió a ver si le ceceaban otra vez; pero, un poco antes que llegase a la casa adonde le habían llamado, oyó gran ruido de espadas, como de mucha gente que se acuchillaba. Estuvo atento y no sintió palabra alguna; la herrería era a la sorda, y, a la luz de las centellas que las piedras heridas de las espadas levantaban, casi pudo ver que eran muchos los que a uno solo acometían, y confirmóse en esta verdad oyendo decir:

-¡Ah traidores, que sois muchos, y yo solo! Pero con todo eso no os ha de valer vuestra superchería.

Oyendo y viendo lo cual don Juan, llevado de su valeroso corazón, en dos brincos se puso al lado, y, metiendo mano a la espada y a un broquel que llevaba, dijo al que defendía, en lengua italiana, por no ser conocido por español:

-No temáis, que socorro os ha venido que no os faltará hasta perder la vida; menead los puños, que traidores pueden poco, aunque sean muchos.

A estas razones respondió uno de los contrarios:

-Mientes, que aquí no hay ningún traidor; que el querer cobrar la honra perdida, a toda demasía da licencia.

No le habló más palabras, porque no les daba lugar a ello la priesa que se daban a herirse los enemigos, que al parecer de don Juan debían de ser seis. Apretaron tanto a su compañero, que de dos estocadas que le dieron a un tiempo en los pechos dieron con él en tierra. Don Juan creyó que le habían muerto, y, con ligereza y valor estraño, se puso delante de todos y los hizo arredrar a fuerza de una lluvia de cuchilladas y estocadas. Pero no fuera bastante su diligencia para ofender y defenderse, si no le ayudara la buena suerte con hacer que los vecinos de la calle sacasen lumbres a las ventanas y a grandes voces llamasen a la justicia: lo cual visto por los contrarios, dejaron la calle, y, a espaldas vueltas, se ausentaron.

Ya en esto, se había levantado el caído, porque las estocadas hallaron un peto como de diamante en que toparon. Habíasele caído a don Juan el sombrero en la refriega, y buscándole, halló otro que se puso acaso, sin mirar si era el suyo o no. El caído se llegó a él y le dijo:

-Señor caballero, quienquiera que seáis, yo confieso que os debo la vida que tengo, la cual, con lo que valgo y puedo, gastaré a vuestro servicio. Hacedme merced de decirme quién sois y vuestro nombre, para que yo sepa a quién tengo de mostrarme agradecido.

A lo cual respondió don Juan:

-No quiero ser descortés, ya que soy desinteresado. Por hacer, señor, lo que me pedís, y por daros gusto solamente, os digo que soy un caballero español y estudiante en esta ciudad; si el nombre os importara saberlo, os le dijera; mas, por si acaso os quisiéredes servir de mí en otra cosa, sabed que me llamo don Juan de Gamboa.

-Mucha merced me habéis hecho -respondió el caído-; pero yo, señor don Juan de Gamboa, no quiero deciros quién soy ni mi nombre, porque he de gustar mucho de que lo sepáis de otro que de mí, y yo tendré cuidado de que os hagan sabidor dello.

Habíale preguntado primero don Juan si estaba herido, porque le había visto dar dos grandes estocadas, y habíale respondido que un famoso peto que traía puesto, después de Dios, le había defendido; pero que, con todo eso, sus enemigos le acabaran si él no se hallara a su lado. En esto, vieron venir hacia ellos un bulto de gente, y don Juan dijo:

-Si éstos son los enemigos que vuelven, apercebíos, señor, y haced como quien sois.

-A lo que yo creo, no son enemigos, sino amigos los que aquí vienen.

Y así fue la verdad, porque los que llegaron, que fueron ocho hombres, rodearon al caído y hablaron con él pocas palabras, pero tan calladas y secretas que don Juan no las pudo oír. Volvió luego el defendido a don Juan y díjole:

-A no haber venido estos amigos, en ninguna manera, señor don Juan, os dejara hasta que acabárades de ponerme en salvo; pero ahora os suplico con todo encarecimiento que os vais y me dejéis, que me importa.

Hablando esto, se tentó la cabeza y vio que estaba sin sombrero, y, volviéndose a los que habían venido, pidió que le diesen un sombrero, que se le había caído el suyo. Apenas lo hubo dicho, cuando don Juan le puso el que había hallado en la cabeza. Tentóle el caído y, volviéndosele a don Juan, dijo:

-Este sombrero no es mío; por vida del señor don Juan, que se le lleve por trofeo desta refriega; y guárdele, que creo que es conocido.

Diéronle otro sombrero al defendido, y don Juan, por cumplir lo que le había pedido, pasando otros algunos, aunque breves, comedimientos, le dejó sin saber quién era, y se vino a su casa, sin querer llegar a la puerta donde le habían dado la criatura, por parecerle que todo el barrio estaba despierto y alborotado con la pendencia.

Sucedió, pues, que, volviéndose a su posada, en la mitad del camino encontró con don Antonio de Isunza, su camarada; y, conociéndose, dijo don Antonio:

-Volved conmigo, don Juan, hasta aquí arriba, y en el camino os contaré un estraño cuento que me ha sucedido, que no le habréis oído tal en toda vuestra vida.

-Como esos cuentos os podré contar yo -respondió don Juan-; pero vamos donde queréis y contadme el vuestro.

Guió don Antonio y dijo:

-«Habéis de saber que, poco más de una hora después que salistes de casa, salí a buscaros, y no treinta pasos de aquí vi venir, casi a encontrarme, un bulto negro de persona, que venía muy aguijando; y, llegándose cerca, conocí ser mujer en el hábito largo, la cual, con voz interrumpida de sollozos y de suspiros, me dijo: ¿Por ventura, señor, sois estranjero o de la ciudad? Estranjero soy y español, respondí yo. Y ella: Gracias al cielo, que no quiere que muera sin sacramentos. ¿Venís herida, señora -repliqué yo-, o traéis algún mal de muerte?. Podría ser que el que traigo lo fuese, si presto no se me da remedio; por la cortesía que siempre suele reinar en los de vuestra nación, os suplico, señor español, que me saquéis destas calles y me llevéis a vuestra posada con la mayor priesa que pudiéredes; que allá, si gustáredes dello, sabréis el mal que llevo y quién soy, aunque sea a costa de mi crédito. Oyendo lo cual, pareciéndome que tenía necesidad de lo que pedía, sin replicarla más, la así de la mano y por calles desviadas la llevé a la posada. Abrióme Santisteban el paje, hícele que se retirase, y sin que él la viese la llevé a mi estancia, y ella en entrando se arrojó encima de mi lecho desmayada. Lleguéme a ella y descubríla el rostro, que con el manto traía cubierto, y descubrí en él la mayor belleza que humanos ojos han visto; será a mi parecer de edad de diez y ocho años, antes menos que más. Quedé suspenso de ver tal estremo de belleza; acudí a echarle un poco de agua en el rostro, con que volvió en sí suspirando tiernamente, y lo primero que me dijo fue: ¿Conocéisme, señor? No -respondí yo-, ni es bien que yo haya tenido ventura de haber conocido tanta hermosura. Desdichada de aquella -respondió ella- a quien se la da el cielo para mayor desgracia suya; pero, señor, no es tiempo éste de alabar hermosuras, sino de remediar desdichas. Por quien sois, que me dejéis aquí encerrada y no permitáis que ninguno me vea, y volved luego al mismo lugar que me topastes y mirad si riñe alguna gente, y no favorezcáis a ninguno de los que riñeren, sino poned paz, que cualquier daño de las partes ha de resultar en acrecentar el mío. Déjola encerrada y vengo a poner en paz esta pendencia.»

-¿Tenéis más que decir, don Antonio? -preguntó don Juan.

-¿Pues no os parece que he dicho harto? -respondió don Antonio-. Pues he dicho que tengo debajo de llave y en mi aposento la mayor belleza que humanos ojos han visto.

-El caso es estraño, sin duda -dijo don Juan-, pero oíd el mío.

Y luego le contó todo lo que le había sucedido, y cómo la criatura que le habían dado estaba en casa en poder de su ama, y la orden que le había dejado de mudarle las ricas mantillas en pobres y de llevarle adonde le criasen o a lo menos socorriesen la presente necesidad. Y dijo más: que la pendencia que él venía a buscar ya era acabada y puesta en paz, que él se había hallado en ella; y que, a lo que él imaginaba, todos los de la riña debían de ser gentes de prendas y de gran valor.

Quedaron entrambos admirados del suceso de cada uno y con priesa se volvieron a la posada, por ver lo que había menester la encerrada. En el camino dijo don Antonio a don Juan que él había prometido a aquella señora que no la dejaría ver de nadie, ni entraría en aquel aposento sino él solo, en tanto que ella no gustase de otra cosa.

-No importa nada -respondió don Juan-, que no faltará orden para verla, que ya lo deseo en estremo, según me la habéis alabado de hermosa.

Llegaron en esto, y, a la luz que sacó uno de tres pajes que tenían, alzó los ojos don Antonio al sombrero que don Juan traía, y viole resplandeciente de diamantes; quitósele, y vio que las luces salían de muchos que en un cintillo riquísimo traía. Miráronle y remiráronle entrambos, y concluyeron que, si todos eran finos, como parecían, valía más de doce mil ducados. Aquí acabaron de conocer ser gente principal la de la pendencia, especialmente el socorrido de don Juan, de quien se acordó haberle dicho que trujese el sombrero y le guardase, porque era conocido. Mandaron retirar los pajes y don Antonio abrió su aposento, y halló a la señora sentada en la cama, con la mano en la mejilla, derramando tiernas lágrimas. Don Juan, con el deseo que tenía de verla, se asomó a la puerta tanto cuanto pudo entrar la cabeza, y al punto la lumbre de los diamantes dio en los ojos de la que lloraba, y, alzándolos, dijo:

-Entrad, señor duque, entrad; ¿para qué me queréis dar con tanta escaseza el bien de vuestra vista?

A esto dijo don Antonio:

-Aquí, señora, no hay ningún duque que se escuse de veros.

-¿Cómo no? -replicó ella-. El que allí se asomó ahora es el duque de Ferrara, que mal le puede encubrir la riqueza de su sombrero.

-En verdad, señora, que el sombrero que vistes no le trae ningún duque; y si queréis desengañaros con ver quién le trae, dadle licencia que entre.

-Entre enhorabuena -dijo ella-, aunque si no fuese el duque, mis desdichas serían mayores.

Todas estas razones había oído don Juan, y, viendo que tenía licencia de entrar, con el sombrero en la mano entró en el aposento, y, así como se le puso delante y ella conoció no ser quien decía el del rico sombrero, con voz turbada y lengua presurosa, dijo:

-¡Ay, desdichada de mí! Señor mío, decidme luego, sin tenerme más suspensa: ¿conocéis el dueño dese sombrero? ¿Dónde le dejastes o cómo vino a vuestro poder? ¿Es vivo por ventura, o son ésas las nuevas que me envía de su muerte? ¡Ay, bien mío!, ¿qué sucesos son éstos? ¡Aquí veo tus prendas, aquí me veo sin ti encerrada y en poder que, a no saber que es de gentileshombres españoles, el temor de perder mi honestidad me hubiera quitado la vida!

-Sosegaos señora -dijo don Juan-, que ni el dueño deste sombrero es muerto ni estáis en parte donde se os ha de hacer agravio alguno, sino serviros con cuanto las fuerzas nuestras alcanzaren, hasta poner las vidas por defenderos y ampararos; que no es bien que os salga vana la fe que tenéis de la bondad de los españoles; y, pues nosotros lo somos y principales (que aquí viene bien ésta que parece arrogancia), estad segura que se os guardará el decoro que vuestra presencia merece.

-Así lo creo yo -respondió ella-; pero con todo eso, decidme, señor: ¿cómo vino a vuestro poder ese rico sombrero, o adónde está su dueño, que, por lo menos, es Alfonso de Este, duque de Ferrara?

Entonces don Juan, por no tenerla más suspensa, le contó cómo le había hallado en una pendencia, y en ella había favorecido y ayudado a un caballero que, por lo que ella decía, sin duda debía de ser el duque de Ferrara, y que en la pendencia había perdido el sombrero y hallado aquél, y que aquel caballero le había dicho que le guardase, que era conocido, y que la refriega se había concluido sin quedar herido el caballero ni él tampoco; y que, después de acabada, había llegado gente que al parecer debían de ser criados o amigos del que él pensaba ser el duque, el cual le había pedido le dejase y se viniese, mostrándose muy agradecido al favor que yo le había dado.

-De manera, señora mía, que este rico sombrero vino a mi poder por la manera que os he dicho, y su dueño, si es el duque, como vos decís, no ha una hora que le dejé bueno, sano y salvo; sea esta verdad parte para vuestro consuelo, si es que le tendréis con saber del buen estado del duque.

-Para que sepáis, señores, si tengo razón y causa para preguntar por él, estadme atentos y escuchad la, no sé si diga, mi desdichada historia.

Todo el tiempo en que esto pasó le entretuvo el ama en paladear al niño con miel y en mudarle las mantillas de ricas en pobres; y, ya que lo tuvo todo aderezado, quiso llevarla en casa de una partera, como don Juan se lo dejó ordenado, y, al pasar con ella por junto a la estancia donde estaba la que quería comenzar su historia, lloró la criatura de modo que lo sintió la señora; y, levantándose en pie, púsose atentamente a escuchar, y oyó más distintamente el llanto de la criatura y dijo:

-Señores míos, ¿qué criatura es aquella, que parece recién nacida?

Don Juan respondió:

-Es un niño que esta noche nos han echado a la puerta de casa y va el ama a buscar quién le dé de mamar.

-Tráiganmele aquí, por amor de Dios -dijo la señora-, que yo haré esa caridad a los hijos ajenos, pues no quiere el cielo que la haga con los propios.

Llamó don Juan al ama y tomóle el niño, y entrósele a la que le pedía y púsosele en los brazos, diciendo:

-Veis aquí, señora, el presente que nos han hecho esta noche; y no ha sido éste el primero, que pocos meses se pasan que no hallamos a los quicios de nuestras puertas semejantes hallazgos.

Tomóle ella en los brazos y miróle atentamente, así el rostro como los pobres aunque limpios paños en que venía envuelto, y luego, sin poder tener las lágrimas, se echó la toca de la cabeza encima de los pechos, para poder dar con honestidad de mamar a la criatura, y, aplicándosela a ellos, juntó su rostro con el suyo, y con la leche le sustentaba y con las lágrimas le bañaba el rostro; y desta manera estuvo sin levantar el suyo tanto espacio cuanto el niño no quiso dejar el pecho. En este espacio guardaban todos cuatro silencio; el niño mamaba, pero no era ansí, porque las recién paridas no pueden dar el pecho; y así, cayendo en la cuenta la que se lo daba, se le volvió a don Juan, diciendo:

-En balde me he mostrado caritativa: bien parezco nueva en estos casos. Haced, señor, que a este niño le paladeen con un poco de miel, y no consintáis que a estas horas le lleven por las calles. Dejad llegar el día, y antes que le lleven vuélvanmele a traer, que me consuelo en verle.

Volvió el niño don Juan al ama y ordenóle le entretuviese hasta el día, y que le pusiese las ricas mantillas con que le había traído, y que no le llevase sin primero decírselo. Y volviendo a entrar, y estando los tres solos, la hermosa dijo:

-Si queréis que hable, dadme primero algo que coma, que me desmayo, y tengo bastante ocasión para ello.

Acudió prestamente don Antonio a un escritorio y sacó dél muchas conservas, y de algunas comió la desmayada, y bebió un vidrio de agua fría, con que volvió en sí; y, algo sosegada, dijo:

-Sentaos, señores, y escuchadme.

Hiciéronlo ansí, y ella, recogiéndose encima del lecho y abrigándose bien con las faldas del vestido, dejó descolgar por las espaldas un velo que en la cabeza traía, dejando el rostro esento y descubierto, mostrando en él el mismo de la luna, o, por mejor decir, del mismo sol, cuando más hermoso y más claro se muestra. Llovíanle líquidas perlas de los ojos, y limpiábaselas con un lienzo blanquísimo y con unas manos tales, que entre ellas y el lienzo fuera de buen juicio el que supiera diferenciar la blancura. Finalmente, después de haber dado muchos suspiros y después de haber procurado sosegar algún tanto el pecho, con voz algo doliente y turbada, dijo:

-«Yo, señores, soy aquella que muchas veces habréis, sin duda alguna, oído nombrar por ahí, porque la fama de mi belleza, tal cual ella es, pocas lenguas hay que no la publiquen. Soy, en efeto, Cornelia Bentibolli, hermana de Lorenzo Bentibolli, que con deciros esto quizá habré dicho dos verdades: la una, de mi nobleza; la otra, de mi hermosura. De pequeña edad quedé huérfana de padre y madre, en poder de mi hermano, el cual desde niña puso en mi guarda al recato mismo, puesto que más confiaba de mi honrada condición que de la solicitud que ponía en guardarme.

»Finalmente, entre paredes y entre soledades, acompañadas no más que de mis criadas, fui creciendo, y juntamente conmigo crecía la fama de mi gentileza, sacada en público de los criados y de aquellos que en secreto me trataban y de un retrato que mi hermano mandó hacer a un famoso pintor, para que, como él decía, no quedase sin mí el mundo, ya que el cielo a mejor vida me llevase. Pero todo esto fuera poca parte para apresurar mi perdición si no sucediera venir el duque de Ferrara a ser padrino de unas bodas de una prima mía, donde me llevó mi hermano con sana intención y por honra de mi parienta. Allí miré y fui vista; allí, según creo, rendí corazones, avasallé voluntades: allí sentí que daban gusto las alabanzas, aunque fuesen dadas por lisonjeras lenguas; allí, finalmente, vi al duque y él me vio a mí, de cuya vista ha resultado verme ahora como me veo. No os quiero decir, señores, porque sería proceder en infinito, los términos, las trazas, y los modos por donde el duque y yo venimos a conseguir, al cabo de dos años, los deseos que en aquellas bodas nacieron, porque ni guardas, ni recatos, ni honrosas amonestaciones, ni otra humana diligencia fue bastante para estorbar el juntarnos: que en fin hubo de ser debajo de la palabra que él me dio de ser mi esposo, porque sin ella fuera imposible rendir la roca de la valerosa y honrada presunción mía. Mil veces le dije que públicamente me pidiese a mi hermano, pues no era posible que me negase; y que no había que dar disculpas al vulgo de la culpa que le pondrían de la desigualdad de nuestro casamiento, pues no desmentía en nada la nobleza del linaje Bentibolli a la suya Estense. A esto me respondió con escusas, que yo las tuve por bastantes y necesarias, y, confiada como rendida, creí como enamorada y entreguéme de toda mi voluntad a la suya por intercesión de una criada mía, más blanda a las dádivas y promesas del duque que lo que debía a la confianza que de su fidelidad mi hermano hacía.

»En resolución, a cabo de pocos días, me sentí preñada; y, antes que mis vestidos manifestasen mis libertades, por no darles otro nombre, me fingí enferma y melancólica, y hice con mi hermano me trujese en casa de aquella mi prima de quien había sido padrino el duque. Allí le hice saber en el término en que estaba, y el peligro que me amenazaba y la poca seguridad que tenía de mi vida, por tener barruntos de que mi hermano sospechaba mi desenvoltura. Quedó de acuerdo entre los dos que en entrando en el mes mayor se lo avisase: que él vendría por mí con otros amigos suyos y me llevaría a Ferrara, donde en la sazón que esperaba se casaría públicamente conmigo.

»Esta noche en que estamos fue la del concierto de su venida, y esta misma noche, estándole esperando, sentí pasar a mi hermano con otros muchos hombres, al parecer armados, según les crujían las armas, de cuyo sobresalto de improviso me sobrevino el parto, y en un instante parí un hermoso niño. Aquella criada mía, sabidora y medianera de mis hechos, que estaba ya prevenida para el caso, envolvió la criatura en otros paños que no los que tiene la que a vuestra puerta echaron; y, saliendo a la puerta de la calle, la dio, a lo que ella dijo, a un criado del duque. Yo, desde allí a un poco, acomodándome lo mejor que pude, según la presente necesidad, salí de la casa, creyendo que estaba en la calle el duque, y no lo debiera hacer hasta que él llegara a la puerta; mas el miedo que me había puesto la cuadrilla armada de mi hermano, creyendo que ya esgrimía su espada sobre mi cuello, no me dejó hacer otro mejor discurso; y así, desatentada y loca, salí donde me sucedió lo que habéis visto; y, aunque me veo sin hijo y sin esposo y con temor de peores sucesos, doy gracias al cielo, que me ha traído a vuestro poder, de quien me prometo todo aquello que de la cortesía española puedo prometerme, y más de la vuestra, que la sabréis realzar por ser tan nobles como parecéis.»

Diciendo esto, se dejó caer del todo encima del lecho, y, acudiendo los dos a ver si se desmayaba, vieron que no, sino que amargamente lloraba, y díjole don Juan:

-Si hasta aquí, hermosa señora, yo y don Antonio, mi camarada, os teníamos compasión y lástima por ser mujer, ahora, que sabemos vuestra calidad, la lástima y compasión pasa a ser obligación precisa de serviros. Cobrad ánimo y no desmayéis; y, aunque no acostumbrada a semejantes casos, tanto más mostraréis quién sois cuanto más con paciencia supiéredes llevarlos. Creed, señora, que imagino que estos tan estraños sucesos han de tener un felice fin: que no han de permitir los cielos que tanta belleza se goce mal y tan honestos pensamientos se malogren. Acostaos, señora, y curad de vuestra persona, que lo habéis menester; que aquí entrará una criada nuestra que os sirva, de quien podéis hacer la misma confianza que de nuestras personas: tan bien sabrá tener en silencio vuestras desgracias como acudir a vuestras necesidades.

-Tal es la que tengo, que a cosas más dificultosas me obliga -res-pondió ella-. Entre, señor, quien vos quisiéredes, que, encaminada por vuestra parte, no puedo dejar de tenerla muy buena en la que menester hubiere; pero, con todo eso, os suplico que no me vean más que vuestra criada.

-Así será -respondió don Antonio.

Y dejándola sola se salieron, y don Juan dijo al ama que entrase dentro y llevase la criatura con los ricos paños, si se los había puesto. El ama dijo que sí, y que ya estaba de la misma manera que él la había traído. Entró el ama, advertida de lo que había de responder a lo que acerca de aquella criatura la señora que hallaría allí dentro le preguntase.

En viéndola Cornelia, le dijo:

-Vengáis en buen hora, amiga mía; dadme esa criatura y llegadme aquí esa vela.

Hízolo así el ama, y, tomando el niño Cornelia en sus brazos, se turbó toda y le miró ahincadamente, y dijo al ama:

-Decidme, señora, ¿este niño y el que me trajistes o me trujeron poco ha es todo uno?

-Sí señora -respondió el ama.

-Pues ¿cómo trae tan trocadas las mantillas? -replicó Cornelia-. En verdad, amiga, que me parece o que éstas son otras mantillas, o que ésta no es la misma criatura.

-Todo podía ser -respondió el ama.

-Pecadora de mí -dijo Cornelia-, ¿cómo todo podía ser? ¿Cómo es esto, ama mía? ; que el corazón me revienta en el pecho hasta saber este trueco. Decídmelo, amiga, por todo aquello que bien queréis. Digo que me digáis de dónde habéis habido estas tan ricas mantillas, porque os hago saber que son mías, si la vista no me miente o la memoria no se acuerda. Con estas mismas o otras semejantes entregué yo a mi doncella la prenda querida de mi alma: ¿quién se las quitó? ¡Ay, desdichada! Y ¿quién las trujo aquí? ¡Ay, sin ventura!

Don Juan y don Antonio, que todas estas quejas escuchaban, no quisieron que más adelante pasase en ellas, ni permitieron que el engaño de las trocadas mantillas más la tuviese en pena; y así, entraron, y don Juan le dijo:

-Esas mantillas y ese niño son cosa vuestra, señora Cornelia.

Y luego le contó punto por punto cómo él había sido la persona a quien su doncella había dado el niño, y de cómo le había traído a casa, con la orden que había dado al ama del trueco de las mantillas y la ocasión por que lo había hecho; aunque, después que le contó su parto, siempre tuvo por cierto que aquél era su hijo, y que si no se lo había dicho, había sido porque, tras el sobresalto del estar en duda de conocerle, sobreviniese la alegría de haberle conocido.

Allí fueron infinitas las lágrimas de alegría de Cornelia, infinitos los besos que dio a su hijo, infinitas las gracias que rindió a sus favorecedores, llamándolos ángeles humanos de su guarda y otros títulos que de su agradecimiento daban notoria muestra. Dejáronla con el ama, encomendándola mirase por ella y la sirviese cuanto fuese posible, advirtiéndola en el término en que estaba, para que acudiese a su remedio, pues ella, por ser mujer, sabía más de aquel menester que no ellos.

Con esto, se fueron a reposar lo que faltaba de la noche, con intención de no entrar en el aposento de Cornelia si no fuese o que ella los llamase o a necesidad precisa. Vino el día y el ama trujo a quien secretamente y a escuras diese de mamar al niño, y ellos preguntaron por Cornelia. Dijo el ama que reposaba un poco. Fuéronse a las escuelas, y pasaron por la calle de la pendencia y por la casa de donde había salido Cornelia, por ver si era ya pública su falta o si se hacían corrillos della; pero en ningún modo sintieron ni oyeron cosa ni de la riña ni de la ausencia de Cornelia. Con esto, oídas sus lecciones, se volvieron a su posada.

Llamólos Cornelia con el ama, a quien respondieron que tenían determinado de no poner los pies en su aposento, para que con más decoro se guardase el que a su honestidad se debía; pero ella replicó con lágrimas y con ruegos que entrasen a verla, que aquél era el decoro más conveniente, si no para su remedio, a lo menos para su consuelo. Hiciéronlo así, y ella los recibió con rostro alegre y con mucha cortesía; pidióles le hiciesen merced de salir por la ciudad y ver si oían algunas nuevas de su atrevimiento. Respondiéronle que ya estaba hecha aquella diligencia con toda curiosidad, pero que no se decía nada.

En esto, llegó un paje, de tres que tenían, a la puerta del aposento, y desde fuera dijo:

-A la puerta está un caballero con dos criados que dice se llama Lorenzo Bentibolli, y busca a mi señor don Juan de Gamboa.

A este recado cerró Cornelia ambos puños y se los puso en la boca, y por entre ellos salió la voz baja y temerosa, y dijo:

-¡Mi hermano, señores; mi hermano es ése! Sin duda debe de haber sabido que estoy aquí, y viene a quitarme la vida. ¡Socorro, señores, y amparo!

-Sosegaos, señora -le dijo don Antonio-, que en parte estáis y en poder de quien no os dejará hacer el menor agravio del mundo. Acudid vos, señor don Juan, y mirad lo que quiere ese caballero, y yo me quedaré aquí a defender, si menester fuere, a Cornelia.

Don Juan, sin mudar semblante, bajó abajo, y luego don Antonio hizo traer dos pistoletes armados, y mandó a los pajes que tomasen sus espadas y estuviesen apercebidos.

El ama, viendo aquellas prevenciones, temblaba; Cornelia, temerosa de algún mal suceso, tremía; solos don Antonio y don Juan estaban en sí y muy bien puestos en lo que habían de hacer. En la puerta de la calle halló don Juan a don Lorenzo, el cual, en viendo a don Juan, le dijo:

-Suplico a V. S. -que ésta es la merced de Italia- me haga merced de venirse conmigo a aquella iglesia que está allí frontero, que tengo un negocio que comunicar con V. S. en que me va la vida y la honra.

-De muy buena gana -r espondió don Juan-: vamos, señor, donde quisiéredes.

Dicho esto, mano a mano se fueron a la iglesia; y, sentándose en un escaño y en parte donde no pudiesen ser oídos, Lorenzo habló primero y dijo:

-«Yo, señor español, soy Lorenzo Bentibolli, si no de los más ricos, de los más principales desta ciudad. Ser esta verdad tan notoria servirá de disculpa del alabarme yo propio. Quedé huérfano algunos años ha, y quedó en mi poder una mi hermana: tan hermosa, que a no tocarme tanto quizá os la alabara de manera que me faltaran encarecimientos por no poder ningunos corresponder del todo a su belleza. Ser yo honrado y ella muchacha y hermosa me hacían andar solícito en guardarla; pero todas mis prevenciones y diligencias las ha defraudado la voluntad arrojada de mi hermana Cornelia, que éste es su nombre.

»Finalmente, por acortar, por no cansaros, éste que pudiera ser cuento largo, digo que el duque de Ferrara, Alfonso de Este, con ojos de lince venció a los de Argos, derribó y triunfo de mi industria venciendo a mi hermana, y anoche me la llevó y sacó de casa de una parienta nuestra, y aun dicen que recién parida. Anoche lo supe y anoche le salí a buscar, y creo que le hallé y acuchillé; pero fue socorrido de algún ángel, que no consintió que con su sangre sacase la mancha de mi agravio. Hame dicho mi parienta, que es la que todo esto me ha dicho, que el duque engañó a mi hermana, debajo de palabra de recebirla por mujer. Esto yo no lo creo, por ser desigual el matrimonio en cuanto a los bienes de fortuna, que en los de naturaleza el mundo sabe la calidad de los Bentibollis de Bolonia. Lo que creo es que él se atuvo a lo que se atienen los poderosos que quieren atropellar una doncella temerosa y recatada, poniéndole a la vista el dulce nombre de esposo, haciéndola creer que por ciertos respectos no se desposa luego: mentiras aparentes de verdades, pero falsas y malintencionadas.» Pero sea lo que fuere, yo me veo sin hermana y sin honra, puesto que todo esto hasta agora por mi parte lo tengo puesto debajo de la llave del silencio, y no he querido contar a nadie este agravio hasta ver si le puedo remediar y satisfacer en alguna manera; que las infamias mejor es que se presuman y sospechen que no que se sepan de cierto y distintamente, que entre el sí y el no de la duda, cada uno puede inclinarse a la parte que más quisiere, y cada una tendrá sus valedores. Finalmente, yo tengo determinado de ir a Ferrara y pedir al mismo duque la satisfación de mi ofensa, y si la negare, desafiarle sobre el caso; y esto no ha de ser con escuadrones de gente, pues no los puedo ni formar ni sustentar, sino de persona a persona, para lo cual querría el ayuda de la vuestra y que me acompañásedes en este camino, confiado en que lo haréis por ser español y caballero, como ya estoy informado; y por no dar cuenta a ningún pariente ni amigo mío, de quien no espero sino consejos y disuasiones, y de vos puedo esperar los que sean buenos y honrosos, aunque rompan por cualquier peligro. Vos, señor, me habéis de hacer merced de venir conmigo, que, llevando un español a mi lado, y tal como vos me parecéis, haré cuenta que llevo en mi guarda los ejércitos de Jerjes. Mucho os pido, pero a más obliga la deuda de responder a lo que la fama de vuestra nación pregona.

-No más, señor Lorenzo -dijo a esta sazón don Juan (que hasta allí, sin interrumpirle palabra, le había estado escuchando)-, no más, que desde aquí me constituyo por vuestro defensor y consejero, y tomo a mi cargo la satisfación o venganza de vuestro agravio; y esto no sólo por ser español, sino por ser caballero y serlo vos tan principal como habéis dicho, y como yo sé y como todo el mundo sabe. Mirad cuándo queréis que sea nuestra partida; y sería mejor que fuese luego, porque el hierro se ha de labrar mientras estuviere encendido, y el ardor de la cólera acrecienta el ánimo, y la injuria reciente despierta la venganza.


Primera parte de "La señora Cornelia", de Las Novelas ejemplares. First part of "La señora Cornelia", from Las Novelas ejemplares. Première partie de "La señora Cornelia", de Las Novelas ejemplares.

Don Antonio de Isunza y don Juan de Gamboa, caballeros principales, de una edad misma, muy discretos y grandes amigos, siendo estudiantes en Salamanca, determinaron de dejar sus estudios por irse á Flándes, llevados del hervor de la sangre moza y del deseo, como decirse suele, de ver mundo, y por parecerles que el ejercicio de las armas, aunque arma y dice bien á todos, principalmente asienta y dice mejor en los bien nacidos y de ilustre sangre. Don Antonio de Isunza와 Don Juan de Gamboa, 같은 나이의 신사, 매우 신중하고 훌륭한 친구, 살라망카의 학생들은 연구 결과를 피 앤드로 끓여서 젊은 피와 욕망을 끓여서 그들이 말하는 것처럼, 세상을 보는 것에 대해, 그리고 무기를 사용하는 것이 모두에게 잘 말하지만 팔 운동은 주로 태어나고 명예롭게 잘 정착하고 말합니다.

Llegáron pues á Flándes á tiempo que estaban las cosas en paz, ó en conciertos, y tratos de tenerla presto. They arrived at Flándes at the time that things were in peace, or in concerts, and arrangements to have it soon. 그래서 그들은 일이 평화 롭고 콘서트에있을 때 플랑드르에 도착했고, 그것을 준비하려고 노력했습니다. Recibiéron en Ambéres cartas de sus padres, donde les escribiéron el grande enojo que habian recebido, por haber dejado sus estudios sin avisárselo, para que hubieran venido con la comodidad que pedia el ser quien eran. They received letters from their parents in Ambers, where they wrote to them the great anger they had received, for having left their studies without notifying them, so that they would have come with the comfort that they asked to be who they were. Finalmente, conociendo la pesadumbre de sus padres, acordáron de volverse á España, pues no habia que hacer en Flándes; pero, antes de volverse, quisiéron ver todas las mas famosas ciudades de Italia; y, habiéndolas visto todas, paráron en Bolonia, y, admirados de los estudios de aquella insigne universidad, quisiéron en ella proseguir los suyos. Finally, knowing the grief of their parents, they agreed to return to Spain, since there was nothing to do in Flándes; but, before turning around, they wanted to see all the most famous cities in Italy; and, having seen them all, they stopped at Bologna, and, admiring the studies of that distinguished university, they wanted to continue their studies. 마지막으로, 부모의 슬픔을 알고, 플란 데스에는 할 일이 없었기 때문에 스페인으로 돌아 가기로 동의했습니다. 그러나 그들은 돌기 전에 이탈리아에서 가장 유명한 도시를 모두보고 싶었습니다. 그들 모두를보고, 볼로냐에 들렀 고, 저명한 대학의 연구에 감탄하면서, 그들의 대학에서 계속 공부하기를 원했습니다. Diéron noticia de su intento á sus padres, de que se holgáron infinito, y lo mostráron con proveerles magníficamente, y de modo, que mostrasen en su tratamiento quienes eran, y que padres tenian: y, desde el primero día que saliéron á las escuelas, fuéron conocidos de todos por caballeros, galanes, discretos y bien criados. 그들은 부모에게 그들의 의도를보고했고, 무한히 라운지에 앉았으며, 웅장하게 제공함으로써 그것을 보여 주었고, 그들이 누구인지, 부모가 무엇인지를 치료에 보여 주었던 방식으로 보여주었습니다. , 그들은 신사, 용감하고 신중하고 잘 자란 모든 사람들에게 알려졌습니다.

Tendria don Antonio hasta veinte y cuatro años, y don Juan no pasaba de veinte y seis; y adornaban esta buena edad con ser muy gentiles hombres, músicos, poetas, diestros y valientes; partes que los hacian amables y bien queridos de cuantos los comunicaban. Don Antonio는 24 살이었고 Don Juan은 26 살을 넘지 않았습니다. 그리고 그들은 매우 온화한 남자, 음악가, 시인, 숙련되고 용감한 사람으로이 좋은 시대를 장식했습니다. 의사 소통을하는 모든 사람들에게 친절하고 사랑받는 부분.

Tuviéron luego muchos amigos asi estudiantes Españoles, de los muchos que en aquella universidad cursaban, como de los mismos de la ciudad, y de los extrangeros: mostrábanse con todos liberales, y comedidos, y muy agenos de la arrogancia que dicen que suelen tener los Españoles; y, como eran mozos y alegres, no se disgustaban de tener noticia de las hermosas de la ciudad; y, aunque habia muchas señoras doncellas, y casadas con gran fama de ser honestas y hermosas, á todas se aventajaba la señora Cornelia Bentibolli, de la antigua y generosa familia de los Bentibollis, que un tiempo fuéron señores de Bolonia. 그런 다음이 스페인 학생들, 그 대학에 다니는 많은 사람들, 그리고 도시의 외국인들과 외국인들의 많은 친구들이있었습니다. 스페인 사람들; 그들은 젊고 활기 차기 때문에 도시의 아름다운 사람들에 대한 뉴스를 싫어했습니다. 하녀들이 많았고 정직하고 아름답다는 명성을 얻었지만, 볼로냐의 영주였던 고대의 관대 한 벤 티볼리 스 가족 인 코넬리아 벤 티볼리 부인은 모든 것을 능가했습니다.

Era Cornelia hermosísima en estremo, y estaba debajo de la guarda y amparo de Lorenzo Bentibolli, su hermano, honradísimo y valiente caballero, huérfanos de padre y madre: que, aunque los dejáron solos, los dejáron ricos y la riqueza es grande alivio de horfandad. 코넬리아는 극단적으로 매우 아름다웠으며, 그녀의 형제 인 로렌조 벤 티볼리 (Lorenzo Bentibolli), 가장 명예 롭고 용감한 기사, 아버지와 어머니의 고아들의 보호와 보호 아래있었습니다. .

Era el recato de Cornelia tanto, y la solicitud de su hermano tanta en guardarla, que ni ella se dejaba ver ni su hermano consentia que la viesen. 코넬리아의 겸허는 너무도 많았고, 그녀의 오빠는 그녀를 계속 보살피기 위해 자신의 모습을 보거나 동생도 보지 않기로했습니다. Esta fama traia deseosos a don Juan y a don Antonio de verla, aunque fuera en la iglesia; pero el trabajo que en ello pusiéron, fué en balde: y el deseo, por la imposibilidad, cuchillo de la esperanza, fué menguando; y asi con solo el amor de sus estudios y el entretenimiento de algunas honestas mocedades, pasaban una vida tan alegre como honrada: pocas veces salian de noche, y si salian, iban juntos, y bien armados. 이 명성은 돈 후안과 돈 안토니오가 교회에 있었더라도 그것을보고 싶어했다. 그러나 그들이 그 일에 쏟은 일은 헛된 일이었다. 불가능으로 인해 소망의 칼은 갈망하고 있었다. 그래서 그들은 연구에 대한 사랑과 정직한 젊은이들의 오락으로 정직한 삶을 살았습니다. 그들은 밤에 거의 나가지 않았고, 그렇게한다면 함께 모여 잘 무장했습니다.

Sucedió pues que, habiendo de salir una noche, dijo don Antonio á don Juan, que el se queria quedar á rezar ciertas devociones, que se fuese, que luego le seguiria. 그래서 어느 날 밤 외출해야했던 돈 안토니오는 후안 돈에게 말했다. No hay paraque, dijo don Juan, que yo os aguardaré, y si no saliéremos esta noche, importa poco. 돈 후안은 내가 당신을 기다릴 이유가 없으며, 오늘 밤 외출하지 않으면 별 문제가되지 않는다고 말했다. No por vida vuestra, replicó don Antonio, salid á coger el aire, que yo seré luego con vos, si es que vais por donde solemos ir. 돈 안토니오가 대답했습니다. 당신이 우리가 보통가는 곳으로 가면 나중에 당신과 함께있을 것입니다. Haced vuestro gusto, dijo don Juan, quedaos en buena hora, y si saliéredes, las mismas estaciones andaré esta noche que las pasadas. 돈 후안은 당신이 좋아하는 것을하고, 좋은 시간을 보내며, 떠나면 오늘 밤 마지막 시즌과 같은 계절을 걸을 것입니다.

Fuése don Juan y quedóse don Antonio. 돈 후안은 떠났고 돈 안토니오는 머물렀다. Era la noche entre oscura, y la hora, las once; y, habiendo andado dos ó tres calles, y viéndose solo, y que no tenia con quien hablar, determinó volverse á casa, y poniéndolo en efecto, al pasar por una calle que tenia portales sustentados en mármoles, oyó que de una puerta le ceceaban. 어두운 밤이었고 시간은 11이었다. 그리고 2 ~ 3 개의 거리를 걷다가 혼자서 대화 할 사람이 없었으며, 집으로 돌아 가기로 결정했고, 문이 대리석으로 지탱 된 거리를 지나갈 때 문을 열어서 문에서 그를 듣게된다고 들었습니다. . La escuridad de la noche, y la que causaban los portales, no le dejaban atinar al ceceo. 밤의 어두움과 문으로 인한 어둠으로 인해 그는 lisp를 칠 수 없었습니다. Detúvose un poco, estuvo atento, y vio entreabrir una puerta: llegóse á ella, y oyó una voz baja que dijo: sois por ventura Fabio? 그는 잠깐 멈추고 세심한주의를 기울여 문이 열려있는 것을 보았습니다. Don Juan, por si ó por no, respondió: sí. 돈 후안은 경우에 따라 대답했다. Pues tomad, respondiéron de dentro, y ponedlo en cobro, y volved luego, que importa. 음, 그것을 가져 가서 그들은 내부에서 응답하여 그것을 모아서 나중에 다시 돌아와서 그것이 중요합니다.

Alargó la mano don Juan, y topó un bulto, y queriéndolo tomar, vió que era menester las dos manos, y asi le hubo de asir con entrambas; y, apenas se le dejáron en ellas, cuando le cerráron la puerta, y él se halló cargado en la calle y sin saber de que. 돈 후안 (Don Juan)은 손을 내밀어 묶음을 가로 질러 가져 가고 싶어서 양손이 필요하다는 것을 알았으므로 양손으로 손을 잡아야했다. 그들은 문이 닫힐 때 간신히 남겨져 있었으며, 길거리에 짐을 싣고 무엇을 알지 못하는 것을 발견했습니다. Pero casi luego comenzó á llorar una criatura, al parecer recien nacida, a cuyo lloro quedó don Juan confuso y suspenso, sin saber que hacerse ni que corte dar en aquel caso; porque, en volver á llamar á la puerta, le pareció que podia correr peligro aquella cuya era la criatura, y en dejarla allí, la criatura misma; pues el llevarla á su casa, no tenia en ella quien la remediase, ni él conocía en toda la ciudad persona adonde poder llevarla: pero, viendo que le habian dicho que la pusiese en cobro, y que volviese luego, determinó de traerla á su casa, y dejarla en poder de una ama que les servía, y volver luego á ver si era menester su favor en alguna cosa, puesto que bien habia visto que le habian tenido por otro, y que habia sido error darle á él la criatura.

Finalmente sin hacer mas discursos se vino á casa con ella á tiempo que ya don Antonio no estaba en ella: entróse en un aposento, y llamó al ama, descubrió la criatura, y vió que era la mas hermosa, que jamas hubiese visto: los paños en que venia envuelta, mostraban ser de ricos padres nacida, desenvolvióla el ama, y halláron que era varón.

-Menester es -dijo don Juan- dar de mamar a este niño, y ha de ser desta manera: que vos, ama, le habéis de quitar estas ricas mantillas y ponerle otras más humildes, y, sin decir que yo le he traído, la habéis de llevar en casa de una partera, que las tales siempre suelen dar recado y remedio a semejantes necesidades. Llevaréis dineros con que la dejéis satisfecha y daréisle los padres que quisiéredes, para encubrir la verdad de haberlo yo traído.

Respondió el ama que así lo haría, y don Juan, con la priesa que pudo, volvió a ver si le ceceaban otra vez; pero, un poco antes que llegase a la casa adonde le habían llamado, oyó gran ruido de espadas, como de mucha gente que se acuchillaba. Estuvo atento y no sintió palabra alguna; la herrería era a la sorda, y, a la luz de las centellas que las piedras heridas de las espadas levantaban, casi pudo ver que eran muchos los que a uno solo acometían, y confirmóse en esta verdad oyendo decir:

-¡Ah traidores, que sois muchos, y yo solo! Pero con todo eso no os ha de valer vuestra superchería.

Oyendo y viendo lo cual don Juan, llevado de su valeroso corazón, en dos brincos se puso al lado, y, metiendo mano a la espada y a un broquel que llevaba, dijo al que defendía, en lengua italiana, por no ser conocido por español:

-No temáis, que socorro os ha venido que no os faltará hasta perder la vida; menead los puños, que traidores pueden poco, aunque sean muchos.

A estas razones respondió uno de los contrarios:

-Mientes, que aquí no hay ningún traidor; que el querer cobrar la honra perdida, a toda demasía da licencia.

No le habló más palabras, porque no les daba lugar a ello la priesa que se daban a herirse los enemigos, que al parecer de don Juan debían de ser seis. Apretaron tanto a su compañero, que de dos estocadas que le dieron a un tiempo en los pechos dieron con él en tierra. Don Juan creyó que le habían muerto, y, con ligereza y valor estraño, se puso delante de todos y los hizo arredrar a fuerza de una lluvia de cuchilladas y estocadas. Pero no fuera bastante su diligencia para ofender y defenderse, si no le ayudara la buena suerte con hacer que los vecinos de la calle sacasen lumbres a las ventanas y a grandes voces llamasen a la justicia: lo cual visto por los contrarios, dejaron la calle, y, a espaldas vueltas, se ausentaron.

Ya en esto, se había levantado el caído, porque las estocadas hallaron un peto como de diamante en que toparon. Déjà en cela, celui qui était tombé s'était relevé, car les coups ont trouvé un plastron comme un diamant dans lequel ils se sont heurtés. Habíasele caído a don Juan el sombrero en la refriega, y buscándole, halló otro que se puso acaso, sin mirar si era el suyo o no. Le chapeau de don Juan était tombé dans la mêlée, et en le cherchant, il en trouva un autre qu'il aurait pu mettre, sans chercher à voir si c'était le sien ou non. El caído se llegó a él y le dijo:

-Señor caballero, quienquiera que seáis, yo confieso que os debo la vida que tengo, la cual, con lo que valgo y puedo, gastaré a vuestro servicio. "Sir Knight, qui que vous soyez, je vous avoue que je vous dois la vie que j'ai, que, avec ce que je vaux et peux, je consacrerai à votre service." Hacedme merced de decirme quién sois y vuestro nombre, para que yo sepa a quién tengo de mostrarme agradecido. Fais-moi la miséricorde de me dire qui tu es et ton nom, afin que je sache à qui je suis reconnaissant.

A lo cual respondió don Juan:

-No quiero ser descortés, ya que soy desinteresado. Por hacer, señor, lo que me pedís, y por daros gusto solamente, os digo que soy un caballero español y estudiante en esta ciudad; si el nombre os importara saberlo, os le dijera; mas, por si acaso os quisiéredes servir de mí en otra cosa, sabed que me llamo don Juan de Gamboa.

-Mucha merced me habéis hecho -respondió el caído-; pero yo, señor don Juan de Gamboa, no quiero deciros quién soy ni mi nombre, porque he de gustar mucho de que lo sepáis de otro que de mí, y yo tendré cuidado de que os hagan sabidor dello. "Vous m'avez fait une grande faveur", a répondu l'homme déchu; mais moi, M. Don Juan de Gamboa, je ne veux pas vous dire qui je suis ni mon nom, car je dois être très heureux que vous le sachiez de quelqu'un d'autre que moi, et je veillerai à ce qu'ils vous fassent connaître ce.

Habíale preguntado primero don Juan si estaba herido, porque le había visto dar dos grandes estocadas, y habíale respondido que un famoso peto que traía puesto, después de Dios, le había defendido; pero que, con todo eso, sus enemigos le acabaran si él no se hallara a su lado. Don Juan lui avait d'abord demandé s'il était blessé, parce qu'il l'avait vu donner deux grands coups, et il avait répondu qu'une fameuse cuirasse qu'il portait, après Dieu, l'avait défendu ; mais qu'avec tout cela ses ennemis l'achèveraient s'il n'était à leurs côtés. En esto, vieron venir hacia ellos un bulto de gente, y don Juan dijo: A cela, ils virent une masse de gens venir vers eux, et don Juan dit :

-Si éstos son los enemigos que vuelven, apercebíos, señor, y haced como quien sois. -Si ce sont les ennemis qui reviennent, soyez prêt, monsieur, et agissez comme vous êtes.

-A lo que yo creo, no son enemigos, sino amigos los que aquí vienen. -Pour ce que je crois, ceux qui viennent ici ne sont pas des ennemis, mais des amis.

Y así fue la verdad, porque los que llegaron, que fueron ocho hombres, rodearon al caído y hablaron con él pocas palabras, pero tan calladas y secretas que don Juan no las pudo oír. Et c'était la vérité, parce que ceux qui arrivèrent, qui étaient huit hommes, entourèrent l'homme déchu et lui parlèrent peu de mots, mais si calmes et secrets que don Juan ne put les entendre. Volvió luego el defendido a don Juan y díjole: Alors l'accusé retourna vers don Juan et dit :

-A no haber venido estos amigos, en ninguna manera, señor don Juan, os dejara hasta que acabárades de ponerme en salvo; pero ahora os suplico con todo encarecimiento que os vais y me dejéis, que me importa. « À moins que ces amis ne soient venus, en aucun cas, señor don Juan, je ne vous quitterai jusqu'à ce que vous ayez fini de me sauver ; » mais maintenant je te supplie avec tout le sérieux de t'en aller et de me laisser, que je m'en soucie.

Hablando esto, se tentó la cabeza y vio que estaba sin sombrero, y, volviéndose a los que habían venido, pidió que le diesen un sombrero, que se le había caído el suyo. En disant cela, il toucha sa tête et vit qu'il n'avait pas de chapeau, et, se tournant vers ceux qui étaient venus, demanda qu'on lui donne un chapeau, qui avait fait tomber le sien. Apenas lo hubo dicho, cuando don Juan le puso el que había hallado en la cabeza. Il l'avait à peine dit, que don Juan mit sur sa tête celui qu'il avait trouvé. Tentóle el caído y, volviéndosele a don Juan, dijo: L'homme déchu le tenta et, se tournant vers don Juan, dit :

-Este sombrero no es mío; por vida del señor don Juan, que se le lleve por trofeo desta refriega; y guárdele, que creo que es conocido. -Ce chapeau n'est pas à moi ; pour la vie de Senor Don Juan, puisse-t-il être pris comme trophée dans cette mêlée ; et sauve-le, je pense qu'il est connu.

Diéronle otro sombrero al defendido, y don Juan, por cumplir lo que le había pedido, pasando otros algunos, aunque breves, comedimientos, le dejó sin saber quién era, y se vino a su casa, sin querer llegar a la puerta donde le habían dado la criatura, por parecerle que todo el barrio estaba despierto y alborotado con la pendencia. Ils donnèrent un autre chapeau à l'accusé, et don Juan, pour s'être conformé à ce qu'il lui avait demandé, en passant d'autres contraintes, bien que brèves, le laissa sans savoir qui il était, et rentra chez lui, sans vouloir atteindre la porte où on lui avait donné la créature, parce qu'il lui semblait que tout le quartier était réveillé et en émoi avec la querelle.

Sucedió, pues, que, volviéndose a su posada, en la mitad del camino encontró con don Antonio de Isunza, su camarada; y, conociéndose, dijo don Antonio: Il arriva donc que, de retour à son auberge, au milieu de la route, il rencontra don Antonio de Isunza, son camarade ; et, se connaissant, don Antonio dit :

-Volved conmigo, don Juan, hasta aquí arriba, y en el camino os contaré un estraño cuento que me ha sucedido, que no le habréis oído tal en toda vuestra vida. « Revenez avec moi, don Juan, ici, et en chemin, je vous raconterai une histoire étrange qui m'est arrivée, que vous n'avez pas entendu une telle histoire de toute votre vie. »

-Como esos cuentos os podré contar yo -respondió don Juan-; pero vamos donde queréis y contadme el vuestro.

Guió don Antonio y dijo:

-«Habéis de saber que, poco más de una hora después que salistes de casa, salí a buscaros, y no treinta pasos de aquí vi venir, casi a encontrarme, un bulto negro de persona, que venía muy aguijando; y, llegándose cerca, conocí ser mujer en el hábito largo, la cual, con voz interrumpida de sollozos y de suspiros, me dijo: ¿Por ventura, señor, sois estranjero o de la ciudad? - « Tu dois savoir que, un peu plus d'une heure après ton départ de chez toi, je suis sorti te chercher, et à pas trente pas d'ici j'ai vu venir, presque pour me trouver, une masse noire de personne, qui est venue très pousser; et, m'approchant, je sus que c'était une femme au long habit, qui, d'une voix interrompue de sanglots et de soupirs, me dit : Par hasard, monsieur, êtes-vous étranger ou de la ville ? Estranjero soy y español, respondí yo. Y ella: Gracias al cielo, que no quiere que muera sin sacramentos. Et elle : Dieu merci, tu ne veux pas que je meure sans sacrements. ¿Venís herida, señora -repliqué yo-, o traéis algún mal de muerte?. Podría ser que el que traigo lo fuese, si presto no se me da remedio; por la cortesía que siempre suele reinar en los de vuestra nación, os suplico, señor español, que me saquéis destas calles y me llevéis a vuestra posada con la mayor priesa que pudiéredes; que allá, si gustáredes dello, sabréis el mal que llevo y quién soy, aunque sea a costa de mi crédito. Il se peut que celui que j'ai apporté en soit un, si bientôt je n'ai plus de remède ; pour la courtoisie qui règne toujours dans votre nation, je vous prie, seigneur espagnol, de me sortir de ces rues et de me conduire à votre auberge avec la plus grande hâte que vous pourrez ; que là, si vous l'aimez, vous saurez le mal que je porte et qui je suis, même si c'est au détriment de mon actif. Oyendo lo cual, pareciéndome que tenía necesidad de lo que pedía, sin replicarla más, la así de la mano y por calles desviadas la llevé a la posada. Abrióme Santisteban el paje, hícele que se retirase, y sin que él la viese la llevé a mi estancia, y ella en entrando se arrojó encima de mi lecho desmayada. Le page Santisteban m'ouvrit la porte, je le fis sortir, et sans qu'il la voie je la conduisis dans ma chambre, et elle, entrant, se jeta sur mon lit évanouie. Lleguéme a ella y descubríla el rostro, que con el manto traía cubierto, y descubrí en él la mayor belleza que humanos ojos han visto; será a mi parecer de edad de diez y ocho años, antes menos que más. Je m'approchai d'elle et découvris son visage qu'elle avait recouvert du manteau, et j'y découvris la plus grande beauté que les yeux humains aient jamais vue ; A mon avis, il aura dix-huit ans, avant moins que plus. Quedé suspenso de ver tal estremo de belleza; acudí a echarle un poco de agua en el rostro, con que volvió en sí suspirando tiernamente, y lo primero que me dijo fue: ¿Conocéisme, señor? No -respondí yo-, ni es bien que yo haya tenido ventura de haber conocido tanta hermosura. Desdichada de aquella -respondió ella- a quien se la da el cielo para mayor desgracia suya; pero, señor, no es tiempo éste de alabar hermosuras, sino de remediar desdichas. Mécontente de celle-là, répondit-elle, à qui le ciel la donne à son plus grand malheur ; mais, monsieur, ce n'est pas le moment de louer les beautés, mais de remédier aux malheurs. Por quien sois, que me dejéis aquí encerrada y no permitáis que ninguno me vea, y volved luego al mismo lugar que me topastes y mirad si riñe alguna gente, y no favorezcáis a ninguno de los que riñeren, sino poned paz, que cualquier daño de las partes ha de resultar en acrecentar el mío. Pour qui vous êtes, que vous me laissez enfermé ici et ne permettez à personne de me voir, puis retournez au même endroit où vous m'avez rencontré et voyez si certaines personnes se disputent, et ne favorisez aucun de ceux qui se disputent, mais mettez la paix, que tout dommage des parties doit avoir pour résultat d'augmenter le mien. Déjola encerrada y vengo a poner en paz esta pendencia.»

-¿Tenéis más que decir, don Antonio? -preguntó don Juan.

-¿Pues no os parece que he dicho harto? -respondió don Antonio-. Pues he dicho que tengo debajo de llave y en mi aposento la mayor belleza que humanos ojos han visto.

-El caso es estraño, sin duda -dijo don Juan-, pero oíd el mío.

Y luego le contó todo lo que le había sucedido, y cómo la criatura que le habían dado estaba en casa en poder de su ama, y la orden que le había dejado de mudarle las ricas mantillas en pobres y de llevarle adonde le criasen o a lo menos socorriesen la presente necesidad. Y dijo más: que la pendencia que él venía a buscar ya era acabada y puesta en paz, que él se había hallado en ella; y que, a lo que él imaginaba, todos los de la riña debían de ser gentes de prendas y de gran valor.

Quedaron entrambos admirados del suceso de cada uno y con priesa se volvieron a la posada, por ver lo que había menester la encerrada. En el camino dijo don Antonio a don Juan que él había prometido a aquella señora que no la dejaría ver de nadie, ni entraría en aquel aposento sino él solo, en tanto que ella no gustase de otra cosa. En chemin, don Antonio dit à don Juan qu'il avait promis à cette dame qu'il ne la laisserait voir personne et qu'il n'entrerait dans cette pièce que lui-même, tant qu'elle n'aimerait rien d'autre.

-No importa nada -respondió don Juan-, que no faltará orden para verla, que ya lo deseo en estremo, según me la habéis alabado de hermosa. « Peu importe, répondit don Juan, que l'ordre ne manque pas pour la voir, que je le désire déjà beaucoup, puisque vous l'avez louée d'être belle.

Llegaron en esto, y, a la luz que sacó uno de tres pajes que tenían, alzó los ojos don Antonio al sombrero que don Juan traía, y viole resplandeciente de diamantes; quitósele, y vio que las luces salían de muchos que en un cintillo riquísimo traía. Ils y arrivèrent, et, à la lumière qu'une des trois pages qu'ils avaient tirées, don Antonio leva les yeux sur le chapeau que portait don Juan, et le viola luisant de diamants ; Il l'a enlevé et a vu que les lumières sortaient de beaucoup qu'il avait dans un bandeau très riche. Miráronle y remiráronle entrambos, y concluyeron que, si todos eran finos, como parecían, valía más de doce mil ducados. Ils le regardèrent et le regardèrent tous les deux, et conclurent que, s'ils allaient tous bien, comme ils le paraissaient, il valait plus de douze mille ducats. Aquí acabaron de conocer ser gente principal la de la pendencia, especialmente el socorrido de don Juan, de quien se acordó haberle dicho que trujese el sombrero y le guardase, porque era conocido. Ici, les principaux personnages de la querelle finirent par se rencontrer, en particulier l'aide de don Juan, dont il se souvenait lui avoir dit de porter le chapeau et de le garder, car il était connu. Mandaron retirar los pajes y don Antonio abrió su aposento, y halló a la señora sentada en la cama, con la mano en la mejilla, derramando tiernas lágrimas. Ils ordonnèrent d'enlever les pages et don Antonio ouvrit sa chambre et trouva la dame assise sur le lit, la main sur la joue, versant de tendres larmes. Don Juan, con el deseo que tenía de verla, se asomó a la puerta tanto cuanto pudo entrar la cabeza, y al punto la lumbre de los diamantes dio en los ojos de la que lloraba, y, alzándolos, dijo: Don Juan, voulant la voir, se pencha à la porte aussi loin que sa tête pouvait entrer, et aussitôt le feu des diamants frappa les yeux de la femme qui pleurait, et, les soulevant, il dit :

-Entrad, señor duque, entrad; ¿para qué me queréis dar con tanta escaseza el bien de vuestra vista? « Entrez, seigneur duc, entrez ; » Pourquoi veux-tu me donner si peu le bien de ta vue ?

A esto dijo don Antonio:

-Aquí, señora, no hay ningún duque que se escuse de veros. — Ici, madame, il n'y a pas de duc qui refuse de vous voir.

-¿Cómo no? -Comment pas ? -replicó ella-. El que allí se asomó ahora es el duque de Ferrara, que mal le puede encubrir la riqueza de su sombrero. Celui qui y apparaît désormais est le duc de Ferrare, qui peut difficilement cacher la richesse de son chapeau.

-En verdad, señora, que el sombrero que vistes no le trae ningún duque; y si queréis desengañaros con ver quién le trae, dadle licencia que entre. « En vérité, madame, le chapeau que vous portez ne lui rapporte aucun duc ; Et si vous voulez être déçu de voir qui l'amène, donnez-lui la permission d'entrer.

-Entre enhorabuena -dijo ella-, aunque si no fuese el duque, mis desdichas serían mayores. «                                                                                                                                                                                                       ,

Todas estas razones había oído don Juan, y, viendo que tenía licencia de entrar, con el sombrero en la mano entró en el aposento, y, así como se le puso delante y ella conoció no ser quien decía el del rico sombrero, con voz turbada y lengua presurosa, dijo: Toutes ces raisons que don Juan avait entendues, et voyant qu'il avait la permission d'entrer, avec son chapeau à la main, il entra dans la pièce, et, juste au moment où il se tenait devant lui et elle savait que ce n'était pas elle qui avait dit celle au riche chapeau, d'une voix troublée et d'une langue hâtive, elle dit :

-¡Ay, desdichada de mí! « Hélas, malheureux ! » Señor mío, decidme luego, sin tenerme más suspensa: ¿conocéis el dueño dese sombrero? Monseigneur, dites-moi plus tard, sans plus de suspense : connaissez-vous le propriétaire du chapeau ? ¿Dónde le dejastes o cómo vino a vuestro poder? Où l'avez-vous laissé ou comment est-il arrivé au pouvoir ? ¿Es vivo por ventura, o son ésas las nuevas que me envía de su muerte? Est-il vivant par hasard, ou est-ce la nouvelle qu'il m'envoie de sa mort ? ¡Ay, bien mío!, ¿qué sucesos son éstos? Oh mon Dieu ! De quels événements s'agit-il ? ¡Aquí veo tus prendas, aquí me veo sin ti encerrada y en poder que, a no saber que es de gentileshombres españoles, el temor de perder mi honestidad me hubiera quitado la vida! Ici je vois tes vêtements, ici je me vois sans toi enfermé et au pouvoir que, à moins que je sache que c'est de gentils hommes espagnols, la peur de perdre mon honnêteté m'aurait pris la vie !

-Sosegaos señora -dijo don Juan-, que ni el dueño deste sombrero es muerto ni estáis en parte donde se os ha de hacer agravio alguno, sino serviros con cuanto las fuerzas nuestras alcanzaren, hasta poner las vidas por defenderos y ampararos; que no es bien que os salga vana la fe que tenéis de la bondad de los españoles; y, pues nosotros lo somos y principales (que aquí viene bien ésta que parece arrogancia), estad segura que se os guardará el decoro que vuestra presencia merece. « Calmez-vous, madame », dit don Juan, « que ni le propriétaire de ce chapeau n'est mort, ni vous n'êtes en partie où l'on doit vous faire du mal, mais pour vous servir avec tout ce que nos forces atteignent, jusqu'à ce que nous mettions nos vies pour vous défendre et vous protéger ; » qu'il n'est pas bon que votre foi dans la bonté des Espagnols ne soit nulle ; et, puisque nous sommes et principaux (qu'ici vient bien celui-ci qui semble arrogance), soyez sûr que vous garderez le décorum que votre présence mérite.

-Así lo creo yo -respondió ella-; pero con todo eso, decidme, señor: ¿cómo vino a vuestro poder ese rico sombrero, o adónde está su dueño, que, por lo menos, es Alfonso de Este, duque de Ferrara?

Entonces don Juan, por no tenerla más suspensa, le contó cómo le había hallado en una pendencia, y en ella había favorecido y ayudado a un caballero que, por lo que ella decía, sin duda debía de ser el duque de Ferrara, y que en la pendencia había perdido el sombrero y hallado aquél, y que aquel caballero le había dicho que le guardase, que era conocido, y que la refriega se había concluido sin quedar herido el caballero ni él tampoco; y que, después de acabada, había llegado gente que al parecer debían de ser criados o amigos del que él pensaba ser el duque, el cual le había pedido le dejase y se viniese, mostrándose muy agradecido al favor que yo le había dado. Puis don Juan, parce qu'il n'avait plus d'attente, lui raconta comment il l'avait trouvé dans une querelle, et il y avait favorisé et aidé un monsieur qui, d'après ce qu'elle avait dit, devait sans aucun doute être le duc de Ferrare, et qu'en la querelle il avait perdu son chapeau et retrouvé celui-là, et que ce monsieur lui avait dit de le garder, qu'il était connu, et que le combat s'était terminé sans que le monsieur soit blessé, ni lui-même ; et que, après qu'il eut été terminé, des gens étaient arrivés qui devaient apparemment être des serviteurs ou des amis de ce qu'il croyait être le duc, qui lui avaient demandé de le quitter et de venir, se montrant très reconnaissant de la faveur que je lui avais donnée.

-De manera, señora mía, que este rico sombrero vino a mi poder por la manera que os he dicho, y su dueño, si es el duque, como vos decís, no ha una hora que le dejé bueno, sano y salvo; sea esta verdad parte para vuestro consuelo, si es que le tendréis con saber del buen estado del duque. « Ainsi, ma dame, ce riche chapeau est entré en ma possession par la voie que je vous ai dit, et son propriétaire, s'il est le duc, comme vous dites, il n'y a pas une heure je l'ai laissé bon, sain et sauf ; sois cette vérité partie pour ta consolation, si c'est que tu l'auras au courant du bon état du duc.

-Para que sepáis, señores, si tengo razón y causa para preguntar por él, estadme atentos y escuchad la, no sé si diga, mi desdichada historia. -Pour que vous sachiez, messieurs, si j'ai des raisons de m'enquérir de lui, faites attention à moi et écoutez-la, je ne sais pas si elle me raconte ma malheureuse histoire.

Todo el tiempo en que esto pasó le entretuvo el ama en paladear al niño con miel y en mudarle las mantillas de ricas en pobres; y, ya que lo tuvo todo aderezado, quiso llevarla en casa de una partera, como don Juan se lo dejó ordenado, y, al pasar con ella por junto a la estancia donde estaba la que quería comenzar su historia, lloró la criatura de modo que lo sintió la señora; y, levantándose en pie, púsose atentamente a escuchar, y oyó más distintamente el llanto de la criatura y dijo: Pendant tout ce temps, la maîtresse l'amusait à goûter l'enfant avec du miel et à changer les mantilles de riches en pauvres ; Et, comme il avait tout habillé, il voulut l'emmener chez une sage-femme, comme don Juan l'avait ordonné, et, comme il passait avec elle par la pièce où se trouvait celui qui voulait commencer son histoire, l'enfant pleuré pour que la dame le sente; et, se levant, il se mit à écouter attentivement, et entendit plus distinctement le cri de la créature et dit :

-Señores míos, ¿qué criatura es aquella, que parece recién nacida?

Don Juan respondió:

-Es un niño que esta noche nos han echado a la puerta de casa y va el ama a buscar quién le dé de mamar. -C'est un enfant que ce soir on nous a jeté à la porte de la maison et la maîtresse va chercher quelqu'un à allaiter.

-Tráiganmele aquí, por amor de Dios -dijo la señora-, que yo haré esa caridad a los hijos ajenos, pues no quiere el cielo que la haga con los propios. « Amenez-moi ici, pour l'amour de Dieu », a déclaré la dame, « je ferai cette charité aux enfants des autres, puisque le ciel ne veut pas que je le fasse avec les miens. »

Llamó don Juan al ama y tomóle el niño, y entrósele a la que le pedía y púsosele en los brazos, diciendo: Don Juan appela la maîtresse et lui prit l'enfant, et celui qui le lui demanda entra et la plaça dans ses bras en disant :

-Veis aquí, señora, el presente que nos han hecho esta noche; y no ha sido éste el primero, que pocos meses se pasan que no hallamos a los quicios de nuestras puertas semejantes hallazgos.

Tomóle ella en los brazos y miróle atentamente, así el rostro como los pobres aunque limpios paños en que venía envuelto, y luego, sin poder tener las lágrimas, se echó la toca de la cabeza encima de los pechos, para poder dar con honestidad de mamar a la criatura, y, aplicándosela a ellos, juntó su rostro con el suyo, y con la leche le sustentaba y con las lágrimas le bañaba el rostro; y desta manera estuvo sin levantar el suyo tanto espacio cuanto el niño no quiso dejar el pecho. Elle le prit dans ses bras et le regarda attentivement, à la fois son visage et les vêtements pauvres mais propres dont il était enveloppé, puis, incapable de retenir ses larmes, elle mit la coiffe sur ses seins, pour pouvoir honnêtement donner à téter le bébé, et, l'appliquant sur eux, il joignit son visage au sien, et avec le lait il le nourrissait et avec les larmes il baignait son visage; et de cette façon il était sans élever son espace d'autant que l'enfant ne voulait pas quitter le sein. En este espacio guardaban todos cuatro silencio; el niño mamaba, pero no era ansí, porque las recién paridas no pueden dar el pecho; y así, cayendo en la cuenta la que se lo daba, se le volvió a don Juan, diciendo: Dans cet espace, tous les quatre se taisaient ; l'enfant tétait, mais il n'avait pas envie, car les femmes nouveau-nées ne peuvent pas allaiter ; Et ainsi, quand celui qui le lui a donné s'en est rendu compte, il s'est tourné vers don Juan en disant :

-En balde me he mostrado caritativa: bien parezco nueva en estos casos. - En vain j'ai été charitable : eh bien j'ai l'air nouveau dans ces cas. Haced, señor, que a este niño le paladeen con un poco de miel, y no consintáis que a estas horas le lleven por las calles. Faites goûter un peu de miel à cet enfant, monsieur, et ne les laissez pas l'emmener dans les rues à cette heure. Dejad llegar el día, y antes que le lleven vuélvanmele a traer, que me consuelo en verle. Que le jour vienne, et avant qu'ils ne le reprennent, le ramènent, que je me console en le voyant.

Volvió el niño don Juan al ama y ordenóle le entretuviese hasta el día, y que le pusiese las ricas mantillas con que le había traído, y que no le llevase sin primero decírselo. Y volviendo a entrar, y estando los tres solos, la hermosa dijo:

-Si queréis que hable, dadme primero algo que coma, que me desmayo, y tengo bastante ocasión para ello. -Si tu veux que je parle, donne-moi d'abord quelque chose à manger, je vais m'évanouir, et j'ai l'occasion de le faire.

Acudió prestamente don Antonio a un escritorio y sacó dél muchas conservas, y de algunas comió la desmayada, y bebió un vidrio de agua fría, con que volvió en sí; y, algo sosegada, dijo: Don Antonio se précipita vers un bureau et en tira de nombreuses conserves, et de certaines il mangea celui qui s'était évanoui, et but un verre d'eau froide, avec lequel il reprit connaissance ; et, un peu calme, dit :

-Sentaos, señores, y escuchadme.

Hiciéronlo ansí, y ella, recogiéndose encima del lecho y abrigándose bien con las faldas del vestido, dejó descolgar por las espaldas un velo que en la cabeza traía, dejando el rostro esento y descubierto, mostrando en él el mismo de la luna, o, por mejor decir, del mismo sol, cuando más hermoso y más claro se muestra. Ils le firent, et elle, se rassemblant sur le lit et s'abritant bien avec les pans de sa robe, laissa pendre dans son dos un voile qu'elle portait sur la tête, laissant son visage blanc et découvert, y montrant le même que la lune, ou, pour mieux dire, du soleil lui-même, quand il est plus beau et plus clair. Llovíanle líquidas perlas de los ojos, y limpiábaselas con un lienzo blanquísimo y con unas manos tales, que entre ellas y el lienzo fuera de buen juicio el que supiera diferenciar la blancura. Finalmente, después de haber dado muchos suspiros y después de haber procurado sosegar algún tanto el pecho, con voz algo doliente y turbada, dijo:

-«Yo, señores, soy aquella que muchas veces habréis, sin duda alguna, oído nombrar por ahí, porque la fama de mi belleza, tal cual ella es, pocas lenguas hay que no la publiquen. - «Moi, messieurs, je suis celui dont vous aurez sans doute entendu parler bien des fois, car la renommée de ma beauté, telle qu'elle est, peu de langues ne la publient pas. Soy, en efeto, Cornelia Bentibolli, hermana de Lorenzo Bentibolli, que con deciros esto quizá habré dicho dos verdades: la una, de mi nobleza; la otra, de mi hermosura. Je suis, en effet, Cornelia Bentibolli, la sœur de Lorenzo Bentibolli, qui en vous disant cela a pu dire deux vérités : l'une, de ma noblesse ; l'autre, de ma beauté. De pequeña edad quedé huérfana de padre y madre, en poder de mi hermano, el cual desde niña puso en mi guarda al recato mismo, puesto que más confiaba de mi honrada condición que de la solicitud que ponía en guardarme. À un jeune âge, je suis resté orphelin de mon père et de ma mère, au pouvoir de mon frère, qui depuis mon enfance m'a confié la pudeur, car il se fiait plus à ma condition honnête qu'à la demande qu'il avait faite. me garder.

»Finalmente, entre paredes y entre soledades, acompañadas no más que de mis criadas, fui creciendo, y juntamente conmigo crecía la fama de mi gentileza, sacada en público de los criados y de aquellos que en secreto me trataban y de un retrato que mi hermano mandó hacer a un famoso pintor, para que, como él decía, no quedase sin mí el mundo, ya que el cielo a mejor vida me llevase. Enfin, entre les murs et entre les solitudes, accompagné seulement de mes serviteurs, je grandissais, et avec moi grandissait la renommée de ma bonté, tirée en public des serviteurs et de ceux qui me traitaient secrètement et d'un portrait que mon frère commanda à un peintre célèbre à faire, pour que, comme il le disait, le monde ne soit pas laissé sans moi, puisque le ciel m'emmènerait vers une vie meilleure. Pero todo esto fuera poca parte para apresurar mi perdición si no sucediera venir el duque de Ferrara a ser padrino de unas bodas de una prima mía, donde me llevó mi hermano con sana intención y por honra de mi parienta. Mais tout cela ne contribuerait guère à hâter ma perte si le duc de Ferrare ne venait pas être parrain à un mariage pour un de mes cousins, où mon frère m'emmenait avec de saines intentions et pour l'honneur de mon parent. Allí miré y fui vista; allí, según creo, rendí corazones, avasallé voluntades: allí sentí que daban gusto las alabanzas, aunque fuesen dadas por lisonjeras lenguas; allí, finalmente, vi al duque y él me vio a mí, de cuya vista ha resultado verme ahora como me veo. Là, j'ai regardé et j'ai été vu; là, comme je le crois, j'ai livré les cœurs, j'ai accablé les volontés : là j'ai senti que les louanges faisaient plaisir, fussent-elles données par des langues flatteuses ; là, enfin, j'ai vu le duc et il m'a vu, à la vue duquel il s'est avéré me voir maintenant comme je le vois. No os quiero decir, señores, porque sería proceder en infinito, los términos, las trazas, y los modos por donde el duque y yo venimos a conseguir, al cabo de dos años, los deseos que en aquellas bodas nacieron, porque ni guardas, ni recatos, ni honrosas amonestaciones, ni otra humana diligencia fue bastante para estorbar el juntarnos: que en fin hubo de ser debajo de la palabra que él me dio de ser mi esposo, porque sin ella fuera imposible rendir la roca de la valerosa y honrada presunción mía. Je ne veux pas vous dire, messieurs, car ce serait procéder à l'infini, les modalités, les plans, et les voies par lesquelles le duc et moi en venons à réaliser, au bout de deux ans, les vœux qui sont nés lors de ces noces , parce que tu ne gardes même pas, ni modestie, ni remontrances honorables, ni autre diligence humaine n'ont suffi pour nous empêcher de nous réunir : qu'à la fin il fallait que ce soit sous la parole qu'il m'a donnée d'être mon mari, car sans il serait impossible d'abandonner le rocher du courageux et honorable ma présomption. Mil veces le dije que públicamente me pidiese a mi hermano, pues no era posible que me negase; y que no había que dar disculpas al vulgo de la culpa que le pondrían de la desigualdad de nuestro casamiento, pues no desmentía en nada la nobleza del linaje Bentibolli a la suya Estense. Mille fois je lui ai dit de demander publiquement à mon frère, puisqu'il ne lui était pas possible de me refuser ; et qu'il n'était pas nécessaire de s'excuser auprès des gens du commun pour la culpabilité qu'ils mettraient sur l'inégalité de notre mariage, puisque la noblesse de la lignée Bentibolli n'a rien renié à son Estense. A esto me respondió con escusas, que yo las tuve por bastantes y necesarias, y, confiada como rendida, creí como enamorada y entreguéme de toda mi voluntad a la suya por intercesión de una criada mía, más blanda a las dádivas y promesas del duque que lo que debía a la confianza que de su fidelidad mi hermano hacía. A cela, elle répondit par des excuses, que je considérais comme suffisantes et nécessaires, et, confiant comme abandonné, je crus en amant et me donnai de toute ma volonté à la sienne par l'intercession d'un de mes serviteurs, plus doux aux dons et promesses du duc, que ce que je devais à la confiance que mon frère faisait de sa fidélité.

»En resolución, a cabo de pocos días, me sentí preñada; y, antes que mis vestidos manifestasen mis libertades, por no darles otro nombre, me fingí enferma y melancólica, y hice con mi hermano me trujese en casa de aquella mi prima de quien había sido padrino el duque. En résolution, au bout de quelques jours, je me sentais enceinte ; et, avant que mes robes montrèrent mes libertés, pour ne pas leur donner un autre nom, je fis mine de malade et de mélancolique, et fis me conduire mon frère dans la maison de ce mon cousin dont le duc avait été le parrain. Allí le hice saber en el término en que estaba, y el peligro que me amenazaba y la poca seguridad que tenía de mi vida, por tener barruntos de que mi hermano sospechaba mi desenvoltura. Là je lui fis savoir dans le terme dans lequel j'étais, et le danger qui me menaçait et le peu de sécurité que j'avais dans ma vie, car j'avais des soupçons que mon frère soupçonnait mon aisance. Quedó de acuerdo entre los dos que en entrando en el mes mayor se lo avisase: que él vendría por mí con otros amigos suyos y me llevaría a Ferrara, donde en la sazón que esperaba se casaría públicamente conmigo. Il fut convenu entre les deux qu'en entrant dans le dernier mois, je l'aviserais : qu'il viendrait me chercher avec d'autres amis à lui et m'emmènerait à Ferrare, où à l'heure prévue il m'épouserait publiquement.

»Esta noche en que estamos fue la del concierto de su venida, y esta misma noche, estándole esperando, sentí pasar a mi hermano con otros muchos hombres, al parecer armados, según les crujían las armas, de cuyo sobresalto de improviso me sobrevino el parto, y en un instante parí un hermoso niño. Aquella criada mía, sabidora y medianera de mis hechos, que estaba ya prevenida para el caso, envolvió la criatura en otros paños que no los que tiene la que a vuestra puerta echaron; y, saliendo a la puerta de la calle, la dio, a lo que ella dijo, a un criado del duque. Yo, desde allí a un poco, acomodándome lo mejor que pude, según la presente necesidad, salí de la casa, creyendo que estaba en la calle el duque, y no lo debiera hacer hasta que él llegara a la puerta; mas el miedo que me había puesto la cuadrilla armada de mi hermano, creyendo que ya esgrimía su espada sobre mi cuello, no me dejó hacer otro mejor discurso; y así, desatentada y loca, salí donde me sucedió lo que habéis visto; y, aunque me veo sin hijo y sin esposo y con temor de peores sucesos, doy gracias al cielo, que me ha traído a vuestro poder, de quien me prometo todo aquello que de la cortesía española puedo prometerme, y más de la vuestra, que la sabréis realzar por ser tan nobles como parecéis.» Moi, de là peu de temps, m'accommodant de mon mieux, selon le besoin présent, je sortis de la maison, croyant que le duc était dans la rue, et que je ne le ferais qu'à la porte ; Mais la peur que la bande armée de mon frère avait mise en moi, croyant qu'il brandissait déjà son épée sur mon cou, ne m'a pas permis de faire un autre meilleur discours ; Et ainsi, inattentif et fou, je suis sorti là où m'est arrivé ce que tu as vu ; Et, bien que je me voie sans fils et sans mari et dans la crainte de pires événements, je remercie le ciel qui m'a amené à votre pouvoir, de qui je me promets tout ce que je peux me promettre de la courtoisie espagnole, et plus de la vôtre, que vous saurez la mettre en valeur en étant aussi noble que vous en avez l'air."

Diciendo esto, se dejó caer del todo encima del lecho, y, acudiendo los dos a ver si se desmayaba, vieron que no, sino que amargamente lloraba, y díjole don Juan:

-Si hasta aquí, hermosa señora, yo y don Antonio, mi camarada, os teníamos compasión y lástima por ser mujer, ahora, que sabemos vuestra calidad, la lástima y compasión pasa a ser obligación precisa de serviros. Cobrad ánimo y no desmayéis; y, aunque no acostumbrada a semejantes casos, tanto más mostraréis quién sois cuanto más con paciencia supiéredes llevarlos. Creed, señora, que imagino que estos tan estraños sucesos han de tener un felice fin: que no han de permitir los cielos que tanta belleza se goce mal y tan honestos pensamientos se malogren. Acostaos, señora, y curad de vuestra persona, que lo habéis menester; que aquí entrará una criada nuestra que os sirva, de quien podéis hacer la misma confianza que de nuestras personas: tan bien sabrá tener en silencio vuestras desgracias como acudir a vuestras necesidades.

-Tal es la que tengo, que a cosas más dificultosas me obliga -res-pondió ella-. Entre, señor, quien vos quisiéredes, que, encaminada por vuestra parte, no puedo dejar de tenerla muy buena en la que menester hubiere; pero, con todo eso, os suplico que no me vean más que vuestra criada.

-Así será -respondió don Antonio.

Y dejándola sola se salieron, y don Juan dijo al ama que entrase dentro y llevase la criatura con los ricos paños, si se los había puesto. El ama dijo que sí, y que ya estaba de la misma manera que él la había traído. Entró el ama, advertida de lo que había de responder a lo que acerca de aquella criatura la señora que hallaría allí dentro le preguntase.

En viéndola Cornelia, le dijo:

-Vengáis en buen hora, amiga mía; dadme esa criatura y llegadme aquí esa vela.

Hízolo así el ama, y, tomando el niño Cornelia en sus brazos, se turbó toda y le miró ahincadamente, y dijo al ama:

-Decidme, señora, ¿este niño y el que me trajistes o me trujeron poco ha es todo uno?

-Sí señora -respondió el ama.

-Pues ¿cómo trae tan trocadas las mantillas? -replicó Cornelia-. En verdad, amiga, que me parece o que éstas son otras mantillas, o que ésta no es la misma criatura.

-Todo podía ser -respondió el ama.

-Pecadora de mí -dijo Cornelia-, ¿cómo todo podía ser? ¿Cómo es esto, ama mía? ; que el corazón me revienta en el pecho hasta saber este trueco. Decídmelo, amiga, por todo aquello que bien queréis. Digo que me digáis de dónde habéis habido estas tan ricas mantillas, porque os hago saber que son mías, si la vista no me miente o la memoria no se acuerda. Con estas mismas o otras semejantes entregué yo a mi doncella la prenda querida de mi alma: ¿quién se las quitó? ¡Ay, desdichada! Y ¿quién las trujo aquí? ¡Ay, sin ventura!

Don Juan y don Antonio, que todas estas quejas escuchaban, no quisieron que más adelante pasase en ellas, ni permitieron que el engaño de las trocadas mantillas más la tuviese en pena; y así, entraron, y don Juan le dijo:

-Esas mantillas y ese niño son cosa vuestra, señora Cornelia.

Y luego le contó punto por punto cómo él había sido la persona a quien su doncella había dado el niño, y de cómo le había traído a casa, con la orden que había dado al ama del trueco de las mantillas y la ocasión por que lo había hecho; aunque, después que le contó su parto, siempre tuvo por cierto que aquél era su hijo, y que si no se lo había dicho, había sido porque, tras el sobresalto del estar en duda de conocerle, sobreviniese la alegría de haberle conocido.

Allí fueron infinitas las lágrimas de alegría de Cornelia, infinitos los besos que dio a su hijo, infinitas las gracias que rindió a sus favorecedores, llamándolos ángeles humanos de su guarda y otros títulos que de su agradecimiento daban notoria muestra. Dejáronla con el ama, encomendándola mirase por ella y la sirviese cuanto fuese posible, advirtiéndola en el término en que estaba, para que acudiese a su remedio, pues ella, por ser mujer, sabía más de aquel menester que no ellos.

Con esto, se fueron a reposar lo que faltaba de la noche, con intención de no entrar en el aposento de Cornelia si no fuese o que ella los llamase o a necesidad precisa. Vino el día y el ama trujo a quien secretamente y a escuras diese de mamar al niño, y ellos preguntaron por Cornelia. Dijo el ama que reposaba un poco. Fuéronse a las escuelas, y pasaron por la calle de la pendencia y por la casa de donde había salido Cornelia, por ver si era ya pública su falta o si se hacían corrillos della; pero en ningún modo sintieron ni oyeron cosa ni de la riña ni de la ausencia de Cornelia. Con esto, oídas sus lecciones, se volvieron a su posada.

Llamólos Cornelia con el ama, a quien respondieron que tenían determinado de no poner los pies en su aposento, para que con más decoro se guardase el que a su honestidad se debía; pero ella replicó con lágrimas y con ruegos que entrasen a verla, que aquél era el decoro más conveniente, si no para su remedio, a lo menos para su consuelo. Hiciéronlo así, y ella los recibió con rostro alegre y con mucha cortesía; pidióles le hiciesen merced de salir por la ciudad y ver si oían algunas nuevas de su atrevimiento. Respondiéronle que ya estaba hecha aquella diligencia con toda curiosidad, pero que no se decía nada.

En esto, llegó un paje, de tres que tenían, a la puerta del aposento, y desde fuera dijo:

-A la puerta está un caballero con dos criados que dice se llama Lorenzo Bentibolli, y busca a mi señor don Juan de Gamboa.

A este recado cerró Cornelia ambos puños y se los puso en la boca, y por entre ellos salió la voz baja y temerosa, y dijo:

-¡Mi hermano, señores; mi hermano es ése! Sin duda debe de haber sabido que estoy aquí, y viene a quitarme la vida. ¡Socorro, señores, y amparo!

-Sosegaos, señora -le dijo don Antonio-, que en parte estáis y en poder de quien no os dejará hacer el menor agravio del mundo. Acudid vos, señor don Juan, y mirad lo que quiere ese caballero, y yo me quedaré aquí a defender, si menester fuere, a Cornelia.

Don Juan, sin mudar semblante, bajó abajo, y luego don Antonio hizo traer dos pistoletes armados, y mandó a los pajes que tomasen sus espadas y estuviesen apercebidos.

El ama, viendo aquellas prevenciones, temblaba; Cornelia, temerosa de algún mal suceso, tremía; solos don Antonio y don Juan estaban en sí y muy bien puestos en lo que habían de hacer. En la puerta de la calle halló don Juan a don Lorenzo, el cual, en viendo a don Juan, le dijo:

-Suplico a V. S. -que ésta es la merced de Italia- me haga merced de venirse conmigo a aquella iglesia que está allí frontero, que tengo un negocio que comunicar con V. S. en que me va la vida y la honra.

-De muy buena gana -r espondió don Juan-: vamos, señor, donde quisiéredes.

Dicho esto, mano a mano se fueron a la iglesia; y, sentándose en un escaño y en parte donde no pudiesen ser oídos, Lorenzo habló primero y dijo:

-«Yo, señor español, soy Lorenzo Bentibolli, si no de los más ricos, de los más principales desta ciudad. Ser esta verdad tan notoria servirá de disculpa del alabarme yo propio. Quedé huérfano algunos años ha, y quedó en mi poder una mi hermana: tan hermosa, que a no tocarme tanto quizá os la alabara de manera que me faltaran encarecimientos por no poder ningunos corresponder del todo a su belleza. Ser yo honrado y ella muchacha y hermosa me hacían andar solícito en guardarla; pero todas mis prevenciones y diligencias las ha defraudado la voluntad arrojada de mi hermana Cornelia, que éste es su nombre.

»Finalmente, por acortar, por no cansaros, éste que pudiera ser cuento largo, digo que el duque de Ferrara, Alfonso de Este, con ojos de lince venció a los de Argos, derribó y triunfo de mi industria venciendo a mi hermana, y anoche me la llevó y sacó de casa de una parienta nuestra, y aun dicen que recién parida. Anoche lo supe y anoche le salí a buscar, y creo que le hallé y acuchillé; pero fue socorrido de algún ángel, que no consintió que con su sangre sacase la mancha de mi agravio. Hame dicho mi parienta, que es la que todo esto me ha dicho, que el duque engañó a mi hermana, debajo de palabra de recebirla por mujer. Esto yo no lo creo, por ser desigual el matrimonio en cuanto a los bienes de fortuna, que en los de naturaleza el mundo sabe la calidad de los Bentibollis de Bolonia. Lo que creo es que él se atuvo a lo que se atienen los poderosos que quieren atropellar una doncella temerosa y recatada, poniéndole a la vista el dulce nombre de esposo, haciéndola creer que por ciertos respectos no se desposa luego: mentiras aparentes de verdades, pero falsas y malintencionadas.» Pero sea lo que fuere, yo me veo sin hermana y sin honra, puesto que todo esto hasta agora por mi parte lo tengo puesto debajo de la llave del silencio, y no he querido contar a nadie este agravio hasta ver si le puedo remediar y satisfacer en alguna manera; que las infamias mejor es que se presuman y sospechen que no que se sepan de cierto y distintamente, que entre el sí y el no de la duda, cada uno puede inclinarse a la parte que más quisiere, y cada una tendrá sus valedores. Finalmente, yo tengo determinado de ir a Ferrara y pedir al mismo duque la satisfación de mi ofensa, y si la negare, desafiarle sobre el caso; y esto no ha de ser con escuadrones de gente, pues no los puedo ni formar ni sustentar, sino de persona a persona, para lo cual querría el ayuda de la vuestra y que me acompañásedes en este camino, confiado en que lo haréis por ser español y caballero, como ya estoy informado; y por no dar cuenta a ningún pariente ni amigo mío, de quien no espero sino consejos y disuasiones, y de vos puedo esperar los que sean buenos y honrosos, aunque rompan por cualquier peligro. Vos, señor, me habéis de hacer merced de venir conmigo, que, llevando un español a mi lado, y tal como vos me parecéis, haré cuenta que llevo en mi guarda los ejércitos de Jerjes. Mucho os pido, pero a más obliga la deuda de responder a lo que la fama de vuestra nación pregona.

-No más, señor Lorenzo -dijo a esta sazón don Juan (que hasta allí, sin interrumpirle palabra, le había estado escuchando)-, no más, que desde aquí me constituyo por vuestro defensor y consejero, y tomo a mi cargo la satisfación o venganza de vuestro agravio; y esto no sólo por ser español, sino por ser caballero y serlo vos tan principal como habéis dicho, y como yo sé y como todo el mundo sabe. Mirad cuándo queréis que sea nuestra partida; y sería mejor que fuese luego, porque el hierro se ha de labrar mientras estuviere encendido, y el ardor de la cólera acrecienta el ánimo, y la injuria reciente despierta la venganza.