Aprende a poner límites en tus relaciones sociales: ¡respétate para que te respeten!
Hoy os voy a contar la historia de un niño al que todos los días su madre le ponía
el almuerzo en la mochila, pero que siempre se quedaba sin bocata en el recreo.
Pero esta no es una píldora sobre niños, sino sobre los adultos, porque ese niño podemos
ser todos.
Vamos a ver. Os voy a contar la historia de un niño, pongamos que se llama Juan, y que tiene 6 años.
Es un niño normal, que vive en una familia normal y que va a un cole normal.
Un día, como cada mañana, su madre, con todo el amor del mundo, le pone en la mochila
su almuerzo antes de salir hacia el cole.
Y cuando llega la hora del recreo, Juan saca su bocata, pero en ese momento ve a un amigo
con la cara triste.
Cuando se acerca ve que su compañero está triste porque ha ido sin almuerzo al cole
y tiene mucha hambre.
Y Juan, que es un niño muy bueno, le dice: “no te preocupes, aquí tienes mi almuerzo”.
La profe, cuando se entera de este gesto, le da la enhorabuena por lo altruista que
ha sido, y se lo cuenta como ejemplo a todos sus compañeros.
Al llegar a casa, su madre, que ya se ha enterado de lo que ha pasado por el grupo de WhatsApp
de padres del cole, le dice lo orgullosísima que está de él por lo que ha hecho, y Juan
se siente genial con su gesto.
Al día siguiente, al ir a sacar de nuevo su almuerzo, se le acerca un compañero y
le dice: “mira Juan, es que estoy súper fastidiado porque me he dejado el bocata en
casa”, mientras empieza a hacer pucheros.
Y Juan, recordando el éxito de su gesto del día anterior, le cede su bocata.
Pero al siguiente día sucede lo mismo, y al otro… hasta que llega el viernes y Juan
no ha almorzado ni un sólo día.
¿Qué le pasa a Juan, por qué se comporta así?
Algunos pueden pensar “pero si quería ayudar a sus amigos bastaba con dar un trozo de su
bocata, no era necesario que se quedara sin almorzar”.
En Valencia tenemos una frase hecha que dice “dos vegades bo, bobo”, que literalmente
es “dos veces bueno, bobo”.
¿Por qué se queda sin almorzar todos los días?
La historia de Juan es la historia de muchas personas, y no es necesario que hablemos de
almuerzos y recreos.
¿Cuántas veces hemos dado mucho más de lo que podíamos, llegando a pasarlo mal por
eso?
En una relación de pareja, con las amistades, en el trabajo... ejemplos los hay muchos.
Muchas más veces de las que nos gustaría nos dejamos llevar por la necesidad de aprobación
hasta el punto de anularnos a nosotros mismos.
A todos nos gusta gustar, y qué mejor forma de hacerlo que además ayudando a alguien
que lo necesita, ¿no?
La clave aquí es saber poner límites, no dejarnos abusar por las demás personas o
por las circunstancias.
No esperes que sea el otro quien de el primer paso para respetarte, ese papel te toca a
ti.
Eres tú quien tiene que decir “hasta aquí puedo llegar”, no es la responsabilidad
del otro.
Si esperas que sean los demás, te sentirás frustrado y pensarás que el mundo es injusto
contigo, cuando simplemente necesitas empezar a poner límites más claros en tus relaciones.
Porque hay personas que no conocen esos límites, y cuando tienen delante una persona buena,
altruista, desprendida... la exprimen hasta dejarla sin nada.
Y probablemente no lo hagan con mala intención, sino que piensan: “si no quiere, ya lo dirá.
Por pedir que no quede”.
Les das la mano y te cogen el brazo.
Es necesario ayudar a los demás, ¿quién puede ponerlo en duda?
Pero también tenemos que ser responsables de nosotros mismos y no negar nuestras propias
necesidades, hay que encontrar un equilibrio entre ayudar al otro y no anularse a uno mismo.
Todo tiene un límite.
¿Y por qué tantas veces no lo ponemos?
En ocasiones el miedo al rechazo es tan grande que nos lleva a no ser asertivos y no mostrar
lo que necesitamos.
A veces es necesario recordar que nuestras necesidades son tan importantes como las de
los demás; y lo mismo ocurre con tus puntos de vista, tus ideas, tus planes o tus preferencias.
A veces no pasa nada por que te pongas por delante, pero tampoco hay que hacerlo de forma
sistemática, ya que entonces sí que te convertirías en una persona egoísta, descortés, y los
demás no disfrutarían de tu compañía.
El niño que se quedaba todos los días sin almuerzo en el recreo tiene que seguir ayudando
a los demás, pero también tiene que aprender a respetarse, a reconocer sus necesidades
y no tener miedo a poner límites a los demás, porque no van a ser ellos quienes lo hagan
en su lugar.
Y hasta aquí, otra píldora de psicología, si os ha gustado tenéis muchos más vídeos
y artículos en el canal de YouTube y en albertosoler.es.
Y en todas las librerías nuestro libro “Hijos y Padres Felices”.
¡Un saludo!