26 Formas de Luchar contra el Cambio Climático
¿Veis esto de aquí?
Esta barra cuenta mi huella de carbono, representa la parte que me ha tocado de las emisiones
de gases de efecto invernadero que hemos emitido durante el año.
Me han repartido la cuenta, en concreto en el año 2017 los seres humanos emitimos unas
cincuenta mil millones de toneladas de CO2 equivalente, número que aumentamos todos
los años.
Si esta cantidad la repartiesemos entre todos los habitantes del planeta, nos caería a
cada uno de nosotros unas 6 toneladas de CO2 equivalente.
Pero este sería un reparto injusto, ya que hay países que emiten mucho más que otros.
Es decir, que si calculamos la huella de carbono por regiones, la cosa cambia.
Países como Rusia o Estados Unidos triplican, incluso cuadruplican la media mundial; mientras
que países como Nepal o Afganistán no llegan ni a la cuarta parte.
En cuanto a los países hispanohablantes, al menos los que más ven este canal, hay
un poco de todo, pero la moda no es mala.
Como españolito estándar me tocan unas 7.4 toneladas, aunque el objetivo a medio plazo
es bajar esa cantidad.
Acuerdo de París: si queremos que el calentamiento global pare en 1.5 grados de subida, y las
consecuencias del cambio climático no sean peores de lo que ya van a ser, esta barra
tiene que estar a cero alrededor del 2050.
Hay distintas rutas para llegar a ese cero, pero el IPCC concluye que para 2030 hemos
tenido que reducirla en prácticamente la mitad.
Esa es nuestra primera meta en este juego y, no lo voy a negar, es un reto.
La solución es compleja y requiere que la gente que tiene poder esté de corazón en
este barco.
Pero hoy no vamos a hablar de esta cara del problema.
No vamos a hablar de cómo podrían aprovechar su poder los gobiernos, los legisladores,
los empresarios...
Vamos hablar de qué podríamos hacer los consumidores.
Y es que YouTube me ha animado a participar en su proyecto Tendencia Al Cambio en el que
distintos creadores han aportado consejos para que nuestro estilo de vida sea más sostenible.
Me toca cerrar esta serie a mi con la pregunta que me hizo Toni de la Huertina de Toni sobre
la reducción de la huella de carbono, así que hoy os voy a transmitir qué dice la evidencia
científica.
Os voy a contar cuales son las mejores maneras que tenemos los consumidores de hacer más
pequeña esta barra… Y, creedme, Toni no podría haber hecho esta pregunta en mejor
momento.
Y es que hace un par de meses escasos ha salido un metaestudio sobre el tema, un estudio de
todos los estudios que cuantifican las diferentes acciones que podemos tomar; que nos revela
cuales son las que tienen más potencial.
Os voy a contar más de 20 de ellas y por qué son opciones razonables.
Pero antes de entrar en el top dejadme hacer una mención especial, porque esto os va a
dejar locos.
Si yo te dijera acciones como reciclar, ahorrar papel, usar menos plástico, comprar objetos
más duraderos, reducir los envoltorios y la cantidad de comida que desperdicias tu
seguro que piensas “buah, si yo hago todo eso tengo la batalla ganada”.
Pues resulta que no.
Cada una de estas acciones no llega ni a la media tonelada de CO2, no son ni de lejos
las más eficaces.
Respecto al plástico tiene cierto sentido, realmente producir una bolsa de plástico
es bastante eficiente en términos de emisiones, en comparación con una bolsa de tela, con
la que se tiene que cultivar un tejido, procesarlo, tejerlo… Entonces ¿por qué tenemos la
sensación contraria?
Seguramente porque se nos presentan los problemas medioambientales todos revueltos.
Por ejemplo, reciclar y consumir mejor los plásticos es importante para no malgastar
recursos, para no empeorar el problemas de los basureros, para paliar el problemas de
los microplásticos.
Para estos problemas estas acciones son vitales, pero puede que para el problema de “ahorrar
CO2” no lo sean tanto.
Es decir, que si quieres reducir tu huella de carbono no basta con reciclar (que hay
que hacerlo por otros motivos), se nos exige mucho más.
Vamos a por el qué.
Empecemos por el transporte.
La clave está en evitar los motores de combustión, poner menos en marcha o sustituirlos por otros
que no funcionen quemando cosas.
Por ejemplo, cambiar transportes cortos urbanos en coche por el transporte público u otras
alternativas puede reducir la huella de carbono entre 0.6 y 1 tonelada.
Pasar a compartir transporte privado con alguien también es una buena opción, reduciendo
una media de 0.3 toneladas.
Si estás pensando en cambiarte de coche, esa elección también puede ser decisiva.
Conducir un híbrido (los del enchufe) puede suponer hasta 3.1 toneladas menos e incluso
se ha llegado estimar que conducir un coche 100% eléctrico podría suponer una reducción
de hasta 5.4 toneladas.
Ahora, hay que decir que los coches eléctricos tienen trampa, podrían llegar a ser un arma
de doble filo.
Y es que como su energía proviene de la red eléctrica lo “verde” que sea el coche
depende de lo “verde” que sea electricidad que haya en la red.
Si alimentas un coche eléctrico con electricidad que viene de una central de carbón no estás
arreglando nada, de hecho puede que estés empeorando tu huella.
Es decir. que la reducción depende muchísimo de la cantidad de energías de origen fósil
que haya en la red.
Francia es el país que mejor lleva esto, por alta presencia de energía nuclear, mientras
que en Australia acaba siendo mejor usar gasolina por su sobreuso de térmicas de carbón.
A esto le tienes que sumar que si te cambias de coche estás aceptando el coste medioambiental
de comprar el nuevo y el coste de desaprovechar el viejo (¡hacer coches no sale gratis por
muy eficientes que sean!).
Se ha calculado la Unión Europea este cambio solo sale favorable a partir de los 70000
km de uso, cifra que bajaría con un mejor mix eléctrico.
Por todas estas razones, el rango del híbrido está entre -0.2 toneladas y 3 y el 100% eléctrico
entre -2 toneladas y 5.
Para empezar, si nuestros gobiernos y empresas no garantizan un correcto suministro de energía
descarbonizada, esta apuesta no es segura.
¿Qué es entonces apostar a ganar?
Bueno, en este sentido, una de las acciones más eficaces que se puede tomar es vivir
sin coche, con un impacto de entre 3.6 y 0.6 toneladas, siendo el máximo valor el de renunciar
a un coche de combustión.
Trabajar desde casa, el teletrabajo, también es una manera de ahorrar transportes y espacios
que podrían ser innecesarios.
Reduciría la huella entre 1.4 y 0.1 toneladas.
Ahora, tema delicado: los aviones.
Tener el privilegio de moverte desde el punto A al punto B a una velocidad muy alta tiene
un coste energético muy elevado.
Y dado que el avión a baterías todavía está en el futuro, y vamos a tener que seguir
quemando queroseno de origen fósil, reducir el número de vuelos que hacemos al año es
una buena opción.
Eliminando un vuelo de larga distancia estaríamos reduciendo entre 0.7 y 4.5 toneladas, mientras
que los de media distancia supondrán entre un 0.2 y 1 tonelada.
Y es que hay trayectos que sí, son cómodos, más rápidos y hasta incluso baratos si se
hacen en avión, como suele ocurrir con el puente aéreo entre Madrid y Barcelona, pero
a nivel de huella son más caros.
Pensar en reemplazarlos por el tren o el autobús puede suponer una mejora.
Hasta, para viajes turísticos mucho más largos, hay gente que reivindica los viajes
largos en tren en los que te pasas varios días durmiendo allí, una alternativa retro
que está volviendo lentamente.
Pero pasemos al siguiente bloque: Dieta.
Y es que producir comida tiene un gran impacto en nuestra huella de carbono: no solo es la
energía que se pone en cultivar y criar, es que tenemos que estar ocupando terrenos
con los que podríamos estar almacenando CO2 en forma de arbolitos.
Y, oh boy, más de uno me va a matar por esto, pero una forma de aplacar esta huella de carbono
es reduciendo la cantidad de carne que consumimos, ¿por qué?
Es una cuestión de costes.
Si cogemos varios alimentos y miramos cuánto CO2 emite su producción respecto a las calorías
que aportan (algo así como comparar su coste medioambiental respecto a cuánto “alimentan”)
resulta que el tofu es más o menos 2 veces más costoso que las patatas, las manzanas,
el trigo… Pero es que la carne de cerdo o de pollo son 5 veces más costosas que el
tofu.
El chocolate negro es casi el doble más que el pollo y cuando hablamos de la carne de
ternera ya ni te cuento.
Tenéis en la descripción una web interactiva en la que podéis ver estas comparaciones.
La conclusión es que los productos de origen vegetal, por lo general, son más eficientes
ecológicamente que los que vienen de origen animal.
¿Cuál puede ser el motivo?
Bueno, por un lado está que la industria de la carne es la principal fuente de metano,
un potente gas de efecto invernadero.
Y, por otro, la grandísima mayoría del ganado come a base de piensos que hay que cultivar.
Es decir que si ya se produce un impacto en CO2 deforestando, cultivando y recogiendo,
súmale el gasto de coger ese resultado para alimentar, cuidar y recoger el producto animal.
Es un “doble gasto” que, en este sentido, no hace que las calorías del alimento aumenten,
haciendo de productos como la ternera un lujo medioambiental.
Y seguramente muchos me diréis que no todo en la dieta son las calorías, que la carne
es una fuente de proteína, hierro, vitamina B12… Y es correcto, pero también es cierto
que estos nutrientes se pueden obtener siguiendo exigentemente una dieta basada en plantas.
Hasta el día de hoy los nutricionistas no han encontrado que una dieta vegana repercuta
negativamente en la salud, repito siempre que siga correctamente, siempre y cuando se
tengan controladas las posibles carencias en algunos nutrientes.
Así que adoptar una es una manera muy contundente de reducir la huella de carbono.
Ahora, con esto no quiero poneros entre la espada y la pared, soy el primero al que le
gustan demasiado las hamburguesas.
Por eso respecto a la dieta hay otras acciones menos exigentes que podéis adoptar para reducir
la huella a través de la comida.
La línea más sencilla de todas es, básicamente, hacerle caso a los nutricionistas: una dieta
saludable contiene menos carnes rojas y procesados que las comunes, que, tal y como nos contaba
Carlos de Real Fooding en su vídeo, reducía nuestra huella, aunque sea un poquito.
También puede uno dejar de comer vacuno y solo tomar carnes con menor impacto, lo que
encaja con la llamada dieta "climariana", con una media de reducción de 0.5 toneladas.
Si uno decide hacerse vegetariano y no comer ninguna carne, los beneficios estarían entre
1.5 y 0.01 toneladas.
Y, finalmente, deshaciéndose de todos los productos de origen animal, los veganos consiguen
una reducción de entre 2.1 y 0.4 toneladas.
(Pero a qué precio…) Para los que vayáis “all in” con esto
o simplemente queráis sustituir algunas de vuestra comidas por recetas veganas pero que
no sean un aburrimiento os dejo el canal de Reinas y Repollos, que hicieron en esta serie
este vídeo sobre “zero waste”, y también el canal de Living Like a Panda.
Tienen un montón de recetas con buenísima pinta.
Pero no voy a evitar más la pregunta de Toni: ¿consumir productos locales cuánto reduce
la huella de carbono?
Bueno, cualquiera pensaría que bastante.
Muchos productos que comemos a diario vienen de lejos: son producidos y luego transportados
hasta nuestra tienda más cercana, por lo que ese transporte tiene que tener un buen
coste ¿no?
Pues la realidad es que la reducción consumiendo local está entre 0 y 1 tonelada.
¿Por qué ese margen tan brutal?
Uno de los motivos es que la mayoría de productos se transporta en grandes cantidades en barco,
haciendo que sea unas 50 veces más eficiente que el avión.
Otro es que dependiendo del producto puede ser más eficiente producirlo en otro lugar
y después traerlo.
Por ejemplo, unos investigadores concluyeron que producir lechuga en el Reino Unido durante
el invierno emitía más o menos lo mismo haciéndolo localmente, con asistencia de
calefactores, que produciéndolo de manera natural en España y después enviándolo
refrigerado.
La ventaja en algunos casos no está tan clara, pero claramente tomar productos de temporada,
que no requieran ni de calefactores ni de cámaras refrigeradoras para generarlos, también
supone una reducción, de alrededor de 0.2 toneladas.
Y, para la tranquilidad de Toni, si tienes la fortuna de tener espacio, cultivar tu propia
comida, eliminando la energía de un montón de intermediarios, supone una disminución
de unas 0.4 toneladas.
Oh, y si sales a comer fuera y siempre pides algo que siga estas líneas, ese esfuerzo
también supone una reducción de 0.3.
Pero es la hora de atacar un tema muy delicado: los productos eco o bio.
Este es el nombre que se le da a los alimentos que se han producido utilizando métodos tradicionales,
que rechazan el uso fertilizantes y pesticidas sintéticos y otras técnicas modernas para
producir más.
Los productos eco están rodeados de cierta aura pseudocientífica: sus defensores más
radicales dicen que los alimentos “convencionales” producen cáncer, infertilidad y otros problemas
para la salud, algo que ni la comunidad científica ni las instituciones han detectado.
Pero una cosa es cierta: su uso cuida el suelo, al no explotarlo tan intensivamente no rebaja
tanto su capacidad para capturar carbono, a la vez que con las técnicas tradicionales
se ahorra la energía de producir los fertilizantes y pesticidas.
Esto hace que tomar productos ecológicos pueda suponer una reducción de unas 0.5 toneladas…
Pero, los autores advierten que existen casos en los que los productos ecológicos han empeorado
la huella.
Y es que en comparación con los convencionales, los productos ecológicos suelen necesitar
de más recursos para alcanzar la misma producción (ya que no cuentan con las ventajas de la
modernidad), lo que hace que a veces no compense.
Y dado que la población mundial está creciendo y su demanda de comida también, estar talando
más árboles para plantar productos eco no parece una solución muy sostenible.
Cómo la agricultura ecológica podría utilizarse correctamente como un arma contra el cambio
climático todavía es algo que se debate a nivel científico, así que cautela con
ella.
Terminemos con el último bloque: el Hogar.
En nuestras casas gastamos energía para que sea más cómodo vivir en ellas, en los hogares
europeos más de la mitad va a calentar la vivienda.
Evidentemente no se le puede pedir a nadie que pase frío por el planeta, así que hay
luchar para que por un lado no se malgaste tanta energía y por otro no se utilicen en
ello fuentes que emitan CO2.
Tirando del primer hilo, detectar qué partes de un espacio pueden estar peor aisladas y
reforzarlas, puede suponer una reducción de 0.9 toneladas de media.
Pero hay más cosas que se pueden hacer.
Sobre un tercio de los hogares europeos utilizan gas fósil para calentar agua que luego calienta
sus casas, lo que no ayuda nada a la huella y tampoco es que sea especialmente eficiente.
Un cambio puede usar una bomba de calor (un sistema muy similar al que usa un frigorífico)
lo que puede suponer una disminución de 0.8 toneladas de media.
También hay que prestar atención a una de las partes de la casa que más consumen: la
cocina.
Tener electrodomésticos eficientes y cambiar el gas por una placa eléctrica o de inducción,
al igual que intentar cocinar de manera que malgastemos menos (como el batchcooking del
que hablaba Carlos) puede suponer una reducción de 0.6 toneladas de media.
Pero si vuestro caso es que estáis buscando una casa nueva, tened en cuenta que los arquitectos
le estando vueltas al asunto.
Una ejercicio mental: la única casa que es 100% sostenible es un iglú: hacer los materiales
no contamina, cumple su función en su entorno y cuando quiere derruirlo el hielo se convierte
en agua y cero impacto.
Siguiendo esta idea, los arquitectos buscan cómo reducir el impacto que tiene la construcción
aprovechando materiales lo más cercanos posibles y usando y combinándolos con finura.
Tirando de este hilo, existe un tipo de arquitectura en el que aprovechando la luz natural y utilizando
sistemas de canalización muy inteligentes se consigue que consuma lo mínimo en atemperarla.
Estas son las llamadas Casas Pasivas, aunque tampoco distan mucho de las casas antiguas
de muros gruesos y bien aisladas, solo que en la actualidad se pretende usar mucho más
eficientemente los materiales y el espacio disponible.
En ellas puedes tener una reducción de 0.5 de media.
Puede que os parezca poco, y es que su construcción y materiales tienen un impacto negativo también.
No olvidéis que hacer cemento es la causa del 8% del CO2 mundial.
Pero tiremos del hilo de la energía en el hogar: pasar de calentar tu casa con gas fósil
a un sistema que tire de la energía de la red, como un radiador eléctrico, es mucho
mejor.
Sin duda suele ser más caro para el bolsillo, pero barato en términos de huella.
Si esta electricidad fuera 100% de origen renovable, puede reducir la huella 0.7 toneladas
de media, lo que me lleva a lo siguiente.
Si te cambias a un proveedor de electricidad de energía totalmente libre de emisiones,
la reducción de tu huella puede ser entre 0.3 y 2.5 toneladas.
Esto puede ser terriblemente complicado de conseguir, hasta incluso engañoso, ya que
existen pequeños proveedores que te venden electricidad “ecoverde maravillosa” pero
luego cuando miras la letra pequeña resulta que no es así.
Si os planteáis esta opción, por favor, chequead todo con lupa, que no os la cuelen.
Pero me queda la más evidente: producir tu propia energía renovable.
Si tenéis la suerte de poder instalar placas solares tu huella se beneficia entre 4.8 y
0.1 toneladas.
Depende mucho del coste de los materiales y su fabricación, la orientación de la casa,
la localización...
Al fin y al cabo no se va recoger la misma energía en Barcelona que en Londres.
Seguramente, llegados a este punto del vídeo ya habré entrado en la lista negra de los
amantes de los coches, de los viajes, de la carne, de los productos eco… Pero, oye,
¿por qué parar ahora?
¿Sabéis que eliminar el consumo de alcohol reduce tu huella en 0.1 toneladas?
¿y sabéis cuánto disminuye vivir sin mascotas?
[le tiran un zapato] Ok, ya paro, ya paro… Soy consciente de que muchas de estas medidas
son muy impopulares.
Pero lo bueno es que teniendo una lista de opciones cuantificadas muy variadas (aunque
sea de manera aproximada) y tener un objetivo claro al que llegar, permite una versatilidad.
Permite escoger el combo de acciones que mejor se adapte a la situación personal de cada
uno.
Estas son todas las piezas.
Ahora toca formar nuestro propio puzzle personal.
Por ejemplo, en mi caso tengo que reducir a 3.33 toneladas para 2030, ¿qué voy a escoger?
Voy a empezar por lo fácil: no tengo intención de comprarme un coche, de hecho gran parte
de mis viajes los hago en transporte público.
Por otro lado QuantumFracture se fragua teletrabajando, no tengo que ir a ninguna oficina todos los
días.
Amanda y yo nos reunimos en persona muy puntualmente.
Ahora, vamos con lo gordo: primero, vuelos.
Lo cierto es que tampoco es que vuele muchísimo, en España está todo muy bien conectado por
tren, pero si tengo que ir a alguna ciudad europea voy a probar en sustituirlo por un
viaje en tren o en autobús, aunque sea mucho más largo y caro.
Segundo, cocina: mi placa ya es de inducción pero no se si el resto de mis electrodomésticos
son de máxima eficiencia.
No me importaría invertir para que eso cambiara, al igual que cocinar en mayores cantidades
para aprovechar mejor la energía y no desperdiciar comida.
Y tercero, (no me puedo creer que me vaya a comprometer públicamente a esto) pero llevo
unos meses siendo prácticamente vegetariano y, oye tampoco se está tan mal.
Y ojo os lo dice un tio que la mitad de sus suscripciones de youtube son de cocina.
Lo siento Guga, te he fallado.
¿Quiere decir esto que no comeré carne nunca jamás?
Pues seguramente lo haga, pero desde luego en circunstancias muy muy muy puntuales.
Argentinos, yo prometo que si os visito un día bajo la guardia.
En fin, en total esto hace: 4.2 toneladas de media, lo que creo que da margen para que
algunas de estas acciones falle y se cumpla el objetivo.
Ahora, seguro que muchos estáis pensando: ¿Realmente cada uno de nosotros con nuestras
acciones podemos cambiar cómo funcionan algunas industrias muy contaminantes?
Bueno, a menos que estemos en esos despachos, no.
Pero es cierto que como consumidores, comprando cosas que impacten menos al planeta estamos
presionando a ciertas empresas para que reevaluen sus estrategias.
Sí, cuando mañana vaya al supermercado y no compre la bandeja de carne picada que antes
pillaba, eso no va a hacer que el metano y el CO2 que se ha emitido para hacer esa bandeja
desaparezca de la atmósfera.
Esa bandeja se quedará ahí, y puede que acabe en la basura.
Pero si suficientes personas hacemos lo mismo, y demasiadas bandejas acaban en la basura,
las tiendas dejarán de comprar tantas.
Al comprarse menos, los ganaderos no criarán tantas vacas por las pérdidas y el impacto
en el planeta se reducirá.
Puede incluso que para para paliar esto, la industria invierta en sustitutos eficientes
a la carne, ¡ya hay start ups en EEUU haciendo locuras como esta!
Esta lucha para frenar el cambio climático se tiene que hacer en muchos frentes, no puedo
recaer todo en nosotros; los políticos tienen que hacer mucho trabajo.
Pero todos tenemos un mínimo poder sobre ello, y es posible que se pueda generar un
cambio haciendo que como consumidores demandemos algo distinto.
Esta es una obra coral en la que mucha gente que tenemos la posibilidad queremos hacer
un esfuerzo; la evidencia está ahí y solo hay que seguirla.
¡Gente, esto es todo por hoy!
Para los más curiosos y críticos, os he dejado todos los artículos e informes en
la descripción, chequeadlos.
Y nos vemos muy pronto con un poquito más de ciencia, y como siempre muchas gracias
por vernos.