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La gota de sangre - Emilia Pardo Bazán, La gota de sangre - 04

La gota de sangre - 04

La noche fue agitada, como la anterior, y volví a soñar cosas incoherentes, no sobre el crimen, sino sobre la insignificante incidencia del teatro de Apolo. Veía a Andrés Ariza precipitándose contra mí con el puño cerrado, en el cual, como si fuese un apache, ocultaba una llave inglesa armada de un pincho agudo, de esos que causan herida mortal. Cuando yo iba a gritar «¡socorro!», Ariza escondía la mano y me tendía la otra, dándome mil satisfacciones. La pesadilla duraba aún al entrar Remigio, con la misma cara larga de la víspera, a anunciarme que ya estaba ahí «ese señor».

-Que entre, hombre... No estés tan afligido, no nos ahorcan... Y tráeme el desayuno.

Siempre ceñudo, Cordelero sacó su lista, e intentó leerla. Un movimiento mío le detuvo.

-Tengo que pedir a usted mil perdones; le hice trabajar demasiado y en balde. Debí decirle que no eran necesarios nombres ni informes de los inquilinos que viven con su familia, y son gente respetable y formal. Permítame usted -añadí cogiendo la lista-. Don Antonio Díaz Otero y señora..., no hay caso. Marquesa de la Islaverde..., esa señora viuda y caritativa..., tampoco. Conde de la Baldía..., setenta años, reumático..., menos. General Escalante. ¡Bah! El general es una persona muy seria. A ver, a ver... Aguarde usted... Doña Julia Fernandina... ¿No es ésta la que llamábamos Chulita Ferna, la famosa hija del conde de la Tolvanera? Chulita... ¡Vaya! ¿En el número 15? Espere usted... Bueno. Mil gracias, Sr. Cordelero. Si usted me lo permite, guardo esta lista, y me voy derecho al Hotel de Londres, donde la víctima se hospedaba.

-Ya se han hecho allí averiguaciones. No me toca exponérselas a usted; pero eso a mí no se me escapó, Sr. de Selva.

-Lo supongo. Pero, en fin, amigo, más ven cuatro ojos que dos. Lo que le suplico, en cumplimiento de lo estipulado, es que me acompañe al hotel, para que no tengan reparo en facilitarme indicaciones. Es más: si usted quiere, será usted quien dirija las preguntas. Ya sabe usted que toda la gloria del descubrimiento, en el Sr. Cordelero recaerá.

Me miró, entre zaíno y escamón, y se atusó el híspido bigote.

-Lo que encargo es reserva -añadí-. ¡Un cuidado infinito con la prensa! ¡Sobre todo al principio! No convienen espantaliebres. Deje usted que sigan acusándome. Nada de nuevas pistas.

Me arrojé de la cama; me vestí en un vuelo, y salimos por una puertecilla que se abría sobre el diminuto jardín de mi hotel y comunicaba con otra calle. Y bien nos avino, pues ante la verja hacían centinela tres reporteros de diarios, que vanamente habían intentado corromper a Remigio y llegar hasta mí.

En el Hotel de Londres preguntamos por el dueño. Salió solícito, y se puso a nuestras órdenes.

-Ya estuvo aquí el señor ayer, horas después del crimen -advirtió señalando a Cordelero-, y ha preguntado mil cosas... En fin, vuelvan a preguntar, que la verdad diremos. Nuestro afán es que todo se averigüe. ¡Pobre señorito Paco, tan simpático! ¡Hay que reprimir la «inmoralidá»; los tiempos están perdidos!

Cuando habló así el hostelero, ponía yo en tensión mis facultades, y, allá en lo recóndito de mi ser espiritual, sentía algo tan anómalo, que apenas acierto a definirlo. Era como si la intuición confusa y vaga cristalizase de repente, y su punta afilada me hiriese, arrancándome un grito. «Ahí, ahí», parecía que exclamaba, en la sombra, una persona desconocida, distinta de mí mismo. La inspiración debe de revelarse en tal manera, por una especie de dolor exaltado, al impulsar a los actos que no tienen que ver con la razón, con sus cálculos lentos y sus vuelos cortos. De este escondido fondo psicológico salió la voz que pronunció, como en sueños:

-Es cierto; le han preguntado a usted mucho; pero es preciso completar la indagatoria, enterándose de cuándo vino aquí por última vez a visitar o buscar al señorito Grijalba, ese amigo suyo..., el señorito de Ariza.

¡Verdad que viene de lo alto, verdad suprema! A mi interrogación, lanzada al azar, desde lo desconocido, el fondista, con la mayor naturalidad, respondió:

-Deje usted que recuerde... El caso de la muerte del señorito Francisco ocurrió un lunes... El sábado había estado aquí el señorito de Ariza, pero no subió; mandó recado de que el otro bajase. Por eso me enteré.

-¿Venía mucho? -insistí, tembloroso, radiante.

-No, señor... Venía rara vez... Pero ¿se pone enfermo el señor? Tiene un color muy «malismo».

-¡Quia! Es que encuentro muy frío este locutorio. Siga, siga, ¿dice usted que venía poco? El caso es que se veían.

-Como verse, no digo que no se viesen. Yo sólo me entero de lo que pasa aquí; fuera, cada huésped tendrá sus amistades.

-¿Qué negocios traía ahora el señorito Paco? ¿Lo sabe usted?

-Vamos, como saber de fijo, de fijo..., no. Pero serían, como siempre, de esa Sociedad, la Azucarera, que representaba. Ya, otras temporadas que estuvo, trabajó en recoger créditos.

-¿Sabe usted si las sumas que cobraba las giraba a Málaga, o las depositaba en alguna parte?

El fondista trató de hacer memoria.

-De eso me preguntó también el Sr. Cordelero... Yo, ciertamente, no sé... Lo único que puedo recordar, es que pedía a veces comunicación por teléfono con el banco. En el banco debía depositarlas.

-¿Puedo ver la habitación del muerto? -interrogué.

-Está sellada por el juzgado -advirtió el policía, severo-. Sin autorización...

-En ese caso, retirémonos. Poco fruto ha dado esta indagatoria -agregué hipócritamente.

Corrimos al banco. Una fiebre dulce encendía mis venas. En vano me dirigía a mí mismo exhortaciones para moderar la fantasía, para no agigantar las cosas. El júbilo de hallar el nombre de Ariza mezclado en el sombrío drama, me enloquecía. Desde el primer momento, como guio a los Magos una estrella, me había guiado a mí la gota de sangre. A su rojo brillo, ¡qué de horizontes! El negro crimen parecía esclarecerse ya. Y, no obstante, ¿qué había averiguado yo de positivo? Que Ariza, como otros muchachos alegres de Madrid, era amigo de la víctima... Y no más; ¡y bastaba! Porque la fatalidad parecía haber puesto a Ariza en mi camino, y él, temerario, había cruzado su destino con el mío, igual que se cruzan dos espadas de combate...

En el banco, el director nos recibió, después de hacernos esperar un poco.

-Comprendo -dijo con verbosidad, después de los saludos y primeras frases- por qué interviene usted en este asunto, Sr. Selva; una serie de funestas coincidencias le pone en el caso de vindicarse. Para mí, está usted vindicado. Si fuese usted culpable, el muerto no habría sido encontrado nunca en el mismo solar que linda con la casa de usted.

-Gracias por esa opinión, señor director. La policía piensa lo mismo, puesto que me permite asociarme a sus trabajos.

-Que serán muy arduos. Rodean a este crimen sombras tales...

-No lo crea usted. Las sombras no están en los crímenes, sino en los entendimientos. Apenas hay crimen sin rastros claros y elocuentes. Muy poco tardará en descubrirse el que ahora nos preocupa. Faltan algunos datos. Necesitamos saber qué sumas ingresó aquí la víctima.

-Tres veces, en quince días, trajo partidas considerables. Todo se transfirió a la cuenta corriente de la sociedad anónima, en la sucursal de Málaga. En total, importaría lo ingresado unas cien mil y pico de pesetas.

-¿Cuándo ingresó la última cantidad?

-Aguarde usted...

Pidió la fecha por teléfono a las oficinas, y la respuesta fue que seis días antes del crimen.

-¿Cree usted, señor director, que Grijalba hubiese hecho efectivos ya todos sus créditos atrasados?

-No lo creo. Se hubiese vuelto a Málaga.

-Importa mucho precisar ese detalle. No necesito sugerir el porqué a una persona que tan sagazmente sabe hacerse cargo.

El director se acercó al teléfono nuevamente, y dio una orden.

-Que venga el señor Durán.

Momentos después, el señor Durán se presentaba. En su ceceo, en su habla graciosamente contraída, revelaba ser paisano del muerto.

-Señor Durán -instó el director-, perdone que le molestemos, pero los señores, aquí presentes, tienen que hacer algunas averiguaciones respecto al crimen de la calle de...

Durán se encogió de hombros.

-Eze crimen poco tiene que averiguá... El criminá es Zelva; ¿quién va a ze?

Hice disimulada seña al director de que callase, y sonriendo afablemente, asentí:

-Entendemos como usted que el criminal es Selva. Todo le acusa; pero el deber nos impone que esclarezcamos algunas particularidades. ¿Era usted amigo del muerto?

-Venía a vese a consultarme, porque yo conosco a to Málaga y a toa la gente de negosio de aquí.

-¿Había realizado el Sr. Grijalba la totalidad de sus créditos?

-No, señó; digo, si me diho la verdá. Siento veintisinco mil y ochenta peseta había realisao, pero el taho de cobro era mayó. Le quedaban por realisar unas siento setenta y do mil.

-¿De un solo deudor, o de varios?

-Epérese uté... De la casa Bordado y Compañía. Parese que andaban mu reasios. Había diferensias de apresiasión en el totá del crédito.

-¿No sabe usted si pagaron al fin?

-Lo vamo a sabé ahora mimo, si el señó diretó me permite que telefonee tomando su nombre...

-Desde luego...

-Mil cuarenta... Bordado... Al jabla, bien... Pregunta el señó diretó del banco si se hiso efetivo el crédito que contra esa casa tenía la Sosiedá Asucarera de Málaga... ¿Ah? ¿Que ya comprende a qué viene la pregunta? Perfectamente, algo de eso habrá... ¿Que sí? ¿Cuándo? ¿Eh? ¿Er lune? Aguarde uté... ¿A qué hora? ¿A las tre de la tarde? Grasia... Un horró, pobresiyo Grijalba... ¿Que etán ahí los documento justificativo de que Grijalba cobró y que puen verse? Ya lo suponemo; ¡una casa tan repetable como utés! Perdonen... Grasia.

-¿Qué tiene usted, Sr. Selva? -exclamó aturdidamente el director-. Se ha puesto usted muy encarnado... ¿Se siente usted malo?

-No, señor... Es lo contrario. ¡Es alegría! Recuerden ustedes bien lo que acaban de oír: las ciento setenta y dos mil pesetas las hizo efectivas el Sr. Grijalba el lunes, día de su muerte, a una hora en que no podía ingresarlas en el banco ya.

Al volverme hacia Durán, para encargarle la buena memoria respecto a un extremo grave y de cuantía, le vi tan azorado y confuso que me eché a reír, pues me rebosaba la satisfacción orgullosa.

-¿Qué es eso, Sr. Durán? ¿Está usted cohibido porque acaba de enterarse de que soy el Selva, a quien usted considera autor del crimen? No se apure, ¡qué tontería! Yo, desde afuera, diría lo mismo que usted. Lo bonito de estos casos es que parezcan una cosa y sean la contraria. ¿Verdad, señor Cordelero?

La gota de sangre - 04 Der Blutstropfen - 04 The drop of blood - 04 La goutte de sang - 04

La noche fue agitada, como la anterior, y volví a soñar cosas incoherentes, no sobre el crimen, sino sobre la insignificante incidencia del teatro de Apolo. Veía a Andrés Ariza precipitándose contra mí con el puño cerrado, en el cual, como si fuese un apache, ocultaba una llave inglesa armada de un pincho agudo, de esos que causan herida mortal. Cuando yo iba a gritar «¡socorro!», Ariza escondía la mano y me tendía la otra, dándome mil satisfacciones. La pesadilla duraba aún al entrar Remigio, con la misma cara larga de la víspera, a anunciarme que ya estaba ahí «ese señor».

-Que entre, hombre... No estés tan afligido, no nos ahorcan... Y tráeme el desayuno. -Let him in, man... Don't be so upset, we won't be hanged... And bring me breakfast.

Siempre ceñudo, Cordelero sacó su lista, e intentó leerla. Un movimiento mío le detuvo.

-Tengo que pedir a usted mil perdones; le hice trabajar demasiado y en balde. Debí decirle que no eran necesarios nombres ni informes de los inquilinos que viven con su familia, y son gente respetable y formal. I should have told him that no names or reports of the tenants who live with his family were necessary, and they are respectable and formal people. Permítame usted -añadí cogiendo la lista-. Allow me," I added, picking up the list. Don Antonio Díaz Otero y señora..., no hay caso. Mr. and Mrs. Antonio Díaz Otero..., no case. Marquesa de la Islaverde..., esa señora viuda y caritativa..., tampoco. Marquesa de la Islaverde..., that widowed and charitable lady..., neither. Conde de la Baldía..., setenta años, reumático..., menos. General Escalante. ¡Bah! El general es una persona muy seria. A ver, a ver... Aguarde usted... Doña Julia Fernandina... ¿No es ésta la que llamábamos Chulita Ferna, la famosa hija del conde de la Tolvanera? Chulita... ¡Vaya! ¿En el número 15? Espere usted... Bueno. Mil gracias, Sr. Cordelero. Si usted me lo permite, guardo esta lista, y me voy derecho al Hotel de Londres, donde la víctima se hospedaba.

-Ya se han hecho allí averiguaciones. No me toca exponérselas a usted; pero eso a mí no se me escapó, Sr. It is not for me to expose them to you; but that did not escape me, Sir. de Selva.

-Lo supongo. Pero, en fin, amigo, más ven cuatro ojos que dos. Lo que le suplico, en cumplimiento de lo estipulado, es que me acompañe al hotel, para que no tengan reparo en facilitarme indicaciones. Es más: si usted quiere, será usted quien dirija las preguntas. Ya sabe usted que toda la gloria del descubrimiento, en el Sr. Cordelero recaerá.

Me miró, entre zaíno y escamón, y se atusó el híspido bigote. He looked at me, between zaíno and escamón, and tied up his sissy mustache.

-Lo que encargo es reserva -añadí-. -What I order is a reserve," I added. ¡Un cuidado infinito con la prensa! Infinite care with the press! ¡Sobre todo al principio! No convienen espantaliebres. No need for spantaliebres. Deje usted que sigan acusándome. Let them continue to accuse me. Nada de nuevas pistas.

Me arrojé de la cama; me vestí en un vuelo, y salimos por una puertecilla que se abría sobre el diminuto jardín de mi hotel y comunicaba con otra calle. Y bien nos avino, pues ante la verja hacían centinela tres reporteros de diarios, que vanamente habían intentado corromper a Remigio y llegar hasta mí.

En el Hotel de Londres preguntamos por el dueño. Salió solícito, y se puso a nuestras órdenes. He came out solicitously, and placed himself at our orders.

-Ya estuvo aquí el señor ayer, horas después del crimen -advirtió señalando a Cordelero-, y ha preguntado mil cosas... En fin, vuelvan a preguntar, que la verdad diremos. Nuestro afán es que todo se averigüe. ¡Pobre señorito Paco, tan simpático! ¡Hay que reprimir la «inmoralidá»; los tiempos están perdidos!

Cuando habló así el hostelero, ponía yo en tensión mis facultades, y, allá en lo recóndito de mi ser espiritual, sentía algo tan anómalo, que apenas acierto a definirlo. When the innkeeper spoke like that, I was putting my faculties under tension, and, in the depths of my spiritual being, I felt something so anomalous that I can hardly define it. Era como si la intuición confusa y vaga cristalizase de repente, y su punta afilada me hiriese, arrancándome un grito. «Ahí, ahí», parecía que exclamaba, en la sombra, una persona desconocida, distinta de mí mismo. La inspiración debe de revelarse en tal manera, por una especie de dolor exaltado, al impulsar a los actos que no tienen que ver con la razón, con sus cálculos lentos y sus vuelos cortos. De este escondido fondo psicológico salió la voz que pronunció, como en sueños:

-Es cierto; le han preguntado a usted mucho; pero es preciso completar la indagatoria, enterándose de cuándo vino aquí por última vez a visitar o buscar al señorito Grijalba, ese amigo suyo..., el señorito de Ariza.

¡Verdad que viene de lo alto, verdad suprema! A mi interrogación, lanzada al azar, desde lo desconocido, el fondista, con la mayor naturalidad, respondió:

-Deje usted que recuerde... El caso de la muerte del señorito Francisco ocurrió un lunes... El sábado había estado aquí el señorito de Ariza, pero no subió; mandó recado de que el otro bajase. Por eso me enteré.

-¿Venía mucho? -insistí, tembloroso, radiante.

-No, señor... Venía rara vez... Pero ¿se pone enfermo el señor? Tiene un color muy «malismo».

-¡Quia! Es que encuentro muy frío este locutorio. I just find this call shop very cold. Siga, siga, ¿dice usted que venía poco? Go on, go on, you say you were coming in low? El caso es que se veían. The fact is that they could see each other.

-Como verse, no digo que no se viesen. Yo sólo me entero de lo que pasa aquí; fuera, cada huésped tendrá sus amistades.

-¿Qué negocios traía ahora el señorito Paco? ¿Lo sabe usted?

-Vamos, como saber de fijo, de fijo..., no. Pero serían, como siempre, de esa Sociedad, la Azucarera, que representaba. Ya, otras temporadas que estuvo, trabajó en recoger créditos.

-¿Sabe usted si las sumas que cobraba las giraba a Málaga, o las depositaba en alguna parte?

El fondista trató de hacer memoria.

-De eso me preguntó también el Sr. Cordelero... Yo, ciertamente, no sé... Lo único que puedo recordar, es que pedía a veces comunicación por teléfono con el banco. En el banco debía depositarlas.

-¿Puedo ver la habitación del muerto? -interrogué.

-Está sellada por el juzgado -advirtió el policía, severo-. Sin autorización...

-En ese caso, retirémonos. Poco fruto ha dado esta indagatoria -agregué hipócritamente.

Corrimos al banco. Una fiebre dulce encendía mis venas. En vano me dirigía a mí mismo exhortaciones para moderar la fantasía, para no agigantar las cosas. El júbilo de hallar el nombre de Ariza mezclado en el sombrío drama, me enloquecía. Desde el primer momento, como guio a los Magos una estrella, me había guiado a mí la gota de sangre. A su rojo brillo, ¡qué de horizontes! El negro crimen parecía esclarecerse ya. Y, no obstante, ¿qué había averiguado yo de positivo? Que Ariza, como otros muchachos alegres de Madrid, era amigo de la víctima... Y no más; ¡y bastaba! Porque la fatalidad parecía haber puesto a Ariza en mi camino, y él, temerario, había cruzado su destino con el mío, igual que se cruzan dos espadas de combate...

En el banco, el director nos recibió, después de hacernos esperar un poco.

-Comprendo -dijo con verbosidad, después de los saludos y primeras frases- por qué interviene usted en este asunto, Sr. Selva; una serie de funestas coincidencias le pone en el caso de vindicarse. Para mí, está usted vindicado. Si fuese usted culpable, el muerto no habría sido encontrado nunca en el mismo solar que linda con la casa de usted.

-Gracias por esa opinión, señor director. La policía piensa lo mismo, puesto que me permite asociarme a sus trabajos.

-Que serán muy arduos. Rodean a este crimen sombras tales...

-No lo crea usted. Las sombras no están en los crímenes, sino en los entendimientos. Apenas hay crimen sin rastros claros y elocuentes. Muy poco tardará en descubrirse el que ahora nos preocupa. Faltan algunos datos. Necesitamos saber qué sumas ingresó aquí la víctima.

-Tres veces, en quince días, trajo partidas considerables. Todo se transfirió a la cuenta corriente de la sociedad anónima, en la sucursal de Málaga. En total, importaría lo ingresado unas cien mil y pico de pesetas.

-¿Cuándo ingresó la última cantidad?

-Aguarde usted...

Pidió la fecha por teléfono a las oficinas, y la respuesta fue que seis días antes del crimen.

-¿Cree usted, señor director, que Grijalba hubiese hecho efectivos ya todos sus créditos atrasados? -Do you believe, Mr. Director, that Grijalba would have already paid all his overdue credits?

-No lo creo. Se hubiese vuelto a Málaga.

-Importa mucho precisar ese detalle. No necesito sugerir el porqué a una persona que tan sagazmente sabe hacerse cargo. I don't need to suggest why to a person who so shrewdly knows how to take charge.

El director se acercó al teléfono nuevamente, y dio una orden.

-Que venga el señor Durán.

Momentos después, el señor Durán se presentaba. En su ceceo, en su habla graciosamente contraída, revelaba ser paisano del muerto. In his lisp, in his graciously contracted speech, he revealed that he was a fellow countryman of the dead man.

-Señor Durán -instó el director-, perdone que le molestemos, pero los señores, aquí presentes, tienen que hacer algunas averiguaciones respecto al crimen de la calle de...

Durán se encogió de hombros.

-Eze crimen poco tiene que averiguá... El criminá es Zelva; ¿quién va a ze?

Hice disimulada seña al director de que callase, y sonriendo afablemente, asentí:

-Entendemos como usted que el criminal es Selva. Todo le acusa; pero el deber nos impone que esclarezcamos algunas particularidades. ¿Era usted amigo del muerto?

-Venía a vese a consultarme, porque yo conosco a to Málaga y a toa la gente de negosio de aquí.

-¿Había realizado el Sr. Grijalba la totalidad de sus créditos?

-No, señó; digo, si me diho la verdá. Siento veintisinco mil y ochenta peseta había realisao, pero el taho de cobro era mayó. Le quedaban por realisar unas siento setenta y do mil.

-¿De un solo deudor, o de varios?

-Epérese uté... De la casa Bordado y Compañía. Parese que andaban mu reasios. Había diferensias de apresiasión en el totá del crédito.

-¿No sabe usted si pagaron al fin?

-Lo vamo a sabé ahora mimo, si el señó diretó me permite que telefonee tomando su nombre...

-Desde luego...

-Mil cuarenta... Bordado... Al jabla, bien... Pregunta el señó diretó del banco si se hiso efetivo el crédito que contra esa casa tenía la Sosiedá Asucarera de Málaga... ¿Ah? ¿Que ya comprende a qué viene la pregunta? Perfectamente, algo de eso habrá... ¿Que sí? ¿Cuándo? ¿Eh? ¿Er lune? Aguarde uté... ¿A qué hora? ¿A las tre de la tarde? Grasia... Un horró, pobresiyo Grijalba... ¿Que etán ahí los documento justificativo de que Grijalba cobró y que puen verse? Ya lo suponemo; ¡una casa tan repetable como utés! Perdonen... Grasia.

-¿Qué tiene usted, Sr. Selva? -exclamó aturdidamente el director-. Se ha puesto usted muy encarnado... ¿Se siente usted malo?

-No, señor... Es lo contrario. ¡Es alegría! Recuerden ustedes bien lo que acaban de oír: las ciento setenta y dos mil pesetas las hizo efectivas el Sr. Grijalba el lunes, día de su muerte, a una hora en que no podía ingresarlas en el banco ya.

Al volverme hacia Durán, para encargarle la buena memoria respecto a un extremo grave y de cuantía, le vi tan azorado y confuso que me eché a reír, pues me rebosaba la satisfacción orgullosa.

-¿Qué es eso, Sr. Durán? ¿Está usted cohibido porque acaba de enterarse de que soy el Selva, a quien usted considera autor del crimen? No se apure, ¡qué tontería! Yo, desde afuera, diría lo mismo que usted. Lo bonito de estos casos es que parezcan una cosa y sean la contraria. ¿Verdad, señor Cordelero?