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Viaje a la Alcarria - Cela, II EL CAMINO DE GUADALAJARA

II EL CAMINO DE GUADALAJARA

La del alba sería... No; no era aún la del alba: era más temprano.

El viajero, a los pocos días, se levanta a la última noche, la más negra, antes incluso que los grises, menudos pájaros de la ciudad. Se viste con luz eléctrica, en medio del silencio. Hacía años ya que no madrugaba tanto. Se siente una sensación extraña, como de sosiego, como de descubrir de nuevo algo injustamente olvidado, al afeitarse a estas horas, cuando todos los vecinos duermen todavía y el pulso de la ciudad, como el de un enfermo, late quedamente, como avergonzado de dejarse sentir.

El viajero está alegre. Silba, aproximadamente, la coplilla de una película y habla, poco más tarde, con su mujer, que se ha levantado a calentarle el desayuno. El viajero está casado. Los viajeros casados, cuando se echan a andar, tienen siempre, a última hora, una persona que les calienta el desayuno, que les da conversación mientras se afeitan a la estremecida luz eléctrica de la mañana.

El viajero, una hora antes de la salida del tren, baja las escaleras de su casa. Antes, se ha ido a despedir de su niño pequeño, que duerme, tumbado boca abajo, como un cachorro, porque tiene calor.

—Adiós. ¿Llevas todo?

—Adiós. Dame un beso. Creo que sí.

El viajero, al llegar a la calle, va cantando por lo bajo. Tiene mal oído y las canciones no sabe sino empezarlas. El metro está cerrado aún y los tranvías, lentos, distantes, desvencijados, parecen viejos burros abultados, amarillos y muertos.

El viajero tiene su filosofía de andar, piensa que siempre, todo lo que surge, es lo mejor que puede acontecer. Se va mejor a pie, andando por el medio de la calle, oyendo cómo rebota sobre las casas el sonar de la clavazón del calzado. Las casas tienen las ventanas cerradas y las persianas bajas. Detrás de los cristales —¡quién lo sabe!— duermen su maldición o su bienaventuranza los hombres y las mujeres de la ciudad. Hay casas que tienen todo el aire de alojar vecinos felices, y calles enteras de un mirar siniestro, con aspecto de cobijar hombres sin conciencia, comerciantes, prestamistas, alcahuetas, turbios jaques con el alma salpicada de sangre. A lo mejor, las casas de los vecinos venturosos no tienen ni una sola matita de yerbabuena o de mejorana en los balcones. A veces, las casas de los vecinos ahogados por la desdicha, señalados con el hierro cruel del odio y la desesperación, presumen de un balcón de geranios o de claveles rompedores, gordos como manzanas. Es algo muy misterioso la cara de las casas, daría qué pensar durante mucho tiempo.

El viajero, dándole vueltas a la cabeza, va por las tapias del Retiro, llegando a la Puerta de Alcalá. Ve muy claro todo lo que piensa, y un poco confuso, quizá, todo lo que ve. El día fuerza por levantarse, cauto, desconfiado, sobre los cables más altos, sobre las últimas azoteas de la ciudad, mientras los gorriones recién despiertos chillan, en los árboles del parque, como condenados. En el parque también, sobre la yerba, la república de los gatos cimarrones, dos docenas de gatos sin fortuna, sin amo, dos docenas de gatos grises, malditos, sarnosos; de gatos que, sin un sitio al lado de ningún hogar encendido, deambulan en silencio, como aburridos presos sin esperanza o enfermos incurables, dejados de la mano de Dios.

Los portales siguen cerrados, como las bolsas avaras y miserables, y los serenos de nuevos, relucientes galones de oro, miran, con cierta desconfianza, para el viajero que pasa, camino de la estación, con la mochila al hombro y el andar despreocupado, casi sin compostura incluso.

El viajero va lleno de buenos propósitos: piensa rascar el corazón del hombre del camino, mirar el alma de los caminantes asomándose a su mirada como al brocal de un pozo. Tiene buena memoria y quiere deshacerse de la mala intención, como de un lastre, al dejar la ciudad. De dentro de su pecho salen en voz alta, rodando sobre las baldosas de la acera, los versos de don Antonio —el hombre de cuerpo más sucio y alma más limpia que, según alguien dijo ya, jamás existió.

—Quisiera poder decir, al volver, las verdades de a puño que se explican, como el río que marcha, por sí solas. Rodeado de las gentes honestas que ahorran durante meses enteros, quién sabe si aun durante años enteros, para comprarse una alfombrita para los pies de la cama, quisiera poder repetir, con los ojos afables y el gesto como resignado, las sabias palabras de don Antonio:

En todas partes he visto

caravanas de tristeza,

soberbios y melancólicos

borrachos de sombra negra

y pedantones al paño

que miran, callan y piensan

que saben, porque no beben

el vino de las tabernas.

Mala gente que camina

y va apestando la tierra...

Diciendo sus versos, el viajero llega hasta la Cibeles. Las últimas golfitas del cabaret de las llamas, a los primeros, inciertos clarores del día, venden su triste anís a los señoritos juerguistas que van de retirada. Son jóvenes estas muchachas, muy jóvenes; pero tienen ya en la mirada todo el único, santo dolor de las bestias al punto, llevadas y traídas por la mala suerte y por la mala sangre.

El viajero toma por el paseo del Prado. En los soportales de correos, la cochambre de la golfería duerme a pierna suelta sobre la dura piedra. Una mujer pasa, presurosa, el velo sobre la cabeza, camino de la primera misa, y una pareja de guardias fuma aburridamente, sentados en un banco, con el mosquetón entre las piernas. Los misteriosos tranvías negros de la noche portan de un lado para otro su andamiaje sobre ruedas; van guiados por hombres sin uniforme, por hombres de boina, callados como muertos, que se tapan la cara con una bufanda.

—También quisiera decir, que de todo hay en la viña del Señor, la otra verdad;

Y en todas partes he visto

gentes que danzan o juegan,

cuando pueden, y laboran

sus cuatro palmos de tierra.

Nunca, si llegan a un sitio,

preguntan a dónde llegan.

Cuando caminan, cabalgan

a lomos de mula vieja,

y no conocen la prisa

ni aun en los días de fiesta.

Donde hay vino, beben vino;

donde no hay vino, agua fresca.

Son buenas gentes que viven,

laboran, pasan y sueñan,

y en un día como tantos

descansan bajo la tierra.

A las verjas del Jardín Botánico, el viajero siente —a veces le pasa— un repentino escalofrío. Enciende un pitillo y procura alejar de su cabeza los malos pensamientos. Dos tranviarios pasan con las manos en los bolsillos, la colilla entre los labios, sin decir ni palabra. Un niño harapiento hoza con un palito en un montón de basura. Al paso del viajero levanta la frente y se echa a un lado, como disimulando. El niño ignora que las apariencias engañan, que debajo de una mala capa puede esconderse un buen bebedor; que en el pecho del viajero, de extraño, quizá temeroso aspecto, encontraría un corazón de par en par abierto, como las puertas del campo. El niño, que mira receloso como un perro castigado, tampoco sabe hasta qué punto el viajero siente una ternura infinita hacia los niños abandonados, hacia los niños nómadas que, rompiendo ya el día, hurgan con un palito en los frescos, en los tibios, en los aromáticos montones de basura.

Camino del matadero pasan unas ovejas calvas, mugrientas, que llevan una B pintada en rojo sobre el lomo. Los dos hombres que las conducen les pegan bastonazos, de cuando en cuando, por entretenerse quizás, mientras ellas, con un gesto en la mirada entre ruin y estúpido, se obstinan en lamer, de pasada, el sucio, estéril asfalto.

Cae por la cuesta de Moyano un alegre carrito de hortalizas. Los puestos de libros de lance guardan, herméticamente, su botín inmenso de vanas ilusiones que fracasaron, ¡ay!, sin que nadie se enterase.

En la bajada de la estación, algunas mujeres ofrecen al viajero tabaco, plátanos, bocadillos de tortilla. Se ven soldados con su maleta de madera al hombro y campesinos de sombrero flexible que vuelven a su lugar. En los jardines, entre el alborotar de miles de gorriones, se escucha el silbo de un mirlo. En el patio está formada la larga, lenta cola de los billetes. Una familia duerme sobre un banco de hierro, debajo de un letrero que advierte: Cuidado con los rateros. Desde las paredes saludan al viajero los anuncios de los productos de hace treinta y cinco años, de los remedios que ya no existen, de los emplastos porosos, los calzoncillos contra catarros, los inefables, automáticos modos de combatir la calvicie.

El viajero, al pasar al andén, nota como un ahogo. Los trenes duermen, en silencio, sobre las negras vías, mientras la gente camina sin hablar, como sobrecogida, a hacerse un sitio a gusto entre las filas de vagones. Unas débiles bombillas mal iluminan la escena. El viajero, mientras busca su tercera, piensa que anda por un inmenso almacén de ataúdes, poblado de almas en pena, al hombro el doble bagaje de los pecados y las obras de misericordia.

El vagón está a oscuras. Sobre la dura tabla los viajeros fuman, adormilados. De cuando en cuando se ve brillar la punta de un cigarro, se oye el chasquido de una cerilla que ilumina, unos instantes, una faz rojiza y sin afeitar. Unos obreros se sientan, con la chaqueta al hombro, la fiambrera envuelta en un pañuelo sobre las rodillas. Sube al vagón un grupo de pescadores —el cestillo de mimbre en bandolera— que colocan, con todo cuidado, las largas cañas de pescar. Entran mujeres de grandes cestas al brazo, campesinas que han bajado a Madrid a vender huevos y chorizo y queso, a comprar una tela estampada para un traje de domingo, o una gorra de visera para el marido. Dos guardias civiles se acomodan, uno enfrente del otro, en un extremo del departamento, al lado de la puerta, debajo del timbre de alarma y de la placa de loza con el extracto de la legislación de ferrocarriles.

Se apagan las luces del andén y la oscuridad es ya absoluta. A última hora aparecen, subiéndose al tren de un salto, soldados de caballería que van a Alcalá de Henares, que hacen todos los días el mismo viaje.

El tren sale; son ya las siete. De repente, al escapar de la marquesina, el viajero descubre que ya es de día. Dos trenes salen a la misma hora y corren, paralelos, hasta que el otro tira para abajo, camino de Getafe. Es gracioso verlos correr, uno al lado del otro, mientras los viajeros se agolpan en las ventanillas para mirarse. Algunos se saludan con la mano y dan gritos como animando al tren a correr más. En el fondo —no se sabe por qué—, los viajeros de un tren envidian siempre un poco a los viajeros de otro tren; es algo que es así, pero que resulta difícil explicar. Quizá sea, aunque no lo vean muy claro, porque un viajero de tercera se cambiaría siempre por otro viajero, aunque fuera de tercera también.

Sobre la ciudad brilla un violento cielo sonrosado, terso como un espejo, un cielo que parece de cristal de color. Durante mucho tiempo el tren corre entre vías y entre montones de carbón. Se ven máquinas fuera de uso, viejas locomotoras ya jubiladas, que semejan caballos muertos en la batalla y puestos a secar al sol. En un vagón sin enganchar, en un vagón solitario, se agolpan docena y media de vacas negras, de largos cuernos y ubre peluda y escasa, que esperan estoicamente la hora de la puntilla y del ancho cuchillo de sangrar. El viajero piensa que los animales estarán muertos de sed, sin saber demasiado a ciencia cierta qué es lo que les pasa.

El sol aparece sobre el horizonte al cruzar el último cambio de vías de la estación, la última señal, el último disco. Aún no hay niños jugando por los barrios extremos. A lo lejos, al sur, se ve, aislado, el cerro de los Ángeles. El campo está verde y crecido; no parecen los alrededores de Madrid. Entre dos sembrados, un campo sin cuidar, un campo de amapolas meciéndose, suaves, a la ligera brisa de la mañana. El tren marcha ya por la vía libre cuando el viajero se aparta de la ventanilla, se sienta, enciende un cigarro y echa la cabeza atrás.

Al pasar por el apeadero de Vallecas se rompe violentamente el silencioso aire del vagón. Un hombre, con una americana color lila, un pañuelo al cuello y un diente de oro, ofrece a voz en grito unas tiras de cartas de baraja que llevan un numerito por detrás.

—¡A probar la suerte, señoras y caballeros, un paquete especial de caramelos finos o una bolsita de almendras, a elegir! ¡A perra chica, la carta! ¡Después rifaré, en honor del respetable, la muñeca Manolita, el juguete sensación!

El viajero quiere tentar fortuna. Compra una tira y se queda con ella en la mano, un sí es no es indeciso. El viajero tiene poca práctica en el juego. Levanta la cabeza y mira por la ventanilla. Hacia el norte, en el horizonte, se ve la sierra de Guadarrama con algunas crestas — la Maliciosa, Valdemartín, las Cabezas de Hierro— todavía cubiertas de nieve.

El hombre del diente de oro ha dicho lo de la mano inocente y ha descubierto una carta.

—¡El dos de espadas! ¿Dónde está el dos de espadas? ¡A ver el agraciado!

Al viajero no le tocó; sus dos reales los tenía en sotas, en caballos y en reyes. El dos de espadas lo tiene un hombre que ni sonríe siquiera. Coge el paquete especial de caramelos finos sin mirar a nadie, casi con displicencia, como para dar a entender que está acostumbrado a recibir noticias importantes sin inmutarse. Todos le miran, y es posible que alguien le admire también. ¡Vaya manera de encajar!

El viajero siente un poco de obligación de quedar bien. Nota algo así como una súbita iluminación, y levanta la voz:

—Déme los treses; ahora tocan treses.

Por Vicálvaro pasó el revisor picando los billetes.

—¡Así se habla! ¡Este caballero se va a llevar el premio por dos gordas! ¡Ahí van los treses!

El viajero entorna los ojos y espera. Confía en oír, dentro de poco: “¡El tres de...!” El viajero piensa responder, cortándole: “No siga, tengo los cuatro”. Se ven, a la derecha, unas colinas verdes con hendiduras rojas, de arcilla. Un compañero de viaje lee un semanario taurino. Una avispa vuela sobre el cristal, para arriba y para abajo. La voz del hombre de la chaqueta color lila retumba por todo el vagón:

—¡El siete de copas! ¿Quién tiene el siete de copas?

El viajero tiembla de pies a cabeza, nota latir el corazón con violencia, siente la boca seca, aprieta los ojos. El viajero teme que todas las miradas estén fijas en él, clavadas como dardos, sonriendo con malicia, como diciendo: ¿Dónde echó usted sus treses? El viajero piensa, no sabe por qué, quizá para distraerse, en el agua de un río pasando por debajo de un puente. Cuando abre los ojos, poco a poco, ve que nadie le mira.

En San Fernando de Jarama se apean los pescadores. Se cuelgan la caña al hombro, como si fuera un fusil, y tiran, uno detrás de otro, por un sendero que les acerca hasta el río. Al otro lado del río pastan unos toros de lidia, negros, solitarios, silenciosos, gordos, relucientes, llenos de majestad. El día está diáfano y el campo luce como una postal, con su trigo verde, sus flores rojas y amarillas y azules.

En Torrejón de Ardoz hay un factor de estación que usa gafas para el sol; es un hombre moderno. El viajero se da cuenta de que “Ardoz”, “estación” y “sol”, son asonantes. Entonces piensa un ratito y dice, entre dientes:

Está el vagón de tercera

enfrente del W. C.

En un letrero se lee

esto: “Torrejón de Ardoz”;

y por el andén pasea,

con sus gafas para el sol

y su gorra de visera,

el factor de la estación.

El viajero se ríe por lo bajo. Se suben al tren unos obreros que parecen indios pieles rojas. Tienen la cara llena de surcos, hondos como navajazos, y el pelo negro, pegado a la frente. Se sube también un hombre gordo, con aire de feriante, que va fumando un puro. Son las siete y media de la mañana. El viajero hace un sitio a su lado al hombre del puro.

—Agradecido.

—No hay de qué.

El hombre se quita el sombrero y se pasa el pañuelo por la cabeza.

—Va a hacer calor.

—Sí.

—¡Como no tengamos tronera!

El hombre resopla mientras se acomoda. Se saca el puro de la boca y lo mira. Tiene los dientes de color tierra y grandes como los de los burros.

—Y lo que yo digo, ¡como no acabe viniendo la piedra!

—¡Ya, ya!

El hombre saca el librillo de papel de fumar, aparta dos o tres papeles y se los pega al puro con saliva.

—Así, con camiseta, queda mejor.

—Claro.

—Es que si no, no tira, ¿sabe usted? Estos puritos suelen salir un poco duros.

Al viajero le vienen doliendo los pies desde que salió de Madrid. Las botas nuevas es lo que tienen, que a veces hacen daño y crían ampollitas. Revuelve en el morral y saca otro par de botas, un par de botas de lona con suela de cáñamo.

—Parece que lleva malos los pies.

—Sí, algo.

—Es natural: las botas nuevas.

—Claro; ya lo dice el refrán.

El hombre del puro mira para el viajero. Parece que va a preguntar: “¿Qué refrán?” Pero al final no dice nada.

Con un maletín en la mano va por el pasillo otro hombre fumando otro puro. Éste tiene aire de practicante; es un chico fino que lleva una camisa a rayas, salmón y blancas.

Por Alcalá de Henares pasa el tren a las tapias del cementerio. Sobre el río flota, como siempre, una tenue neblina. En Alcalá de Henares se apea mucha gente, queda el tren casi vacío: los pescadores que no se echaron abajo en San Fernando, los soldados de caballería, los hombres de la negra visera; las gruesas, tremendas, bigotudas mujeres de las cestas. Una señorita rubia, con aire de llamarse Raquel, o Esperancita, o algo por el estilo, con un peinado lleno de ricitos y de fijador, y un jersey de franjas verdes y coloradas, coquetea con un guardia civil joven que lleva el bigote recortado en forma, como dicen los peluqueros. El viajero piensa en el amor. El viajero tiene, en su casa de Madrid, un grabado francés que se titula: L'amour et le printemps. Por el andén pasa un mendigo barbudo recogiendo colillas. Se llama León y lleva unas alpargatas color azul celeste. Un hombre le dice: “Ven, León, que te tengo mucho cariño. ¿Quieres un pitillo?” Cuando León se le acerca, le da una bofetada que suena como un trallazo. Todos se ríen mientras León, que no ha dicho ni una palabra y que lleva los ojos llenos de lágrimas, como un niño, se marcha silencioso, mirando para el suelo, agachándose de trecho en trecho para recoger una colilla. Desde el final del andén, León vuelve la cabeza. En sus ojos no hay ni cariño ni odio; parecen los ojos de un ciervo disecado, de un buey viejo y sin ilusión. Va sangrando por la nariz.

En Meco, el carro de un lechero espera, en el paso a nivel, que termine de pasar el tren. Unas mujeres de luto llevan cubos de agua. El campo sigue verde, florecido. El viajero va comiendo albaricoques, que saca del morral.

—¿Usted gusta?

—Que aproveche.

El hombre del puro no tiene, efectivamente, aire de comer albaricoques.

En Azuqueca, cuatro muleros aran la tierra. A los de Azuqueca, según le explica al viajero el tío del puro, les llaman cluecos, de mote, porque se cuenta que acostaron una gallina clueca con doce huevos y, por más esfuerzos que hicieron, no consiguieron sacar trece pollos.

El tren marcha, a orillas del Henares, ya hasta Guadalajara. Al final va rápido; parece como si llevara prisa.

Poco antes de llegar a Guadalajara, la gente carga con sus bultos y se agolpa en las plataformas y en los pasillos. El viajero baja el último; lo que tiene que hacer, se hace lo mismo un cuarto de hora antes que después. También se puede dejar sin hacer; no pasa nada.

El viajero se echa el morral a la espalda, se cuelga la cantimplora de la hebilla del cinturón y tira cuesta arriba, camino de la ciudad. Cruza el río Henares, que baja turbio y embarrado, y pasa por delante de un cuartel. Algunos soldados, sentados a la puerta, lo miran al pasar. Ya en el caserío, a mano izquierda según se sube, el viajero entra a refrescar en una taberna que tiene un hermoso nombre. La taberna se llama: “Lo mejor de la uva”.

El viajero deja su impedimenta en un café que hay al lado del lugar de salida de los autobuses de la estación, y va a telégrafos a poner un telegrama a su mujer. El Electrique Brillié, que cuelga de unas cadenas doradas en el centro de la nave, marca las nueve y diez.

De vuelta al café, el viajero compra los periódicos a un niño pequeño, listo como un ratón de sacristía.

—¿Cuántos años tienes?

—Tengo cinco y medio.

—¿Cómo te llamas?

—Paco, para servir a Dios y a usted.

—¿Vendes muchos periódicos?

—Sí, señor; todos. A las doce ya he vendido siempre todos. El año pasado, ¿sabe usted?, no. ¡Como era más pequeño y corría menos!

El viajero lee los periódicos mientras desayuna otra vez. Después se va a dar una vueltecita por la ciudad; tiene que cambiar algún dinero en el banco. El palacio del duque del Infantado está en el suelo. Es una pena. Debía ser un edificio hermoso. Es grande como un convento o como un cuartel. Por el centro de la calle pasa un tonto con una gorra de visera amarilla y la cara plagada de granos. Va apresurado, jovial, optimista. Va muerto de risa, frotándose las manos con regocijo; es un tonto feliz, un tonto lleno de alegría.

El viajero entra en una tienda donde hay de todo.

—¿Tienen ustedes algo típico de aquí, algo que me pueda llevar como recuerdo de Guadalajara?

—¿Algo típico, dice?

—Pues, sí... Eso digo.

—No sé... ¡Como no busque usted bizcochos borrachos!

El viajero, en una talabartería pequeñita, que huele a cuero y a grasa, y que tiene un amo orondo y bien nutrido, que casi no cabe dentro, compra una testera de cuero.

—¿Es para mula?

El viajero duda un momento.

—Sí, señor, para mula; un muleto portugués que es una alhaja. Lo quiero enjaezar de primera. Ya volveré por aquí. Se lo voy a regalar a un tío de mi señora, que es cura. En mi país los curas montan en mula, ¿sabe usted?, no es como aquí, que se suben a los coches de línea. El tío de mi mujer se llama don Rosendo y es canónigo ya. Al muleto le puse Capitán; el otro día me daban el doble de lo que di por él.

El viajero, cuando termina su discurso, se da cuenta de que no hubiera hecho falta mentir tanto. El talabartero ni le escuchó.

—Ésta es buena; es la mejor.

—Muy bien; pues ésa... Oiga: ¿me quiere poner por detrás la firma y la fecha? Es para que el tío de mi señora vea que no le engaño, que es verdad que la compré en Guadalajara.

—Sí, señor. ¡Luisito! ¡Luisito!

De la negra trastienda llega una voz infantil, quebrada.

—¡Va!

—Oye, hijo, firma aquí esto; es para este señor.

El niño mira para el viajero, saca del cajón la pluma y la tinta, y, con una hermosa caligrafía de pendolista bisoño, pone detrás de la testera, sobre el crudo cuero: “Casa Montes. Guadalajara, 6 de junio de 1946”.


II EL CAMINO DE GUADALAJARA II DER WEG NACH GUADALAJARA II THE ROAD TO GUADALAJARA II LA ROUTE VERS GUADALAJARA II DROGA DO GUADALAJARY II GUADALAJARA'YA GİDEN YOL

La del alba sería... No; no era aún la del alba: era más temprano.

El viajero, a los pocos días, se levanta a la última noche, la más negra, antes incluso que los grises, menudos pájaros de la ciudad. Se viste con luz eléctrica, en medio del silencio. Hacía años ya que no madrugaba tanto. It had been years since I had been up this early. Se siente una sensación extraña, como de sosiego, como de descubrir de nuevo algo injustamente olvidado, al afeitarse a estas horas, cuando todos los vecinos duermen todavía y el pulso de la ciudad, como el de un enfermo, late quedamente, como avergonzado de dejarse sentir. On éprouve une sensation étrange, comme le calme, comme retrouver quelque chose injustement oublié, en se rasant à cette heure, alors que tous les voisins dorment encore et que le pouls de la ville, comme celui d'un malade, bat tranquillement, comme honteux d'être se faire sentir. 在这个时候刮胡子,所有的邻居都还在睡觉,城市的脉搏像病人一样静静地跳动,仿佛羞于让自己离开,你会感到一种奇怪的感觉,平静,就像重新发现一些被不公正地遗忘的东西。自己被感觉到。

El viajero está alegre. Silba, aproximadamente, la coplilla de una película y habla, poco más tarde, con su mujer, que se ha levantado a calentarle el desayuno. Il siffle, approximativement, le couplet d'un film et discute, un peu plus tard, avec sa femme, qui s'est levée pour réchauffer son petit déjeuner. El viajero está casado. Los viajeros casados, cuando se echan a andar, tienen siempre, a última hora, una persona que les calienta el desayuno, que les da conversación mientras se afeitan a la estremecida luz eléctrica de la mañana. 已婚旅行者在出发时,总有一个人在最后一刻热他们的早餐,在他们在早晨颤抖的电光下刮胡子时与他们交谈。

El viajero, una hora antes de la salida del tren, baja las escaleras de su casa. Le voyageur, une heure avant le départ du train, descend les escaliers de sa maison. Antes, se ha ido a despedir de su niño pequeño, que duerme, tumbado boca abajo, como un cachorro, porque tiene calor. Tout à l'heure, elle est allée dire au revoir à son petit garçon, qui dort, couché sur le ventre, comme un chiot, car il a chaud.

—Adiós. ¿Llevas todo? Est-ce que vous transportez tout ?

—Adiós. Dame un beso. Creo que sí.

El viajero, al llegar a la calle, va cantando por lo bajo. Le voyageur, arrivé à la rue, chante doucement. Tiene mal oído y las canciones no sabe sino empezarlas. He has a bad ear and can only start the songs. Il a une mauvaise oreille et il ne sait pas comment commencer les chansons. El metro está cerrado aún y los tranvías, lentos, distantes, desvencijados, parecen viejos burros abultados, amarillos y muertos. Le métro est toujours fermé et les trams, lents, lointains, délabrés, ressemblent à de vieux ânes bombés, jaunes et morts.

El viajero tiene su filosofía de andar, piensa que siempre, todo lo que surge, es lo mejor que puede acontecer. Le voyageur a sa philosophie de la marche, il pense que tout ce qui arrive est toujours la meilleure chose qui puisse arriver. Se va mejor a pie, andando por el medio de la calle, oyendo cómo rebota sobre las casas el sonar de la clavazón del calzado. Am besten geht man zu Fuß, mitten auf der Straße, und lauscht dem Geräusch der Schuhnägel, die an den Häusern abprallen. Il est préférable d'y aller à pied, en marchant au milieu de la rue, en écoutant comment le bruit des crampons de chaussures rebondit sur les maisons. Las casas tienen las ventanas cerradas y las persianas bajas. Detrás de los cristales —¡quién lo sabe!— duermen su maldición o su bienaventuranza los hombres y las mujeres de la ciudad. Hay casas que tienen todo el aire de alojar vecinos felices, y calles enteras de un mirar siniestro, con aspecto de cobijar hombres sin conciencia, comerciantes, prestamistas, alcahuetas, turbios jaques con el alma salpicada de sangre. Il y a des maisons qui ont tout l'air d'héberger des voisins heureux, et des rues entières à l'allure sinistre, avec l'apparence d'abriter des hommes sans conscience, des marchands, des usuriers, des proxénètes, des chèques louches aux âmes ensanglantées. A lo mejor, las casas de los vecinos venturosos no tienen ni una sola matita de yerbabuena o de mejorana en los balcones. Peut-être que les maisons des voisins fortunés n'ont pas un seul brin de menthe ou de marjolaine sur les balcons. A veces, las casas de los vecinos ahogados por la desdicha, señalados con el hierro cruel del odio y la desesperación, presumen de un balcón de geranios o de claveles rompedores, gordos como manzanas. Sometimes, the houses of neighbors suffocated by misfortune, marked with the cruel iron of hatred and despair, boast a balcony of groundbreaking geraniums or carnations, as fat as apples. Parfois, les maisons de voisins étouffés par le malheur, marqués du fer cruel de la haine et du désespoir, arborent un balcon de géraniums ou d'œillets révolutionnaires, gras comme des pommes. Es algo muy misterioso la cara de las casas, daría qué pensar durante mucho tiempo.

El viajero, dándole vueltas a la cabeza, va por las tapias del Retiro, llegando a la Puerta de Alcalá. Ve muy claro todo lo que piensa, y un poco confuso, quizá, todo lo que ve. El día fuerza por levantarse, cauto, desconfiado, sobre los cables más altos, sobre las últimas azoteas de la ciudad, mientras los gorriones recién despiertos chillan, en los árboles del parque, como condenados. Le jour se force à monter, prudent, méfiant, sur les plus hauts câbles, sur les derniers toits de la ville, tandis que les moineaux récemment réveillés hurlent, dans les arbres du parc, comme condamnés. En el parque también, sobre la yerba, la república de los gatos cimarrones, dos docenas de gatos sin fortuna, sin amo, dos docenas de gatos grises, malditos, sarnosos; de gatos que, sin un sitio al lado de ningún hogar encendido, deambulan en silencio, como aburridos presos sin esperanza o enfermos incurables, dejados de la mano de Dios.

Los portales siguen cerrados, como las bolsas avaras y miserables, y los serenos de nuevos, relucientes galones de oro, miran, con cierta desconfianza, para el viajero que pasa, camino de la estación, con la mochila al hombro y el andar despreocupado, casi sin compostura incluso. Les portails sont encore fermés, comme les sacs gourmands et misérables, et les nouveaux veilleurs de nuit, galons d'or luisants, regardent, avec une certaine méfiance, le voyageur de passage, en route vers la gare, son sac à dos sur l'épaule et un marche insouciante, presque sans sang-froid même.

El viajero va lleno de buenos propósitos: piensa rascar el corazón del hombre del camino, mirar el alma de los caminantes asomándose a su mirada como al brocal de un pozo. Der Reisende ist voller guter Absichten: Er will das Herz des Mannes auf der Straße ankratzen, in die Seele der Reisenden schauen, indem er ihnen in die Augen schaut wie in die Rinne des Brunnens. Le voyageur est plein de bonnes intentions : il pense à gratter le cœur de l'homme sur la route, à regarder l'âme des promeneurs, en le regardant dans les yeux comme le rebord d'un puits. Tiene buena memoria y quiere deshacerse de la mala intención, como de un lastre, al dejar la ciudad. Il a une bonne mémoire et veut se débarrasser de la mauvaise intention, comme un fardeau, en quittant la ville. De dentro de su pecho salen en voz alta, rodando sobre las baldosas de la acera, los versos de don Antonio —el hombre de cuerpo más sucio y alma más limpia que, según alguien dijo ya, jamás existió. De l'intérieur de sa poitrine sortent bruyamment, roulant sur les dalles du trottoir, les vers de Don Antonio — l'homme au corps le plus sale et à l'âme la plus propre qui, selon quelqu'un l'a déjà dit, n'a jamais existé.

—Quisiera poder decir, al volver, las verdades de a puño que se explican, como el río que marcha, por sí solas. — Je voudrais pouvoir dire, à mon retour, les vérités qui s'expliquent d'elles-mêmes, comme le fleuve qui coule, par elles-mêmes. Rodeado de las gentes honestas que ahorran durante meses enteros, quién sabe si aun durante años enteros, para comprarse una alfombrita para los pies de la cama, quisiera poder repetir, con los ojos afables y el gesto como resignado, las sabias palabras de don Antonio: Entouré d'honnêtes gens qui économisent des mois entiers, qui sait même des années entières, pour acheter un tapis au pied du lit, j'aimerais pouvoir répéter, avec des yeux bienveillants et un geste résigné, les sages paroles de Don Antonio :

En todas partes he visto Partout où j'ai vu

caravanas de tristeza,

soberbios y melancólicos

borrachos de sombra negra ivrognes de l'ombre noire

y pedantones al paño und Pedantones al paño et des pédantons au tissu

que miran, callan y piensan

que saben, porque no beben

el vino de las tabernas.

Mala gente que camina

y va apestando la tierra...

Diciendo sus versos, el viajero llega hasta la Cibeles. Las últimas golfitas del cabaret de las llamas, a los primeros, inciertos clarores del día, venden su triste anís a los señoritos juerguistas que van de retirada. Les dernières golfeuses du cabaret des lamas, aux premières lueurs incertaines du jour, vendent leur triste anis aux messieurs fêtards qui s'en vont. Son jóvenes estas muchachas, muy jóvenes; pero tienen ya en la mirada todo el único, santo dolor de las bestias al punto, llevadas y traídas por la mala suerte y por la mala sangre.

El viajero toma por el paseo del Prado. En los soportales de correos, la cochambre de la golfería duerme a pierna suelta sobre la dura piedra. Sous les arcades de la poste, le sale golfeur dort profondément sur la pierre dure. Una mujer pasa, presurosa, el velo sobre la cabeza, camino de la primera misa, y una pareja de guardias fuma aburridamente, sentados en un banco, con el mosquetón entre las piernas. Los misteriosos tranvías negros de la noche portan de un lado para otro su andamiaje sobre ruedas; van guiados por hombres sin uniforme, por hombres de boina, callados como muertos, que se tapan la cara con una bufanda. Les mystérieux tramways noirs de la nuit portent d'un côté à l'autre leurs échafaudages sur roues ; ils sont conduits par des hommes sans uniformes, par des hommes en bérets, muets comme des morts, qui se couvrent le visage d'un foulard.

—También quisiera decir, que de todo hay en la viña del Señor, la otra verdad;

Y en todas partes he visto

gentes que danzan o juegan,

cuando pueden, y laboran

sus cuatro palmos de tierra. ses quatre palmiers de terre.

Nunca, si llegan a un sitio,

preguntan a dónde llegan.

Cuando caminan, cabalgan Quand ils marchent, ils roulent

a lomos de mula vieja, sur le dos d'un vieux mulet,

y no conocen la prisa

ni aun en los días de fiesta.

Donde hay vino, beben vino;

donde no hay vino, agua fresca.

Son buenas gentes que viven,

laboran, pasan y sueñan,

y en un día como tantos

descansan bajo la tierra.

A las verjas del Jardín Botánico, el viajero siente —a veces le pasa— un repentino escalofrío. Aux portes du Jardin Botanique, le voyageur ressent – cela arrive parfois – un frisson soudain. Enciende un pitillo y procura alejar de su cabeza los malos pensamientos. Il allume une cigarette et essaie de chasser les mauvaises pensées de sa tête. Dos tranviarios pasan con las manos en los bolsillos, la colilla entre los labios, sin decir ni palabra. Deux tramways passent, les mains dans les poches, les mégots entre les lèvres, sans dire un mot. Un niño harapiento hoza con un palito en un montón de basura. Un garçon en lambeaux faucille avec un bâton dans un tas d'ordures. Al paso del viajero levanta la frente y se echa a un lado, como disimulando. Au passage, le voyageur lève le front et se penche de côté, comme s'il se déguisait. El niño ignora que las apariencias engañan, que debajo de una mala capa puede esconderse un buen bebedor; que en el pecho del viajero, de extraño, quizá temeroso aspecto, encontraría un corazón de par en par abierto, como las puertas del campo. El niño, que mira receloso como un perro castigado, tampoco sabe hasta qué punto el viajero siente una ternura infinita hacia los niños abandonados, hacia los niños nómadas que, rompiendo ya el día, hurgan con un palito en los frescos, en los tibios, en los aromáticos montones de basura. L'enfant, qui regarde suspicieusement comme un chien puni, ne sait pas non plus à quel point le voyageur éprouve une tendresse infinie envers les enfants abandonnés, envers les enfants nomades qui, déjà le jour levant, fouinent avec un bâton dans les fresques, au chaud, dans les tas d'ordures aromatiques.

Camino del matadero pasan unas ovejas calvas, mugrientas, que llevan una B pintada en rojo sobre el lomo. Sur le chemin de l'abattoir, passent des moutons chauves et crasseux, avec un B peint en rouge sur le dos. Los dos hombres que las conducen les pegan bastonazos, de cuando en cuando, por entretenerse quizás, mientras ellas, con un gesto en la mirada entre ruin y estúpido, se obstinan en lamer, de pasada, el sucio, estéril asfalto. Die beiden Männer, die sie fahren, schlagen von Zeit zu Zeit mit Stöcken auf sie ein, vielleicht zu ihrem eigenen Vergnügen, während sie mit einem Blick, der irgendwo zwischen gemein und dumm liegt, im Vorbeigehen hartnäckig den schmutzigen, kargen Asphalt ablecken. Les deux hommes qui les conduisent les frappent avec des bâtons, de temps en temps, peut-être pour se divertir, tandis qu'eux, avec un geste dans les yeux entre méchant et stupide, s'obstinent à lécher, au passage, l'asphalte sale et stérile.

Cae por la cuesta de Moyano un alegre carrito de hortalizas. Une joyeuse charrette de légumes dévale la pente de Moyano. Los puestos de libros de lance guardan, herméticamente, su botín inmenso de vanas ilusiones que fracasaron, ¡ay!, sin que nadie se enterase. Les étals de livres de Lance gardent hermétiquement leur immense butin de vaines illusions qui ont échoué, hélas !, sans que personne ne le sache.

En la bajada de la estación, algunas mujeres ofrecen al viajero tabaco, plátanos, bocadillos de tortilla. En redescendant de la gare, certaines femmes proposent au voyageur du tabac, des bananes, des tortillas sandwiches. Se ven soldados con su maleta de madera al hombro y campesinos de sombrero flexible que vuelven a su lugar. Des soldats peuvent être vus avec leurs valises en bois sur leurs épaules et des paysans avec des chapeaux souples retournant à leurs places. En los jardines, entre el alborotar de miles de gorriones, se escucha el silbo de un mirlo. Dans les jardins, parmi le tumulte de milliers de moineaux, le sifflement d'un merle se fait entendre. En el patio está formada la larga, lenta cola de los billetes. Dans la cour se forme la longue et lente file des factures. Una familia duerme sobre un banco de hierro, debajo de un letrero que advierte: Cuidado con los rateros. Une famille dort sur un banc de fer, sous une pancarte qui avertit : Attention aux pickpockets. Desde las paredes saludan al viajero los anuncios de los productos de hace treinta y cinco años, de los remedios que ya no existen, de los emplastos porosos, los calzoncillos contra catarros, los inefables, automáticos modos de combatir la calvicie. Les murs accueillent le voyageur avec des publicités pour des produits d'il y a trente-cinq ans, pour des remèdes qui n'existent plus, pour des pansements poreux, des slips contre le rhume, les moyens ineffables et automatiques de lutter contre la calvitie.

El viajero, al pasar al andén, nota como un ahogo. Le voyageur, en passant devant le quai, a l'impression de se noyer. Los trenes duermen, en silencio, sobre las negras vías, mientras la gente camina sin hablar, como sobrecogida, a hacerse un sitio a gusto entre las filas de vagones. Les trains dorment, en silence, sur les voies noires, tandis que les gens marchent sans parler, comme émerveillés, pour trouver une place confortable parmi les rangées de voitures. Unas débiles bombillas mal iluminan la escena. Quelques ampoules faibles éclairent mal la scène. El viajero, mientras busca su tercera, piensa que anda por un inmenso almacén de ataúdes, poblado de almas en pena, al hombro el doble bagaje de los pecados y las obras de misericordia. Le voyageur, en cherchant son troisième, croit traverser un immense entrepôt de cercueils, peuplé d'âmes en peine, portant sur son épaule le double bagage des péchés et des œuvres de miséricorde.

El vagón está a oscuras. La voiture est sombre. Sobre la dura tabla los viajeros fuman, adormilados. De cuando en cuando se ve brillar la punta de un cigarro, se oye el chasquido de una cerilla que ilumina, unos instantes, una faz rojiza y sin afeitar. From time to time you see the tip of a cigarette glow, you hear the click of a match that illuminates, for a moment, a reddish and unshaven face. De temps en temps, vous voyez briller le bout d'une cigarette, vous entendez le claquement d'une allumette qui illumine, un instant, un visage rougeâtre et mal rasé. Unos obreros se sientan, con la chaqueta al hombro, la fiambrera envuelta en un pañuelo sobre las rodillas. Certains travailleurs s'assoient, vestes en bandoulière, boîtes à lunch enveloppées dans des mouchoirs sur les genoux. Sube al vagón un grupo de pescadores —el cestillo de mimbre en bandolera— que colocan, con todo cuidado, las largas cañas de pescar. Un groupe de pêcheurs monte dans la voiture — le panier d'osier sur l'épaule — qui place soigneusement les longues cannes à pêche. Entran mujeres de grandes cestas al brazo, campesinas que han bajado a Madrid a vender huevos y chorizo y queso, a comprar una tela estampada para un traje de domingo, o una gorra de visera para el marido. Des femmes entrent avec de grands paniers au bras, des paysannes descendues à Madrid pour vendre des œufs et du chorizo et du fromage, pour acheter du tissu imprimé pour un costume du dimanche, ou une casquette à visière pour leur mari. Dos guardias civiles se acomodan, uno enfrente del otro, en un extremo del departamento, al lado de la puerta, debajo del timbre de alarma y de la placa de loza con el extracto de la legislación de ferrocarriles. An einem Ende der Wohnung, neben der Tür, unter der Alarmglocke und der Steinguttafel mit dem Auszug aus dem Eisenbahngesetz, sitzen sich zwei Zivilwächter gegenüber. Deux gardes civils s'installent l'un devant l'autre, à un bout de l'appartement, à côté de la porte, sous la sonnette d'alarme et la plaque en faïence avec l'extrait de la législation ferroviaire.

Se apagan las luces del andén y la oscuridad es ya absoluta. A última hora aparecen, subiéndose al tren de un salto, soldados de caballería que van a Alcalá de Henares, que hacen todos los días el mismo viaje.

El tren sale; son ya las siete. De repente, al escapar de la marquesina, el viajero descubre que ya es de día. Als der Reisende aus dem Wartehäuschen flieht, stellt er plötzlich fest, dass es bereits hell ist. Dos trenes salen a la misma hora y corren, paralelos, hasta que el otro tira para abajo, camino de Getafe. Es gracioso verlos correr, uno al lado del otro, mientras los viajeros se agolpan en las ventanillas para mirarse. C'est drôle de les voir courir, les uns à côté des autres, pendant que les voyageurs se pressent aux fenêtres pour se regarder. Algunos se saludan con la mano y dan gritos como animando al tren a correr más. Certains se saluent et crient comme s'ils encourageaient le train à rouler plus vite. En el fondo —no se sabe por qué—, los viajeros de un tren envidian siempre un poco a los viajeros de otro tren; es algo que es así, pero que resulta difícil explicar. Quizá sea, aunque no lo vean muy claro, porque un viajero de tercera se cambiaría siempre por otro viajero, aunque fuera de tercera también.

Sobre la ciudad brilla un violento cielo sonrosado, terso como un espejo, un cielo que parece de cristal de color. Sur la ville brille un ciel rose violent, lisse comme un miroir, un ciel qui ressemble à du verre coloré. Durante mucho tiempo el tren corre entre vías y entre montones de carbón. Longtemps le train roule entre les voies et entre les tas de charbon. Se ven máquinas fuera de uso, viejas locomotoras ya jubiladas, que semejan caballos muertos en la batalla y puestos a secar al sol. En un vagón sin enganchar, en un vagón solitario, se agolpan docena y media de vacas negras, de largos cuernos y ubre peluda y escasa, que esperan estoicamente la hora de la puntilla y del ancho cuchillo de sangrar. Dans une voiture dételée, dans une voiture solitaire, une douzaine et demie de vaches noires, aux longues cornes, au pis poilu et maigre, s'entassent, attendant stoïquement l'heure de la dentelle et du large couteau saignant. El viajero piensa que los animales estarán muertos de sed, sin saber demasiado a ciencia cierta qué es lo que les pasa. Le voyageur pense que les animaux seront morts de soif, sans savoir exactement ce qui leur arrive.

El sol aparece sobre el horizonte al cruzar el último cambio de vías de la estación, la última señal, el último disco. Le soleil se lève au-dessus de l'horizon en traversant le dernier virage de la gare, le dernier signal, le dernier disque. Aún no hay niños jugando por los barrios extremos. A lo lejos, al sur, se ve, aislado, el cerro de los Ángeles. Au loin, au sud, on aperçoit, isolée, la colline de Los Angeles. El campo está verde y crecido; no parecen los alrededores de Madrid. Le champ est vert et cultivé; Ils ne ressemblent pas aux environs de Madrid. Entre dos sembrados, un campo sin cuidar, un campo de amapolas meciéndose, suaves, a la ligera brisa de la mañana. Entre deux récoltes, un champ non entretenu, un champ de coquelicots se balançant doucement dans la légère brise matinale. El tren marcha ya por la vía libre cuando el viajero se aparta de la ventanilla, se sienta, enciende un cigarro y echa la cabeza atrás. Le train est déjà sur la voie libre lorsque le voyageur s'éloigne de la fenêtre, s'assied, allume une cigarette et rejette la tête en arrière.

Al pasar por el apeadero de Vallecas se rompe violentamente el silencioso aire del vagón. En passant par l'arrêt Vallecas, l'air silencieux de la voiture est violemment brisé. Un hombre, con una americana color lila, un pañuelo al cuello y un diente de oro, ofrece a voz en grito unas tiras de cartas de baraja que llevan un numerito por detrás. Un homme, vêtu d'une veste lilas, d'un foulard autour du cou et d'une dent en or, crie des bandes de cartes à jouer avec un petit chiffre au dos.

—¡A probar la suerte, señoras y caballeros, un paquete especial de caramelos finos o una bolsita de almendras, a elegir! ¡A perra chica, la carta! An die kleine Schlampe, den Brief! Une garce, la lettre ! ¡Después rifaré, en honor del respetable, la muñeca Manolita, el juguete sensación! Ensuite je tirerai au sort, en l'honneur de la respectable, la poupée Manolita, le jouet sensation !

El viajero quiere tentar fortuna. Compra una tira y se queda con ella en la mano, un sí es no es indeciso. He buys a strip and keeps it in his hand, a yes is no he is indecisive. El viajero tiene poca práctica en el juego. Levanta la cabeza y mira por la ventanilla. Hacia el norte, en el horizonte, se ve la sierra de Guadarrama con algunas crestas — la Maliciosa, Valdemartín, las Cabezas de Hierro— todavía cubiertas de nieve.

El hombre del diente de oro ha dicho lo de la mano inocente y ha descubierto una carta.

—¡El dos de espadas! « Le deux de pique ! ¿Dónde está el dos de espadas? ¡A ver el agraciado! Voyons le gracieux!

Al viajero no le tocó; sus dos reales los tenía en sotas, en caballos y en reyes. Le voyageur ne l'a pas compris ; ses deux réaux étaient en valets, chevaux et rois. El dos de espadas lo tiene un hombre que ni sonríe siquiera. Le deux de pique est tenu par un homme qui ne sourit même pas. Coge el paquete especial de caramelos finos sin mirar a nadie, casi con displicencia, como para dar a entender que está acostumbrado a recibir noticias importantes sin inmutarse. He takes the special package of fine candies without looking at anyone, almost nonchalantly, as if to imply that he is used to receiving important news without flinching. Todos le miran, y es posible que alguien le admire también. ¡Vaya manera de encajar! Was für eine Art, sich anzupassen! Quelle façon de s'intégrer !

El viajero siente un poco de obligación de quedar bien. Le voyageur se sent un peu obligé de bien paraître. Nota algo así como una súbita iluminación, y levanta la voz: He notices something like a sudden illumination, and raises his voice:

—Déme los treses; ahora tocan treses. — Donnez-moi les trois; Maintenant c'est trois.

Por Vicálvaro pasó el revisor picando los billetes. The inspector passed through Vicálvaro punching the bills.

—¡Así se habla! ¡Este caballero se va a llevar el premio por dos gordas! Ce monsieur va prendre le prix par deux gros ! ¡Ahí van los treses!

El viajero entorna los ojos y espera. Le voyageur plisse les yeux et attend. Confía en oír, dentro de poco: “¡El tres de...!” El viajero piensa responder, cortándole: “No siga, tengo los cuatro”. Il espère entendre, sous peu : "Les trois de... !" Le voyageur pense lui répondre en le coupant : « Ne continuez pas, j'ai les quatre. Se ven, a la derecha, unas colinas verdes con hendiduras rojas, de arcilla. Sur la droite, on aperçoit des collines verdoyantes aux crevasses rouges, faites d'argile. Un compañero de viaje lee un semanario taurino. Un compagnon de voyage lit un hebdomadaire de tauromachie. Una avispa vuela sobre el cristal, para arriba y para abajo. Une guêpe vole au-dessus du verre, de haut en bas. La voz del hombre de la chaqueta color lila retumba por todo el vagón: La voix de l'homme à la veste lilas résonne dans toute la voiture :

—¡El siete de copas! « Le sept de coupes ! ¿Quién tiene el siete de copas?

El viajero tiembla de pies a cabeza, nota latir el corazón con violencia, siente la boca seca, aprieta los ojos. El viajero teme que todas las miradas estén fijas en él, clavadas como dardos, sonriendo con malicia, como diciendo: ¿Dónde echó usted sus treses? El viajero piensa, no sabe por qué, quizá para distraerse, en el agua de un río pasando por debajo de un puente. Cuando abre los ojos, poco a poco, ve que nadie le mira.

En San Fernando de Jarama se apean los pescadores. À San Fernando de Jarama, les pêcheurs débarquent. Se cuelgan la caña al hombro, como si fuera un fusil, y tiran, uno detrás de otro, por un sendero que les acerca hasta el río. Ils lancent la canne sur leurs épaules, comme s'il s'agissait d'un fusil, et tirent, l'un après l'autre, le long d'un chemin qui les rapproche de la rivière. Al otro lado del río pastan unos toros de lidia, negros, solitarios, silenciosos, gordos, relucientes, llenos de majestad. De l'autre côté du fleuve paissent des taureaux de combat, noirs, solitaires, silencieux, gras, luisants, pleins de majesté. El día está diáfano y el campo luce como una postal, con su trigo verde, sus flores rojas y amarillas y azules.

En Torrejón de Ardoz hay un factor de estación que usa gafas para el sol; es un hombre moderno. El viajero se da cuenta de que “Ardoz”, “estación” y “sol”, son asonantes. The traveler realizes that "Ardoz", "station" and "sun" are assonants. Le voyageur se rend compte que « Ardoz », « gare » et « soleil » sont des assonances. Entonces piensa un ratito y dice, entre dientes:

Está el vagón de tercera

enfrente del W. C.

En un letrero se lee

esto: “Torrejón de Ardoz”;

y por el andén pasea, and walks along the platform,

con sus gafas para el sol

y su gorra de visera,

el factor de la estación.

El viajero se ríe por lo bajo. Se suben al tren unos obreros que parecen indios pieles rojas. Tienen la cara llena de surcos, hondos como navajazos, y el pelo negro, pegado a la frente. Se sube también un hombre gordo, con aire de feriante, que va fumando un puro. Un gros homme monte aussi, avec des airs de forain, qui fume un cigare. Son las siete y media de la mañana. El viajero hace un sitio a su lado al hombre del puro. Le voyageur fait place à l'homme au cigare.

—Agradecido.

—No hay de qué.

El hombre se quita el sombrero y se pasa el pañuelo por la cabeza.

—Va a hacer calor.

—Sí.

—¡Como no tengamos tronera! -Wenn wir keine Tasche haben! "Comme nous n'avons pas d'échappatoire !"

El hombre resopla mientras se acomoda. L'homme s'ébroue en s'installant. Se saca el puro de la boca y lo mira. Tiene los dientes de color tierra y grandes como los de los burros. Ses dents sont couleur de terre et grosses comme celles des ânes.

—Y lo que yo digo, ¡como no acabe viniendo la piedra! -Und was sage ich, wenn der Stein am Ende nicht kommt! — Et ce que je dis, tant que la pierre ne finit pas par venir !

—¡Ya, ya!

El hombre saca el librillo de papel de fumar, aparta dos o tres papeles y se los pega al puro con saliva. The man takes out the booklet of cigarette papers, separates two or three papers and sticks them to the cigar with saliva. L'homme sort le carnet de papiers à cigarettes, sépare deux ou trois papiers et les colle au cigare avec de la salive.

—Así, con camiseta, queda mejor. — Comme ça, avec un t-shirt, c'est mieux.

—Claro.

—Es que si no, no tira, ¿sabe usted? — C'est que sinon, ça ne tire pas, tu sais ? Estos puritos suelen salir un poco duros. Ces petits cigares sortent généralement un peu durs.

Al viajero le vienen doliendo los pies desde que salió de Madrid. Las botas nuevas es lo que tienen, que a veces hacen daño y crían ampollitas. De nouvelles bottes sont ce qu'ils ont, ce qui fait parfois mal et provoque des ampoules. Revuelve en el morral y saca otro par de botas, un par de botas de lona con suela de cáñamo. Il fouille dans le sac et en sort une autre paire de bottes, une paire de bottes en toile à semelles de chanvre.

—Parece que lleva malos los pies.

—Sí, algo.

—Es natural: las botas nuevas.

—Claro; ya lo dice el refrán.

El hombre del puro mira para el viajero. Parece que va a preguntar: “¿Qué refrán?” Pero al final no dice nada.

Con un maletín en la mano va por el pasillo otro hombre fumando otro puro. Éste tiene aire de practicante; es un chico fino que lleva una camisa a rayas, salmón y blancas.

Por Alcalá de Henares pasa el tren a las tapias del cementerio. Le train passe par Alcalá de Henares jusqu'aux murs du cimetière. Sobre el río flota, como siempre, una tenue neblina. As usual, a thin mist floats over the river. Comme d'habitude, une fine brume flotte au-dessus de la rivière. En Alcalá de Henares se apea mucha gente, queda el tren casi vacío: los pescadores que no se echaron abajo en San Fernando, los soldados de caballería, los hombres de la negra visera; las gruesas, tremendas, bigotudas mujeres de las cestas. À Alcalá de Henares, beaucoup de gens descendent, le train est presque vide : les pêcheurs qui ne sont pas descendus à San Fernando, les cavaliers, les hommes à visière noire ; les femmes grosses, énormes et moustachues dans les paniers. Una señorita rubia, con aire de llamarse Raquel, o Esperancita, o algo por el estilo, con un peinado lleno de ricitos y de fijador, y un jersey de franjas verdes y coloradas, coquetea con un guardia civil joven que lleva el bigote recortado en forma, como dicen los peluqueros. Une demoiselle blonde, qui a l'air de s'appeler Raquel, ou Esperancita, ou quelque chose comme ça, avec une coiffure pleine de boucles et de laque, et un pull à rayures vertes et rouges, flirte avec un jeune garde civil dont la moustache est taillée en forme, comme disent les coiffeurs. El viajero piensa en el amor. El viajero tiene, en su casa de Madrid, un grabado francés que se titula: L'amour et le printemps. Por el andén pasa un mendigo barbudo recogiendo colillas. Un mendiant barbu passe devant la plate-forme en ramassant des mégots de cigarettes. Se llama León y lleva unas alpargatas color azul celeste. Il s'appelle León et il porte des espadrilles bleu clair. Un hombre le dice: “Ven, León, que te tengo mucho cariño. Un homme lui dit : « Viens, León, je t'aime beaucoup. ¿Quieres un pitillo?” Cuando León se le acerca, le da una bofetada que suena como un trallazo. Voulez-vous une cigarette ?" Lorsque Leon s'approche de lui, il le gifle avec le bruit d'un coup de fouet. Todos se ríen mientras León, que no ha dicho ni una palabra y que lleva los ojos llenos de lágrimas, como un niño, se marcha silencioso, mirando para el suelo, agachándose de trecho en trecho para recoger una colilla. Tout le monde rit tandis que Léon, qui n'a pas dit un mot et dont les yeux sont pleins de larmes, comme ceux d'un enfant, s'en va en silence, les yeux fixés sur le sol, se penchant de temps en temps pour ramasser un mégot de cigarette. Desde el final del andén, León vuelve la cabeza. En sus ojos no hay ni cariño ni odio; parecen los ojos de un ciervo disecado, de un buey viejo y sin ilusión. Il n'y a à ses yeux ni affection ni haine ; ils ressemblent aux yeux d'un cerf empaillé, d'un bœuf vieux et sans espoir. Va sangrando por la nariz.

En Meco, el carro de un lechero espera, en el paso a nivel, que termine de pasar el tren. Unas mujeres de luto llevan cubos de agua. El campo sigue verde, florecido. El viajero va comiendo albaricoques, que saca del morral.

—¿Usted gusta?

—Que aproveche.

El hombre del puro no tiene, efectivamente, aire de comer albaricoques.

En Azuqueca, cuatro muleros aran la tierra. A Azuqueca, quatre muletiers labourent la terre. A los de Azuqueca, según le explica al viajero el tío del puro, les llaman cluecos, de mote, porque se cuenta que acostaron una gallina clueca con doce huevos y, por más esfuerzos que hicieron, no consiguieron sacar trece pollos. Ceux d'Azuqueca, comme l'oncle au cigare l'explique au voyageur, sont appelés couveuses, par surnom, parce qu'on dit qu'ils ont pondu une poule couveuse avec douze œufs et, malgré tous leurs efforts, ils ne pouvaient pas sortir treize poulets.

El tren marcha, a orillas del Henares, ya hasta Guadalajara. Al final va rápido; parece como si llevara prisa. Au final ça va vite; On dirait qu'il est pressé.

Poco antes de llegar a Guadalajara, la gente carga con sus bultos y se agolpa en las plataformas y en los pasillos. Peu avant d'arriver à Guadalajara, les gens portent leurs sacs et envahissent les quais et les couloirs. El viajero baja el último; lo que tiene que hacer, se hace lo mismo un cuarto de hora antes que después. También se puede dejar sin hacer; no pasa nada.

El viajero se echa el morral a la espalda, se cuelga la cantimplora de la hebilla del cinturón y tira cuesta arriba, camino de la ciudad. Le voyageur jette son sac à dos sur son dos, accroche sa gourde à la boucle de sa ceinture et monte vers la ville. Cruza el río Henares, que baja turbio y embarrado, y pasa por delante de un cuartel. Il traverse la rivière Henares, qui coule nuageuse et boueuse, et passe devant une caserne. Algunos soldados, sentados a la puerta, lo miran al pasar. Ya en el caserío, a mano izquierda según se sube, el viajero entra a refrescar en una taberna que tiene un hermoso nombre. Déjà dans le mas, sur la gauche en montant, le voyageur entre pour se rafraîchir dans une taverne qui porte un beau nom. La taberna se llama: “Lo mejor de la uva”. La taverne s'appelle : « Le meilleur du raisin ».

El viajero deja su impedimenta en un café que hay al lado del lugar de salida de los autobuses de la estación, y va a telégrafos a poner un telegrama a su mujer. Le voyageur dépose ses bagages dans un café à côté de la sortie des bus de la gare, et se rend au bureau du télégraphe pour envoyer un télégramme à sa femme. El Electrique Brillié, que cuelga de unas cadenas doradas en el centro de la nave, marca las nueve y diez. The Electrique Brillié, hanging from golden chains in the center of the ship, marks ten past nine o'clock. L'Electrique Brillié, suspendu à des chaînes dorées au centre de la nef, lit neuf heures dix minutes.

De vuelta al café, el viajero compra los periódicos a un niño pequeño, listo como un ratón de sacristía.

—¿Cuántos años tienes?

—Tengo cinco y medio.

—¿Cómo te llamas?

—Paco, para servir a Dios y a usted.

—¿Vendes muchos periódicos?

—Sí, señor; todos. A las doce ya he vendido siempre todos. El año pasado, ¿sabe usted?, no. ¡Como era más pequeño y corría menos!

El viajero lee los periódicos mientras desayuna otra vez. Después se va a dar una vueltecita por la ciudad; tiene que cambiar algún dinero en el banco. El palacio del duque del Infantado está en el suelo. The palace of the Duke of Infantado is on the ground. Le palais du Duc de l'Infantado est sur le terrain. Es una pena. C'est une peine. Debía ser un edificio hermoso. Es grande como un convento o como un cuartel. Por el centro de la calle pasa un tonto con una gorra de visera amarilla y la cara plagada de granos. Au milieu de la rue, il y a un imbécile avec une casquette jaune et des boutons sur le visage. Va apresurado, jovial, optimista. Va muerto de risa, frotándose las manos con regocijo; es un tonto feliz, un tonto lleno de alegría. Il est mort de rire en se frottant les mains de joie ; c'est un fou heureux, un fou plein de joie.

El viajero entra en una tienda donde hay de todo.

—¿Tienen ustedes algo típico de aquí, algo que me pueda llevar como recuerdo de Guadalajara?

—¿Algo típico, dice?

—Pues, sí... Eso digo.

—No sé... ¡Como no busque usted bizcochos borrachos! — Je ne sais pas... Pourquoi ne cherches-tu pas des biscuits ivres !

El viajero, en una talabartería pequeñita, que huele a cuero y a grasa, y que tiene un amo orondo y bien nutrido, que casi no cabe dentro, compra una testera de cuero. The traveler, in a small saddlery, which smells of leather and grease, and which has a well-built and well-nourished master, who can hardly fit inside, buys a leather headband. Le voyageur, dans une toute petite sellerie qui sent le cuir et la graisse, et qui a un maître dodu et bien nourri, qui rentre à peine dedans, achète une coiffe en cuir.

—¿Es para mula?

El viajero duda un momento.

—Sí, señor, para mula; un muleto portugués que es una alhaja. -Yes, sir, for a mule; a Portuguese mule that is a jewel. — Oui, monsieur, pour une mule ; un mulet portugais qui est un bijou. Lo quiero enjaezar de primera. Je veux d'abord l'exploiter. Ya volveré por aquí. Je reviendrai ici. Se lo voy a regalar a un tío de mi señora, que es cura. Je vais le donner à un oncle de ma femme, qui est prêtre. En mi país los curas montan en mula, ¿sabe usted?, no es como aquí, que se suben a los coches de línea. El tío de mi mujer se llama don Rosendo y es canónigo ya. My wife's uncle's name is Don Rosendo and he is already a canon. L'oncle de ma femme s'appelle Don Rosendo et il est déjà chanoine. Al muleto le puse Capitán; el otro día me daban el doble de lo que di por él. I named the muleto Captain; the other day I got double what I gave for him. J'ai nommé le capitaine mulet; l'autre jour, ils m'ont donné le double de ce que j'ai donné pour lui.

El viajero, cuando termina su discurso, se da cuenta de que no hubiera hecho falta mentir tanto. The traveler, when he finishes his speech, realizes that it would not have been necessary to lie so much. Le voyageur, lorsqu'il termine son discours, se rend compte qu'il n'aurait pas fallu tant mentir. El talabartero ni le escuchó.

—Ésta es buena; es la mejor.

—Muy bien; pues ésa... Oiga: ¿me quiere poner por detrás la firma y la fecha? -Très bien; Eh bien, celui-là... Écoute : tu veux mettre la signature et la date au dos ? Es para que el tío de mi señora vea que no le engaño, que es verdad que la compré en Guadalajara.

—Sí, señor. ¡Luisito! ¡Luisito!

De la negra trastienda llega una voz infantil, quebrada.

—¡Va!

—Oye, hijo, firma aquí esto; es para este señor. —Hé, mon fils, signe ça ici ; C'est pour cet homme.

El niño mira para el viajero, saca del cajón la pluma y la tinta, y, con una hermosa caligrafía de pendolista bisoño, pone detrás de la testera, sobre el crudo cuero: “Casa Montes. Le garçon regarde le voyageur, sort la plume et l'encre du tiroir et, avec la belle calligraphie d'un pendolista inexpérimenté, écrit derrière le devant, sur le cuir brut : « Casa Montes. Guadalajara, 6 de junio de 1946”.