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El Alquimista, El Alquimista Episodio 17

El Alquimista Episodio 17

El libro que más interesó al muchacho contaba la historia de los alquimistas famosos.

Eran hombres que habían dedicado toda su vida a purificar metales en los laboratorios; creían que si un metal se mantenía permanentemente al fuego durante muchos años, terminaría liberándose de todas sus propiedades individuales y sólo restaría el Alma del Mundo. Esta Cosa Única permitía que los alquimistas entendiesen cualquier cosa sobre la faz de la Tierra, porque ella era el lenguaje a través del cual las cosas se comunicaban. A este descubrimiento lo llamaban la Gran Obra, que estaba compuesta por una parte líquida y una parte sólida. -¿No basta con observar a los hombres y a las señales para descubrir este lenguaje?

-preguntó el chico. -Tienes la manía de simplificarlo todo -repuso el Inglés irritado-.

La Alquimia es un trabajo muy serio.

Exige que se siga cada paso exactamente como los maestros lo enseñaron. El muchacho descubrió que la parte líquida de la Gran Obra era llamada Elixir de la Larga Vida, que curaba todas las enfermedades y evitaba que el alquimista envejeciese.

Y la parte sólida se conocía con el nombre de Piedra Filosofal.

-No es fácil descubrir la Piedra Filosofal -dijo el Inglés-.

Los alquimistas pasaban muchos años en los laboratorios contemplando aquel fuego que purificaba los metales. Miraban tanto el fuego que poco a poco sus cabezas iban perdiendo todas las vanidades del mundo. Entonces, un buen día, descubrían que la purificación de los metales había terminado por purificarlos a ellos mismos.

El muchacho se acordó del Mercader de Cristales.

Él le había dicho que era buena idea limpiar los jarros para que ambos se liberasen también de los malos pensamientos.

Cada vez estaba más convencido de que la Alquimia podría aprenderse en la vida cotidiana. -Además -añadió el Inglés-, la Piedra Filosofal tiene una propiedad fascinante: un pequeño fragmento de ella es capaz de transformar grandes cantidades de metal en oro.

A partir de esta frase, el muchacho empezó a interesarse en la Alquimia.

Pensaba que, con un poco de paciencia, podría transformar- lo todo en oro.

Leyó la vida de varias personas que lo habían conseguido: Helvetius, Elías, Fulcanelli, Geber. Eran historias fascinantes: todos estaban viviendo hasta el final su Leyenda Personal. Viajaban, encontraban sabios, hacían milagros frente a los incrédulos, poseían la Piedra Filosofal y el Elixir de la Larga Vida. Pero cuando quería aprender la manera de conseguir la Gran Obra, se quedaba totalmente perdido.

Eran sólo dibujos, instrucciones codificadas, textos oscuros. -¿Por qué son tan difíciles?

-preguntó cierta noche al Inglés. Notó que el Inglés andaba un poco malhumorado por la falta de sus libros. -Para que sólo los que tienen la responsabilidad de entenderlos los entiendan -repuso-.

Imagina qué pasaría si todo el mundo se pusiera a transformar el plomo en oro. En poco tiempo el oro no valdría nada. »Sólo los persistentes, sólo aquellos que investigan mucho, son los que consiguen la Gran Obra.

Por eso estoy en medio de este desierto. Para encontrar a un verdadero Alquimista que me ayude a descifrar los códigos.

-¿Cuándo se escribieron estos libros?

-quiso saber el muchacho. -Muchos siglos atrás.

-En aquella época no había imprenta -insistió el muchacho-, por lo tanto, no había posibilidad de que todo el mundo pudiera conocer la Alquimia.

¿Por qué, entonces, ese lenguaje tan extraño, tan lleno de dibujos? El Inglés no respondió. Dijo que desde hacía varios días estaba prestándole mucha atención a la caravana y que no conseguía descubrir nada nuevo. Lo único que había notado era que los comentarios sobre la guerra aumentaban cada vez más. Un buen día el muchacho devolvió los libros al Inglés.

-¿Entonces, has aprendido mucho? -preguntó el otro expectante-. Empezaba a necesitar a alguien con quien conversar para olvidar el miedo a la guerra. -He aprendido que el mundo tiene una Alma y que quien entienda esa Alma entenderá el lenguaje de las cosas.

Aprendí que muchos alquimistas vivieron su Leyenda Personal y terminaron descubriendo el Alma del Mundo, la Piedra Filosofal y el Elixir. »Pero, sobre todo, he aprendido que estas cosas son tan simples que pueden escribirse sobre una esmeralda.

El Inglés se quedó decepcionado.

Los años de estudio, los símbolos mágicos, las palabras difíciles, los aparatos de laboratorio, nada de eso había impresionado al muchacho. «Debe de tener una alma demasiado primitiva como para comprender esto», se dijo. Cogió sus libros y los guardó en las alforjas que colgaban del camello.

-Vuelve a tu caravana -dijo-.

Ella tampoco me ha enseñado gran cosa. El muchacho volvió a contemplar el silencio del desierto y la arena que levantaban los animales.

«Cada uno tiene su manera de aprender -se repetía a sí mismo-. La manera de él no es la mía, y la mía no es la de él. Pero ambos estamos buscando nuestra Leyenda Personal, y yo lo respeto por eso.» La caravana comenzó a viajar día y noche.

A cada momento aparecían los mensajeros encapuchados, y el camellero que se había hecho amigo del muchacho explicó que la guerra entre los clanes había comenzado. Tendrían mucha suerte si conseguían llegar al oasis. Los animales estaban agotados y los hombres cada vez más silenciosos.

El silencio era más terrible por la noche, cuando un simple relincho de camello -que antes no pasaba de ser un relincho de camello- ahora asustaba a todo el mundo y podía ser una señal de invasión.

El camellero, no obstante, no parecía estar muy impresionado con la amenaza de guerra.

-Estoy vivo -dijo al muchacho mientras comía un plato de dátiles en la noche sin hogueras ni luna-.

Mientras estoy comiendo, no hago nada más que comer. Si estuviera caminando, me limitaría a caminar. Si tengo que luchar, será un día tan bueno para morir como cualquier otro.

»Porque no vivo ni en mi pasado ni en mi futuro.

Tengo sólo el presente, y eso es lo único que me interesa. Si puedes permanecer siempre en el presente serás un hombre feliz. Percibirás que en el desierto existe vida, que el cielo tiene estrellas, y que los guerreros luchan porque esto forma parte de la raza humana.

La vida será una fiesta, un gran festival, porque ella sólo es el momento que estamos viviendo.


El Alquimista Episodio 17 Der Alchemist - Folge 17 The Alchemist Episode 17

El libro que más interesó al muchacho  contaba la historia de los alquimistas famosos.

Eran hombres  que habían dedicado toda su vida a  purificar metales en los laboratorios; creían que si un metal se mantenía  permanentemente al fuego durante muchos años, terminaría liberándose  de todas sus propiedades individuales y sólo restaría el Alma  del Mundo. Esta Cosa Única permitía que los alquimistas entendiesen cualquier cosa sobre la faz de la  Tierra, porque ella era el lenguaje a través  del cual las cosas se comunicaban. A este descubrimiento  lo llamaban la Gran Obra, que estaba compuesta por una parte líquida y una parte sólida. -¿No  basta con observar a los hombres y a las señales para descubrir este lenguaje?

-preguntó el chico. -Tienes la manía de  simplificarlo todo -repuso el Inglés irritado-.

La  Alquimia es un trabajo muy serio.

Exige que se siga cada paso exactamente como los maestros lo enseñaron. El  muchacho descubrió que la parte líquida de la Gran Obra era llamada Elixir de la Larga Vida, que  curaba todas las enfermedades y evitaba que el alquimista envejeciese.

Y la parte sólida se conocía con el nombre de Piedra Filosofal.

-No  es fácil descubrir la Piedra Filosofal -dijo el Inglés-.

Los alquimistas pasaban muchos años en los laboratorios contemplando aquel  fuego que purificaba los metales. Miraban tanto el fuego que poco  a poco sus cabezas iban perdiendo todas las vanidades del mundo. Entonces, un buen día, descubrían que la purificación de los metales había terminado por purificarlos a ellos mismos.

El  muchacho se acordó del Mercader de Cristales.

Él le había dicho que era buena idea limpiar los jarros para que ambos se liberasen también  de los malos pensamientos.

Cada vez estaba más convencido de que la Alquimia podría aprenderse en la vida cotidiana. -Además  -añadió el Inglés-, la Piedra Filosofal tiene una propiedad fascinante: un pequeño fragmento de ella es capaz de transformar grandes cantidades de metal en oro.

A  partir de esta frase, el muchacho empezó a interesarse en la Alquimia.

Pensaba que, con un poco de paciencia, podría transformar- lo  todo en oro.

Leyó la vida de varias personas que lo habían conseguido:  Helvetius, Elías, Fulcanelli, Geber. Eran historias fascinantes: todos estaban viviendo hasta el final su Leyenda Personal. Viajaban, encontraban sabios, hacían milagros frente a los incrédulos, poseían la Piedra Filosofal y el Elixir de la Larga Vida. Pero  cuando quería aprender la manera de conseguir la Gran Obra, se  quedaba totalmente perdido.

Eran sólo dibujos, instrucciones codificadas, textos oscuros. -¿Por  qué son tan difíciles?

-preguntó cierta noche al Inglés. Notó que el Inglés  andaba un poco malhumorado por la falta de sus libros. -Para  que sólo los que tienen la responsabilidad de entenderlos los entiendan -repuso-.

Imagina  qué pasaría si todo el mundo se pusiera a  transformar el plomo en oro. En poco tiempo el oro no valdría nada. »Sólo los persistentes, sólo aquellos que investigan mucho, son los que consiguen la Gran Obra.

Por eso estoy en medio de este desierto. Para  encontrar a un verdadero Alquimista que me ayude a descifrar los códigos.

-¿Cuándo se escribieron estos libros?

-quiso saber el muchacho. -Muchos siglos atrás.

-En aquella época no había imprenta -insistió el muchacho-, por lo  tanto, no había posibilidad de que todo el mundo pudiera conocer la  Alquimia.

¿Por qué, entonces, ese lenguaje tan extraño, tan lleno de dibujos? El  Inglés no respondió. Dijo que desde hacía varios días estaba prestándole  mucha atención a la caravana y que no conseguía descubrir  nada nuevo. Lo único que había notado era que los comentarios sobre la guerra aumentaban cada vez más. Un  buen día el muchacho devolvió los libros al Inglés.

-¿Entonces, has  aprendido mucho? -preguntó el otro expectante-. Empezaba a necesitar  a alguien con quien conversar para olvidar el miedo a la guerra. -He aprendido que el mundo tiene una Alma y que quien entienda esa  Alma entenderá el lenguaje de las cosas.

Aprendí que muchos alquimistas  vivieron su Leyenda Personal y terminaron descubriendo el Alma del Mundo, la Piedra Filosofal y el Elixir. »Pero,  sobre todo, he aprendido que estas cosas son tan simples que pueden escribirse sobre una esmeralda.

El  Inglés se quedó decepcionado.

Los años de estudio, los símbolos mágicos,  las palabras difíciles, los aparatos de laboratorio, nada de eso había  impresionado al muchacho. «Debe de tener una alma demasiado primitiva como para comprender esto», se dijo. Cogió  sus libros y los guardó en las alforjas que colgaban del camello.

-Vuelve  a tu caravana -dijo-.

Ella tampoco me ha enseñado gran cosa. El  muchacho volvió a contemplar el silencio del desierto y la arena que levantaban los animales.

«Cada uno  tiene su manera de aprender -se  repetía a sí mismo-. La manera de él no es la mía, y la mía no es la de él. Pero ambos estamos buscando nuestra Leyenda Personal, y yo lo respeto por eso.» La  caravana comenzó a viajar día y noche.

A cada momento aparecían  los mensajeros encapuchados, y el camellero que se había hecho  amigo del muchacho explicó que la guerra entre los clanes había  comenzado. Tendrían mucha suerte si conseguían llegar al oasis. Los  animales estaban agotados y los hombres cada vez más silenciosos.

El silencio era más terrible por la noche, cuando un simple relincho de camello -que antes no pasaba de ser un relincho de camello-  ahora asustaba a todo el mundo y podía ser una señal de invasión.

El  camellero, no obstante, no parecía estar muy impresionado con la amenaza de guerra.

-Estoy  vivo -dijo al muchacho mientras comía un plato de dátiles en  la noche sin hogueras ni luna-.

Mientras estoy comiendo, no hago nada más que comer. Si estuviera  caminando, me limitaría a caminar. Si  tengo que luchar, será un día tan bueno para morir como cualquier otro.

»Porque  no vivo ni en mi pasado ni en mi futuro.

Tengo sólo el presente,  y eso es lo único que me interesa. Si puedes permanecer siempre  en el presente serás un hombre feliz. Percibirás que en el desierto  existe vida, que el cielo tiene estrellas, y que los guerreros luchan  porque esto forma parte de la raza humana.

La vida será una fiesta,  un gran festival, porque ella sólo es el momento que estamos viviendo.