×

We use cookies to help make LingQ better. By visiting the site, you agree to our cookie policy.


image

Tres Cuentos, Ep.41 - La última guerra - Amado Nervo (1)

Ep.41 - La última guerra - Amado Nervo (1)

Kalpa

“- ¿Queréis que todo esto vuelva a empezar?

-Sí -responden a coro.”

Y así habló Zarathustra

En todas las eternidades

que a nuestro mundo precedieron,

¿cómo negar que ya existieron

planetas con humanidades;

y hubo Homeros que describieron

las primeras heroicidades,

y hubo Shakespeares que ahondar supieron

del alma en las profundidades?

Serpiente que muerdes tu cola,

inflexible círculo, bola

negra, que giras sin cesar,

refrán monótono del mismo

canto, marea del abismo,

¿sois cuento de nunca acabar?…

Fuente: Amado Nervo, Poema Kalpa: https://allpoetry.com/poem/8532539-Kalpa-by-Amado-Ruiz-de-Nervo#orig_8532539,%20.otitle_8532539

Bienvenida

Bienvenidos queridas y queridos oyentes de Tres Cuentos, el podcast bilingüe dedicado a las narrativas literarias, históricas y tradicionales latinoamericanas. Soy Carolina Quiroga-Stultz, y hoy finalizamos con la Ciencia Ficción Hispanoamericana.

El poema anterior fue escrito por el autor que presentaremos el día de hoy, el poeta mexicano Amado Nervo.

*

Hace un par de años, en un campamento de verano para niños PreK en San Antonio, Texas, tuve una de esas anécdotas que dividen el tiempo en "antes y después".

Después de contar el primer cuento, pasé a contar otro de origen africano. Empecé a decir, "Hace mucho tiempo, cuando los animales podían hablar". En ese momento una niña de unos cinco años me interrumpió abruptamente, y con escepticismo dijo: ¡Los animales no pueden hablar!

Traté de continuar, pero ella seguía diciendo en voz alta ¡Los animales no puede hablar! Me di cuenta de que no tenía sentido detener todo el espectáculo para explicarle que los animales se comunican. Que lo que pasa es que nosotros los humanos no hemos hecho el esfuerzo.

Después de aquella anécdota, comencé a iniciar mi hora de narración llamando a la Imaginación, como una forma de guiar a los niños(as) a abrir sus mentes a ideas como "los animales hablan". ¡Hasta ahora ha funcionado!

Continuemos pues, es un placer presentar la voz que le dará vida al cuento de Amado Nervo, “La última guerra”, la argentina y anfitriona del programa Audiolibros Por Qué Leer, Cecilia Bona. Pero les contaré más acerca de ella en los comentarios.

En la historia de la humanidad, las revoluciones han dado pie a nuevas religiones, a los derechos humanos y otros acontecimientos mundiales. Esta vez, el ascenso de los animales cuyo lenguaje y conciencia han evolucionado, será la chispa que encienda una revolución que establece el "antes y el después" de la humanidad.

La Última Guerra

Amado Nervo (México)

Narrado por Cecilia Bona

Tres habían sido las grandes revoluciones de que se tenía noticia: la que pudiéramos

llamar Revolución cristiana, que en modo tal modificó la sociedad y la vida en todo el haz del

planeta; la Revolución francesa, que, eminentemente justiciera, vino, a cercén de guillotina,

a igualar derechos y cabezas, y la Revolución socialista, la más reciente de todas, aunque

remontaba al año dos mil treinta de la Era cristiana.

Inútil sería insistir sobre el horror y la unanimidad de esta última revolución, que conmovió la tierra hasta en sus cimientos y que de una manera tan radical reformó ideas, condiciones, costumbres, partiendo en dos el tiempo, de suerte que en adelante ya no pudo decirse sino: Antes de la Revolución social y después de la Revolución social. Sólo haremos notar que, hasta la propia fisonomía de la especie, merced a esta gran conmoción, se modificó en cierto modo.

Cuéntase, en efecto, que antes de la Revolución había, sobre todo en los últimos años que la precedieron, ciertos signos muy visibles que distinguían físicamente a las clases llamadas entonces privilegiadas, de los proletarios, a saber: las manos de los individuos de las primeras, sobre todo de las mujeres, tenían dedos afilados, largos, de una delicadeza superior al pétalo de un jazmín, en tanto que las manos de los proletarios, fuera de su notable aspereza o del espesor exagerado de sus dedos, solían tener seis de estos en la diestra, encontrándose el sexto (un poco rudimentario, a decir verdad, y más bien formado por una callosidad semiarticulada) entre el pulgar y el índice, generalmente.

Otras muchas marcas delataban, a lo que se cuenta, la diferencia de las clases, y mucho temeríamos fatigar la paciencia del oyente enumerándolas. Solo diremos que los gremios de conductores de vehículos y locomóviles de cualquier género, tales como aeroplanos, aeronaves, aerociclos, automóviles, expresos magnéticos, directísimos transetéreolunares, etc., cuya característica en el trabajo era la perpetua inmovilidad de piernas, habían llegado a la atrofia absoluta de estas, al grado de que, terminadas sus tareas, se dirigían a sus domicilios en pequeños carros eléctricos especiales, usando de ellos para cualquier traslación personal.

La Revolución Social vino, empero, a cambiar de tal suerte la condición humana, que todas estas características fueron desapareciendo en el transcurso de los siglos, y en el año tres mil quinientos dos de la Nueva Era (o sea cinco mil quinientos treinta y dos de la Era Cristiana) no quedaba ni un vestigio de tal desigualdad dolorosa entre los miembros de la humanidad.

La Revolución social se maduró, no hay niño de escuela que no lo sepa, con la anticipación de muchos siglos. En realidad, la Revolución francesa la preparó, fue el segundo eslabón de la cadena de progresos y de libertades que empezó con la Revolución cristiana; pero hasta el siglo XIX de la vieja era no empezó a definirse el movimiento unánime de los hombres hacia la igualdad.

El año de la era cristiana 1950 murió el último rey, un rey del Extremo Oriente, visto como una positiva curiosidad por las gentes de aquel tiempo. Europa, que, según la predicción de un gran capitán (a decir verdad, considerado hoy por muchos historiadores como un personaje mítico), en los comienzos del siglo XX (post J.C.) tendría que ser republicana o cosaca se convirtió, en efecto, en el año de 1916, en los Estados Unidos de Europa, federación creada a imagen y semejanza de los Estados Unidos de América (cuyo recuerdo en los anales de la humanidad ha sido tan brillante, y que en aquel entonces ejercían en los destinos del viejo continente una influencia omnímoda).

II

Pero no divaguemos: ya hemos usado más de tres cilindros de fonotelerradiógrafo en pensar estas reminiscencias (1), y no llegamos aún al punto capital de nuestra narración.

Como decíamos al principio, tres habían sido las grandes revoluciones de que se tenía noticia; pero después de ellas, la humanidad, acostumbrada a una paz y a una estabilidad inconmovibles, así en el terreno científico, merced a lo definitivo de los principios conquistados, como en el terreno social, gracias a la maravillosa sabiduría de las leyes y a la alta moralidad de las costumbres, había perdido hasta la noción de lo que era la vigilancia y cautela, y a pesar de su aprendizaje de sangre, tan largo, no sospechaba los terribles acontecimientos que estaban a punto de producirse.

La ignorancia del inmenso complot que se fraguaba en todas partes se explica, por lo demás, perfectamente, por varias razones: en primer lugar, el lenguaje hablado por los animales, lenguaje primitivo, pero pintoresco y bello, era conocido de muy pocos hombres, y esto se comprende; los seres vivientes estaban divididos en dos únicas porciones: los hombres, la clase superior, la élite, como si dijéramos del planeta, iguales todos en derechos y casi, casi en intelectualidad, y los animales, humanidad inferior que iba progresando muy lentamente a través de los milenarios, pero que se encontraba en aquel entonces, por lo que ve a los mamíferos, sobre todo, en ciertas condiciones de perfectibilidad relativa muy apreciables. Ahora bien: la élite, el hombre, hubiera juzgado indecoroso para su dignidad aprender cualquiera de los dialectos animales llamados inferiores.

En segundo lugar, la separación entre ambas porciones de la humanidad era completa, pues aun cuando cada familia de hombres alojaba en su habitación propia a dos o tres animales que ejecutaban todos los servicios, hasta los más pesados, como los de la cocina (preparación química de pastillas y de jugos para inyecciones), el aseo de la casa, el cultivo de la tierra, etc., no era común tratar con ellos, sino para darles órdenes en el idioma patricio, o sea el del hombre, que todos ellos aprendían.

En tercer lugar, la dulzura del yugo a que se les tenía sujetos, la holgura relativa de sus recreos, les daba tiempo de conspirar tranquilamente, sobre todo en sus centros de reunión, los días de descanso, centros a los que era raro que concurriese hombre alguno.

(1) Las vibraciones del cerebro, al pensar se comunicaban directamente a un registrador especial, que a su vez las transmitía a su destino. Hoy se ha reformado por completo este aparato. (n. del autor).

III

¿Cuáles fueron las causas determinantes de esta cuarta revolución, la última (así lo espero) de las que han ensangrentado el planeta? En tesis general, las mismas que ocasionaron la Revolución social, las mismas que han ocasionado, puede decirse, todas las revoluciones: viejas hambres, viejos odios hereditarios, la tendencia a igualdad de prerrogativas y de derechos, y la aspiración a lo mejor, latente en el alma de todos los seres...

Los animales no podían quejarse, por cierto: el hombre era para ellos paternal, muy más paternal de lo que lo fueron para el proletario los grandes señores después de la Revolución francesa.

Obligabales a desempeñar tareas relativamente rudas, es cierto; porque él, por lo excelente de su naturaleza, se dedicaba de preferencia a la contemplación; más un intercambio noble, y aun magnánimo, recompensaba estos trabajos con relativas comodidades y placeres. Empero, por una parte el odio atávico de que hablamos, acumulado en tantos siglos de malos tratamientos, y por otra el anhelo, quizá justo ya, de reposo y de mando, determinaban aquella lucha que iba a hacer época en los anales del mundo.

Para que los que oyen esta historia puedan darse una cuenta más exacta y más gráfica, si vale la palabra, de los hechos que precedieron a la revolución, a la rebelión debiéramos decir, de los animales contra el hombre, vamos a hacerles asistir a una de tantas asambleas secretas que se convocaban para definir el programa de la tremenda pugna, asamblea efectuada en México, uno de los grandes focos directores, y que, cumpliendo la profecía de un viejo sabio del siglo XIX, llamado Eliseo Reclus, se había convertido, por su posición geográfica en la medianía de América y entre los dos grandes océanos, en el centro del mundo.

Había en la falda del Ajusco, adonde llegaban los últimos barrios de la ciudad, un gimnasio para mamíferos, en el que estos se reunían los días de fiesta y casi pegado al gimnasio un gran salón de conciertos, muy frecuentado por los mismos. En este salón, de condiciones acústicas perfectas y de amplitud considerable, se efectuó el domingo 3 de agosto de 5532 (de la Nueva Era) la asamblea en cuestión.

Presidía Equs Robertis, un caballo muy hermoso, por cierto; y el primer orador designado era un propagandista célebre en aquel entonces, Can Canis, perro de una inteligencia notable, aunque muy exaltado. Debo advertir que en todas partes del mundo repercutiría, como si dijéramos, el discurso en cuestión, merced a emisores especiales que registraban toda vibración y la transmitían solo a aquellos que tenían los receptores correspondientes, utilizando ciertas corrientes magnéticas; aparatos estos ya hoy en desuso por poco prácticos.

Cuando Can Canis se puso en pie para dirigir la palabra al auditorio, oyéronse por todas partes rumores de aprobación.

IV

Mis queridos hermanos —empezó Can Canis—:

La hora de nuestra definitiva liberación está próxima. A un signo nuestro, centenares de millares de hermanos se levantarán como una sola masa y caerán sobre los hombres, sobre los tiranos, con la rapidez de una centella. El hombre desaparecerá del haz del planeta y hasta su huella se desvanecerá con él. Entonces seremos nosotros dueños de la tierra, volveremos a serlo, mejor dicho, pues que primero que nadie lo fuimos, en el albor de los milenarios, antes de que el antropoide apareciese en las florestas vírgenes y de que su aullido de terror repercutiese en las cavernas ancestrales. ¡Ah!, todos llevamos en los glóbulos de nuestra sangre el recuerdo orgánico, si la frase se me permite, de aquellos tiempos benditos en que fuimos los reyes del mundo. Entonces, el sol enmarañado aún de llamas a la simple vista, enorme y tórrido, calentaba la tierra con amor en toda su superficie, y de los bosques, de los mares, de los barrancos, de los collados, se exhalaba un vaho espeso y tibio que convidaba a la pereza y a la beatitud.

Ep.41 - La última guerra - Amado Nervo (1) Ep.41 - The Last War - Amado Nervo (1) Ep.41 - 最後の戦争 - アマド・ネルボ (1) Эп.41 - Последняя война - Амадо Нерво (1)

Kalpa

“- ¿Queréis que todo esto vuelva a empezar?

-Sí -responden a coro.”

Y así habló Zarathustra

En todas las eternidades

que a nuestro mundo precedieron,

¿cómo negar que ya existieron

planetas con humanidades;

y hubo Homeros que describieron

las primeras heroicidades,

y hubo Shakespeares que ahondar supieron

del alma en las profundidades?

Serpiente que muerdes tu cola,

inflexible círculo, bola

negra, que giras sin cesar,

refrán monótono del mismo

canto, marea del abismo,

¿sois cuento de nunca acabar?…

Fuente: Amado Nervo, Poema Kalpa: https://allpoetry.com/poem/8532539-Kalpa-by-Amado-Ruiz-de-Nervo#orig_8532539,%20.otitle_8532539

Bienvenida

Bienvenidos queridas y queridos oyentes de Tres Cuentos, el podcast bilingüe dedicado a las narrativas literarias, históricas y tradicionales latinoamericanas. Soy Carolina Quiroga-Stultz, y hoy finalizamos con la Ciencia Ficción Hispanoamericana.

El poema anterior fue escrito por el autor que presentaremos el día de hoy, el poeta mexicano Amado Nervo.

*

Hace un par de años, en un campamento de verano para niños PreK en San Antonio, Texas, tuve una de esas anécdotas que dividen el tiempo en "antes y después".

Después de contar el primer cuento, pasé a contar otro de origen africano. Empecé a decir, "Hace mucho tiempo, cuando los animales podían hablar". En ese momento una niña de unos cinco años me interrumpió abruptamente, y con escepticismo dijo: ¡Los animales no pueden hablar!

Traté de continuar, pero ella seguía diciendo en voz alta ¡Los animales no puede hablar! Me di cuenta de que no tenía sentido detener todo el espectáculo para explicarle que los animales se comunican. Que lo que pasa es que nosotros los humanos no hemos hecho el esfuerzo.

Después de aquella anécdota, comencé a iniciar mi hora de narración llamando a la Imaginación, como una forma de guiar a los niños(as) a abrir sus mentes a ideas como "los animales hablan". ¡Hasta ahora ha funcionado!

Continuemos pues, es un placer presentar la voz que le dará vida al cuento de Amado Nervo, “La última guerra”, la argentina y anfitriona del programa Audiolibros Por Qué Leer, Cecilia Bona. Pero les contaré más acerca de ella en los comentarios.

En la historia de la humanidad, las revoluciones han dado pie a nuevas religiones, a los derechos humanos y otros acontecimientos mundiales. Esta vez, el ascenso de los animales cuyo lenguaje y conciencia han evolucionado, será la chispa que encienda una revolución que establece el "antes y el después" de la humanidad.

La Última Guerra

Amado Nervo (México)

Narrado por Cecilia Bona

Tres habían sido las grandes revoluciones de que se tenía noticia: la que pudiéramos

llamar Revolución cristiana, que en modo tal modificó la sociedad y la vida en todo el haz del

planeta; la Revolución francesa, que, eminentemente justiciera, vino, a cercén de guillotina,

a igualar derechos y cabezas, y la Revolución socialista, la más reciente de todas, aunque

remontaba al año dos mil treinta de la Era cristiana.

Inútil sería insistir sobre el horror y la unanimidad de esta última revolución, que conmovió la tierra hasta en sus cimientos y que de una manera tan radical reformó ideas, condiciones, costumbres, partiendo en dos el tiempo, de suerte que en adelante ya no pudo decirse sino: Antes de la Revolución social y después de la Revolución social. Sólo haremos notar que, hasta la propia fisonomía de la especie, merced a esta gran conmoción, se modificó en cierto modo.

Cuéntase, en efecto, que antes de la Revolución había, sobre todo en los últimos años que la precedieron, ciertos signos muy visibles que distinguían físicamente a las clases llamadas entonces privilegiadas, de los proletarios, a saber: las manos de los individuos de las primeras, sobre todo de las mujeres, tenían dedos afilados, largos, de una delicadeza superior al pétalo de un jazmín, en tanto que las manos de los proletarios, fuera de su notable aspereza o del espesor exagerado de sus dedos, solían tener seis de estos en la diestra, encontrándose el sexto (un poco rudimentario, a decir verdad, y más bien formado por una callosidad semiarticulada) entre el pulgar y el índice, generalmente.

Otras muchas marcas delataban, a lo que se cuenta, la diferencia de las clases, y mucho temeríamos fatigar la paciencia del oyente enumerándolas. Solo diremos que los gremios de conductores de vehículos y locomóviles de cualquier género, tales como aeroplanos, aeronaves, aerociclos, automóviles, expresos magnéticos, directísimos transetéreolunares, etc., cuya característica en el trabajo era la perpetua inmovilidad de piernas, habían llegado a la atrofia absoluta de estas, al grado de que, terminadas sus tareas, se dirigían a sus domicilios en pequeños carros eléctricos especiales, usando de ellos para cualquier traslación personal.

La Revolución Social vino, empero, a cambiar de tal suerte la condición humana, que todas estas características fueron desapareciendo en el transcurso de los siglos, y en el año tres mil quinientos dos de la Nueva Era (o sea cinco mil quinientos treinta y dos de la Era Cristiana) no quedaba ni un vestigio de tal desigualdad dolorosa entre los miembros de la humanidad.

La Revolución social se maduró, no hay niño de escuela que no lo sepa, con la anticipación de muchos siglos. En realidad, la Revolución francesa la preparó, fue el segundo eslabón de la cadena de progresos y de libertades que empezó con la Revolución cristiana; pero hasta el siglo XIX de la vieja era no empezó a definirse el movimiento unánime de los hombres hacia la igualdad.

El año de la era cristiana 1950 murió el último rey, un rey del Extremo Oriente, visto como una positiva curiosidad por las gentes de aquel tiempo. Europa, que, según la predicción de un gran capitán (a decir verdad, considerado hoy por muchos historiadores como un personaje mítico), en los comienzos del siglo XX (post J.C.) tendría que ser republicana o cosaca se convirtió, en efecto, en el año de 1916, en los Estados Unidos de Europa, federación creada a imagen y semejanza de los Estados Unidos de América (cuyo recuerdo en los anales de la humanidad ha sido tan brillante, y que en aquel entonces ejercían en los destinos del viejo continente una influencia omnímoda).

II

Pero no divaguemos: ya hemos usado más de tres cilindros de fonotelerradiógrafo en pensar estas reminiscencias (1), y no llegamos aún al punto capital de nuestra narración.

Como decíamos al principio, tres habían sido las grandes revoluciones de que se tenía noticia; pero después de ellas, la humanidad, acostumbrada a una paz y a una estabilidad inconmovibles, así en el terreno científico, merced a lo definitivo de los principios conquistados, como en el terreno social, gracias a la maravillosa sabiduría de las leyes y a la alta moralidad de las costumbres, había perdido hasta la noción de lo que era la vigilancia y cautela, y a pesar de su aprendizaje de sangre, tan largo, no sospechaba los terribles acontecimientos que estaban a punto de producirse.

La ignorancia del inmenso complot que se fraguaba en todas partes se explica, por lo demás, perfectamente, por varias razones: en primer lugar, el lenguaje hablado por los animales, lenguaje primitivo, pero pintoresco y bello, era conocido de muy pocos hombres, y esto se comprende; los seres vivientes estaban divididos en dos únicas porciones: los hombres, la clase superior, la élite, como si dijéramos del planeta, iguales todos en derechos y casi, casi en intelectualidad, y los animales, humanidad inferior que iba progresando muy lentamente a través de los milenarios, pero que se encontraba en aquel entonces, por lo que ve a los mamíferos, sobre todo, en ciertas condiciones de perfectibilidad relativa muy apreciables. Ahora bien: la élite, el hombre, hubiera juzgado indecoroso para su dignidad aprender cualquiera de los dialectos animales llamados inferiores.

En segundo lugar, la separación entre ambas porciones de la humanidad era completa, pues aun cuando cada familia de hombres alojaba en su habitación propia a dos o tres animales que ejecutaban todos los servicios, hasta los más pesados, como los de la cocina (preparación química de pastillas y de jugos para inyecciones), el aseo de la casa, el cultivo de la tierra, etc., no era común tratar con ellos, sino para darles órdenes en el idioma patricio, o sea el del hombre, que todos ellos aprendían.

En tercer lugar, la dulzura del yugo a que se les tenía sujetos, la holgura relativa de sus recreos, les daba tiempo de conspirar tranquilamente, sobre todo en sus centros de reunión, los días de descanso, centros a los que era raro que concurriese hombre alguno.

(1) Las vibraciones del cerebro, al pensar se comunicaban directamente a un registrador especial, que a su vez las transmitía a su destino. Hoy se ha reformado por completo este aparato. (n. del autor).

III

¿Cuáles fueron las causas determinantes de esta cuarta revolución, la última (así lo espero) de las que han ensangrentado el planeta? En tesis general, las mismas que ocasionaron la Revolución social, las mismas que han ocasionado, puede decirse, todas las revoluciones: viejas hambres, viejos odios hereditarios, la tendencia a igualdad de prerrogativas y de derechos, y la aspiración a lo mejor, latente en el alma de todos los seres...

Los animales no podían quejarse, por cierto: el hombre era para ellos paternal, muy más paternal de lo que lo fueron para el proletario los grandes señores después de la Revolución francesa.

Obligabales a desempeñar tareas relativamente rudas, es cierto; porque él, por lo excelente de su naturaleza, se dedicaba de preferencia a la contemplación; más un intercambio noble, y aun magnánimo, recompensaba estos trabajos con relativas comodidades y placeres. Empero, por una parte el odio atávico de que hablamos, acumulado en tantos siglos de malos tratamientos, y por otra el anhelo, quizá justo ya, de reposo y de mando, determinaban aquella lucha que iba a hacer época en los anales del mundo.

Para que los que oyen esta historia puedan darse una cuenta más exacta y más gráfica, si vale la palabra, de los hechos que precedieron a la revolución, a la rebelión debiéramos decir, de los animales contra el hombre, vamos a hacerles asistir a una de tantas asambleas secretas que se convocaban para definir el programa de la tremenda pugna, asamblea efectuada en México, uno de los grandes focos directores, y que, cumpliendo la profecía de un viejo sabio del siglo XIX, llamado Eliseo Reclus, se había convertido, por su posición geográfica en la medianía de América y entre los dos grandes océanos, en el centro del mundo.

Había en la falda del Ajusco, adonde llegaban los últimos barrios de la ciudad, un gimnasio para mamíferos, en el que estos se reunían los días de fiesta y casi pegado al gimnasio un gran salón de conciertos, muy frecuentado por los mismos. En este salón, de condiciones acústicas perfectas y de amplitud considerable, se efectuó el domingo 3 de agosto de 5532 (de la Nueva Era) la asamblea en cuestión.

Presidía Equs Robertis, un caballo muy hermoso, por cierto; y el primer orador designado era un propagandista célebre en aquel entonces, Can Canis, perro de una inteligencia notable, aunque muy exaltado. Debo advertir que en todas partes del mundo repercutiría, como si dijéramos, el discurso en cuestión, merced a emisores especiales que registraban toda vibración y la transmitían solo a aquellos que tenían los receptores correspondientes, utilizando ciertas corrientes magnéticas; aparatos estos ya hoy en desuso por poco prácticos.

Cuando Can Canis se puso en pie para dirigir la palabra al auditorio, oyéronse por todas partes rumores de aprobación.

IV

Mis queridos hermanos —empezó Can Canis—:

La hora de nuestra definitiva liberación está próxima. A un signo nuestro, centenares de millares de hermanos se levantarán como una sola masa y caerán sobre los hombres, sobre los tiranos, con la rapidez de una centella. El hombre desaparecerá del haz del planeta y hasta su huella se desvanecerá con él. Entonces seremos nosotros dueños de la tierra, volveremos a serlo, mejor dicho, pues que primero que nadie lo fuimos, en el albor de los milenarios, antes de que el antropoide apareciese en las florestas vírgenes y de que su aullido de terror repercutiese en las cavernas ancestrales. ¡Ah!, todos llevamos en los glóbulos de nuestra sangre el recuerdo orgánico, si la frase se me permite, de aquellos tiempos benditos en que fuimos los reyes del mundo. Entonces, el sol enmarañado aún de llamas a la simple vista, enorme y tórrido, calentaba la tierra con amor en toda su superficie, y de los bosques, de los mares, de los barrancos, de los collados, se exhalaba un vaho espeso y tibio que convidaba a la pereza y a la beatitud.