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Tres Cuentos, Ep.45 - La mano del comandante Aranda - Alfonso Reyes (1)

Ep.45 - La mano del comandante Aranda - Alfonso Reyes (1)

Primero

“La gente no hablaba más que del tiempo. El tiempo, a pesar de todas las protestas, quiere que se hable de él. Las conversaciones de los hombres están tramadas sobre esta sustancia fundamental: el tiempo. Hablar del tiempo ha sido y será siempre un rasgo irreducible del hombre. ¿Qué es el hombre? El hombre es un ser que habla del tiempo con sus semejantes. Para los labriegos y los marinos, saber hablar del tiempo entra, desde luego, en el oficio; conocer el tiempo es un modo de profecía, y hasta puede ser cuestión de vida o muerte. Para Ulises, el más sutil de los navegantes, la ola y el viento son una constante preocupación.”

(Fuente: Obras completas de Alfonso Reyes. Volumen III. El Cazador: I - Las grullas, el tiempo, y la política. Alfonso Reyes. Letras Mexicanas. Fondo de Cultura Económica. 1995. URL:https://www.dropbox.com/sh/tdkxxesg53ugsp6/AACOhuz5P1zBkMIBEVDuYWwGa?dl=0&preview=Alfonso-Reyes-Obras-Completas-III.pdf)

Bienvenida

¡Hola! ¡Hola! Estimados y estimadas oyentes de Tres Cuentos, el podcast bilingüe dedicado a las narrativas literarias, históricas y tradicionales de Latino América. Yo soy Carolina Quiroga-Stultz, y hoy le damos la bienvenida a un nuevo autor, el mexicano Alfonso Reyes.

El párrafo inicial fue tomado del texto Las grullas, el tiempo, y la política, escrito por Alfonso Reyes.

*

Confieso que la historia seleccionada para el episodio de hoy, al principio me fascinó, y me causó mucha gracia, pero la traducción fue otro cuento. Recuerdo haberme llevado el texto para mis vacaciones de aniversario, pensando que me sería fácil traducirlo a pesar de lo largo que se veía. Sin embargo, mientras me moría del aburrimiento en el avión, decido sacar el texto para darle una mirada, y allí es cuando caigo en cuenta del lío en que me había metido.

Pensé en seleccionar otro cuento, pero como no me había traído ninguno de los libros que había usado para investigar, y le había prometido a mi esposo dejar el trabajo atrás en casa, no me quedo de otra que resignarme. Decidí dejar de quejarme de lo complejo que sería traducirlo, y buscar una forma de adaptarlo a una extensión y formato más sencillo.

Y es que el mexicano Alfonso Reyes tiene ese efecto en mí. Cada vez que leo algo de él y digo, ¡que enredo! Luego me hace reír, y quiero leer más.

El cuento de hoy “La mano del comandante Aranda,” lo encontré en el libro Antología del Cuento Fantástico Hispanoamericano Siglo XIX, selección y prólogo por Óscar Hahn, publicado por Editorial Universitaria El Mundo de las Letras.

Esta muy divertida narración nos llega en la voz de la narradora argentina Fabiana Piatti, de quien les contaré más en los comentarios.

El militar Aranda ha perdido en combate la mano derecha, pero en lugar de enterrarla o deshacerse de ella, decide disecarla y guárdala como memorabilia. Para sorpresa de todos, la mano cobra vida. Al principio perturba, luego es una más de la familia, hasta que se convierte en un ente independiente que busca el sentido de su propia existencia.

La mano del comandante Aranda

Por Alfonso Reyes (México, febrero 1940)

Leído y adaptado por Fabiana Piatti

Lee la historia original sin cortes aquí

El comandante Benjamín Aranda perdió una mano en acción de guerra, y fue la derecha, por su mal. Otros coleccionan manos de bronce, de marfil, cristal o madera, que a veces proceden de estatuas e imágenes religiosas o que son antiguas aldabas; y peores cosas guardan los cirujanos en bocales de alcohol. ¿Por qué no conservar esta mano disecada, testimonio de una hazaña gloriosa? ¿Estamos seguros de que la mano valga menos que el cerebro o el corazón?

Meditemos. No meditó Aranda, pero lo impulsaba un secreto instinto. El hombre teológico ha sido plasmado en la arcilla, como un muñeco, por la mano de Dios. El hombre biológico evoluciona merced al servicio de su mano, y su mano ha dotado al mundo de un nuevo reino natural, el reino de las industrias y las artes.

Si los murallones de Tebas se iban alzando al eco de la lira de Anfión, era su hermano Zeto, el albañil, quien encaramaba las piedras con la mano. La gente manual, los herreros y metalistas, aparecen por eso, en las arcaicas mitologías, envueltos como en vapores mágicos: son los hacedores de portento. Son Las manos entregando el fuego que ha pintado Orozco.

En el mural de Diego Rivera (en el Palacio de Bellas Artes), la mano empuña el globo cósmico que encierra los poderes de creación y de destrucción: y en Chapingo, las manos proletarias están prontas a reivindicar el patrimonio de la tierra. En el cuadro de Alfaro Siqueiros, el hombre se reduce a un par de enormes manos que solicitan la dádiva de la realidad, sin duda para recomponerla a su guisa. […]

La mano, metáfora viviente, multiplica y extiende así el ámbito del hombre. Los demás sentidos se conforman con la pasividad; el sentido manual experimenta y añade, y con los despojos de la tierra, edifica un orden humano, hijo del hombre. […]

Este dios menor dividido en cinco personas ha acabado de hacer al hombre y le ha permitido construir el mundo humano. Lo mismo modela el jarro que el planeta, mueve la rueda del alfar y abre el canal de Suez.

Delicado y poderoso instrumento, posee los más afortunados recursos descubiertos por la vida física: bisagras, pinzas, tenazas, ganchos, agujas de tacto, cadenillas óseas, aspas, remos, nervios, ligámenes, canales, cojines, valles y montículos, estrellas fluviales. Posee suavidad y dureza, poderes de agresión y caricia. Y en otro orden ya inmaterial, amenaza y persuade, orienta y desorienta, ahuyenta y anima.

Los ensalmadores fascinan y curan con la mano. ¿Qué más? […]

¡Flor maravillosa de cinco pétalos, que se abren y cierran como la sensitiva, a la menor provocación! ¿El cinco es número necesario en las armonías universales? ¿Pertenece la mano al orden de la zarzarrosa, del nomeolvides, de la pimpinela escarlata? […]

No hay duda, la mano merece un respeto singular, y bien podía ocupar un sitio predilecto entre los lares del comandante Aranda.

II

La mano fue depositada cuidadosamente en un estuche acolchado. Las arrugas de raso blanco—soporte a las falanges, puente a la palma, regazo al pomo—fingían un diminuto paisaje alpestre. De cuando en cuando, se concedía a los íntimos el privilegio de contemplarla unos instantes. Pues era una mano agradable, robusta, inteligente, algo crispada aún por la empuñadura de la espada. Su conservación era perfecta.

Poco a poco, el tabú, el objeto misterioso, el talismán escondido, se fue volviendo familiar. Y entonces emigró del cofre de caudales hasta la vitrina de la sala, y se le hizo sitio entre las condecoraciones de campaña y las cruces de la Constancia Militar.

Dieron en crecerle las uñas, lo cual revelaba una vida lenta, sorda, subrepticia (secreta). De momento pareció un arrastre de inercia, y luego se vio que era virtud propia. Con alguna repugnancia al principio, la manicura de la familia accedió a cuidar de aquellas uñas cada ocho días. La mano estaba siempre muy bien acicalada y compuesta.

*

Sin saber cómo la mano bajó de categoría, sufrió una manus diminutio, dejó de ser una reliquia, y entró decididamente en la circulación doméstica.

A los seis meses, ya andaba de pisapapeles o servía para sujetar las hojas de los manuscritos pues la mano cortada era flexible, plástica, y los dedos conservaban dócilmente la postura que se les imprimía.

A pesar de su repugnante frialdad, los chicos de la casa acabaron por perderle el respeto. Al año, ya se rascaban con ella, o se divertían plegando sus dedos en forma de figa brasileña (en un gesto grotesco), carreta mexicana, y otras procacidades del folklore internacional.

La mano, así, recordó muchas cosas que tenía completamente olvidadas. Su personalidad se fue acentuando notablemente. Cobró conciencia y carácter propios. Empezó a alargar tentáculos. Luego se movió como tarántula. Todo parecía cosa de juego. Cuando, un día, se encontraron con que se había calzado sola un guante y se había ajustado una pulsera por la muñeca cercenada, ya a nadie le llamó la atención.

Andaba con libertad de un lado a otro, monstruoso falderillo algo acangrejado. Después aprendió a correr, con un galope muy parecido al de los conejos. Y haciendo "sentadillas" sobre los dedos, comenzó a saltar que era un prodigio. Un día se la vio venir, desplegada, en la corriente de aire: había adquirido la facultad del vuelo.

III

Pero, a todo esto, ¿cómo se orientaba? ¿cómo veía?

¡Ah! Ciertos sabios dicen que hay una luz oscura, insensible para la retina, acaso sensible para otros órganos, y más si se los especializa mediante la educación y el ejercicio. […]

¿Y no había de ver también la mano? Desde luego, ella completa su visión con el tacto, casi tiene ojos en los dedos, y la palma puede orientarse al golpe del aire como las membranas del murciélago. […]

Ello es que la mano, en cuanto se condujo sola, se volvió ingobernable, echó temperamento. Podemos decir, que fue entonces cuando "sacó las uñas". Iba y venía a su talante. Desaparecía cuando le daba la gana, volvía cuando se le antojaba. Alzaba castillos de equilibrio inverosímil con las botellas y las copas. Dicen que hasta se emborrachaba, y en todo caso, trasnochaba.

No obedecía a nadie. Era burlona y traviesa. Pellizcaba las narices a las visitas, abofeteaba en la puerta a los cobradores. Se quedaba inmóvil, "haciendo el muerto", para dejarse contemplar por los que aún no la conocían, y de repente les hacía una señal obscena. Se complacía, singularmente, en darle suaves sopapos a su antiguo dueño, y también solía espantarle las moscas. Y él la contemplaba con ternura, los ojos arrasados en lágrimas, como a un hijo que hubiera resultado "mala cabeza".

Todo lo trastornaba. Ya le daba por asear y barrer la casa, ya por mezclar los zapatos de la familia, con verdadero genio aritmético de las permutaciones, combinaciones y cambiaciones; o rompía los vidrios a pedradas, o escondía las pelotas de los muchachos que juegan por la calle.

*

El comandante la observaba y sufría en silencio. Su señora le tenía un odio incontenible, y era —claro está—su víctima preferida. La mano, en tanto que pasaba a otros ejercicios, la humillaba dándole algunas lecciones de labor y de cocina.

La verdad es que la familia comenzó a desmoralizarse. El manco caía en extremos de melancolía muy contrarios a su antiguo modo de ser. La señora se volvió recelosa y asustadiza, casi con manía de persecución. Los hijos se hacían negligentes, abandonaban sus deberes escolares y descuidaban, en general, sus buenas maneras. Como si hubiera entrado en la casa un duende chocarrero, todo era sobresaltos, tráfago inútil, voces, portazos. Las comidas se servían a destiempo, y a lo mejor, en el salón y hasta en cualquiera de las alcobas.

Porque, ante la consternación del comandante, la epiléptica contrariedad de su esposa y el disimulado regocijo de la gente menuda, la mano había tomado posesión del comedor para sus ejercicios gimnásticos, se encerraba por dentro con llave, y recibía a los que querían expulsarla tirándoles platos a la cabeza. No hubo más que ceder la plaza: rendirse con armas y bagajes, dijo Aranda.

Los viejos servidores, hasta "el ama que había criado a la niña", se ahuyentaron. Los nuevos servidores no aguantaban un día en la casa embrujada. Las amistades y los parientes desertaron. La policía comenzó a inquietarse ante las reiteradas reclamaciones de los vecinos. La última reja de plata que aún quedaba en el Palacio Nacional desapareció como por encanto. Se declaró una epidemia de hurtos, a cuenta de la misteriosa mano que muchas veces era inocente.

Y lo más cruel del caso es que la gente no culpaba a la mano, no creía que hubiera tal mano animada de vida propia, sino que todo lo atribuía a las malas artes del pobre manco. […] Sin duda Aranda era un brujo que tenía pacto con Satanás. La gente se santiguaba.

Ep.45 - La mano del comandante Aranda - Alfonso Reyes (1) Ep.45 - Die Hand des Kommandanten Aranda - Alfonso Reyes (1) Ep.45 - The Hand of Commander Aranda - Alfonso Reyes (1) Ep.45 - アランダ司令官の手 - アルフォンソ・レイエス (1) Эп.45 - Рука командора Аранды - Альфонсо Рейес (1)

Primero

“La gente no hablaba más que del tiempo. El tiempo, a pesar de todas las protestas, quiere que se hable de él. Las conversaciones de los hombres están tramadas sobre esta sustancia fundamental: el tiempo. Hablar del tiempo ha sido y será siempre un rasgo irreducible del hombre. ¿Qué es el hombre? El hombre es un ser que habla del tiempo con sus semejantes. Para los labriegos y los marinos, saber hablar del tiempo entra, desde luego, en el oficio; conocer el tiempo es un modo de profecía, y hasta puede ser cuestión de vida o muerte. Para Ulises, el más sutil de los navegantes, la ola y el viento son una constante preocupación.”

(Fuente: Obras completas de Alfonso Reyes. Volumen III. __El Cazador: I - Las grullas, el tiempo, y la política__. Alfonso Reyes. Letras Mexicanas. Fondo de Cultura Económica. 1995. URL:https://www.dropbox.com/sh/tdkxxesg53ugsp6/AACOhuz5P1zBkMIBEVDuYWwGa?dl=0&preview=Alfonso-Reyes-Obras-Completas-III.pdf)

Bienvenida

¡Hola! ¡Hola! Estimados y estimadas oyentes de Tres Cuentos, el podcast bilingüe dedicado a las narrativas literarias, históricas y tradicionales de Latino América. Yo soy Carolina Quiroga-Stultz, y hoy le damos la bienvenida a un nuevo autor, el mexicano Alfonso Reyes.

El párrafo inicial fue tomado del texto __Las grullas, el tiempo, y la política,__ escrito por Alfonso Reyes.

*

Confieso que la historia seleccionada para el episodio de hoy, al principio me fascinó, y me causó mucha gracia, pero la traducción fue otro cuento. Recuerdo haberme llevado el texto para mis vacaciones de aniversario, pensando que me sería fácil traducirlo a pesar de lo largo que se veía. I remember taking the text with me for my anniversary vacation, thinking that it would be easy to translate despite how long it looked. Sin embargo, mientras me moría del aburrimiento en el avión, decido sacar el texto para darle una mirada, y allí es cuando caigo en cuenta del lío en que me había metido.

Pensé en seleccionar otro cuento, pero como no me había traído ninguno de los libros que había usado para investigar, y le había prometido a mi esposo dejar el trabajo atrás en casa, no me quedo de otra que resignarme. Decidí dejar de quejarme de lo complejo que sería traducirlo, y buscar una forma de adaptarlo a una extensión y formato más sencillo.

Y es que el mexicano Alfonso Reyes tiene ese efecto en mí. Cada vez que leo algo de él y digo, ¡que enredo! Luego me hace reír, y quiero leer más.

El cuento de hoy “La mano del comandante Aranda,” lo encontré en el libro __Antología del Cuento Fantástico Hispanoamericano Siglo XIX__, selección y prólogo por Óscar Hahn, publicado por Editorial Universitaria El Mundo de las Letras.

Esta muy divertida narración nos llega en la voz de la narradora argentina Fabiana Piatti, de quien les contaré más en los comentarios.

El militar Aranda ha perdido en combate la mano derecha, pero en lugar de enterrarla o deshacerse de ella, decide disecarla y guárdala como memorabilia. Para sorpresa de todos, la mano cobra vida. Al principio perturba, luego es una más de la familia, hasta que se convierte en un ente independiente que busca el sentido de su propia existencia.

La mano del comandante Aranda

Por Alfonso Reyes (México, febrero 1940)

Leído y adaptado por Fabiana Piatti

Lee la historia original sin cortes aquí

El comandante Benjamín Aranda perdió una mano en acción de guerra, y fue la derecha, por su mal. Otros coleccionan manos de bronce, de marfil, cristal o madera, que a veces proceden de estatuas e imágenes religiosas o que son antiguas aldabas; y peores cosas guardan los cirujanos en bocales de alcohol. ¿Por qué no conservar esta mano disecada, testimonio de una hazaña gloriosa? ¿Estamos seguros de que la mano valga menos que el cerebro o el corazón?

Meditemos. No meditó Aranda, pero lo impulsaba un secreto instinto. El hombre teológico ha sido plasmado en la arcilla, como un muñeco, por la mano de Dios. El hombre biológico evoluciona merced al servicio de su mano, y su mano ha dotado al mundo de un nuevo reino natural, el reino de las industrias y las artes.

Si los murallones de Tebas se iban alzando al eco de la lira de Anfión, era su hermano Zeto, el albañil, quien encaramaba las piedras con la mano. La gente manual, los herreros y metalistas, aparecen por eso, en las arcaicas mitologías, envueltos como en vapores mágicos: son los hacedores de portento. Son __Las manos entregando el fuego__ que ha pintado Orozco.

En el mural de Diego Rivera (en el Palacio de Bellas Artes), la mano empuña el globo cósmico que encierra los poderes de creación y de destrucción: y en Chapingo, las manos proletarias están prontas a reivindicar el patrimonio de la tierra. En el cuadro de Alfaro Siqueiros, el hombre se reduce a un par de enormes manos que solicitan la dádiva de la realidad, sin duda para recomponerla a su guisa. […]

La mano, metáfora viviente, multiplica y extiende así el ámbito del hombre. Los demás sentidos se conforman con la pasividad; el sentido manual experimenta y añade, y con los despojos de la tierra, edifica un orden humano, hijo del hombre. […]

Este dios menor dividido en cinco personas ha acabado de hacer al hombre y le ha permitido construir el mundo humano. Lo mismo modela el jarro que el planeta, mueve la rueda del alfar y abre el canal de Suez.

Delicado y poderoso instrumento, posee los más afortunados recursos descubiertos por la vida física: bisagras, pinzas, tenazas, ganchos, agujas de tacto, cadenillas óseas, aspas, remos, nervios, ligámenes, canales, cojines, valles y montículos, estrellas fluviales. Posee suavidad y dureza, poderes de agresión y caricia. Y en otro orden ya inmaterial, amenaza y persuade, orienta y desorienta, ahuyenta y anima.

Los ensalmadores fascinan y curan con la mano. ¿Qué más? […]

¡Flor maravillosa de cinco pétalos, que se abren y cierran como la sensitiva, a la menor provocación! ¿El cinco es número necesario en las armonías universales? ¿Pertenece la mano al orden de la zarzarrosa, del nomeolvides, de la pimpinela escarlata? […]

No hay duda, la mano merece un respeto singular, y bien podía ocupar un sitio predilecto entre los lares del comandante Aranda.

II

La mano fue depositada cuidadosamente en un estuche acolchado. Las arrugas de raso blanco—soporte a las falanges, puente a la palma, regazo al pomo—fingían un diminuto paisaje alpestre. De cuando en cuando, se concedía a los íntimos el privilegio de contemplarla unos instantes. Pues era una mano agradable, robusta, inteligente, algo crispada aún por la empuñadura de la espada. Su conservación era perfecta.

Poco a poco, el tabú, el objeto misterioso, el talismán escondido, se fue volviendo familiar. Y entonces emigró del cofre de caudales hasta la vitrina de la sala, y se le hizo sitio entre las condecoraciones de campaña y las cruces de la Constancia Militar.

Dieron en crecerle las uñas, lo cual revelaba una vida lenta, sorda, subrepticia (secreta). De momento pareció un arrastre de inercia, y luego se vio que era virtud propia. Con alguna repugnancia al principio, la manicura de la familia accedió a cuidar de aquellas uñas cada ocho días. La mano estaba siempre muy bien acicalada y compuesta.

*

Sin saber cómo la mano bajó de categoría, sufrió una __manus diminutio__, dejó de ser una reliquia, y entró decididamente en la circulación doméstica.

A los seis meses, ya andaba de pisapapeles o servía para sujetar las hojas de los manuscritos pues la mano cortada era flexible, plástica, y los dedos conservaban dócilmente la postura que se les imprimía.

A pesar de su repugnante frialdad, los chicos de la casa acabaron por perderle el respeto. Al año, ya se rascaban con ella, o se divertían plegando sus dedos en forma de figa brasileña (en un gesto grotesco), carreta mexicana, y otras procacidades del folklore internacional.

La mano, así, recordó muchas cosas que tenía completamente olvidadas. Su personalidad se fue acentuando notablemente. Cobró conciencia y carácter propios. Empezó a alargar tentáculos. Luego se movió como tarántula. Todo parecía cosa de juego. Cuando, un día, se encontraron con que se había calzado sola un guante y se había ajustado una pulsera por la muñeca cercenada, ya a nadie le llamó la atención.

Andaba con libertad de un lado a otro, monstruoso falderillo algo acangrejado. Después aprendió a correr, con un galope muy parecido al de los conejos. Y haciendo "sentadillas" sobre los dedos, comenzó a saltar que era un prodigio. Un día se la vio venir, desplegada, en la corriente de aire: había adquirido la facultad del vuelo.

III

Pero, a todo esto, ¿cómo se orientaba? ¿cómo veía?

¡Ah! Ciertos sabios dicen que hay una luz oscura, insensible para la retina, acaso sensible para otros órganos, y más si se los especializa mediante la educación y el ejercicio. […]

¿Y no había de ver también la mano? Desde luego, ella completa su visión con el tacto, casi tiene ojos en los dedos, y la palma puede orientarse al golpe del aire como las membranas del murciélago. […]

Ello es que la mano, en cuanto se condujo sola, se volvió ingobernable, echó temperamento. Podemos decir, que fue entonces cuando "sacó las uñas". Iba y venía a su talante. Desaparecía cuando le daba la gana, volvía cuando se le antojaba. Alzaba castillos de equilibrio inverosímil con las botellas y las copas. Dicen que hasta se emborrachaba, y en todo caso, trasnochaba.

No obedecía a nadie. Era burlona y traviesa. Pellizcaba las narices a las visitas, abofeteaba en la puerta a los cobradores. Se quedaba inmóvil, "haciendo el muerto", para dejarse contemplar por los que aún no la conocían, y de repente les hacía una señal obscena. Se complacía, singularmente, en darle suaves sopapos a su antiguo dueño, y también solía espantarle las moscas. Y él la contemplaba con ternura, los ojos arrasados en lágrimas, como a un hijo que hubiera resultado "mala cabeza".

Todo lo trastornaba. Ya le daba por asear y barrer la casa, ya por mezclar los zapatos de la familia, con verdadero genio aritmético de las permutaciones, combinaciones y cambiaciones; o rompía los vidrios a pedradas, o escondía las pelotas de los muchachos que juegan por la calle.

*

El comandante la observaba y sufría en silencio. Su señora le tenía un odio incontenible, y era —claro está—su víctima preferida. La mano, en tanto que pasaba a otros ejercicios, la humillaba dándole algunas lecciones de labor y de cocina.

La verdad es que la familia comenzó a desmoralizarse. El manco caía en extremos de melancolía muy contrarios a su antiguo modo de ser. La señora se volvió recelosa y asustadiza, casi con manía de persecución. Los hijos se hacían negligentes, abandonaban sus deberes escolares y descuidaban, en general, sus buenas maneras. Como si hubiera entrado en la casa un duende chocarrero, todo era sobresaltos, tráfago inútil, voces, portazos. Las comidas se servían a destiempo, y a lo mejor, en el salón y hasta en cualquiera de las alcobas.

Porque, ante la consternación del comandante, la epiléptica contrariedad de su esposa y el disimulado regocijo de la gente menuda, la mano había tomado posesión del comedor para sus ejercicios gimnásticos, se encerraba por dentro con llave, y recibía a los que querían expulsarla tirándoles platos a la cabeza. No hubo más que ceder la plaza: rendirse con armas y bagajes, dijo Aranda.

Los viejos servidores, hasta "el ama que había criado a la niña", se ahuyentaron. Los nuevos servidores no aguantaban un día en la casa embrujada. Las amistades y los parientes desertaron. La policía comenzó a inquietarse ante las reiteradas reclamaciones de los vecinos. La última reja de plata que aún quedaba en el Palacio Nacional desapareció como por encanto. Se declaró una epidemia de hurtos, a cuenta de la misteriosa mano que muchas veces era inocente.

Y lo más cruel del caso es que la gente no culpaba a la mano, no creía que hubiera tal mano animada de vida propia, sino que todo lo atribuía a las malas artes del pobre manco. […] Sin duda Aranda era un brujo que tenía pacto con Satanás. La gente se santiguaba.