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Cien Años de Soledad de Gabriel García Márquez, Capítulo 16 (3)

Capítulo 16 (3)

Amaranta Úrsula y el pequeño Aureliano habían de recordar el diluvio como una época feliz. A pesar del rigor de Fernanda, chapaleaban en los pantanos del patio, cazaban lagartos para descuartizarlos y jugaban a envenenar la sopa echándole polvo de alas de mariposas en los descuidos de Santa Sofía de la Piedad. Úrsula era su juguete más entretenido. La tuvieron por una gran muñeca decrépita que llevaban y traían por los rincones, disfrazada con trapos de colores y la cara pintada con hollín y achiote, y una vez estuvieron a punto de destriparle los ojos como le hacían a los sapos con las tijeras de podar. Nada les causaba tanto alborozo como sus desvaríos. En efecto, algo debió ocurrir en su cerebro en el tercer año de la lluvia, porque poco a poco fue perdiendo el sentido de la realidad, y confundía el tiempo actual con épocas remotas de su vida, hasta el punto de que en una ocasión pasó tres días llorando sin consuelo por la muerte de Petronila Iguarán, su bisabuela, enterrada desde hacía más de un siglo. Se hundió en un estado de confusión tan disparatado, que creía que el pequeño Aureliano era su hijo el coronel por los tiempos en que lo llevaron a conocer el hielo, y que el José Arcadio que estaba entonces en el seminario era el primogénito que se fue con los gitanos. Tanto habló de la familia, que los niños aprendieron a organizarle visitas imaginarias con seres que no solo habían muerto desde hacía mucho tiempo, sino que habían existido en épocas distintas. Sentada en la cama con el pelo cubierto de ceniza y la cara tapada con un pañuelo rojo, Úrsula era feliz en medio de la parentela irreal que los niños describían sin omisión de detalles, como si de verdad la hubieran conocido. Úrsula conversaba con sus antepasados sobre acontecimientos anteriores a su propia existencia, gozaba con las noticias que le daban y lloraba con ellos por muertos mucho más recientes que los mismos contertulios. Los niños no tardaron en advertir que en el curso de esas visitas fantasmales Úrsula planteaba siempre una pregunta destinada a establecer quién era el que había llevado a la casa durante la guerra un San José de yeso de tamaño natural para que lo guardaran mientras pasaba la lluvia. Fue así como Aureliano Segundo se acordó de la fortuna enterrada en algún lugar que solo Úrsula conocía, pero fueron inútiles las preguntas y las maniobras astutas que se le ocurrieron, porque en los laberintos de su desvarío ella parecía conservar un margen de lucidez para defender aquel secreto, que solo había de revelar a quien demostrara ser el verdadero dueño del oro sepultado. Era tan hábil y tan estricta, que cuando Aureliano Segundo instruyó a uno de sus compañeros de parranda para que se hiciera pasar por el propietario de la fortuna, ella lo enredó en un interrogatorio minucioso y sembrado de trampas sutiles.

Convencido de que Úrsula se llevaría el secreto a la tumba, Aureliano Segundo contrató una cuadrilla de excavadores con el pretexto de que construyeran canales de desagüe en el patio y en el traspatio, y él mismo sondeó el suelo con barretas de hierro y con toda clase de detectores de metales, sin encontrar nada que se pareciera al oro en tres meses de exploraciones exhaustivas. Más tarde recurrió a Pilar Ternera con la esperanza de que las barajas vieran más que los cavadores, pero ella empezó por explicarle que era inútil cualquier tentativa mientras no fuera Úrsula quien cortara el naipe. Confirmó en cambio la existencia del tesoro, con la precisión de que eran siete mil doscientas catorce monedas enterradas en tres sacos de lona con jaretas de alambre de cobre, dentro de un círculo con un radio de ciento veintidós metros, tomando como centro la cama de Úrsula, pero advirtió que no sería encontrado antes de que acabara de llover y los soles de tres junios consecutivos convirtieran en polvo los barrizales. La profusión y la meticulosa vaguedad de los datos le parecieron a Aureliano Segundo tan semejantes a las fábulas espiritistas, que insistió en su empresa a pesar de que estaban en agosto y habría sido necesario esperar por lo menos tres años para satisfacer las condiciones del pronóstico. Lo primero que le causó asombro, aunque al mismo tiempo aumentó su confusión, fue el comprobar que había exactamente ciento veintidós metros de la cama de Úrsula a la cerca del traspatio. Fernanda temió que estuviera tan loco como su hermano gemelo cuando lo vio haciendo las mediciones, y peor aún cuando ordenó a las cuadrillas de excavadores profundizar un metro más en las zanjas. Presa de un delirio exploratorio comparable apenas al del bisabuelo cuando buscaba la ruta de los inventos, Aureliano Segundo perdió las últimas bolsas de grasa que le quedaban, y la antigua semejanza con el hermano gemelo se fue otra vez acentuando, no solo por el escurrimiento de la figura, sino por el aire distante y la actitud ensimismada. No volvió a ocuparse de los niños. Comía a cualquier hora, embarrado de pies a cabeza, y lo hacía en un rincón de la cocina, contestando apenas a las preguntas ocasionales de Santa Sofía de la Piedad. Viéndolo trabajar en aquella forma, como nunca soñó que pudiera hacerlo, Fernanda creyó que su temeridad era diligencia, y que su codicia era abnegación y que su tozudez era perseverancia, y le remordieron las entrañas por la virulencia con que había despotricado contra su desidia. Pero Aureliano Segundo no estaba entonces para reconciliaciones misericordiosas. Hundido hasta el cuello en una ciénaga de ramazones muertas y flores podridas, volteó al derecho y al revés el suelo del jardín después de haber terminado con el patio y el traspatio, y barrenó tan profundamente los cimientos de la galería oriental de la casa, que una noche despertaron aterrorizados por lo que parecía ser un cataclismo, tanto por las trepidaciones como por el pavoroso crujido subterráneo, y era que tres aposentos se estaban desbarrancando y se había abierto una grieta de escalofrío desde el corredor hasta el dormitorio de Fernanda. Aureliano Segundo no renunció por eso a la exploración. Aun cuando ya se habían extinguido las últimas esperanzas y lo único que parecía tener algún sentido eran las predicciones de las barajas, reforzó los cimientos mellados, resanó la grieta con argamasa, y continuó excavando en el costado occidental. Allí estaba todavía la segunda semana del junio siguiente, cuando la lluvia empezó a apaciguarse y las nubes se fueron alzando, y se vio que de un momento a otro iba a escampar. Así fue. Un viernes a las dos de la tarde se alumbró el mundo con un sol bobo, bermejo y áspero como polvo de ladrillo, y casi tan fresco como el agua, y no volvió a llover en diez años.

Macondo estaba en ruinas. En los pantanos de las calles quedaban muebles despedazados, esqueletos de animales cubiertos de lirios colorados, últimos recuerdos de las hordas de advenedizos que se fugaron de Macondo tan atolondrados como habían llegado. Las casas paradas con tanta urgencia durante la fiebre del banano habían sido abandonadas. La compañía bananera desmanteló sus instalaciones. De la antigua ciudad alambrada solo quedaban los escombros. Las casas de madera, las frescas terrazas donde transcurrían las serenas tardes de naipes, parecían arrasadas por una anticipación del viento profético que años después había de borrar a Macondo de la faz de la tierra. El único rastro humano que dejó aquel soplo voraz fue un guante de Patricia Brown en el automóvil sofocado por las trinitarias. La región encantada que exploró José Arcadio Buendía en los tiempos de la fundación, y donde luego prosperaron las plantaciones de banano, era un tremedal de cepas putrefactas, en cuyo horizonte remoto se alcanzó a ver por varios años la espuma silenciosa del mar. Aureliano Segundo padeció una crisis de aflicción el primer domingo que vistió ropas secas y salió a reconocer el pueblo. Los sobrevivientes de la catástrofe, los mismos que ya vivían en Macondo antes de que fuera sacudido por el huracán de la compañía bananera, estaban sentados en mitad de la calle gozando de los primeros soles. Todavía conservaban en la piel el verde de alga y el olor de rincón que les imprimió la lluvia, pero en el fondo de sus corazones parecían satisfechos de haber recuperado el pueblo en que nacieron. La Calle de los Turcos era otra vez la de antes, la de los tiempos en que los árabes de pantuflas y argollas en las orejas que recorrían el mundo cambiando guacamayas por chucherías, hallaron en Macondo un buen recodo para descansar de su milenaria condición de trashumantes. Al otro lado de la lluvia, la mercancía de los bazares estaba cayéndose a pedazos, los géneros abiertos en la puerta estaban veteados de musgo, los mostradores socavados por el comején y las paredes carcomidas por la humedad, pero los árabes de la tercera generación estaban sentados en el mismo lugar y en la misma actitud de sus padres y sus abuelos, taciturnos, impávidos, invulnerables al tiempo y al desastre, tan vivos o tan muertos como estuvieron después de la peste del insomnio y de las treinta y dos guerras del coronel Aureliano Buendía. Era tan asombrosa su fortaleza de ánimo frente a los escombros de las mesas de juego, los puestos de fritangas, las casetas de tiro al blanco y el callejón donde se interpretaban los sueños y se adivinaba el porvenir, que Aureliano Segundo les preguntó con su informalidad habitual de qué recursos misteriosos se habían valido para no naufragar en la tormenta, cómo diablos habían hecho para no ahogarse, y uno tras otro, de puerta en puerta, le devolvieron una sonrisa ladina y una mirada de ensueño, y todos le dieron sin ponerse de acuerdo la misma respuesta:

—Nadando.

Petra Cotes era tal vez el único nativo que tenía corazón de árabe. Había visto los últimos destrozos de sus establos y caballerizas arrastrados por la tormenta, pero había logrado mantener la casa en pie. En el último año le había mandado recados apremiantes a Aureliano Segundo, y este le había contestado que ignoraba cuándo volvería a su casa, pero que en todo caso llevaría un cajón de monedas de oro para empedrar el dormitorio. Entonces ella había escarbado en su corazón, buscando la fuerza que le permitiera sobrevivir a la desgracia, y había encontrado una rabia reflexiva y justa, con la cual había jurado restaurar la fortuna despilfarrada por el amante y acabada de exterminar por el diluvio. Fue una decisión tan inquebrantable, que Aureliano Segundo volvió a su casa ocho meses después del último recado, y la encontró verde, desgreñada, con los párpados hundidos y la piel escarchada por la sarna, pero estaba escribiendo números en pedacitos de papel, para hacer una rifa. Aureliano Segundo se quedó atónito, y estaba tan escuálido y tan solemne, que Petra Cotes no creyó que quien había vuelto a buscarla fuera el amante de toda la vida, sino el hermano gemelo.

—Estás loca —dijo él—. A menos que pienses rifar los huesos.

Entonces ella le dijo que se asomara al dormitorio, y Aureliano Segundo vio la mula. Estaba con el pellejo pegado a los huesos, como la dueña, pero tan viva y resuelta como ella. Petra Cotes la había alimentado con su rabia, y cuando no tuvo más hierbas, ni maíz, ni raíces, la albergó en su propio dormitorio y le dio a comer las sábanas de percal, los tapices persas, los sobrecamas de peluche, las cortinas de terciopelo y el palio bordado con hilos de oro y borlones de seda de la cama episcopal.

Capítulo 16 (3) Chapter 16 (3) Rozdział 16 (3) Capítulo 16 (3) Глава 16 (3)

Amaranta Úrsula y el pequeño Aureliano habían de recordar el diluvio como una época feliz. A pesar del rigor de Fernanda, chapaleaban en los pantanos del patio, cazaban lagartos para descuartizarlos y jugaban a envenenar la sopa echándole polvo de alas de mariposas en los descuidos de Santa Sofía de la Piedad. Úrsula era su juguete más entretenido. La tuvieron por una gran muñeca decrépita que llevaban y traían por los rincones, disfrazada con trapos de colores y la cara pintada con hollín y achiote, y una vez estuvieron a punto de destriparle los ojos como le hacían a los sapos con las tijeras de podar. They took her for a large decrepit doll that they carried around the corners, disguised with colored rags and her face painted with soot and achiote, and once they were about to gut her eyes as they did to toads with pruning shears. . Nada les causaba tanto alborozo como sus desvaríos. En efecto, algo debió ocurrir en su cerebro en el tercer año de la lluvia, porque poco a poco fue perdiendo el sentido de la realidad, y confundía el tiempo actual con épocas remotas de su vida, hasta el punto de que en una ocasión pasó tres días llorando sin consuelo por la muerte de Petronila Iguarán, su bisabuela, enterrada desde hacía más de un siglo. Se hundió en un estado de confusión tan disparatado, que creía que el pequeño Aureliano era su hijo el coronel por los tiempos en que lo llevaron a conocer el hielo, y que el José Arcadio que estaba entonces en el seminario era el primogénito que se fue con los gitanos. He sank into such a crazy state of confusion that he believed that little Aureliano was his son, the colonel, from the time he was taken to see ice, and that José Arcadio, who was then in the seminary, was the eldest son who left. with the gypsies Tanto habló de la familia, que los niños aprendieron a organizarle visitas imaginarias con seres que no solo habían muerto desde hacía mucho tiempo, sino que habían existido en épocas distintas. Sentada en la cama con el pelo cubierto de ceniza y la cara tapada con un pañuelo rojo, Úrsula era feliz en medio de la parentela irreal que los niños describían sin omisión de detalles, como si de verdad la hubieran conocido. Úrsula conversaba con sus antepasados sobre acontecimientos anteriores a su propia existencia, gozaba con las noticias que le daban y lloraba con ellos por muertos mucho más recientes que los mismos contertulios. Úrsula talked with her ancestors about events prior to her own existence, enjoyed the news they gave her, and wept with them for the dead much more recently than the same participants. Los niños no tardaron en advertir que en el curso de esas visitas fantasmales Úrsula planteaba siempre una pregunta destinada a establecer quién era el que había llevado a la casa durante la guerra un San José de yeso de tamaño natural para que lo guardaran mientras pasaba la lluvia. Fue así como Aureliano Segundo se acordó de la fortuna enterrada en algún lugar que solo Úrsula conocía, pero fueron inútiles las preguntas y las maniobras astutas que se le ocurrieron, porque en los laberintos de su desvarío ella parecía conservar un margen de lucidez para defender aquel secreto, que solo había de revelar a quien demostrara ser el verdadero dueño del oro sepultado. Era tan hábil y tan estricta, que cuando Aureliano Segundo instruyó a uno de sus compañeros de parranda para que se hiciera pasar por el propietario de la fortuna, ella lo enredó en un interrogatorio minucioso y sembrado de trampas sutiles. She was so skillful and so strict that when Aureliano Segundo instructed one of his fellow partygoers to pass himself off as the owner of the fortune, she involved him in a thorough interrogation strewn with subtle traps.

Convencido de que Úrsula se llevaría el secreto a la tumba, Aureliano Segundo contrató una cuadrilla de excavadores con el pretexto de que construyeran canales de desagüe en el patio y en el traspatio, y él mismo sondeó el suelo con barretas de hierro y con toda clase de detectores de metales, sin encontrar nada que se pareciera al oro en tres meses de exploraciones exhaustivas. Más tarde recurrió a Pilar Ternera con la esperanza de que las barajas vieran más que los cavadores, pero ella empezó por explicarle que era inútil cualquier tentativa mientras no fuera Úrsula quien cortara el naipe. Later he turned to Pilar Ternera in the hope that the cards would see more than the diggers, but she began by explaining that any attempt was useless as long as Úrsula was not the one who cut the card. Confirmó en cambio la existencia del tesoro, con la precisión de que eran siete mil doscientas catorce monedas enterradas en tres sacos de lona con jaretas de alambre de cobre, dentro de un círculo con un radio de ciento veintidós metros, tomando como centro la cama de Úrsula, pero advirtió que no sería encontrado antes de que acabara de llover y los soles de tres junios consecutivos convirtieran en polvo los barrizales. La profusión y la meticulosa vaguedad de los datos le parecieron a Aureliano Segundo tan semejantes a las fábulas espiritistas, que insistió en su empresa a pesar de que estaban en agosto y habría sido necesario esperar por lo menos tres años para satisfacer las condiciones del pronóstico. Lo primero que le causó asombro, aunque al mismo tiempo aumentó su confusión, fue el comprobar que había exactamente ciento veintidós metros de la cama de Úrsula a la cerca del traspatio. The first thing that caused him astonishment, although at the same time it increased his confusion, was to verify that there were exactly one hundred and twenty-two meters from Úrsula's bed to the backyard fence. Fernanda temió que estuviera tan loco como su hermano gemelo cuando lo vio haciendo las mediciones, y peor aún cuando ordenó a las cuadrillas de excavadores profundizar un metro más en las zanjas. Presa de un delirio exploratorio comparable apenas al del bisabuelo cuando buscaba la ruta de los inventos, Aureliano Segundo perdió las últimas bolsas de grasa que le quedaban, y la antigua semejanza con el hermano gemelo se fue otra vez acentuando, no solo por el escurrimiento de la figura, sino por el aire distante y la actitud ensimismada. Prey to an exploratory delirium barely comparable to that of the great-grandfather when he was looking for the route of inventions, Aureliano Segundo lost the last pockets of fat that remained to him, and the old resemblance to his twin brother was accentuated again, not only because of the runoff of the figure, but by the distant air and the self-absorbed attitude. No volvió a ocuparse de los niños. He did not take care of the children again. Comía a cualquier hora, embarrado de pies a cabeza, y lo hacía en un rincón de la cocina, contestando apenas a las preguntas ocasionales de Santa Sofía de la Piedad. Viéndolo trabajar en aquella forma, como nunca soñó que pudiera hacerlo, Fernanda creyó que su temeridad era diligencia, y que su codicia era abnegación y que su tozudez era perseverancia, y le remordieron las entrañas por la virulencia con que había despotricado contra su desidia. Seeing him work in that way, as she never dreamed she could do, Fernanda believed that his recklessness was diligence, and that his greed was abnegation, and that his stubbornness was perseverance, and her insides were remorseful for the virulence with which she had railed against his laziness. Pero Aureliano Segundo no estaba entonces para reconciliaciones misericordiosas. But Aureliano Segundo was not then in the mood for merciful reconciliations. Hundido hasta el cuello en una ciénaga de ramazones muertas y flores podridas, volteó al derecho y al revés el suelo del jardín después de haber terminado con el patio y el traspatio, y barrenó tan profundamente los cimientos de la galería oriental de la casa, que una noche despertaron aterrorizados por lo que parecía ser un cataclismo, tanto por las trepidaciones como por el pavoroso crujido subterráneo, y era que tres aposentos se estaban desbarrancando y se había abierto una grieta de escalofrío desde el corredor hasta el dormitorio de Fernanda. Up to his neck in a morass of dead branches and rotting flowers, he turned the garden floor upside down and upside down after he had finished with the yard and backyard, and blasted the foundation of the house's eastern verandah so deep that One night they woke up terrified by what seemed to be a cataclysm, both because of the tremors and the terrifying underground creaking, and it was that three rooms were collapsing and a crack of chill had opened from the corridor to Fernanda's bedroom. Aureliano Segundo no renunció por eso a la exploración. Aun cuando ya se habían extinguido las últimas esperanzas y lo único que parecía tener algún sentido eran las predicciones de las barajas, reforzó los cimientos mellados, resanó la grieta con argamasa, y continuó excavando en el costado occidental. Even when the last hopes were extinguished and the only thing that seemed to make any sense was the predictions of the cards, he reinforced the jagged foundation, filled the crack with mortar, and continued excavating on the western side. Allí estaba todavía la segunda semana del junio siguiente, cuando la lluvia empezó a apaciguarse y las nubes se fueron alzando, y se vio que de un momento a otro iba a escampar. Así fue. It was. Un viernes a las dos de la tarde se alumbró el mundo con un sol bobo, bermejo y áspero como polvo de ladrillo, y casi tan fresco como el agua, y no volvió a llover en diez años. One Friday at two in the afternoon the world lit up with a silly sun, red and harsh as brick dust, and almost as fresh as water, and it didn't rain again for ten years.

Macondo estaba en ruinas. En los pantanos de las calles quedaban muebles despedazados, esqueletos de animales cubiertos de lirios colorados, últimos recuerdos de las hordas de advenedizos que se fugaron de Macondo tan atolondrados como habían llegado. In the swamps of the streets, there remained torn pieces of furniture, animal skeletons covered with red lilies, the last memories of the hordes of upstarts who fled from Macondo as recklessly as they had arrived. Las casas paradas con tanta urgencia durante la fiebre del banano habían sido abandonadas. The houses so urgently stopped during the banana rush had been abandoned. La compañía bananera desmanteló sus instalaciones. De la antigua ciudad alambrada solo quedaban los escombros. Only the rubble remained of the old wired city. Las casas de madera, las frescas terrazas donde transcurrían las serenas tardes de naipes, parecían arrasadas por una anticipación del viento profético que años después había de borrar a Macondo de la faz de la tierra. The wooden houses, the cool terraces where the serene afternoons spent playing cards seemed destroyed by an anticipation of the prophetic wind that years later was to erase Macondo from the face of the earth. El único rastro humano que dejó aquel soplo voraz fue un guante de Patricia Brown en el automóvil sofocado por las trinitarias. The only human trace left by that voracious breath was a glove belonging to Patricia Brown in the car suffocated by the Trinidadian women. La región encantada que exploró José Arcadio Buendía en los tiempos de la fundación, y donde luego prosperaron las plantaciones de banano, era un tremedal de cepas putrefactas, en cuyo horizonte remoto se alcanzó a ver por varios años la espuma silenciosa del mar. The enchanted region that José Arcadio Buendía explored in the days of the foundation, and where the banana plantations later prospered, was a quagmire of rotten vines, on whose remote horizon the silent foam of the sea could be seen for several years. Aureliano Segundo padeció una crisis de aflicción el primer domingo que vistió ropas secas y salió a reconocer el pueblo. Aureliano Segundo suffered a crisis of grief the first Sunday that he dressed in dry clothes and went out to explore the town. Los sobrevivientes de la catástrofe, los mismos que ya vivían en Macondo antes de que fuera sacudido por el huracán de la compañía bananera, estaban sentados en mitad de la calle gozando de los primeros soles. Todavía conservaban en la piel el verde de alga y el olor de rincón que les imprimió la lluvia, pero en el fondo de sus corazones parecían satisfechos de haber recuperado el pueblo en que nacieron. Their skin still retained the green of the seaweed and the smell of the corner that the rain had left on them, but deep in their hearts they seemed satisfied to have recovered the town where they were born. La Calle de los Turcos era otra vez la de antes, la de los tiempos en que los árabes de pantuflas y argollas en las orejas que recorrían el mundo cambiando guacamayas por chucherías, hallaron en Macondo un buen recodo para descansar de su milenaria condición de trashumantes. The Calle de los Turcos was once again the same as before, that of the times when the Arabs with slippers and rings in their ears who traveled the world exchanging macaws for trinkets, found in Macondo a good nook to rest from their millennial condition of nomadic . Al otro lado de la lluvia, la mercancía de los bazares estaba cayéndose a pedazos, los géneros abiertos en la puerta estaban veteados de musgo, los mostradores socavados por el comején y las paredes carcomidas por la humedad, pero los árabes de la tercera generación estaban sentados en el mismo lugar y en la misma actitud de sus padres y sus abuelos, taciturnos, impávidos, invulnerables al tiempo y al desastre, tan vivos o tan muertos como estuvieron después de la peste del insomnio y de las treinta y dos guerras del coronel Aureliano Buendía. On the other side of the rain, the merchandise in the bazaars was falling apart, the goods open at the door were streaked with moss, the counters undermined by termites and the walls eaten away by damp, but the third-generation Arabs were sitting in the same place and in the same attitude as their parents and grandparents, taciturn, undaunted, invulnerable to time and disaster, as alive or as dead as they were after the plague of insomnia and the colonel's thirty-two wars. Aureliano Buendía. Era tan asombrosa su fortaleza de ánimo frente a los escombros de las mesas de juego, los puestos de fritangas, las casetas de tiro al blanco y el callejón donde se interpretaban los sueños y se adivinaba el porvenir, que Aureliano Segundo les preguntó con su informalidad habitual de qué recursos misteriosos se habían valido para no naufragar en la tormenta, cómo diablos habían hecho para no ahogarse, y uno tras otro, de puerta en puerta, le devolvieron una sonrisa ladina y una mirada de ensueño, y todos le dieron sin ponerse de acuerdo la misma respuesta: Their strength of mind was so astonishing in front of the rubble of the gaming tables, the fried food stalls, the shooting booths and the alley where dreams were interpreted and the future was guessed, that Aureliano Segundo asked them with his informality usual what mysterious resources they had used to avoid being shipwrecked in the storm, how the hell they had managed to avoid drowning, and one after another, from door to door, they returned a cunning smile and a dreamy look, and all of them gave him without putting on according to the same answer:

—Nadando. -Swimming.

Petra Cotes era tal vez el único nativo que tenía corazón de árabe. Petra Cotes was perhaps the only native with an Arab heart. Había visto los últimos destrozos de sus establos y caballerizas arrastrados por la tormenta, pero había logrado mantener la casa en pie. He had seen the last of the wreckage of his stables and stalls washed away by the storm, but had managed to keep the house standing. En el último año le había mandado recados apremiantes a Aureliano Segundo, y este le había contestado que ignoraba cuándo volvería a su casa, pero que en todo caso llevaría un cajón de monedas de oro para empedrar el dormitorio. In the last year he had sent urgent messages to Aureliano Segundo, and the latter had replied that he did not know when he would return home, but that in any case he would take a box of gold coins to pave the bedroom. Entonces ella había escarbado en su corazón, buscando la fuerza que le permitiera sobrevivir a la desgracia, y había encontrado una rabia reflexiva y justa, con la cual había jurado restaurar la fortuna despilfarrada por el amante y acabada de exterminar por el diluvio. Then she had dug into her heart, searching for the strength that would enable her to survive the misfortune, and had found a reflective and just rage, with which she had vowed to restore the fortune squandered by her lover and just exterminated by the deluge. Fue una decisión tan inquebrantable, que Aureliano Segundo volvió a su casa ocho meses después del último recado, y la encontró verde, desgreñada, con los párpados hundidos y la piel escarchada por la sarna, pero estaba escribiendo números en pedacitos de papel, para hacer una rifa. It was such an unwavering decision that Aureliano Segundo returned home eight months after the last message and found her green, disheveled, with sunken eyelids and frosty skin from scabies, but she was writing numbers on little pieces of paper, to make a raffle. Aureliano Segundo se quedó atónito, y estaba tan escuálido y tan solemne, que Petra Cotes no creyó que quien había vuelto a buscarla fuera el amante de toda la vida, sino el hermano gemelo. Aureliano Segundo was stunned, and he was so scrawny and so solemn that Petra Cotes did not believe that the one who had come back to look for her was the lover of a lifetime, but rather the twin brother.

—Estás loca —dijo él—. -You're crazy," he said. A menos que pienses rifar los huesos. Unless you're thinking of raffling off the bones.

Entonces ella le dijo que se asomara al dormitorio, y Aureliano Segundo vio la mula. Estaba con el pellejo pegado a los huesos, como la dueña, pero tan viva y resuelta como ella. Petra Cotes la había alimentado con su rabia, y cuando no tuvo más hierbas, ni maíz, ni raíces, la albergó en su propio dormitorio y le dio a comer las sábanas de percal, los tapices persas, los sobrecamas de peluche, las cortinas de terciopelo y el palio bordado con hilos de oro y borlones de seda de la cama episcopal. Petra Cotes had fed her rage, and when she had no more weeds, no corn, no roots, she sheltered her in her own bedroom and fed her the calico sheets, the Persian rugs, the stuffed bedspreads, the cotton curtains. velvet and the canopy embroidered with gold threads and silk tassels from the episcopal bed.