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Cien Años de Soledad de Gabriel García Márquez, Capítulo 18 (3)

Capítulo 18 (3)

Casi un año después del regreso a la casa, habiendo vendido para comer los candelabros de plata y la bacinilla heráldica que a la hora de la verdad solo tuvo de oro las incrustaciones del escudo, la única distracción de José Arcadio era recoger niños en el pueblo para que jugaran en la casa. Aparecía con ellos a la hora de la siesta, y los hacía saltar la cuerda en el jardín, cantar en el corredor y hacer maromas en los muebles de la sala, mientras él iba por entre los grupos impartiendo lecciones de buen comportamiento. Para esa época había acabado con los pantalones estrechos y la camisa de seda, y usaba una muda ordinaria comprada en los almacenes de los árabes, pero seguía manteniendo su dignidad lánguida y sus ademanes papales. Los niños se tomaron la casa como lo hicieron en el pasado las compañeras de Meme. Hasta muy entrada la noche se les oía cotorrear y cantar y bailar zapateados, de modo que la casa parecía un internado sin disciplina. Aureliano no se preocupó de la invasión mientras no fueron a molestarlo en el cuarto de Melquíades. Una mañana, dos niños empujaron la puerta, y se espantaron ante la visión del hombre cochambroso y peludo que seguía descifrando los pergaminos en la mesa de trabajo. No se atrevieron a entrar, pero siguieron rondando la habitación. Se asomaban cuchicheando por las hendijas, arrojaban animales vivos por las claraboyas, y en una ocasión clavetearon por fuera la puerta y la ventana, y Aureliano necesitó medio día para forzarlas. Divertidos por la impunidad de sus travesuras, cuatro niños entraron otra mañana en el cuarto, mientras Aureliano estaba en la cocina, dispuestos a destruir los pergaminos. Pero tan pronto como se apoderaron de los pliegos amarillentos, una fuerza angélica los levantó del suelo, y los mantuvo suspendidos en el aire, hasta que regresó Aureliano y les arrebató los pergaminos. Desde entonces no volvieron a molestarlo.

Los cuatro niños mayores, que usaban pantalones cortos a pesar de que ya se asomaban a la adolescencia, se ocupaban de la apariencia personal de José Arcadio. Llegaban más temprano que los otros, y dedicaban la mañana a afeitarlo, a darle masajes con toallas calientes, a cortarle y pulirle las uñas de las manos y los pies, a perfumarlo con agua florida. En varias ocasiones se metieron en la alberca, para jabonarlo de pies a cabeza, mientras él flotaba bocarriba, pensando en Amaranta. Luego lo secaban, le empolvaban el cuerpo, y lo vestían. Uno de los niños, que tenía el cabello rubio y crespo, y los ojos de vidrios rosados como los conejos, solía dormir en la casa. Eran tan firmes los vínculos que lo unían a José Arcadio que lo acompañaba en sus insomnios de asmático, sin hablar, deambulando con él por la casa en tinieblas. Una noche vieron en la alcoba donde dormía Úrsula un resplandor amarillo a través del cemento cristalizado, como si un sol subterráneo hubiera convertido en vitral el piso del dormitorio. No tuvieron que encender el foco. Les bastó con levantar las placas quebradas del rincón donde siempre estuvo la cama de Úrsula, y donde el resplandor era más intenso, para encontrar la cripta secreta que Aureliano Segundo se cansó de buscar en el delirio de las excavaciones. Allí estaban los tres sacos de lona cerrados con alambre de cobre y, dentro de ellos, los siete mil doscientos catorce doblones de a cuatro, que seguían relumbrando como brasas en la oscuridad.

El hallazgo del tesoro fue como una deflagración. En vez de regresar a Roma con la intempestiva fortuna, que era el sueño madurado en la miseria, José Arcadio convirtió la casa en un paraíso decadente. Cambió por terciopelo nuevo las cortinas y el baldaquín del dormitorio, y les hizo poner baldosas al piso del baño y azulejos a las paredes. La alacena del comedor se llenó de frutas azucaradas, jamones y encurtidos, y el granero en desuso volvió a abrirse para almacenar vinos y licores que el propio José Arcadio retiraba en la estación del ferrocarril, en cajas marcadas con su nombre. Una noche, él y los cuatro niños mayores hicieron una fiesta que se prolongó hasta el amanecer. A las seis de la mañana salieron desnudos del dormitorio, vaciaron la alberca y la llenaron de champaña. Se zambulleron en bandada, nadando como pájaros que volaran en un cielo dorado de burbujas fragantes, mientras José Arcadio flotaba bocarriba, al margen de la fiesta, evocando a Amaranta con los ojos abiertos. Permaneció así, ensimismado, rumiando la amargura de sus placeres equívocos, hasta después de que los niños se cansaron y se fueron en tropel al dormitorio, donde arrancaron las cortinas de terciopelo para secarse, y cuartearon en el desorden la luna del cristal de roca, y desbarataron el baldaquín de la cama tratando de acostarse en tumulto. Cuando José Arcadio volvió del baño, los encontró durmiendo apelotonados, desnudos, en una alcoba de naufragio. Enardecido no tanto por los estragos como por el asco y la lástima que sentía contra sí mismo en el desolado vacío de la saturnal, se armó con unas disciplinas de perrero eclesiástico que guardaba en el fondo del baúl, junto con un cilicio y otros fierros de mortificación y penitencia, y expulsó a los niños de la casa, aullando como un loco, y azotándolos sin misericordia, como no lo hubiera hecho con una jauría de coyotes. Quedó demolido, con una crisis de asma que se prolongó por varios días, y que le dio el aspecto de un agonizante. A la tercera noche de tortura, vencido por la asfixia, fue al cuarto de Aureliano a pedirle el favor de que le comprara en una botica cercana unos polvos para inhalar. Fue así como hizo Aureliano su segunda salida a la calle. Solo tuvo que recorrer dos cuadras para llegar hasta la estrecha botica de polvorientas vidrieras con pomos de loza marcados en latín, donde una muchacha con la sigilosa belleza de una serpiente del Nilo le despachó el medicamento que José Arcadio le había escrito en un papel. La segunda visión del pueblo desierto, alumbrado apenas por las amarillentas bombillas de las calles, no despertó en Aureliano más curiosidad que la primera vez. José Arcadio había alcanzado a pensar que había huido, cuando lo vio aparecer de nuevo, un poco anhelante a causa de la prisa, arrastrando las piernas que el encierro y la falta de movilidad habían vuelto débiles y torpes. Era tan cierta su indiferencia por el mundo que pocos días después José Arcadio violó la promesa que había hecho a su madre, y lo dejó en libertad para salir cuando quisiera.

—No tengo nada que hacer en la calle —le contestó Aureliano.

Siguió encerrado, absorto en los pergaminos que poco a poco iba desentrañando, y cuyo sentido, sin embargo, no lograba interpretar. José Arcadio le llevaba al cuarto rebanadas de jamón, flores azucaradas que dejaban en la boca un regusto primaveral, y en dos ocasiones un vaso de buen vino. No se interesó en los pergaminos, que consideraba más bien como un entretenimiento esotérico, pero le llamó la atención la rara sabiduría y el inexplicable conocimiento del mundo que tenía aquel pariente desolado. Supo entonces que era capaz de comprender el inglés escrito, y que entre pergamino y pergamino había leído de la primera página a la última, como si fuera una novela, los seis tomos de la enciclopedia. A eso atribuyó al principio el que Aureliano pudiera hablar de Roma como si hubiera vivido allí muchos años, pero muy pronto se dio cuenta de que tenía conocimientos que no eran enciclopédicos, como los precios de las cosas. «Todo se sabe», fue la única respuesta que recibió de Aureliano, cuando le preguntó cómo había obtenido aquellas informaciones. Aureliano, por su parte, se sorprendió de que José Arcadio visto de cerca fuera tan distinto de la imagen que se había formado de él cuando lo veía deambular por la casa. Era capaz de reír, de permitirse de vez en cuando una nostalgia del pasado de la casa, y de preocuparse por el ambiente de miseria en que se encontraba el cuarto de Melquíades. Aquel acercamiento entre dos solitarios de la misma sangre estaba muy lejos de la amistad, pero les permitió a ambos sobrellevar mejor la insondable soledad que al mismo tiempo los separaba y los unía. José Arcadio pudo entonces acudir a Aureliano para desenredar ciertos problemas domésticos que lo exasperaban. Aureliano, a su vez, podía sentarse a leer en el corredor, recibir las cartas de Amaranta Úrsula que seguían llegando con la puntualidad de siempre, y usar el baño de donde lo había desterrado José Arcadio desde su llegada.

Una calurosa madrugada despertaron ambos alarmados por unos golpes apremiantes en la puerta de la calle. Era un anciano oscuro, con unos ojos grandes y verdes que le daban a su rostro una fosforescencia espectral, y con una cruz de ceniza en la frente. Las ropas en piltrafas, los zapatos rotos, la vieja mochila que llevaba en el hombro como único equipaje, le daban el aspecto de un pordiosero, pero su conducta tenía una dignidad que estaba en franca contradicción con su apariencia. Bastaba con verlo una vez, aun en la penumbra de la sala, para darse cuenta de que la fuerza secreta que le permitía vivir no era el instinto de conservación, sino la costumbre del miedo. Era Aureliano Amador, el único sobreviviente de los diecisiete hijos del coronel Aureliano Buendía, que iba buscando una tregua en su larga y azarosa existencia de fugitivo. Se identificó, suplicó que le dieran refugio en aquella casa que en sus noches de paria había evocado como el último reducto de seguridad que le quedaba en la vida. Pero José Arcadio y Aureliano no lo recordaban. Creyendo que era un vagabundo, lo echaron a la calle a empellones. Ambos vieron entonces desde la puerta el final de un drama que había empezado desde antes de que José Arcadio tuviera uso de razón. Dos agentes de la policía que habían perseguido a Aureliano Amador durante años, que lo habían rastreado como perros por medio mundo, surgieron de entre los almendros de la acera opuesta y le hicieron dos tiros de máuser que le penetraron limpiamente por la cruz de ceniza.

En realidad, desde que expulsó a los niños de la casa, José Arcadio esperaba noticias de un trasatlántico que saliera para Nápoles antes de Navidad. Se lo había dicho a Aureliano, e inclusive había hecho planes para dejarle montado un negocio que le permitiera vivir, porque la canastilla de víveres no volvió a llegar desde el entierro de Fernanda. Sin embargo, tampoco aquel sueño final había de cumplirse. Una mañana de setiembre, después de tomar el café con Aureliano en la cocina, José Arcadio estaba terminando su baño diario cuando irrumpieron por entre los portillos de las tejas los cuatro niños que había expulsado de la casa. Sin darle tiempo de defenderse, se metieron vestidos en la alberca, lo agarraron por el pelo y le mantuvieron la cabeza hundida, hasta que cesó en la superficie la borboritación de la agonía, y el silencioso y pálido cuerpo de delfín se deslizó hasta el fondo de las aguas fragantes. Después se llevaron los tres sacos de oro que solo ellos y su víctima sabían dónde estaban escondidos. Fue una acción tan rápida, metódica y brutal, que pareció un asalto de militares. Aureliano, encerrado en su cuarto, no se dio cuenta de nada. Esa tarde, habiéndolo echado de menos en la cocina, buscó a José Arcadio por toda la casa, y lo encontró flotando en los espejos perfumados de la alberca, enorme y tumefacto, y todavía pensando en Amaranta. Solo entonces comprendió cuánto había empezado a quererlo.

Capítulo 18 (3) Chapter 18 (3) Capítulo 18 (3) Глава 18 (3)

Casi un año después del regreso a la casa, habiendo vendido para comer los candelabros de plata y la bacinilla heráldica que a la hora de la verdad solo tuvo de oro las incrustaciones del escudo, la única distracción de José Arcadio era recoger niños en el pueblo para que jugaran en la casa. Almost a year after returning home, having sold to eat the silver candelabra and the heraldic potty that at the moment of truth only had gold inlays on the shield, José Arcadio's only distraction was picking up children in town for them to play in the house. Aparecía con ellos a la hora de la siesta, y los hacía saltar la cuerda en el jardín, cantar en el corredor y hacer maromas en los muebles de la sala, mientras él iba por entre los grupos impartiendo lecciones de buen comportamiento. Para esa época había acabado con los pantalones estrechos y la camisa de seda, y usaba una muda ordinaria comprada en los almacenes de los árabes, pero seguía manteniendo su dignidad lánguida y sus ademanes papales. Los niños se tomaron la casa como lo hicieron en el pasado las compañeras de Meme. The children took over the house as Meme's companions did in the past. Hasta muy entrada la noche se les oía cotorrear y cantar y bailar zapateados, de modo que la casa parecía un internado sin disciplina. Aureliano no se preocupó de la invasión mientras no fueron a molestarlo en el cuarto de Melquíades. Una mañana, dos niños empujaron la puerta, y se espantaron ante la visión del hombre cochambroso y peludo que seguía descifrando los pergaminos en la mesa de trabajo. No se atrevieron a entrar, pero siguieron rondando la habitación. Se asomaban cuchicheando por las hendijas, arrojaban animales vivos por las claraboyas, y en una ocasión clavetearon por fuera la puerta y la ventana, y Aureliano necesitó medio día para forzarlas. They leaned out whispering through the cracks, threw live animals through the skylights, and on one occasion nailed down the door and the window, and it took Aureliano half a day to force them open. Divertidos por la impunidad de sus travesuras, cuatro niños entraron otra mañana en el cuarto, mientras Aureliano estaba en la cocina, dispuestos a destruir los pergaminos. Pero tan pronto como se apoderaron de los pliegos amarillentos, una fuerza angélica los levantó del suelo, y los mantuvo suspendidos en el aire, hasta que regresó Aureliano y les arrebató los pergaminos. Desde entonces no volvieron a molestarlo.

Los cuatro niños mayores, que usaban pantalones cortos a pesar de que ya se asomaban a la adolescencia, se ocupaban de la apariencia personal de José Arcadio. Llegaban más temprano que los otros, y dedicaban la mañana a afeitarlo, a darle masajes con toallas calientes, a cortarle y pulirle las uñas de las manos y los pies, a perfumarlo con agua florida. They arrived earlier than the others, and spent the morning shaving him, massaging him with hot towels, cutting and polishing his fingernails and toenails, and perfumed him with flowery water. En varias ocasiones se metieron en la alberca, para jabonarlo de pies a cabeza, mientras él flotaba bocarriba, pensando en Amaranta. Luego lo secaban, le empolvaban el cuerpo, y lo vestían. Uno de los niños, que tenía el cabello rubio y crespo, y los ojos de vidrios rosados como los conejos, solía dormir en la casa. Eran tan firmes los vínculos que lo unían a José Arcadio que lo acompañaba en sus insomnios de asmático, sin hablar, deambulando con él por la casa en tinieblas. Una noche vieron en la alcoba donde dormía Úrsula un resplandor amarillo a través del cemento cristalizado, como si un sol subterráneo hubiera convertido en vitral el piso del dormitorio. No tuvieron que encender el foco. They didn't have to turn on the spotlight. Les bastó con levantar las placas quebradas del rincón donde siempre estuvo la cama de Úrsula, y donde el resplandor era más intenso, para encontrar la cripta secreta que Aureliano Segundo se cansó de buscar en el delirio de las excavaciones. It was enough for them to lift the broken plates from the corner where Úrsula's bed had always been, and where the glow was more intense, to find the secret crypt that Aureliano Segundo got tired of looking for in the delirium of the excavations. Allí estaban los tres sacos de lona cerrados con alambre de cobre y, dentro de ellos, los siete mil doscientos catorce doblones de a cuatro, que seguían relumbrando como brasas en la oscuridad. There were the three canvas sacks closed with copper wire and, inside them, the seven thousand two hundred and fourteen doubloons of four, which continued to glow like embers in the dark.

El hallazgo del tesoro fue como una deflagración. The discovery of the treasure was like a deflagration. En vez de regresar a Roma con la intempestiva fortuna, que era el sueño madurado en la miseria, José Arcadio convirtió la casa en un paraíso decadente. Instead of returning to Rome with untimely fortune, which was the dream matured in misery, José Arcadio turned the house into a decadent paradise. Cambió por terciopelo nuevo las cortinas y el baldaquín del dormitorio, y les hizo poner baldosas al piso del baño y azulejos a las paredes. She replaced the curtains and canopy in the bedroom with new velvet, and had the bathroom floor tiled and the walls tiled. La alacena del comedor se llenó de frutas azucaradas, jamones y encurtidos, y el granero en desuso volvió a abrirse para almacenar vinos y licores que el propio José Arcadio retiraba en la estación del ferrocarril, en cajas marcadas con su nombre. Una noche, él y los cuatro niños mayores hicieron una fiesta que se prolongó hasta el amanecer. A las seis de la mañana salieron desnudos del dormitorio, vaciaron la alberca y la llenaron de champaña. Se zambulleron en bandada, nadando como pájaros que volaran en un cielo dorado de burbujas fragantes, mientras José Arcadio flotaba bocarriba, al margen de la fiesta, evocando a Amaranta con los ojos abiertos. Permaneció así, ensimismado, rumiando la amargura de sus placeres equívocos, hasta después de que los niños se cansaron y se fueron en tropel al dormitorio, donde arrancaron las cortinas de terciopelo para secarse, y cuartearon en el desorden la luna del cristal de roca, y desbarataron el baldaquín de la cama tratando de acostarse en tumulto. Cuando José Arcadio volvió del baño, los encontró durmiendo apelotonados, desnudos, en una alcoba de naufragio. When José Arcadio returned from the bathroom, he found them sleeping in a huddle, naked, in a shipwrecked bedroom. Enardecido no tanto por los estragos como por el asco y la lástima que sentía contra sí mismo en el desolado vacío de la saturnal, se armó con unas disciplinas de perrero eclesiástico que guardaba en el fondo del baúl, junto con un cilicio y otros fierros de mortificación y penitencia, y expulsó a los niños de la casa, aullando como un loco, y azotándolos sin misericordia, como no lo hubiera hecho con una jauría de coyotes. Inflamed not so much by the ravages as by the disgust and pity he felt against himself in the desolate emptiness of the Saturnalia, he armed himself with some ecclesiastical doggie disciplines that he kept in the bottom of the trunk, along with a cilice and other irons of mortification and penance, and he drove the children out of the house, howling like a madman, and whipping them mercilessly, as he would not have done with a pack of coyotes. Quedó demolido, con una crisis de asma que se prolongó por varios días, y que le dio el aspecto de un agonizante. A la tercera noche de tortura, vencido por la asfixia, fue al cuarto de Aureliano a pedirle el favor de que le comprara en una botica cercana unos polvos para inhalar. Fue así como hizo Aureliano su segunda salida a la calle. Solo tuvo que recorrer dos cuadras para llegar hasta la estrecha botica de polvorientas vidrieras con pomos de loza marcados en latín, donde una muchacha con la sigilosa belleza de una serpiente del Nilo le despachó el medicamento que José Arcadio le había escrito en un papel. He only had to go two blocks to reach the narrow apothecary with dusty stained-glass windows and pottery knobs marked in Latin, where a girl with the stealthy beauty of a Nile snake dispensed the medicine that José Arcadio had written for him on a piece of paper. La segunda visión del pueblo desierto, alumbrado apenas por las amarillentas bombillas de las calles, no despertó en Aureliano más curiosidad que la primera vez. The second sight of the deserted town, barely illuminated by the yellowish streetlights, aroused no more curiosity in Aureliano than the first time. José Arcadio había alcanzado a pensar que había huido, cuando lo vio aparecer de nuevo, un poco anhelante a causa de la prisa, arrastrando las piernas que el encierro y la falta de movilidad habían vuelto débiles y torpes. José Arcadio had managed to think that he had fled, when he saw him appear again, a little eager because of his haste, dragging his legs that confinement and lack of mobility had made weak and clumsy. Era tan cierta su indiferencia por el mundo que pocos días después José Arcadio violó la promesa que había hecho a su madre, y lo dejó en libertad para salir cuando quisiera.

—No tengo nada que hacer en la calle —le contestó Aureliano.

Siguió encerrado, absorto en los pergaminos que poco a poco iba desentrañando, y cuyo sentido, sin embargo, no lograba interpretar. He remained locked up, absorbed in the scrolls that little by little he was unraveling, and whose meaning, however, he could not interpret. José Arcadio le llevaba al cuarto rebanadas de jamón, flores azucaradas que dejaban en la boca un regusto primaveral, y en dos ocasiones un vaso de buen vino. No se interesó en los pergaminos, que consideraba más bien como un entretenimiento esotérico, pero le llamó la atención la rara sabiduría y el inexplicable conocimiento del mundo que tenía aquel pariente desolado. Supo entonces que era capaz de comprender el inglés escrito, y que entre pergamino y pergamino había leído de la primera página a la última, como si fuera una novela, los seis tomos de la enciclopedia. He knew then that he was capable of understanding written English, and that between parchments he had read from the first page to the last, as if it were a novel, the six volumes of the encyclopedia. A eso atribuyó al principio el que Aureliano pudiera hablar de Roma como si hubiera vivido allí muchos años, pero muy pronto se dio cuenta de que tenía conocimientos que no eran enciclopédicos, como los precios de las cosas. At first he attributed to that the fact that Aureliano could talk about Rome as if he had lived there for many years, but he soon realized that he had knowledge that was not encyclopedic, like the prices of things. «Todo se sabe», fue la única respuesta que recibió de Aureliano, cuando le preguntó cómo había obtenido aquellas informaciones. "Everything is known," was the only response he received from Aureliano, when he asked how he had obtained that information. Aureliano, por su parte, se sorprendió de que José Arcadio visto de cerca fuera tan distinto de la imagen que se había formado de él cuando lo veía deambular por la casa. Aureliano, for his part, was surprised that José Arcadio, seen up close, was so different from the image he had formed of him when he saw him wandering around the house. Era capaz de reír, de permitirse de vez en cuando una nostalgia del pasado de la casa, y de preocuparse por el ambiente de miseria en que se encontraba el cuarto de Melquíades. He was capable of laughing, of allowing himself from time to time a nostalgia for the past of the house, and of worrying about the atmosphere of misery in which Melquíades' room was found. Aquel acercamiento entre dos solitarios de la misma sangre estaba muy lejos de la amistad, pero les permitió a ambos sobrellevar mejor la insondable soledad que al mismo tiempo los separaba y los unía. José Arcadio pudo entonces acudir a Aureliano para desenredar ciertos problemas domésticos que lo exasperaban. Aureliano, a su vez, podía sentarse a leer en el corredor, recibir las cartas de Amaranta Úrsula que seguían llegando con la puntualidad de siempre, y usar el baño de donde lo había desterrado José Arcadio desde su llegada. Aureliano, in turn, could sit in the corridor to read, receive the letters from Amaranta Úrsula that kept arriving punctually as always, and use the bathroom from which José Arcadio had banished him since his arrival.

Una calurosa madrugada despertaron ambos alarmados por unos golpes apremiantes en la puerta de la calle. Era un anciano oscuro, con unos ojos grandes y verdes que le daban a su rostro una fosforescencia espectral, y con una cruz de ceniza en la frente. Las ropas en piltrafas, los zapatos rotos, la vieja mochila que llevaba en el hombro como único equipaje, le daban el aspecto de un pordiosero, pero su conducta tenía una dignidad que estaba en franca contradicción con su apariencia. Bastaba con verlo una vez, aun en la penumbra de la sala, para darse cuenta de que la fuerza secreta que le permitía vivir no era el instinto de conservación, sino la costumbre del miedo. It was enough to see him once, even in the dim light of the room, to realize that the secret force that allowed him to live was not the instinct of conservation, but the habit of fear. Era Aureliano Amador, el único sobreviviente de los diecisiete hijos del coronel Aureliano Buendía, que iba buscando una tregua en su larga y azarosa existencia de fugitivo. Se identificó, suplicó que le dieran refugio en aquella casa que en sus noches de paria había evocado como el último reducto de seguridad que le quedaba en la vida. Pero José Arcadio y Aureliano no lo recordaban. Creyendo que era un vagabundo, lo echaron a la calle a empellones. Ambos vieron entonces desde la puerta el final de un drama que había empezado desde antes de que José Arcadio tuviera uso de razón. Dos agentes de la policía que habían perseguido a Aureliano Amador durante años, que lo habían rastreado como perros por medio mundo, surgieron de entre los almendros de la acera opuesta y le hicieron dos tiros de máuser que le penetraron limpiamente por la cruz de ceniza. Two police officers who had persecuted Aureliano Amador for years, who had tracked him like dogs halfway around the world, emerged from the almond trees on the opposite sidewalk and fired two Mauser shots at him that penetrated him cleanly through the cross of ashes.

En realidad, desde que expulsó a los niños de la casa, José Arcadio esperaba noticias de un trasatlántico que saliera para Nápoles antes de Navidad. In fact, ever since he threw the children out of the house, José Arcadio had been waiting for news of an ocean liner leaving for Naples before Christmas. Se lo había dicho a Aureliano, e inclusive había hecho planes para dejarle montado un negocio que le permitiera vivir, porque la canastilla de víveres no volvió a llegar desde el entierro de Fernanda. Sin embargo, tampoco aquel sueño final había de cumplirse. Una mañana de setiembre, después de tomar el café con Aureliano en la cocina, José Arcadio estaba terminando su baño diario cuando irrumpieron por entre los portillos de las tejas los cuatro niños que había expulsado de la casa. One September morning, after having coffee with Aureliano in the kitchen, José Arcadio was finishing his daily bath when the four children he had thrown out of the house burst through the gaps in the tiles. Sin darle tiempo de defenderse, se metieron vestidos en la alberca, lo agarraron por el pelo y le mantuvieron la cabeza hundida, hasta que cesó en la superficie la borboritación de la agonía, y el silencioso y pálido cuerpo de delfín se deslizó hasta el fondo de las aguas fragantes. Después se llevaron los tres sacos de oro que solo ellos y su víctima sabían dónde estaban escondidos. Fue una acción tan rápida, metódica y brutal, que pareció un asalto de militares. Aureliano, encerrado en su cuarto, no se dio cuenta de nada. Esa tarde, habiéndolo echado de menos en la cocina, buscó a José Arcadio por toda la casa, y lo encontró flotando en los espejos perfumados de la alberca, enorme y tumefacto, y todavía pensando en Amaranta. That afternoon, having missed him in the kitchen, she searched for José Arcadio throughout the house and found him floating in the perfumed mirrors of the pool, huge and swollen, and still thinking of Amaranta. Solo entonces comprendió cuánto había empezado a quererlo.