El que inventó el reloj ¿Cómo sabía qué hora era?
El que inventó el reloj ¿cómo sabía qué hora era?
Lo primero que debes saber es que la humanidad empezó a medir el tiempo mucho antes de inventar
los relojes. Así que ¿quién decidió que el día se dividiera en 24 horas, la hora
en 60 minutos y el minuto en 60 segundos? En la antigüedad, el tiempo solo era medido
en unidades como días, semanas, meses y años, gracias a su sincronización con los fenómenos
astronómicos; esta explicación las puedes ver en uno de nuestros videos anteriores.
Originalmente cada día tenía sólo dos partes: la que tenía sol y la que no. Pero dividir
el día en “luz” y “oscuridad” no era suficiente, por lo tanto los egipcios
decidieron fraccionarlo en partes más pequeñas con la ayuda de instrumentos rudimentarios
como los primeros relojes de sol. Gracias a esos artefactos, los egipcios determinaron
que entre el amanecer y el anochecer habría 12 intervalos. Así, la primera hora era al
amanecer y la doceava al anochecer. Pero se toparon con un “minúsculo” problema:
los relojes de sol no funcionaban por la noche. Eran de energía solar ¿entiendes? Je je
… ejem… El caso es que ahora tenían un día dividido
en “12 intervalos con luz” y un periodo largo sin luz. La solución a esto llegó
cuando los astrónomos egipcios se percataron de que durante el periodo de completa oscuridad,
se completaba el pasaje de 12 estrellas...Por eso decidieron dividir el día en 12 intervalos
diurnos (dictados por la posición del sol) y 12 intervalos nocturnos (reflejados por
las estrellas visibles en la noche). En total, 24 “periodos en un día”. Estas horas
eran desiguales: más largas en verano y más cortas en invierno. Este sistema lo adoptaron
los romanos y de ahí pasó a todo el mundo occidental.
¿Y por qué 12 horas y no otro número? Se debe a la herencia de antiguas civilizaciones
como los Babilonios, que usaban sistemas para contar basados en el número 12, en lugar
del 10. Esto se debía a que usaban cada falange de sus dedos, sin contar el pulgar, para contar.
Impresionantemente, este número es uno de los más adecuados para medir, porque tiene
muchas maneras de ser dividido de manera exacta. Si se divide entre dos, entre tres, entre
cuatro o entre seis, obtienes números enteros. Y multiplicado por cinco, da sesenta. Por
supuesto que podríamos usar un sistema decimal, pero tendríamos que cambiar las costumbres
y los relojes de todo el mundo. La división de las horas en minutos y estos
en segundos, se debe a que el número sesenta también es muy conveniente. Sesenta es el
número más pequeño divisible entre los seis primeros números y también entre 10,
12, 15, 20 y 30. Claudio Ptolomeo equiparó la geometría del círculo de 360 grados con
la duración de cada hora: cada grado puede ser dividido en 60 partes iguales, y estas,
divididas en 60 otra vez. Dichas partes fueron conocidas como “parte minuta primae” (parte
pequeña primera) y “parte minuta secundae”, (parte pequeña segunda), y que ahora llamamos
simplemente, minutos y segundos. A la gente común realmente no le importaban los minutos
y los segundos, sólo saber más o menos en qué parte del día estaban. Fue hasta varios
siglos después cuando estas divisiones fueron incluidas como fracciones de hora en los relojes
mecánicos. La precisión de estos aparatos sólo se volvió importante hasta la edad
media, cuando era necesario llevar un horario riguroso de tiempos de oración y trabajo.
A pesar de que continuamos usando un sistema basado en costumbres de milenios atrás, la
tecnología ha sido fundamental para mantener actualizada nuestra medición. Hoy en día
casi no usamos los relojes solares, de arena o de péndulo, sino que confiamos en mecanismos
más precisos, como el del “tiempo atómico”. Desde los años sesenta se define un segundo,
ya no como una fracción de un evento astronómico, sino como la duración que le toma a un átomo
de cesio realizar más de 9 billones de oscilaciones. Con este nuevo modelo, surgió el concepto
de Tiempo Coordinado Universal, o UTC, el cual es pieza clave para mantener sincronizados
a la perfección los relojes de todo el mundo. ¡Curiosamente!
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