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El arte de la buena vida, El arte de la buena vida (4)

El arte de la buena vida (4)

día a día. Por el contrario, serán fracasados retraídos y pasivos. De hecho, se asemejarán

a individuos depresivos incapaces siquiera de salir de la cama por la mañana. Sin embargo,

antes de sucumbir a esta línea argumental, hemos de recordar que los estoicos no eran

pasivos ni retraídos. Por el contrario, participaban plenamente en la vida diaria. De esto se sigue

una de estas dos conclusiones, o los estoicos eran hipócritas que no actuaban conforme

a sus principios o en la argumentación anterior hemos, malinterpretado los principios estoicos.

Ahora discutiré esta segunda alternativa. recordemos que entre las cosas sobre las que

tenemos un control absoluto están los objetivos que nos fijamos a, nosotros mismos. Creo que

cuando un estoico se preocupa por las cosas sobre las que tiene un control relativo, como

ganar un partido de tenis, será muy cuidadoso respecto a los objetivos que define para sí

mismo. En particular, procurará disponer objetivos internos en lugar de objetivos externos. Así

pues, su objetivo al jugar al tenis no será ganar el partido, algo externo, sobre lo que

sólo tiene un control parcial, sino jugar dando lo mejor de sí, algo interno, sobre

lo que tiene un control absoluto. Al elegir este objetivo, se ahorrará la frustración

o la decepción si pide el partido. Como su objetivo no era ganar, no habrá fracasado

en su objetivo, siempre y cuando haya dado lo mejor de sí. Su serenidad no se verá

perturbada. En este punto merece la pena señalar que dar lo mejor de sí mismo al jugar un

partido de tenis y ganar el, partido están conectados causalmente. En concreto, qué

mejor manera de ganar el partido que esforzándose al máximo. Los estoicos sabían que nuestros

objetivos internos influirán en nuestro rendimiento externo, pero también que los objetivos que

nos fijamos conscientemente pueden ejercer un gran impacto en nuestro, subsiguiente estado

emocional. En particular, si decidimos conscientemente que nuestro objetivo será ganar el partido

de tenis, no aumentaremos nuestras posibilidades de ganarlo. De hecho, quizá incluso las limitaremos,

si al principio del partido da la impresión de que vamos a perder, nos pondremos nerviosos,

lo que influirá negativamente en nuestro juego y reducirá nuestras posibilidades.

Además, al definir ganar el partido como nuestro objetivo, multiplicamos exponencialmente la

posibilidad de que el resultado nos perturbe. Si, por otra parte, decidimos que dar lo mejor

de nosotros mismos es nuestro objetivo, no reduciremos nuestras perspectivas de ganar,

pero si la posibilidad de que el resultado del partido resulte una experiencia perturbadora.

Así pues, interiorizar nuestros objetivos respecto al tenis no tiene vuelta de hoja,

definir que nuestro objetivo será jugar lo mejor que podamos presenta una ventaja,

una angustia emocional reducida en el futuro, y muy pocas o ninguna desventaja. En lo que

respecta a otros aspectos de la vida más significativos, un estoico será igualmente

cuidadoso al definir sus objetivos. Por ejemplo, los estoicos me recomendarían preocuparme por

saber si mi pareja me quiere, aun cuando se trata de una cuestión sobre la que no puedo

ejercer un control absoluto. Pero cuando me ocupo de este asunto, mi objetivo no debería

ser un mero objetivo externo, conseguir que me quiera, no importa cuánto lo intente,

puedo fracasar en este aspecto, y la inquietud se apoderará de mí. Por el contrario, mi objetivo

debería ser interno, comportarme, en la medida de mis posibilidades, de manera cariñosa. De un modo

análogo, mi objetivo respecto a mi jefe debería ser hacer mi trabajo lo mejor que pueda. Estos

objetivos son factibles al margen de la reacción de mi pareja y de mi jefe ante mis esfuerzos.

Al interiorizar estos esfuerzos en la vida cotidiana, el estoico es capaz de preservar

su serenidad mientras afronta cuestiones sobre las que solo tiene un control parcial.

Categorías de cosas. Ejemplo. Consejo de Epicteto. Cosas sobre las que tenemos un control absoluto.

Los objetivos que formamos para nosotros mismos, nuestros valores. Deberíamos atender a estas

cuestiones. Cosas sobre las que no tenemos ningún control en absoluto. Que el sol salga mañana.

No deberíamos atender a estas cuestiones. Cosas sobre las que tenemos un control relativo. Ganar

el partido de tenis. Deberíamos atender a estas cuestiones, pero deberíamos ser precavidos al

interiorizar los objetivos que nos formamos respecto a ellas. La tricotomía del control.

Creo que es especialmente importante interiorizar nuestros objetivos si tenemos una profesión en la

que el fracaso exterior es habitual. Pensemos, por ejemplo, en un aspirante a novelista. Para

tener éxito en esta profesión, debe afrontar y ganar dos batallas. Debe dominar su arte y

afrontar el rechazo a su trabajo. La mayoría de los novelistas oyen no muchas, muchas veces,

antes de oír sí. De estas dos batallas, para la mayoría de la gente la más dura es la segunda.

¿Cuántos aspirantes a novelista no envían su manuscrito por temor a oír la palabra no?

¿Y cuántos aspirantes a novelista se quedan hundidos ante el primer no y renuncian a volver

a enviar su manuscrito? ¿Cómo puede reducir el aspirante a novelista el coste del rechazo y por

lo tanto aumentar las probabilidades de éxito? Interiorizando sus objetivos respecto a la

escritura de novelas. Debería fijar como objetivo no algo exterior y que apenas puede controlar,

cómo conseguir que su novela sea publicada, sino un aspecto interior sobre el que ejerza

un control considerable, como el trabajo en el manuscrito o el número de veces que lo ha enviado

en un determinado periodo de tiempo. No sugiero que al interiorizar así sus objetivos no padezca

el aguijón cada vez que reciba una carta de rechazo, o, como sucede a menudo, cuando no

reciba ninguna respuesta al trabajo enviado. Sin embargo, puede reducir significativamente los

efectos de ese aguijón. En lugar de desanimarse durante todo un año antes de volver a enviar el

manuscrito, su periodo de desánimo se reducirá a una semana o tal vez incluso a un día, y este

cambio influirá notablemente en las posibilidades de ver publicada su novela. Los lectores tal vez

dirán que el proceso de interiorizar nuestros objetivos apenas es algo más que un juego mental.

El verdadero objetivo del aspirante a novelista es conseguir que su novela sea publicada,

algo que él sabe bien, y al aconsejarle que interiorice sus objetivos con respecto al libro,

no hago más que sugerirle que finja que su objetivo no es la publicación. En respuesta a esta objeción,

señalaré, para empezar, que es posible que alguien, invirtiendo el tiempo necesario en la

práctica de la interiorización de objetivos, desarrolle la capacidad para no mirar más allá

de sus objetivos interiorizados, en cuyo caso éstos se convertirían en sus objetivos reales.

Además, aunque el proceso de interiorización sea un juego mental, es un juego útil. El temor al

fracaso es un rasgo psicológico, por lo que no es una sorpresa que al alterar nuestra actitud

psicológica hacia el fracaso, eligiendo cuidadosamente nuestros objetivos, influyamos

en el grado en que ese temor nos afecta. Como he explicado, los estoicos estaban muy interesados

en la psicología humana y no eran reacios a utilizar, trucos, psicológicos para superar

ciertos aspectos del temperamento humano, como la presencia de emociones negativas. De hecho,

la técnica de la visualización negativa descrita en el capítulo anterior no es más que un truco

psicológico. Al imaginar cómo puede empeorar una situación, evitaremos o invertiremos el

proceso de adaptación hedónica. Sin embargo, es un truco especialmente eficaz si nuestro

objetivo es apreciar lo que tenemos en lugar de darlo por supuesto y, si nuestro objetivo es

experimentar la felicidad en lugar de hastiarnos por la vida y por el mundo que nos ha, tocado

vivir. Tras estas palabras sobre la interiorización de los objetivos, me voy a permitir una pausa para

hacer una confesión. En mis estudios sobre Epicteto y otros estoicos, he encontrado pocas

evidencias de que ellos defendieran la interiorización de objetivos tal y como la he

descrito, lo que plantea la pregunta de si los estoicos realmente utilizaron esta técnica.

Sin embargo, les he atribuido la técnica en la medida en que interiorizar los propios objetivos

es el camino más obvio si uno desea, como hicieron los estoicos, preocuparse sólo por

aquellas cosas sobre las que se tiene control y si se aspira a conservar la serenidad al

afrontar retos en los que es posible fracasar, en el sentido externo de la palabra. Al referirme a

los objetivos de la interiorización, puedo ser culpable de manipular o mejorar el estoicismo.

Como explicaré en el capítulo 20, no tengo reparos al actuar así. Ahora que comprendemos

la técnica de la interiorización de nuestros objetivos, estamos en posición de explicar lo

que de otra manera parecería un comportamiento paradójico por parte de los estoicos. Aunque

valoran la serenidad, se sienten obligados a ser participantes activos en la sociedad en la

que viven. Sin embargo, esta participación pone claramente en peligro esa serenidad. Por ejemplo,

sospechamos que Catón habría disfrutado de una vida más tranquila de no haberse visto obligado

a combatir el ascenso al poder de Julio César, si hubiera pasado sus días, por ejemplo,

en una biblioteca, leyendo a los estoicos. No obstante, me gustaría sugerir que Catón y otros

estoicos encontraron una forma de conservar la serenidad a pesar de su compromiso con el

mundo que lo rodeaba, interiorizaron sus objetivos. Su objetivo no era cambiar el

mundo, sino hacer cuanto estuviera en sus manos para facilitar ciertos cambios. Aunque sus esfuerzos

se revelaran ineficaces, al menos podían estar tranquilos, conscientes de que habían cumplido su

objetivo, hacer cuanto estaba en su mano. Un estoico practicante tendrá muy presente la

tricotomía del control al afrontar sus tareas cotidianas. Llevará a cabo una especie de

clasificación en la que dividirá los elementos que componen su vida en tres categorías, aquellos

sobre los que tiene un control total, aquellos sobre los que no ejerce ningún control y aquellos

sobre los que tiene un control relativo. Considerará que no vale la pena preocuparse por los elementos

incluidos en la segunda categoría, aquellos sobre lo que no tiene ningún control. Al actuar así se

ahorrará una gran dosis de ansiedad inútil. Se ocupará en cambio de aquellos sobre lo que tiene

un control total y de aquellos sobre lo que ejerce un control relativo, y cuando se ocupe de esta

última categoría, procurará definir objetivos internos y no externos, y así evitará una

considerable dosis de frustración y decepción. 6. Fatalismo. Liberarse del pasado, y del presente.

Los estoicos creían que una forma de preservar nuestra serenidad es adoptar una actitud fatalista

hacia todo lo que nos sucede. Según Séneca, deberíamos entregarnos al destino, en el sentido

de que, es un gran consuelo pensar que nos arrastra tal como arrastra a todo el universo,

punto 1, según Epicteto, deberíamos tener muy presente que somos meros actores en una obra

escrita por otro, más exactamente, por las parcas. No podemos elegir nuestro papel en esta obra,

pero al margen del papel que se nos asigne, hemos de interpretarlo lo mejor que podamos.

Si las parcas nos encargan el papel de un vagabundo, debemos interpretarlo bien,

y lo mismo si nos asignan el papel de un rey. Epicteto afirma que si queremos que nuestra vida

fluya por el cauce adecuado, hemos de procurar que nuestros deseos se adapten a los acontecimientos

en lugar de pretender que los acontecimientos se conformen a nuestros deseos, en otras palabras,

deberíamos desear que los acontecimientos, sucedan tal como suceden, punto, 2. Marco

Aurelio también defiende una actitud fatalista hacia la vida. Actuar de otro modo es rebelarse

contra la naturaleza, y estas rebeliones son contraproducentes si lo que pretendemos es

alcanzar una buena vida. En concreto, si rechazamos los decretos del destino, dice Marco Aurelio,

probablemente experimentaremos una aflicción, una ira y un temor que perturbarán nuestra serenidad.

Para evitarlo, hemos de aprender a adaptarnos al entorno en el que el destino nos ha colocado y

hacer cuanto podamos para amar a, las personas que los hados han puesto a nuestro alrededor.

Debemos aprender a dar la bienvenida a lo que nos toca en suerte y convencernos de que todo lo que

suceda es para, nuestro bien. De hecho, según Marco Aurelio, un buen hombre ha de acoger,

toda experiencia que los telares del destino tejan para él, punto, 3. Como la mayoría de

los antiguos romanos, los estoicos daban por sentado que tenían un destino. Más exactamente,

creían en la existencia de tres diosas conocidas como las Parcas. Cada una de ellas cumplía una

labor, Cloto tejía la vida, Láquesis la medía y Atropos la cortaba. Por mucho que lo intentaran,

los mortales no podían escapar al destino que para ellos habían elegido las Parcas. Como Dios

supremo, Zeus tenía el poder de anular las decisiones de las Parcas, pero prefería no

por razones prácticas. En la Ilíada, 14.440-449, por ejemplo, Homero describe un episodio en el

que Zeus se queja a Hera de que Sarpedón está condenado a ser asesinado por Patroclo, Zeus

considera la posibilidad de interferir para salvar su vida. Hera le implora no hacerlo,

porque entonces los otros dioses también intervendrían en los asuntos terrenales,

lo que a su vez crearía una gran discordia entre ellos, por lo tanto, para los antiguos romanos la

vida era como una carrera de caballos amañada, las Parcas ya sabían quién ganaría y quién perdería

en los certámenes de la vida. Un jinete podría negarse a participar en una carrera que sabe

amañada, ¿por qué molestarse en correr cuando en algún lugar alguien sabe quién va a ganar?

Del mismo modo podríamos esperar que los antiguos romanos se negaran a participar en

los certámenes de la vida, ¿para qué, si el futuro ya ha sido determinado? Lo interesante

es que, a pesar de su determinismo, a pesar de creer que lo que acontece tenía que acontecer,

los antiguos no eran fatalistas respecto al futuro. Los estoicos, por ejemplo, no se retiraban

apáticamente, resignados a lo que el futuro les deparara, al contrario, pasaban sus días trabajando

para influir en el resultado de acontecimientos por venir. De un modo análogo, los soldados de la

antigua Roma iban valerosamente a la guerra y combatían con bravura en las batallas, a pesar

de creer que su resultado estaba predestinado. Evidentemente, esto nos lega a un enigma,

aunque los estoicos defienden el fatalismo, no parecen haberlo practicado. Así pues,

¿cómo hemos de tomarnos su consejo de adoptar una actitud fatalista hacia todo lo que nos

acontece? Para resolver este enigma hemos de distinguir entre el fatalismo respecto al futuro

y el fatalismo respecto al pasado. Cuando una persona es fatalista respecto al futuro, al

decidir un curso de acción tendrá muy presente que sus actos no influirán en los acontecimientos

venideros. Es improbable que esa persona invierta tiempo y energía pensando en el futuro o intentando

cambiarlo. Cuando una persona es fatalista respecto al pasado, adopta la misma actitud

en relación con los eventos pretéritos. Al decidirse actuar tendrá muy presente que sus

actos no pueden influir en el pasado. Es improbable que esa persona invierta tiempo y energía pensando

en cómo el pasado podría haber sido diferente. Creo que cuando los estoicos defienden el fatalismo

están abogando por una forma limitada de la doctrina. Más exactamente, nos aconsejan ser

fatalistas respecto al pasado, tener muy presente que el pasado no puede alterarse. Así pues,

los estoicos no aconsejarían a una madre con un hijo enfermo que sea fatalista respecto al futuro,

debe intentar curar al niño, aunque las parcas ya hayan decidido si vivirá o morirá. Pero si

el pequeño fallece, le aconsejarán ser fatalista en relación con el pasado. Incluso para un estoico

es natural sentir dolor tras la muerte de un hijo. Sin embargo, aferrarse a esa muerte es dilapidar

el tiempo y las emociones, ya que el pasado no puede ser alterado. Por lo tanto, aferrarse a

la muerte del niño provocará un sufrimiento inútil a la mujer. Al plantear que no debemos

aferrarnos al pasado, los estoicos no sugieren que no pensemos nunca en él. A veces, debemos

pensar en el pasado para aprender lecciones que puedan ayudarnos en nuestro esfuerzo por dar

forma al futuro, por ejemplo, la madre que acabamos de mencionar debe pensar en la causa

de la muerte de su pequeño para proteger mejor a sus otros hijos. Así pues, si el vástago ha

fallecido a causa de la ingesta de vallas venenosas, su madre ha de procurar que sus

otros hijos se alejen de ellas y ha de enseñarles que son venenosas. Al actuar así se libera del

pasado. En concreto, debe evitar pasarse los días atrapada en pensamientos condicionales,

si hubiera sabido que había comido esas vallas. Si lo hubiera llevado antes al médico. Sin duda,

a los individuos modernos les parece más aceptable el fatalismo respecto al futuro que en relación con

el pasado. La mayoría de nosotros rechaza la idea de estar predestinados a vivir una vida determinada,

por el contrario, creemos que nuestro esfuerzo influye en el futuro. Al mismo tiempo, aceptamos

de buen grado que el pasado es inalterable, por lo que cuando los estoicos nos aconsejan ser

fatalistas al respecto, es poco probable que desoigamos ese consejo. Además de recomendarnos

ser fatalistas respecto al pasado, creo que los estoicos defienden el fatalismo respecto al

presente. Después de todo, es evidente que a través de nuestros actos no podemos influir en

el presente, si por presente queremos decir este momento. Es posible que mis actos influyan en lo

que sucede en una década, un día, un minuto o incluso medio segundo después, sin embargo,

es imposible que mis actos alteren lo que sucede justo ahora, puesto que mientras actúo para

influir en este instante, el instante se habrá deslizado al pasado y por lo tanto no podré

influir en él. Así pues, los estoicos nos aconsejan ser fatalistas no respecto al futuro

sino en relación con el pasado y con el presente. En apoyo de esta interpretación del fatalismo

estoico, es útil reconsiderar algunos de los consejos estoicos anteriormente mencionados.

Cuando Epicteto nos aconseja que hemos de desear que los acontecimientos sucedan como suceden,

se refiere a acontecimientos que suceden, que han sucedido o están sucediendo, no a

acontecimientos que sucederán. En otras palabras, nos aconseja que seamos fatalistas respecto al

pasado y al presente. Del mismo modo, así como no podemos dar la bienvenida a un visitante hasta que

llegue, el buen hombre de Marco Aurelio no puede coger las experiencias que los telares del destino

tejen para el hasta, que esas experiencias acontezcan. ¿Cómo puede el fatalismo respecto

al presente hacer que nuestra vida vaya mejor? Como he dicho, los estoicos han argumentado que

la mejor manera de estar satisfechos no es trabajando para satisfacer nuestros deseos,

sino aprendido a estar satisfechos con nuestra vida tal cual es, aprendiendo a ser felices con

lo que tenemos. Podemos pasar los días deseando que nuestras circunstancias sean diferentes,

pero si nos dejamos arrastrar por esta actitud, pasaremos los días en un estado de insatisfacción.

Por el contrario, si aprendemos a desear lo que ya tenemos, no tendremos que esforzarnos

en cumplir nuestros deseos para estar satisfechos, ya habrán sido cumplidos. Sin embargo,

una de las cosas que tenemos a nuestro alcance es el instante presente, y podemos tomar una

decisión importante respecto a él, podemos desperdiciar el momento deseando que sea

diferente o aceptarlo como es. Si habitualmente nos decantamos por la segunda opción, nuestra

vida se sumirá en la insatisfacción. Si nos inclinamos por lo primero, disfrutaremos de la

existencia. Creo que esta es la razón por la que los estoicos recomendaban ser fatalistas

respecto al presente. Es la razón por la que Marco Aurelio nos recordaba que lo único que

poseemos es el momento presente, la razón por la que nos aconsejaba vivir en este

instante fugaz. 5, por supuesto, esto último recuerda al consejo budista de intentar vivir

en el instante presente. Otro interesante paralelismo entre estoicismo y budismo.

Señalemos que el consejo de ser fatalistas respecto al pasado y al presente es coherente con el consejo

ofrecido en el capítulo anterior, de que no nos preocupemos por las cosas sobre las que no tenemos

control. No tenemos control sobre el pasado, tampoco sobre el presente, si por presente queremos

decir este preciso momento. Por lo tanto, perderemos el tiempo si nos preocupan los

acontecimientos pasados o presentes. Señalemos, por otra parte, que el consejo de ser fatalistas

respecto al pasado y al presente está conectado, de una forma curiosa, con el consejo que nos anima

a practicar la visualización negativa. Al practicar este ejercicio, pensamos en posibles escenarios en

los que nuestra situación podría ser peor, y al actuar así nuestro objetivo es valorar lo que

tenemos. El fatalismo defendido por los estoicos es en cierto sentido la inversión, o la imagen

especular, de la visualización negativa, en lugar de pensar cómo nuestra situación podría ser peor,

nos negamos a pensar en cómo podría ser mejor. Al comportarnos de una forma fatalista respecto

al pasado y al presente, nos negamos a comparar nuestra situación con situaciones preferibles y

alternativas en las que podríamos haber, estado o estar ahora mismo. Los estoicos creen que al

actuar así nuestra situación actual, sea cual sea, será más tolerable. Mi análisis del fatalismo

en este capítulo y de la visualización negativa en el capítulo 4 podría, inducir a los lectores a

temer que la práctica del estoicismo conduzca a la complacencia. Los lectores admitirán que los

estoicos están inusualmente satisfechos con lo que tienen, independientemente de lo que sea,

una bendición, sin duda. Pero como resultado de ello, no serán muy poco ambiciosos. En respuesta

a esta preocupación, he de recordar que los estoicos que hemos considerado aquí eran notablemente

ambiciosos. Como hemos visto, Séneca tuvo una vida activa como filósofo, dramaturgo, inversor

y consejero político. Musonio Rufo y Epicteto dirigieron exitosas escuelas de filosofía. Y

cuando no se entregaba la filosofía, Marco Aurelio trabajaba duro en el gobierno del Imperio Romano.

Eran personas extremadamente competentes. Es en verdad curioso, aunque habrían quedado

satisfechos con muy poco, sin embargo se esforzaron por labrarse una posición. Los

estoicos explicarían así esta aparente paradoja. Aunque nos enseña a estar satisfechos con lo que

tenemos, la filosofía estoica también nos aconseja buscar ciertas cosas en la vida. Por ejemplo,

hemos de esforzarnos en ser mejores personas, en ser virtuosos en el sentido antiguo de la palabra.

Hemos de esforzarnos por practicar el estoicismo en nuestra vida cotidiana. Y,

como veremos en el capítulo 9, debemos cumplir con nuestro deber social, por esta razón Séneca

y Marco Aurelio se sintieron obligados a participar en el gobierno romano, y Musonio Rufo y Epicteto,

a enseñar filosofía. Por otra parte, los estoicos no veían nada malo en disfrutar de

las circunstancias que nos han tocado en suerte, de hecho, Séneca nos aconseja,

estar atentos a las ventajas que adornan la vida, punto, 6, como resultado, debemos casarnos y tener

hijos. Y también cultivar y disfrutar de la amistad, ¿y qué ocurre con el éxito mundano?

¿Buscarán fama y fortuna los estoicos? No lo harán. Los estoicos creían que todo esto no

tenía un valor real y en consecuencia creían que perseguirlo era insensato, especialmente si al

hacerlo perturbamos nuestra serenidad o nos vemos obligados a actuar de forma poco virtuosa, supongo

que esta indiferencia al éxito mundano les hará parecer desmotivados a los individuos modernos que,

pasan el día esforzándose por alcanzar, cierto grado de, fama y fortuna. Dicho esto, debo añadir

que aunque los estoicos no buscaban el éxito en el mundo, a menudo lo obtenían igualmente, de hecho,

los estoicos que hemos considerado habrían pasado por individuos de éxito en su época. Séneca y

Marco Aurelio eran ricos y famosos, y Musonio y Epicteto, como líderes de escuelas populares,

disfrutaron de cierto renombre y, presumiblemente, eran económicamente acomodados. Por lo tanto,

se encontraron en la curiosa posición de individuos que hallaron el éxito sin buscarlo.

En los capítulos 14 y 15 examinaremos cómo gestionaron esta situación.

7. Autoprivación.

Gestionar el lado oscuro del placer.

Practicar la visualización negativa es contemplar las cosas malas que pueden sucedernos. Séneca

recomienda una extensión de esta técnica, además de contemplar la posibilidad de que

acontezcan estas situaciones, a veces debemos vivir como si hubieran sucedido. En particular,

en lugar de limitarnos a pensar qué pasaría si perdiéramos nuestra riqueza, periódicamente

deberíamos practicar la pobreza, es decir, deberíamos contentarnos con los alimentos

más escasos y baratos, y con una vestimenta tosca y pobre.1. Según Séneca, Epicuro, un rival

filosófico de los estoicos, también practicaba la pobreza, 2, sin embargo, su objetivo al hacerlo

parece distinto al de Séneca. Mientras Séneca quería apreciar lo que tenía, Epicuro pretendía

examinar lo que creía que necesitaba a fin de determinar de qué podía prescindir. Se dio cuenta

de que en muchos casos trabajamos duro para conseguir algo porque estamos convencidos de

que seremos infelices sin ello. El problema es que podemos vivir perfectamente bien sin algunas de

estas cosas, pero no sabremos cuáles son si no intentamos vivir sin ellas. Musonio lleva esta

técnica un paso más allá, cree que además de vivir como si esas desgracias hubieran sucedido,

a veces debemos provocarlas. En concreto, de vez en cuando hemos de obligarnos a experimentar una

incomodidad que podríamos evitar con facilidad. Podemos hacerlo vistiendo ropa ligera o caminando

descalzos cuando hace frío. O pasar hambre y sed, aunque la comida y la bebida estén a nuestro

alcance, y dormir en un lecho duro a pesar de disponer de uno mullido, 3. Muchos lectores

modernos llegarán a la conclusión de que el estoicismo implica cierto grado de masoquismo.

Sin embargo, deberían ser conscientes de que los estoicos no se flagelan. De hecho,

las incomodidades a las que se someten son menores. Además, no se las infligen para

castigarse a sí mismos, lo hacen para reforzar el placer de vivir. Y, por último, es erróneo decir

que los estoicos se infligen a sí mismos estas incomodidades. Esto crea la imagen de alguien en

conflicto consigo mismo, alguien que se obliga a hacer algo que no quiere hacer. Sin embargo,

los estoicos aceptaban cierto grado de incomodidad en su vida. Lo que los estoicos defienden se define

más apropiadamente como un programa de incomodidad voluntaria y no como un programa de incomodidad

autoinfligida. Incluso esta aclaración de la actitud de los estoicos hacia la incomodidad

dejará perplejos a muchos lectores modernos. ¿Por qué deberíamos aceptar ni siquiera la

menor de las incomodidades cuando es posible disfrutar de una comodidad perfecta?, se

preguntarán. En respuesta a esta pregunta, Musonio señala tres beneficios derivados de los actos de

incomodidad voluntaria. Para empezar, al realizar actos de incomodidad voluntaria, por ejemplo,

pasando frío y hambre cuando podríamos estar calentitos y bien alimentados, nos endurecemos

contra las desgracias que puedan acontecernos en el futuro. Si solo conocemos la comodidad,

la experiencia del dolor y las molestias que algún día padeceremos nos traumatizarán.

En otras palabras, la incomodidad voluntaria puede entenderse como una especie de vacuna. Si

ahora nos exponemos a una pequeña cantidad de virus debilitado, crearemos una inmunidad que

nos protegerá de una enfermedad incapacitante en el futuro. De forma alternativa, la incomodidad

voluntaria se puede concebir como una prima de seguros que, si se paga, nos permitirá recibir

beneficios, si más tarde somos víctimas de una desgracia, la incomodidad que experimentamos será

sustancialmente menor de lo que sería de otro modo. Un segundo beneficio de los actos de incomodidad

voluntaria no tiene lugar en el futuro, sino inmediatamente. Una persona que experimenta

periódicamente incomodidades menores confiará en soportar grandes incomodidades, por lo que

la perspectiva de padecerlas en el futuro no constituirá una fuente de ansiedad para él.

Al experimentar incomodidades menores se entrena, según Musonio, en ser valiente. Cuatro, por el

contrario, la persona ajena a la incomodidad, quien nunca ha padecido hambre o frío, puede temer la

posibilidad de sufrirlos algún día. Aunque ahora vive con una comodidad física, probablemente

experimentará un malestar mental, es decir, una ansiedad respecto a lo que el futuro le depara.

Un tercer beneficio de asumir actos de incomodidad voluntaria es que nos ayuda a apreciar lo que ya

tenemos. En particular, al provocarnos situaciones de incomodidad deliberadamente,

apreciaremos mejor nuestras comodidades. Evidentemente, es bueno estar en una habitación

cálida cuando fuera hace frío y arrecia la tormenta, pero para disfrutar realmente del

calor y de la sensación de cobijo, debemos ir fuera un rato y luego regresar. De un modo análogo,

podemos, como observaba Diógenes, mejorar en gran medida nuestro aprecio de cualquier comida

esperando a estar hambrientos antes de tomarla, mejorar nuestro aprecio de cualquier bebida si

esperamos a tener sed antes de ingerirla. Es instructivo comparar el consejo de asumir

periódicamente actos de incomodidad voluntaria con el consejo ofrecido por un hedonista no

iluminado. Esta persona nos sugerirá que la mejor manera de maximizar la comodidad

que experimentamos es evitar las molestias a cualquier precio. Por el contrario, Musonio

replicaría que quien intenta evitar toda molestia tiene menos probabilidades de estar

cómodo que quien de forma periódica acepta ciertas molestias. Este último individuo

probablemente tenga una zona de confort más amplia que el primero, y por lo tanto se sentirá cómodo

en circunstancias que al otro le resultarían sumamente perturbadoras. Una cosa sería avanzar

para asegurarnos de que jamás experimentaremos incomodidad alguna, pero como esto no es posible,

la estrategia de evitar las molestias a cualquier precio es contraproducente. Además de practicar,

de cuando en cuando, actos de incomodidad voluntaria, en opinión de los estoicos

deberíamos renunciar periódicamente a la oportunidad de experimentar placer. Esto es

así porque el placer tiene un lado oscuro. De hecho, Seneca advierte de que es como perseguir

a un animal salvaje, si lo capturamos, puede volverse contra nosotros y hacernos pedazos.

Ahora bien, alterando un poco la metáfora, nos dice que, al atraparlos, los placeres intensos

se convierten en nuestros captores, lo que quiere decir que cuantos más placeres alcanza un hombre,

tendrá más amos a los que servir, punto, 5. Al desconfiar del placer, los estoicos revelan

su linaje cínico. Así pues, el filósofo cínico Diógenes afirma que la batalla más importante

que cualquier persona tiene que librar es contra su placer. La batalla es especialmente difícil de

ganar porque el placer, no usa la fuerza explícita, sino que engaña e invoca un hechizo de narcóticos

nefastos, tal como Homero dice que Circe drogó a los compañeros de Odiseo. El placer, advierte,

no hurde una única estrategia, sino muchas, y pretende anular a los hombres a través de la

vista, el sonido, el olor, el gusto y el tacto, también con alimentos, bebidas y lujuria carnal,

tentando tanto a los despiertos como a los dormidos. Y el placer, con un golpe de varita,

conduce hábilmente a su víctima a un chiquero y la encierra en él, y en adelante el hombre se

convierte en un cerdo o en un lobo, punto, 6. Los estoicos afirman que hay placeres de los

que deberíamos abstenernos siempre. En particular, deberíamos renunciar a los

placeres que pueden generar dependencia, si la metanfetamina hubiera existido en el mundo antiguo,

sin duda los estoicos habrían aconsejado no consumirla, sin embargo, es significativo que

la desconfianza de los estoicos hacia el placer no acaba aquí. También nos aconsejan abstenernos

de otros placeres, relativamente inofensivos. Por ejemplo, renunciar a tomar una copa de vino,

no por temor a convertirnos en alcohólicos sino para aprender el autocontrol. Para los estoicos,

y, en realidad, para todo aquel que intente practicar una filosofía de vida, el autocontrol

será un rasgo importante que hay que adquirir. Después de todo, si carecemos de autocontrol,

probablemente nos distraerán los diversos placeres que la vida tiene que ofrecer, y en este estado de

distracción es poco probable que alcancemos los objetivos de nuestra filosofía de vida.

Más generalmente, si no podemos resistirnos a los placeres, acabaremos interpretando,

afirma Marco Aurelio, el papel del esclavo, contrayéndose como una marioneta ante los

impulsos egoístas, y nos pasaremos la vida, quejándonos por el presente y lamentando el

porvenir. Para evitar este destino, hemos de procurar que dolores y placeres no obnubilen

nuestra capacidad racional. Como señala Marco Aurelio, hemos de aprender a resistir los murmullos

de la carne, punto 7. Así pues, en sus asuntos cotidianos, el estoico, además de elegir hacer

cosas que le hacen sentir mal, como vestir ropas ligeras cuando hace frío, a veces decide no hacer

cosas que le hacen sentir bien, como tomar un cuenco de helado. Esto suena como si los estoicos

fueran contrarios al placer, pero no lo son. Por ejemplo, los estoicos no ven nada malo en

los placeres derivados de la amistad, la vida familiar, la comida o incluso la riqueza, pero

aconsejan moderación en su disfrute. Después de todo, hay una línea muy fina entre disfrutar de

una comida y caer en la brotonería. También existe el peligro de aferrarnos a aquello que disfrutamos.

En consecuencia, aun cuando disfrutemos de cosas agradables, debemos seguir el consejo de Epicteto

y estar en guardia, 8. Es entonces cuando, según Séneca, un sabio estoico explica la diferencia

con la que el estoico asume el placer en relación con una persona normal, ahí donde el individuo

convencional se entrega el placer, el estoico lo encadena, ahí donde la persona común cree que el

placer es el bien más alto, el sabio ni siquiera piensa que sea un bien, y ahí donde el común de

los mortales hace cualquier cosa en busca del placer, el sabio no hace nada, 9. De las técnicas

estoicas que he analizado en la segunda parte de este libro, la técnica de la autoprivación es la

más difícil de practicar. Por ejemplo, en virtud de su práctica de la pobreza, para un estoico no

será divertido ir en autobús cuando podría conducir su coche. No será divertido salir a una

tormenta invernal con una ligera chaqueta para sentir la incomodidad del frío. Y ciertamente

no le resultará divertido negarse a tomar el helado que alguien le ofrece, diciendo que no se

niega a tomarlo por estar a dieta, sino para practicar el rechazo a algo que podría disfrutar.

De hecho, un estoico inexperto tendrá que concentrar toda su voluntad para hacer estas

cosas. Sin embargo, los estoicos han descubierto que la voluntad es como un músculo, cuanto más

se ejercitan los músculos, más fuertes se hacen, y cuanto más ejercitan su voluntad, más poderosa

se torna. De hecho, si se practican las técnicas de autoprivación estoica durante un largo periodo,

los estoicos pueden transformarse a sí mismos en individuos notables por su valor y autocontrol.

Serán capaces de hacer cosas que los demás temen y abstenerse de otras que los demás no

pueden evitar hacer. Como resultado, ejercerán un pleno control sobre sí mismos. Este autocontrol

reforzará sus posibilidades de alcanzar los objetivos de su filosofía de vida, y a su vez

esto aumenta en gran medida sus oportunidades de vivir una buena vida. Los estoicos serán los

primeros en admitir que ejercer el autocontrol exige esfuerzo. Tras admitir esto, sin embargo,

señalarán que no ejercer ningún autocontrol en absoluto también exige esfuerzo, pensemos,

dice Musonio, en todo el tiempo y la energía que la gente invierte en cuestiones amorosas ilícitas

que no habría iniciado si gozara de autocontrol, 10, en el mismo sentido, Séneca observa que,

que la castidad viene con tiempo libre, la lastivia nunca tiene tiempo, punto, 11.

Los estoicos señalarán que ejercitar el autocontrol presenta ciertos beneficios que

no siempre son obvios. En particular, por extraño que pueda parecer, abstenerse

conscientemente del placer puede ser muy placentero. Supongamos, por ejemplo,

que mientras hacemos dieta sentimos el deseo de comer un helado que tenemos en el congelador.

Si lo comemos, experimentaremos cierto placer gastronómico, junto a cierto remordimiento por

haberlo comido. Si nos abstenemos, sin embargo, nos privaremos del placer gastronómico pero

experimentaremos un placer de un tipo diferente, como observa Epicteto, te sentirás, complacido y

te elogiarás, por no haberlo comido, 12. Sin duda, este último placer es completamente

diferente al placer que deriva de comer helado, y sin embargo se trata de un placer genuino.

Además, si nos detenemos a elaborar un cuidadoso análisis de costes y beneficios antes de comer el

helado, si sopesamos los costes y beneficios de tomar el helado y de no tomarlo, descubriremos

que, si queremos maximizar nuestro placer, nos conviene no tomarlo. Epicteto nos aconseja

practicar este tipo de análisis cuando consideremos aprovechar o no una oportunidad, para el placer,

13. En un tono similar, supongamos que seguimos el consejo estoico para simplificar nuestra dieta.

Descubriremos que esa dieta, aunque carente de diversos placeres gastronómicos, es la fuente

de un placer de naturaleza completamente diferente, el agua, la cebada y las cortezas de pan de cebada,

nos dice Seneca, no son una dieta alegre, sin embargo, obtener placer de este tipo de alimentos

es el placer más elevado, punto, 14. Dejemos que los estoicos expliquen que el acto de renunciar

al placer es en sí mismo placentero. Como he dicho, fueron algunos de los psicólogos más

penetrantes de su tiempo, 8. Meditación. Observarnos practicar el estoicismo. Para

ayudarnos a avanzar en nuestra práctica del estoicismo, Seneca aconseja meditar periódicamente

en los acontecimientos de la vida cotidiana, cómo hemos respondido a ellos y cómo deberíamos haber

respondido según los principios estoicos. Atribuye esta técnica a su maestro Sexto,

que, al acostarse, se preguntaba a sí mismo, ¿qué dolencia tuya has curado hoy? ¿Qué defecto has

evitado? ¿En qué sentido has mejorado? 1. Seneca describe para sus lectores una de sus

propias meditaciones al acabar el día y ofrece una lista del tipo de acontecimientos sobre los

que reflexiona, junto a las conclusiones que extrae de su respuesta a esos acontecimientos.

Seneca fue demasiado agresivo al amonestar a alguien, en consecuencia, en lugar de corregir

a esa persona, la admonición solo sirvió para irritarla. El consejo que se da a sí mismo,

a la hora de contemplar la posibilidad de criticar a alguien, ha de considerar no

solo si la crítica es válida sino también si la persona puede soportar ser criticada.

Añade que cuanto peor es un hombre, menos probabilidades tiene de aceptar la crítica

constructiva. En una fiesta, la gente bromeaba a costa de Seneca y este, en lugar de hacer caso

omiso, se lo tomó a pecho. Su consejo a sí mismo, aléjate de las malas compañías. En un banquete,

no sentaron a Seneca en el lugar de honor que creía que le correspondía. En consecuencia,

pasó la velada irritado con quienes habían distribuido los asientos y envidioso de quienes

estaban mejor situados que él. Sus palabras respecto su conducta, lunático, que importa en

qué parte del diván apoyas tu peso?, llega a sus oídos que alguien habla mal de sus escritos y

empieza a tratar a este crítico como a un enemigo. Pero a continuación empieza a pensar en todos los

autores cuya obra él mismo ha criticado. ¿Quiere que todos piensen en el cómo en un enemigo?

Ciertamente, no. Conclusión de Seneca, si vas a publicar, tienes que estar dispuesto a tolerar la

crítica. 2. Al leer sobre estos y otros fastidios enumerados por Seneca, nos sorprende comprobar

lo poco que ha cambiado la naturaleza humana en los últimos dos milenios. La meditación al

acostarse que Seneca recomienda es, por supuesto, completamente diferente a la de, por ejemplo,

un budista Zen. Durante su meditación, un practicante del Zen se sienta horas y horas con

la mente tan vacía como sea posible. En cambio, la mente de un estoico estará muy activa durante la

meditación al acostarse. Pensará en los acontecimientos del día. ¿Hay algo que haya

perturbado su serenidad? ¿Ha experimentado ira? ¿Envidia? ¿Codicia? ¿Por qué le han irritado

los eventos del día? ¿Podría haber hecho algo para evitar esa irritación? Epicteto lleva el

consejo de Seneca de la meditación al acostarse un paso más allá. Sugiere que mientras realizamos

nuestras tareas cotidianas, hemos de desempeñar simultáneamente los papeles de participante y

espectador. 3, en otras palabras, deberíamos crear en nuestro interior un observador estoico

que contempla y comenta nuestros intentos de practicar. El estoicismo. En un tono similar,

Marco Aurelio recomienda examinar todos nuestros actos, determinar los motivos que nos impulsan a

realizarlos y considerar el valor de lo que nos esforzamos en llevar a término. Deberíamos

preguntarnos constantemente si nos gobierna la razón u otra cosa. Y cuando determinamos que no

estamos gobernados por la razón, deberíamos preguntarnos qué nos gobierna. ¿Un espíritu

infantil? ¿Un tirano? ¿Un boi terco? ¿Una bestia salvaje? También deberíamos ser atentos

observadores de los actos de otras personas. 4, después de todo, podemos aprender de sus

errores y de sus éxitos. Además de reflexionar en los acontecimientos del día, podemos dedicar

parte de nuestras meditaciones a repasar una especie de lista mental de verificación.

¿Estamos practicando las técnicas psicológicas recomendadas por los estoicos? ¿Practicamos

periódicamente la visualización negativa? Nos tomamos el tiempo de distinguir entre aquellas

cosas sobre las que tenemos un control total, aquellas otras sobre las que no tenemos ningún

control en absoluto y las cosas sobre las que ejercemos un control relativo. ¿Interiorizamos

nuestros objetivos? ¿Nos hemos abstenido de vivir en el pasado y hemos centrado nuestra

atención en el futuro? ¿Hemos practicado la autoprivación conscientemente? También podemos

utilizar nuestras meditaciones estoicas como una oportunidad para preguntarnos si, en nuestros

asuntos cotidianos, estamos siguiendo el consejo que ofrecen los estoicos. En la tercera parte de

este libro expongo este consejo en detalle. Otra cosa que podemos hacer durante nuestra

meditación estoica es juzgar nuestro progreso como estoicos. Hay muchos indicadores a partir

de los cuales medir este progreso. Para empezar, a medida que el estoicismo encuentre su lugar en

nosotros, advertiremos que nuestras relaciones con otras personas han cambiado. Descubriremos,

dice Epicteto, que nuestros sentimientos no se ven heridos cuando los demás nos dicen que no

tenemos ni idea o que somos, tontos rematados, en relación con las cuestiones externas. También

tendremos que encogernos de hombros ante cualquier elogio que nos sea dirigido. De hecho, Epicteto

cree que la admiración de otras personas es un barómetro negativo de nuestro progreso como

estoicos, si la gente te considera un personaje, desconfíe de ti mismo, punto, 5. Otros signos de

progreso, según Epicteto, son los siguientes, dejaremos de culpar, censurar y elogiar a otros.

No alardearemos sobre nosotros mismos ni nos jactaremos de nuestro saber, y nos culparemos a

nosotros, y no a las circunstancias externas, cuando nuestros deseos no se cumplan. Y como

hemos adquirido cierto grado de dominio sobre nuestros deseos, descubriremos que deseamos menos

cosas que antes, Epicteto asegura que descubriremos que, nuestros impulsos hacia las cosas han

disminuido. Y de forma significativa, si hemos progresado como estoicos nos consideraremos a

nosotros mismos no como a un amigo cuyo deseo ha de ser satisfecho, sino, como un enemigo al acecho,

punto, 6. Según los estoicos, la práctica de esta filosofía de vida no solo influirá en

nuestros pensamientos y deseos en la vigilia, sino también en nuestra vida onírica. En concreto,

Zenón sugería que a medida que progresemos en nuestra práctica dejaremos de tener sueños en

los que sentimos, placer ante situaciones deplorables, 7, otra señal de progreso en

nuestra práctica del estoicismo consiste en que nuestra filosofía consistirá en actos,

más que en palabras. Lo más importante, señala Epicteto, no es nuestra capacidad para hablar de

los principios estoicos, sino nuestra capacidad para vivir de acuerdo con ellos. Por lo tanto,

en un banquete un estoico aficionado podría pasar el tiempo hablando de que debería comer un individuo

filosóficamente iluminado, un estoico que ha avanzado más en el camino se limitará a alimentarse así.

Análogamente, un aprendiz de estoico puede jactarse de su sencillo estilo de vida o de

haber renunciado al vino por el agua, un estoico más avanzado, después de haber hecho exactamente

lo mismo, no sentirá la necesidad de comentarlo. De hecho, Epicteto cree que en nuestra práctica

del estoicismo hemos de ser discretos para que los demás no nos etiqueten, como estoicos,

y ni siquiera como filósofos, 8. Sin embargo, la señal más importante de que estamos progresando

como estoicos es un cambio en nuestra vida emocional. No es, como los que ignoran la

verdadera naturaleza del estoicismo suelen creer, que dejemos de experimentar emociones. Por el

contrario, lo que experimentaremos son menos emociones negativas. También invertiremos menos

tiempo deseando que las cosas sean de otro modo y más disfrutando de las cosas tal, como son.

En líneas generales, disfrutaremos de un grado de serenidad del que carecíamos previamente.

Asimismo, descubriremos, quizá para nuestra sorpresa, que nuestra práctica del estoicismo

nos ha hecho susceptibles a pequeños estallidos de alegría, de pronto nos complacerá ser la

persona que somos, vivir la vida que vivimos, en el universo que habitamos. Sin embargo,

para la prueba última del progreso realizado en el estoicismo tendremos que esperar a afrontar

la muerte. Solo entonces, dice Séneca, sabremos si nuestro estoicismo ha sido verdadero, 9.

Al medir nuestro progreso como estoicos, quizá nos parecerá más lento de lo que habríamos

esperado o deseado. No obstante, los estoicos serían los primeros en admitir que la gente

no puede perfeccionar su estoicismo de la noche a la mañana, de hecho, aunque lo practicáramos

toda nuestra vida, es improbable que llegáramos a perfeccionarlo, siempre habría lugar para alguna

mejora. En este sentido, Séneca nos dice que su objetivo al practicar esta filosofía de vida no

es convertirse en sabio, por el contrario, considera que su progreso es adecuado siempre

y cuando, cada día reduzca el número de mis vicios y me reproche mis errores, punto 10.

Los estoicos entendían que en su práctica de esta filosofía de vida darían pasos atrás. Por eso,

tras pedir a sus estudiantes que practicaran el estoicismo, Epicteto les enseñaba que debían

hacer si fracasaban a la hora de seguir su consejo, 11. esperaba, en otras palabras,

que los aprendices de estoicos tuvieran recaídas habitualmente. En un tono similar,

Marco Aurelio recomienda que cuando nuestra práctica no esté a la altura de los preceptos

estoicos, no debemos desanimarnos ni renunciar a ella, al contrario, hay que volver al tajo y ser

conscientes de que si la mayor parte del tiempo obramos de forma correcta, desde el punto de vista

estoico, estamos actuando en nuestro favor, 12. Ahora me voy a permitir ofrecer un último

pensamiento sobre cómo progresar como estoicos. Marco Aurelio pasó su vida adulta practicando esta

filosofía de vida, aunque tenía un temperamento conveniente para ello, a veces flaqueaba y su

estoicismo no parecía capaz de proporcionarle la serenidad que necesitaba. En las meditaciones

ofrece consejos sobre qué hacer en estos momentos, sigue practicando el estoicismo,

aun cuando el éxito parezca imposible, punto, 13. Tercera parte. Asesoramiento estoico.

9. Deber. Amar a la humanidad. Como hemos visto, los estoicos nos aconsejan buscar la serenidad.

Sin embargo, son conscientes de que por sí sola esta recomendación no es muy útil, por lo que

nos ofrecen una guía para alcanzar esa serenidad. Para empezar, nos sugieren practicar las técnicas

psicológicas descritas en la segunda parte de este libro. También ofrecen consejos sobre aspectos

específicos de la vida cotidiana. Nos aconsejan, por ejemplo, no buscar la fama y la fortuna,

pues esa búsqueda perturbará nuestra serenidad. Nos advierten de la necesidad de ser cuidadosos

a la hora de buscar a nuestros compañeros, después de todo, los demás tienen el poder

de alterar nuestra tranquilidad si les dejamos hacerlo. Nos ofrecen consejos para afrontar los

insultos, la ira, la aflicción, el exilio, la vejez e incluso las circunstancias en las que

practicar sexo. Centrémonos ahora en los consejos estoicos sobre la vida cotidiana,

empezando, con este capítulo y el siguiente, por lo relativo a la formación y mantenimiento de las

relaciones sociales. Al examinar nuestra existencia descubriremos que otras personas son la fuente de

algunas de las mayores, delicias que la vida tiene que ofrecer, incluyendo el amor y la amistad. Pero

también descubriremos que son la causa de la mayor parte de las emociones negativas que experimentamos.

Los extraños nos irritan cuando se produce un atasco de tráfico. Los familiares nos agobian

con sus problemas. Nuestro jefe puede arruinar nuestro día insultándonos, y la incompetencia

de nuestros compañeros puede provocarnos estrés al aumentar nuestra carga de trabajo. Nuestros

amigos pueden olvidarse de invitarnos a una fiesta, lo que nos hará sentir desairados,

aun cuando no nos hagan nada, los demás pueden perturbar nuestra serenidad. Normalmente queremos

que los demás.


El arte de la buena vida (4) The art of the good life (4) L'art de vivre (4) 良い生活の芸術 (4) Sztuka dobrego życia (4)

día a día. Por el contrario, serán fracasados retraídos y pasivos. De hecho, se asemejarán

a individuos depresivos incapaces siquiera de salir de la cama por la mañana. Sin embargo,

antes de sucumbir a esta línea argumental, hemos de recordar que los estoicos no eran

pasivos ni retraídos. Por el contrario, participaban plenamente en la vida diaria. De esto se sigue

una de estas dos conclusiones, o los estoicos eran hipócritas que no actuaban conforme

a sus principios o en la argumentación anterior hemos, malinterpretado los principios estoicos.

Ahora discutiré esta segunda alternativa. recordemos que entre las cosas sobre las que

tenemos un control absoluto están los objetivos que nos fijamos a, nosotros mismos. Creo que

cuando un estoico se preocupa por las cosas sobre las que tiene un control relativo, como

ganar un partido de tenis, será muy cuidadoso respecto a los objetivos que define para sí

mismo. En particular, procurará disponer objetivos internos en lugar de objetivos externos. Así

pues, su objetivo al jugar al tenis no será ganar el partido, algo externo, sobre lo que

sólo tiene un control parcial, sino jugar dando lo mejor de sí, algo interno, sobre

lo que tiene un control absoluto. Al elegir este objetivo, se ahorrará la frustración

o la decepción si pide el partido. Como su objetivo no era ganar, no habrá fracasado

en su objetivo, siempre y cuando haya dado lo mejor de sí. Su serenidad no se verá

perturbada. En este punto merece la pena señalar que dar lo mejor de sí mismo al jugar un

partido de tenis y ganar el, partido están conectados causalmente. En concreto, qué

mejor manera de ganar el partido que esforzándose al máximo. Los estoicos sabían que nuestros

objetivos internos influirán en nuestro rendimiento externo, pero también que los objetivos que

nos fijamos conscientemente pueden ejercer un gran impacto en nuestro, subsiguiente estado

emocional. En particular, si decidimos conscientemente que nuestro objetivo será ganar el partido

de tenis, no aumentaremos nuestras posibilidades de ganarlo. De hecho, quizá incluso las limitaremos,

si al principio del partido da la impresión de que vamos a perder, nos pondremos nerviosos,

lo que influirá negativamente en nuestro juego y reducirá nuestras posibilidades.

Además, al definir ganar el partido como nuestro objetivo, multiplicamos exponencialmente la

posibilidad de que el resultado nos perturbe. Si, por otra parte, decidimos que dar lo mejor

de nosotros mismos es nuestro objetivo, no reduciremos nuestras perspectivas de ganar,

pero si la posibilidad de que el resultado del partido resulte una experiencia perturbadora.

Así pues, interiorizar nuestros objetivos respecto al tenis no tiene vuelta de hoja,

definir que nuestro objetivo será jugar lo mejor que podamos presenta una ventaja,

una angustia emocional reducida en el futuro, y muy pocas o ninguna desventaja. En lo que

respecta a otros aspectos de la vida más significativos, un estoico será igualmente

cuidadoso al definir sus objetivos. Por ejemplo, los estoicos me recomendarían preocuparme por

saber si mi pareja me quiere, aun cuando se trata de una cuestión sobre la que no puedo

ejercer un control absoluto. Pero cuando me ocupo de este asunto, mi objetivo no debería

ser un mero objetivo externo, conseguir que me quiera, no importa cuánto lo intente,

puedo fracasar en este aspecto, y la inquietud se apoderará de mí. Por el contrario, mi objetivo

debería ser interno, comportarme, en la medida de mis posibilidades, de manera cariñosa. De un modo

análogo, mi objetivo respecto a mi jefe debería ser hacer mi trabajo lo mejor que pueda. Estos

objetivos son factibles al margen de la reacción de mi pareja y de mi jefe ante mis esfuerzos.

Al interiorizar estos esfuerzos en la vida cotidiana, el estoico es capaz de preservar

su serenidad mientras afronta cuestiones sobre las que solo tiene un control parcial.

Categorías de cosas. Ejemplo. Consejo de Epicteto. Cosas sobre las que tenemos un control absoluto.

Los objetivos que formamos para nosotros mismos, nuestros valores. Deberíamos atender a estas

cuestiones. Cosas sobre las que no tenemos ningún control en absoluto. Que el sol salga mañana.

No deberíamos atender a estas cuestiones. Cosas sobre las que tenemos un control relativo. Ganar

el partido de tenis. Deberíamos atender a estas cuestiones, pero deberíamos ser precavidos al

interiorizar los objetivos que nos formamos respecto a ellas. La tricotomía del control.

Creo que es especialmente importante interiorizar nuestros objetivos si tenemos una profesión en la

que el fracaso exterior es habitual. Pensemos, por ejemplo, en un aspirante a novelista. Para

tener éxito en esta profesión, debe afrontar y ganar dos batallas. Debe dominar su arte y

afrontar el rechazo a su trabajo. La mayoría de los novelistas oyen no muchas, muchas veces,

antes de oír sí. De estas dos batallas, para la mayoría de la gente la más dura es la segunda.

¿Cuántos aspirantes a novelista no envían su manuscrito por temor a oír la palabra no?

¿Y cuántos aspirantes a novelista se quedan hundidos ante el primer no y renuncian a volver

a enviar su manuscrito? ¿Cómo puede reducir el aspirante a novelista el coste del rechazo y por

lo tanto aumentar las probabilidades de éxito? Interiorizando sus objetivos respecto a la

escritura de novelas. Debería fijar como objetivo no algo exterior y que apenas puede controlar,

cómo conseguir que su novela sea publicada, sino un aspecto interior sobre el que ejerza

un control considerable, como el trabajo en el manuscrito o el número de veces que lo ha enviado

en un determinado periodo de tiempo. No sugiero que al interiorizar así sus objetivos no padezca

el aguijón cada vez que reciba una carta de rechazo, o, como sucede a menudo, cuando no

reciba ninguna respuesta al trabajo enviado. Sin embargo, puede reducir significativamente los

efectos de ese aguijón. En lugar de desanimarse durante todo un año antes de volver a enviar el

manuscrito, su periodo de desánimo se reducirá a una semana o tal vez incluso a un día, y este

cambio influirá notablemente en las posibilidades de ver publicada su novela. Los lectores tal vez

dirán que el proceso de interiorizar nuestros objetivos apenas es algo más que un juego mental.

El verdadero objetivo del aspirante a novelista es conseguir que su novela sea publicada,

algo que él sabe bien, y al aconsejarle que interiorice sus objetivos con respecto al libro,

no hago más que sugerirle que finja que su objetivo no es la publicación. En respuesta a esta objeción,

señalaré, para empezar, que es posible que alguien, invirtiendo el tiempo necesario en la

práctica de la interiorización de objetivos, desarrolle la capacidad para no mirar más allá

de sus objetivos interiorizados, en cuyo caso éstos se convertirían en sus objetivos reales.

Además, aunque el proceso de interiorización sea un juego mental, es un juego útil. El temor al

fracaso es un rasgo psicológico, por lo que no es una sorpresa que al alterar nuestra actitud

psicológica hacia el fracaso, eligiendo cuidadosamente nuestros objetivos, influyamos

en el grado en que ese temor nos afecta. Como he explicado, los estoicos estaban muy interesados

en la psicología humana y no eran reacios a utilizar, trucos, psicológicos para superar

ciertos aspectos del temperamento humano, como la presencia de emociones negativas. De hecho,

la técnica de la visualización negativa descrita en el capítulo anterior no es más que un truco

psicológico. Al imaginar cómo puede empeorar una situación, evitaremos o invertiremos el

proceso de adaptación hedónica. Sin embargo, es un truco especialmente eficaz si nuestro

objetivo es apreciar lo que tenemos en lugar de darlo por supuesto y, si nuestro objetivo es

experimentar la felicidad en lugar de hastiarnos por la vida y por el mundo que nos ha, tocado

vivir. Tras estas palabras sobre la interiorización de los objetivos, me voy a permitir una pausa para

hacer una confesión. En mis estudios sobre Epicteto y otros estoicos, he encontrado pocas

evidencias de que ellos defendieran la interiorización de objetivos tal y como la he

descrito, lo que plantea la pregunta de si los estoicos realmente utilizaron esta técnica.

Sin embargo, les he atribuido la técnica en la medida en que interiorizar los propios objetivos

es el camino más obvio si uno desea, como hicieron los estoicos, preocuparse sólo por

aquellas cosas sobre las que se tiene control y si se aspira a conservar la serenidad al

afrontar retos en los que es posible fracasar, en el sentido externo de la palabra. Al referirme a

los objetivos de la interiorización, puedo ser culpable de manipular o mejorar el estoicismo.

Como explicaré en el capítulo 20, no tengo reparos al actuar así. Ahora que comprendemos

la técnica de la interiorización de nuestros objetivos, estamos en posición de explicar lo

que de otra manera parecería un comportamiento paradójico por parte de los estoicos. Aunque

valoran la serenidad, se sienten obligados a ser participantes activos en la sociedad en la

que viven. Sin embargo, esta participación pone claramente en peligro esa serenidad. Por ejemplo,

sospechamos que Catón habría disfrutado de una vida más tranquila de no haberse visto obligado

a combatir el ascenso al poder de Julio César, si hubiera pasado sus días, por ejemplo,

en una biblioteca, leyendo a los estoicos. No obstante, me gustaría sugerir que Catón y otros

estoicos encontraron una forma de conservar la serenidad a pesar de su compromiso con el

mundo que lo rodeaba, interiorizaron sus objetivos. Su objetivo no era cambiar el

mundo, sino hacer cuanto estuviera en sus manos para facilitar ciertos cambios. Aunque sus esfuerzos

se revelaran ineficaces, al menos podían estar tranquilos, conscientes de que habían cumplido su

objetivo, hacer cuanto estaba en su mano. Un estoico practicante tendrá muy presente la

tricotomía del control al afrontar sus tareas cotidianas. Llevará a cabo una especie de

clasificación en la que dividirá los elementos que componen su vida en tres categorías, aquellos

sobre los que tiene un control total, aquellos sobre los que no ejerce ningún control y aquellos

sobre los que tiene un control relativo. Considerará que no vale la pena preocuparse por los elementos

incluidos en la segunda categoría, aquellos sobre lo que no tiene ningún control. Al actuar así se

ahorrará una gran dosis de ansiedad inútil. Se ocupará en cambio de aquellos sobre lo que tiene

un control total y de aquellos sobre lo que ejerce un control relativo, y cuando se ocupe de esta

última categoría, procurará definir objetivos internos y no externos, y así evitará una

considerable dosis de frustración y decepción. 6. Fatalismo. Liberarse del pasado, y del presente.

Los estoicos creían que una forma de preservar nuestra serenidad es adoptar una actitud fatalista

hacia todo lo que nos sucede. Según Séneca, deberíamos entregarnos al destino, en el sentido

de que, es un gran consuelo pensar que nos arrastra tal como arrastra a todo el universo,

punto 1, según Epicteto, deberíamos tener muy presente que somos meros actores en una obra

escrita por otro, más exactamente, por las parcas. No podemos elegir nuestro papel en esta obra,

pero al margen del papel que se nos asigne, hemos de interpretarlo lo mejor que podamos.

Si las parcas nos encargan el papel de un vagabundo, debemos interpretarlo bien,

y lo mismo si nos asignan el papel de un rey. Epicteto afirma que si queremos que nuestra vida

fluya por el cauce adecuado, hemos de procurar que nuestros deseos se adapten a los acontecimientos

en lugar de pretender que los acontecimientos se conformen a nuestros deseos, en otras palabras,

deberíamos desear que los acontecimientos, sucedan tal como suceden, punto, 2. Marco

Aurelio también defiende una actitud fatalista hacia la vida. Actuar de otro modo es rebelarse

contra la naturaleza, y estas rebeliones son contraproducentes si lo que pretendemos es

alcanzar una buena vida. En concreto, si rechazamos los decretos del destino, dice Marco Aurelio,

probablemente experimentaremos una aflicción, una ira y un temor que perturbarán nuestra serenidad.

Para evitarlo, hemos de aprender a adaptarnos al entorno en el que el destino nos ha colocado y

hacer cuanto podamos para amar a, las personas que los hados han puesto a nuestro alrededor.

Debemos aprender a dar la bienvenida a lo que nos toca en suerte y convencernos de que todo lo que

suceda es para, nuestro bien. De hecho, según Marco Aurelio, un buen hombre ha de acoger,

toda experiencia que los telares del destino tejan para él, punto, 3. Como la mayoría de

los antiguos romanos, los estoicos daban por sentado que tenían un destino. Más exactamente,

creían en la existencia de tres diosas conocidas como las Parcas. Cada una de ellas cumplía una

labor, Cloto tejía la vida, Láquesis la medía y Atropos la cortaba. Por mucho que lo intentaran,

los mortales no podían escapar al destino que para ellos habían elegido las Parcas. Como Dios

supremo, Zeus tenía el poder de anular las decisiones de las Parcas, pero prefería no

por razones prácticas. En la Ilíada, 14.440-449, por ejemplo, Homero describe un episodio en el

que Zeus se queja a Hera de que Sarpedón está condenado a ser asesinado por Patroclo, Zeus

considera la posibilidad de interferir para salvar su vida. Hera le implora no hacerlo,

porque entonces los otros dioses también intervendrían en los asuntos terrenales,

lo que a su vez crearía una gran discordia entre ellos, por lo tanto, para los antiguos romanos la

vida era como una carrera de caballos amañada, las Parcas ya sabían quién ganaría y quién perdería

en los certámenes de la vida. Un jinete podría negarse a participar en una carrera que sabe

amañada, ¿por qué molestarse en correr cuando en algún lugar alguien sabe quién va a ganar?

Del mismo modo podríamos esperar que los antiguos romanos se negaran a participar en

los certámenes de la vida, ¿para qué, si el futuro ya ha sido determinado? Lo interesante

es que, a pesar de su determinismo, a pesar de creer que lo que acontece tenía que acontecer,

los antiguos no eran fatalistas respecto al futuro. Los estoicos, por ejemplo, no se retiraban

apáticamente, resignados a lo que el futuro les deparara, al contrario, pasaban sus días trabajando

para influir en el resultado de acontecimientos por venir. De un modo análogo, los soldados de la

antigua Roma iban valerosamente a la guerra y combatían con bravura en las batallas, a pesar

de creer que su resultado estaba predestinado. Evidentemente, esto nos lega a un enigma,

aunque los estoicos defienden el fatalismo, no parecen haberlo practicado. Así pues,

¿cómo hemos de tomarnos su consejo de adoptar una actitud fatalista hacia todo lo que nos

acontece? Para resolver este enigma hemos de distinguir entre el fatalismo respecto al futuro

y el fatalismo respecto al pasado. Cuando una persona es fatalista respecto al futuro, al

decidir un curso de acción tendrá muy presente que sus actos no influirán en los acontecimientos

venideros. Es improbable que esa persona invierta tiempo y energía pensando en el futuro o intentando

cambiarlo. Cuando una persona es fatalista respecto al pasado, adopta la misma actitud

en relación con los eventos pretéritos. Al decidirse actuar tendrá muy presente que sus

actos no pueden influir en el pasado. Es improbable que esa persona invierta tiempo y energía pensando

en cómo el pasado podría haber sido diferente. Creo que cuando los estoicos defienden el fatalismo

están abogando por una forma limitada de la doctrina. Más exactamente, nos aconsejan ser

fatalistas respecto al pasado, tener muy presente que el pasado no puede alterarse. Así pues,

los estoicos no aconsejarían a una madre con un hijo enfermo que sea fatalista respecto al futuro,

debe intentar curar al niño, aunque las parcas ya hayan decidido si vivirá o morirá. Pero si

el pequeño fallece, le aconsejarán ser fatalista en relación con el pasado. Incluso para un estoico

es natural sentir dolor tras la muerte de un hijo. Sin embargo, aferrarse a esa muerte es dilapidar

el tiempo y las emociones, ya que el pasado no puede ser alterado. Por lo tanto, aferrarse a

la muerte del niño provocará un sufrimiento inútil a la mujer. Al plantear que no debemos

aferrarnos al pasado, los estoicos no sugieren que no pensemos nunca en él. A veces, debemos

pensar en el pasado para aprender lecciones que puedan ayudarnos en nuestro esfuerzo por dar

forma al futuro, por ejemplo, la madre que acabamos de mencionar debe pensar en la causa

de la muerte de su pequeño para proteger mejor a sus otros hijos. Así pues, si el vástago ha

fallecido a causa de la ingesta de vallas venenosas, su madre ha de procurar que sus

otros hijos se alejen de ellas y ha de enseñarles que son venenosas. Al actuar así se libera del

pasado. En concreto, debe evitar pasarse los días atrapada en pensamientos condicionales,

si hubiera sabido que había comido esas vallas. Si lo hubiera llevado antes al médico. Sin duda,

a los individuos modernos les parece más aceptable el fatalismo respecto al futuro que en relación con

el pasado. La mayoría de nosotros rechaza la idea de estar predestinados a vivir una vida determinada,

por el contrario, creemos que nuestro esfuerzo influye en el futuro. Al mismo tiempo, aceptamos

de buen grado que el pasado es inalterable, por lo que cuando los estoicos nos aconsejan ser

fatalistas al respecto, es poco probable que desoigamos ese consejo. Además de recomendarnos

ser fatalistas respecto al pasado, creo que los estoicos defienden el fatalismo respecto al

presente. Después de todo, es evidente que a través de nuestros actos no podemos influir en

el presente, si por presente queremos decir este momento. Es posible que mis actos influyan en lo

que sucede en una década, un día, un minuto o incluso medio segundo después, sin embargo,

es imposible que mis actos alteren lo que sucede justo ahora, puesto que mientras actúo para

influir en este instante, el instante se habrá deslizado al pasado y por lo tanto no podré

influir en él. Así pues, los estoicos nos aconsejan ser fatalistas no respecto al futuro

sino en relación con el pasado y con el presente. En apoyo de esta interpretación del fatalismo

estoico, es útil reconsiderar algunos de los consejos estoicos anteriormente mencionados.

Cuando Epicteto nos aconseja que hemos de desear que los acontecimientos sucedan como suceden,

se refiere a acontecimientos que suceden, que han sucedido o están sucediendo, no a

acontecimientos que sucederán. En otras palabras, nos aconseja que seamos fatalistas respecto al

pasado y al presente. Del mismo modo, así como no podemos dar la bienvenida a un visitante hasta que

llegue, el buen hombre de Marco Aurelio no puede coger las experiencias que los telares del destino

tejen para el hasta, que esas experiencias acontezcan. ¿Cómo puede el fatalismo respecto

al presente hacer que nuestra vida vaya mejor? Como he dicho, los estoicos han argumentado que

la mejor manera de estar satisfechos no es trabajando para satisfacer nuestros deseos,

sino aprendido a estar satisfechos con nuestra vida tal cual es, aprendiendo a ser felices con

lo que tenemos. Podemos pasar los días deseando que nuestras circunstancias sean diferentes,

pero si nos dejamos arrastrar por esta actitud, pasaremos los días en un estado de insatisfacción.

Por el contrario, si aprendemos a desear lo que ya tenemos, no tendremos que esforzarnos

en cumplir nuestros deseos para estar satisfechos, ya habrán sido cumplidos. Sin embargo,

una de las cosas que tenemos a nuestro alcance es el instante presente, y podemos tomar una

decisión importante respecto a él, podemos desperdiciar el momento deseando que sea

diferente o aceptarlo como es. Si habitualmente nos decantamos por la segunda opción, nuestra

vida se sumirá en la insatisfacción. Si nos inclinamos por lo primero, disfrutaremos de la

existencia. Creo que esta es la razón por la que los estoicos recomendaban ser fatalistas

respecto al presente. Es la razón por la que Marco Aurelio nos recordaba que lo único que

poseemos es el momento presente, la razón por la que nos aconsejaba vivir en este

instante fugaz. 5, por supuesto, esto último recuerda al consejo budista de intentar vivir

en el instante presente. Otro interesante paralelismo entre estoicismo y budismo.

Señalemos que el consejo de ser fatalistas respecto al pasado y al presente es coherente con el consejo

ofrecido en el capítulo anterior, de que no nos preocupemos por las cosas sobre las que no tenemos

control. No tenemos control sobre el pasado, tampoco sobre el presente, si por presente queremos

decir este preciso momento. Por lo tanto, perderemos el tiempo si nos preocupan los

acontecimientos pasados o presentes. Señalemos, por otra parte, que el consejo de ser fatalistas

respecto al pasado y al presente está conectado, de una forma curiosa, con el consejo que nos anima

a practicar la visualización negativa. Al practicar este ejercicio, pensamos en posibles escenarios en

los que nuestra situación podría ser peor, y al actuar así nuestro objetivo es valorar lo que

tenemos. El fatalismo defendido por los estoicos es en cierto sentido la inversión, o la imagen

especular, de la visualización negativa, en lugar de pensar cómo nuestra situación podría ser peor,

nos negamos a pensar en cómo podría ser mejor. Al comportarnos de una forma fatalista respecto

al pasado y al presente, nos negamos a comparar nuestra situación con situaciones preferibles y

alternativas en las que podríamos haber, estado o estar ahora mismo. Los estoicos creen que al

actuar así nuestra situación actual, sea cual sea, será más tolerable. Mi análisis del fatalismo

en este capítulo y de la visualización negativa en el capítulo 4 podría, inducir a los lectores a

temer que la práctica del estoicismo conduzca a la complacencia. Los lectores admitirán que los

estoicos están inusualmente satisfechos con lo que tienen, independientemente de lo que sea,

una bendición, sin duda. Pero como resultado de ello, no serán muy poco ambiciosos. En respuesta

a esta preocupación, he de recordar que los estoicos que hemos considerado aquí eran notablemente

ambiciosos. Como hemos visto, Séneca tuvo una vida activa como filósofo, dramaturgo, inversor

y consejero político. Musonio Rufo y Epicteto dirigieron exitosas escuelas de filosofía. Y

cuando no se entregaba la filosofía, Marco Aurelio trabajaba duro en el gobierno del Imperio Romano.

Eran personas extremadamente competentes. Es en verdad curioso, aunque habrían quedado

satisfechos con muy poco, sin embargo se esforzaron por labrarse una posición. Los

estoicos explicarían así esta aparente paradoja. Aunque nos enseña a estar satisfechos con lo que

tenemos, la filosofía estoica también nos aconseja buscar ciertas cosas en la vida. Por ejemplo,

hemos de esforzarnos en ser mejores personas, en ser virtuosos en el sentido antiguo de la palabra.

Hemos de esforzarnos por practicar el estoicismo en nuestra vida cotidiana. Y,

como veremos en el capítulo 9, debemos cumplir con nuestro deber social, por esta razón Séneca

y Marco Aurelio se sintieron obligados a participar en el gobierno romano, y Musonio Rufo y Epicteto,

a enseñar filosofía. Por otra parte, los estoicos no veían nada malo en disfrutar de

las circunstancias que nos han tocado en suerte, de hecho, Séneca nos aconseja,

estar atentos a las ventajas que adornan la vida, punto, 6, como resultado, debemos casarnos y tener

hijos. Y también cultivar y disfrutar de la amistad, ¿y qué ocurre con el éxito mundano?

¿Buscarán fama y fortuna los estoicos? No lo harán. Los estoicos creían que todo esto no

tenía un valor real y en consecuencia creían que perseguirlo era insensato, especialmente si al

hacerlo perturbamos nuestra serenidad o nos vemos obligados a actuar de forma poco virtuosa, supongo

que esta indiferencia al éxito mundano les hará parecer desmotivados a los individuos modernos que,

pasan el día esforzándose por alcanzar, cierto grado de, fama y fortuna. Dicho esto, debo añadir

que aunque los estoicos no buscaban el éxito en el mundo, a menudo lo obtenían igualmente, de hecho,

los estoicos que hemos considerado habrían pasado por individuos de éxito en su época. Séneca y

Marco Aurelio eran ricos y famosos, y Musonio y Epicteto, como líderes de escuelas populares,

disfrutaron de cierto renombre y, presumiblemente, eran económicamente acomodados. Por lo tanto,

se encontraron en la curiosa posición de individuos que hallaron el éxito sin buscarlo.

En los capítulos 14 y 15 examinaremos cómo gestionaron esta situación.

7. Autoprivación.

Gestionar el lado oscuro del placer.

Practicar la visualización negativa es contemplar las cosas malas que pueden sucedernos. Séneca

recomienda una extensión de esta técnica, además de contemplar la posibilidad de que

acontezcan estas situaciones, a veces debemos vivir como si hubieran sucedido. En particular,

en lugar de limitarnos a pensar qué pasaría si perdiéramos nuestra riqueza, periódicamente

deberíamos practicar la pobreza, es decir, deberíamos contentarnos con los alimentos

más escasos y baratos, y con una vestimenta tosca y pobre.1. Según Séneca, Epicuro, un rival

filosófico de los estoicos, también practicaba la pobreza, 2, sin embargo, su objetivo al hacerlo

parece distinto al de Séneca. Mientras Séneca quería apreciar lo que tenía, Epicuro pretendía

examinar lo que creía que necesitaba a fin de determinar de qué podía prescindir. Se dio cuenta

de que en muchos casos trabajamos duro para conseguir algo porque estamos convencidos de

que seremos infelices sin ello. El problema es que podemos vivir perfectamente bien sin algunas de

estas cosas, pero no sabremos cuáles son si no intentamos vivir sin ellas. Musonio lleva esta

técnica un paso más allá, cree que además de vivir como si esas desgracias hubieran sucedido,

a veces debemos provocarlas. En concreto, de vez en cuando hemos de obligarnos a experimentar una

incomodidad que podríamos evitar con facilidad. Podemos hacerlo vistiendo ropa ligera o caminando

descalzos cuando hace frío. O pasar hambre y sed, aunque la comida y la bebida estén a nuestro

alcance, y dormir en un lecho duro a pesar de disponer de uno mullido, 3. Muchos lectores

modernos llegarán a la conclusión de que el estoicismo implica cierto grado de masoquismo.

Sin embargo, deberían ser conscientes de que los estoicos no se flagelan. De hecho,

las incomodidades a las que se someten son menores. Además, no se las infligen para

castigarse a sí mismos, lo hacen para reforzar el placer de vivir. Y, por último, es erróneo decir

que los estoicos se infligen a sí mismos estas incomodidades. Esto crea la imagen de alguien en

conflicto consigo mismo, alguien que se obliga a hacer algo que no quiere hacer. Sin embargo,

los estoicos aceptaban cierto grado de incomodidad en su vida. Lo que los estoicos defienden se define

más apropiadamente como un programa de incomodidad voluntaria y no como un programa de incomodidad

autoinfligida. Incluso esta aclaración de la actitud de los estoicos hacia la incomodidad

dejará perplejos a muchos lectores modernos. ¿Por qué deberíamos aceptar ni siquiera la

menor de las incomodidades cuando es posible disfrutar de una comodidad perfecta?, se

preguntarán. En respuesta a esta pregunta, Musonio señala tres beneficios derivados de los actos de

incomodidad voluntaria. Para empezar, al realizar actos de incomodidad voluntaria, por ejemplo,

pasando frío y hambre cuando podríamos estar calentitos y bien alimentados, nos endurecemos

contra las desgracias que puedan acontecernos en el futuro. Si solo conocemos la comodidad,

la experiencia del dolor y las molestias que algún día padeceremos nos traumatizarán.

En otras palabras, la incomodidad voluntaria puede entenderse como una especie de vacuna. Si

ahora nos exponemos a una pequeña cantidad de virus debilitado, crearemos una inmunidad que

nos protegerá de una enfermedad incapacitante en el futuro. De forma alternativa, la incomodidad

voluntaria se puede concebir como una prima de seguros que, si se paga, nos permitirá recibir

beneficios, si más tarde somos víctimas de una desgracia, la incomodidad que experimentamos será

sustancialmente menor de lo que sería de otro modo. Un segundo beneficio de los actos de incomodidad

voluntaria no tiene lugar en el futuro, sino inmediatamente. Una persona que experimenta

periódicamente incomodidades menores confiará en soportar grandes incomodidades, por lo que

la perspectiva de padecerlas en el futuro no constituirá una fuente de ansiedad para él.

Al experimentar incomodidades menores se entrena, según Musonio, en ser valiente. Cuatro, por el

contrario, la persona ajena a la incomodidad, quien nunca ha padecido hambre o frío, puede temer la

posibilidad de sufrirlos algún día. Aunque ahora vive con una comodidad física, probablemente

experimentará un malestar mental, es decir, una ansiedad respecto a lo que el futuro le depara.

Un tercer beneficio de asumir actos de incomodidad voluntaria es que nos ayuda a apreciar lo que ya

tenemos. En particular, al provocarnos situaciones de incomodidad deliberadamente,

apreciaremos mejor nuestras comodidades. Evidentemente, es bueno estar en una habitación

cálida cuando fuera hace frío y arrecia la tormenta, pero para disfrutar realmente del

calor y de la sensación de cobijo, debemos ir fuera un rato y luego regresar. De un modo análogo,

podemos, como observaba Diógenes, mejorar en gran medida nuestro aprecio de cualquier comida

esperando a estar hambrientos antes de tomarla, mejorar nuestro aprecio de cualquier bebida si

esperamos a tener sed antes de ingerirla. Es instructivo comparar el consejo de asumir

periódicamente actos de incomodidad voluntaria con el consejo ofrecido por un hedonista no

iluminado. Esta persona nos sugerirá que la mejor manera de maximizar la comodidad

que experimentamos es evitar las molestias a cualquier precio. Por el contrario, Musonio

replicaría que quien intenta evitar toda molestia tiene menos probabilidades de estar

cómodo que quien de forma periódica acepta ciertas molestias. Este último individuo

probablemente tenga una zona de confort más amplia que el primero, y por lo tanto se sentirá cómodo

en circunstancias que al otro le resultarían sumamente perturbadoras. Una cosa sería avanzar

para asegurarnos de que jamás experimentaremos incomodidad alguna, pero como esto no es posible,

la estrategia de evitar las molestias a cualquier precio es contraproducente. Además de practicar,

de cuando en cuando, actos de incomodidad voluntaria, en opinión de los estoicos

deberíamos renunciar periódicamente a la oportunidad de experimentar placer. Esto es

así porque el placer tiene un lado oscuro. De hecho, Seneca advierte de que es como perseguir

a un animal salvaje, si lo capturamos, puede volverse contra nosotros y hacernos pedazos.

Ahora bien, alterando un poco la metáfora, nos dice que, al atraparlos, los placeres intensos

se convierten en nuestros captores, lo que quiere decir que cuantos más placeres alcanza un hombre,

tendrá más amos a los que servir, punto, 5. Al desconfiar del placer, los estoicos revelan

su linaje cínico. Así pues, el filósofo cínico Diógenes afirma que la batalla más importante

que cualquier persona tiene que librar es contra su placer. La batalla es especialmente difícil de

ganar porque el placer, no usa la fuerza explícita, sino que engaña e invoca un hechizo de narcóticos

nefastos, tal como Homero dice que Circe drogó a los compañeros de Odiseo. El placer, advierte,

no hurde una única estrategia, sino muchas, y pretende anular a los hombres a través de la

vista, el sonido, el olor, el gusto y el tacto, también con alimentos, bebidas y lujuria carnal,

tentando tanto a los despiertos como a los dormidos. Y el placer, con un golpe de varita,

conduce hábilmente a su víctima a un chiquero y la encierra en él, y en adelante el hombre se

convierte en un cerdo o en un lobo, punto, 6. Los estoicos afirman que hay placeres de los

que deberíamos abstenernos siempre. En particular, deberíamos renunciar a los

placeres que pueden generar dependencia, si la metanfetamina hubiera existido en el mundo antiguo,

sin duda los estoicos habrían aconsejado no consumirla, sin embargo, es significativo que

la desconfianza de los estoicos hacia el placer no acaba aquí. También nos aconsejan abstenernos

de otros placeres, relativamente inofensivos. Por ejemplo, renunciar a tomar una copa de vino,

no por temor a convertirnos en alcohólicos sino para aprender el autocontrol. Para los estoicos,

y, en realidad, para todo aquel que intente practicar una filosofía de vida, el autocontrol

será un rasgo importante que hay que adquirir. Después de todo, si carecemos de autocontrol,

probablemente nos distraerán los diversos placeres que la vida tiene que ofrecer, y en este estado de

distracción es poco probable que alcancemos los objetivos de nuestra filosofía de vida.

Más generalmente, si no podemos resistirnos a los placeres, acabaremos interpretando,

afirma Marco Aurelio, el papel del esclavo, contrayéndose como una marioneta ante los

impulsos egoístas, y nos pasaremos la vida, quejándonos por el presente y lamentando el

porvenir. Para evitar este destino, hemos de procurar que dolores y placeres no obnubilen

nuestra capacidad racional. Como señala Marco Aurelio, hemos de aprender a resistir los murmullos

de la carne, punto 7. Así pues, en sus asuntos cotidianos, el estoico, además de elegir hacer

cosas que le hacen sentir mal, como vestir ropas ligeras cuando hace frío, a veces decide no hacer

cosas que le hacen sentir bien, como tomar un cuenco de helado. Esto suena como si los estoicos

fueran contrarios al placer, pero no lo son. Por ejemplo, los estoicos no ven nada malo en

los placeres derivados de la amistad, la vida familiar, la comida o incluso la riqueza, pero

aconsejan moderación en su disfrute. Después de todo, hay una línea muy fina entre disfrutar de

una comida y caer en la brotonería. También existe el peligro de aferrarnos a aquello que disfrutamos.

En consecuencia, aun cuando disfrutemos de cosas agradables, debemos seguir el consejo de Epicteto

y estar en guardia, 8. Es entonces cuando, según Séneca, un sabio estoico explica la diferencia

con la que el estoico asume el placer en relación con una persona normal, ahí donde el individuo

convencional se entrega el placer, el estoico lo encadena, ahí donde la persona común cree que el

placer es el bien más alto, el sabio ni siquiera piensa que sea un bien, y ahí donde el común de

los mortales hace cualquier cosa en busca del placer, el sabio no hace nada, 9. De las técnicas

estoicas que he analizado en la segunda parte de este libro, la técnica de la autoprivación es la

más difícil de practicar. Por ejemplo, en virtud de su práctica de la pobreza, para un estoico no

será divertido ir en autobús cuando podría conducir su coche. No será divertido salir a una

tormenta invernal con una ligera chaqueta para sentir la incomodidad del frío. Y ciertamente

no le resultará divertido negarse a tomar el helado que alguien le ofrece, diciendo que no se

niega a tomarlo por estar a dieta, sino para practicar el rechazo a algo que podría disfrutar.

De hecho, un estoico inexperto tendrá que concentrar toda su voluntad para hacer estas

cosas. Sin embargo, los estoicos han descubierto que la voluntad es como un músculo, cuanto más

se ejercitan los músculos, más fuertes se hacen, y cuanto más ejercitan su voluntad, más poderosa

se torna. De hecho, si se practican las técnicas de autoprivación estoica durante un largo periodo,

los estoicos pueden transformarse a sí mismos en individuos notables por su valor y autocontrol.

Serán capaces de hacer cosas que los demás temen y abstenerse de otras que los demás no

pueden evitar hacer. Como resultado, ejercerán un pleno control sobre sí mismos. Este autocontrol

reforzará sus posibilidades de alcanzar los objetivos de su filosofía de vida, y a su vez

esto aumenta en gran medida sus oportunidades de vivir una buena vida. Los estoicos serán los

primeros en admitir que ejercer el autocontrol exige esfuerzo. Tras admitir esto, sin embargo,

señalarán que no ejercer ningún autocontrol en absoluto también exige esfuerzo, pensemos,

dice Musonio, en todo el tiempo y la energía que la gente invierte en cuestiones amorosas ilícitas

que no habría iniciado si gozara de autocontrol, 10, en el mismo sentido, Séneca observa que,

que la castidad viene con tiempo libre, la lastivia nunca tiene tiempo, punto, 11.

Los estoicos señalarán que ejercitar el autocontrol presenta ciertos beneficios que

no siempre son obvios. En particular, por extraño que pueda parecer, abstenerse

conscientemente del placer puede ser muy placentero. Supongamos, por ejemplo,

que mientras hacemos dieta sentimos el deseo de comer un helado que tenemos en el congelador.

Si lo comemos, experimentaremos cierto placer gastronómico, junto a cierto remordimiento por

haberlo comido. Si nos abstenemos, sin embargo, nos privaremos del placer gastronómico pero

experimentaremos un placer de un tipo diferente, como observa Epicteto, te sentirás, complacido y

te elogiarás, por no haberlo comido, 12. Sin duda, este último placer es completamente

diferente al placer que deriva de comer helado, y sin embargo se trata de un placer genuino.

Además, si nos detenemos a elaborar un cuidadoso análisis de costes y beneficios antes de comer el

helado, si sopesamos los costes y beneficios de tomar el helado y de no tomarlo, descubriremos

que, si queremos maximizar nuestro placer, nos conviene no tomarlo. Epicteto nos aconseja

practicar este tipo de análisis cuando consideremos aprovechar o no una oportunidad, para el placer,

13. En un tono similar, supongamos que seguimos el consejo estoico para simplificar nuestra dieta.

Descubriremos que esa dieta, aunque carente de diversos placeres gastronómicos, es la fuente

de un placer de naturaleza completamente diferente, el agua, la cebada y las cortezas de pan de cebada,

nos dice Seneca, no son una dieta alegre, sin embargo, obtener placer de este tipo de alimentos

es el placer más elevado, punto, 14. Dejemos que los estoicos expliquen que el acto de renunciar

al placer es en sí mismo placentero. Como he dicho, fueron algunos de los psicólogos más

penetrantes de su tiempo, 8. Meditación. Observarnos practicar el estoicismo. Para

ayudarnos a avanzar en nuestra práctica del estoicismo, Seneca aconseja meditar periódicamente

en los acontecimientos de la vida cotidiana, cómo hemos respondido a ellos y cómo deberíamos haber

respondido según los principios estoicos. Atribuye esta técnica a su maestro Sexto,

que, al acostarse, se preguntaba a sí mismo, ¿qué dolencia tuya has curado hoy? ¿Qué defecto has

evitado? ¿En qué sentido has mejorado? 1. Seneca describe para sus lectores una de sus

propias meditaciones al acabar el día y ofrece una lista del tipo de acontecimientos sobre los

que reflexiona, junto a las conclusiones que extrae de su respuesta a esos acontecimientos.

Seneca fue demasiado agresivo al amonestar a alguien, en consecuencia, en lugar de corregir

a esa persona, la admonición solo sirvió para irritarla. El consejo que se da a sí mismo,

a la hora de contemplar la posibilidad de criticar a alguien, ha de considerar no

solo si la crítica es válida sino también si la persona puede soportar ser criticada.

Añade que cuanto peor es un hombre, menos probabilidades tiene de aceptar la crítica

constructiva. En una fiesta, la gente bromeaba a costa de Seneca y este, en lugar de hacer caso

omiso, se lo tomó a pecho. Su consejo a sí mismo, aléjate de las malas compañías. En un banquete,

no sentaron a Seneca en el lugar de honor que creía que le correspondía. En consecuencia,

pasó la velada irritado con quienes habían distribuido los asientos y envidioso de quienes

estaban mejor situados que él. Sus palabras respecto su conducta, lunático, que importa en

qué parte del diván apoyas tu peso?, llega a sus oídos que alguien habla mal de sus escritos y

empieza a tratar a este crítico como a un enemigo. Pero a continuación empieza a pensar en todos los

autores cuya obra él mismo ha criticado. ¿Quiere que todos piensen en el cómo en un enemigo?

Ciertamente, no. Conclusión de Seneca, si vas a publicar, tienes que estar dispuesto a tolerar la

crítica. 2. Al leer sobre estos y otros fastidios enumerados por Seneca, nos sorprende comprobar

lo poco que ha cambiado la naturaleza humana en los últimos dos milenios. La meditación al

acostarse que Seneca recomienda es, por supuesto, completamente diferente a la de, por ejemplo,

un budista Zen. Durante su meditación, un practicante del Zen se sienta horas y horas con

la mente tan vacía como sea posible. En cambio, la mente de un estoico estará muy activa durante la

meditación al acostarse. Pensará en los acontecimientos del día. ¿Hay algo que haya

perturbado su serenidad? ¿Ha experimentado ira? ¿Envidia? ¿Codicia? ¿Por qué le han irritado

los eventos del día? ¿Podría haber hecho algo para evitar esa irritación? Epicteto lleva el

consejo de Seneca de la meditación al acostarse un paso más allá. Sugiere que mientras realizamos

nuestras tareas cotidianas, hemos de desempeñar simultáneamente los papeles de participante y

espectador. 3, en otras palabras, deberíamos crear en nuestro interior un observador estoico

que contempla y comenta nuestros intentos de practicar. El estoicismo. En un tono similar,

Marco Aurelio recomienda examinar todos nuestros actos, determinar los motivos que nos impulsan a

realizarlos y considerar el valor de lo que nos esforzamos en llevar a término. Deberíamos

preguntarnos constantemente si nos gobierna la razón u otra cosa. Y cuando determinamos que no

estamos gobernados por la razón, deberíamos preguntarnos qué nos gobierna. ¿Un espíritu

infantil? ¿Un tirano? ¿Un boi terco? ¿Una bestia salvaje? También deberíamos ser atentos

observadores de los actos de otras personas. 4, después de todo, podemos aprender de sus

errores y de sus éxitos. Además de reflexionar en los acontecimientos del día, podemos dedicar

parte de nuestras meditaciones a repasar una especie de lista mental de verificación.

¿Estamos practicando las técnicas psicológicas recomendadas por los estoicos? ¿Practicamos

periódicamente la visualización negativa? Nos tomamos el tiempo de distinguir entre aquellas

cosas sobre las que tenemos un control total, aquellas otras sobre las que no tenemos ningún

control en absoluto y las cosas sobre las que ejercemos un control relativo. ¿Interiorizamos

nuestros objetivos? ¿Nos hemos abstenido de vivir en el pasado y hemos centrado nuestra

atención en el futuro? ¿Hemos practicado la autoprivación conscientemente? También podemos

utilizar nuestras meditaciones estoicas como una oportunidad para preguntarnos si, en nuestros

asuntos cotidianos, estamos siguiendo el consejo que ofrecen los estoicos. En la tercera parte de

este libro expongo este consejo en detalle. Otra cosa que podemos hacer durante nuestra

meditación estoica es juzgar nuestro progreso como estoicos. Hay muchos indicadores a partir

de los cuales medir este progreso. Para empezar, a medida que el estoicismo encuentre su lugar en

nosotros, advertiremos que nuestras relaciones con otras personas han cambiado. Descubriremos,

dice Epicteto, que nuestros sentimientos no se ven heridos cuando los demás nos dicen que no

tenemos ni idea o que somos, tontos rematados, en relación con las cuestiones externas. También

tendremos que encogernos de hombros ante cualquier elogio que nos sea dirigido. De hecho, Epicteto

cree que la admiración de otras personas es un barómetro negativo de nuestro progreso como

estoicos, si la gente te considera un personaje, desconfíe de ti mismo, punto, 5. Otros signos de

progreso, según Epicteto, son los siguientes, dejaremos de culpar, censurar y elogiar a otros.

No alardearemos sobre nosotros mismos ni nos jactaremos de nuestro saber, y nos culparemos a

nosotros, y no a las circunstancias externas, cuando nuestros deseos no se cumplan. Y como

hemos adquirido cierto grado de dominio sobre nuestros deseos, descubriremos que deseamos menos

cosas que antes, Epicteto asegura que descubriremos que, nuestros impulsos hacia las cosas han

disminuido. Y de forma significativa, si hemos progresado como estoicos nos consideraremos a

nosotros mismos no como a un amigo cuyo deseo ha de ser satisfecho, sino, como un enemigo al acecho,

punto, 6. Según los estoicos, la práctica de esta filosofía de vida no solo influirá en

nuestros pensamientos y deseos en la vigilia, sino también en nuestra vida onírica. En concreto,

Zenón sugería que a medida que progresemos en nuestra práctica dejaremos de tener sueños en

los que sentimos, placer ante situaciones deplorables, 7, otra señal de progreso en

nuestra práctica del estoicismo consiste en que nuestra filosofía consistirá en actos,

más que en palabras. Lo más importante, señala Epicteto, no es nuestra capacidad para hablar de

los principios estoicos, sino nuestra capacidad para vivir de acuerdo con ellos. Por lo tanto,

en un banquete un estoico aficionado podría pasar el tiempo hablando de que debería comer un individuo

filosóficamente iluminado, un estoico que ha avanzado más en el camino se limitará a alimentarse así.

Análogamente, un aprendiz de estoico puede jactarse de su sencillo estilo de vida o de

haber renunciado al vino por el agua, un estoico más avanzado, después de haber hecho exactamente

lo mismo, no sentirá la necesidad de comentarlo. De hecho, Epicteto cree que en nuestra práctica

del estoicismo hemos de ser discretos para que los demás no nos etiqueten, como estoicos,

y ni siquiera como filósofos, 8. Sin embargo, la señal más importante de que estamos progresando

como estoicos es un cambio en nuestra vida emocional. No es, como los que ignoran la

verdadera naturaleza del estoicismo suelen creer, que dejemos de experimentar emociones. Por el

contrario, lo que experimentaremos son menos emociones negativas. También invertiremos menos

tiempo deseando que las cosas sean de otro modo y más disfrutando de las cosas tal, como son.

En líneas generales, disfrutaremos de un grado de serenidad del que carecíamos previamente.

Asimismo, descubriremos, quizá para nuestra sorpresa, que nuestra práctica del estoicismo

nos ha hecho susceptibles a pequeños estallidos de alegría, de pronto nos complacerá ser la

persona que somos, vivir la vida que vivimos, en el universo que habitamos. Sin embargo,

para la prueba última del progreso realizado en el estoicismo tendremos que esperar a afrontar

la muerte. Solo entonces, dice Séneca, sabremos si nuestro estoicismo ha sido verdadero, 9.

Al medir nuestro progreso como estoicos, quizá nos parecerá más lento de lo que habríamos

esperado o deseado. No obstante, los estoicos serían los primeros en admitir que la gente

no puede perfeccionar su estoicismo de la noche a la mañana, de hecho, aunque lo practicáramos

toda nuestra vida, es improbable que llegáramos a perfeccionarlo, siempre habría lugar para alguna

mejora. En este sentido, Séneca nos dice que su objetivo al practicar esta filosofía de vida no

es convertirse en sabio, por el contrario, considera que su progreso es adecuado siempre

y cuando, cada día reduzca el número de mis vicios y me reproche mis errores, punto 10.

Los estoicos entendían que en su práctica de esta filosofía de vida darían pasos atrás. Por eso,

tras pedir a sus estudiantes que practicaran el estoicismo, Epicteto les enseñaba que debían

hacer si fracasaban a la hora de seguir su consejo, 11. esperaba, en otras palabras,

que los aprendices de estoicos tuvieran recaídas habitualmente. En un tono similar,

Marco Aurelio recomienda que cuando nuestra práctica no esté a la altura de los preceptos

estoicos, no debemos desanimarnos ni renunciar a ella, al contrario, hay que volver al tajo y ser

conscientes de que si la mayor parte del tiempo obramos de forma correcta, desde el punto de vista

estoico, estamos actuando en nuestro favor, 12. Ahora me voy a permitir ofrecer un último

pensamiento sobre cómo progresar como estoicos. Marco Aurelio pasó su vida adulta practicando esta

filosofía de vida, aunque tenía un temperamento conveniente para ello, a veces flaqueaba y su

estoicismo no parecía capaz de proporcionarle la serenidad que necesitaba. En las meditaciones

ofrece consejos sobre qué hacer en estos momentos, sigue practicando el estoicismo,

aun cuando el éxito parezca imposible, punto, 13. Tercera parte. Asesoramiento estoico.

9. Deber. Amar a la humanidad. Como hemos visto, los estoicos nos aconsejan buscar la serenidad.

Sin embargo, son conscientes de que por sí sola esta recomendación no es muy útil, por lo que

nos ofrecen una guía para alcanzar esa serenidad. Para empezar, nos sugieren practicar las técnicas

psicológicas descritas en la segunda parte de este libro. También ofrecen consejos sobre aspectos

específicos de la vida cotidiana. Nos aconsejan, por ejemplo, no buscar la fama y la fortuna,

pues esa búsqueda perturbará nuestra serenidad. Nos advierten de la necesidad de ser cuidadosos

a la hora de buscar a nuestros compañeros, después de todo, los demás tienen el poder

de alterar nuestra tranquilidad si les dejamos hacerlo. Nos ofrecen consejos para afrontar los

insultos, la ira, la aflicción, el exilio, la vejez e incluso las circunstancias en las que

practicar sexo. Centrémonos ahora en los consejos estoicos sobre la vida cotidiana,

empezando, con este capítulo y el siguiente, por lo relativo a la formación y mantenimiento de las

relaciones sociales. Al examinar nuestra existencia descubriremos que otras personas son la fuente de

algunas de las mayores, delicias que la vida tiene que ofrecer, incluyendo el amor y la amistad. Pero

también descubriremos que son la causa de la mayor parte de las emociones negativas que experimentamos.

Los extraños nos irritan cuando se produce un atasco de tráfico. Los familiares nos agobian

con sus problemas. Nuestro jefe puede arruinar nuestro día insultándonos, y la incompetencia

de nuestros compañeros puede provocarnos estrés al aumentar nuestra carga de trabajo. Nuestros

amigos pueden olvidarse de invitarnos a una fiesta, lo que nos hará sentir desairados,

aun cuando no nos hagan nada, los demás pueden perturbar nuestra serenidad. Normalmente queremos

que los demás.