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La Gitanilla (Graded Reader), Capítulo 6. Los corregidores

Capítulo 6. Los corregidores

Por fin, con la sumaria del caso y una gran multitud de gitanos, entraron el alcalde y sus ministros con mucha gente armada en Murcia. También iban Preciosa y el pobre Andrés, todo atado con cadenas y esposas.

Salió toda Murcia a ver a los presos, pero la hermosura de Preciosa era tanta que todos los ojos estaban en ella.

Llegó la noticia a oídos de la señora corregidora, que por curiosidad convenció a su marido de salvarla de la cárcel y llevarla con su abuela a su casa. Andrés quedó en un oscuro calabozo.

Al ver a Preciosa, la corregidora la abrazó y preguntó a su abuela qué edad tenía aquella hermosa niña; cuando la gitana respondió que unos quince años, ella suspiró: –Esos años tendría ahora mi desdichada Constanza. ¡Ay, amigas, esta niña me ha renovado mi desventura!

Preciosa entonces tomó sus manos y, besándoselas y bañándoselas con lágrimas, le dijo: –Señora mía, el gitano que está preso no tiene culpa, porque fue provocado: lo llamaron ladrón y no lo es, y le dieron un bofetón. Por Dios, que se haga justicia y no se ejecute deprisa el castigo que la ley amenaza, porque el fin de su vida es el fin de la mía. Él debe ser mi esposo, pero hasta ahora ni siquiera nos hemos tocado las manos. Señora, si sabéis qué es el amor, tened piedad de mí.

Mientras hablaba, lloraba ella y lloraba también la corregidora mientras la abrazaba; cuando entró el corregidor, Preciosa se asió a sus pies y, llorando, pidió clemencia para su esposo, que estaba libre de culpa.

La gitana vieja, viendo esta escena, quedó absorta pensando muchas cosas; y, al cabo, pidió a los corregidores permiso para hacer algo importante. Salió rápidamente y volvió con un pequeño cofre debajo del brazo; luego fue en privado a un aposento con los corregidores para contarles un gran secreto.

La gitana entonces se hincó de rodillas ante ellos diciendo: –Señores, os daré noticias que podrían procurarme un grave castigo por un gran pecado mío. Pero antes permitidme saber si conocéis estas joyas. Son de una pequeña criatura, y en ese papel doblado está escrito de qué criatura son.Por fin, con la sumaria del caso y una gran multitud de gitanos, entraron el alcalde y sus ministros con mucha gente armada en Murcia. También iban Preciosa y el pobre Andrés, todo atado con cadenas y esposas.

Salió toda Murcia a ver a los presos, pero la hermosura de Preciosa era tanta que todos los ojos estaban en ella.

Llegó la noticia a oídos de la señora corregidora, que por curiosidad convenció a su marido de salvarla de la cárcel y llevarla con su abuela a su casa. Andrés quedó en un oscuro calabozo.

Al ver a Preciosa, la corregidora la abrazó y preguntó a su abuela qué edad tenía aquella hermosa niña; cuando la gitana respondió que unos quince años, ella suspiró: –Esos años tendría ahora mi desdichada Constanza. ¡Ay, amigas, esta niña me ha renovado mi desventura!

Preciosa entonces tomó sus manos y, besándoselas y bañándoselas con lágrimas, le dijo: –Señora mía, el gitano que está preso no tiene culpa, porque fue provocado: lo llamaron ladrón y no lo es, y le dieron un bofetón. Por Dios, que se haga justicia y no se ejecute deprisa el castigo que la ley amenaza, porque el fin de su vida es el fin de la mía. Él debe ser mi esposo, pero hasta ahora ni siquiera nos hemos tocado las manos. Señora, si sabéis qué es el amor, tened piedad de mí.

Mientras hablaba, lloraba ella y lloraba también la corregidora mientras la abrazaba; cuando entró el corregidor, Preciosa se asió a sus pies y, llorando, pidió clemencia para su esposo, que estaba libre de culpa.

La gitana vieja, viendo esta escena, quedó absorta pensando muchas cosas; y, al cabo, pidió a los corregidores permiso para hacer algo importante. Salió rápidamente y volvió con un pequeño cofre debajo del brazo; luego fue en privado a un aposento con los corregidores para contarles un gran secreto.

La gitana entonces se hincó de rodillas ante ellos diciendo: –Señores, os daré noticias que podrían procurarme un grave castigo por un gran pecado mío. Pero antes permitidme saber si conocéis estas joyas. Son de una pequeña criatura, y en ese papel doblado está escrito de qué criatura son. El corregidor abrió el papel y leyó: La niña se llamaba Constanza; su madre, doña Guiomar de Meneses, y su padre, don Fernando de Azevedo. Me la llevé el día de la Ascensión del Señor, a las ocho de la mañana, del año 1595. Traía la niña puestos estos brincos que en este cofre están guardados. Cuando lo oyó la corregidora, reconoció los brincos, los besó mil veces y cayó desmayada. Cuando volvió en sí y preguntó dónde estaba la criatura, contestó la gitana: –Señora, en vuestra casa la tenéis: aquella gitanica que os hizo llorar es vuestra hija, que yo la hurté en Madrid de vuestra casa el día y hora que ese papel dice. Al oír esto la corregidora corrió adonde estaba Preciosa y, sin decir nada, le desabrochó la camisa y miró si tenía un lunar blanco con el que había nacido, y allí estaba. Luego le miró el pie y comprobó que tenía dos dedos unidos. Así se convenció de que era realmente su hija; la tomó en brazos y, besándola mil veces, se la presentó al emocionado corregidor como la hija que habían perdido. Él decidió que de momento debían mantener la noticia en secreto y perdonó a la vieja gitana; solo estaba triste porque su propia hija estaba enamorada de un gitano ladrón y homicida.

Entonces Preciosa y la gitana le contaron la verdadera historia de don Juan de Cárcamo. Quedó sorprendido el corregidor con todo ello y decidió sacar a don Juan del calabozo; pero quiso ir solo para ponerlo a la prueba y ver si era quien Preciosa se merecía. Llegó el corregidor al calabozo y allí estaba don Juan encadenado. El corregidor se dirigió a él llamándolo gitano ladrón y le dijo que Preciosa, sabiendo que él tenía que morir por su delito, quería casarse con él antes de su muerte. El preso se sintió feliz de morir siendo marido de su amada, así que el corregidor le prometió que esa misma noche se iban a casar, y que al día siguiente moriría en la horca.

A las diez de esa noche sacaron a Andrés de la cárcel con una gran cadena alrededor del cuerpo y lo llevaron a casa del corregidor. Entró en una sala donde estaban doña Guiomar, el corregidor, Preciosa y dos criados; cuando Preciosa lo vio atado y descolorido, tuvo que arrimarse al brazo de su madre. El corregidor, tras dar un buen susto a Andrés fingiendo que le iban a confesar para llevarlo al patíbulo, le preguntó: –Tu suerte te ha traído por un camino de sobresaltos y sustos. ¿Estarías contento de casarte con Preciosa, siendo don Juan de Cárcamo en vez de Andrés Caballero? –Pues Preciosa ha descubierto quién soy –dijo Andrés–, digo que ser el rey del mundo tendría para mí menos valor que ser esposo de Preciosa.

Al oír estas palabras el corregidor prometió a don Juan la mano de Preciosa: –Te entrego la más rica joya de mi casa, de mi vida y de mi alma; te doy a doña Constanza de Meneses, mi única hija. Andrés quedó atónito viendo el amor que mostraban los corregidores por Costanza, y doña Guiomar le contó la pérdida de su hija y su hallazgo. Entonces abrazó a sus suegros llamándoles padres y besó las manos de su futura y feliz esposa, Preciosa. La prisión y las cadenas de hierro se volvieron libertad y cadenas de oro; la tristeza de los gitanos presos se convirtió en alegría, ya que los liberaron de la cárcel.

Se descubrió que Clemente se había embarcado en una galera de Génova y estaba a salvo. Dijo el corregidor a don Juan que antes de casarse debían esperar a su padre, don Francisco de Cárcamo; don Juan prometió hacer lo que quisieran, pero que debía desposarse con Preciosa enseguida. Así se hizo, y el día del desposorio la ciudad se vistió de fiesta para la ocasión con luminarias, toros y cañas; la gitana vieja se quedó en casa, porque no quiso separarse de su nieta Preciosa. Llegó a la Corte la noticia del caso de la gitanilla; supo don Francisco de Cárcamo que su hijo era el gitano y Preciosa la gitanilla que él había visto. En veinte días ya estaban en Murcia y poco después se celebró la boda.

Se me olvidaba decir que la enamorada mesonera descubrió a la justicia que no era verdad lo del hurto de Andrés el gitano, y confesó su amor y su culpa. No recibió castigo alguno, porque en la alegría del hallazgo de los desposados se enterró la venganza y resucitó la clemencia.


Capítulo 6. Los corregidores Kapitel 6: Die Coregidores Chapter 6. The corregidores Розділ 6. Корехідори

Por fin, con la sumaria del caso y una gran multitud de gitanos, entraron el alcalde y sus ministros con mucha gente armada en Murcia. También iban Preciosa y el pobre Andrés, todo atado con cadenas y esposas.

Salió toda Murcia a ver a los presos, pero la hermosura de Preciosa era tanta que todos los ojos estaban en ella.

Llegó la noticia a oídos de la señora corregidora, que por curiosidad convenció a su marido de salvarla de la cárcel y llevarla con su abuela a su casa. Andrés quedó en un oscuro calabozo.

Al ver a Preciosa, la corregidora la abrazó y preguntó a su abuela qué edad tenía aquella hermosa niña; cuando la gitana respondió que unos quince años, ella suspiró: –Esos años tendría ahora mi desdichada Constanza. ¡Ay, amigas, esta niña me ha renovado mi desventura!

Preciosa entonces tomó sus manos y, besándoselas y bañándoselas con lágrimas, le dijo: –Señora mía, el gitano que está preso no tiene culpa, porque fue provocado: lo llamaron ladrón y no lo es, y le dieron un bofetón. Por Dios, que se haga justicia y no se ejecute deprisa el castigo que la ley amenaza, porque el fin de su vida es el fin de la mía. Él debe ser mi esposo, pero hasta ahora ni siquiera nos hemos tocado las manos. Señora, si sabéis qué es el amor, tened piedad de mí.

Mientras hablaba, lloraba ella y lloraba también la corregidora mientras la abrazaba; cuando entró el corregidor, Preciosa se asió a sus pies y, llorando, pidió clemencia para su esposo, que estaba libre de culpa.

La gitana vieja, viendo esta escena, quedó absorta pensando muchas cosas; y, al cabo, pidió a los corregidores permiso para hacer algo importante. Salió rápidamente y volvió con un pequeño cofre debajo del brazo; luego fue en privado a un aposento con los corregidores para contarles un gran secreto.

La gitana entonces se hincó de rodillas ante ellos diciendo: –Señores, os daré noticias que podrían procurarme un grave castigo por un gran pecado mío. Pero antes permitidme saber si conocéis estas joyas. Son de una pequeña criatura, y en ese papel doblado está escrito de qué criatura son.Por fin, con la sumaria del caso y una gran multitud de gitanos, entraron el alcalde y sus ministros con mucha gente armada en Murcia. También iban Preciosa y el pobre Andrés, todo atado con cadenas y esposas.

Salió toda Murcia a ver a los presos, pero la hermosura de Preciosa era tanta que todos los ojos estaban en ella.

Llegó la noticia a oídos de la señora corregidora, que por curiosidad convenció a su marido de salvarla de la cárcel y llevarla con su abuela a su casa. Andrés quedó en un oscuro calabozo.

Al ver a Preciosa, la corregidora la abrazó y preguntó a su abuela qué edad tenía aquella hermosa niña; cuando la gitana respondió que unos quince años, ella suspiró: –Esos años tendría ahora mi desdichada Constanza. ¡Ay, amigas, esta niña me ha renovado mi desventura!

Preciosa entonces tomó sus manos y, besándoselas y bañándoselas con lágrimas, le dijo: –Señora mía, el gitano que está preso no tiene culpa, porque fue provocado: lo llamaron ladrón y no lo es, y le dieron un bofetón. Por Dios, que se haga justicia y no se ejecute deprisa el castigo que la ley amenaza, porque el fin de su vida es el fin de la mía. Él debe ser mi esposo, pero hasta ahora ni siquiera nos hemos tocado las manos. Señora, si sabéis qué es el amor, tened piedad de mí.

Mientras hablaba, lloraba ella y lloraba también la corregidora mientras la abrazaba; cuando entró el corregidor, Preciosa se asió a sus pies y, llorando, pidió clemencia para su esposo, que estaba libre de culpa.

La gitana vieja, viendo esta escena, quedó absorta pensando muchas cosas; y, al cabo, pidió a los corregidores permiso para hacer algo importante. Salió rápidamente y volvió con un pequeño cofre debajo del brazo; luego fue en privado a un aposento con los corregidores para contarles un gran secreto.

La gitana entonces se hincó de rodillas ante ellos diciendo: –Señores, os daré noticias que podrían procurarme un grave castigo por un gran pecado mío. Pero antes permitidme saber si conocéis estas joyas. Son de una pequeña criatura, y en ese papel doblado está escrito de qué criatura son. El corregidor abrió el papel y leyó: La niña se llamaba Constanza; su madre, doña Guiomar de Meneses, y su padre, don Fernando de Azevedo. Me la llevé el día de la Ascensión del Señor, a las ocho de la mañana, del año 1595. Traía la niña puestos estos brincos que en este cofre están guardados. Cuando lo oyó la corregidora, reconoció los brincos, los besó mil veces y cayó desmayada. Cuando volvió en sí y preguntó dónde estaba la criatura, contestó la gitana: –Señora, en vuestra casa la tenéis: aquella gitanica que os hizo llorar es vuestra hija, que yo la hurté en Madrid de vuestra casa el día y hora que ese papel dice. Al oír esto la corregidora corrió adonde estaba Preciosa y, sin decir nada, le desabrochó la camisa y miró si tenía un lunar blanco con el que había nacido, y allí estaba. Luego le miró el pie y comprobó que tenía dos dedos unidos. Así se convenció de que era realmente su hija; la tomó en brazos y, besándola mil veces, se la presentó al emocionado corregidor como la hija que habían perdido. Él decidió que de momento debían mantener la noticia en secreto y perdonó a la vieja gitana; solo estaba triste porque su propia hija estaba enamorada de un gitano ladrón y homicida.

Entonces Preciosa y la gitana le contaron la verdadera historia de don Juan de Cárcamo. Quedó sorprendido el corregidor con todo ello y decidió sacar a don Juan del calabozo; pero quiso ir solo para ponerlo a la prueba y ver si era quien Preciosa se merecía. Llegó el corregidor al calabozo y allí estaba don Juan encadenado. El corregidor se dirigió a él llamándolo gitano ladrón y le dijo que Preciosa, sabiendo que él tenía que morir por su delito, quería casarse con él antes de su muerte. El preso se sintió feliz de morir siendo marido de su amada, así que el corregidor le prometió que esa misma noche se iban a casar, y que al día siguiente moriría en la horca.

A las diez de esa noche sacaron a Andrés de la cárcel con una gran cadena alrededor del cuerpo y lo llevaron a casa del corregidor. Entró en una sala donde estaban doña Guiomar, el corregidor, Preciosa y dos criados; cuando Preciosa lo vio atado y descolorido, tuvo que arrimarse al brazo de su madre. El corregidor, tras dar un buen susto a Andrés fingiendo que le iban a confesar para llevarlo al patíbulo, le preguntó: –Tu suerte te ha traído por un camino de sobresaltos y sustos. ¿Estarías contento de casarte con Preciosa, siendo don Juan de Cárcamo en vez de Andrés Caballero? –Pues Preciosa ha descubierto quién soy –dijo Andrés–, digo que ser el rey del mundo tendría para mí menos valor que ser esposo de Preciosa.

Al oír estas palabras el corregidor prometió a don Juan la mano de Preciosa: –Te entrego la más rica joya de mi casa, de mi vida y de mi alma; te doy a doña Constanza de Meneses, mi única hija. Andrés quedó atónito viendo el amor que mostraban los corregidores por Costanza, y doña Guiomar le contó la pérdida de su hija y su hallazgo. Entonces abrazó a sus suegros llamándoles padres y besó las manos de su futura y feliz esposa, Preciosa. La prisión y las cadenas de hierro se volvieron libertad y cadenas de oro; la tristeza de los gitanos presos se convirtió en alegría, ya que los liberaron de la cárcel.

Se descubrió que Clemente se había embarcado en una galera de Génova y estaba a salvo. Dijo el corregidor a don Juan que antes de casarse debían esperar a su padre, don Francisco de Cárcamo; don Juan prometió hacer lo que quisieran, pero que debía desposarse con Preciosa enseguida. Así se hizo, y el día del desposorio la ciudad se vistió de fiesta para la ocasión con luminarias, toros y cañas; la gitana vieja se quedó en casa, porque no quiso separarse de su nieta Preciosa. Llegó a la Corte la noticia del caso de la gitanilla; supo don Francisco de Cárcamo que su hijo era el gitano y Preciosa la gitanilla que él había visto. En veinte días ya estaban en Murcia y poco después se celebró la boda.

Se me olvidaba decir que la enamorada mesonera descubrió a la justicia que no era verdad lo del hurto de Andrés el gitano, y confesó su amor y su culpa. No recibió castigo alguno, porque en la alegría del hallazgo de los desposados se enterró la venganza y resucitó la clemencia.