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Cien Años de Soledad de Gabriel García Márquez, Capítulo 16 (2)

Capítulo 16 (2)

—¡A buena hora! —dijo.

Estaba envejecida, en los puros huesos, y sus lanceolados ojos de animal carnívoro se habían vuelto tristes y mansos de tanto mirar la lluvia. Aureliano Segundo se quedó más de tres meses en su casa, no porque entonces se sintiera mejor allí que en la de su familia, sino porque necesitó todo ese tiempo para tomar la decisión de echarse otra vez encima el pedazo de lienzo encerado. «No hay prisa», dijo, como había dicho en la otra casa. «Esperemos que escampe en las próximas horas». En el curso de la primera semana se fue acostumbrando a los desgastes que habían hecho el tiempo y la lluvia en la salud de su concubina, y poco a poco fue viéndola como era antes, acordándose de sus desafueros jubilosos y de la fecundidad de delirio que su amor provocaba en los animales, y en parte por amor y en parte por interés, una noche de la segunda semana la despertó con caricias apremiantes. Petra Cotes no reaccionó. «Duerme tranquilo», murmuró. «Ya los tiempos no están para estas cosas». Aureliano Segundo se vio a sí mismo en los espejos del techo, vio la espina dorsal de Petra Cotes como una hilera de carretes ensartados en un mazo de nervios marchitos, y comprendió que ella tenía razón, no por los tiempos, sino por ellos mismos, que ya no estaban para esas cosas.

Aureliano Segundo regresó a la casa con sus baúles, convencido de que no solo Úrsula, sino todos los habitantes de Macondo, estaban esperando que escampara para morirse. Los había visto al pasar, sentados en las salas con la mirada absorta y los brazos cruzados, sintiendo transcurrir un tiempo entero, un tiempo sin desbravar, porque era inútil dividirlo en meses y años, y los días en horas, cuando no podía hacerse nada más que contemplar la lluvia. Los niños recibieron alborozados a Aureliano Segundo, quien volvió a tocar para ellos el acordeón asmático. Pero el concierto no les llamó tanto la atención como las sesiones enciclopédicas, de modo que otra vez volvieron a reunirse en el dormitorio de Meme, donde la imaginación de Aureliano Segundo convirtió el dirigible en un elefante volador que buscaba un sitio para dormir entre las nubes. En cierta ocasión encontró un hombre de a caballo que a pesar de su atuendo exótico conservaba un aire familiar, y después de mucho examinarlo llegó a la conclusión de que era un retrato del coronel Aureliano Buendía. Se lo mostró a Fernanda, y también ella admitió el parecido del jinete no solo con el coronel, sino con todos los miembros de la familia, aunque en verdad era un guerrero tártaro. Así se le fue pasando el tiempo, entre el Coloso de Rodas y los encantadores de serpientes, hasta que su esposa le anunció que no quedaban más de seis kilos de carne salada y un saco de arroz en el granero.

—¿Y ahora qué quieres que haga? —preguntó él.

—Yo no sé —contestó Fernanda—. Eso es asunto de hombres.

—Bueno —dijo Aureliano Segundo—, algo se hará cuando escampe.

Siguió más interesado en la enciclopedia que en el problema doméstico, aun cuando tuvo que conformarse con una piltrafa y un poco de arroz en el almuerzo. «Ahora es imposible hacer nada», decía. «No puede llover toda la vida». Y mientras más largas le daba a las urgencias del granero, más intensa se iba haciendo la indignación de Fernanda, hasta que sus protestas eventuales, sus desahogos poco frecuentes, se desbordaron en un torrente incontenible, desatado, que empezó una mañana como el monótono bordón de una guitarra, y que a medida que avanzaba el día fue subiendo de tono, cada vez más rico, más espléndido. Aureliano Segundo no tuvo conciencia de la cantaleta hasta el día siguiente, después del desayuno, cuando se sintió aturdido por un abejorreo que era entonces más fluido y alto que el rumor de la lluvia, y era Fernanda que se paseaba por toda la casa doliéndose de que la hubieran educado como una reina para terminar de sirvienta en una casa de locos, con un marido holgazán, idólatra, libertino, que se acostaba bocarriba a esperar que le llovieran panes del cielo, mientras ella se destroncaba los riñones tratando de mantener a flote un hogar emparapetado con alfileres, donde había tanto que hacer, tanto que soportar y corregir desde que amanecía Dios hasta la hora de acostarse, que llegaba a la cama con los ojos llenos de polvo de vidrio y, sin embargo, nadie le había dicho nunca buenos días, Fernanda, qué tal noche pasaste, Fernanda, ni le habían preguntado aunque fuera por cortesía por qué estaba tan pálida ni por qué despertaba con esas ojeras de violeta, a pesar de que ella no esperaba, por supuesto, que aquello saliera del resto de una familia que al fin y al cabo la había tenido siempre como un estorbo, como el trapito de bajar la olla, como un monigote pintado en la pared, y que siempre andaban desbarrando contra ella por los rincones, llamándola santurrona, llamándola farisea, llamándola lagarta, y hasta Amaranta, que en paz descanse, había dicho de viva voz que ella era de las que confundían el culo con las témporas, bendito sea Dios, qué palabras, y ella había aguantado todo con resignación por las intenciones del Santo Padre, pero no había podido soportar más cuando el malvado de José Arcadio Segundo dijo que la perdición de la familia había sido abrirle las puertas a una cachaca, imagínese, una cachaca mandona, válgame Dios, una cachaca hija de la mala saliva, de la misma índole de los cachacos que mandó el gobierno a matar trabajadores, dígame usted, y se refería a nadie menos que a ella, la ahijada del Duque de Alba, una dama con tanta alcurnia que le revolvía el hígado a las esposas de los presidentes, una fijodalga de sangre como ella que tenía derecho a firmar con once apellidos peninsulares, y que era el único mortal en ese pueblo de bastardos que no se sentía emberenjenado frente a dieciséis cubiertos, para que luego el adúltero de su marido dijera muerto de risa que tantas cucharas y tenedores, y tantos cuchillos y cucharitas no era cosa de cristianos, sino de ciempiés, y la única que podía determinar a ojos cerrados cuándo se servía el vino blanco, y de qué lado y en qué copa, y cuándo se servía el vino rojo, y de qué lado y en qué copa, y no como la montuna de Amaranta, que en paz descanse, que creía que el vino blanco se servía de día y el vino rojo de noche, y la única en todo el litoral que podía vanagloriarse de no haber hecho del cuerpo sino en bacinillas de oro, para que luego el coronel Aureliano Buendía, que en paz descanse, tuviera el atrevimiento de preguntar con su mala bilis de masón de dónde había merecido ese privilegio, si era que ella no cagaba mierda sino astromelias, imagínense, con esas palabras, y para que Renata, su propia hija, que por indiscreción había visto sus aguas mayores en el dormitorio, contestara que de verdad la bacinilla era de mucho oro y de mucha heráldica, pero que lo que tenía dentro era pura mierda, mierda física, y peor todavía que las otras porque era mierda de cachaca, imagínese, su propia hija, de modo que nunca se había hecho ilusiones con el resto de la familia, pero de todos modos tenía derecho a esperar un poco de más consideración de parte de su esposo, puesto que bien o mal era su cónyuge de sacramento, su autor, su legítimo perjudicador, que se echó encima por voluntad libre y soberana la grave responsabilidad de sacarla del solar paterno, donde nunca se privó ni se dolió de nada, donde tejía palmas fúnebres por gusto de entretenimiento, puesto que su padrino había mandado una carta con su firma y el sello de su anillo impreso en el lacre, solo para decir que las manos de su ahijada no estaban hechas para menesteres de este mundo, como no fuera tocar el clavicordio y, sin embargo, el insensato de su marido la había sacado de su casa con todas las admoniciones y advertencias y la había llevado a aquella paila de infierno donde no se podía respirar de calor, y antes de que ella acabara de guardar sus dietas de Pentecostés ya se había ido con sus baúles trashumantes y su acordeón de perdulario a holgar en adulterio con una desdichada a quien bastaba con verle las nalgas, bueno, ya estaba dicho, a quien bastaba con verle menear las nalgas de potranca para adivinar que era una, que era una…, todo lo contrario de ella, que era una dama en el palacio o en la pocilga, en la mesa o en la cama, una dama de nación, temerosa de Dios, obediente de sus leyes y sumisa a sus designios, y con quien no podía hacer, por supuesto, las maromas y vagabundinas que hacía con la otra, que por supuesto se prestaba a todo, como las matronas francesas, y peor aún, pensándolo bien, porque estas al menos tenían la honradez de poner un foco colorado en la puerta, semejantes porquerías, imagínese, ni más faltaba, con la hija única y bienamada de doña Renata Argote y don Fernando del Carpio, y sobre todo de este, por supuesto, un santo varón, un cristiano de los grandes, Caballero de la Orden del Santo Sepulcro, de esos que reciben directamente de Dios el privilegio de conservarse intactos en la tumba, con la piel tersa como raso de novia y los ojos vivos y diáfanos como las esmeraldas.

—Eso sí no es cierto —la interrumpió Aureliano Segundo—, cuando lo trajeron ya apestaba.

Había tenido la paciencia de escucharla un día entero, hasta sorprenderla en una falta. Fernanda no le hizo caso, pero bajó la voz. Esa noche, durante la cena, el exasperante zumbido de la cantaleta había derrotado al rumor de la lluvia. Aureliano Segundo comió muy poco, con la cabeza baja, y se retiró temprano al dormitorio. En el desayuno del día siguiente Fernanda estaba trémula, con aspecto de haber dormido mal, y parecía desahogada por completo de sus rencores. Sin embargo, cuando su marido preguntó si no sería posible comerse un huevo tibio, ella no contestó simplemente que desde la semana anterior se habían acabado los huevos, sino que elaboró una virulenta diatriba contra los hombres que se pasaban el tiempo adorándose el ombligo y luego tenían la cachaza de pedir hígados de alondra en la mesa. Aureliano Segundo llevó a los niños a ver la enciclopedia, como siempre, y Fernanda fingió poner orden en el dormitorio de Meme, solo para que él la oyera murmurar que, por supuesto, se necesitaba tener la cara dura para decirles a los pobres inocentes que el coronel Aureliano Buendía estaba retratado en la enciclopedia. En la tarde, mientras los niños hacían la siesta, Aureliano Segundo se sentó en el corredor, y hasta allá lo persiguió Fernanda, provocándolo, atormentándolo, girando en torno de él con su implacable zumbido de moscardón, diciendo que, por supuesto, mientras ya no quedaban más que piedras para comer, su marido se sentaba como un sultán de Persia a contemplar la lluvia, porque no era más que eso, un mampolón, un mantenido, un bueno para nada, más flojo que el algodón de borla, acostumbrado a vivir de las mujeres, y convencido de que se había casado con la esposa de Jonás, que se quedó tan tranquila con el cuento de la ballena. Aureliano Segundo la oyó más de dos horas, impasible, como si fuera sordo. No la interrumpió hasta muy avanzada la tarde cuando no pudo soportar más la resonancia de bombo que le atormentaba la cabeza.

—Cállate ya, por favor —suplicó.

Fernanda, por el contrario, levantó el tono. «No tengo por qué callarme», dijo. «El que no quiera oírme que se vaya». Entonces Aureliano Segundo perdió el dominio. Se incorporó sin prisa, como si solo pensara estirar los huesos, y con una furia perfectamente regulada y metódica fue agarrando uno tras otro los tiestos de begonias, las macetas de helechos, los potes de orégano, y uno tras otro los fue despedazando contra el suelo. Fernanda se asustó, pues en realidad no había tenido hasta entonces una conciencia clara de la tremenda fuerza interior de la cantaleta, pero ya era tarde para cualquier tentativa de rectificación. Embriagado por el torrente incontenible del desahogo, Aureliano Segundo rompió el cristal de la vidriera, y una por una, sin apresurarse, fue sacando las piezas de la vajilla y las hizo polvo contra el piso. Sistemático, sereno, con la misma parsimonia con que había empapelado la casa de billetes, fue rompiendo luego contra las paredes la cristalería de Bohemia, los floreros pintados a mano, los cuadros de las doncellas en barcas cargadas de rosas, los espejos de marcos dorados, y todo cuanto era rompible desde la sala hasta el granero, y terminó con la tinaja de la cocina que se reventó en el centro del patio con una explosión profunda. Luego se lavó las manos, se echó encima el lienzo encerado, y antes de medianoche volvió con unos tiesos colgajos de carne salada, varios sacos de arroz y maíz con gorgojo, y unos desmirriados racimos de plátanos. Desde entonces no volvieron a faltar las cosas de comer.

Capítulo 16 (2) Kapitel 16 (2) Chapter 16 (2) Capítulo 16 (2) Глава 16 (2)

—¡A buena hora! -At good Time! —dijo.

Estaba envejecida, en los puros huesos, y sus lanceolados ojos de animal carnívoro se habían vuelto tristes y mansos de tanto mirar la lluvia. She was aged, in the bare bones, and her lanceolated eyes of a carnivorous animal had become sad and meek from looking at the rain so much. Aureliano Segundo se quedó más de tres meses en su casa, no porque entonces se sintiera mejor allí que en la de su familia, sino porque necesitó todo ese tiempo para tomar la decisión de echarse otra vez encima el pedazo de lienzo encerado. Aureliano Segundo stayed at home for more than three months, not because he felt better there then than at his family's, but because it took him all that time to make the decision to throw the piece of waxed linen over himself again. «No hay prisa», dijo, como había dicho en la otra casa. «Esperemos que escampe en las próximas horas». En el curso de la primera semana se fue acostumbrando a los desgastes que habían hecho el tiempo y la lluvia en la salud de su concubina, y poco a poco fue viéndola como era antes, acordándose de sus desafueros jubilosos y de la fecundidad de delirio que su amor provocaba en los animales, y en parte por amor y en parte por interés, una noche de la segunda semana la despertó con caricias apremiantes. During the first week he grew accustomed to the wear and tear that time and rain had done to his concubine's health, and little by little he began to see her as she was before, remembering her jubilant excesses and the delirious fecundity she had experienced. his love provoked the animals, and partly out of love and partly out of concern, one night in the second week he woke her up with urgent caresses. Petra Cotes no reaccionó. «Duerme tranquilo», murmuró. «Ya los tiempos no están para estas cosas». Aureliano Segundo se vio a sí mismo en los espejos del techo, vio la espina dorsal de Petra Cotes como una hilera de carretes ensartados en un mazo de nervios marchitos, y comprendió que ella tenía razón, no por los tiempos, sino por ellos mismos, que ya no estaban para esas cosas. Aureliano Segundo saw himself in the ceiling mirrors, he saw Petra Cotes' backbone like a row of spools strung on a bundle of withered nerves, and he understood that she was right, not because of the times, but because of themselves, that they were no longer for those things.

Aureliano Segundo regresó a la casa con sus baúles, convencido de que no solo Úrsula, sino todos los habitantes de Macondo, estaban esperando que escampara para morirse. Los había visto al pasar, sentados en las salas con la mirada absorta y los brazos cruzados, sintiendo transcurrir un tiempo entero, un tiempo sin desbravar, porque era inútil dividirlo en meses y años, y los días en horas, cuando no podía hacerse nada más que contemplar la lluvia. I had seen them as I passed by, sitting in the rooms with their gazes absorbed and their arms crossed, feeling a whole time go by, a time without breaking, because it was useless to divide it into months and years, and the days into hours, when nothing could be done rather than watch the rain. Los niños recibieron alborozados a Aureliano Segundo, quien volvió a tocar para ellos el acordeón asmático. The children received Aureliano Segundo overjoyed, who once again played the asthmatic accordion for them. Pero el concierto no les llamó tanto la atención como las sesiones enciclopédicas, de modo que otra vez volvieron a reunirse en el dormitorio de Meme, donde la imaginación de Aureliano Segundo convirtió el dirigible en un elefante volador que buscaba un sitio para dormir entre las nubes. But the concert did not attract as much attention as the encyclopedic sessions, so they met again in Meme's bedroom, where Aureliano Segundo's imagination turned the airship into a flying elephant looking for a place to sleep among the clouds. . En cierta ocasión encontró un hombre de a caballo que a pesar de su atuendo exótico conservaba un aire familiar, y después de mucho examinarlo llegó a la conclusión de que era un retrato del coronel Aureliano Buendía. On a certain occasion he found a man on horseback who, despite his exotic attire, retained a familiar air, and after much examination he concluded that it was a portrait of Colonel Aureliano Buendía. Se lo mostró a Fernanda, y también ella admitió el parecido del jinete no solo con el coronel, sino con todos los miembros de la familia, aunque en verdad era un guerrero tártaro. He showed it to Fernanda, and she, too, admitted the rider's resemblance not only to the colonel, but to all the members of the family, although in truth he was a Tartar warrior. Así se le fue pasando el tiempo, entre el Coloso de Rodas y los encantadores de serpientes, hasta que su esposa le anunció que no quedaban más de seis kilos de carne salada y un saco de arroz en el granero. Thus time passed between the Colossus of Rhodes and the snake charmers, until his wife announced that there were no more than six kilos of salted meat and a sack of rice left in the granary.

—¿Y ahora qué quieres que haga? —preguntó él.

—Yo no sé —contestó Fernanda—. Eso es asunto de hombres.

—Bueno —dijo Aureliano Segundo—, algo se hará cuando escampe.

Siguió más interesado en la enciclopedia que en el problema doméstico, aun cuando tuvo que conformarse con una piltrafa y un poco de arroz en el almuerzo. He remained more interested in the encyclopedia than in the domestic problem, even when he had to make do with a scrap and a little rice for lunch. «Ahora es imposible hacer nada», decía. «No puede llover toda la vida». Y mientras más largas le daba a las urgencias del granero, más intensa se iba haciendo la indignación de Fernanda, hasta que sus protestas eventuales, sus desahogos poco frecuentes, se desbordaron en un torrente incontenible, desatado, que empezó una mañana como el monótono bordón de una guitarra, y que a medida que avanzaba el día fue subiendo de tono, cada vez más rico, más espléndido. And the longer she gave the barn's urgencies, the more intense Fernanda's indignation became, until her eventual protests, her infrequent outbursts, overflowed in an uncontrollable, unleashed torrent that began one morning like the monotonous refrain of a guitar, and as the day progressed it rose in tone, each time richer, more splendid. Aureliano Segundo no tuvo conciencia de la cantaleta hasta el día siguiente, después del desayuno, cuando se sintió aturdido por un abejorreo que era entonces más fluido y alto que el rumor de la lluvia, y era Fernanda que se paseaba por toda la casa doliéndose de que la hubieran educado como una reina para terminar de sirvienta en una casa de locos, con un marido holgazán, idólatra, libertino, que se acostaba bocarriba a esperar que le llovieran panes del cielo, mientras ella se destroncaba los riñones tratando de mantener a flote un hogar emparapetado con alfileres, donde había tanto que hacer, tanto que soportar y corregir desde que amanecía Dios hasta la hora de acostarse, que llegaba a la cama con los ojos llenos de polvo de vidrio y, sin embargo, nadie le había dicho nunca buenos días, Fernanda, qué tal noche pasaste, Fernanda, ni le habían preguntado aunque fuera por cortesía por qué estaba tan pálida ni por qué despertaba con esas ojeras de violeta, a pesar de que ella no esperaba, por supuesto, que aquello saliera del resto de una familia que al fin y al cabo la había tenido siempre como un estorbo, como el trapito de bajar la olla, como un monigote pintado en la pared, y que siempre andaban desbarrando contra ella por los rincones, llamándola santurrona, llamándola farisea, llamándola lagarta, y hasta Amaranta, que en paz descanse, había dicho de viva voz que ella era de las que confundían el culo con las témporas, bendito sea Dios, qué palabras, y ella había aguantado todo con resignación por las intenciones del Santo Padre, pero no había podido soportar más cuando el malvado de José Arcadio Segundo dijo que la perdición de la familia había sido abrirle las puertas a una cachaca, imagínese, una cachaca mandona, válgame Dios, una cachaca hija de la mala saliva, de la misma índole de los cachacos que mandó el gobierno a matar trabajadores, dígame usted, y se refería a nadie menos que a ella, la ahijada del Duque de Alba, una dama con tanta alcurnia que le revolvía el hígado a las esposas de los presidentes, una fijodalga de sangre como ella que tenía derecho a firmar con once apellidos peninsulares, y que era el único mortal en ese pueblo de bastardos que no se sentía emberenjenado frente a dieciséis cubiertos, para que luego el adúltero de su marido dijera muerto de risa que tantas cucharas y tenedores, y tantos cuchillos y cucharitas no era cosa de cristianos, sino de ciempiés, y la única que podía determinar a ojos cerrados cuándo se servía el vino blanco, y de qué lado y en qué copa, y cuándo se servía el vino rojo, y de qué lado y en qué copa, y no como la montuna de Amaranta, que en paz descanse, que creía que el vino blanco se servía de día y el vino rojo de noche, y la única en todo el litoral que podía vanagloriarse de no haber hecho del cuerpo sino en bacinillas de oro, para que luego el coronel Aureliano Buendía, que en paz descanse, tuviera el atrevimiento de preguntar con su mala bilis de masón de dónde había merecido ese privilegio, si era que ella no cagaba mierda sino astromelias, imagínense, con esas palabras, y para que Renata, su propia hija, que por indiscreción había visto sus aguas mayores en el dormitorio, contestara que de verdad la bacinilla era de mucho oro y de mucha heráldica, pero que lo que tenía dentro era pura mierda, mierda física, y peor todavía que las otras porque era mierda de cachaca, imagínese, su propia hija, de modo que nunca se había hecho ilusiones con el resto de la familia, pero de todos modos tenía derecho a esperar un poco de más consideración de parte de su esposo, puesto que bien o mal era su cónyuge de sacramento, su autor, su legítimo perjudicador, que se echó encima por voluntad libre y soberana la grave responsabilidad de sacarla del solar paterno, donde nunca se privó ni se dolió de nada, donde tejía palmas fúnebres por gusto de entretenimiento, puesto que su padrino había mandado una carta con su firma y el sello de su anillo impreso en el lacre, solo para decir que las manos de su ahijada no estaban hechas para menesteres de este mundo, como no fuera tocar el clavicordio y, sin embargo, el insensato de su marido la había sacado de su casa con todas las admoniciones y advertencias y la había llevado a aquella paila de infierno donde no se podía respirar de calor, y antes de que ella acabara de guardar sus dietas de Pentecostés ya se había ido con sus baúles trashumantes y su acordeón de perdulario a holgar en adulterio con una desdichada a quien bastaba con verle las nalgas, bueno, ya estaba dicho, a quien bastaba con verle menear las nalgas de potranca para adivinar que era una, que era una…, todo lo contrario de ella, que era una dama en el palacio o en la pocilga, en la mesa o en la cama, una dama de nación, temerosa de Dios, obediente de sus leyes y sumisa a sus designios, y con quien no podía hacer, por supuesto, las maromas y vagabundinas que hacía con la otra, que por supuesto se prestaba a todo, como las matronas francesas, y peor aún, pensándolo bien, porque estas al menos tenían la honradez de poner un foco colorado en la puerta, semejantes porquerías, imagínese, ni más faltaba, con la hija única y bienamada de doña Renata Argote y don Fernando del Carpio, y sobre todo de este, por supuesto, un santo varón, un cristiano de los grandes, Caballero de la Orden del Santo Sepulcro, de esos que reciben directamente de Dios el privilegio de conservarse intactos en la tumba, con la piel tersa como raso de novia y los ojos vivos y diáfanos como las esmeraldas. Aureliano Segundo was not aware of the chant until the next day, after breakfast, when he felt dazed by a bee-beating that was then more fluid and louder than the sound of the rain, and it was Fernanda who was walking around the house aching. that she had been raised like a queen to end up as a servant in a madhouse, with a lazy, idolatrous, libertine husband, who lay on his back waiting for bread to rain down on him from heaven, while she tore out her kidneys trying to keep afloat a home plastered with pins, where there was so much to do, so much to endure and correct from the time God woke up until bedtime, that he came to bed with his eyes full of glass dust and yet no one had ever told him good morning, Fernanda, how was your night, Fernanda, they hadn't even asked her, even out of courtesy, why she was so pale or why she woke up with those violet circles under her eyes, even though she didn't expect She wanted, of course, for that to come from the rest of a family that, after all, had always had her as a hindrance, like the rag to lower the pot, like a stick figure painted on the wall, and who were always rampaging against her in the corners, calling her sanctimonious, calling her a Pharisee, calling her a lizard, and even Amaranta, may she rest in peace, had said out loud that she was one of those who confused her ass with an ass, blessed be God, what words, and she had She had endured everything with resignation due to the intentions of the Holy Father, but she had not been able to bear it anymore when the wicked José Arcadio Segundo said that the downfall of the family had been to open the doors to a cachaca, imagine, a bossy cachaca, help me God, a cachaca daughter of bad saliva, of the same nature of the cachacos that the government ordered to kill workers, tell me, and he was referring to no one less than her, the goddaughter of the Duke of Alba, a lady with so much lineage that he r he gave the liver to the wives of the presidents, a blood slut like her who had the right to sign with eleven peninsular surnames, and who was the only mortal in that town of bastards who did not feel eggplanted in front of sixteen cutlery, so that later her husband's adulterer would say, dying of laughter, that so many spoons and forks, and so many knives and teaspoons, was not a thing of Christians, but of centipedes, and the only thing that could determine with closed eyes when the white wine was served, and from which side and in what glass, and when was the red wine served, and from what side and in what glass, and not like the mountain of Amaranta, may she rest in peace, who believed that white wine was served during the day and red wine at night, and the only one on the entire coast that could boast of having made the body nothing but gold chamber pots, so that later Colonel Aureliano Buendía, may he rest in peace, would have the audacity to ask with his Masonic bad bile where he had deserved that pr Ivilege, if she didn't shit shit but astromeliads, imagine, with those words, and for Renata, her own daughter, who by indiscretion had seen her major waters in the bedroom, answer that the bedpan really was made of a lot of gold and of a lot of heraldry, but what he had inside was pure shit, physical shit, and even worse than the others because it was cachaca shit, imagine, his own daughter, so he had never had any illusions about the rest of the family, but in any case, she had the right to expect a little more consideration from her husband, since, right or wrong, he was her sacramental spouse, her author, her legitimate injurer, who took on himself by free and sovereign will the grave responsibility of take her out of her father's lot, where she was never deprived or hurt at all, where she wove funeral palms for entertainment's sake, since her godfather had sent a letter with his signature and the seal of his ring printed on the sealing wax, just to say that that the hands of her goddaughter were not made for the needs of this world, except to play the harpsichord, and yet her foolish husband had taken her out of the house with all the admonitions and warnings and had taken her to that paila from hell where you couldn't breathe from the heat, and before she had finished saving her Pentecost diets she had already left with her nomadic trunks and her perdulario accordion to indulge in adultery with an unfortunate woman whose buttocks were enough to see, well, it was already said, to whom it was enough to see her shake her filly's buttocks to guess that she was one, that she was one..., quite the opposite of her, that she was a lady in the palace or in the pigsty, at the table or in bed, a lady of the nation, fearful of God, obedient to his laws and submissive to his designs, and with whom he could not, of course, do the somersaults and tramps that he did with the other, who naturally lent himself to everything, like the French matrons, and worse still, Thinking about it, because these at least had the honesty to put a red spotlight on the door, such crap, just imagine, with the only and beloved daughter of Doña Renata Argote and Don Fernando del Carpio, and above all of him, Of course, a holy man, a great Christian, a Knight of the Order of the Holy Sepulchre, one of those who receive directly from God the privilege of remaining intact in the tomb, with smooth skin like bridal satin and bright eyes and diaphanous as emeralds.

—Eso sí no es cierto —la interrumpió Aureliano Segundo—, cuando lo trajeron ya apestaba. "That's not true," Aureliano Segundo interrupted her, "when they brought him in he already stank."

Había tenido la paciencia de escucharla un día entero, hasta sorprenderla en una falta. He had had the patience to listen to her for a whole day, until he surprised her in a mistake. Fernanda no le hizo caso, pero bajó la voz. Esa noche, durante la cena, el exasperante zumbido de la cantaleta había derrotado al rumor de la lluvia. Aureliano Segundo comió muy poco, con la cabeza baja, y se retiró temprano al dormitorio. En el desayuno del día siguiente Fernanda estaba trémula, con aspecto de haber dormido mal, y parecía desahogada por completo de sus rencores. At breakfast the next day Fernanda was tremulous, looking as if she had slept badly, and she seemed to have completely vented her rancor. Sin embargo, cuando su marido preguntó si no sería posible comerse un huevo tibio, ella no contestó simplemente que desde la semana anterior se habían acabado los huevos, sino que elaboró una virulenta diatriba contra los hombres que se pasaban el tiempo adorándose el ombligo y luego tenían la cachaza de pedir hígados de alondra en la mesa. However, when her husband asked if it would not be possible to eat a soft-boiled egg, she did not simply reply that they had run out of eggs since the week before, but went on to go on a vicious tirade against men who spend all their time worshiping their navels and then they had the cachaza to order lark livers at the table. Aureliano Segundo llevó a los niños a ver la enciclopedia, como siempre, y Fernanda fingió poner orden en el dormitorio de Meme, solo para que él la oyera murmurar que, por supuesto, se necesitaba tener la cara dura para decirles a los pobres inocentes que el coronel Aureliano Buendía estaba retratado en la enciclopedia. En la tarde, mientras los niños hacían la siesta, Aureliano Segundo se sentó en el corredor, y hasta allá lo persiguió Fernanda, provocándolo, atormentándolo, girando en torno de él con su implacable zumbido de moscardón, diciendo que, por supuesto, mientras ya no quedaban más que piedras para comer, su marido se sentaba como un sultán de Persia a contemplar la lluvia, porque no era más que eso, un mampolón, un mantenido, un bueno para nada, más flojo que el algodón de borla, acostumbrado a vivir de las mujeres, y convencido de que se había casado con la esposa de Jonás, que se quedó tan tranquila con el cuento de la ballena. In the afternoon, while the children were taking their siesta, Aureliano Segundo sat in the corridor, and Fernanda followed him there, taunting him, tormenting him, circling around him with her relentless buzzing like a bumblebee, saying that, of course, while he was already there was nothing left but stones to eat, her husband sat like a sultan of Persia to contemplate the rain, because he was nothing more than that, a mapolón, a maintenance, a good for nothing, weaker than tassel cotton, accustomed to live off women, and convinced that he had married Jonas's wife, who was so calm with the tale of the whale. Aureliano Segundo la oyó más de dos horas, impasible, como si fuera sordo. Aureliano Segundo listened to her for more than two hours, impassive, as if he were deaf. No la interrumpió hasta muy avanzada la tarde cuando no pudo soportar más la resonancia de bombo que le atormentaba la cabeza.

—Cállate ya, por favor —suplicó.

Fernanda, por el contrario, levantó el tono. «No tengo por qué callarme», dijo. "I don't have to shut up," he said. «El que no quiera oírme que se vaya». Entonces Aureliano Segundo perdió el dominio. Se incorporó sin prisa, como si solo pensara estirar los huesos, y con una furia perfectamente regulada y metódica fue agarrando uno tras otro los tiestos de begonias, las macetas de helechos, los potes de orégano, y uno tras otro los fue despedazando contra el suelo. Fernanda se asustó, pues en realidad no había tenido hasta entonces una conciencia clara de la tremenda fuerza interior de la cantaleta, pero ya era tarde para cualquier tentativa de rectificación. Embriagado por el torrente incontenible del desahogo, Aureliano Segundo rompió el cristal de la vidriera, y una por una, sin apresurarse, fue sacando las piezas de la vajilla y las hizo polvo contra el piso. Sistemático, sereno, con la misma parsimonia con que había empapelado la casa de billetes, fue rompiendo luego contra las paredes la cristalería de Bohemia, los floreros pintados a mano, los cuadros de las doncellas en barcas cargadas de rosas, los espejos de marcos dorados, y todo cuanto era rompible desde la sala hasta el granero, y terminó con la tinaja de la cocina que se reventó en el centro del patio con una explosión profunda. Luego se lavó las manos, se echó encima el lienzo encerado, y antes de medianoche volvió con unos tiesos colgajos de carne salada, varios sacos de arroz y maíz con gorgojo, y unos desmirriados racimos de plátanos. Then he washed his hands, put on the waxed cloth, and before midnight returned with stiff flaps of salted meat, several sacks of weevil-ridden rice and corn, and scrawny bunches of bananas. Desde entonces no volvieron a faltar las cosas de comer. Since then, things to eat have not been lacking again.