Part (5)
—Y Thrain, tu padre, se marchó un veintiuno dé abril, se cumplieron cien años el jueves pasado; y desde entonces nunca se lo ha vuelto a ver... —Cierto, cierto —dijo Thorin. 17
—Bien, tu padre me dio esto para que te lo diera; y si elegí el momento y el modo de entregarlo, no puedes culparme, teniendo en cuenta las dificultades que tuve para dar contigo. Tu padre no recordaba ni su propio nombre cuando me pasó el papel, y nunca me dijo el tuyo; de modo que en última instancia tendrías que alabarme y agradecérmelo. Toma, aquí está —dijo entregando el mapa a Thorin. —No lo entiendo —dijo Thorin, y Bilbo sintió que le gustaría decir lo mismo. La explicación no parecía explicar nada. —Tu abuelo —dijo el mago pausada y seriamente— le dio el mapa a su hijo para mayor seguridad antes de marcharse a las minas de Moria. Cuando mataron a tu abuelo, tu padre salió a probar fortuna con el mapa; y tuvo muchas desagradables aventuras, pero nunca se acercó a la Montana. Cómo llegó allí, no lo sé, pero lo encontré prisionero en las mazmorras del Nigromante. —¿Qué demonios estabas haciendo allí? —preguntó Thorin con un escalofrío, y todos los enanos se estremecieron. —No te importa. Estaba averiguando cosas, como siempre; y resultó ser un asunto sórdido y peligroso. Hasta yo, Gandalf, apenas conseguí escapar. Intenté salvar a tu padre, pero o era demasiado tarde. Había perdido el juicio e iba de un lado para otro, y había olvidado casi todo excepto el mapa y la llave. —Hace tiempo que dimos su merecido a los trasgos de Moria —dijo Thorin—. Ahora tendremos que ocuparnos del Nigromante. —¡No seas absurdo! El Nigromante es un enemigo a quien no alcanzan los poderes de todos los enanos juntos, si desde las cuatro esquinas del mundo se reuniesen otra vez. Lo único que deseaba tu padre era que tú leyeras el mapa y usaras la llave. ¡El dragón y la Montaña son empresas más que grandes para ti! —¡Oíd, oíd! —dijo Bilbo, y sin querer habló en voz alta. —¡Oíd, oíd! —dijeron todos mirándolo, y Bilbo se puso tan nervioso que respondió: —¡Oíd lo que he de decir! —¿Qué es? —preguntaron. —Bien, os diré que tendríais que ir hacía el Este y echar allí un vistazo. Al fin y al cabo allí está la Puerta lateral, y los dragones han de dormir alguna vez, supongo. Si os sentáis a la entrada durante un tiempo, creo que algo se os ocurrirá. Y bien, ¿no os parece que hemos charlado bastante para una noche, eh? ¿Qué opináis de irse a la cama, para empezar mañana temprano y todo eso? Os daré un buen desayuno antes de que os vayáis. —Antes de que nos vayamos, supongo que querrás decir —dijo Thorin—. ¿No eres tú el saqueador? ¿Y tu oficio no es esperar a la entrada, y aun cruzar la puerta? Pero estoy de acuerdo en lo de la cama y el desayuno— Me gusta tomar seis huevos con jamón cuando empiezo un viaje: fritos, no escalfados, y cuida de no romperlos, Luego de que los otros hubieran pedido sus desayunos sin ningún por favor (lo que molestó sobremanera a Bilbo), todos se levantaron. El hobbit tuvo que 18
buscarles sitio, y preparó los cuartos vacíos, e hizo camas en sillas y sofás antes de instalarlos e irse a su propia camita muy cansado y nada feliz. Lo que sí decidió fue no molestarse en madrugar y preparar el maldito desayuno para lodo el mundo. La vena Tuk empezaba a desaparecer, y ahora ya no estaba tan seguro de que fuese a hacer algún viaje por la mañana. Mientras yacía en cama pudo oír a Thorin en la habitación de al lado, la mejor de todas, todavía tarareando entre dientes: Más alta de las frías y brumosas montanas, a mazmorras profundas y cavernas antiguas a reclamar el oro hace tiempo olvidado, hemos de ir, antes que el día nazca. Bilbo se durmió con ese canto en los oídos, y tuvo unos sueños intranquilos. Despertó mucho después de que naciera el día. CARNERO ASADO Bilbo se levantó de un salto, y poniéndose la bata entró en el comedor. Allí no vio a nadie, pero sí las huellas de un enorme y apresurado desayuno. Había un horrendo revoltijo en la habitación, y pilas de cacharros sucios en la cocina. Parecía que no hubiera quedado ninguna olla ni tartera sin usar. La tarea de fregarlo todo fue tan tristemente real que Bilbo se vio obligado a creer que la reunión de la noche anterior no había sido parte de una pesadilla, como casi había esperado. La idea de que habían partido sin él y sin molestarse en despertarlo, aunque nadie le hubiera dado las gracias, pensó, lo había aliviado de veras. Sin embargo, no pudo dejar de sentir una cierta decepción. Este sentimiento lo sorprendió. —No seas tonto, Bilbo Bolsón —se dijo—, ¡pensando a tu edad en dragones y en tonterías estrafalarias! —De modo que se puso el delantal, encendió unos fuegos, calentó agua y fregó. Luego se tomó un pequeño y apetitoso desayuno en la cocina, antes de arreglar el comedor. El sol ya brillaba entonces, y por la puerta delantera entraba una cálida brisa de primavera. Bilbo se puso a silbar y a olvidar lo de la noche. Ya estaba sentándose para zamparse un segundo apetitoso desayuno en el comedor, junto a la ventana abierta, cuando de pronto entró Gandalf. —Mi querido amigo —dijo—, ¿Cuándo vas a partir? ¿Qué hay de aquello de empezar temprano? Y aquí estás tomando el desayuno, o como quiera que llames a eso, a las diez y media. Te dejaron un mensaje, pues no podían esperar. —¿Qué mensaje? —dijo el pobre Bilbo sonrojado. 19
—¡Por los Grandes Elefantes! —respondió Gandalf— Estás desconocido esta mañana; ¡aún no le has quitado el polvo a la repisa de la chimenea! —¿Y eso qué tiene que ver? ¡Ya tengo bastante con fregar los platos y ollas de catorce desayunos! —Si hubieses limpiado la repisa, habrías encontrado esto debajo del reloj —dijo Gandalf alargándose una nota (por supuesto, escrita en unas cuartillas del propio Bilbo). Esto fue lo que el hobbit leyó: "Thorin y Compañía al Saqueador Bilbo, ¡salud! Nuestras más sinceras gracias por vuestra hospitalidad y nuestra agradecida aceptación por habernos ofrecido asistencia profesional. Condiciones: pago al contado y al finalizar el trabajo, hasta un máximo de catorceavas partes de los beneficios totales (si los hay); todos los gastos de viaje garantizados en cualquier circunstancia; los gastos de posibles funerales los pagaremos nosotros o nuestros representantes, si hay ocasión y el asunto no se arregla de otra manera. Creyendo innecesario perturbar vuestro muy estimable reposo, nos hemos adelantado a hacer los preparativos adecuados; esperaremos a vuestra respetable persona en la posada del Dragón Verde, junto a Delagua, exactamente a las 11 a.m. Confiando en que sea puntual. tenemos el honor de permanecer sinceramente vuestros Thorin y Cía." —Esto te da diez minutos. Tendrás que correr —dijo Gandalf. —Pero... —dijo Bilbo. —No hay tiempo para eso —dijo el mago. —Pero... —dijo otra vez Bilbo. —Y tampoco para eso otro ¡Vamos, adelante! Hasta el final de sus días Bilbo no alcanzó a recordar cómo se encontró fuera, sin sombrero, bastón, o dinero, o cualquiera de las cosas que acostumbraba llevar cuando salía, dejando el segundo desayuno a medio terminar, casi sin lavarse la cara, y poniendo las llaves en manos de Gandalf, corriendo callejón abajo tanto como se lo permitían los pies peludos, dejando atrás el Gran Molino, cruzando el río, y continuando así durante una milla o más. Resoplando llegó a Delagua cuando empezaban a sonar las once, ¡y descubrió que se había venido sin pañuelo! —¡Bravo! —dijo Balin, que estaba de pie a la puerta de la posada, esperándolo, 20
Y entonces aparecieron todos los demás doblando la curva del camino que venía de la villa. Montaban en poneys, y de cada uno de los caballos colgaba toda clase de equipajes, bultos, paquetes y chismes. Había un poney pequeño, aparentemente para Bilbo. —Arriba vosotros dos, y adelante —dijo Thorin. —Lo siento terriblemente —dijo Bilbo—, pero me he venido sin mi sombrero, me he olvidado el pañuelo de bolsillo, y no tengo dinero. No vi vuestra nota hasta después de las 10.45, para ser precisos. —No seas preciso —dijo Dwalin—, y no te preocupes. Tendrás que arreglártelas sin pañuelos y sin buena parte de otras cosas antes de que lleguemos al final del viaje. En lo que respecta al sombrero, yo tengo un capuchón y una capa de sobra en mi equipaje. Y así fue como se pusieron en marcha, alejándose de la posada en una hermosa mañana poco antes del mes de mayo, montados en poneys cargados de bultos; y Bilbo llevaba un capuchón de color verde oscuro (un poco ajado por el tiempo) y una capa del mismo color que Dwalin le había prestado. Le quedaban muy grandes, y tenía un aspecto bastante cómico. No me atrevo a aventurar lo que su padre Bungo hubiese dicho de él. Sólo le consolaba pensar que no lo confundirían con un enano, pues no tenía barba. Aún no habían cabalgado mucho tiempo cuando apareció Gandalf, espléndido, montando un caballo blanco. Traía un montón de pañuelos y la pipa y el tabaco de Bilbo. Así que desde entonces cabalgaron felices, contando historias o cantando canciones durante toda la jornada, excepto, naturalmente, cuando paraban a comer. Esto no ocurrió con la frecuencia que Bilbo hubiese deseado, pero ya empezaba a sentir que las aventuras no eran en verdad tan malas. Cruzaron primero las tierras de los hobbits, un extenso país habitado por gente simpática, con buenos caminos, una posada o dos, y aquí y allá un enano o un granjero que trabajaba en paz. Llegaron luego a tierras donde la gente hablaba de un modo extraño y cantaba canciones que Bilbo no había oído nunca. Se internaron en las Tierras Solitarias, donde no había gente ni posadas y los caminos eran cada vez peores. No mucho más adelante se alzaron unas colinas melancólicas, oscurecidas por árboles. En algunas había viejos castillos, torvos de aspecto, como si hubiesen sido construidos por gente maldita. Todo parecía lúgubre, pues el tiempo se había estropeado. Hasta entonces el día había sido tan bueno como pudiera esperarse en mayo, aun en las historias felices, pero ahora era frío y húmedo. En las Tierras Solitarias se habían visto obligados a acampar en un lugar desapacible, pero seco al menos. —Pensar que pronto llegará junio —mascullaba Bilbo, mientras avanzaba chapoteando detrás de los otros por un sendero enlodado. La hora del té ya había quedado atrás; la lluvia caía a cántaros, y así había sido todo el día; el capuchón 21
le goteaba en los ojos; tenía la capa empapada; el poney cansado tropezaba con las piedras; los otros estaban demasiado enfurruñados para charlar. —Estoy seguro que la lluvia se ha colado hasta las ropas secas y las bolsas de comida —gruñó Bilbo—. ¡Malditos sean los saqueadores y todo lo que se relacione con ellos! Cómo quisiera estar en mi confortable agujero, al amor de la lumbre, y con la marmita que ha empezado a silbar. —¡No fue la última vez que tuvo este deseo! Sin embargo, los enanos seguían al paso, sin volverse ni prestar atención al hobbit. Pareció que el sol se había puesto ya en algún lugar detrás de las nubes grises, pues cuando descendían hacia un valle profundo con un río en el fondo, empezó a oscurecer. Se levantó viento, y los sauces se mecían y susurraban a lo largo de las orillas. Por fortuna el camino atravesaba un antiguo puente de piedra, pues el río crecido por las lluvias bajaba precipitado de las colinas y montanas del norte. Era casi de noche cuando lo cruzaron. El viento desgajó las nubes grises y una luna errante apareció entre los jirones flotantes. Entonces se detuvieron, y Thorin murmuró algo acerca de la cena y —¿Dónde encontraremos un lugar seco para dormir? En ese momento cayeron en la cuenta de que faltaba Gandalf.