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Cien Años de Soledad de Gabriel García Márquez, Capítulo 16 (1)

Capítulo 16 (1)

XVI

Llovió cuatro años, once meses y dos días. Hubo épocas de llovizna en que todo el mundo se puso sus ropas de pontifical y se compuso una cara de convaleciente para celebrar la escampada, pero pronto se acostumbraron a interpretar las pausas como anuncios de recrudecimiento. Se desempedraba el cielo en unas tempestades de estropicio, y el norte mandaba unos huracanes que desportillaron techos y derribaron paredes, y desenterraron de raíz las últimas cepas de las plantaciones. Como ocurrió durante la peste del insomnio, que Úrsula se dio a recordar por aquellos días, la propia calamidad iba inspirando defensas contra el tedio. Aureliano Segundo fue uno de los que más hicieron para no dejarse vencer por la ociosidad. Había ido a la casa por algún asunto casual la noche en que el señor Brown convocó la tormenta, y Fernanda trató de auxiliarlo con un paraguas medio desvarillado que encontró en un armario. «No hace falta», dijo él. «Me quedo aquí hasta que escampe». No era, por supuesto, un compromiso ineludible, pero estuvo a punto de cumplirlo al pie de la letra. Como su ropa estaba en casa de Petra Cotes, se quitaba cada tres días la que llevaba puesta, y esperaba en calzoncillos mientras la lavaban. Para no aburrirse, se entregó a la tarea de componer los numerosos desperfectos de la casa. Ajustó bisagras, aceitó cerraduras, atornilló aldabas y niveló fallebas. Durante varios meses se le vio vagar con una caja de herramientas que debieron olvidar los gitanos en los tiempos de José Arcadio Buendía, y nadie supo si fue por la gimnasia involuntaria, por el tedio invernal o por la abstinencia obligada, que la panza se le fue desinflando poco a poco como un pellejo, y la cara de tortuga beatífica se le hizo menos sanguínea y menos protuberante la papada, hasta que todo él terminó por ser menos paquidérmico y pudo amarrarse otra vez los cordones de los zapatos. Viéndolo montar picaportes y desconectar relojes, Fernanda se preguntó si no estaría incurriendo también en el vicio de hacer para deshacer, como el coronel Aureliano Buendía con los pescaditos de oro, Amaranta con los botones y la mortaja, José Arcadio Segundo con los pergaminos y Úrsula con los recuerdos. Pero no era cierto. Lo malo era que la lluvia lo trastornaba todo, y las máquinas más áridas echaban flores por entre los engranajes si no se les aceitaba cada tres días, y se oxidaban los hilos de los brocados y le nacían algas de azafrán a la ropa mojada. La atmósfera era tan húmeda que los peces hubieran podido entrar por las puertas y salir por las ventanas, navegando en el aire de los aposentos. Una mañana despertó Úrsula sintiendo que se acababa en un soponcio de placidez, y ya había pedido que le llevaran al padre Antonio Isabel, aunque fuera en andas, cuando Santa Sofía de la Piedad descubrió que tenía la espalda adoquinada de sanguijuelas. Se las desprendieron una por una, achicharrándolas con tizones, antes de que terminaran de desangrarla. Fue necesario excavar canales para desaguar la casa, y desembarazarla de sapos y caracoles, de modo que pudieran secarse los pisos, quitar los ladrillos de las patas de las camas y caminar otra vez con zapatos. Entretenido con las múltiples minucias que reclamaban su atención, Aureliano Segundo no se dio cuenta de que se estaba volviendo viejo, hasta una tarde en que se encontró contemplando el atardecer prematuro desde un mecedor, y pensando en Petra Cotes sin estremecerse. No habría tenido ningún inconveniente en regresar al amor insípido de Fernanda, cuya belleza se había reposado con la madurez, pero la lluvia lo había puesto a salvo de toda emergencia pasional, y le había infundido la serenidad esponjosa de la inapetencia. Se divirtió pensando en las cosas que hubiera podido hacer en otro tiempo con aquella lluvia que ya iba para un año. Había sido uno de los primeros que llevaron láminas de zinc a Macondo, mucho antes de que la compañía bananera las pusiera de moda, solo por techar con ellas el dormitorio de Petra Cotes y solazarse con la impresión de intimidad profunda que en aquella época le producía la crepitación de la lluvia. Pero hasta esos recuerdos locos de su juventud estrafalaria lo dejaban impávido, como si en la última parranda hubiera agotado sus cuotas de salacidad, y solo le hubiera quedado el premio maravilloso de poder evocarlas sin amargura ni arrepentimientos. Hubiera podido pensarse que el diluvio le había dado la oportunidad de sentarse a reflexionar, y que el trajín de los alicates y las alcuzas le había despertado la añoranza tardía de tantos oficios útiles como hubiera podido hacer y no hizo en la vida, pero ni lo uno ni lo otro era cierto, porque la tentación de sedentarismo y domesticidad que lo andaba rondando no era fruto de la recapacitación ni el escarmiento. Le llegaba de mucho más lejos, desenterrada por el trinche de la lluvia, de los tiempos en que leía en el cuarto de Melquíades las prodigiosas fábulas de los tapices volantes y las ballenas que se alimentaban de barcos con tripulaciones. Fue por esos días que en un descuido de Fernanda apareció en el corredor el pequeño Aureliano, y su abuelo conoció el secreto de su identidad. Le cortó el pelo, lo vistió, le enseñó a perderle el miedo a la gente, y muy pronto se vio que era un legítimo Aureliano Buendía, con sus pómulos altos, su mirada de asombro y su aire solitario. Para Fernanda fue un descanso. Hacía tiempo que había medido la magnitud de su soberbia, pero no encontraba cómo remediarla, porque mientras más pensaba en las soluciones, menos racionales le parecían. De haber sabido que Aureliano Segundo iba a tomar las cosas como las tomó, con una buena complacencia de abuelo, no le habría dado tantas vueltas ni tantos plazos, sino que desde el año anterior se hubiera liberado de la mortificación. Para Amaranta Úrsula, que ya había mudado los dientes, el sobrino fue como un juguete escurridizo que la consoló del tedio de la lluvia. Aureliano Segundo se acordó entonces de la enciclopedia inglesa que nadie había vuelto a tocar en el antiguo dormitorio de Meme. Empezó por mostrarles las láminas a los niños, en especial las de animales, y más tarde los mapas y las fotografías de países remotos y personajes célebres. Como no sabía inglés, y como apenas podía distinguir las ciudades más conocidas y las personalidades más corrientes, se dio a inventar nombres y leyendas para satisfacer la curiosidad insaciable de los niños.

Fernanda creía de veras que su esposo estaba esperando a que escampara para volver con la concubina. En los primeros meses de la lluvia temió que él intentara deslizarse hasta su dormitorio, y que ella iba a pasar por la vergüenza de revelarle que estaba incapacitada para la reconciliación desde el nacimiento de Amaranta Úrsula. Esa era la causa de su ansiosa correspondencia con los médicos invisibles, interrumpida por los frecuentes desastres del correo. Durante los primeros meses, cuando se supo que los trenes se descarrilaban en la tormenta, una carta de los médicos invisibles le indicó que se estaban perdiendo las suyas. Más tarde, cuando se interrumpieron los contactos con sus corresponsales ignotos, había pensado seriamente en ponerse la máscara de tigre que usó su marido en el carnaval sangriento, para hacerse examinar con un nombre ficticio por los médicos de la compañía bananera. Pero una de las tantas personas que pasaban a menudo por la casa llevando las noticias ingratas del diluvio le había dicho que la compañía estaba desmantelando sus dispensarios para llevárselos a tierras de escampada. Entonces perdió la esperanza. Se resignó a aguardar que pasara la lluvia y se normalizara el correo y, mientras tanto, se aliviaba de sus dolencias secretas con recursos de inspiración, porque hubiera preferido morirse a ponerse en manos del único médico que quedaba en Macondo, el francés extravagante que se alimentaba con hierba para burros. Se había aproximado a Úrsula, confiando en que ella conociera algún paliativo para sus quebrantos. Pero la tortuosa costumbre de no llamar las cosas por su nombre la llevó a poner lo anterior en lo posterior, y a sustituir lo parido por lo expulsado, y a cambiar flujos por ardores para que todo fuera menos vergonzoso, de manera que Úrsula concluyó razonablemente que los trastornos no eran uterinos, sino intestinales, y le aconsejó que tomara en ayunas una papeleta de calomel. De no haber sido por ese padecimiento que nada hubiera tenido de pudendo para alguien que no estuviera también enfermo de pudibundez, y de no haber sido por la pérdida de las cartas, a Fernanda no le habría importado la lluvia, porque al fin de cuentas toda la vida había sido para ella como si estuviera lloviendo. No modificó los horarios ni perdonó los ritos. Cuando todavía estaba la mesa alzada sobre ladrillos y puestas las sillas sobre tablones para que los comensales no se mojaran los pies, ella seguía sirviendo con manteles de lino y vajillas chinas, y prendiendo los candelabros en la cena, porque consideraba que las calamidades no podían tomarse de pretexto para el relajamiento de las costumbres. Nadie había vuelto a asomarse a la calle. Si de Fernanda hubiera dependido no habrían vuelto a hacerlo jamás, no solo desde que empezó a llover, sino desde mucho antes, puesto que ella consideraba que las puertas se habían inventado para cerrarlas, y que la curiosidad por lo que ocurría en la calle era cosa de rameras. Sin embargo, ella fue la primera en asomarse cuando avisaron que estaba pasando el entierro del coronel Gerineldo Márquez, aunque lo que vio entonces por la ventana entreabierta la dejó en tal estado de aflicción que durante mucho tiempo estuvo arrepintiéndose de su debilidad.

No habría podido concebirse un cortejo más desolado. Habían puesto el ataúd en una carreta de bueyes sobre la cual construyeron un cobertizo de hojas de banano, pero la presión de la lluvia era tan intensa y las calles estaban tan empantanadas que a cada paso se atollaban las ruedas y el cobertizo estaba a punto de desbaratarse. Los chorros de agua triste que caían sobre el ataúd iban ensopando la bandera que le habían puesto encima, y que era en realidad la bandera sucia de sangre y de pólvora, repudiada por los veteranos más dignos. Sobre el ataúd habían puesto también el sable con borlas de cobre y seda, el mismo que el coronel Gerineldo Márquez colgaba en la percha de la sala para entrar inerme al costurero de Amaranta. Detrás de la carreta, algunos descalzos y todos con los pantalones a media pierna, chapaleaban en el fango los últimos sobrevivientes de la capitulación de Neerlandia, llevando en una mano el bastón de carreto y en la otra una corona de flores de papel descoloridas por la lluvia. Aparecieron como una visión irreal en la calle que todavía llevaba el nombre del coronel Aureliano Buendía, y todos miraron la casa al pasar, y doblaron por la esquina de la plaza, donde tuvieron que pedir ayuda para sacar la carreta atascada. Úrsula se había hecho llevar a la puerta por Santa Sofía de la Piedad. Siguió con tanta atención las peripecias del entierro que nadie dudó de que lo estaba viendo, sobre todo porque su alzada mano de arcángel anunciador se movía con los cabeceos de la carreta.

—Adiós, Gerineldo, hijo mío —gritó—. Salúdame a mi gente y diles que nos vemos cuando escampe.

Aureliano Segundo la ayudó a volver a la cama, y con la misma informalidad con que la trataba siempre le preguntó el significado de su despedida.

—Es verdad —dijo ella—. Nada más estoy esperando que pase la lluvia para morirme.

El estado de las calles alarmó a Aureliano Segundo. Tardíamente preocupado por la suerte de sus animales, se echó encima un lienzo encerado y fue a casa de Petra Cotes. La encontró en el patio, con el agua a la cintura, tratando de desencallar el cadáver de un caballo. Aureliano Segundo la ayudó con una tranca, y el enorme cuerpo tumefacto dio una vuelta de campana y fue arrastrado por el torrente de barro líquido. Desde que empezó la lluvia Petra Cotes no había hecho más que desembarazar su patio de animales muertos. En las primeras semanas le mandó recados a Aureliano Segundo para que tomara providencias urgentes, y él había contestado que no había prisa, que la situación no era alarmante, que ya se pensaría en algo cuando escampara. Le mandó a decir que los potreros se estaban inundando, que el ganado se fugaba hacia las tierras altas donde no había qué comer, y que estaban a merced del tigre y la peste. «No hay nada que hacer», le contestó Aureliano Segundo. «Ya nacerán otros cuando escampe». Petra Cotes los había visto morir a racimadas, y apenas si se daba abasto para destazar a los que se quedaban atollados. Vio con una impotencia sorda cómo el diluvio fue exterminando sin misericordia una fortuna que en un tiempo se tuvo como la más grande y sólida de Macondo, y de la cual no quedaba sino la pestilencia. Cuando Aureliano Segundo decidió ir a ver lo que pasaba, solo encontró el cadáver del caballo, y una mula escuálida entre los escombros de la caballeriza. Petra Cotes lo vio llegar sin sorpresa, sin alegría ni resentimiento, y apenas se permitió una sonrisa irónica.

Capítulo 16 (1) Kapitel 16 (1) Chapter 16 (1) Capítulo 16 (1) Глава 16 (1)

XVI

Llovió cuatro años, once meses y dos días. Hubo épocas de llovizna en que todo el mundo se puso sus ropas de pontifical y se compuso una cara de convaleciente para celebrar la escampada, pero pronto se acostumbraron a interpretar las pausas como anuncios de recrudecimiento. Se desempedraba el cielo en unas tempestades de estropicio, y el norte mandaba unos huracanes que desportillaron techos y derribaron paredes, y desenterraron de raíz las últimas cepas de las plantaciones. The sky was unpaved in storms of destruction, and the north sent hurricanes that chipped roofs and knocked down walls, and uprooted the last vines of the plantations. Como ocurrió durante la peste del insomnio, que Úrsula se dio a recordar por aquellos días, la propia calamidad iba inspirando defensas contra el tedio. As happened during the plague of insomnia, which Úrsula remembered in those days, the calamity itself was inspiring defenses against tedium. Aureliano Segundo fue uno de los que más hicieron para no dejarse vencer por la ociosidad. Había ido a la casa por algún asunto casual la noche en que el señor Brown convocó la tormenta, y Fernanda trató de auxiliarlo con un paraguas medio desvarillado que encontró en un armario. He had come to the house on some casual matter the night that Mr. Brown called the storm, and Fernanda tried to help him with a half-stemmed umbrella that she found in a closet. «No hace falta», dijo él. «Me quedo aquí hasta que escampe». No era, por supuesto, un compromiso ineludible, pero estuvo a punto de cumplirlo al pie de la letra. It was not, of course, an unavoidable commitment, but he was about to fulfill it to the letter. Como su ropa estaba en casa de Petra Cotes, se quitaba cada tres días la que llevaba puesta, y esperaba en calzoncillos mientras la lavaban. Para no aburrirse, se entregó a la tarea de componer los numerosos desperfectos de la casa. In order not to get bored, he devoted himself to the task of fixing the many damages in the house. Ajustó bisagras, aceitó cerraduras, atornilló aldabas y niveló fallebas. He adjusted hinges, oiled locks, screwed knockers and leveled latch bolts. Durante varios meses se le vio vagar con una caja de herramientas que debieron olvidar los gitanos en los tiempos de José Arcadio Buendía, y nadie supo si fue por la gimnasia involuntaria, por el tedio invernal o por la abstinencia obligada, que la panza se le fue desinflando poco a poco como un pellejo, y la cara de tortuga beatífica se le hizo menos sanguínea y menos protuberante la papada, hasta que todo él terminó por ser menos paquidérmico y pudo amarrarse otra vez los cordones de los zapatos. For several months he was seen wandering around with a toolbox that the gypsies must have forgotten in the days of José Arcadio Buendía, and no one knew if it was due to involuntary gymnastics, winter tedium or forced abstinence, that his belly swelled. it deflated little by little like a skin, and the face of a beatific turtle became less bloody and his jowls less protruding, until all of him ended up being less pachydermic and he was able to tie his shoelaces again. Viéndolo montar picaportes y desconectar relojes, Fernanda se preguntó si no estaría incurriendo también en el vicio de hacer para deshacer, como el coronel Aureliano Buendía con los pescaditos de oro, Amaranta con los botones y la mortaja, José Arcadio Segundo con los pergaminos y Úrsula con los recuerdos. Watching him assemble doorknobs and disconnect clocks, Fernanda wondered if he was not also incurring the vice of doing to undo, like Colonel Aureliano Buendía with the gold fish, Amaranta with the buttons and the shroud, José Arcadio Segundo with the parchments and Úrsula with the memories Pero no era cierto. Lo malo era que la lluvia lo trastornaba todo, y las máquinas más áridas echaban flores por entre los engranajes si no se les aceitaba cada tres días, y se oxidaban los hilos de los brocados y le nacían algas de azafrán a la ropa mojada. La atmósfera era tan húmeda que los peces hubieran podido entrar por las puertas y salir por las ventanas, navegando en el aire de los aposentos. The atmosphere was so humid that the fish could have entered through the doors and out through the windows, sailing in the air of the rooms. Una mañana despertó Úrsula sintiendo que se acababa en un soponcio de placidez, y ya había pedido que le llevaran al padre Antonio Isabel, aunque fuera en andas, cuando Santa Sofía de la Piedad descubrió que tenía la espalda adoquinada de sanguijuelas. One morning Úrsula woke up feeling that she was ending in a lull of placidity, and she had already asked for Father Antonio Isabel to be brought to her, even on a litter, when Santa Sofía de la Piedad discovered that her back was paved with leeches. Se las desprendieron una por una, achicharrándolas con tizones, antes de que terminaran de desangrarla. They detached them one by one, scorching them with firebrands, before they finished bleeding her. Fue necesario excavar canales para desaguar la casa, y desembarazarla de sapos y caracoles, de modo que pudieran secarse los pisos, quitar los ladrillos de las patas de las camas y caminar otra vez con zapatos. It was necessary to dig channels to drain the house, and rid it of toads and snails, so that they could dry the floors, remove the bricks from the legs of the beds, and walk in shoes again. Entretenido con las múltiples minucias que reclamaban su atención, Aureliano Segundo no se dio cuenta de que se estaba volviendo viejo, hasta una tarde en que se encontró contemplando el atardecer prematuro desde un mecedor, y pensando en Petra Cotes sin estremecerse. Amused by the many minutiae that demanded his attention, Aureliano Segundo did not realize that he was getting old until one afternoon when he found himself contemplating the premature sunset from a rocking chair, and thinking of Petra Cotes without shuddering. No habría tenido ningún inconveniente en regresar al amor insípido de Fernanda, cuya belleza se había reposado con la madurez, pero la lluvia lo había puesto a salvo de toda emergencia pasional, y le había infundido la serenidad esponjosa de la inapetencia. He would have had no objection to returning to the insipid love of Fernanda, whose beauty had rested with maturity, but the rain had kept him safe from all passionate emergencies, and had instilled in him the spongy serenity of lack of appetite. Se divirtió pensando en las cosas que hubiera podido hacer en otro tiempo con aquella lluvia que ya iba para un año. He amused himself thinking about the things he could have done in another time with that rain that was already going on for a year. Había sido uno de los primeros que llevaron láminas de zinc a Macondo, mucho antes de que la compañía bananera las pusiera de moda, solo por techar con ellas el dormitorio de Petra Cotes y solazarse con la impresión de intimidad profunda que en aquella época le producía la crepitación de la lluvia. Pero hasta esos recuerdos locos de su juventud estrafalaria lo dejaban impávido, como si en la última parranda hubiera agotado sus cuotas de salacidad, y solo le hubiera quedado el premio maravilloso de poder evocarlas sin amargura ni arrepentimientos. But even those crazy memories of his outlandish youth left him undaunted, as if in the last spree he had exhausted his salacious quotas, and he only had the marvelous prize of being able to evoke them without bitterness or regret. Hubiera podido pensarse que el diluvio le había dado la oportunidad de sentarse a reflexionar, y que el trajín de los alicates y las alcuzas le había despertado la añoranza tardía de tantos oficios útiles como hubiera podido hacer y no hizo en la vida, pero ni lo uno ni lo otro era cierto, porque la tentación de sedentarismo y domesticidad que lo andaba rondando no era fruto de la recapacitación ni el escarmiento. It might have been thought that the deluge had given him the opportunity to sit down and reflect, and that the noise of the pliers and the alcuzas had awakened in him the belated longing for as many useful trades as he could have done and never did, but neither did he. neither the other was true, because the temptation of a sedentary lifestyle and domesticity that was haunting him was not the result of retraining or a lesson. Le llegaba de mucho más lejos, desenterrada por el trinche de la lluvia, de los tiempos en que leía en el cuarto de Melquíades las prodigiosas fábulas de los tapices volantes y las ballenas que se alimentaban de barcos con tripulaciones. It came to him from much further away, unearthed by the fork of the rain, from the times when he read in Melquíades' room the prodigious fables of the flying tapestries and the whales that fed on crewed ships. Fue por esos días que en un descuido de Fernanda apareció en el corredor el pequeño Aureliano, y su abuelo conoció el secreto de su identidad. Le cortó el pelo, lo vistió, le enseñó a perderle el miedo a la gente, y muy pronto se vio que era un legítimo Aureliano Buendía, con sus pómulos altos, su mirada de asombro y su aire solitario. He cut his hair, dressed him, taught him to lose his fear of people, and very soon he was seen to be a legitimate Aureliano Buendía, with his high cheekbones, his astonished look, and his solitary air. Para Fernanda fue un descanso. For Fernanda it was a break. Hacía tiempo que había medido la magnitud de su soberbia, pero no encontraba cómo remediarla, porque mientras más pensaba en las soluciones, menos racionales le parecían. He had measured the magnitude of his pride for a long time, but he couldn't find a way to remedy it, because the more he thought about the solutions, the less rational they seemed to him. De haber sabido que Aureliano Segundo iba a tomar las cosas como las tomó, con una buena complacencia de abuelo, no le habría dado tantas vueltas ni tantos plazos, sino que desde el año anterior se hubiera liberado de la mortificación. Had he known that Aureliano Segundo was going to take things the way he took them, with the good complacency of a grandfather, he would not have given it so much thought or so many deadlines, but since the previous year he would have freed himself from mortification. Para Amaranta Úrsula, que ya había mudado los dientes, el sobrino fue como un juguete escurridizo que la consoló del tedio de la lluvia. For Amaranta Úrsula, who had already lost her teeth, her nephew was like an elusive toy that consoled her from the tedium of the rain. Aureliano Segundo se acordó entonces de la enciclopedia inglesa que nadie había vuelto a tocar en el antiguo dormitorio de Meme. Aureliano Segundo then remembered the English encyclopedia that no one had touched again in Meme's old bedroom. Empezó por mostrarles las láminas a los niños, en especial las de animales, y más tarde los mapas y las fotografías de países remotos y personajes célebres. He began by showing the pictures to the children, especially those of animals, and later the maps and photographs of remote countries and famous people. Como no sabía inglés, y como apenas podía distinguir las ciudades más conocidas y las personalidades más corrientes, se dio a inventar nombres y leyendas para satisfacer la curiosidad insaciable de los niños. Since he did not know English, and since he could barely distinguish the best-known cities and the most ordinary personalities, he began to invent names and legends to satisfy the insatiable curiosity of children.

Fernanda creía de veras que su esposo estaba esperando a que escampara para volver con la concubina. Fernanda really believed that her husband was waiting for it to clear up to return to the concubine. En los primeros meses de la lluvia temió que él intentara deslizarse hasta su dormitorio, y que ella iba a pasar por la vergüenza de revelarle que estaba incapacitada para la reconciliación desde el nacimiento de Amaranta Úrsula. In the first months of the rain, she feared that he would try to sneak into her bedroom, and that she would go through the shame of revealing to him that she had been incapable of reconciliation since the birth of Amaranta Úrsula. Esa era la causa de su ansiosa correspondencia con los médicos invisibles, interrumpida por los frecuentes desastres del correo. Durante los primeros meses, cuando se supo que los trenes se descarrilaban en la tormenta, una carta de los médicos invisibles le indicó que se estaban perdiendo las suyas. During the first months, when it was known that the trains were derailed in the storm, a letter from the invisible doctors told him that they were missing his. Más tarde, cuando se interrumpieron los contactos con sus corresponsales ignotos, había pensado seriamente en ponerse la máscara de tigre que usó su marido en el carnaval sangriento, para hacerse examinar con un nombre ficticio por los médicos de la compañía bananera. Pero una de las tantas personas que pasaban a menudo por la casa llevando las noticias ingratas del diluvio le había dicho que la compañía estaba desmantelando sus dispensarios para llevárselos a tierras de escampada. But one of the many people who often passed by the house carrying the unpleasant news of the deluge had told him that the company was dismantling its dispensaries to take them to the wilderness. Entonces perdió la esperanza. Se resignó a aguardar que pasara la lluvia y se normalizara el correo y, mientras tanto, se aliviaba de sus dolencias secretas con recursos de inspiración, porque hubiera preferido morirse a ponerse en manos del único médico que quedaba en Macondo, el francés extravagante que se alimentaba con hierba para burros. He resigned himself to waiting for the rain to pass and the mail to return to normal, and in the meantime, he relieved himself of his secret ailments with resources of inspiration, because he would have preferred to die than put himself in the hands of the only doctor left in Macondo, the extravagant Frenchman who fed with grass for donkeys. Se había aproximado a Úrsula, confiando en que ella conociera algún paliativo para sus quebrantos. He had approached Úrsula, trusting that she knew some palliative for his injuries. Pero la tortuosa costumbre de no llamar las cosas por su nombre la llevó a poner lo anterior en lo posterior, y a sustituir lo parido por lo expulsado, y a cambiar flujos por ardores para que todo fuera menos vergonzoso, de manera que Úrsula concluyó razonablemente que los trastornos no eran uterinos, sino intestinales, y le aconsejó que tomara en ayunas una papeleta de calomel. But the torturous habit of not calling things by their name led her to put the former in the latter, and to substitute what was born for what was expelled, and to change flows for ardor so that everything would be less embarrassing, so that Úrsula reasonably concluded that the The troubles were not uterine, but intestinal, and he advised her to take a packet of calomel on an empty stomach. De no haber sido por ese padecimiento que nada hubiera tenido de pudendo para alguien que no estuviera también enfermo de pudibundez, y de no haber sido por la pérdida de las cartas, a Fernanda no le habría importado la lluvia, porque al fin de cuentas toda la vida había sido para ella como si estuviera lloviendo. If it hadn't been for that condition, which would not have had anything of modesty for someone who wasn't also sick with modesty, and if it hadn't been for the loss of the letters, Fernanda wouldn't have minded the rain, because after all, all life had been for her as if it were raining. No modificó los horarios ni perdonó los ritos. He did not change the schedules or forgive the rites. Cuando todavía estaba la mesa alzada sobre ladrillos y puestas las sillas sobre tablones para que los comensales no se mojaran los pies, ella seguía sirviendo con manteles de lino y vajillas chinas, y prendiendo los candelabros en la cena, porque consideraba que las calamidades no podían tomarse de pretexto para el relajamiento de las costumbres. Nadie había vuelto a asomarse a la calle. No one had come out into the street again. Si de Fernanda hubiera dependido no habrían vuelto a hacerlo jamás, no solo desde que empezó a llover, sino desde mucho antes, puesto que ella consideraba que las puertas se habían inventado para cerrarlas, y que la curiosidad por lo que ocurría en la calle era cosa de rameras. If it had been up to Fernanda, they would never have done it again, not only since it started to rain, but since long before, since she considered that doors had been invented to close them, and that curiosity about what was happening in the street was harlot thing Sin embargo, ella fue la primera en asomarse cuando avisaron que estaba pasando el entierro del coronel Gerineldo Márquez, aunque lo que vio entonces por la ventana entreabierta la dejó en tal estado de aflicción que durante mucho tiempo estuvo arrepintiéndose de su debilidad. However, she was the first to look out when they announced that the funeral of Colonel Gerineldo Márquez was taking place, although what she saw then through the half-open window left her in such a state of grief that she regretted her weakness for a long time.

No habría podido concebirse un cortejo más desolado. A more desolate cortege could not have been conceived. Habían puesto el ataúd en una carreta de bueyes sobre la cual construyeron un cobertizo de hojas de banano, pero la presión de la lluvia era tan intensa y las calles estaban tan empantanadas que a cada paso se atollaban las ruedas y el cobertizo estaba a punto de desbaratarse. They had put the coffin on an oxcart on which they built a shed of banana leaves, but the pressure of the rain was so intense and the streets were so bogged down that at every step the wheels got stuck and the shed was about to collapse. fall apart Los chorros de agua triste que caían sobre el ataúd iban ensopando la bandera que le habían puesto encima, y que era en realidad la bandera sucia de sangre y de pólvora, repudiada por los veteranos más dignos. The sad water jets that fell on the coffin were soaking the flag that had been placed on top of it, and which was actually the flag dirty with blood and gunpowder, repudiated by the most worthy veterans. Sobre el ataúd habían puesto también el sable con borlas de cobre y seda, el mismo que el coronel Gerineldo Márquez colgaba en la percha de la sala para entrar inerme al costurero de Amaranta. On the coffin they had also placed the saber with copper and silk tassels, the same one that Colonel Gerineldo Márquez hung on the peg in the living room to enter Amaranta's sewing box unarmed. Detrás de la carreta, algunos descalzos y todos con los pantalones a media pierna, chapaleaban en el fango los últimos sobrevivientes de la capitulación de Neerlandia, llevando en una mano el bastón de carreto y en la otra una corona de flores de papel descoloridas por la lluvia. Behind the wagon, some barefoot and all in knee-length pants, the last survivors of the capitulation of Neerlandia were splashing in the mud, carrying in one hand the wagon stick and in the other a wreath of paper flowers faded by the rain. Aparecieron como una visión irreal en la calle que todavía llevaba el nombre del coronel Aureliano Buendía, y todos miraron la casa al pasar, y doblaron por la esquina de la plaza, donde tuvieron que pedir ayuda para sacar la carreta atascada. Úrsula se había hecho llevar a la puerta por Santa Sofía de la Piedad. Úrsula had been led to the door by Santa Sofía de la Piedad. Siguió con tanta atención las peripecias del entierro que nadie dudó de que lo estaba viendo, sobre todo porque su alzada mano de arcángel anunciador se movía con los cabeceos de la carreta. He followed the events of the funeral with such attention that no one doubted that he was seeing it, especially since his raised archangelic announcing hand moved with the rocking of the cart.

—Adiós, Gerineldo, hijo mío —gritó—. Salúdame a mi gente y diles que nos vemos cuando escampe. Say hello to my people and tell them we'll see you when it clears up.

Aureliano Segundo la ayudó a volver a la cama, y con la misma informalidad con que la trataba siempre le preguntó el significado de su despedida.

—Es verdad —dijo ella—. Nada más estoy esperando que pase la lluvia para morirme.

El estado de las calles alarmó a Aureliano Segundo. Tardíamente preocupado por la suerte de sus animales, se echó encima un lienzo encerado y fue a casa de Petra Cotes. Belatedly concerned about the fate of his animals, he threw on a waxed cloth and went to Petra Cotes's house. La encontró en el patio, con el agua a la cintura, tratando de desencallar el cadáver de un caballo. He found her in the patio, waist deep in water, trying to unravel the corpse of a horse. Aureliano Segundo la ayudó con una tranca, y el enorme cuerpo tumefacto dio una vuelta de campana y fue arrastrado por el torrente de barro líquido. Aureliano Segundo helped her with a bar, and the enormous swollen body turned over and was dragged by the torrent of liquid mud. Desde que empezó la lluvia Petra Cotes no había hecho más que desembarazar su patio de animales muertos. Since the rain began, Petra Cotes had done nothing more than clear her yard of dead animals. En las primeras semanas le mandó recados a Aureliano Segundo para que tomara providencias urgentes, y él había contestado que no había prisa, que la situación no era alarmante, que ya se pensaría en algo cuando escampara. In the first few weeks he sent messages to Aureliano Segundo asking him to take urgent measures, and he had replied that there was no hurry, that the situation was not alarming, that he would think of something when it cleared up. Le mandó a decir que los potreros se estaban inundando, que el ganado se fugaba hacia las tierras altas donde no había qué comer, y que estaban a merced del tigre y la peste. He sent word that the pastures were flooding, that the cattle were fleeing to the highlands where there was nothing to eat, and that they were at the mercy of the tiger and the plague. «No hay nada que hacer», le contestó Aureliano Segundo. «Ya nacerán otros cuando escampe». Petra Cotes los había visto morir a racimadas, y apenas si se daba abasto para destazar a los que se quedaban atollados. Petra Cotes had seen them die in clusters, and she was barely able to cut up those that were stuck. Vio con una impotencia sorda cómo el diluvio fue exterminando sin misericordia una fortuna que en un tiempo se tuvo como la más grande y sólida de Macondo, y de la cual no quedaba sino la pestilencia. He watched with deaf impotence how the flood was mercilessly exterminating a fortune that at one time was considered the largest and most solid in Macondo, and of which only pestilence remained. Cuando Aureliano Segundo decidió ir a ver lo que pasaba, solo encontró el cadáver del caballo, y una mula escuálida entre los escombros de la caballeriza. Petra Cotes lo vio llegar sin sorpresa, sin alegría ni resentimiento, y apenas se permitió una sonrisa irónica. Petra Cotes saw him arrive without surprise, without joy or resentment, and she barely allowed herself a wry smile.